ECLESIOLOGÍA
COMPARADA
Por FR. PIERRE-MARIE O.P.
En Le Sel de la terre N° 1, verano
1992.
Desde San Agustín, el tema de las dos Ciudades,
para designar la Iglesia y la Contra-Iglesia, es bien conocido por los cristianos.
Este tema está desarrollado en particular por el Papa León XIII al comienzo de
su encíclica Humanum Genus sobre los francmasones:
“... el
género humano... se ha dividido en dos campos enemigos, los cuales no cesan de
combatir, uno por la verdad y por la virtud, el otro por todo lo que es
contrario a la virtud y a la verdad. El primero es el reino de Dios sobre la
tierra, a saber, la verdadera Iglesia de Jesucristo... El segundo es el reino
de Satanás.”
Pero, desde el Concilio Vaticano II, se desarrolla
una “nueva eclesiología”, que no es otra cosa que el plan de una nueva Iglesia.
Vamos a comparar entre sí los principales rasgos de
esas tres Iglesias: la Iglesia católica, la Iglesia conciliar y la
Contra-Iglesia.
1. LA
IGLESIA CATÓLICA
La doctrina de la Iglesia sobre sí misma no ha
cambiado desde hace 20 siglos; se encuentra un buen resumen en el esquema
preparatorio al Concilio Vaticano I [1]. Vamos a servirnos de este esquema para
recordar la doctrina tradicional de la Iglesia sobre sí misma. Hemos resumido
esta enseñanza en forma de cuadro, de manera de tener una visión sintética.
1. La naturaleza de la Iglesia.
En sus dos primeros capítulos, el esquema recuerda lo que es la Iglesia:
Ella es,
ante todo, el Cuerpo místico de Cristo. Cristo es cabeza de un organismo
espiritual, del cual uno se hace miembro por el bautismo. Los miembros están
unidos a la cabeza por las virtudes teologales. Finalmente, el Espíritu Santo
es el alma de este Cuerpo místico. Toda esta doctrina fue retomada y
magníficamente desarrollada por Pío XII en su encíclica Mystici Corporis.
Pero la
Iglesia es también una sociedad, fundada e instituida por Jesucristo.
“Porque la naturaleza de la Ley del Evangelio no es que los verdaderos
adoradores adoren cada uno separadamente al Padre en espíritu y en verdad, sin
ningún vínculo social, sino que nuestro Redentor quiso que su religión
estuviera tan íntimamente unida a la sociedad que instituía, que quedara
completamente mezclada y, por así decirlo, asumida en ella, y que no hubiera
ninguna religión de Cristo fuera de ella” [2].