21 de diciembre: nuevo aniversario de su muerte.
Por EDMOND RENE
En
auxilio de los «sacerdotes carniceros»: don Francesco Putti y «la voluntad
libre» según santo Tomás
«
Sacerdotes carniceros »: esta expresión, transmitida por el Padre
Pío a su padre espiritual tras su visión del 4 de abril de 1913 (primer viernes
de mes), puede chocar, pero está tomada de una cita.
La
palabra no es suya:
«Él [Jesús] me mostró una multitud de
sacerdotes… El dolor que sentía me hacía sufrir… Seguía mirándolos con una
mirada horrorizada… dos lágrimas corrían por sus mejillas. Se apartó de
aquellos sacerdotes con una expresión de repugnancia y exclamó:
“¡Carniceros!”».
Una
visión «privada» no es objeto de fe, pues la Iglesia no precipita la adhesión
de sus hijos a lo que ciertos privilegiados nos comunican. Pero aquí, la
palabra queda confirmada por los hechos: la cruel realidad de la profanación
del sacramento del Orden no es otra que la que ha sido revelada en estos
últimos meses, hasta los estupros más sórdidos. Las lágrimas del Sagrado
Corazón prolongan, por las mismas razones, las de su santa Madre en La Salette.
¿Qué
hacer? El Padre Pío suplica a cada uno: «Recemos por ellos para que el Señor
los ilumine y toque su corazón». Él mismo reconducirá a muchos de esos
extraviados, uno por uno, hasta su último aliento, pidiendo ayuda a sus dirigidos
más cercanos. Don Putti fue uno de esos buenos samaritanos.
Don Francesco Putti (1909-1984) fue
contemporáneo del héroe que fue en Francia monseñor Marcel Lefebvre. El prelado
francés le había enviado en la Navidad de 1983 una carta de apoyo durante la
enfermedad que finalmente habría de llevárselo: «Rezamos continuamente a la
Santísima Virgen y a todos los santos del Cielo para que tengan piedad de
nosotros y nos conserven al último heraldo de la fe católica en Roma». Elogio
que dice mucho sobre los deméritos de un Pablo VI.
«El
último heraldo de la fe católica»… Monseñor Francesco Spadafora, eminencia de
las universidades romanas y biógrafo de Don Putti, enumeró numerosos títulos
que lo acreditan. Todos ellos se relacionan con su combate tenaz contra la
proliferación de errores doctrinales y escándalos —así como contra sus autores—
bajo pontificados que hoy no se osa ya proponer a la veneración de los fieles.
Al
anunciarse su fallecimiento, monseñor
Lefebvre, doctor en teología, escribía a las religiosas «Discípulas del
Cenáculo», congregación fundada por Don Putti, que siempre «se alegraba de encontrar junto a él (el
simple sacerdote, casi autodidacta) fuerza y luz en la lucha contra los
destructores de la Iglesia».
¿No solía afirmar el fundador de Ecône que un niño de cinco años que conociera su catecismo podía dar lecciones a su obispo? Don Putti no se privó de hacerlo al fundar, ya en 1975, la revista antimodernista «Sí Sí, No No», que en Roma «nadie conocía pero todos leían», y que llegó a alcanzar hasta 20.000 ejemplares mensuales. Esta revista fue retomada y traducida en varios países, en particular en Francia por medio del Courrier de Rome, por consejo de monseñor Lefebvre.
Tenía
casi cincuenta años cuando fue ordenado. Había pedido consejo a su padre
espiritual, el Padre Pío, quien, conociéndolo bien, sabía que sería un sujeto
apto para consolar al Sagrado Corazón. Se dice que el hombre prolonga al niño:
en su juventud, Don Putti fue un modelo; en la vida profesional, un modelo de
cristiano; en su larga preparación al sacerdocio (no sin maestros, pero sin
condiscípulos), un modelo de seminarista.
La moda
no favorecía las vocaciones tardías. Paciente, humilde y trabajador incansable,
supo convencer. En 1954, con ocasión de las primeras órdenes, el padre guardián
del convento capuchino de La Spezia, donde estudiaba, testimoniaba: «Los demás
padres de la comunidad y yo mismo admiramos la bondad de Francesco y la
seriedad de su vocación. Sus progresos en los estudios son manifiestos». Como
en eco, su obispo confirmará, diez años más tarde: «Franciscano auténtico,
poseía la verdadera sabiduría».
Ya se
perfilaba en él ese rasgo particular que santo Tomás coloca del lado de la
caridad: la voluntad o «facultad libre», que prima sobre la inteligencia o «facultad
necesaria». El hombre se une a Dios por medio de la voluntad (S. Th. I-II, q.
88, a. 6). En el Coliseo fue esa «voluntad libre» la que hizo a los mártires,
como hoy es ella la que permite permanecer fiel a la Tradición. No basta la
misa en sí misma, con incienso y solideo. Hay que querer.
Las
pruebas no lo habían perdonado. La del cuerpo: dejado inválido por una
poliomielitis infantil. La del corazón: con la muerte prematura de su padre
cuando él tenía trece años. La de la inteligencia: con la privación de los
estudios.
Cuando,
último de siete hijos, quiso trabajar para ayudar a su madre, tenía dieciocho
años. La perdió cuando tenía veinticinco y quedó solo, célibe. ¿Pensó entonces
en el sacerdocio, como algunos amigos de la Acción Católica? Dio el paso y no
se lanzó sino a los cuarenta años, guiado y sostenido por un capellán de
estudiantes, monseñor de la Secretaría de Estado, cercano al futuro Pablo VI,
que avaló sus aptitudes. Sin embargo, fue el mismo quien lo traicionó poco
antes de su ordenación, un 29 de junio de 1956. Sus problemas comienzan… No
habían pasado dos meses cuando su obispo quiso suspenderlo, prohibiéndole
celebrar la misa, con falsos pretextos. Ante la evidencia, renunció, pero Don
Putti tuvo que buscar refugio en otra parte. Extraña fiesta la de aquel 22 de
agosto de 1956:
«No me he hecho sacerdote —se defendía— para engañar a mis superiores con
excusas sobre faltas que no había pensado, ni querido, ni cometido. (…) Al ver
que no reconozco “mis culpas”, el obispo me dijo que me suspendería a
divinis. Le pedí que pusiera su decisión por escrito. No hubo suspensión».
¿Se tiene ese valor a los veinticinco años?
Su
discapacidad, que lo condenaba a un ministerio estático, lo llevó a hacerse
confesor. Es el tiempo posterior a Pío XII, el del Concilio con sus papas de un
género nuevo: siempre más para los enemigos de la Cruz, siempre menos para los
amigos de la Verdad. Es la revancha consentida del protestantismo sobre el
Concilio de Trento, el triunfo asumido del liberalismo sobre el Vaticano I, la
fundación querida —por una voluntad libre pero funesta— de una religión nueva
dentro de los límites asignados al cardenal Bea por «aquellos» que no toleran
ni la Tradición, ni los Padres, ni la Santa Misa, ni los Sacramentos, ni al
Mesías.
Mientras
se cumple esta crisálida al revés, medita y reza, hasta someter al juicio de su
obispo el proyecto de la obra de los «Discípulos del Cenáculo» en 1965:
«En el transcurso de mi vida civil, así como
en la vida sacerdotal en la que me encuentro desde hace varios años, he
constatado numerosas y dolorosas defecciones de sacerdotes; algunas son
notorias, pero la mayor parte permanece oculta y son estas las que han
provocado y provocan el mayor daño a las almas: el sacerdocio es degradado y
reducido al estado de oficio. (…) Trabajar por la venida del Reino de Dios y
por la santificación de sus miembros y obtener, por la comunión de los santos,
la santificación del apostolado de los ministros de Dios y la conversión de los
pecadores. (…) Para ello hemos pensado reunir personas con el fin de ofrecer su
vida al Señor… si cada sacerdote tuviera una persona que viviera de oración y
sacrificio por él y por su apostolado».
Para
comprender bien el sentido de las palabras, es necesario relatar otra prueba,
espantosa por su naturaleza, pero no tan sorprendente después de la visión de
los «sacerdotes carniceros».
En 1963,
Don Putti fue citado ante el Santo Oficio, acusado de haber vendido a la prensa
el «scoop» de la profanación de las confesiones del Padre Pío a raíz del asunto
de los micrófonos. La verdad era que una de las víctimas le había pedido que
advirtiera al Santo Padre de aquella ignominia; su obispo no se lo permitió, y
otro se encargó de hacerlo a sus espaldas… ¡por medio de la prensa! El
escándalo fue proporcional a la profanación. En sus notas se encontró el
detalle del interrogatorio, en particular lo que se atrevió a decirle cara a
cara a su acusador sobre las intenciones del verdadero culpable:
«Aunque
mis relaciones con el señor P. son actualmente más que tensas, debo reconocer
que él quería poner de manifiesto de qué lado estaba la podredumbre: allí no se
toma ninguna medida [entiéndase: el obispo concubinario de San Giovanni Rotondo
que mercadeaba con la ordenación de homosexuales; entiéndase: desviar miles de
millones de donaciones para cubrir una bancarrota]; en cambio, allí donde no
hay ningún mal [entiéndase: el ministerio del Padre Pío], se toman medidas
severas. Esto se llama cooperar a la victoria del bien. En efecto, es un deber
desenmascarar las trampas en las que pueden haber caído los Superiores, porque
son hombres y no dioses».
De
acusado pasaba a acusador.
Es este
deber de cooperar a la victoria del bien lo que lo determinará, por medio de Sí
Sí, No No, a «unir a los católicos en torno a la doctrina de la Iglesia,
minada por todas partes, atacada, arruinada por las doctrinas progresistas». Sí
Sí, No No dirá «sí» a todo lo que sea conforme a la fe católica transmitida
por los apóstoles, y «no», sin término medio, a quienes pretendan cambiarla. Seguir
el camino de la verdad, aunque sea doloroso. No tendrá en cuenta títulos ni
poder, no buscará hacerse amigos ni temerá a sus enemigos…
Intrépido,
Don Putti y su equipo de eruditos redactores, prudentemente decididos a no
firmar jamás sus artículos para evitar la destitución de los altos cargos que
ocupaban en la Iglesia, atacaban de frente el error y a sus autores, sin
perdonar a ninguna eminencia.
Así, al
futuro Benedicto XVI, que supo hacerse pasar por «un amigo de la Tradición»
—casi su protector hasta 2012—: «Ratzinger: un Prefecto sin fe (sic) en la
Congregación de la Fe». O también: «El P. Rosssato no cree en la
transubstanciación», «Un grupo de poder oculto en el Vaticano para el próximo
concilio», «Una “ventanilla” para divorciados en el nuevo catecismo», «Semper
infideles»…
Reducida a
quia, la Autoridad Suprema quiso… reducirlo al silencio, no sobre el fondo
sino por linchamiento: campaña de difamación en Il Tempo, por un jesuita
que repetía que la revista no era más que un panfleto, y en abril de 1979 en L’Osservatore
Romano, cuyo director sentenció que Don Putti era un «sembrador de cizaña».
¡El golpe del Gran Acusador antes de tiempo! El periódico del Papa, o el propio
Papa, al negarse a publicar las rectificaciones solicitadas, Don Putti recurrió
a la justicia civil italiana, que en 1981 condenó al difamador a publicar la
sentencia bajo multa coercitiva. ¡Una primicia! Se puso al director a salvo de
las persecuciones del Estado italiano haciéndolo ciudadano del Estado del
Vaticano… Para Don Putti y sus redactores, el honor quedaba a salvo:
«La
condena alcanza a la Secretaría de Estado de Su Santidad que, en su orientación
modernista, ha perdido incluso las apariencias de un comportamiento correcto,
no solo desde el punto de vista religioso y moral, sino también desde el punto
de vista civil».
San Pío X
predicaba a sus obispos la prudencia en la elección de los aspirantes al
sacerdocio: «¡Más vale tener pocos, pero buenos! ¿Qué haremos con ellos si se
vuelven dudosos e indignos?» Vivía aún, en aquel año 1913, bajo el impacto de
la visión de los «sacerdotes carniceros».
La
hospedería de Santa Marta, que hoy alberga a algunos de ellos, no existía
entonces. Para medir toda la actualidad del consejo de san Pío X, la naturaleza
del mal profundo revelado por Nuestro Señor al Padre Pío y la necesidad de
continuar el combate de Don Putti, hay que llegar hasta el final del relato de
1913 del Padre Pío:
«Jamás podré revelar a nadie lo que Jesús me
reveló a continuación. Esta aparición desencadenó en mí tantos dolores morales
y físicos que permanecí postrado todo el día. Habría creído morir si Jesús no
me hubiera revelado entonces… (dejado en blanco en el original). ¡Cuánta razón
tiene Jesús en quejarse de nuestra ingratitud! ¡Cuántos de nuestros desdichados
hermanos responden a su amor arrojándose con los brazos abiertos en la infame
secta de los masones!».
¿No es
precisamente esta denuncia la que falta en las nauseabundas «revelaciones» de
estos últimos meses, que nadie ignoraba del todo? La única que pone nombre a la
Hidra que hay que abatir. Para ello hay que quererlo, con «voluntad libre».
Monseñor
Spadafora concluye su hermoso libro dedicado a Don Putti con esta fina
reflexión del gran Pascal, que podría alentar a algunos:
«Así como es un crimen perturbar la paz allí
donde reina la verdad, también es un crimen permanecer en paz cuando la verdad
es destruida».
Edmond RENE
Notas:
Carta del
Padre Pío al Padre Agostino, su padre espiritual, del 7 de abril de 1913:
«El viernes por la mañana [28 de marzo de
1913], Jesús se me apareció cuando aún estaba en la cama. Se encontraba en un
estado muy lamentable, irreconocible. Me mostró una multitud de sacerdotes
regulares y seculares, entre los cuales había varios dignatarios de la Iglesia;
entre ellos, algunos celebraban, otros se revestían con sus ornamentos
sacerdotales o se los quitaban.
El dolor que Él experimentaba me hacía
sufrir, y pregunté a Jesús la razón de su sufrimiento. No obtuve respuesta.
Continuaba, con la mirada horrorizada, fijando a aquellos eclesiásticos. Como
si estuviera cansado de mirar, alzó los ojos hacia mí y descubrí con espanto
que dos lágrimas corrían por sus mejillas. Se apartó de todos aquellos
sacerdotes con una expresión de repugnancia y exclamó: «¡Carniceros!». Luego,
dirigiéndose a mí, dijo: «Hijo mío, no creas que mi agonía haya durado solo
tres horas; no, a causa de las almas a las que más he colmado de beneficios,
durará hasta el fin del mundo. Durante el tiempo de mi agonía no hay que
dormir, pues mi alma necesita algunas lágrimas de compasión humana. ¡Ay!, los
hombres me dejan solo bajo el peso de su indiferencia. La ingratitud y el sueño
de mis ministros hacen mi agonía más penosa»».
Fuente: Padre
Pío de Pietrelcina, Recopilación de cartas – correspondencia con sus directores
espirituales, editorial Pierre Téqui, p. 344.
2 – Niños
pervertidos.
3 – Le
Courrier de Rome cesó esta colaboración hacia 2010.
4 –
Véase:
– Padre
Pío, el estigmatizado, de Yves Chiron, ediciones Perrin y Tempus;
– Don
Putti, fundador de “Sí sí no no”, heraldo de la fe católica, de Mons.
Francesco Spadafora, ediciones Les Amis de Saint François de Sales.
