Por P. FABRICE DELESTRE
1 - El
Rosario, tal como se reza desde la época de Santo Domingo (entre 1170 y 1221),
es decir, desde hace ocho siglos, ha dado innumerables pruebas de su eficacia
sobrenatural, tanto a nivel individual (es un poderoso instrumento de
santificación, gracias al cual el Cielo se ha poblado y se poblará hasta el fin
del mundo con innumerables elegidos) como a nivel social y político, asegurando
la victoria de la Cristiandad sobre los enemigos de la verdadera Fe (cátaros,
musulmanes y protestantes en particular): toda la historia de la Iglesia desde
el siglo XIII da testimonio de ello. Por tanto, dado que el Santo Rosario ha
mostrado su perfecta eficacia durante ocho siglos, asegurando la salvación de
las almas y de la Iglesia militante, no hay razón para modificarlo
sustancialmente. Además, en las últimas apariciones de Fátima, reconocidas por
la Iglesia, a las que se refiere el Papa (Juan Pablo II, n.d.t.) en su carta
apostólica (Rosarium Virginis Mariae,
§7), la Santísima Virgen pide, en cada una de sus apariciones, el rezo diario
del Rosario tal como se ha practicado siempre.
2 - El
Antiguo Testamento contiene 150 Salmos, que forman el marco del Oficio Divino o
breviario, que todos los sacerdotes están obligados a recitar diariamente en
honor de la Santísima Trinidad y de Nuestro Señor Jesucristo. Este Oficio
Divino está diseñado de tal manera que cada semana el sacerdote recita cada
Salmo al menos una vez. El Rosario, con sus 150 Avemarías, rezadas en honor de
Nuestra Señora, siempre ha sido considerado, en el espíritu de la Iglesia, como
algo semejante al Oficio Divino; por ello, se le llamó «el Salterio de Nuestra
Señora», lo que tenía la ventaja de subrayar el lugar especial y único que
ocupa Nuestra Señora en la devoción de la Iglesia y, en consecuencia, el culto
particular que debe rendirse a la Santísima Virgen María: el culto de la
hiperdulía.
El mismo
Papa subraya esta correspondencia entre las 150 Avemarías del Rosario y los 150
Salmos del Antiguo Testamento (ibid. §19). ¿Por qué entonces añadir 5 nuevos
misterios, haciendo así del Rosario 200 Avemarías, lo que causaría confusión y
rompería la bella simetría que tan bien expresa la verdadera devoción de la
Iglesia en toda su riqueza tan perfectamente ordenada?
3 -
Asimismo, existe una elocuente correspondencia entre los quince misterios del
Rosario y los tiempos más importantes del año litúrgico:
- Los
cinco misterios gozosos, centrados en la Encarnación y la Natividad de Nuestro
Señor, se hacen eco de los tiempos litúrgicos de Adviento y Navidad.
- Los
cinco misterios dolorosos nos sumergen en el espíritu del tiempo cuaresmal,
totalmente orientado hacia la pasión y muerte de Nuestro Señor en la Cruz.
- Por
último, los cinco misterios gloriosos nos recuerdan el tiempo pascual y su
espíritu lleno de alegría y esperanza sobrenatural[1].
Sin
embargo, mientras que la finalidad del año litúrgico es «hacer partícipe al cristiano,
estación tras estación y casi día tras día, de los sentimientos de Cristo en
sus diferentes misterios, haciendo así que el hombre viva la vida en Dios[2],
el Rosario considera los principales misterios de la vida de Nuestro Señor de
otra manera: “prestando una atención muy explícita al lugar que en ellos ocupa
la Virgen[3]”. En consecuencia, el año litúrgico y el Santo Rosario,
complementarios entre sí, ocupan un lugar bien definido en la vida cristiana:
(...) La liturgia no suprime el Rosario, que tiene su propio carácter
irreductible[4]». Proponer cinco nuevos misterios, que giran en torno a Nuestro
Señor y en los que María está casi ausente[5], «para dar una consistencia
claramente más cristológica al Rosario[6], conduce a desnaturalizar este último
porque no respeta su especificidad, y esto es muy grave. Existe aquí un peligro
muy real que podría conducir a un nuevo desprecio del Rosario y a nuevos
ataques a su utilidad en la vida cristiana: si se despoja al Rosario de su
«carácter propio e irreductible», se volverá inútil para muchos, porque se verá
como una duplicación de la liturgia.
4 - Estos
nuevos misterios de «consistencia cristológica» disminuyen el carácter mariano
del Rosario, oscureciendo de un plumazo el lugar único que María ocupa en el
plan de la Redención: el papel de mediadora universal de todas las gracias, en
virtud de su Corredención al pie de la Cruz. De hecho, en el texto de la carta
apostólica del Papa [Juan Pablo II, n.d.b.], no encontramos ni una sola vez
mencionados los términos «Maternidad Divina y Virginal», «Inmaculada
Concepción», «Corredención», «Mediadora Universal de todas las Gracias», que se
refieren a los privilegios únicos que recibió la Santísima Virgen, de los
cuales los dos primeros son dogmas de fe definidos, uno de ellos desde el año
431 en el Concilio de Éfeso, y el otro en 1854 por el Papa Pío IX. Sólo el
privilegio de la Asunción se menciona una vez, en el número 23 de la carta
apostólica. Se tiene la clara impresión de que el Papa intenta evitar el uso de
términos que disgustarían a los protestantes y que podrían crear nuevos
obstáculos al ecumenismo conciliar, al tiempo que intenta hacer aceptable para
esos mismos protestantes un Rosario revisado y corregido que les permita
«profundizar en la implicación antropológica del Rosario, una implicación más
radical de lo que parece a primera vista. Quien contempla a Cristo, recordando
las etapas de su vida, no puede dejar de descubrir en Él la verdad sobre el
hombre. Esta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que ha sido a menudo
objeto de mi magisterio, desde la encíclica Redemptor hominis: «En realidad, el
misterio del hombre sólo se esclarece verdaderamente en el misterio del Verbo
encarnado' (...). Se puede decir, pues, que cada misterio del Rosario, bien
meditado, aclara el misterio del hombre[7]».
Reconozcámoslo,
desde esta perspectiva, ¡no queda mucho de la devoción mariana tradicional, tal
como la Iglesia la ha entendido y fomentado siempre!
Notas:
[1] - El
P. Pius Parch, en la introducción a su libro La Guía del Año Litúrgico, hace esta hermosa comparación: «El viaje
a través del año eclesiástico es como una excursión por las montañas. Tenemos
que escalar dos montañas: la primera es la Navidad. Y luego la montaña principal
de la Pascua. En ambos casos, hay
- Una
ascensión: es el tiempo de la preparación; Adviento, preparación para la
Navidad; Cuaresma, preparación para la Pascua.
- Un
viaje por las alturas, de una cumbre a otra: de Navidad a Epifanía; de Pascua a
Pentecostés.
- Y un
descenso a la llanura: los domingos después de Epifanía; los domingos después
de Pentecostés.
Se ve que
once de los quince misterios tradicionales del Rosario permiten ascender o
situarse en las alturas de las que habla el P. Pío Parch, mientras que los
nuevos misterios luminosos no se encuentran, salvo el quinto, en los tiempos
litúrgicos en los que culmina el año eclesiástico, y no ocupan un tiempo
litúrgico preciso, destruyendo así la correspondencia entre el Rosario y el año
litúrgico.
[2] -
Cita de Mons. Festugière, extraída de su libro La Liturgie Catholique.
[3] -
Citas tomadas del artículo OP del P. Calmel titulado: «Dignité du Rosaire», publicado en el nº 62 de la revista
Itinéraires, abril de 1962, p.142.
[4] - P.
Calmel, ibid.
[5] - La
Virgen está totalmente ausente de cuatro de los cinco misterios luminosos, y
aunque está presente en las bodas de Caná, no se nos invita explícitamente a
contemplar el papel que desempeña en este episodio, sino sólo a Jesucristo en
su autorrevelación. El Papa reconoció bien esta dificultad e intentó responder
a la objeción al final del número 21 de la carta apostólica, explicando que si
«en los misterios [luminosos], a excepción de Caná, María está presente sólo en
segundo plano, (...) el papel que desempeña en Caná acompaña, en cierto modo,
todo el itinerario de Cristo». Pero toda esta explicación es poco convincente.
Algunos podrían objetar que María no está al lado de su Hijo en los tres
primeros misterios dolorosos. A este respecto, hay que entender que, en la
mediación de todos los misterios dolorosos, se nos invita a contemplar a la
Virgen de los Dolores, la Corredentora del género humano al pie de la cruz;
esta Corredención de Nuestra Señora había sido profetizada por el anciano Simeón
en el episodio de la presentación del Niño Jesús en el templo (cuarto misterio
doloroso), cuando dice a María «y a ti, una espada te atravesará el alma, y así
se revelarán los pensamientos ocultos en el corazón de un gran número» (Lc 2,
35).
De este
modo se subraya bien la continuidad entre los misterios gozosos y los misterios
dolorosos, continuidad que se rompe si se intercalan los misterios luminosos,
ya que María, por una disposición de la divina providencia, está casi ausente
de la vida pública de Nuestro Señor, para significar que su misión no era la
misma que la de los apóstoles. P. Calmel, concluyendo su artículo «La dignidad
del Rosario», ya citado, señala muy bien la importancia capital de la
corredención de María en la meditación de los misterios dolorosos: «El Rosario
es una oración de compasión porque se dirige a la Virgen Dolorosa que sufrió
infinitamente al pie de la Cruz por la redención de la humanidad»[6].
[6] - Carta
apostólica Rosarium Virginis Mariae § 19.
[7] -
Rosarium Virginis Mariae § 24. La cita del Concilio Vaticano II está tomada de
la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes,
nº 22.
https://fbmv.org/quatro-razoes-para-se-rejeitar-o-novo-rosario/