Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

sábado, 16 de agosto de 2025

RESEÑA DE JOHANNES DÖRMANN, COMENTARIO A LA DECLARACIÓN DOMINUS JESUS

 


Por Fr. PIERRE-MARIE DE KERGORLAY O.P.

Le Sel de la terre N° 41, verano de 2002.

 

+ Dominus Jesus o cómo unir a Cristo y Belial

 

El profesor Johannes Dörmann, de quien ya hemos reseñado varias obras en Le Sel de la terre, hizo un comentario a la declaración Dominus Jesus publicado en el mensual católico alemán Theologisches Katholische Monatsschrift de noviembre-diciembre de 2000 [1].

Habiendo algunos pensado que esta declaración era el inicio de un retorno de Roma a la Tradición [2], nos parece útil dar aquí un resumen de dicho comentario.

La declaración Dominus Jesus aparece como un golpe de freno (muy en la lógica modernista [3]) contra ciertos errores que son consecuencia de la política ecuménica de la Iglesia conciliar. Sin embargo, la declaración guarda completo silencio sobre el papel de Roma en esta política (especialmente a través de los encuentros interreligiosos de Asís y otros lugares).

Después de recordar en su introducción las verdades centrales de la fe católica, Dominus Jesus continúa con una página de «sabor» modernista, de la cual damos aquí el pasaje principal:

Considerando de manera abierta y positiva [4] los valores de los que dan testimonio estas tradiciones y que ofrecen a la humanidad, la Declaración conciliar sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas afirma: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que hay de verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero respeto estas maneras de obrar y de vivir, estas reglas y estas doctrinas que, aunque difieren en muchos puntos de lo que ella misma mantiene y propone, sin embargo aportan con frecuencia un rayo de la Verdad que ilumina a todos los hombres [5]». Continuando en la misma dirección, la tarea eclesial de anunciar a Jesucristo, «camino, verdad y vida» (cf. Jn 14, 6), sigue tomando hoy la vía del diálogo interreligioso, que ciertamente no reemplaza la missio ad gentes, sino que más bien la acompaña, a causa de este «misterio de unidad» del que «se sigue que todos aquellos y aquellas que son salvados participan, aunque de manera diversa, del mismo misterio de salvación en Jesucristo por su Espíritu [6]». Este diálogo, que forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia [7], comporta una actitud de comprensión y una relación de conocimiento recíproco y de enriquecimiento mutuo, en la obediencia a la verdad y el respeto de la libertad [8].

Así, la declaración nos explica que de ahora en adelante el diálogo interreligioso (doctrina conciliar) deberá acompañar a la misión (doctrina católica). Y todo el resto del texto estará en este tono: se explicará la doctrina católica (más o menos), y luego se añadirá un párrafo para decir que esta doctrina debe completarse con la nueva doctrina (conciliar). No se toma en cuenta el hecho de que una está inspirada por Cristo y la otra por Belial.

Y para justificar este monstruoso acoplamiento, se invoca el «misterio de unidad» gracias al cual todos los que son salvados (y el resto de la declaración puede hacer pensar que se trata de todos los hombres sin excepción) están asociados al misterio de salvación, es decir, que incluso los que están fuera de la Iglesia pueden salvarse.

Ciertamente, la declaración critica algunos excesos de la nueva teología (por ejemplo, los que niegan la unidad personal del Verbo y de Jesús de Nazaret), y ciertas raíces de estos errores, pero no para volver pura y simplemente a la doctrina tradicional, sino para efectuar un recentramiento: se reafirmarán ciertos puntos de la doctrina antigua, pero con una mirada «abierta y positiva» que permita salvaguardar lo esencial de la nueva teología.

Así, la declaración afirma que la revelación no debe confundirse con los mensajes de salvación de otras religiones, ni la fe con la creencia, ni la Sagrada Escritura con los «textos sagrados». Pero añade enseguida que estos textos sagrados contienen «semillas del Verbo [9]», y que, por consiguiente, «reciben del misterio de Cristo elementos de bondad y de gracia», por los cuales «alimentan y dirigen la existencia» de los adeptos de esas religiones, a los cuales «Dios se hace presente» (no solo a los individuos, sino a los pueblos «enriquecidos» por esas religiones). En resumen, Cristo lo abarca todo: a todos los hombres y a todas las religiones.

La declaración continúa criticando la teología que da al Verbo una misión universal fuera de la Iglesia y sin relación con ella, pero prosigue diciendo que después del pecado la semejanza divina en el hombre está solamente «alterada» y que, en las demás religiones, hay riquezas espirituales que no deben separarse de Cristo.

De igual manera, la declaración critica a quienes dan al Espíritu Santo una misión más universal que la del Verbo encarnado, pero lo hace para añadir enseguida que el Espíritu Santo es dado a «la humanidad» y afirmar que la presencia y la acción del Espíritu Santo conciernen, no solo a los individuos, sino también «a las religiones», y que es Él quien derrama en ellas esas famosas «semillas del Verbo».

Se afirma después que la salvación se realiza únicamente por la Encarnación, pero para decir a renglón seguido que hay elementos positivos en las diversas religiones, y que no se excluye la existencia de otras mediaciones (distintas de Nuestro Señor), con tal de decir que sacan su valor únicamente de la de Cristo [10].

Dominus Jesus pretende luego recordarnos la unicidad y la universalidad de la Iglesia, pero sin excluir a los cismáticos y a los herejes que conservan una comunión «menos plena». Incluso se dice que la Iglesia de Cristo está presente y actuante en las Iglesias cismáticas. Los bautizados de estas comunidades están «incorporados a Cristo» y lo están, de manera imperfecta, «con la Iglesia».

Se afirma que el Reino de Dios no puede separarse de la Iglesia, pero para incluir de inmediato a todo el mundo: «No se debe olvidar la acción de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los límites visibles de la Iglesia. Por tanto, se debe tener presente que el Reino concierne a las personas humanas, a la sociedad, al mundo entero» (Dominus Jesus 19).

Luego se recuerda la doctrina tradicional sobre la necesidad de pertenecer a la Iglesia, pero añadiendo que esto no se opone a la voluntad salvífica universal. La salvación (de aquellos que se salvan sin ser formal y visiblemente miembros de la Iglesia) proviene de una gracia que «aun teniendo una relación misteriosa con la Iglesia, no los introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada a su situación interior en su medio ambiente». He aquí, en efecto, una gracia bien misteriosa, que salva haciendo economía de la conversión.
Todavía se nos habla de las «semillas del Verbo que forman parte de la acción del Espíritu Santo en las religiones», lo que equivale a hacer de esas religiones verdaderos instrumentos de salvación. Quienes adhieren a estas falsas religiones se hallan solamente en un estado de indigencia: no se trata de una cuestión de salvación o perdición, sino de una cuestión de salvación más o menos plena.

Finalmente, en conclusión, se afirma querer respetar la Tradición… haciendo exactamente lo contrario. En resumen, para quien todavía entiende lo que lee y admite el principio de no contradicción, hay materia para un buen dolor de cabeza, y quizá riesgo de esquizofrenia [11].

El profesor Dörmann, en su conclusión, observa que la declaración apenas precisa qué son esas famosas «semillas del Verbo», que se mueve en el terreno de lo abstracto, sin considerar que esas religiones no están orientadas hacia Cristo, y que no distingue entre redención objetiva (Cristo murió para redimir a todos los hombres) y redención subjetiva (pero, de hecho, no todos se benefician de ella). En cuanto al diálogo que acompaña la misión, este siempre ha existido, pero antiguamente tenía por fin ayudar a los paganos a abandonar su religión.

Fr. P.-M.

Johannes Dörmann, comentario a la declaración Dominus Jesus, en el mensual católico alemán Theologisches Katholische Monatsschrift, noviembre-diciembre 2000. Traducción en el Courrier de Rome, Sí sí no no, julio-agosto 2001.

NOTAS:

[1] — Traducción en la revista Courrier de Rome, sí sí no no, de julio-agosto de 2001.

[2] — Ver en particular Alètheia 4, del 18 de octubre de 2000: «Debe señalarse, ante todo, que esta declaración, fechada el 6 de agosto, no fue hecha pública sino el martes 5 de septiembre, es decir, dos días después de la beatificación de Pío IX. Esto, sin duda, no es una coincidencia. Algunos comentaristas hostiles no se equivocaron al ver en ella un “nuevo Syllabus”. El abad Claude Barthe, por su parte, en un extenso comentario publicado en el nº 69 de la revista Catholica (B.P. 246, 91162 Longjumeau Cedex), destaca otra coincidencia: el cincuentenario de la gran encíclica Humani generis (12 de agosto de 1950). (…) Dominus Iesus es, después del Catecismo de la Iglesia Católica, Donum vitae, Ordinatio sacerdotalis, Fides et ratio, un acto restaurador y clarificador».

[3] — «Digamos, pues, para expresar plenamente el pensamiento de los modernistas, que la evolución resulta del conflicto de dos fuerzas: una impulsa el progreso, mientras que la otra tiende a la conservación. La fuerza conservadora, en la Iglesia, es la Tradición, y la Tradición está representada en ella por la autoridad religiosa. Esto, tanto en derecho como en hecho: en derecho, porque la defensa de la Tradición es como un instinto natural de la autoridad; en hecho, porque, elevándose por encima de las contingencias de la vida, la autoridad no siente, o siente muy poco, los estímulos del progreso» (San Pío X, Pascendi, ed. Courrier de Rome, p. 448).

[4] — El subrayado es nuestro, igualmente en lo que sigue. (N. del E.).

[5] — Vaticano II, Nostra aetate, § 2.

[6] — Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Instrucción Diálogo y anuncio, 29: AAS 84 (1992) 414-446; Vaticano II, Gaudium et spes, § 22.

[7] — Ver Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris missio, 55.

[8] — Ver Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Instrucción Diálogo y anuncio, 9.

[9] — Sobre este engaño de las “semina Verbi”, ver el editorial de Le Sel de la terre 38.

[10] — En este sentido, quizá podría explicarse que Buda, teniendo ciertos aspectos de semejanza con Cristo, sea una prefiguración de Él, y desempeñaría el papel de mediador con respecto a Dios para los budistas, valor que obtendría del hecho de ser un tipo de Cristo. No parece que Dominus Jesus condene tal interpretación.

[11] — No olvidemos este pasaje, siempre actual, de Pascendi: «Al escucharlos, al leerlos, uno se sentiría tentado a creer que caen en contradicción consigo mismos, que son vacilantes e inciertos. Lejos de ello: todo está calculado, todo es querido por ellos, pero a la luz de este principio, que la fe y la ciencia son extrañas la una a la otra. Tal página de su obra podría ser firmada por un católico; pasa la página, y parece que uno lee a un racionalista. ¿Escriben historia? ninguna mención de la divinidad de Jesucristo; ¿suben al púlpito sagrado? la proclaman en voz alta» (ed. Courrier de Rome, p. 441-442).

 

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