Por MONS.
MARCEL LEFEBVRE
Respecto
a la Nueva Misa, destruyamos de inmediato esta idea absurda si la Nueva Misa es
válida, se puede tomar parte en ella. La
Iglesia siempre ha prohibido a los fieles asistir a las Misas de los cismáticos
y de los herejes, aunque sean válidas. Es evidente que no se puede tomar parte
en Misas sacrílegas, ni en Misas que ponen nuestra fe en peligro.
Además,
es fácil demostrar que la nueva Misa, tal como ha sido formulada por la
Comisión de la Liturgia, con todas las autorizaciones dadas por el Concilio de
una manera oficial, y con todas las explicaciones dadas por Monseñor Bugnini,
presenta un acercamiento inexplicable a la teología y al culto de los
protestantes.
Así, por
ejemplo, no aparecen muy claros, y hasta se contradicen, los dogmas
fundamentales de la Santa Misa, que son los siguientes:
-sólo el
Sacerdote es el único ministro,
-hay
verdadero sacrificio, una acción sacrificial,
-la
Victima es Nuestro Señor Jesucristo presente en la Hostia bajo las especies de
pan y vino con su cuerpo, su sangre, su alma, y su divinidad,
-es
sacrificio propiciatorio;
-el
Sacrificio y el Sacramento se realizan con las palabras de la Consagración y no
con las palabras que preceden o siguen.
Basta
enumerar algunas de las novedades para demostrar el acercamiento a los
protestantes:
-el altar
transformado en mesa, sin el ara,
-la Misa
cara al pueblo, en lengua vernácula, en voz alta
-la Misa
tiene dos partes la Liturgia de la Palabra y la de la Eucaristía;
-los
vasos sagrados vulgares, el pan fermentado, la distribución de la Eucaristía por laicos, en la mano,
-el
Sagrario escondido;
-las
lecturas hechas por mujeres,
-la
Comunión dada por laicos.
Todas
estas novedades están autorizadas.
Se puede
pues decir sin ninguna exageración que la mayoría de estas Misas son sacrílegas
y que disminuyen la fe, pervirtiéndola. La desacralización es tal que la Misa
se expone a perder su carácter sobrenatural, su "misterio de fe",
para convertirse nada más que en un acto de religión natural.
Estas
Misas nuevas no solo no pueden ser motivo de una obligación para el precepto
dominical, sino que además con relación a ellas hay que seguir las reglas de la
Teología moral y del Derecho Canónico, que son las de la prudencia sobrenatural
con relación a la participación o a la asistencia a una acción peligrosa para
nuestra fe o eventualmente sacrílega.
¿Se debe
decir entonces que todas esas Misas son inválidas? Desde que existen las
condiciones esenciales para la validez, es, decir, la materia, la forma, la
intención y el sacerdote válidamente ordenado, no se puede afirmar que sean
inválidas. Las oraciones del Ofertorio, del Canon y de la Comunión del
Sacerdote que rodean la Consagración son necesarias para la integridad del
Sacrificio y del Sacramento, pero no para su validez. El Cardenal Mindszenty en
la prisión, que a escondidas de sus guardias pronunciaba las palabras de la
Consagración sobre un poco de pan y de vino para alimentarse del Cuerpo y
Sangre de Nuestro Señor, realizó ciertamente el Sacrificio y el Sacramento.
Mas a
medida que la fe de los sacerdotes se corrompa y que dejen de tener la
intención que pone la Iglesia (porque la Iglesia no puede cambiar de
intención), habrá menos Misas válidas. La formación actual no prepara a los
seminaristas para asegurar la validez de las Misas. El Sacrificio propiciatorio
de la Misa ya no es el fin esencial del Sacerdote. Nada más decepcionante y
triste que oír los sermones o comunicados de los Obispos sobre la vocación, a
raíz de una ordenación sacerdotal. Ya no saben lo que es un Sacerdote.
Para
juzgar de la falta subjetiva de aquellos que celebran la nueva Misa y de los
que asisten a ella, debemos aplicar la regla del discernimiento de espíritus
según las directivas de la teología moral y pastoral. Debemos actuar siempre
como médicos de almas y no como jueces y verdugos, como están tentados de
hacerlo quienes están animados por un celo amargo y no por el verdadero celo.
Los sacerdotes jóvenes han de inspirarse en las palabras de San Pio X en su
primera encíclica y en los numerosos textos de autores espirituales como los de
Dom Chautard, "El alma de todo apostolado", Garrigou-Lagrange en el
tomo II de "Perfección cristiana y contemplación". y Dom Marmion en
"Cristo, ideal del Monje".
Mons.
Marcel Lefebvre, 8 de noviembre de 1979.