Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

sábado, 30 de agosto de 2025

CONTRA CHARLATANERÍAS

 

Benedicto XVI Judaizante

 


por DON CURZIO NITOGLIA


Primera parte

INTRODUCCIÓN

La época actual es la de las charlatanerías. Una de ellas consiste en presentar a Benedicto XVI como el campeón de la ortodoxia católica. Para hacer esto se insiste en ignorar lo que ha escrito el mismo Joseph Ratzinger desde los años cincuenta hasta 2023 y, en cambio, se buscan artículos escritos por algunos ensayistas sobre Ratzinger.

Normalmente los escritos de Ratzinger nos hacen entender de manera mucho más fundamentada la naturaleza de su pensamiento que todos los ensayos que se han escrito sobre Joseph Ratzinger.

En una serie de artículos me basaré, como siempre he hecho hasta ahora, en los escritos de Ratzinger para demostrar, negro sobre blanco, su heterodoxia.

 “JUDÍOS Y CRISTIANOS” (2019)

Recientemente, han surgido discusiones sobre el modernismo del papa Bergoglio y el presunto apego a la Tradición apostólica de Benedicto XVI.

En realidad, si se estudia el tema, se evidencia que Ratzinger – incluso poco tiempo antes de dejar este mundo – mantuvo sus posiciones modernistas.

Para no aburrir al lector, me detengo en un aspecto de su teología modernizante y en ruptura con la Tradición: el de las relaciones entre Cristianismo y Judaísmo post/bíblico.

El libro Judíos y Cristianos (Cinisello Balsamo, San Paolo, 2019) redactado por el “papa emérito” BENEDICTO XVI junto con el rabino jefe de Viena ARIE FOLGER, que es perniciosamente judaizante pero de manera oculta, de modo que pueda dañar más, como “la serpiente que se esconde entre la hierba”, es más peligrosa que aquella bien visible en medio de un camino.

A partir del contenido doctrinal de este libro, se evidencia claramente:

  1. Que en el origen de la teología del Concilio Vaticano II está la doctrina judaizante de la Declaración Nostra aetate del 28 de octubre de 1965, la cual cabalísticamente abre el camino al antropocentrismo que impregna la doctrina de los 16 documentos conciliares;
  2. Que el Concilio pastoral, la Declaración conciliar Nostra aetate y la enseñanza postconciliar, desde Pablo VI (1963-1978) hasta Francisco (2013-2025), están en ruptura o en oposición de contradicción con la doctrina católica bimilenaria (desde Jesús hasta Pío XII), revelada por Dios, definida por el Magisterio dogmático y constante de la Iglesia, sostenida por la Tradición apostólico/patrística y por la enseñanza de los Doctores escolásticos desde Santo Tomás de Aquino hasta la primera mitad del siglo XX.

Por lo tanto, es más que oportuno estudiar y refutar los principios expuestos en el volumen citado.

Diferencias entre “Judeo/Cristianos” y “Judaizantes”

El término Judeo/Cristianismo se aplica – en sentido estricto – a los “Cristianos nacidos Judíos, los cuales consideraban que la Ley ceremonial del Antiguo Testamento no había sido abrogada y entraron así en conflicto no solo con san Pablo, sino con el mismo Cristianismo” (1).

Mientras que, la palabra Judaizantes – etimológicamente – se refiere a “los Gentiles convertidos al Cristianismo, que imitaban las costumbres judías […] y consideraban obligatoria para salvarse la observancia, total o parcial, de la Ley ceremonial mosaica; sin embargo, prácticamente, casi todos ellos fueron Cristianos de sangre judía” (2).

En síntesis, los Judaizantes son en teoría los Gentiles que se convierten al Cristianismo, pero consideran necesarias las observancias judías ceremoniales; sin embargo, en la práctica, casi todos ellos son Judíos. De hecho, solo poquísimos Gentiles convertidos al Evangelio consideraron obligatoria la Ley ceremonial del Antiguo Testamento. Los Judeo/Cristianos, en cambio, son de iure y de facto Judíos convertidos a Cristo, que consideran obligatoria la observancia del ceremonial judío. Por tanto, prácticamente hablando, los dos grupos, aunque teóricamente distintos, coinciden sustancialmente.

Las pretensiones de los Judeo/Cristianos y de los Judaizantes se basaban – material y erróneamente – en las promesas hechas por Dios a Abraham y a los Patriarcas; en el hecho de que el Mesías, nacido de la raza judía, establecería en la tierra un Reino temporal, el de Israel; en que Cristo había venido para cumplir la Ley social y política del antiguo Israel. El Judeo/Cristianismo quería así “calcar el Cristianismo sobre el Judaísmo, pidiendo a los pueblos afiliarse – mediante la circuncisión [y la observancia de toda la Ley ceremonial, ndr] – a la nación judía” (3).

Además, los Gentiles convertidos al Cristianismo con la obligación de la observancia ceremonial judía habrían sido Cristianos de segunda clase respecto a los Judíos convertidos al Cristianismo, que mantenían la observancia del Judaísmo ceremonial, con una inferioridad ontológica y no solo con una posterioridad cronológica en el orden de la salvación.

La Iglesia de los Doce Apóstoles respondió entonces, inmediata y firmemente, a este peligro que hoy (especialmente a partir de Nostra aetate) se presenta de nuevo con fuerza a través de los hombres de Iglesia, enseñando que:

a) El Bautismo del Centurión romano Cornelio atestigua que un Gentil entró, por orden de Dios, en la Iglesia sin pasar por la Sinagoga (Hechos, X). Por lo tanto, se puede ser plenamente Cristiano sin ser Judío de sangre (Judeo/Cristiano) y tampoco someterse al ceremonial judío (Judaizantes). La Antigua Ley ha sido abrogada, al contrario de lo afirmado por Juan Pablo II en la sinagoga de Maguncia el 17 de noviembre de 1980. Finalmente, con Cristo el “muro de separación” (Ef., II, 14) entre Judíos y Gentiles ha caído, la Iglesia está abierta a todos, sin distinción ni primacías de raza, no existen, ontológicamente hablando, “hermanos mayores o menores… en la fe de Abraham”, contrariamente a lo dicho por Juan Pablo II en el Templo Mayor de Roma el 13 de abril de 1986 y luego en la iglesia del Gesù el 31 de diciembre de 1986 en ocasión del Te Deum de fin de año.

b) El Concilio de Jerusalén (Hechos, XV; Gál., II, 1-10) reconoció la libertad de los Gentiles de entrar en la Iglesia sin pasar por el Judaísmo basándose en el Bautismo de Cornelio; ellos ni siquiera se habrían convertido en “hermanos menores”, es decir, no habrían tenido un rango ontológicamente secundario en la Iglesia.

c) El incidente de Antioquía (Gál., II, 11-21) entre San Pedro y San Pablo nos enseña que los Paganos se salvan sin obligación de someterse a la Ley ceremonial; bastan la fe y la caridad sobrenatural. También los Judíos se habrían podido salvar mediante la fe y la caridad, mientras que la sangre o la raza judía no les habrían conferido una dignidad ontológica mayor. San Pablo enseña que “la circuncisión no es nada” (Gál., VI, 15) y que lo que salva es “la fe que obra por la caridad” (Gál., V, 6).

Así, el Judeo/Cristianismo fue expulsado fuera de la Iglesia, mientras que hoy, por parte de los hombres de Iglesia incluso al máximo nivel, se intenta hacerlo reingresar con la teoría de los “hermanos mayores”, de la “Antigua Alianza nunca revocada”, de las “raíces judeo/cristianas de Europa”. Es necesario mantener alta la guardia para no olvidar y para que el viejo error no se reproduzca jamás.

De hecho, unos cincuenta años de prejuicio son difíciles de erradicar; la “catástrofe” más grande sería precisamente el retorno teológico del Judeo/Cristianismo o la “nueva/judaización”, que sustituiría la Evangelización. Por tanto, nunca hay que olvidar la doctrina apostólica y es necesario reprobar toda forma de discriminación racial de cuño judaizante que sería, en cuanto particularismo racista, un verdadero pecado contra Dios y contra toda la humanidad a favor de una nación o de un pueblo.

San Pablo – en la Epístola a los Romanos – enseña que “el papel de Israel ha terminado. Dios, irritado por su conducta, lo ha abandonado. Vendrá un tiempo en el que un resto de Israel se salvará. Ahora las promesas divinas pasan a los Gentiles” (4).

La doctrina sobre el peligro del Judeo/Cristianismo está expuesta especialmente en las Epístolas de San Pablo. Él, en su segundo viaje apostólico (hacia el año 50), llegó a Galacia del norte (con capital en Ancira/Ankara). Volviendo allí tres años después, se dio cuenta de que aquellos a quienes había evangelizado en el primer encuentro, “se habían dejado embaucar por los fanáticos Judeo/Cristianos, abrazando las prácticas del Judaísmo (circuncisión, etc.) como si fueran necesarias para la salvación” (5). Por lo tanto, desde Éfeso (hacia el 54), San Pablo – divinamente inspirado – les escribe, refutando los errores del Judeo/Cristianismo y de los Judaizantes.

En la Epístola a los Gálatas, el Apóstol de las Gentes enseña: «Me maravillo de que tan pronto os hayáis alejado de Aquel que os llamó en la gracia de Cristo, pasando a un “evangelio diferente”… hay algunos que siembran confusión entre vosotros y pretenden trastornar el Evangelio de Cristo. Ahora bien, si incluso un Ángel os anunciara un “evangelio diferente” [judaizante, ndr] del que nosotros mismos os hemos anunciado, ¡sea anatema!» (I, 6-8).

Los Padres, los Doctores y los exégetas aprobados en la Iglesia explican en este sentido el pasaje paulino: los Judaizantes desertan y abandonan el Evangelio de Cristo, predicado por sus Apóstoles, para adherirse a “otro evangelio” judaizante y judeo/cristiano contrapuesto al cristiano; éste es un “contra/evangelio”, puesto que los Judeo/Cristianos de la “Sinagoga de Satanás” (Apoc., II, 9; III, 9) se proponen pervertir el Evangelio de Cristo. El Judeo/Cristianismo quiere desertar o abandonar a Dios, que llama a los hombres en la gracia obtenida por nosotros de Cristo, con su Pasión y muerte, y reemplazarlo con la observancia de las antiguas ceremonias legales. La salvación, en cambio, se obtiene solo gracias a la fe (vivificada por la caridad) en Cristo.

Los Judaizantes son blasfemos y destinados a la condenación, tal es, en efecto, el significado del anatema (v. 8) que equivale al herem hebreo, el cual designaba a los excomulgados como destinados a la perdición por motivos religiosos. Ni siquiera un Ángel, un Apóstol o el mismo San Pablo podría escapar a la condenación, si predicaran el “contra/evangelio” judeo/cristiano (v. 9), que desde Juan XXIII hasta el papa Francisco ha sido predicado por los hombres de Iglesia, sobre todo por Juan Pablo II, Benedicto XVI y el papa Bergoglio.

En el capítulo II, en los versículos 3-4 de la Epístola a los Gálatas, el Apóstol de las Gentes revela que hacia el 49/50 había subido al Concilio Apostólico de Jerusalén, junto con Tito, quien, siendo griego, no estaba circuncidado. Los Judaizantes clamaban escandalizados, puesto que la presencia de un incircunciso en Jerusalén y en un Concilio era considerada por ellos intolerable y, por tanto, pidieron que fuese circuncidado.

El Apóstol califica a los Judaizantes como “falsos hermanos intrusos” (v. 4), [no “hermanos mayores en la fe”, ndr] “que se habían infiltrado para espiar nuestra libertad, la que tenemos en Jesucristo, y reducirnos a esclavitud” (v. 4). Su propósito era imponer la Ley ceremonial judía como necesaria para la salvación, aboliendo la gracia santificante que libera del pecado, en Jesucristo. Los cristianos judaizantes creían más en el viejo ceremonial mosaico que en Cristo; pero el antiguo ceremonial era ya – con la Venida de Jesús – incapaz de santificar; es más, era incluso pecaminoso, pues observarlo significaba confesar implícitamente que Cristo no bastaba para la salvación. De hecho, había sido reemplazado por la gracia de Cristo en virtud de sus méritos. “Si la justificación viene de la Ley ceremonial, ciertamente Cristo murió en vano” (v. 21). El Judeo/Cristianismo (condenado por el Concilio de Jerusalén y asumido por el Concilio Vaticano II) es la anulación radical y total del Sacrificio de Jesús en la cruz y de la gracia cristiana que de él se deriva; en resumen, es la apostasía y la destrucción del Cristianismo apostólico. “Si os dejáis circuncidar, Cristo no os aprovechará de nada” (Gal., V, 2).

En la II Epístola a los Corintios, san Pablo especifica que los Judaizantes son “falsos apóstoles, obreros fraudulentos y mentirosos, que se disfrazan de Apóstoles de Cristo, [como] el mismo Satanás se disfraza de Ángel de luz” (II Cor., XI, 13-14).

El Judeo/Cristianismo es la “contra/iglesia” o la “Sinagoga de Satanás” (Apoc., II, 9; III, 9), que quiere engañar la buena fe de los sencillos, con un falso celo y una virtud simulada (6).

El Katékon

San Tomás de Aquino, al contrario de la Apocalíptica judía, en el Comentario a la II Epístola a los Tesalonicenses II, 3-4 (capítulo 2, lección 1, n. 34-35) enseña: «Habrá la Apostasía del Imperio romano, al cual todo el mundo estaba sometido […]. El Imperio romano fue instituido para que bajo su dominio la Fe fuera predicada en todo el mundo. […]. El Imperio romano no ha desaparecido, sino que se ha transformado de temporal en espiritual. Por lo tanto, hay que decir que la Apostasía del Imperio romano debe entenderse no solo de aquel temporal, sino también y sobre todo de aquel espiritual, es decir, de la Fe católica de la Iglesia romana».

Además, siempre en el Comentario a la II Epístola a los Tesalonicenses (lección II, capítulo II, vv. 3-7, n. 32-45, Turín, Marietti, 1953, pp. 197-200), el Angélico afirma: «Cuando la iniquidad sea manifestada y llevada a lo público, entonces se revelará el Anticristo. En efecto, muchos ahora pecan en privado, mientras que otras veces [el pecado] llega a ser público. Ahora, Dios soporta a los pecadores mientras permanecen ocultos, pero cuando pecan públicamente, entonces ya no los soporta más, como se ve con los sodomitas (Gen., XIX, 24)». Una vez más, para el Aquinate, es la revuelta social y pública de las Naciones contra Cristo y su Iglesia la que quita de en medio “el obstáculo” que retiene al Anticristo final.

Además, el Aquinate en el Opuscolo 68 De Antichristo (edición de Parma, 1864) dice también que “el obstáculo” o to katékon / qui detineat para la manifestación del Anticristo final es la sumisión de la Sociedad civil a la Iglesia romana y, por lo tanto, “aquel que lo retiene”, es decir, “el katékon” es el Papado.

Por consiguiente, mientras la Sociedad civil permanezca fiel y sometida al Imperio espiritual Romano (la Iglesia católica), transformación del antiguo Imperio temporal romano, el Anticristo no podrá aparecer. En resumen, para S. Tomás, el Imperio romano no ha terminado aún, sino que se ha transformado de temporal en espiritual. Mientras el Papado sea reconocido, respetado también pública y socialmente, “el obstáculo” o “el katékon” subsistirá, la Sociedad civil permanecerá fiel al Imperio espiritual romano y a la Fe católica. Pero si este custodio, el Papado y la Iglesia romana, llega a ser desconocido, puesto a un lado, rechazado por la Sociedad civil, con él desaparecerá también “el obstáculo” o “aquel que retiene al Anticristo”, el cual entonces quedará libre de aparecer.

En definitiva, S. Tomás, basándose en S. Pablo en la II carta a los Tesalonicenses, dice que “el obstáculo” al Reino del Anticristo es la sumisión de la Sociedad civil a la Iglesia romana y que “aquel que retiene / qui detineat” todavía al Anticristo, hasta que sea quitado de en medio por Jesús “con el soplo de su boca”, es el Papado reconocido social y públicamente como tal, es decir, como Vicario y Representante visible – en esta tierra – de Cristo, que ha ascendido al Cielo y es invisible a los hombres.

Finalmente, Monseñor Francesco Spadafora, siguiendo a S. Tomás de Aquino, enseña que “to katékon”, es decir, “el obstáculo” o “aquel que retiene / qui detineat” al Anticristo es “la Roma antigua con su poder, que mantenía a raya el odio frenético de la Sinagoga contra el Cristianismo apostólico”, sin embargo, “El Paganismo del Imperio romano, y particularmente el culto idolátrico que debía tributarse al Emperador como si hubiera sido una divinidad (Apoc., XIII, 11-18; XIV, 9 ss.; XVI, 2), encontraba en el Cristianismo una oposición irreductible” (Diccionario bíblico, Roma, Studium, III ed., 1963, p. 33 y 36, voces “Anticristo” y “Apocalipsis”).

 

NOTAS:

1 – F. VERNET, in «Dictionnaire Apologétique de la Foi Catholique»,  Paris, Beauchesne, 1911, vol. II, col. 1654, voce «Juifs et Chrétiens».
2 – Ivi.
3 – Ibidem, col. 1655
4 – «DAFC», art. cit., col. 1656.
5 – F. SPADAFORA, San Paolo: le Lettere, Genova, Quadrivium, 1990, p. 30.
6 – I testi dei Padri possono essere consultati in: CORNELIUS A LAPIDE, Commentarii in Sacram Scripturam. Epistolas sancti Pauli Apostoli, Amsterdam, 1681; inoltre cfr. SAN TOMMASO D’AQUINO, Super Epistolas Sancti Pauli Lectura, 2 voll., Torino, Marietti, 1951.

 

https://doncurzionitoglia.wordpress.com/2025/08/28/contra-ciancias/

 

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