Por
Fr. PIERRE-MARIE DE KERGORLAY O.P.
Le Sel de la terre N° 41, verano de 2002.
+ Dominus
Jesus o cómo unir a Cristo y Belial
El profesor Johannes Dörmann, de quien ya
hemos reseñado varias obras en Le
Sel de la terre, hizo un comentario a la declaración Dominus Jesus publicado en el
mensual católico alemán Theologisches
Katholische Monatsschrift de noviembre-diciembre de 2000 [1].
Habiendo algunos pensado que esta
declaración era el inicio de un retorno de Roma a la Tradición [2], nos parece
útil dar aquí un resumen de dicho comentario.
La declaración Dominus Jesus aparece como un golpe de freno (muy
en la lógica modernista [3]) contra ciertos errores que son consecuencia de la
política ecuménica de la Iglesia conciliar. Sin embargo, la declaración guarda
completo silencio sobre el papel de Roma en esta política (especialmente a
través de los encuentros interreligiosos de Asís y otros lugares).
Después de recordar en su introducción las
verdades centrales de la fe católica, Dominus
Jesus continúa con una página de «sabor» modernista, de la cual
damos aquí el pasaje principal:
Considerando de manera abierta y positiva
[4] los valores de los que dan testimonio estas tradiciones y que ofrecen a la
humanidad, la Declaración conciliar sobre las relaciones de la Iglesia con las
religiones no cristianas afirma: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que
hay de verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero respeto
estas maneras de obrar y de vivir, estas reglas y estas doctrinas que, aunque
difieren en muchos puntos de lo que ella misma mantiene y propone, sin embargo
aportan con frecuencia un rayo de la Verdad que ilumina a todos los hombres
[5]». Continuando en la misma dirección, la tarea eclesial de anunciar a
Jesucristo, «camino, verdad y vida» (cf. Jn 14, 6), sigue tomando hoy la vía
del diálogo interreligioso, que ciertamente no reemplaza la missio ad gentes, sino que más
bien la acompaña, a causa de este «misterio de unidad» del que «se sigue que
todos aquellos y aquellas que son salvados participan, aunque de manera
diversa, del mismo misterio de salvación en Jesucristo por su Espíritu [6]».
Este diálogo, que forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia [7], comporta
una actitud de comprensión y una relación de conocimiento recíproco y de
enriquecimiento mutuo, en la obediencia a la verdad y el respeto de la libertad
[8].
Así, la declaración nos explica que de
ahora en adelante el diálogo interreligioso (doctrina conciliar) deberá
acompañar a la misión (doctrina católica). Y todo el resto del texto estará en
este tono: se explicará la doctrina católica (más o menos), y luego se añadirá
un párrafo para decir que esta doctrina debe completarse con la nueva doctrina
(conciliar). No se toma en cuenta el hecho de que una está inspirada por Cristo
y la otra por Belial.
Y para justificar este monstruoso acoplamiento, se invoca el «misterio de unidad» gracias al cual todos los que son salvados (y el resto de la declaración puede hacer pensar que se trata de todos los hombres sin excepción) están asociados al misterio de salvación, es decir, que incluso los que están fuera de la Iglesia pueden salvarse.
Ciertamente, la declaración critica algunos
excesos de la nueva teología (por ejemplo, los que niegan la unidad personal
del Verbo y de Jesús de Nazaret), y ciertas raíces de estos errores, pero no
para volver pura y simplemente a la doctrina tradicional, sino para efectuar un
recentramiento: se reafirmarán ciertos puntos de la doctrina antigua, pero con
una mirada «abierta y positiva» que permita salvaguardar lo esencial de la
nueva teología.
Así, la declaración afirma que la
revelación no debe confundirse con los mensajes de salvación de otras
religiones, ni la fe con la creencia, ni la Sagrada Escritura con los «textos
sagrados». Pero añade enseguida que estos textos sagrados contienen «semillas
del Verbo [9]», y que, por consiguiente, «reciben del misterio de Cristo
elementos de bondad y de gracia», por los cuales «alimentan y dirigen la
existencia» de los adeptos de esas religiones, a los cuales «Dios se hace
presente» (no solo a los individuos, sino a los pueblos «enriquecidos» por esas
religiones). En resumen, Cristo lo abarca todo: a todos los hombres y a todas
las religiones.
La declaración continúa criticando la
teología que da al Verbo una misión universal fuera de la Iglesia y sin
relación con ella, pero prosigue diciendo que después del pecado la semejanza
divina en el hombre está solamente «alterada» y que, en las demás religiones,
hay riquezas espirituales que no deben separarse de Cristo.
De igual manera, la declaración critica a
quienes dan al Espíritu Santo una misión más universal que la del Verbo
encarnado, pero lo hace para añadir enseguida que el Espíritu Santo es dado a
«la humanidad» y afirmar que la presencia y la acción del Espíritu Santo
conciernen, no solo a los individuos, sino también «a las religiones», y que es
Él quien derrama en ellas esas famosas «semillas del Verbo».
Se afirma después que la salvación se
realiza únicamente por la Encarnación, pero para decir a renglón seguido que
hay elementos positivos en las diversas religiones, y que no se excluye la
existencia de otras mediaciones (distintas de Nuestro Señor), con tal de decir
que sacan su valor únicamente de la de Cristo [10].
Dominus Jesus pretende luego recordarnos la unicidad y
la universalidad de la Iglesia, pero sin excluir a los cismáticos y a los
herejes que conservan una comunión «menos plena». Incluso se dice que la
Iglesia de Cristo está presente y actuante en las Iglesias cismáticas. Los
bautizados de estas comunidades están «incorporados a Cristo» y lo están, de
manera imperfecta, «con la Iglesia».
Se afirma que el Reino de Dios no puede
separarse de la Iglesia, pero para incluir de inmediato a todo el mundo: «No se
debe olvidar la acción de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los límites
visibles de la Iglesia. Por tanto, se debe tener presente que el Reino
concierne a las personas humanas, a la sociedad, al mundo entero» (Dominus Jesus 19).
Luego se recuerda la doctrina tradicional
sobre la necesidad de pertenecer a la Iglesia, pero añadiendo que esto no se
opone a la voluntad salvífica universal. La salvación (de aquellos que se
salvan sin ser formal y visiblemente miembros de la Iglesia) proviene de una
gracia que «aun teniendo una relación misteriosa con la Iglesia, no los
introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada a su
situación interior en su medio ambiente». He aquí, en efecto, una gracia bien
misteriosa, que salva haciendo economía de la conversión.
Todavía se nos habla de las «semillas del Verbo que forman parte de la acción
del Espíritu Santo en las religiones», lo que equivale a hacer de esas
religiones verdaderos instrumentos de salvación. Quienes adhieren a estas
falsas religiones se hallan solamente en un estado de indigencia: no se trata
de una cuestión de salvación o perdición, sino de una cuestión de salvación más
o menos plena.
Finalmente, en conclusión, se afirma querer
respetar la Tradición… haciendo exactamente lo contrario. En resumen, para
quien todavía entiende lo que lee y admite el principio de no contradicción,
hay materia para un buen dolor de cabeza, y quizá riesgo de esquizofrenia [11].
El profesor Dörmann, en su conclusión,
observa que la declaración apenas precisa qué son esas famosas «semillas del
Verbo», que se mueve en el terreno de lo abstracto, sin considerar que esas
religiones no están orientadas hacia Cristo, y que no distingue entre redención
objetiva (Cristo murió para redimir a todos los hombres) y redención subjetiva
(pero, de hecho, no todos se benefician de ella). En cuanto al diálogo que
acompaña la misión, este siempre ha existido, pero antiguamente tenía por fin
ayudar a los paganos a abandonar su religión.
Fr.
P.-M.
Johannes
Dörmann, comentario a la declaración Dominus
Jesus, en el mensual católico alemán Theologisches Katholische Monatsschrift,
noviembre-diciembre 2000. Traducción en el Courrier
de Rome, Sí sí no no,
julio-agosto 2001.
NOTAS:
[1]
— Traducción en la revista Courrier
de Rome, sí sí no no,
de julio-agosto de 2001.
[2]
— Ver en particular Alètheia
4, del 18 de octubre de 2000: «Debe señalarse, ante todo, que esta declaración,
fechada el 6 de agosto, no fue hecha pública sino el martes 5 de septiembre, es
decir, dos días después de la beatificación de Pío IX. Esto, sin duda, no es
una coincidencia. Algunos comentaristas hostiles no se equivocaron al ver en
ella un “nuevo Syllabus”. El abad Claude Barthe, por su parte, en un extenso
comentario publicado en el nº 69 de la revista Catholica (B.P. 246, 91162 Longjumeau Cedex),
destaca otra coincidencia: el cincuentenario de la gran encíclica Humani generis (12 de agosto de
1950). (…) Dominus Iesus
es, después del Catecismo de la
Iglesia Católica, Donum
vitae, Ordinatio
sacerdotalis, Fides
et ratio, un acto restaurador y clarificador».
[3]
— «Digamos, pues, para expresar plenamente el pensamiento de los modernistas,
que la evolución resulta del conflicto de dos fuerzas: una impulsa el progreso,
mientras que la otra tiende a la conservación. La fuerza conservadora, en la
Iglesia, es la Tradición, y la Tradición está representada en ella por la
autoridad religiosa. Esto, tanto en derecho como en hecho: en derecho, porque
la defensa de la Tradición es como un instinto natural de la autoridad; en
hecho, porque, elevándose por encima de las contingencias de la vida, la
autoridad no siente, o siente muy poco, los estímulos del progreso» (San Pío X,
Pascendi, ed. Courrier de Rome, p. 448).
[4]
— El subrayado es nuestro, igualmente en lo que sigue. (N. del E.).
[5]
— Vaticano II, Nostra aetate,
§ 2.
[6]
— Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y Congregación para la
Evangelización de los Pueblos, Instrucción
Diálogo y anuncio, 29: AAS 84 (1992) 414-446; Vaticano II, Gaudium et spes, § 22.
[7]
— Ver Juan Pablo II, Encíclica Redemptoris
missio, 55.
[8]
— Ver Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y Congregación para la
Evangelización de los Pueblos, Instrucción
Diálogo y anuncio, 9.
[9]
— Sobre este engaño de las “semina
Verbi”, ver el editorial de Le
Sel de la terre 38.
[10]
— En este sentido, quizá podría explicarse que Buda, teniendo ciertos aspectos
de semejanza con Cristo, sea una prefiguración de Él, y desempeñaría el papel
de mediador con respecto a Dios para los budistas, valor que obtendría del
hecho de ser un tipo de Cristo. No parece que Dominus Jesus condene tal interpretación.
[11]
— No olvidemos este pasaje, siempre actual, de Pascendi: «Al escucharlos, al leerlos, uno se
sentiría tentado a creer que caen en contradicción consigo mismos, que son
vacilantes e inciertos. Lejos de ello: todo está calculado, todo es querido por
ellos, pero a la luz de este principio, que la fe y la ciencia son extrañas la
una a la otra. Tal página de su obra podría ser firmada por un católico; pasa
la página, y parece que uno lee a un racionalista. ¿Escriben historia? ninguna
mención de la divinidad de Jesucristo; ¿suben al púlpito sagrado? la proclaman
en voz alta» (ed. Courrier de
Rome, p. 441-442).