LA
OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
Por
PADRE ÁLVARO CALDERÓN[1]
En este
domingo de la Santísima Trinidad, cumbre y corona de todas las fiestas del Año
litúrgico, se cumplen exactamente cien
años del ofrecimiento de Santa Teresita del Niño Jesús como Víctima de
holocausto al Amor Misericordioso. Y con este acto, “la Santa más grande de
los tiempos modernos”, según expresión de San Pío X (“la más pequeña”, según
expresión de ella misma), hacía cumbre y coronaba toda su carrera de santidad.
El 9 de
junio de 1895, fiesta de la Santísima Trinidad, durante la Misa, sintetiza en
ese sólo acto toda su vida. Y precisamente en esta fiesta debía ser, porque
ella se ofrece al Amor misericordioso, y la Trinidad es misterio de Amor: “la caridad es el Padre, la gracia es el
Hijo, la comunicación el Espíritu Santo, oh bienaventurada Trinidad”, reza
una antífona de Maitines. Y es misterio de Misericordia: “quia fecit nobiscum misericordiam suam, porque usó con nosotros de
su misericordia”, se canta en el Introito y en el Ofertorio.
“UNA LEGIÓN DE PEQUEÑAS VÍCTIMAS”
Pero
así como en Pentecostés, el Espíritu Santo descendió como fuego no sólo para
consumir en el Amor a la Santísima Virgen, sino también para encender por Ella
al mundo entero; así también en el día de la Octava de Pentecostés, Santa Teresita
comprende muy claramente que la gracia recibida
no es sólo para ella. Apenas sale de la Misa, arrastra a su hermana Celina
ante la Madre Inés, superiora del Carmelo en ese momento, y, tras breve
explicación, pide permiso para ofrecerse ambas al Amor misericordioso. La aprobación
es dada sin pensarlo mucho, confían completamente en su prudencia. Por la tarde
de ese domingo, Santa Teresita redacta el texto de su Ofrenda: “¡Oh, mi Dios, Trinidad bienaventurada!”
Son los ecos todavía de las antífonas cantadas por la mañana en Maitines: O beata Trinitas! El martes, día 11 como
el día de hoy, ante la Virgen de la Sonrisa, se ofrecen juntas como Víctimas de
holocausto al Amor misericordioso. Tres días después, el viernes 14, recibe la respuesta
del Cielo: durante el Vía Crucis, se siente casi morir por el ardor del Amor
divino.
De allí
en más, Santa Teresita se convierte en verdadero Apóstol de esta consagración. Así como hizo con su hermana Celina,
va a arrastrar tras de sí a sus otras hermanas, a sus novicias, y va a
considerar esto como la misión que le ha encomendado Dios. Así lo dice a su
hermana María del Sagrado Corazón, concluyendo la carta que pasó a ser el
capítulo IX de Historia de un alma: “Pero, ¿por qué estos deseos de comunicar tus
secretos de amor, oh Jesús?...Sí, estoy segura de ello, y te conjuro a que lo
hagas. Te suplico que abajes tu mirada divina hacia un gran número de almas
pequeñas. ¡Te suplico que escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu
Amor!”.
¿Por
qué recodar de modo tan especial un acontecimiento en la vida de uno de los
tantos santos que la Iglesia ha dado al mundo? Los hechos nos responden.
Después de su muerte, un verdadero “Huracán
de gloria” envolvió al mundo, y fueron legiones las almas que la siguieron
en su ofrenda. Cuando recién se preparaba su proceso de beatificación, San Pío X, en audiencia privada, llamó
a esta carmelita “la Santa más grande de
los tiempos modernos”, expresión que puede considerarse profética. La
Ofrenda al Amor misericordioso no fue solamente corona en la vida de una Santa,
sino que es corona de una verdadera doctrina entregada por la Providencia a
nuestro siglo, lo que Santa teresita llamó “mi
caminito” y los Papas denominaron el
Camino de la Infancia Espiritual.
“DESEO
SER SANTA, PERO SIENTO MI IMPOTENCIA”
Decimos
que la Ofrenda es síntesis y corona de la vida de Santa Teresita. Pues bien,
esta vida puede resumirse en un conflicto.
Conflicto que tiene como uno de sus contrarios el deseo. La semilla de este deseo, dejada en su alma por el Bautismo,
brotará con el temprano despertar de su razón, e irá creciendo en su vida hasta
sobrepasar todo límite y ser calificado por ella misma de infinito. Así comienza
su Ofrenda: “¡Oh, Dios mío, Trinidad
bienaventurada, deseo amaros y haceros amar!...deseo cumplir perfectamente tu voluntad…en
una palabra, deseo ser santa.” Pero este deseo chocará con su contrario, la
impotencia. ¡Cuánto va a sufrir al
verse incapaz de alcanzar lo deseado! Este es el drama de su vida: verse como
un grano de arena ante la montaña de la santidad, cuya cumbre se pierde en las
nubes. El comienzo de la Ofrenda es justamente la expresión de este conflicto:
“en una palabra, deseo ser santa, pero siento mi impotencia”. Santa Teresita
resuelve el conflicto. Toda su corta vida la gastará en ello. Y la Ofrenda al
Amor misericordioso es la expresión luminosa de su solución.
Solucionando
su problema personal, cree haber hallado el acceso a la cumbre donde la espera
la Santísima Trinidad. Pero pretende haberlo hallado no sólo para ella sino
para todos, y pretende haber hallado no un camino sino un atajo. De allí en
más, cuando los otros hablen de
escaleras a subir, ella va a hablar de ascensores; cuando los otros hablen
de arduas marchas, ella va a hablar de ser llevada en brazos.