Reseña del libro de Marie de la Sagesse Sequeiros,
Pasión y Gloria de la Vendée. Héroes del genocidio francés, Buenos
Aires, Parresía, 2023, 428 pp.
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Por ANTONIO CAPONNETTO
Estamos ante un libro deslumbrante; lo cual –si no nos fallan las etimologías-
quiere decir que nos deja pasmados e impresionados por la luz que arroja u
ofrece. Esa luz es la del martirio heroico; esto es, la del testimonio, ya no
de palabra o de conducta sino de sangre. De sangre derramada por los hijos
fieles de la francesa tierra vandeana, quienes “de pie reconocían a su rey
ungido y de rodillas a su único Dios Verdadero. Ambos amores inseparables
engendraron el alma” de esos singulares combatientes, “y fueron eternizados en
su divisa con dos corazones entrelazados bajo la inscripción: utrique
fidelis, fiel al uno y al otro” (p. 416).
Los hechos con sus protagonistas, que van desfilando a lo largo de una veintena
dinámica de capítulos, constituyen un repertorio edificante de causalidades
ejemplares, un despliegue de paradigmas notables, un muestrario de sublimes
dechados. Bendita guerra justa, que terminó con la “victoria de los vencidos”,
al buen decir del padre Billaud (p. 144). Porque la vera historia es una
aristocracia que se asoma a las almenas de los castillos y alcázares para
flamear tributos de gloria en homenaje a los honorables derrotados. Amén de
que nunca hay derrota, sobrenaturalmente hablando, cuando se lucha para
que Cristo venza.
Le
es imposible a un espíritu sano permanecer indiferente frente a estos relatos
enhebrados con pericia por la Hermana Sagesse –monja andariega y abadesa
andante, la llamaría Braulio Anzoátegui-, que armonizan la erudición con la
pasión, la solvencia investigativa con el júbilo contagioso ante lo sublime, la
ciencia del académico y el pálpito cordial de quien posee la fe intrépida y
valerosa, la prolífica bibliografía con el fervor apostólico, las ilustraciones
artísticas y la prosa sin descuidos. Le es imposible al lector la
apatía; y hasta cualquier asepsia o neutralidad queda vedada al leyente,
como se decía en la vieja lengua castellana.
Por
el contrario, al transcurrir de estas crónicas, página tras página, el leedor se
siente transportado a un mundo arquetípico, conviviendo al fin con las hazañas
y las gestas, familiarizándose con los sacrificios y las abnegaciones de los
perseguidos, con el rayar de los sables y la galopada briosa de los jinetes
diestros del Gran Ejército Católico y Monárquico. Un afán de emulación
y de mímesis nos sacude de la vida muelle y nos convoca a quebrar la
confortabilidad burguesa a la que hemos sido rebajados.
A
riesgo de que se nos incomprenda o se ironice luego, no dejaremos de asentar
que el llanto nos sobrevino con frecuencia al fluir de las
hojas; y que un cierto desborde emocional se apoderó de nuestro ánimo,
convirtiéndolo a veces en un haz de anhelos épicos, líricos, cultuales e
hímnicos. No es fácil que un libro suscite estos efectos. Y es nada más que uno
de sus tantos méritos.
Acaso por los genes humorísticos que recibió en herencia, o por los influjos paradojales de Chesterton, la autora le ha dado a su obra un sesgo claramente binario, en un mundo enfermo que se enorgullece de abolir tamaña categoría. Pero no únicamente de un binarismo conceptual -los santos contrarrevolucionarios son los buenos y los terroristas revolucionarios los infames- sino de un binarismo de género, en el que tanto monta y monta tanto, las agallas de las damas legendarias como los actos de arrojo de los varones sin tacha. Tanto se nos presenta a Perrine Loiseau, que “maniobraba la espada como un terrible molino” (p. 156), como a Jacques Cathelineau, que pasó de conducir mesnadas de peregrinos hacia la capilla de Notre-Dame de la Charité, a conducir ejércitos corajudos cuanto piadosos (p. 164). En el universo de las normalidades ejemplares sólo hay espacios para los hombres y las mujeres, como Dios lo dispuso.