Por D. CURZIO NITOGLIA
Primera
parte (vv. 1-10)
Derrota
definitiva del dragón – el dragón es encadenado por mil años y luego
precipitado al infierno
Después de haber hablado de la ruina de Babilonia,
la gran ramera, del anticristo y de su falso profeta (cap. XIX), san Juan pasa
ahora a hablar de la derrota completa de Satanás, es decir, del dragón rojo,
del Juicio Universal, del fin del mundo y de la entrada en la eternidad.
Landucci comenta:
«En el capítulo XVIII se ha descrito el
aniquilamiento de Babilonia y en el capítulo XIX el del anticristo, del falso
profeta y de todos sus seguidores, que son las manifestaciones humanas del mal
diabólico y anticrístico. En este capítulo XX se presenta el derrumbe mismo de
Satanás en una grandiosa recapitulación que abarca toda la historia de la
Iglesia hasta el Juicio Universal. Aristóteles llamó catástrofe o explicación
recapitulativa a la última escena de la tragedia griega, la que desenreda
el ovillo de los hechos; en el drama del Apocalipsis, hemos llegado ahora a ese
punto conclusivo: el derrumbe total del mundo del pecado, al cual seguirá la
Visión beatífica del paraíso (caps. XXI-XXII)» (Comentario al Apocalipsis,
cit., p. 213, nota 1).
El capítulo XX marca el epílogo del corazón del
Apocalipsis (caps. XI-XIII; XIX-XX). El diablo está derrotado, Cristo ha
triunfado, la Iglesia —a pesar de las múltiples persecuciones— está salva, así
como también los verdaderos cristianos.
El Apocalipsis infunde, así, en nuestros espíritus
un mensaje de paz y de certeza de la victoria de Dios sobre el maligno, de la
Iglesia sobre la contra-iglesia o, como la define san Juan, «la sinagoga de
Satanás» (Ap 2,9; 3,9), y de los mártires sobre sus verdugos. Si las escenas
descritas antes de la victoria final y definitiva (caps. XI-XIX) pueden ser
cruentas y parecernos aterradoras, deben leerse a la luz del capítulo XX y de
la segurísima victoria final de Dios y de sus santos sobre las fuerzas del mal
que los persiguieron durante su existencia terrena y los vencieron en cuanto al
cuerpo, pero contribuyeron a glorificarlos en su alma.
Sin embargo, antes de anunciar y describir
claramente hasta en sus detalles la derrota de Satanás, el Apóstol se remonta
al pasado y habla de un cierto período de tiempo en el cual el poder del
demonio habría sido limitado por Dios (XX, 1-6).
«Vi a un ángel que descendía del cielo y tenía la
llave del abismo y una gran cadena en su mano» (v. 1). El padre Sales comenta
que el abismo es el infierno y la cadena es el instrumento del que se servirán
los ángeles al final del mundo para reducir y encerrar definitivamente al
diablo en el infierno, después de que había sido precipitado a la tierra con
permiso de tentar a los hombres (Ap 12,4), impidiéndole, sin embargo, con la
primera venida de Jesús hacer todo el mal que quisiera (La Santa Biblia
comentada, cit., p. 673, nota 1). Landucci nota que la «gran cadena»
significa un poder superior al —aunque notable— del diablo.
«El ángel prendió al dragón, la serpiente antigua,
que es el diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años» (v. 2). Juan no quiere
dejar espacio al equívoco y usa cuatro términos («dragón», «serpiente antigua»,
«diablo», «Satanás») para especificar que se trata del demonio y mostrar toda su
malicia.
El ángel «encadena» al diablo, que es un puro
espíritu. Por lo tanto, la atadura de Satanás debe interpretarse como una
«limitación de su poder» (Sales, cit., p. 673, nota 2), en sentido metafórico,
como las demás palabras del versículo precedente («llave, cadena») y del
siguiente («mil años»).
Los mil años
«Mil años» indican un «número lleno, redondo, para
significar toda la extensión de un tiempo» (Sales, p. 673, nota 2).
Según Landucci, es un número simbólico que indica: «una
duración larguísima pero finita e innumerable, es decir, que no puede ser
contada en sentido matemático. Corresponde a toda la Nueva Alianza, que comenzó
con la Natividad de Jesús y terminará con la Parusía. Por lo tanto, los mil
años simbolizan la larga duración y la estabilidad de la Iglesia de Cristo.
Después de la Encarnación del Verbo, en efecto, el diablo está encadenado, pero
no destruido ni encerrado definitivamente en el infierno.» (cit., p. 214, nota
3).
Dom De Monléon explica que: «mediante su Pasión, Jesús ha como estrangulado al diablo, lo ha puesto en estado de no poder dañar, pero no en sentido absoluto; sin embargo, ha restringido sus capacidades infernales sin anularlas completamente, como ocurrirá sólo al final del mundo. Los mil años significan la duración del tiempo hasta la proximidad del fin del mundo, cuando el anticristo reinará durante tres años y medio, poco antes de la Parusía y del fin del mundo. Los mil años deben tomarse en sentido simbólico y representan el tiempo que va desde la Encarnación, cuando el diablo fue atado con la cadena, hasta el reino del anticristo final, cuando el diablo, desatado, podrá ejercer con máxima libertad su poder maléfico, que había sido limitado. A partir de ese momento, durante tres años y medio, el anticristo perseguirá a cada fiel en toda la tierra.» (Le sens mystique de l’Apocalypse, pp. 321-322).
Respecto al hecho de que «después de los mil años
el diablo debe ser soltado por poco tiempo» (v. 3), no significa —según
Landucci (cit., p. 215, nota 3)— que «se le devolverá a Satanás, aunque sea por
poco tiempo, toda la libertad que tenía antes de la Encarnación del Verbo. En
efecto, permanecerá inmutable para siempre la realidad de su derrota final,
iniciada potencialmente con el primer Advenimiento de Jesús. En ese breve
tiempo sólo se permitirá a Satanás un breve y violento contraataque tentador
(como ocurrió con Job), y engañoso, capaz de hacer más difícil, pero no
imposible, la victoria de los fieles de Dios. Alcanzará su máxima expansión e
intensidad con el reino del anticristo final (cf. 2 Tes 2,3).»
El
milenarismo o el reino de los “mil años”
El milenarismo es un error escatológico nacido de
una falsa interpretación del v. 2 del capítulo XX del Apocalipsis, según el
cual Jesús debería reinar visiblemente mil años en esta tierra antes del fin
del mundo. Ya en el siglo II d.C., Cerinto aplicó esta teoría en sentido
material, como disfrute de todos los bienes temporales por parte de Israel
(riquezas, poder, triunfo político).
Sin embargo, existe una forma mitigada de
milenarismo, llamada también espiritual, que se remonta a Papías, quien, en
oposición a Cerinto, entendió el reino milenario en sentido espiritual, como un
goce de alegrías celestiales. Esta forma fue retomada de manera más o menos
moderada por algunos Padres de la Iglesia (san Ireneo, san Justino, san
Jerónimo y san Agustín, quienes luego la rechazaron), antes de su condena
definitiva. En la Edad Media fue retomada por Joaquín de Fiore.
La Iglesia ha condenado también el milenarismo
mitigado (DB 423; Santo Oficio, Decreto del 21 de junio de 1944, AAS 36,
1944, p. 212; Decreto del 20 de julio de 1950); mientras que el milenarismo
carnal, de origen judaico y apocalíptico, fue rechazado desde el principio como
opuesto al Evangelio y, por lo tanto, herético. Las venidas de Cristo a la
tierra son sólo dos: la primera, hace 2000 años, en su Natividad; la segunda,
en el Juicio Universal al final del mundo.
No hay, por tanto, una tercera venida con un reino
milenario temporal o espiritual (Mt 16,27): Jesús volverá a la tierra sólo para
juzgar «a los vivos y a los muertos».
Por lo tanto, el milenarismo mitigado es comúnmente
considerado por los Doctores eclesiásticos (santo Tomás de Aquino, IV Sent.,
dist. 43, q. 1, a. 3, quaestiuncula 1; san Roberto Belarmino, De Romano
Pontifice, lib. III, cap. 17) como temerario y erróneo. Según la recta
doctrina cristiana, en el reino de Dios en la tierra (Antiguo y Nuevo
Testamento) siempre habrá sufrimientos e imperfecciones humanas ligadas al
pecado original, y la Iglesia será siempre perseguida.
Landucci comenta también: «De la interpretación
infundada de estos mil años ha surgido el error de los milenaristas, que
esperaban, antes del fin del mundo, en esta tierra, un período milenario en
sentido estricto de triunfo total de Cristo y de la Iglesia sobre el mal físico
y moral, sin más luchas, sufrimientos ni persecuciones.» (cit., p. 214, nota
3).
También Dom De Monléon afronta y refuta este
problema del mismo modo (cit., pp. 325-327).
Mons. Antonino Romeo (La Santa Biblia, cit.,
p. 843, nota 1) observa que con la primera venida de Cristo: «de hecho muchos
hombres permanecen ajenos al influjo salvador de Cristo y, por tanto, están
sometidos a la seducción de Satanás. No es aún la supresión total y definitiva
del poder de Satanás. Su reducción a cierta impotencia relativa dura “mil
años”. Este número simboliza un larguísimo período que va desde la primera
venida de Cristo como Redentor hasta la segunda, o Parusía, como Juez. Los “mil
años”, por tanto, abarcan casi toda la duración de la Iglesia militante sobre
la tierra, hasta casi el fin del mundo, poco antes del cual Satanás será
soltado y se desencadenará por poco tiempo.»
Mons. Romeo interpreta los tres años y medio (42
meses, 1260 días) simbólicamente, análogamente a los mil años: «Mil para la
estabilidad, tres y medio para la precariedad» (ibid.).
Santo Tomás
de Aquino refuta el milenarismo
Santo Tomás refuta admirablemente el error
milenarista (sistematizado por Joaquín de Fiore y sus seguidores). En la Suma
Teológica demuestra que la Nueva Alianza durará hasta el fin del mundo y no
será reemplazada por un «reino milenario» (S. Th., I-II, q. 106, a. 4).
En efecto, la Nueva Alianza sucede a la Antigua
como lo más perfecto sucede a lo menos perfecto. Ahora bien, en el estado de la
vida humana en este mundo, nada puede ser más perfecto que Cristo y la Nueva
Ley, porque algo es perfecto en la medida en que se acerca a su fin. Y Cristo
nos introduce —gracias a su Encarnación y muerte— en el Cielo. Por lo tanto, no
puede haber —en esta tierra— nada (como un reino milenario) más perfecto que
Jesús y su Iglesia.
El Espíritu Santo, como perfeccionador de la obra
de la Redención de Cristo, es enviado por Cristo para confesar a Cristo mismo,
quien prometió formalmente a sus Apóstoles: «El Espíritu Santo que Yo os
enviaré, procediendo del Padre, dará testimonio de Mí». Por lo tanto, el
Paráclito no es el iniciador de una tercera era milenaria, sino que testimonia
y explica a Cristo a los hombres y los fortalece para poder imitarlo. Así,
después de la Antigua y la Nueva Ley, en esta tierra no habrá una tercera
Alianza de «mil años», sino que el tercer estado será el de la eternidad,
siempre feliz en el Cielo o siempre infeliz en el Infierno.
Joaquín yerra al trasladar la realidad
ultramundana o eterna a esta tierra. El Reino del que habla el abad de Fiore no
concierne a este mundo, sino al más allá. En efecto, el Espíritu Santo explicó
a los Apóstoles (el día de Pentecostés del año 33 d. C.) toda la verdad que
Cristo había predicado y que ellos aún no habían comprendido plenamente. El
Paráclito no debe enseñar una Ley novísima o un Evangelio más espiritual que el
de Cristo, sino únicamente iluminar y dar fuerza para conocer bien y vivir bien
la doctrina cristiana, que ha perfeccionado la mosaica (S. Th., I-II, q.106,
a.4). Además, la Antigua Ley no fue solo del Padre, sino también del Hijo
(representado y prefigurado por Moisés); así como la Nueva Ley no fue solo del
Hijo, sino también del Espíritu prometido y enviado por Cristo a sus Apóstoles.
La Ley de Cristo es la gracia del Espíritu Santo, que ilumina, vivifica y
robustece para poder observar la Ley divina, como ya en el Antiguo Testamento
iluminaba y corroboraba a los Patriarcas y Profetas, quienes, aun viviendo bajo
la Antigua Ley, tenían ya el espíritu de la Nueva y la vivían heroicamente.
Cuando Jesús enseña a los Apóstoles que “el
Reino de los Cielos está cerca”, no se refiere –explica santo Tomás– solo a la
destrucción de Jerusalén, como término definitivo de la Antigua Alianza e
inicio formal de la Nueva, sino también al fin del mundo (S. Th., I-II, q.6,
a.4, ad 4; III, q.34, a.1, ad 1; III, q.7, a.4, ad 3-4). En efecto, el
Evangelio de Cristo es la “Buena Nueva” del Reino (todavía imperfecto) de la
“Iglesia militante” en esta tierra y del Reino (ya y para siempre perfecto) de
la “Iglesia triunfante” en los Cielos.
Además, en el Comentario a Mateo sobre el
discurso escatológico de Jesús (XXIV, 36), santo Tomás anota: «Alguien podría
creer que este discurso de Cristo concierna solo al fin de Jerusalén…; pero
sería un grave error referir todo lo que ha sido dicho únicamente a la
destrucción de la Ciudad santa y, por tanto, la explicación es otra…, es decir,
que todos los hombres y los fieles en Cristo son una sola generación y que el
género humano y la fe cristiana durarán hasta el fin del mundo» (Expos. In
Matth. c. XXIV, 34).
El Angélico se basa en este texto para
refutar el error joaquinita según el cual la Nueva Alianza o la Iglesia de
Cristo no durará hasta el fin de los tiempos; retoma la enseñanza patrística
(especialmente de Crisóstomo y san Gregorio Magno) y la desarrolla también en
la Suma Teológica (I-II, q.106, a.4, sed contra). Por tanto, el cristianismo
durará hasta el fin del mundo; no habrá necesidad de una “tercera Alianza
pneumatológica y milenaria”, pues la Iglesia de Cristo es el Reino del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, por lo que no hace falta soñar con el reemplazo
del cristianismo, basta vivirlo cada vez más intensamente.
Así pues (cfr. Sales, cit., p. 673, nota
2), según el Apocalipsis correctamente leído, los “mil años” representan el
espacio de tiempo que va desde la primera hasta la segunda venida de Jesús (S.
Agustín, De civ. Dei, lib. XX, cap. 7 ss.; S. Gregorio Magno, Moralia, lib. IV,
cap. 1; S. Jerónimo, In Is., XVII, 60). En efecto, con la Encarnación del Verbo
el poder del diablo ha sido notablemente reducido, aunque hasta el fin del
mundo pueda continuar tentando a los hombres (Mt., IX, 13; Lc., X, 18).
Además, el p. Marco Sales (cit., p. 674,
nota 4) especifica que el milenarismo, nacido de la mala lectura del capítulo
XX del Apocalipsis, es un error teológico según el cual –después de la derrota
del anticristo final y antes del Juicio universal– durante mil años, en sentido
estricto y matemático, habría un reino de Cristo y de sus santos resucitados
sobre esta misma tierra.
Terminados estos mil años, tendrían lugar
el Juicio universal, la resurrección de los muertos y el fin del mundo. Algunos
escritores eclesiásticos (Tertuliano y Lactancio) e incluso algún Padre
eclesiástico (san Ireneo y san Justino) siguieron el milenarismo espiritual
como simple opinión y no como sentencia cierta, pero le impusieron
restricciones. Sin embargo, la mayoría de los Padres, con consenso moralmente
unánime, se mostró contraria a esta doctrina. San Jerónimo y san Agustín, que
inicialmente la habían abrazado, la repudiaron en su madurez.
El dragón es precipitado definitivamente al
infierno
Luego el Libro sagrado retoma la profecía:
el ángel “hundió al dragón en el abismo y lo cerró con un sello para que no
seduzca a las naciones hasta que se cumplan los mil años, después de los cuales
debe ser soltado por un poco de tiempo” (v. 3).
El Apóstol Juan usa tres expresiones muy
fuertes (“hundir, cerrar, sellar”) para “indicar la limitación del poder del
diablo, que, estando encadenado, no puede desatar toda su ira contra los fieles
y la Iglesia” (Sales, cit., p. 673, nota 3).
Sin embargo, cumplidos los “mil años”, el
diablo será soltado por un poco de tiempo y entonces, durante la gran apostasía
(II Tes., II, 3) y el reino del anticristo (Ap., XI-XIII), “saldrá con gran ira
y hará guerra a la Iglesia de Dios” (Sales, cit., p. 673, nota 3).
El Apóstol continúa:
«Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos,
y les fue dado juzgar, y las almas de aquellos que fueron decapitados a causa
del testimonio de Jesús, y aquellos que no adoraron a la bestia, ni su imagen,
ni recibieron su marca en la frente o en sus manos, y vivieron y reinaron con
Cristo por mil años» (vv. 4-5).
Los versículos 4 a 6 son de difícil
interpretación (Sales, cit., p. 673, nota 4). Según la lectura más común, nos
muestran cuál será la suerte de los fieles amigos de Dios, elevados al cielo en
contraposición al hundimiento del diablo en el infierno.
Los “tronos” representan los asientos del
cielo destinados a las almas de los mártires y de los santos antes de la
resurrección de los cuerpos, quienes reinan en el cielo después de su muerte y
participan en el Juicio universal junto con Jesús, sumo Juez (Mt., XIX, 28; I
Cor., VI, 2 ss.).
La palabra “bestia” normalmente designa al
anticristo final, pero aquí es evidente que en sentido estricto se refiere a
Satanás, pues el anticristo aparecerá solo hacia el fin del mundo, mientras que
aquí se habla de los santos y mártires de todas las épocas. Además, en todas
las eras hay anticristos iniciales o precursores del anticristo final. Por
tanto, en sentido amplio se puede decir que los fieles de todas las épocas no han
adorado a la “bestia” o al anticristo final y venidero en la persona de sus
precursores ya llegados, y sobre todo en la persona demoníaca de su jefe e
inspirador, que es Satanás (Sales, cit., p. 674, nota 4). Estos santos reinarán
con Cristo en el cielo “por mil años”, es decir, “por los siglos de los siglos”
(A. Romeo, cit., p. 844, nota 4).
En el versículo 5, el Apocalipsis nos
revela que “los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los
mil años”. El padre Sales comenta: “los pecadores muertos en desgracia de Dios,
es decir, muertos no solo en el cuerpo, sino también en el alma, no vivieron, o
sea, no tuvieron parte en la vida eternamente bienaventurada del paraíso”
(cit., p. 674, nota 5).
Luego el Libro sagrado continúa:
«Bienaventurado y santo quien tiene parte
en la primera resurrección: sobre estos no tiene poder la segunda muerte» (v.
5). Quien muere en gracia de Dios no sufre la segunda muerte, es decir, la del
alma con la consiguiente condenación eterna.
En el versículo 7 el Apóstol retoma el tema
de los mil años de encadenamiento de Satanás y de su posterior liberación.
Luego introduce el tema de la última batalla entre Dios y Satanás y de su
derrota: «cumplidos los mil años, Satanás será soltado y saldrá de su prisión y
seducirá a las naciones de los cuatro ángulos de la tierra —Gog y Magog— y las
reunirá para la batalla, cuyo número es como la arena del mar».
El Padre Sales comenta:
“Se asiste a la formación del reino del Anticristo
en cualquier lugar de la tierra. Gog y Magog son dos nombres simbólicos tomados
del profeta Ezequiel (XXXVIII, 2 ss.), quien anunció que al final de los
tiempos Gog, rey de Magog, al frente de un ejército innumerable compuesto por
todas las naciones, emprenderá la guerra contra el pueblo de Dios, pero será
derrotado. Por tanto, Gog y Magog representan los poderes y los pueblos impíos
que, hacia el final del mundo, conspirarán contra la Iglesia, que es el
verdadero pueblo de Dios y el verdadero Israel. La Iglesia es siempre
combatida, pero hacia el final del mundo, con la ayuda del Anticristo, se
intentará el ataque final contra ella” (cit., p. 675, nota 7).
Landucci anota:
“Gog y Magog, que significan ‘tinieblas’ y ‘tierra
de tinieblas’, son dos nombres simbólicos tomados de la larga profecía de
Daniel en los capítulos 38 y 39, los cuales representan aquí a los pueblos de
toda la tierra que habrán sido seducidos y reunidos para la última batalla
contra la Iglesia de Cristo. El invasor enemigo de Dios —Satanás, el Anticristo
y su falso profeta— sufrirá una clamorosa derrota. Las masas seducidas y
reunidas por Satanás y el Anticristo hacia el fin del mundo para combatir
contra la Iglesia serán numerosas como la arena del mar, que no puede contarse.
El mismo Jesús lo anunció con su pregunta: ‘¿Hallará fe en la tierra el Hijo
del hombre?’ (Lc XVIII, 8). Pero el gran número de los enemigos servirá solo
para hacer más resplandeciente la victoria de Dios y de su Iglesia” (cit., p.
219, nota 8).
Un fuego
enviado por el Señor
Sin embargo, a este último y formidable ataque,
guiado por el Anticristo, corresponde “un fuego enviado por el Señor, que
devoró a todos los pueblos impíos; y el diablo, que los seducía, fue arrojado a
un estanque de fuego y azufre, donde también la bestia y el falso profeta serán
atormentados noche y día por los siglos de los siglos” (vv. 9-10).
Sales comenta:
“Dios interviene directamente, y sin que tenga
lugar guerra humana alguna reduce a la nada toda la fuerza de los enemigos de
su Iglesia. El diablo, el Anticristo y los falsos profetas serán igualmente
arrojados al fuego del infierno por toda la eternidad, y así Jesús habrá
obtenido la victoria completa sobre ellos y sus seguidores” (cit., p. 675, nota
9).
Landucci comenta:
“No se describe ninguna batalla ni ningún ataque
del ejército de Satanás y del Anticristo, como tampoco ningún contraataque por
parte de los asediados (los fieles). Solo se presenta una desconcertante intervención
de Dios: un fuego celestial que devora todo el ejército enemigo, tal como cayó
el fuego sobre Sodoma y Gomorra (Gén XIX, 24; Mt XI, 23), y así será sobre la
simbólica Babilonia. No se habla de contraataque de los fieles porque el
ejército de Satanás es tan poderoso que solo la Omnipotencia divina puede
vencerlo, y en este caso se requiere una intervención divina directa y
extraordinaria” (cit., p. 220, nota 9).
¿Cómo no relacionar tal previsión con nuestros
tristísimos días? Humanamente hablando, la lucha entre la contra-iglesia y los
fieles de la Iglesia de Cristo es desproporcionada.
“Las puertas del infierno” han alcanzado una
profundidad, una expansión y un paroxismo de subversión intelectual, moral y
espiritual contra los que ninguna fuerza humana podría resistir.
Dom De Monléon da una interpretación similar, pero
más mística y simbólica: “Gog significa ‘lo que se oculta’ y representa a los
hombres carnales abiertamente adversos a Dios, mientras que Magog significa ‘lo
que está escondido bajo algo’ y representa a Satanás y sus seguidores secretos,
las fuerzas ocultas de la subversión y de la guerra contra Dios, que se
quitarán la máscara en el momento del último asalto, en el cual se encontrarán
lado a lado todos los enemigos de la Iglesia: los que luchan a la luz del sol y
los que luchan en las tinieblas” (Le sens mystique de l’Apocalypse,
cit., p. 330).
A partir del versículo 11, el Apóstol y Profeta
describe el Juicio Universal ejecutado por Jesús sentado en un “trono blanco”.
Puesto que la materia comienza a hacerse vasta y profunda, me detengo aquí para
no cansar al lector, y en un próximo artículo comentaré la segunda parte del
capítulo XX, del verso 11 al 15.
Segunda
parte (vv. 11-15)
El Juicio
Universal
El versículo 11 del capítulo XX comienza con la
visión del Juicio Universal:
“Vi un gran trono blanco y a uno que estaba sentado sobre él, de cuya presencia
huyeron la tierra y el cielo, y no se encontró ya lugar para ellos.”
La blancura (Sales, La Sacra Bibbia commentata,
cit., p. 675, nota 11) es símbolo de la santidad y de la gloria del cielo.
Aquel que se sienta en el trono glorioso o blanco es Jesús (“El Padre ha
entregado todo juicio al Hijo”, Jn V, 22), supremo Juez de vivos y muertos (cf.
Mt XXVIII, 18; Act X, 42). La tierra y el cielo estrellado son transformados en
algo mejor y no completamente aniquilados (cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th.,
Supl., q. 91) por la conflagración universal del fuego, instrumento de Dios,
que dará vida a “cielos nuevos y tierra nueva” (Ap VI, 12; 1 Cor VII, 31; 2 Pe
III, 7).
“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, estar de
pie delante del trono, y se abrieron los libros, y fue abierto también el libro
de la vida, y los muertos fueron juzgados según lo que estaba escrito en los
libros referente a sus obras” (v. 12).
El Apóstol habla de la resurrección de los muertos
sin excepción alguna: “grandes y pequeños” de toda edad y condición social
(Landucci, Commento all’Apocalisse di Giovanni, cit., p. 222, nota 11);
“buenos y malos, mártires y pecadores, todos sin excepción alguna” (A. Romeo, La
Sacra Bibbia, cit., p. 847, nota 11). Luego menciona los “libros”, que, en
sentido metafórico, representan el Intelecto de Dios, en el cual están presentes
y conocidas, como si estuvieran escritas allí, las obras buenas y malas de
todos los hombres.
El Apóstol usa también la expresión “libro de la
vida”, que ya había empleado en los capítulos III, XIII y XVII, para indicar la
presciencia divina, que conoce desde la eternidad a todos los que se salvarán o
no (Landucci, cit., p. 222, nota 12), según las obras buenas o malas que habrán
realizado (cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., I, q. 24; ibid., q. 39, a.
8).
“El mar entregó los muertos que yacían en su fondo,
y el Hades y el reino de los muertos entregaron los difuntos que tenían” (v.
13). Los muertos resucitados se presentan ante Cristo juez (Santo Tomás de
Aquino, Summa contra Gentiles, lib. IV, cap. 81; S. Th., Supl.,
q. 79, a. 1, ad 3), sentado en el trono blanco, viniendo de todas partes del
mundo, del mar y de las profundidades de la tierra (el Hades, el Sheol, el
reino de los muertos; cf. Landucci, cit., p. 223, nota 13).
“Y se hizo el juicio de cada uno según sus obras.
El Hades y el reino de los muertos fueron arrojados al estanque de fuego” (v.
14).
Los que obraron el mal (Hades, muertos) fueron arrojados al infierno. Algunos
interpretan esto como la pérdida del poder sobre los elegidos por parte del
Hades y de la muerte, que ya nada pueden contra quienes entran en el Reino de
los cielos (Sales, cit., p. 676, nota 15). En resumen, incluso la muerte
corporal es vencida por Cristo en su Parusía.
El Concilio de Lyon (1274, DB 464) definió que “las
almas justas y plenamente purificadas son recibidas inmediatamente (mox) en el
cielo; aquellas que se hallan en pecado mortal son precipitadas inmediatamente
(mox) al infierno” (cf. también Concilio Lateranense IV, DB 429).
La Sagrada Escritura había revelado ya la
retribución inmediata de buenos y malos en el momento de su muerte: véase la
parábola del rico epulón y del pobre Lázaro (Lc XVI, 22); la canonización del
buen ladrón por parte de Jesús (“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, Lc XXIII,
43). La Tradición patrística enseña la misma doctrina: Ignacio (Rom IV y VII;
Trall XIII); Clemente Romano (1 Cor V, 4 y 7); Policarpo (Phil IX) y todos los
Padres (con alguna incertidumbre en Hilario y Ambrosio debido a la escatología
de Orígenes antes de su condena) hasta la escolástica (Santo Tomás de Aquino, S.
Th., Supl., q. 88; Summa contra Gentiles, lib. IV, cap. 91; A.
Piolanti, De Novissimis, Roma/Turín, Marietti, 1941).
El Apocalipsis concluye el capítulo XX: «Ésta es la
segunda muerte» (v. 14), es decir, la muerte eterna, la condenación (Símbolo
Atanasiano, DB 40; Concilio de Letrán IV, DB 429; Benedicto XII, Constitución Benedictus
Deus, DB 530), que es la continuación por la eternidad del estado de pecado
mortal o de la muerte espiritual del alma, mientras que la primera muerte es la
del solo cuerpo, que resucita al final del mundo (cf. S. Tomás de Aquino, S.
contra Gentiles, lib. IV, cap. 95).
«Quien no se halló escrito en el libro de la vida
fue arrojado al lago de fuego» (v. 15), es decir, quien por sus malas obras es
conocido por la mente de Dios como malvado, carente de la vida de la gracia, es
arrojado al infierno. Sobre el fuego físico y real del infierno, véase S. Tomás
de Aquino (S. Th., Suplemento, q. 70, a. 3) y la Declaración de la
Sagrada Penitenciaría (30 de abril de 1890). El libro de la vida (cf. S. Tomás
de Aquino, S. Th., I-II, q. 114) es la presciencia divina de aquellos
que se salvarán o condenarán al final del mundo a causa de sus malas obras, y
no una predestinación al infierno por parte de la voluntad de Dios, como enseña
el luteranismo condenado por el Concilio de Trento (DB 809 y 842).
CONCLUSIÓN
El significado del Apocalipsis
El padre Bonaventura Mariani escribe: «Jesús sabe
que la parusía debe ser precedida por ciertos signos: la apostasía, el misterio
de la iniquidad, el anticristo»5. En lo que se refiere al anticristo, el p.
Bonaventura explica que «en sentido estricto […] puede entenderse individual y
colectivamente. En el primer caso, el anticristo [final] es una persona
individual que encabeza la lucha final contra Cristo y su Iglesia. En el
segundo caso, es el conjunto de todas aquellas fuerzas humanas, morales,
religiosas, sociales [anticristos iniciales]6 de que dispone Satanás para
combatir a Cristo»7. Por las epístolas de S. Pablo se deduce que el anticristo
final será contemporáneo de la parusía (II Tes., II, 3-12). Ésta será precedida
por la apostasía general»8. «Se habla de un hombre, cuya aparición (parusía) en
el mundo, junto con la apostasía, es un hecho que debe preceder “la parusía de
Jesús”. […]. El anticristo atraerá seguidores entre aquellos que no quisieron
aceptar el amor de la verdad. De esta manera Dios los castiga: ellos amaron el
error y por eso se convirtieron en víctimas del engaño del inicuo (ibíd., II,
10-11)»9. Pero el anticristo final será aniquilado por el Señor Jesús.
Según monseñor Antonino Romeo, Apocalipsis
significa: «revelación de una realidad oculta (misterio) y tiene a menudo
sentido escatológico [los fines últimos] (…) manifestación de Jesucristo como
soberano y juez (…). La idea central es una antítesis entre los dos reinos
(Iglesia y mundo), entre Cristo y anticristo (…). La síntesis en la que se
resuelve esta antítesis es el Juicio (…) que Dios ejerce por medio de Jesús,
Señor y Juez (…) El mensaje de Juan tiene el propósito de corroborar en la fe y
confortar en la esperanza; quiere prevenir a los fieles, tendentes al
relajamiento, contra la persecución que se anuncia siempre más violenta (…): es
una exhortación a la perseverancia y al martirio. En cuanto a la
interpretación, san Jerónimo (Epistula 53 a Paulino) escribe: “Apocalypsis
Ioannis tot habet sacramenta quot verba (tiene tantos misterios como palabras)”
(…). Los muchos sistemas en los cuales se divide la exégesis católica del
Apocalipsis pueden reducirse a cuatro.
1º) El Escatológico: es el más antiguo y aún
hoy el más difundido: el Apocalipsis (del capítulo IV hasta el final) predice
los acontecimientos futuros del fin del mundo (persecuciones y calamidades,
apostasías, anticristo, juicio final).
Sus sostenedores son: S. Gregorio Magno, S. Beda, Alcuino, S. Alberto Magno,
Dionisio Cartujano (…) S. Roberto Belarmino, Cornelio a Lapide, Juan Mariana (…).
2º) El Histórico antiguo: está casi en las
antípodas del primero: el Apocalipsis describe la lucha del judaísmo y del
paganismo contra la Iglesia (…) el ciclo profético del Apocalipsis habría
quedado cumplido en el siglo IV (…).
3º) El Histórico universal: sostiene que el
Apocalipsis abarca todos los tiempos… Joaquín de Fiore inaugura la teoría de
las siete épocas de la Iglesia, con el coronamiento de un milenarismo
espiritual (…) Esta interpretación tuvo gran difusión al haber sido lanzada por
Lutero entre los protestantes, y por Bartolomé Holzhauser entre los católicos…
Este sistema superficial se vuelve sumamente arbitrario cuando desmenuza la
profecía en noticias de crónica (…).
4º) El Recapitulativo: es el único, junto
con el 1º, es decir, el escatológico, que puede considerarse tradicional. El
Apocalipsis no expone los acontecimientos en una serie progresiva continua,
sino que describe algunos eventos supremos de la lucha entre Cristo y Satanás…
hasta su resultado conclusivo: el Reino de Dios militante y triunfante. La recapitulatio
es admitida por S. Agustín (De Civitate Dei, XX, 8). El Apocalipsis
predice las líneas directrices de la historia espiritual de la humanidad desde
la Encarnación hasta el fin del mundo, sin detenerse en contingencias particulares
[como el 3º sistema “histórico universal”, nota del autor]»10.
Monseñor Francesco Spadafora sigue —básicamente— la
interpretación de monseñor Romeo y añade que, según el Apocalipsis, «en la
lucha violenta, sangrienta y sin cuartel que el judaísmo conducirá contra la
Iglesia, no ésta sucumbirá, sino el primero (…). El paganismo del Imperio
romano, y particularmente el culto debido al emperador, encontraba en el
cristianismo una oposición irreducible (…). Los fieles podían deducir que,
“desaparecido” el judaísmo y el odio de los judíos (sinagoga de Satanás),
sembradores de errores —primer enemigo acérrimo—, la Iglesia habría encontrado
la paz; ahora, después del año 70, debían constatar que el Reino de Dios
encontraba obstáculos y persecuciones por todas partes (…). ¿Por qué Jesús no
manifestaba su poder contra los enemigos de su reino? Y he aquí la respuesta de
Juan. El triunfo del Redentor y de su Iglesia es seguro (…) la venida de Cristo
para cada uno de nosotros [juicio particular, nota del autor] está cercana. [En
cuanto a la interpretación —Spadafora explica—] la escuela jesuita española
restringe el ciclo profético del Apocalipsis al siglo IV-V… mientras que entre
los acatólicos modernos (E. Renan, A. Loisy) y modernistas, el espacio
histórico al que alude el Apocalipsis se reduce al solo período contemporáneo a
san Juan (segunda mitad del siglo I d. C.)»11.
En resumen, el Apocalipsis es el libro
divinamente inspirado que nos explica lo que ha sucedido desde la Venida de
Cristo hasta ahora y lo que deberá suceder hasta el fin del mundo; ésta es la
interpretación común de los Padres de la Iglesia. Sólo ella puede ayudarnos a
discernir, en el claroscuro de la fe, los tiempos que vendrán, permitiéndonos
acceder a la filosofía y a la teología de la historia.
San Maximiliano Kolbe, en julio de 1939,
escribió: “Vivimos en una época que podría ser llamada el comienzo de la era de
la Inmaculada”¹². En una carta al padre Floriano Koziura (30 de mayo de 1931)
precisó: “Bajo su estandarte combatiremos una gran batalla y alzaremos sus
banderas sobre las fortalezas del poder de las tinieblas”¹³.
Un acontecimiento inquietante había hecho
comprender a fondo la naturaleza de la masonería al p. Kolbe: «En los años
anteriores a la guerra, en Roma, la mafia masónica […] no renunció ni siquiera
a pasear por las calles de la ciudad, durante las celebraciones en honor de
Giordano Bruno, un estandarte negro con la efigie de San Miguel Arcángel bajo
los pies de Lucifer, y mucho menos a enarbolar los emblemas masónicos frente a
las ventanas del Vaticano»¹⁴.
Ante semejante flagelo, el p. Kolbe, como
ya Pío IX en 1849, comprendió —gracias a una conferencia del p. Ignudi en el
75º aniversario de la aparición de la Virgen al judío Ratisbonne¹⁵ en Santa
Andrea delle Fratte, el 20 de enero de 1917— que sólo María Inmaculada, que ha
aplastado desde el primer instante de su concepción la cabeza de la serpiente
infernal, podía derrotar la peste masónica. Él se preguntó: «¿De qué modo
podemos oponernos a esta pestilencia, a esta arma del anticristo? La
Inmaculada, Mediadora de todas las gracias, puede y quiere ayudarnos»¹⁶.
El padre Kolbe se daba cuenta de que los
tiempos en que vivía estaban excepcionalmente dominados por Satanás y que las
cosas irían siempre a peor. Por lo tanto, fundó la “Milicia de la Inmaculada”
el 16 de octubre de 1917 junto con seis hermanos del “Colegio Seráfico Internacional”
de Roma. Ahora bien, la lucha contra Satanás, que es un puro espíritu aunque
decaído, no puede ganarla el hombre, sino sólo la Inmaculada; la cual, sin
embargo, quiere nuestra pobre cooperación.
FIN
d. Curzio Nitoglia
3/1/2015
NOTAS:
1.
Cf. M.
Sales, La Sagrada Biblia
comentada, cit., p. 673, nota 1.
2.
Antes
de Jesús, Satanás estaba completamente desatado y podía tentar a los hombres
con la máxima intensidad. Con la primera venida de Jesús, el diablo está
encadenado y puede todavía tentar a los hombres, pero de un modo mucho más
limitado: “latrare potest,
mordere non potest nisi volentem / el diablo puede ladrar como un
perro atado con una cadena, pero no puede morder a menos que tú quieras ser
mordido” (San Agustín). Sólo en la parusía el diablo será totalmente vencido y
ya no podrá perjudicar a los fieles redimidos por Jesús.
3.
Monseñor
Francesco Spadafora califica la Apocalíptica como «odio atroz contra los
gentiles, morbosa espera de la revolución y de la futura liberación de Israel.
A la Apocalíptica se debe la formación del más encendido nacionalismo judío,
que desembocará en la rebelión contra el Imperio romano. Por medio de ella se
explica la ciega confianza de los judíos en extraordinarias revanchas
nacionales vaticinadas por los “falsos profetas”» (Diccionario Bíblico, III ed., 1963, Roma, Studium,
voz “Apocalíptica”, p. 42). Monseñor Antonino Romeo especifica: «la
Apocalíptica ha falsificado el Antiguo Testamento y, rebajando el ideal
mesiánico de los Profetas, ha obstruido el camino al Evangelio, ha predispuesto
a los judíos a rechazar a Jesús. Presentando un Mesías que devuelve a Israel la
independencia política y le procura el dominio universal, la Apocalíptica
acentuó el particularismo nacionalista y empujó a Israel a la rebelión contra
Cristo y contra Roma, conduciéndolo así al desastre» (voz “Apocalíptica”, en Enciclopedia Católica, Ciudad
del Vaticano, 1948, vol. I, col. 1624). Sobre ella se formó el milenarismo
temporal judío de Cerinto (cf. B. Altaner, Patrología,
Casale Monferrato, Marietti, 7ª ed., 1977, p. 58) y en parte también el
espiritual de Papías, obispo de Hierápolis, discípulo de San Juan y compañero
de San Policarpo, caído en el error milenarista hacia el año 130 (cf. B.
Altaner, Patrología,
Casale Monferrato, Marietti, 7ª ed., 1977, pp. 54-55).
4.
Cf. A.
Piolanti, Diccionario de teología
dogmática, Roma, Studium, 4ª ed., 1957, pp. 268-270, voz
“Milenarismo”.
5.
Cien
problemas bíblicos, Asís,
Pro Civitate Christiana, 1962, 2ª ed., “El fin del mundo en San Pablo”, p. 584.
6.
El padre
Bonaventura Mariani habla de “un anticristo típico y tantos anticristos cuantos
produciría el espíritu de herejía […], uno solo al fin del mundo, otros también
en las épocas precedentes” (Cien
problemas bíblicos, cit., pp. 594-595).
7.
Cien
problemas bíblicos, cit.,
p. 588.
8.
Cien
problemas bíblicos, cit.,
ibid.
9.
Ibíd.,
p. 589.
10. A. Romeo, “Apocalipsis”, en Enciclopedia Católica, Ciudad
del Vaticano, vol. I, 1948, cols. 1660-1614.
11.
F.
Spadafora, Diccionario bíblico,
Studium, Roma, 3ª ed., 1963, voz “Apocalipsis”, págs. 35-41.
12. Escritos de San Maximiliano Kolbe, trad. it., Florencia, Edizioni Città di
Vita, 1975-1978, vol. III, p. 555.
13. Ibíd., vol. I, p. 550.
14. Escritos de San Maximiliano Kolbe (en adelante con la sigla “SK”) 1254; Los actuales enemigos de la Iglesia
(en adelante con la sigla “PMK”), n.º 925, vol. 6, SK 1328; PMK, vol. 7, n.º
1194, pp. 444-450.
15. El 20 de enero de 1842 la Virgen se
apareció al judío Alfonso Ratisbonne y lo convirtió. Él pidió el bautismo,
luego entró en el seminario y se hizo sacerdote.
16. SK 1254;
PMK, vol. 6, n.º 925, p. 172.
https://chiesaepostconcilio.blogspot.com/2015/01/d-curzio-nitoglia-apocalisse-5-breve.html
