Benedicto
XVI Judaizante
por DON
CURZIO NITOGLIA
Primera parte
INTRODUCCIÓN
La época actual es la de las charlatanerías. Una de
ellas consiste en presentar a Benedicto XVI como el campeón de la ortodoxia
católica. Para hacer esto se insiste en ignorar lo que ha escrito el mismo
Joseph Ratzinger desde los años cincuenta hasta 2023 y, en cambio, se buscan
artículos escritos por algunos ensayistas sobre Ratzinger.
Normalmente los escritos de Ratzinger nos hacen
entender de manera mucho más fundamentada la naturaleza de su pensamiento que
todos los ensayos que se han escrito sobre Joseph Ratzinger.
En una serie de artículos me basaré, como siempre
he hecho hasta ahora, en los escritos de Ratzinger para demostrar, negro sobre
blanco, su heterodoxia.
“JUDÍOS Y
CRISTIANOS” (2019)
Recientemente, han surgido discusiones sobre el
modernismo del papa Bergoglio y el presunto apego a la Tradición apostólica de
Benedicto XVI.
En realidad, si se estudia el tema, se evidencia
que Ratzinger – incluso poco tiempo antes de dejar este mundo – mantuvo sus
posiciones modernistas.
Para no aburrir al lector, me detengo en un aspecto
de su teología modernizante y en ruptura con la Tradición: el de las relaciones
entre Cristianismo y Judaísmo post/bíblico.
El libro Judíos y Cristianos (Cinisello
Balsamo, San Paolo, 2019) redactado por el “papa emérito” BENEDICTO XVI junto
con el rabino jefe de Viena ARIE FOLGER, que es perniciosamente judaizante pero
de manera oculta, de modo que pueda dañar más, como “la serpiente que se
esconde entre la hierba”, es más peligrosa que aquella bien visible en medio de
un camino.
A partir del contenido doctrinal de este libro, se
evidencia claramente:
- Que en el origen de la teología del Concilio
Vaticano II está la doctrina judaizante de la Declaración Nostra aetate
del 28 de octubre de 1965, la cual cabalísticamente abre el camino al
antropocentrismo que impregna la doctrina de los 16 documentos
conciliares;
- Que el Concilio pastoral, la Declaración
conciliar Nostra aetate y la enseñanza postconciliar, desde Pablo
VI (1963-1978) hasta Francisco (2013-2025), están en ruptura o en
oposición de contradicción con la doctrina católica bimilenaria (desde
Jesús hasta Pío XII), revelada por Dios, definida por el Magisterio
dogmático y constante de la Iglesia, sostenida por la Tradición
apostólico/patrística y por la enseñanza de los Doctores escolásticos
desde Santo Tomás de Aquino hasta la primera mitad del siglo XX.
Por lo tanto, es más que oportuno estudiar y refutar los principios expuestos en el volumen citado.
Diferencias entre “Judeo/Cristianos” y
“Judaizantes”
El término Judeo/Cristianismo se aplica – en
sentido estricto – a los “Cristianos nacidos Judíos, los cuales consideraban
que la Ley ceremonial del Antiguo Testamento no había sido abrogada y entraron
así en conflicto no solo con san Pablo, sino con el mismo Cristianismo” (1).
Mientras que, la palabra Judaizantes –
etimológicamente – se refiere a “los Gentiles convertidos al Cristianismo, que
imitaban las costumbres judías […] y consideraban obligatoria para salvarse la
observancia, total o parcial, de la Ley ceremonial mosaica; sin embargo,
prácticamente, casi todos ellos fueron Cristianos de sangre judía” (2).
En síntesis, los Judaizantes son en teoría los
Gentiles que se convierten al Cristianismo, pero consideran necesarias las
observancias judías ceremoniales; sin embargo, en la práctica, casi todos ellos
son Judíos. De hecho, solo poquísimos Gentiles convertidos al Evangelio
consideraron obligatoria la Ley ceremonial del Antiguo Testamento. Los
Judeo/Cristianos, en cambio, son de iure y de facto Judíos
convertidos a Cristo, que consideran obligatoria la observancia del ceremonial
judío. Por tanto, prácticamente hablando, los dos grupos, aunque teóricamente
distintos, coinciden sustancialmente.
Las pretensiones de los Judeo/Cristianos y de los
Judaizantes se basaban – material y erróneamente – en las promesas hechas por
Dios a Abraham y a los Patriarcas; en el hecho de que el Mesías, nacido de la
raza judía, establecería en la tierra un Reino temporal, el de Israel; en que
Cristo había venido para cumplir la Ley social y política del antiguo Israel.
El Judeo/Cristianismo quería así “calcar el Cristianismo sobre el Judaísmo,
pidiendo a los pueblos afiliarse – mediante la circuncisión [y la observancia
de toda la Ley ceremonial, ndr] – a la nación judía” (3).
Además, los Gentiles convertidos al Cristianismo
con la obligación de la observancia ceremonial judía habrían sido Cristianos de
segunda clase respecto a los Judíos convertidos al Cristianismo, que mantenían
la observancia del Judaísmo ceremonial, con una inferioridad ontológica y no
solo con una posterioridad cronológica en el orden de la salvación.
La Iglesia de los Doce Apóstoles respondió
entonces, inmediata y firmemente, a este peligro que hoy (especialmente a
partir de Nostra aetate) se presenta de nuevo con fuerza a través de los
hombres de Iglesia, enseñando que:
a) El Bautismo del Centurión romano Cornelio
atestigua que un Gentil entró, por orden de Dios, en la Iglesia sin pasar por
la Sinagoga (Hechos, X). Por lo tanto, se puede ser plenamente Cristiano sin
ser Judío de sangre (Judeo/Cristiano) y tampoco someterse al ceremonial judío
(Judaizantes). La Antigua Ley ha sido abrogada, al contrario de lo afirmado por
Juan Pablo II en la sinagoga de Maguncia el 17 de noviembre de 1980.
Finalmente, con Cristo el “muro de separación” (Ef., II, 14) entre Judíos y
Gentiles ha caído, la Iglesia está abierta a todos, sin distinción ni primacías
de raza, no existen, ontológicamente hablando, “hermanos mayores o menores… en
la fe de Abraham”, contrariamente a lo dicho por Juan Pablo II en el Templo
Mayor de Roma el 13 de abril de 1986 y luego en la iglesia del Gesù el 31 de
diciembre de 1986 en ocasión del Te Deum de fin de año.
b) El Concilio de Jerusalén (Hechos, XV; Gál., II,
1-10) reconoció la libertad de los Gentiles de entrar en la Iglesia sin pasar
por el Judaísmo basándose en el Bautismo de Cornelio; ellos ni siquiera se
habrían convertido en “hermanos menores”, es decir, no habrían tenido un rango
ontológicamente secundario en la Iglesia.
c) El incidente de Antioquía (Gál., II, 11-21)
entre San Pedro y San Pablo nos enseña que los Paganos se salvan sin obligación
de someterse a la Ley ceremonial; bastan la fe y la caridad sobrenatural.
También los Judíos se habrían podido salvar mediante la fe y la caridad,
mientras que la sangre o la raza judía no les habrían conferido una dignidad
ontológica mayor. San Pablo enseña que “la circuncisión no es nada” (Gál., VI,
15) y que lo que salva es “la fe que obra por la caridad” (Gál., V, 6).
Así, el Judeo/Cristianismo fue expulsado fuera de
la Iglesia, mientras que hoy, por parte de los hombres de Iglesia incluso al
máximo nivel, se intenta hacerlo reingresar con la teoría de los “hermanos
mayores”, de la “Antigua Alianza nunca revocada”, de las “raíces
judeo/cristianas de Europa”. Es necesario mantener alta la guardia para no
olvidar y para que el viejo error no se reproduzca jamás.
De hecho, unos cincuenta años de prejuicio son
difíciles de erradicar; la “catástrofe” más grande sería precisamente el
retorno teológico del Judeo/Cristianismo o la “nueva/judaización”, que
sustituiría la Evangelización. Por tanto, nunca hay que olvidar la doctrina
apostólica y es necesario reprobar toda forma de discriminación racial de cuño
judaizante que sería, en cuanto particularismo racista, un verdadero pecado
contra Dios y contra toda la humanidad a favor de una nación o de un pueblo.
San Pablo – en la Epístola a los Romanos – enseña
que “el papel de Israel ha terminado. Dios, irritado por su conducta, lo ha
abandonado. Vendrá un tiempo en el que un resto de Israel se salvará. Ahora las
promesas divinas pasan a los Gentiles” (4).
La doctrina sobre el peligro del Judeo/Cristianismo
está expuesta especialmente en las Epístolas de San Pablo. Él, en su segundo viaje
apostólico (hacia el año 50), llegó a Galacia del norte (con capital en
Ancira/Ankara). Volviendo allí tres años después, se dio cuenta de que aquellos
a quienes había evangelizado en el primer encuentro, “se habían dejado embaucar
por los fanáticos Judeo/Cristianos, abrazando las prácticas del Judaísmo
(circuncisión, etc.) como si fueran necesarias para la salvación” (5). Por lo
tanto, desde Éfeso (hacia el 54), San Pablo – divinamente inspirado – les
escribe, refutando los errores del Judeo/Cristianismo y de los Judaizantes.
En la Epístola a los Gálatas, el Apóstol de las
Gentes enseña: «Me maravillo de que tan pronto os hayáis alejado de Aquel que
os llamó en la gracia de Cristo, pasando a un “evangelio diferente”… hay
algunos que siembran confusión entre vosotros y pretenden trastornar el
Evangelio de Cristo. Ahora bien, si incluso un Ángel os anunciara un “evangelio
diferente” [judaizante, ndr] del que nosotros mismos os hemos anunciado, ¡sea
anatema!» (I, 6-8).
Los Padres, los Doctores y los exégetas aprobados
en la Iglesia explican en este sentido el pasaje paulino: los Judaizantes
desertan y abandonan el Evangelio de Cristo, predicado por sus Apóstoles, para
adherirse a “otro evangelio” judaizante y judeo/cristiano contrapuesto al
cristiano; éste es un “contra/evangelio”, puesto que los Judeo/Cristianos de la
“Sinagoga de Satanás” (Apoc., II, 9; III, 9) se proponen pervertir el Evangelio
de Cristo. El Judeo/Cristianismo quiere desertar o abandonar a Dios, que llama
a los hombres en la gracia obtenida por nosotros de Cristo, con su Pasión y
muerte, y reemplazarlo con la observancia de las antiguas ceremonias legales.
La salvación, en cambio, se obtiene solo gracias a la fe (vivificada por la
caridad) en Cristo.
Los Judaizantes son blasfemos y destinados a la
condenación, tal es, en efecto, el significado del anatema (v. 8) que equivale
al herem hebreo, el cual designaba a los excomulgados como destinados a
la perdición por motivos religiosos. Ni siquiera un Ángel, un Apóstol o el
mismo San Pablo podría escapar a la condenación, si predicaran el
“contra/evangelio” judeo/cristiano (v. 9), que desde Juan XXIII hasta el papa
Francisco ha sido predicado por los hombres de Iglesia, sobre todo por Juan
Pablo II, Benedicto XVI y el papa Bergoglio.
En el capítulo II, en los versículos 3-4 de la
Epístola a los Gálatas, el Apóstol de las Gentes revela que hacia el 49/50
había subido al Concilio Apostólico de Jerusalén, junto con Tito, quien, siendo
griego, no estaba circuncidado. Los Judaizantes clamaban escandalizados, puesto
que la presencia de un incircunciso en Jerusalén y en un Concilio era
considerada por ellos intolerable y, por tanto, pidieron que fuese
circuncidado.
El Apóstol califica a los Judaizantes como “falsos
hermanos intrusos” (v. 4), [no “hermanos mayores en la fe”, ndr] “que se habían
infiltrado para espiar nuestra libertad, la que tenemos en Jesucristo, y
reducirnos a esclavitud” (v. 4). Su propósito era imponer la Ley ceremonial
judía como necesaria para la salvación, aboliendo la gracia santificante que
libera del pecado, en Jesucristo. Los cristianos judaizantes creían más en el
viejo ceremonial mosaico que en Cristo; pero el antiguo ceremonial era ya – con
la Venida de Jesús – incapaz de santificar; es más, era incluso pecaminoso,
pues observarlo significaba confesar implícitamente que Cristo no bastaba para
la salvación. De hecho, había sido reemplazado por la gracia de Cristo en
virtud de sus méritos. “Si la justificación viene de la Ley ceremonial,
ciertamente Cristo murió en vano” (v. 21). El Judeo/Cristianismo (condenado por
el Concilio de Jerusalén y asumido por el Concilio Vaticano II) es la anulación
radical y total del Sacrificio de Jesús en la cruz y de la gracia cristiana que
de él se deriva; en resumen, es la apostasía y la destrucción del Cristianismo
apostólico. “Si os dejáis circuncidar, Cristo no os aprovechará de nada” (Gal.,
V, 2).
En la II Epístola a los Corintios, san Pablo
especifica que los Judaizantes son “falsos apóstoles, obreros fraudulentos y
mentirosos, que se disfrazan de Apóstoles de Cristo, [como] el mismo Satanás se
disfraza de Ángel de luz” (II Cor., XI, 13-14).
El Judeo/Cristianismo es la “contra/iglesia” o la
“Sinagoga de Satanás” (Apoc., II, 9; III, 9), que quiere engañar la buena fe de
los sencillos, con un falso celo y una virtud simulada (6).
El Katékon
San Tomás de Aquino, al contrario de la
Apocalíptica judía, en el Comentario a la II Epístola a los Tesalonicenses II,
3-4 (capítulo 2, lección 1, n. 34-35) enseña: «Habrá la Apostasía del Imperio
romano, al cual todo el mundo estaba sometido […]. El Imperio romano fue
instituido para que bajo su dominio la Fe fuera predicada en todo el mundo.
[…]. El Imperio romano no ha desaparecido, sino que se ha transformado de
temporal en espiritual. Por lo tanto, hay que decir que la Apostasía del
Imperio romano debe entenderse no solo de aquel temporal, sino también y sobre
todo de aquel espiritual, es decir, de la Fe católica de la Iglesia romana».
Además, siempre en el Comentario a la II Epístola a
los Tesalonicenses (lección II, capítulo II, vv. 3-7, n. 32-45, Turín,
Marietti, 1953, pp. 197-200), el Angélico afirma: «Cuando la iniquidad sea
manifestada y llevada a lo público, entonces se revelará el Anticristo. En
efecto, muchos ahora pecan en privado, mientras que otras veces [el pecado]
llega a ser público. Ahora, Dios soporta a los pecadores mientras permanecen
ocultos, pero cuando pecan públicamente, entonces ya no los soporta más, como
se ve con los sodomitas (Gen., XIX, 24)». Una vez más, para el Aquinate, es la
revuelta social y pública de las Naciones contra Cristo y su Iglesia la que
quita de en medio “el obstáculo” que retiene al Anticristo final.
Además, el Aquinate en el Opuscolo
68 De
Antichristo (edición de Parma, 1864) dice también que “el
obstáculo” o to
katékon / qui detineat para la manifestación del Anticristo final
es la sumisión de la Sociedad civil a la Iglesia romana y, por lo tanto, “aquel
que lo retiene”, es decir, “el katékon” es el Papado.
Por consiguiente, mientras
la Sociedad civil permanezca fiel y sometida al Imperio espiritual Romano (la
Iglesia católica), transformación del antiguo Imperio temporal romano, el
Anticristo no podrá aparecer. En resumen, para S. Tomás, el Imperio romano no
ha terminado aún, sino que se ha transformado de temporal en espiritual.
Mientras el Papado sea reconocido, respetado también pública y socialmente, “el
obstáculo” o “el katékon”
subsistirá, la Sociedad civil permanecerá fiel al Imperio espiritual romano y a
la Fe católica. Pero si este custodio, el Papado y la Iglesia romana, llega a
ser desconocido, puesto a un lado, rechazado por la Sociedad civil, con él
desaparecerá también “el obstáculo” o “aquel que retiene al Anticristo”, el
cual entonces quedará libre de aparecer.
En definitiva, S.
Tomás, basándose en S. Pablo en la II carta a los Tesalonicenses, dice que “el
obstáculo” al Reino del Anticristo es la sumisión de la Sociedad civil a la
Iglesia romana y que “aquel que retiene / qui detineat” todavía al Anticristo,
hasta que sea quitado de en medio por Jesús “con el soplo de su boca”, es el
Papado reconocido social y públicamente como tal, es decir, como Vicario y
Representante visible – en esta tierra – de Cristo, que ha ascendido al Cielo y
es invisible a los hombres.
Finalmente, Monseñor
Francesco Spadafora, siguiendo a S. Tomás de Aquino, enseña que “to
katékon”, es decir, “el obstáculo” o “aquel que retiene / qui
detineat” al Anticristo es “la Roma antigua con su poder, que mantenía a raya
el odio frenético de la Sinagoga contra el Cristianismo apostólico”, sin
embargo, “El Paganismo del Imperio romano, y particularmente el culto
idolátrico que debía tributarse al Emperador como si hubiera sido una divinidad
(Apoc., XIII, 11-18; XIV, 9 ss.; XVI, 2), encontraba en el Cristianismo una
oposición irreductible” (Diccionario bíblico, Roma,
Studium, III ed., 1963, p. 33 y 36, voces “Anticristo” y “Apocalipsis”).
NOTAS:
1 – F. VERNET, in «Dictionnaire Apologétique de la
Foi Catholique», Paris, Beauchesne, 1911, vol. II, col. 1654, voce «Juifs
et Chrétiens».
2 – Ivi.
3 – Ibidem, col. 1655
4 – «DAFC», art. cit., col. 1656.
5 –
F. SPADAFORA, San Paolo: le Lettere, Genova, Quadrivium, 1990, p. 30.
6 –
I testi dei Padri possono essere consultati in: CORNELIUS A
LAPIDE, Commentarii in Sacram Scripturam. Epistolas sancti Pauli Apostoli,
Amsterdam, 1681; inoltre cfr. SAN TOMMASO D’AQUINO, Super Epistolas Sancti
Pauli Lectura, 2 voll., Torino, Marietti, 1951.
https://doncurzionitoglia.wordpress.com/2025/08/28/contra-ciancias/