Por CANONICUS
ROMANUS
Prólogo
Parafraseando al padre Cornelio Fabro, afronto la cuestión del “giro
antropológico”[1] del Concilio Vaticano II para tratar de comprender de dónde
ha venido y adónde podría conducirnos si lo siguiéramos.
O Dios o el Yo
Pablo VI, en la Homilía de la novena
sesión del Concilio (7 de diciembre de 1965), dijo: «La religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la
religión (porque tal es) del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un
choque, una lucha, un anatema? Podía haber sido, pero no ha sucedido. […]. Una
inmensa simpatía lo ha invadido todo. […]. ¡También nosotros, nosotros más que
nadie, somos los cultores del hombre!» (Enchiridion Vaticanum, Documentos.
El Concilio Vaticano II, EDB, Bolonia, IX ed., 1971, pp. 282-283).
¡Cuán estridente resulta esta frase,
objetivamente blasfema, de Montini, “cultor del hombre” y, más aún, de la
“religión del hombre que se hace Dios”!:
1.º) con la Encarnación del Verbo, que «se
anonadó hasta tomar forma de hombre» (Flp., II, 3-7);
2.º) con lo que sobre ella escribe san
Agustín: «El Verbo de Dios se hizo hombre para que el hombre no se atreviera a
hacerse semejante a Dios» (Sermones, LXXVII, 11-12);
3.º) con lo dicho por Pío XII en el
Radiomensaje de Navidad del 24 de diciembre de 1952: «El satanismo más profundo
y capilar es la apoteosis del hombre»; y, por último,
4.º) con lo escrito en 1903 por san Pío X en
la encíclica E supremi apostolatus cathedra, en la que identificaba el
“culto del hombre” con «la esencia del Reino del Anticristo».
En resumen, Montini y el Vaticano II contradicen lo que enseñan la Sagrada
Escritura (san Pablo) y la Tradición patrística (san Agustín); es decir, las
dos Fuentes de la divina Revelación y el Magisterio (Pío X y Pío XII), que es
su intérprete auténtico.
Si nos asaltara la duda de que este “culto del hombre” y esta “religión del hombre que se hace Dios”, presentados como los dos pilares del Vaticano II, fueran una opinión puramente subjetiva y personal de Montini, basta leer lo que escribió Juan Pablo II en la encíclica Dives in misericordia de 1980: «Mientras las diversas corrientes del pensamiento humano, en el pasado y en el presente, han sido y continúan siendo propensas a dividir e incluso a oponer el teocentrismo al antropocentrismo, la Iglesia [del Concilio Vaticano II, ndr] […] trata de conjugarlos […] de manera orgánica y profunda. Y éste es uno de los puntos fundamentales, y quizá el más importante, del Magisterio del último Concilio».
En definitiva, también el papa Wojtyła enseña
que Dios y el hombre coinciden, es decir, son la misma cosa (panteísmo), según
la neoteología del Vaticano II; es más, sube el tono y especifica, para quien
no quisiera entenderlo, que «éste es uno de los puntos fundamentales, y quizá
el más importante, del Magisterio del último Concilio».
Además, según Montini, el Vaticano II,
«enteramente impregnado de una inmensa simpatía por la religión del hombre que
quiere hacerse semejante a Dios», se ha atrevido a hacer precisamente aquello
que el Verbo nos enseñó a no pensar siquiera en realizar: «hacerse semejante a
Dios». Por tanto, no es exagerado
afirmar que la doctrina del Vaticano II es la misma del Anticristo y del
Anti-Dios.
Por último, siempre según Pablo VI, gracias
al Concilio Vaticano II, la pretensión del hombre moderno de «hacerse semejante
a Dios» coincidiría nada menos que con el ejemplo de humildad y de máxima
«anonadación / exinanivit semetipsum» (Flp., II, 7) del Verbo divino,
que se hizo hombre.
He aquí otra coincidentia oppositorum
—nada menos que entre el diablo y Cristo, entre el satanismo y el cristianismo—
que en la divina Revelación había sido solemnemente rechazada y condenada:
«¿Qué alianza puede haber entre Cristo y Belial?» (san Pablo, 2 Cor., VI, 15),
y que nos muestra el carácter diabólicamente preternatural del Vaticano II y
del postconcilio.
El padre Gabriele Allegra citaba a Pío IX,
quien solía decir: «Durante los Concilios actúan sobre todo tres entidades:
Dios, el diablo y el hombre». Luego, el padre Allegra confesaba: «Por
desgracia, durante el Concilio Vaticano II he visto actuar sobre todo al
demonio» (Ideo multum tenemur Ei, cuaderno III, 23 de agosto de
1975)[2].
La Iglesia ha enseñado siempre que todo el
“mundo” —no en cuanto criatura física de Dios, sino en el sentido moral y
peyorativo (quienes viven según el espíritu mundano o carnal, opuesto al
angélico o divino)— está sometido al diablo, según el dilema «o Dios o el Yo»,
«o la verdad o la mentira», «o Dios o Mammón».
El Maligno es llamado por ello también «el
príncipe de este mundo» (Jn., XII, 31; XIV, 30), «el dios de este mundo» (2
Cor., IV, 4). El reino de Satanás se opone al de Dios (Mt., XII, 26). Satanás
arranca del corazón del hombre el buen grano de la palabra de Dios para
sustituirlo por la cizaña o falso grano del error (Mc., IV, 15). Su intención
es «cegar las mentes de los que todavía no creen, para que no sean iluminados
por el Evangelio de la gloria de Cristo» (2 Cor., IV, 4). El mundo de Satanás
combate en el tiempo contra el Reino de Dios, pero Jesús al final vencerá y
derrotará definitivamente a Satanás y conquistará el mundo (Jn., XVI, 33).
«Hasta el fin del mundo habrá oposición entre los “hijos de Dios” y los “hijos
del diablo” (Jn., VIII, 44), los cuales realizan las “obras del diablo” (Hch.,
XIII, 10), que se resumen en el engaño o la seducción (Jn., VIII, 44; 1 Tim.,
IV, 2; Apoc., XII, 9), por la cual a la verdad y a la justicia se sustituyen el
error y el pecado (Rom., I, 25; Sant., V, 19)».
El satanismo
Genéricamente, el satanismo es el estado de aquello que es satánico, es decir,
sometido e incluso “consagrado” a Satanás. El satanismo está enteramente
penetrado e impregnado del espíritu de Satanás, el adversario de Dios y del
hombre.
De manera específica, el término satanismo
asume tres significados: 1.º) el imperio de Satanás sobre el mundo; 2.º) el
culto rendido a Satanás; 3.º) la imitación de su rebelión contra Dios.
Es necesario estudiarlos los tres para
comprender bien el significado del concepto de satanismo y su relación con la
modernidad, la posmodernidad y el Vaticano II.
1)
El imperio de Satanás sobre el mundo
San Agustín nos habla de dos ciudades, una de
Dios y la otra del diablo, que se fundan sobre dos amores opuestos: el Yo y
Dios (De civit. Dei, XIV, 18).
Pío XII, de manera radicalmente contraria a lo que proclamó Montini al
clausurar el Concilio Vaticano II, enseñó que el satanismo más profundo y
capilar es la apoteosis del hombre, con la reducción de la religión a cosa
privada, y que, tras haber casi derribado el cristianismo, aplica las dos vías
falsas del colectivismo socialista y del individualismo liberal, las cuales
conducen a la humanidad a la aniquilación, primero moral y luego física
(Radiomensaje de Navidad, 24 de diciembre de 1952, nn. 12-30). San Pío X,
incluso, califica como sustancialmente anticrístico el ser “cultor del hombre”,
tal como Pablo VI se calificó a sí mismo y al Vaticano II.
Ciento veinte y sesenta años después, tocamos
con la mano estas dos terribles profecías de Pío X y Pío XII, que por desgracia
se han hecho realidad.
«Hoy, mediante la bondad puramente natural, el príncipe de este mundo trata de
encadenar a los hombres para conservarlos más seguramente bajo su dominio, es
decir, lejos de la verdadera Iglesia de Cristo»[3]. El culto del hombre,
característica sustancial del Reino del Anticristo, ha penetrado incluso hasta
la cumbre del Vaticano y ha infectado todo el ambiente eclesial y el universo
entero.
2)
El culto de Satanás
Si se niega la existencia del diablo, se
niega también el culto que se le rinde. Hoy, la victoria más peligrosa de
Satanás es haber sacudido la fe católica en su existencia real. No menos
perniciosa es la superstición opuesta, es decir, el culto rendido a Satanás
como “divinidad” (malvada) a la que hay que aplacar y servir para los propios
intereses personales (honores, riquezas y placeres).
Los gnósticos antiguos habían identificado a Satanás con la serpiente del
paraíso terrenal (Ireneo, Adv. haer., I, 24; Tertuliano, Praescr.,
47), la cual es exaltada por haber reivindicado los “derechos del hombre, el
culto del hombre, la apoteosis del hombre” (el “culto del hombre” reivindicado,
para el Vaticano II, por el propio Montini: «¡También nosotros, nosotros más
que nadie, somos los cultores del hombre!»), revelando a Adán el conocimiento
(gnosis) del bien y del mal y enseñándole la rebelión contra los Mandamientos
de Dios. Para los gnósticos cainitas (cf. Ireneo, ibíd., I, 31), los verdaderos
liberadores son los grandes rebeldes que se han alzado contra Dios: Caín, Esaú,
los habitantes de Sodoma y, sobre todo, Judas, que habría liberado a la
humanidad de Jesús.
Monseñor Antonino Romeo nos explica cómo «el
culto de Satanás se concentra en las misas negras […], que recuerdan fórmulas y
ritos masónicos. […] Guarida secreta del satanismo es ciertamente la masonería,
la cual hereda la fe y las costumbres del gnosticismo cainita»[4]. Ahora bien,
sabemos que la masonería (especialmente la judaica, el Bené Berìth) ha
desempeñado un papel fundamental al menos en la elaboración de dos documentos
del Vaticano II: Nostra aetate (28 de octubre de 1965) y Dignitatis
humanae personae (7 de diciembre de 1965)[5].
3)
La rebelión satánica
Consiste en la afirmación heroica del Yo y en
la apoteosis del hombre, defendidos en su absoluta integridad. Monseñor
Antonino Romeo escribía: «Incluso algunos teólogos católicos, para adular la
voluntad o libertad humana, ya no reflejo de la divina, se atreven a acariciar
el “riesgo del pecado” […], en una postura de “riesgo” mortal, que tiene muchos
puntos de contacto con el “titanismo” actual»[6].
Ahora bien, el mismo riesgo titánico, el de osar luciferinamente “hacerse
semejante a Dios”, ha sido exaltado por Montini como la gran conquista del
mundo moderno y del Vaticano II: «La religión de Dios que se ha hecho hombre se
ha encontrado con la religión (porque tal es) del hombre que se hace Dios. […].
¡También nosotros, nosotros más que nadie, somos los cultores del hombre!».
Conclusión
A partir de estas premisas, la única
conclusión lógica que puede extraerse es que la Teología del Vaticano II —resumida exactamente por Montini en la
siguiente tesis: «La religión de Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado
con la religión (porque tal es) del hombre que se hace Dios»— procede de la
antropolatría (culto del hombre) y conduce inexorablemente al luciferismo, es
decir, a la pretensión de “hacerse semejante a Dios”, pretensión que convirtió
al Ángel bueno en un ángel caído y maligno, es decir, el diablo.
Depende de nosotros: 1.º) no seguir sus
huellas, sino colocarnos bajo el estandarte de san Miguel Arcángel, que gritó
contra el “No serviré” de Lucifer: «¿Quién como Dios?»[7]; 2.º) ponernos en la
escuela de san Agustín, según el cual: «El Verbo de Dios se hizo hombre para
que el hombre no osara hacerse semejante a Dios» (Sermones, LXXVII, 11-12). Por
desgracia, el Vaticano II, como dijo Montini, representa la audacia de quien
osa “hacerse semejante a Dios” y, como profetizó Pío XII, consiste en la
luciferina “apoteosis del hombre”.
Por tanto, para no acabar como Lucifer, precipitado en el infierno creado
expresamente para él, es necesario pensar y obrar diametralmente en contra (agere
contra per diametrum) de lo que ha pensado y hecho el Vaticano II: anonadarse
como el Verbo y no exaltarse como Lucifer, pues «el que se ensalza será
humillado y el que se humilla será ensalzado» (Lc., XIV, 11).
Canonicus Romanus
[1]Cf. C. Fabro, El giro antropológico de
Karl Rahner, Milán, Rusconi, 1974.
[2]«Pío IX decía en tiempos del Primer
Concilio Vaticano que el Concilio está hecho por el Espíritu Santo, por los
hombres y por el diablo […]; en ciertas ambigüedades litúrgicas y
disciplinarias […], en el pluralismo teológico […], yo veo la presencia del inimicus
homo, la obra de Satanás, es decir, de uno de esos tres personajes que han
trabajado en el Concilio Vaticano II» (padre Gabriele Allegra, Ideo multum
tenemur Ei, cuaderno III, 23 de agosto de 1975).
[3]Adolfo Stolz, Teología de la mística,
Brescia, 1940, p. 66.
[4]A. Romeo, Enciclopedia Católica,
Ciudad del Vaticano, vol. X, 1953, col. 1958, voz “Satanismo”.
[5]Cf. E. Ratier, Misterios y secretos del
B’nai Brith, París, Facta, 1993, pp. 114-115 y 371-381; trad. it., Misteri
e segreti del B’nai Brith, Verrua Savoia – Turín, CLS, 1995; J. Madiran, El
acuerdo secreto de Roma con los dirigentes judíos, en «Itineraires», n.º
III, septiembre de 1990, p. 3, nota 2.
[6]A. Romeo, ibíd.
[7]San Miguel no era panteísta, sino que,
según el “principio de identidad y de no contradicción”, creía que “Dios =
Dios; hombre = hombre; hombre ≠ Dios”. En cambio, según Montini, el Vaticano II
y Wojtyła, “el hombre es Dios”. Como se ve, nos encontramos ante dos
concepciones diametralmente opuestas e inconciliables: “O Cristo o Belial”, “o
el Cristianismo o el Panteísmo del Vaticano II”.
https://www.sisinono.org/anno-2025/487-15-settembre-2025.html
