Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María
viernes, 23 de mayo de 2025
MONSEÑOR LEFEBVRE, EL SACERDOCIO Y EL REINO SOCIAL DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
por MONS. B. TISSIER DE MALLERAIS
Este texto apareció en el boletín del
priorato Marie-Reine de la FSSPX de Mulhouse en enero de 2006 con la siguiente
introducción:
«Ponencia presentada en el coloquio “Cristo
Rey frente a la apostasía de los laicos” organizado el 10 de diciembre de 2005
en París por el Instituto Universitario Saint-Pie X con ocasión del centenario
de Mons. Lefebvre. El texto ha sido revisado por el autor, a quien agradecemos
su amable autorización.
"En varias ocasiones desde su
elección, y en particular en su solemne discurso a la Curia del pasado 22 de
diciembre, Benedicto XVI ha recordado y justificado, insistiendo en ello, la
doctrina del Vaticano II sobre la libertad religiosa, doctrina cuya aplicación
en los últimos cuarenta años ha arruinado el reino social de Nuestro Señor
Jesucristo, allí donde aún existía.
«Después de recordar la hermosa lucha del
arzobispo Lefebvre por Cristo Rey, Mons. Tissier de Mallerais denunció
claramente en conclusión una de las consecuencias de este grave error del
Concilio: “En Roma, la gente mantiene una fe muy teórica en la divinidad de
Nuestro Señor, pero de hecho, ya no tienen la fe”.
Sobre el padre Fahey, a quien Mons. Tissier
de Mallerais menciona varias veces, véase el dossier publicado en el número 51
de Le Sel de la terre.
Le Sel de la terre n. 57, Verano 2006.
Mons. Lefebvre siempre ha vinculado el
sacerdocio al reino social de Nuestro Señor Jesucristo: uno es la fuente del
otro, el segundo fluye espontáneamente del primero.
En el seminario francés de Roma
[En el
seminario de Via Santa Chiara, donde se formó como futuro sacerdote de 1923 a
1929, el ab. Lefebvre aprendió del padre Henri Le Floch, superior de la casa, a
no separar lo que debe estar unido: la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y
su reinado social, la doctrina del sacerdote y su piedad, y también el santo
sacrificio de la misa y el reinado social de Nuestro Señor Jesucristo. La
enseñanza es la de los papas en sus encíclicas.
Pío IX,
León XIII, Pío XI, Pío XII son los maestros, junto con el cardenal Pie, Louis
Veuillot, etc..
“El padre
Le Floch -dijo el arzobispo Lefebvre- nos introdujo en la historia de la
Iglesia, en la lucha que las fuerzas perversas libraban contra Nuestro Señor.
Nos movilizó contra este liberalismo desastroso, contra la Revolución y los
poderes del mal que actúan para derrocar a la Iglesia, el reinado de Nuestro
Señor, los Estados católicos y toda la cristiandad”. Esta lucha implicaba una
elección personal para cada seminarista:
Teníamos
que elegir. Abandonar el seminario si no estábamos de acuerdo -algunos lo
estaban- o entrar en el combate y seguir adelante.
Pero
unirse a la lucha significaba comprometerse con ella de por vida:
Creo que toda nuestra vida como sacerdotes -y
como obispos- ha sido moldeada por esta lucha contra el liberalismo.
Pero,
¿qué lugar ocupa el sacerdocio en esta lucha esencialmente política?
Aquí es
donde las lecturas propuestas o dadas a los seminaristas les hicieron
contemplar con Godefroid Kurth “el Cuerpo Místico de Cristo transformando la
sociedad pagana del Imperio Romano y preparando el movimiento creciente de
reconocimiento del programa de Nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote y Rey”; les
ayudaron a comprender con el padre Deschamps (Les Sociétés et la société) que “las revoluciones estaban llevando
a cabo la exclusión del gobierno de Cristo Rey con vistas a eliminar
definitivamente la misa y la vida sobrenatural de Cristo, sumo sacerdote
soberano” (Denis Fahey C. S.Sp., Apologia
pro vita mea, Catholic Family News, USA, abril y mayo de 1997). (1)
El De Ecclesia del padre (más tarde
cardenal) Billot S.J. les hizo “comprender el significado de la realeza social
de Cristo y el horror del liberalismo”.
En la
escuela del cardenal Pie, aprendieron “el pleno significado de Venga a nosotros tu reino, a saber, que
el reino de Nuestro Señor debe llegar no sólo en las almas individuales y en el
cielo, sino en la tierra a través de la sumisión de los estados y las naciones
a su gobierno”.
“El destronamiento de Dios en la tierra es
un crimen al que nunca debemos resignarnos” (P. Denis Fahey).
Y aquí de
nuevo (Fahey fue seminarista romano en el mismo seminario doce años antes que
Marcel Lefebvre, bajo la dirección del mismo padre Le Floch):
“El Syllabus de Pío IX y las encíclicas de los cuatro últimos papas [hasta Pío X] fueron el tema principal de mis meditaciones sobre la realeza de Cristo y su relación con el sacerdocio”.
jueves, 20 de febrero de 2025
A CIEN AÑOS DE ‘QUAS PRIMAS’, LA ENCÍCLICA QUE PUEDE ILUMINAR EL PRESENTE: ¿CRISTO, REINA O NO REINA?
El debate por la confesionalidad del Estado despuntó a fines del año
pasado por dos iniciativas para reformar la Constitución Nacional y la de Santa
Fe. La doctrina de la Iglesia codificada por Pío XI es clara y su olvido trajo
consecuencias ruinosas.
Por AGUSTIN
DE BEITIA
En el mes de
diciembre de 1925, en el cuarto año de su pontificado, el papa Pío XI publicó
su sexta carta encíclica, Quas Primas, dedicada a instaurar la
fiesta de Cristo Rey. Achille Ratti (1857-1939), llamado el “papa de las
encíclicas” porque terminó escribiendo más de una treintena, quería con este
nuevo texto resaltar el carácter de esa realeza de Cristo y su doble
dominio, espiritual y temporal. La enseñanza de este pontífice pronto sería
dejada de lado, olvidada y luego hasta contestada por muchos católicos que han
llegado a convencerse de que la fe no debe salir de la esfera privada, tal como
exige ese laicismo que este documento se proponía frenar.
A cien años
de la redacción de aquella encíclica, sus advertencias conservan, por tanto,
una vigencia asombrosa.
Volver a ese
documento tiene aún más sentido desde nuestra atribulada Argentina, donde la
confesionalidad del Estado es puesta otra vez en entredicho por reformas que,
según se anticipa, buscarían remover algunos de los pocos vestigios formales
que aún quedan de la fe católica en nuestra Constitución Nacional, como así
también en la Carta Magna de la provincia de Santa Fe.
En el caso
nacional, trascendió que en una reunión entre oficialistas se planteó la
posible derogación del artículo 2 de la Constitución, donde se afirma que “el
gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano”. La difusión de
los audios dio lugar a una fugaz polémica en las redes sociales.
En el caso
de Santa Fe el proyecto para reformar el artículo 3 de la Carta Magna está más
avanzado y recibió el aval -por increíble que esto sea- del propio Arzobispado.
En efecto, el arzobispo Sergio Fenoy y el obispo auxiliar Matías Vecino,
sostuvieron que “la provincia no es, ni puede ser, de ninguna manera católica”
y pidieron “reconocer a la Iglesia dentro de la pluralidad, sin privilegios”.
UN ERROR
COMUN
¿Hay razones
para oponerse a estas iniciativas? ¿O acaso Iglesia y Estado deben ser asuntos
separados, como se reclama con insistencia? ¿Debe la fe replegarse a la
esfera interior? Y en ese caso, ¿es lógico que así sea? Debajo de
estas dudas que abrigan no pocos católicos asoma una cierta idea de que aquello
que debe primar es la convivencia y el respeto por los no católicos,
expresiones de un “buenismo” que ha hecho suyo por desgracia nuestra ruinosa
jerarquía eclesiástica.
La lectura
de Quas Primas deja al descubierto la inmensidad de este
error. Pío XI, a quien le tocó conducir la Iglesia católica en el turbulento
período de entre guerras, empieza remitiendo a su primera carta pastoral, Ubi
arcano Dei consiglio, donde ya dedicaba unos puntos al reinado de
Jesucristo y a desarrollar el principio que se convertiría en lema de su
pontificado Pax Christi in regno Christi (la paz de Cristo en
el reino de Cristo).
El punto de
partida del documento es, precisamente, la constatación de la falta de paz; es
decir, se trata de una observación del estado en que se encontraba el mundo en
aquel momento de principios del siglo pasado.
Retomando lo ya expresado en su primer texto, Pío XI señala que “las calamidades que abruman y afligen al género humano” -o el “diluvio de males” que sufre el mundo, como también lo llama-, se debe al alejamiento personal, familiar y de los gobernantes de Cristo y de su ley santísima. Es este alejamiento el que hace a los hombres “correr hacia la ruina y la muerte por entre incendios de odio y luchas fratricidas”, dice de modo elocuente.
LA REALEZA DE JESUCRISTO
Por MONS.
CARLO-MARIA VIGANÒ
Dios ha
otorgado esa soberanía a su Hijo Unigénito, como atestiguan con frecuencia las
Sagradas Escrituras.
En
sentido general, San Pablo afirma que Dios ha constituido a su Hijo «heredero
de todo» (Heb. 1,2). Por su parte, San Juan corrobora en muchos pasajes de su
Evangelio lo que dice el Apóstol de los Gentiles; por ejemplo, cuando recuerda
que «el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo el poder de
juzgar» (Jn.5,22). De hecho, la prerrogativa de administrar justicia
corresponde al Rey, y quien la tiene la tiene porque está investido de poder
soberano.
La
realeza universal que el Hijo ha heredado del Padre no se debe entender
meramente como la herencia eterna mediante la cual, en su naturaleza divina, ha
recibido todos los atributos que lo hacen igual y consustancial a la Primera
Persona de la Santísima Trinidad en la unidad de la esencia divina.
La
realeza también se le atribuye a Jesucristo de un modo especial en tanto que es
verdadero hombre, el Mediador entre los Cielos y la Tierra. Es más, la misión
del Verbo Encarnado consiste precisamente en establecer el Reino de Dios en la
Tierra. Observamos que cuando la Sagrada Escritura habla de la realeza de Jesús
se refiere sin asomo de duda a su condición humana.
Él se
presenta ante el mundo como el hijo del rey David, en nombre del cual viene a
heredar el trono de su Padre, que se extiende hasta los confines de la Tierra y
se hace eterno, por los siglos de los siglos. Así fue cuando el arcángel San
Gabriel anunció a María la dignidad del Hijo: «Darás a luz a un Hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará
el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa de Jacob por los
siglos de los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc.1,31-33). No sólo eso; los
Magos que vienen de Oriente para adorarlo lo buscan como a Rey: «¿Dónde está el
Rey de los judíos que acaba de nacer?» (Mt.2,2) La misión que el Padre Eterno
confía al Hijo en el misterio de la Encarnación consiste en fundar el Reino de
Dios en la Tierra, el Reino de los Cielos. Al fundar este Reino se concreta la
inefable caridad con que Dios ama a todos los hombres desde la eternidad
atrayéndolos misericordiosamente a Él: «Dilexi te, ideo attraxite,
miserans». «Con amor eterno te amé; por eso te he mantenido
favor» (Jer. 31:3).
Jesús
consagra su vida pública a proclamar y establecer su Reino, al que unas veces
se llama Reino de Dios y otras Reino de los Cielos. Con arreglo a la costumbre
oriental, Nuestro Señor expone unas fascinantes parábolas para inculcar el
concepto y la naturaleza del Reino que ha venido a instaurar. Sus milagros
tienen por objeto convencer de que su Reino ya ha venido; se encuentra en medio
de las personas. «Si in digito Dei eiicio daemonia, profecto pérvenit in
vos regnum Dei»: «Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que
el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc.11,20).
Hasta tal
punto ha absorbido la misión de Jesús instaurar este Reino que sus enemigos
aprovecharon la idea para justificar las acusaciones que le hicieron ante el
tribunal de Pilatos: «Si sueltas a Ése, no eres amigo del César; todo el que se
hace rey va contra el César» (Jn.19,12). Corroborando la opinión de sus
enemigos, Jesucristo confirma al gobernador romano que es verdaderamente Rey:
«Tú dices que soy Rey» (Jn.18,37).
REY EN EL
VERDADERO SENTIDO DE LA PALABRA
Es
imposible poner en duda el carácter real de la obra de Jesucristo. Es Rey.
Ahora bien, nuestra fe exige que entendamos bien el alcance y sentido de la realeza del Divino Redentor. Pío XI rechaza desde el primer momento el sentido metafórico por el que calificamos de Rey y de real todo lo que hay de excelente en una manera humana de ser o de comportarse. No; Jesucristo no es Rey en sentido metafórico. Es Rey en el sentido propio de la palabra. En las Sagradas Escrituras Jesús aparece ejerciendo las prerrogativas reales de una autoridad soberana, dicta leyes y manda castigos para los transgresores. Se puede decir que en el famoso Sermón de la Montaña promulgó la Ley de su Reino. Como verdadero soberano, exige obediencia a sus leyes so pena de nada menos que la condenación eterna. Y también en la escena del Juicio que anuncia para el fin del mundo cuando el Hijo de Dios venga a juzgar a vivos y muertos: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria (…) separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos (…) Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre” (…) Y dirá a los de la izquierda: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno (…) E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna» (Mt.25,31 ss.)
domingo, 27 de octubre de 2024
FIESTA DE CRISTO REY
HIMNO A
JESUCRISTO REY
Oh Príncipe absoluto de los siglos,
Oh Jesucristo, Rey de las naciones:
Te confesamos árbitro Supremo
De las mentes y de los corazones.
La turbamulta impía vocifera:
"No queremos que reine Jesucristo";
Pero en cambio nosotros te aclamamos,
Y Rey del universo te decimos.
Oh Jesucristo, Príncipe pacífico:
Somete a los espíritus rebeldes,
Y haz que encuentren el rumbo los perdidos
Y que en un solo aprisco se congreguen.
Para eso pendes de una cruz sangrienta,
Y abres en ella tus divinos brazos;
Para eso muestras en tu pecho herido
Tu ardiente corazón atravesado.
Para eso estás oculto en los altares
Tras las imágenes del pan y el vino;
Para eso viertes de tu pecho abierto
Sangre de salvación para tus hijos.
Que con honores públicos te ensalcen
Los que tienen poder sobre la tierra;
Que el maestro y el juez te rindan culto,
Y que el arte y la ley no te desmientan.
Que las insignias de los reyes todos
Te sean para siempre dedicadas,
Y que estén sometidos a
tu cetro
Los ciudadanos todos de
la patria.
Glorificado seas, Jesucristo,
Que repartes los cetros de la tierra;
Y que contigo y con tu eterno Padre
Glorificado el Paracleto sea.
(Versión de Francisco Luis Bernardez)
sábado, 28 de octubre de 2023
“ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”
“ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL” Por FLAVIO MATEOS El Padre Nicholas Gruner, tenaz apóstol hasta su muerte del mensaje ...