Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

lunes, 8 de diciembre de 2025

INMACULADA CONCEPCIÓN

 


EXHORTACION PASTORAL

ANIVERSARIO LXXV DE LA DEFINICIÓN DOGMÁTICA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

Por CARDENAL ISIDRO GOMÁ

 

Al acercarse la fecha jubilar de aquel acontecimiento, famoso en los fastos del dogma católico y en la historia de la piedad mariana, que llenó de júbilo santo al mundo cristiano y de despecho a los racionalistas e impíos, sentimos la necesidad, amados hijos nuestros, de llamaros la atención sobre el misterio de la Concepción Inmaculada de nuestra Santísima Madre y lo que debe ser para nosotros la celebración de las "bodas de diamante" de su definición dogmática. Brevemente, que otra cosa no consiente el agobio de asuntos en que estos días nos movemos, vamos a excitar vuestra devoción a la Señora en este fundamental misterio de su Concepción sin mancha y a indicaros lo que él representa en la ideología y en la vida cristiana de nuestros días.

 

EL GRAN PRIVILEGIO

 

Es la Concepción Inmaculada el singularísimo privilegio concedido por gracia de Dios omnipotente a María Santísima, en virtud del cual y en previsión de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha original en el mismo instante primero de su Concepción.

De los millares de millones de descendientes de Adán, sólo Jesucristo, nuestro divino Redentor, y su benditísima Madre han sido libres del universal naufragio en que sucumbió toda la humanidad, al sucumbir nuestros primeros padres a la sugestión del infernal enemigo. Jesucristo, porque su concepción es obra del mismo Dios santísimo, y no podía ser el Santo Hijo de Dios mancillado por el enemigo de Dios. La Virgen María, Madre de Jesucristo, porque, aun concebida según el orden natural establecido por Dios en la propagación del género humano, quiso Dios fuera librada del pecado de origen que a todos mancilla, interviniendo el mismo Dios en forma sobrenatural y excepcional en el primer momento de su vida, represando la invasión del pecado por una redención preservativa, en virtud de los futuros méritos de Jesucristo, su divino Hijo, previstos por Dios y a Ella aplicados en el primer instante de su Concepción.

Todos los hijos de Adán, excepto Jesús y la Virgen, decimos con toda verdad "He aquí que he sido concebido en iniquidad, y en el pecado me concibió mi madre" (Ps. 50, 7.): entre las puras criaturas, sólo la Virgen está exenta del peso tremendo de las consecuencias que en esta sentencia de David se encierran. Baja la Humanidad, en llenísima corriente, por el cauce de los siglos, decía el viejo poeta, y toda ella, sin una excepción, canta la elegía lúgubre del pecado universal: "¡Ay de nosotros, que hemos pecado!" En medio de esta hecatombe de la humana inocencia, solamente la Virgen puede cantar el himno del triunfo total y absoluto sobre el poder del mal. Sólo ella es la toda hermosa, más pura que el rayo de la luz primera, reproducción, con muchísima ventaja, del tipo de inocencia primitiva que saliera de las manos de Dios al crear a nuestros primeros padres. Si cuando creaba Dios a Adán pensaba en el Adán segundo, prototipo del hombre perfecto, según dice un Santo Padre, cuando creaba a Eva, tenía en su mente a esa Mujer de privilegio, bendita en todas las mujeres y prototipo de justicia, más que nuestra madre primera.

Aparecía ya la inmaculada figura de María, la futura Madre de Dios, en los horizontes del paraíso terrenal, cerrados por Dios a toda esperanza que no fuera la de esta Madre y su Hijo por las realidades tremendas de la maldición de Dios: “Pondré enemistades entre ti y la mujer” dijo Dios a la infernal serpiente. “Ella aplastará tu cabeza con su pie”: no hubiese aplastado totalmente la cabeza de su enemigo si por un solo instante hubiese estado bajo el poder de él. Lo que presagiaba Dios en las palabras que le enviaba, el arcángel San Gabriel, en el histórico del "Protoevangelio", lo declaraba, en nombre de Dios mensaje de Nazaret, cuando saludó a la Virgen "llena de gracia": hubiérale faltado la plenitud de la gracia a la doncella de Nazaret si hubiese sufrido la mordedura del pecado, aunque hubiese sido un solo instante de su vida.

He aquí, venerables Hermanos y amados hijos nuestros, por qué el solo pensamiento de este privilegio sin par de nuestra Madre debe llenar de gozo exultante nuestros pechos de hijos de tal madre. Porque no se trata ya de ser de nuestra naturaleza y de nuestra raza que ha sido encumbrado a las alturas de un privilegio único y de una santidad única en el mundo -lo que debiera engendrar en nuestro pensamiento y en nuestro corazón la admiración y el entusiasmo por esta obra selecta de la mano de Dios -, sino que se trata de nuestra Madre en el espíritu, que precisamente fue elevada a las alturas de su santidad inmaculada para ser la Madre del Hijo de Dios y la Madre universal de todos los que hemos sido hechos hijos de Dios.

El sentimiento de gozo filial por tan singular privilegio de nuestra Madre llena la historia de la piedad mariana de todos los siglos. "Nada tomó más a pecho la Iglesia Romana, dice Pío IX en la Bula Ineffabilis, que afirmar, defender, promover y vindicar el culto y doctrina de la Concepción Inmaculada, por todos los medios". Los Padres en sus obras, las Liturgias, especialmente las orientales en formas profundamente llenas y hermosamente expresivas, las fiestas en honor de este misterio de la Señora, ya celebradas en el siglo VII, los himnarios de los mejores tiempos de la piedad mariana; todo ello no es más que un himno secular con que cantan los hijos este privilegio de María su Madre: himno de notas cada vez más universales y llenas a medida que se acercan los tiempos de la definición dogmática del gran misterio. Las mismas controversias, agudísimas, de los siglos XII y XIII habidas entre los teólogos de las distintas escuelas, no hicieron más que levantar una polvareda pasajera en el campo de la piedad y de la ciencia mariana para que brillara luego más radiante el sol de la verdad.

A este himno debemos acoplar nuestra voz: a este latir veinte veces centenario de la cristiandad debemos sumar el latido de nuestro corazón de hijos, siempre que nos ocurra la memoria de este privilegio que levanta a nuestra Madre sobre la criatura.

 

SÍNTESIS DE LOS PRIVILEGIOS DE MARÍA

 

Es sagaz la piedad filial, venerables y amados hijos nuestros; los buenos hijos saben descubrir y estimar las perfecciones de su madre; y el pueblo cristiano, a quien el Hijo de María diera desde lo alto de la Cruz por Madre a su propia Madre, ha adivinado la inmensidad de perfección de la Señora que se encierra en el solo hecho de su Concepción Inmaculada.

Nuestra Madre es Inmaculada, porque debía ser concepción santísima de singular privilegio la de esta criatura en que, por decirlo así, el privilegio es ley normal de su vida. Ella es Madre-Virgen; lo es de un Hijo que es Hombre-Dios; da a luz sin dolor; vive sin mancha; muere sin pena; y en el mismo comienzo de su vida purísima aventaja en santidad a la más santa de las puras criaturas. Una concepción maculada por la mancha de origen hubiese sido una excepción en esta vida de excepciones, y una sombra inexplicable en la luz del ser y de la vida de esta Mujer, a la que viera San Juan vestida de la luz del sol.

Es inmaculada nuestra Madre, porque es la Madre del segundo Adán, el Inmaculado, el puro, el inocente, el segregado de los pecadores y el más excelso de los cielos, como le llama el Apóstol (Hebr. 7, 26.1); y hubiese sido desdoro del Hijo la mancha de la Madre, aunque hubiese sido la de origen; aunque hubiese sido la de un instante.

Es Inmaculada, porque es Hija del Padre, y Madre del Hijo, y Esposa del Espíritu Santo; y en este concierto de relaciones espirituales con la Trinidad Santísima, hubiese sido un desconcierto la más leve mancha de la criatura que, por designio de Dios, fue llamada a este misterioso consorcio con Dios Trino y Uno, origen fontal de toda santidad.

Lo es aun, porque es el tipo más perfecto de la belleza creada, en el orden natural y en el sobrenatural; y Dios, que hizo inmaculada a la primera Eva, inferior a esta altísima criatura, debía con mayor razón hacer tal a la Eva segunda; y el que crio sin mancha a los ángeles, espíritus puros que son los cortesanos de Dios en el cielo, con mayor motivo debía crear Inmaculada a la Reina de los ángeles, que debía sentarse un día junto a la Santísima Trinidad para recibir rendida pleitesía de todos ellos.

Ya veis, venerables Hermanos y amados hijos nuestros, que la Concepción Inmaculada de la Virgen es la cifra y compendio de todas sus grandezas; porque si la divina Maternidad de María es como la razón que las exige todas, según doctrina del Angélico; pero la Concepción Purísima de la Madre de Dios es como la realización histórica de todas ellas, y una prueba, en el primer instante de su vida, de que Dios la quería tal como la exigiría su futura maternidad. La Virgen Inmaculada es el gran signo que viera San Juan en el Apocalipsis: "Una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y su frente coronada por corona de doce estrellas" (Apoc. 12, 1). Así entra la Madre de Dios en la corriente de la humana vida hecha por Dios no sólo una criatura de privilegio, en cuanto la preservó del pecado original, sino como una síntesis de toda perfección y grandeza, de orden natural y sobrenatural, a que puede ser elevada una pura criatura, y de la que la Concepción Inmaculada es la expresión.

Por esto, si este santísimo misterio reclama de nosotros una devoción especial, en cuanto es privilegio singularísimo de nuestra Madre, no le exige menos en cuanto es como la concreción de todas sus grandezas, el foco en que se condensa toda la luz de esta Mujer de luz, y que ilumina, ya desde el primer instante de su vida, todo el ser excelso y los grandes destinos y funciones de esta criatura sin par.

 

LO QUE FUE LA DEFINICIÓN DOGMÁTICA

 

A estas razones que persuaden la especialísima devoción que todo cristiano debe profesar al misterio de la Concepción Inmaculada de nuestra Madre, añadimos la razón de lo que representa en los tiempos modernos la definición dogmática del mismo, razón que tiene especialísimo valor en este LXXV aniversario de aquel memorable hecho. Tal vez ninguna definición dogmática ha sido preparada con más exquisitos cuidados, esperada con ansias más vivas, recibida con aplauso más universal, y hasta más censurada por la crítica insipiente e impía de los enemigos de la Iglesia y de la Virgen. Pío IX, a quien no se ocultaba la gran autoridad de algunos teólogos que defendieron como más probable la opinión contraria a la Inmaculada Concepción, pero que profesaba una devoción profunda a este misterio de la Madre de Dios y creía llegado el momento de su definición dogmática, sometió el gravísimo negocio a los teólogos más sabios de su tiempo, requirió por escrito el parecer de todos los Obispos del orbe católico, sopesó todas las razones, de fondo y de conveniencia. El peso de los argumentos favorables a la definición era abrumador. El Papa no dudó; ni podía dudar porque el misterio de la Concepción Inmaculada de María brillaba con luz meridiana en el campo de la ideología y de la vida cristiana de todos los siglos, y porque la luz del Divino Espíritu que le asiste, como Maestro supremo de la ver-dad, le indicaba que era ya llegada la hora de la esperada definición.

Concretado ya el pensamiento del Papa en la Bula Ineffabilis, llegó el 8 de diciembre de 1854, en que celebró Pio IX solemne Pontifical en San Pedro del Vaticano. Cuenta un testigo presencial que cuando el Papa, rodeado de una corona de 54 Cardenales, 43 Arzobispos y 92 Obispos y ante una multitud de más de 50.000 fieles que se estrujaban en las amplísimas naves del templo, tomó en sus manos la Bula de la definición, y llegó a la lectura de aquellas palabras: “A la mayor gloria de la Madre de Dios, con la autoridad de los santos apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra...”, tembló de emoción la voz del Papa, se llenaron de lágrimas sus ojos y tuvo que hacer gran esfuerzo para dominar la conmoción de su espíritu, acabando luego con voz entera y robusta la lectura de la formula solemne de la definición: “Declaramos y definimos que es doctrina revelada por Dios la que sostiene que la beatísima Virgen María en el primer instante de su Concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente y en previsión de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, fue preservada de toda mancha de pecado original.”

La definición dogmática de la Concepción Inmaculada de María señala una de las fechas más memorables y trascendentales en los fastos de la vida cristiana: tal vez no haya otra que compararse pueda con ella, si no es la de aquella famosa noche en que más de trescientos Obispos salían del Concilio de Éfeso después de declarar la maternidad divina de María, acompañados por todo el pueblo que, agitando encendidas antorchas cantaba el "Santa María, Madre de Dios...", que se repetirá hasta el fin de los siglos.

Porque esta definición fue un triunfo gloriosísimo de la Iglesia sobre el materialismo y el racionalismo. Sobre el materialismo, porque fue la proclamación pública, solemnísima de los derechos preeminentes del espíritu sobre los de las caducas cosas de la tierra. Sí, la Virgen es "toda hermosa", tota pulchra y lo es hasta en su cuerpo virginal, cuya belleza inútilmente han tratado de reproducir los grandes artistas cristianos, pero principalmente es hermosa con la hermosura espiritual de un ser que no solo no conoció jamás la fealdad de la culpa, sino que recibió de lleno la gracia de Dios que, como dice el Angélico, "embellece como la luz, ya en el primer instante de su Concepción.

Cuando la corriente del materialismo neopagano lo invadía todo, Pio IX declara dogma de fe la Inmaculada Concepción de María. Es la pureza "inmaculada" que se opone a la corrupción, la santidad al pecado, las prerrogativas del espíritu a las bajas tendencias de la carne, los encumbramientos del ideal a las solicitaciones de la materia, que, como dice el Sabio, aggravat animam (Sap. 9, 1), tira del espíritu por el asidero del cuerpo vil. El mismo Proudhon se extasiaba ante la consideración de una Virgen sin mancilla, sentada en el trono excelso que Dios la dio y atrayendo con la simpatía de sus virtudes y la fuerza de sus prerrogativas a la raza pecadora hacia las alturas donde Ella está. Es una manera de expresar el post te curremus... (Cant. I, 3); te seguiremos, Señora, arrastrados por la delicia de tus perfumes.

También el racionalismo quedó quebrantado por la definición dogmática de la Concepción Inmaculada de la Señora. El racionalismo es soberbia de la razón, pecado fundamental de pensamiento. Es la expulsión de Dios del campo de la actividad del hombre, en todos los órdenes, desde las alturas del pensamiento hasta las pequeñas cosas de la vida. Y el dogma de la Inmaculada por el fondo doctrinal que contiene, por la historia de miseria que evoca, por el mismo procedimiento de la declaración, es tremendo golpe asestado al racionalismo.

Por el fondo doctrinal. Porque este dogma importa la proclamación de los dogmas fundamentales de nuestra religión, especialmente la Encarnación y la Redención, es decir, todo el sistema del sobrenaturalismo cristiano. La Virgen es Inmaculada porque debía ser Madre de Dios, esto es, porque Dios quería restaurar el orden sobrenatural en el mundo, perdido por el primer pecado, y para ello quería Dios prepararse digna morada el día de su encarnación. Y es Inmaculada porque Dios abocó sobre su alma privilegiada, en el mismo instante de la Concepción, la plenitud de los méritos de la redención. Es decir, que la causa final y formal de la Concepción Inmaculada, son del orden absolutamente sobrenatural. Y la proclamación del sobrenaturalismo, en la intención de Dios y en el hecho de una criatura así sobrenaturalizada y en la causa de la sobrenaturalización, que son los méritos de Jesucristo, es la condenación absoluta del racionalismo naturalista, Todo en la Inmaculada habla de Dios, de su inteligencia, de su poder, de su amor, de su intervención universal en las humanas cosas, de su voluntad soberana de arrancarlas de ras de tierra para levantarlas todas a Sí. Es la Inmaculada como el gesto de Dios, que rechaza la pretensión del hombre de encerrarse dentro de su propia miseria.

Por la Historia de la miseria que evoca. Porque la Inmaculada es la proclamación de una tremenda ruina. Es un privilegio único que se concede a una sola persona de los millones que de Adán descendemos. Todos los demás hemos quedado caídos. Y la tesis de la caída es la antítesis del racionalismo. Este cree que el hombre es íntegro, y de la integridad del hombre arranca para levantar el edificio de su soberbia. Para el racionalismo, el hombre se basta a sí, y no necesita se le restaure ni que se le empuje a las alturas: ser soberano como es, él mismo se basta para curar sus heridas y para asaltar las cumbres de todo progreso. Rey de la creación, lleva en su frente la corona y en sus manos el cetro de la realeza que nadie le ha dado y nadie le puede quitar. Pero la Inmaculada importa el dogma de la caída y el de la restauración y el de la necesidad de Dios, autor del hombre, para redimirle de su abyección. Proclamar Inmaculada a la Virgen es decir que el hombre fue un día lo que le hizo Dios, por don de naturaleza y de gracia, esto es, felicidad y belleza; pero es decir también que todo esto lo perdió el hombre por el mal uso de su libertad, por un abuso de su razón que quiso levantarse contra Dios. El racionalismo queda condenado por la proclamación del dogma de la Inmaculada, que viene a ser como la síntesis del cristianismo.

Y hasta por el mismo procedimiento de la proclamación dogmática. La definición de un dogma es un acto de soberana autoridad: de autoridad del hombre, que la ha recibido sobre todos los hombres, y precisamente en lo que de más vivo hay en el hombre, que es su pensamiento; y de autoridad de Dios, porque este hombre es el plenipotenciario de Dios en la declaración y definición de la verdad religiosa. Y cuando se habla en nombre de la autoridad de Dios no le queda a la razón y a la voluntad del hombre más que el acatamiento a la verdad y a la autoridad que la impone. El racionalismo es nihilista en cuestión de autoridad sobre el pensamiento ajeno. En pleno racionalismo, y con ocasión de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, un hombre, el Papa, ha hablado, en el nombre de Dios y suyo, auctoritate Dei... et nostra, a las inteligencias de los hombres y les ha impuesto la verdad de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios.

 

EL PRESENTE ANIVERSARIO

 

Materialismo y racionalismo siguen siendo los pecados de hoy, como lo eran setenta y cinco años atrás, cuando la solemne definición dogmática del misterio que vamos a conmemorar dentro de pocos días. Como entonces, si en la predicación y en la piedad y, sobre todo, en las aplicaciones a la vida cristiana sabemos tomar de este misterio las lecciones que en él se encierran, podrá ser este año jubilar de reviviscencia del espíritu cristiano, como lo fue a mitad del siglo pasado, en contraposición a las modernas corrientes del laicismo y del materialismo que tienden a invadirnos más cada día.

Por esto os exhortamos, carísimos diocesanos, a que celebréis con la pompa debida la fiesta de la Inmaculada en este LXXV aniversario de la proclamación del bello y dulce dogma. Dejamos al criterio de los rectores de Iglesias la forma de festejar la memorable fecha. Principalmente quisiéramos se procurara aquel día la frecuencia de los santos sacramentos de confesión y comunión, para purificar las conciencias de los fieles y hacer que beban las aguas puras de la vida cristiana en la fuente de ella, que es la comunión con Jesús, el Hijo santísimo de la Madre Inmaculada.

Y que las fiestas que se celebren en honor de la Señora estos días sean, como lo fueron cuando su definición y en el año cuatro de este siglo en que se celebró el quincuagésimo aniversario de aquella fecha, un medio poderoso para fomentar la devoción a la celestial Señora. Se ha dicho con razón que después del Concilio de Éfeso el mayor empuje que ha recibido la piedad mariana en el pueblo católico fue con motivo de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Que perduren sus efectos. Repetimos que el mejor medio de llevar a Cristo las almas es llevarlas a María. Es el orden que ha establecido Dios en la redención misma, en la propagación del Cristianismo y en la aplicación de los frutos de la redención a cada una de las almas.

Y oremos aquel día, el de la Inmaculada, para que se logren en nuestras amadas Diócesis y en todo el mundo los efectos intentados por Dios y por su santa Iglesia en la solemne proclamación de aquel dogma: el espíritu de acatamiento a la autoridad, el levantamiento de las almas a Dios, la destrucción de los errores que infestan el campo del pensamiento, los santos entusiasmos por el ideal de la vida cristiana, concretado en la Inmaculada Virgen, y la reviviscencia del espíritu cristiano en todas las cosas, en todos los órdenes y en todos los hijos de la redención.

Así se lo pedimos a Dios y a la Virgen Inmaculada; y a nuestra oración añadimos la paternal bendición que a todos damos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

 

Dado en Tarazona, a 26 de noviembre de 1929. ISIDRO, OBISPO DE TARAZONA.

  

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