Por
GIL DE LA PISA
Esta época del año es desde hace medio siglo la que
más añoranza me provoca. Quizás porque la infancia y la adolescencia las
viví al modo como lo refleja de forma inigualable Galán y Galán en “La pedrada”:
“Cuando pasa el Nazareno de la túnica morada,
con la frente ensangrentada, la mirada del Dios bueno y la soga al cuello
echada, el pecado me tortura, las entrañas se me anegan en torrentes de
amargura, y las lágrimas me ciegan, y me hiere la ternura”, y
que inmediatamente prosigue así:
“Yo he nacido en esos llanos de la estepa
castellana, cuando había unos cristianos que vivían como hermanos en república
cristiana. Me enseñaron a rezar, enseñáronme a sentir y me
enseñaron a amar; y como amar es sufrir, también aprendí a llorar.
Cuando esta fecha caía sobre los pobres lugares, la vida se
entristecía, cerrábamos los hogares y el pobre templo se abría…”
Lo cierto es que siento nostalgia del
pasado. Probablemente no sea sencillo hacerse entender por las nuevas
generaciones, porque la vida humana, hoy, disfruta de indudables
progresos en el aspecto material que no se hubieran soñado hace ochenta
años y ha provocado que, en otros aspectos, haya retrocedido de tal manera
que no es posible reconocerla. Al desconocer el pasado no pueden
valorar lo perdido; ése, es un privilegio de los viejos que
tuvimos la gracia de disfrutarlo y la pena de perderlo. Esa
nostalgia afecta de modo especial a cuantos nacimos en esos “llanos
de la estepa castellana”, en la amplia meseta del Reino que descubrió
y civilizó dos continentes (… que, luego, obsequió a
España).
Ciertamente la Cuaresma y la Semana Santa no se vivían como ahora. Entonces afectaba a la vida social hasta el punto de cambiar de “chip”… –dicho con lenguaje de hoy–. Las comidas se ajustaban a la abstinencia y al ayuno, cerraban los cines y dejaban de funcionar los locales de baile, etc. El pueblo, por otra parte, acudía con asiduidad a los oficios litúrgicos incluso a los “de tinieblas” –con el aliciente para los niños de lucirse haciendo ruido con las carracas y las matracas–. Son muchos los “cuadros” que podríamos ofrecer sobre la forma sencilla y natural de la incorporación de la gente a las celebraciones litúrgicas desde el Domingo de Ramos hasta a la Pascua de Resurrección.