Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

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domingo, 3 de agosto de 2025

SOBRE LA NUEVA MISA

 



Por MONS. MARCEL LEFEBVRE

 

Respecto a la Nueva Misa, destruyamos de inmediato esta idea absurda si la Nueva Misa es válida, se puede tomar parte en ella. La Iglesia siempre ha prohibido a los fieles asistir a las Misas de los cismáticos y de los herejes, aunque sean válidas. Es evidente que no se puede tomar parte en Misas sacrílegas, ni en Misas que ponen nuestra fe en peligro.

Además, es fácil demostrar que la nueva Misa, tal como ha sido formulada por la Comisión de la Liturgia, con todas las autorizaciones dadas por el Concilio de una manera oficial, y con todas las explicaciones dadas por Monseñor Bugnini, presenta un acercamiento inexplicable a la teología y al culto de los protestantes.

Así, por ejemplo, no aparecen muy claros, y hasta se contradicen, los dogmas fundamentales de la Santa Misa, que son los siguientes:

-sólo el Sacerdote es el único ministro,

-hay verdadero sacrificio, una acción sacrificial,

-la Victima es Nuestro Señor Jesucristo presente en la Hostia bajo las especies de pan y vino con su cuerpo, su sangre, su alma, y su divinidad,

-es sacrificio propiciatorio;

-el Sacrificio y el Sacramento se realizan con las palabras de la Consagración y no con las palabras que preceden o siguen.

Basta enumerar algunas de las novedades para demostrar el acercamiento a los protestantes:

-el altar transformado en mesa, sin el ara,

-la Misa cara al pueblo, en lengua vernácula, en voz alta

-la Misa tiene dos partes la Liturgia de la Palabra y la de la Eucaristía;

-los vasos sagrados vulgares, el pan fermentado, la distribución de la Eucaristía por laicos, en la mano,

-el Sagrario escondido;

-las lecturas hechas por mujeres,

-la Comunión dada por laicos.

Todas estas novedades están autorizadas.

Se puede pues decir sin ninguna exageración que la mayoría de estas Misas son sacrílegas y que disminuyen la fe, pervirtiéndola. La desacralización es tal que la Misa se expone a perder su carácter sobrenatural, su "misterio de fe", para convertirse nada más que en un acto de religión natural.

Estas Misas nuevas no solo no pueden ser motivo de una obligación para el precepto dominical, sino que además con relación a ellas hay que seguir las reglas de la Teología moral y del Derecho Canónico, que son las de la prudencia sobrenatural con relación a la participación o a la asistencia a una acción peligrosa para nuestra fe o eventualmente sacrílega.

¿Se debe decir entonces que todas esas Misas son inválidas? Desde que existen las condiciones esenciales para la validez, es, decir, la materia, la forma, la intención y el sacerdote válidamente ordenado, no se puede afirmar que sean inválidas. Las oraciones del Ofertorio, del Canon y de la Comunión del Sacerdote que rodean la Consagración son necesarias para la integridad del Sacrificio y del Sacramento, pero no para su validez. El Cardenal Mindszenty en la prisión, que a escondidas de sus guardias pronunciaba las palabras de la Consagración sobre un poco de pan y de vino para alimentarse del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, realizó ciertamente el Sacrificio y el Sacramento.

Mas a medida que la fe de los sacerdotes se corrompa y que dejen de tener la intención que pone la Iglesia (porque la Iglesia no puede cambiar de intención), habrá menos Misas válidas. La formación actual no prepara a los seminaristas para asegurar la validez de las Misas. El Sacrificio propiciatorio de la Misa ya no es el fin esencial del Sacerdote. Nada más decepcionante y triste que oír los sermones o comunicados de los Obispos sobre la vocación, a raíz de una ordenación sacerdotal. Ya no saben lo que es un Sacerdote.

Para juzgar de la falta subjetiva de aquellos que celebran la nueva Misa y de los que asisten a ella, debemos aplicar la regla del discernimiento de espíritus según las directivas de la teología moral y pastoral. Debemos actuar siempre como médicos de almas y no como jueces y verdugos, como están tentados de hacerlo quienes están animados por un celo amargo y no por el verdadero celo. Los sacerdotes jóvenes han de inspirarse en las palabras de San Pio X en su primera encíclica y en los numerosos textos de autores espirituales como los de Dom Chautard, "El alma de todo apostolado", Garrigou-Lagrange en el tomo II de "Perfección cristiana y contemplación". y Dom Marmion en "Cristo, ideal del Monje".

 

Mons. Marcel Lefebvre, 8 de noviembre de 1979.

  

OFERTORIO ANTIGUO, OFERTORIO NUEVO: UNA FRACTURA

 



Por P. MATTHIEU DE BEAUNAY

Durante un retiro pascual dado en Écône el 17 de abril de 1984, Monseñor Lefebvre enseñaba que «el sacrificio es lo más esencial en la vida humana normal. El acto más importante de una criatura normal, es decir, de alguien que cree en Dios, que reconoce a Dios como el Creador de todas las cosas, es expresar este reconocimiento a Dios todopoderoso por el sacrificio, por la oblación de un ser que significa la oblación del hombre mismo a Dios».

Santo Tomás de Aquino enseña que el sacrificio, como acto de culto público, comporta necesariamente la oblación, la inmolación y la manducación. Estas son sus tres partes esenciales. La Misa, renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz, constituye este sacrificio, este acto principal del culto rendido a Dios. Sus tres partes responden a un doble fin necesario – que funda la razón de ser del Sacrificio – la gloria de Dios y la expiación de los hombres en cuanto pecadores.

En la primera parte esencial de la Misa, es decir el Ofertorio, se realiza la ofrenda de las oblatas. La palabra «oblatas» significa las materias que van a servir para la inmolación del sacrificio, a saber, el pan y el vino. Esta palabra lleva en sí la noción de oblación u ofrenda. Esta oblación es la de Cristo que se va a inmolar unos instantes después, pero es también la de cada oferente o asistente a la misa en particular, y la de la Iglesia en general. El contenido del Ofertorio, las oraciones que lo forman, deben estar en correspondencia con lo que es: la primera parte esencial del sacrificio, sin la cual no hay sacrificio, la oblación.

En el Novus Ordo Missae, la oblación es desnaturalizada por degradación. Ya no responde al doble fin esencial del Sacrificio. Se convierte en un intercambio entre Dios y el hombre. Este último aporta el pan y el vino que Dios cambia espiritualmente y ya no sustancialmente. He aquí el texto: «Bendito eres, Señor, Dios del universo, porque de tu generosidad hemos recibido el pan (o: el vino) que te ofrecemos, fruto de la tierra (o: de la vid) y del trabajo del hombre, del que proviene para nosotros el pan de vida (o: la bebida espiritual)». Las expresiones empleadas tienen un sentido indeterminado que se aleja de la noción de don verdadero con vistas al sacrificio glorificador y reparador de los pecados, tal como está expresado en la primera oración del Ofertorio tradicional: «Recibid, Padre santo y todopoderoso, esta hostia sin mancha…»

Siempre en la misma línea de «des-sacrificialización», el nuevo ofertorio está amputado de las tres oraciones: «Oh Dios, que creaste la naturaleza humana de manera admirable y que de manera más admirable aún la restauraste en su dignidad primera…», «Te ofrecemos, Señor, este cáliz en olor de suavidad…» y «Ven, Santificador, Dios eterno y todopoderoso…» Se trata verdaderamente de una amputación y no de un reemplazo, pues no hay oraciones colocadas en su lugar. ¡Una severa supresión cuando se estudia el sentido profundo de estas oraciones y el vínculo que expresan con la finalidad propiciatoria y sacrificial de la Misa en la que se insertan! El hombre y el sacerdote que ofrecen ya no se reconocen como pecadores que piden misericordia al Dios de Justicia infinitamente ofendido. La realidad del hombre pecador que ofrece a Jesús, su Redentor, en sacrificio para la expiación y la reparación de sus pecados es borrada. Esto acarreará poco a poco la pérdida de esta verdad en los espíritus y en los corazones.

¿En qué se convierte entonces el doble fin profundo, esencial, de este acto de religión más eminente del catolicismo? Este cambio en el Ofertorio, seguido de los del Canon y de la comunión, constituye una conmoción, por una parte, en la concepción católica de la economía de la salvación y, por otra, en la concepción aún más importante de Dios como Maestro y Señor. Cincuenta años más tarde, los hechos hablan por sí mismos. Los estudios sobre el número de católicos y el número de los que saben definir a Dios y que practican, revelan, en Francia y en el mundo, una caída abismal desde la salida de la nueva Misa.

Finalmente, un argumento de crítica externa resalta bien este cambio en la esencia de la Misa: la aprobación de este nuevo Ordo Missae recibida de los protestantes. En el mismo sentido, Monseñor Bugnini – gran arquitecto del Novus Ordo Missae – decía el 19 de marzo de 1965: «Debemos quitar de nuestras oraciones católicas y de la liturgia católica todo lo que pueda ser sombra de tropiezo para nuestros hermanos separados». ¡Hay que notar que estas palabras fueron pronunciadas cuatro años antes de la promulgación de la nueva misa!

https://laportelatine.org/formation/crise-eglise/nouvelle-messe/offertoire-ancien-offertoire-nouveau-une-fracture


LOS ORÍGENES DE LA NUEVA MISA

 


Por P. PATRICK TROADEC

 

La nueva misa no fue fruto de una creación espontánea.


Para comprender cómo fue elaborada y aceptada por las autoridades religiosas en funciones, es necesario conocer sus fundamentos remotos y próximos.

De la Revolución protestante a la Revolución francesa

Todos los papas, desde Pío VI hasta Benedicto XV, remontan la crisis actual de la fe a la lucha emprendida contra la Iglesia en el siglo XVI por el protestantismo y el naturalismo, del cual esta herejía fue la causa y la primera propagadora.
Mons. Lefebvre, Ils l’ont découronné, Clovis.

El naturalismo exalta la naturaleza humana al punto de negar las secuelas del pecado original heredado de Adán y rechazar el orden sobrenatural que Dios comunica al hombre por los sacramentos. Los dos dogmas fundamentales del pecado original y de la gracia santificante son, por tanto, aniquilados por los partidarios de esta perniciosa teoría. Al atacar el orden sobrenatural, el demonio tenía como objetivo la destrucción de la civilización cristiana y, posteriormente, de la Iglesia católica. El naturalismo fue difundido en el siglo XVIII por la masonería en la sociedad civil y condujo a la Revolución. Los derechos del hombre reemplazaron los derechos de Dios con la trilogía: libertad, igualdad, fraternidad; libertad entendida como licencia, igualdad eliminando el principio de autoridad y fraternidad suplantando la caridad.

Una vez descristianizada la sociedad, algunos católicos buscaron durante el siglo XIX hacer compromisos entre los principios de la religión católica y los de la nueva sociedad impregnada de liberalismo: los papas los llamaron católicos liberales. El sueño de nuestros enemigos iba a poder concretarse.

Los documentos de la Alta Venta, de los Carbonarios, que cayeron en manos del papa Gregorio XVI, revelaron las diferentes etapas de su plan diabólico:

“El Papa, sea quien sea, nunca irá a las sociedades secretas: son las sociedades secretas las que deben dar el primer paso hacia la Iglesia, con el fin de vencerla. El trabajo no es obra de un día, ni de un mes, ni de un año; puede durar varios años, tal vez un siglo; pero en nuestras filas el soldado no muere y el combate continúa. No pretendemos ganar al Papa para nuestra causa, eso sería un sueño ridículo (...). Lo que debemos pedir, lo que debemos buscar y esperar, como los judíos esperan al Mesías, es un Papa según nuestras necesidades (...). No dudamos en alcanzar ese objetivo supremo de nuestros esfuerzos (...). Pues bien, para asegurarnos un Papa en las proporciones exigidas, se trata ante todo de formarle una generación digna del reinado que soñamos (...). Queréis que el clero marche bajo vuestra bandera creyendo siempre marchar bajo la de los apóstoles. Queréis hacer desaparecer el último vestigio de los tiranos y opresores, tendiendo vuestras redes en el fondo de las sacristías, seminarios y conventos. Si no precipitáis nada, os prometemos una pesca más milagrosa que la de Simón Barjona. El pescador de peces se convirtió en pescador de hombres; vosotros, traeréis amigos en torno a la Sede apostólica. Habréis predicado una revolución con tiara y capa, marchando con la cruz y la bandera, una revolución que no necesitará más que un pequeño estímulo para incendiar los cuatro rincones del mundo.”

El plan es claro: ya no se trata de atacar a la Iglesia desde fuera, sino de penetrarla y escalar poco a poco los grados de la jerarquía para finalmente colocar en el trono de Pedro “un pontífice que, como la mayoría de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos impregnado de principios humanitarios” [1].

La intrusión modernista

Esta instrucción dada en 1820 fue publicada por orden del papa Pío IX con el fin de advertir a los sacerdotes y fieles. Desgraciadamente, su advertencia no bastó para conjurar el peligro, ya que cerca de un siglo más tarde, san Pío X constata:

“A los artífices del error ya no se les encuentra entre los enemigos declarados. Se esconden, y eso es motivo de grave aprensión y angustia, dentro mismo y en el corazón de la Iglesia, enemigos tanto más temibles cuanto menos lo parecen. Hablamos de numerosos católicos laicos, y —lo que es aún más lamentable— de sacerdotes que, con apariencia de amor por la Iglesia, absolutamente carentes de filosofía y teología serias, impregnados hasta la médula de un veneno de error absorbido en las fuentes de los adversarios de la fe católica, se presentan, con absoluto desprecio de toda modestia, como los renovadores de la Iglesia.” [2]

sábado, 19 de julio de 2025

LA NUEVA MISA

 



Por P. RENÉ MARIE BERTHOD

 

·       ¿Qué es la misa?

·       La doctrina católica definida

·       ¿Qué sucede con la nueva misa?

·       La nueva misa y la presencia real

·       La nueva misa y el sacrificio eucarístico

·       La nueva misa y el papel del sacerdote

Este análisis de la nueva misa del canónigo Berthod va directo al grano.

El canónigo René Berthod (+26/06/1996), sacerdote de la congregación de los Canónigos del Gran San Bernardo, tras una larga y brillante carrera como profesor, fue durante varios años director del seminario de Écône. Eminente y profundo teólogo, gran conocedor de santo Tomás, aceptó en 1981 redactar una breve crítica de la nueva misa para la revista del Movimiento de la Juventud Católica de Francia, Savoir et Servir (n.º 9).

 

La Iglesia de Cristo fue instituida con una doble misión: una misión de fe y una misión de santificación de los hombres redimidos por la sangre del Salvador. Debe aportar a los hombres la fe y la gracia: la fe mediante su enseñanza, la gracia mediante los sacramentos que Cristo Señor le confió.

Su misión de fe consiste en transmitir a los hombres la Revelación hecha por Dios al mundo sobre las realidades espirituales y sobrenaturales, y conservarla sin alteración a través del tiempo y los siglos.

La Iglesia católica es ante todo la fe que no cambia; es, como dice san Pablo, la columna de la verdad que atraviesa los siglos, siempre fiel a sí misma y testigo inflexible de Dios en un mundo en perpetuos cambios y contradicciones.
A lo largo de los siglos, la Iglesia católica enseña y defiende su fe en nombre de un único criterio: “lo que siempre ha creído y siempre ha enseñado”. Todas las herejías, con las que la Iglesia se ha visto constantemente confrontada, han sido juzgadas y repudiadas en nombre de la no conformidad con ese principio. El principio reflejo primero de la jerarquía de la Iglesia, y especialmente de la Iglesia romana, ha sido mantener sin cambios la verdad recibida de los apóstoles y del Señor.

La doctrina del santo sacrificio de la misa pertenece a ese tesoro de verdad de la Iglesia. Y si hoy, en ese dominio particular, aparece una especie de ruptura con el pasado de la Iglesia, semejante novedad debería alertar a toda conciencia católica, como en los tiempos de las grandes herejías de siglos pasados, y provocar universalmente una confrontación con la fe de la Iglesia que no cambia.

 

¿Qué es la misa?


Sabemos, por supuesto, que la misa antigua no nos fue dada ya completamente hecha. Conserva lo esencial de las celebraciones hechas por los apóstoles por orden de Cristo; y nuevas oraciones, alabanzas y precisiones le han sido añadidas en una lenta elaboración, para explicitar mejor el misterio eucarístico y preservarlo de las negaciones heréticas.

La misa se ha elaborado progresivamente, conformándose en torno al núcleo primitivo legado por los apóstoles, testigos de la institución de Cristo. Como un estuche que encierra la piedra preciosa o el tesoro confiado a la Iglesia, “ha sido pensada, ajustada, ornamentada como una música. Lo mejor ha sido retenido, como en la construcción de una catedral. Ha explicitado con arte lo que contenía implícito en su misterio. Como el grano de mostaza, ha desarrollado sus ramas, si se quiere, pero todo estaba ya contenido en el grano”.

Esta elaboración o explicitación progresiva quedó esencialmente concluida en tiempos del papa san Gregorio, en el siglo VI. Sólo algunos complementos secundarios se le añadirán después. Esta obra de los primeros siglos del cristianismo ha sido una obra de fe para poner al alcance de la inteligencia humana la institución de Cristo en su verdad reconocida.
La misa es así la explicación del misterio eucarístico y su celebración.

 

La doctrina católica definida

 

Frente a las negaciones de Lutero, el Concilio de Trento recordó la doctrina inmutable de la Iglesia católica y la definió, en lo que concierne al santo sacrificio de la misa, esencialmente en los tres siguientes puntos doctrinales:

sábado, 12 de julio de 2025

EDITORIAL: ESCLARECIMIENTO DOCTRINAL INDISPENSABLE PARA EL COMBATE CRISTIANO

 


Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?”

 Jn. 8, 46.


Seguimos publicando material en gran parte inédito en internet (esto va en serio, algunos saben por qué lo decimos), o inédito en ciertos casos en español, además de diversos artículos de colaboradores y originales de nuestra parte. Y todo esto, a pesar de que casi nula repercusión o efecto percibimos en general, pues sabemos que el desinterés sobre los temas más importantes crece en proporción inversa a la curiosidad por lo subalterno. En solitario, sin apoyos ni estímulos, ni la peligrosa tentación de la multitudinaria tribuna virtual de “seguidores”, muy marginales, seguimos. Seguimos, porque, como decía el Padre Castellani:¿Para qué seguimos? ¿Para qué obstinarse frente a lo imposible? ¿No dice la Escritura que hay tiempo de hablar y de callar? ¿Y no es tiempo de callar cuando una histeria colectiva hace inútil toda argumentación o consejo, cuando las fuerzas ciegas de la materia tienen su hora y están decididas a aprovecharla? ¿Qué podemos nosotros contra la bomba atómica? Seguimos hablando para que siga respirando la patria. Mientras habla una nación, no está muerta, aunque esté con el alma en un hilo. Lo que decimos no vendrá a ninguna consecuencia ni producirá nada: sea. Pero sola en medio de la oscuridad, nuestra nación necesita hablar alto para no tener miedo. Para que el día de mañana cuando el historiador diga: "La prepotencia del dinero y la furia de la ambición con el carnerismo de la ignorancia y el miedo hicieron meter la cola entre las piernas o agitarla en innobles zalemas-al‑amo a todos los argentinos...", para que entonces se pueda decir: NO A TODOS, para eso hablamos”.

Y hablamos y escribimos nosotros, para que el nombre de Cristo suene bien alto, el de Cristo Rey, y no un Cristo falsificado por los mercaderes de la neo religión conciliar-sinodal-judaizada.

Contra ajenos y propios, y esperando contra toda esperanza, mientras nos dé el cuero, seguimos.

Si algún lector nos queda del otro lado, habrá podido notar que hemos incorporado al blog, además del fundamental tema de las apariciones de Fátima –a las cuales le hemos dedicado cuatro libros, tema que vergonzosamente permanece ajeno al interés general de los católicos “comprometidos”-, otro tema que no puede soslayarse: la crisis a partir de la reforma litúrgica, y el problema de la nueva misa. No importa que sea un tema espinoso o polémico, puesto que es esencial su abordaje. Como dice el Padre Calderón (probablemente el mejor teólogo que hay hoy sobre este desdichado planeta) en su magnífico artículo que incluimos en esta entrega: ¿podemos ser indiferentes a la nueva misa? Y puesto que vemos, alarmados, el desconocimiento garrafal que hay a ese respecto, no sólo de la feligresía general, sino de muchos destacados católicos dedicados a las letras o las actividades intelectuales, vamos publicando una buena medida de artículos de diversos estudiosos -la mayoría franceses-, y, como antes señalamos, inéditos en castellano, a fin de que los que desean ser católicos dedicados a adorar a Dios como Él quiere ser adorado, tengan los fundamentos necesarios para hacerlo, en vez de seguir entrampados en el culto bastardo creado por Bugnini en compañía de seis pastores protestantes, bajo la supervisión de las logias vaticanas (el mismo Bugnini ha confesado: "La imagen de la liturgia dada por el Concilio es totalmente diferente de la que existía antes"). ¿Se puede ser verdaderamente contrarrevolucionario, mientras se reza la misa querida por la revolución? (Por supuesto, no basta para ser contrarrevolucionario rezar la misa tradicional, y después hacer cualquier cosa; hablamos de vivir la misa y por lo tanto vivir la cruz de Cristo, pero ese es otro tema aparte).

¿INDIFERENTES A LA NUEVA MISA?

 


Por P. ALVARO CALDERON

 

Dos ritos diferentes coexistiendo para la celebración de la misa. Realmente ¿debemos considerarlos a ambos como dos expresiones de una misma cosa? Ciertamente no es una cuestión de gustos: es la fe católica la que está en juego. Recordemos cómo debemos juzgar la misa reformada de 1969.

Muchos problemas se nos resolverían si fuéramos al menos indiferentes a la Nueva Misa. De Roma no nos piden otra cosa. De tantos católicos perplejos por la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, muchos han creído que lo malo del nuevo rito venía sólo de la manera de celebrarlo y peregrinan por las parroquias buscando Padres, siempre escasos, que celebren con piedad y no den la comunión en la mano. Otros, mejor informados, saben que la diferencia no está en los modos del sacerdote sino en el mismo rito y reclaman la Misa tradicional argumentando, con algo de hipocresía, el enriquecimiento que implica la pluralidad de ritos: el nuevo es bueno pero el viejo también ¡mejor entonces los dos!

Aunque en Roma no hay tontos, han dejado correr esta excusa para los grupos tradicionales que se ampararon en la Comisión Ecclesia Dei. Es más, a los Padres tradicionalistas de la diócesis de Campos, Brasil, les han permitido quedarse con su rito tradicional aún diciendo que la Misa Nueva es menos buena. Pero en Roma molesta nuestra Fraternidad porque no sólo no dice que es buena, sino que la combate como perversa, inquietando la perplejidad que después de cuarenta años de Concilio tantos católicos no dejan de padecer. Si al menos guardáramos indiferencia —¡que recen los otros como quieran!— de Roma nos ofrecerían dejarnos en paz. ¿Podemos ser indiferentes a la Misa Nueva?

La víspera de su Pasión, habiendo llegado la hora de ofrecer a su Padre el sacrificio redentor, Nuestro Señor hizo un pacto con su Iglesia: Hæc quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis (Acordaos de que he muerto por vuestros pecados, que Yo me acordaré de vosotros en la presencia del Padre). Y como Dios que es, nos dejó el inmenso misterio de la Misa, por la que su Sacrificio permanece siempre vivo, siempre nuevo, permitiéndonos asistir como ladrones arrepentidos: Memento Domine, famulorum famularumque tuarum (Acuérdate de nosotros ahora que estás en tu Reino).

La memoria viva de la Pasión que se renueva por la doble consagración gracias a los poderes del Sacerdocio, la unión misteriosa con la Víctima divina que se realiza por la comunión, es la única vía que tiene el duro corazón del hombre para volver al amor de Dios, porque nada llama tanto al amor como el saberse muy amado, y la Pasión de Nuestro Señor fue la máxima demostración de amor: nadie ama más que aquel que da la vida por su amigo. Por eso la obra de la Redención que Cristo llevó a cabo en la Cruz, no se hace efectiva para nosotros sino gracias al Sacrificio de la Misa.

Ahora bien, así como no cabe indiferencia ante la Cruz de Cristo, tampoco ante el rito que renueva su Sacrificio. Quien no está conmigo está contra Mí, dijo Nuestro Señor, y esta ley se impuso por la Pasión. Puedo pasar al lado de un vendedor si pienso que lo que ofrece no lo necesito; pero no puedo pasar al lado de un hombre herido porque él me necesita a mí. No es patente pecado la indiferencia ante el Jesús de los Milagros, pues puedo decir con San Pedro: aléjate de mí, que soy un pecador; pero es horrible traición decir: no conozco a ese hombre, ante el Jesús Crucificado. Es la Cruz de Nuestro Señor la que nos urge a tomar partido, ¡no me es lícito dejar de lado a Aquél que muere por mis pecados!

El nuevo rito creado bajo Pablo VI para sustituir el bimilenario rito romano de la Santa Misa, ha suprimido el escándalo de la Cruzevacuatum est scandalum crucis! La intención inmediata que guió la reforma de la Misa fue el ecumenismo: crear un rito suficientemente ambiguo como para ser aceptado por los protestantes más “cercanos” al catolicismo; pero la intención última ha sido suprimir la espiritualidad dolorista de la Cruz, porque su negatividad supuestamente repugna al hombre moderno.

Es asombroso, pero si a nuestra religión le quitamos el escándalo de la Cruz, cesa la persecución y los judíos son los primeros en aceptarnos el diálogo ecuménico. Ya San Pablo señalaba este misterio a los Gálatas, tentados de judaizar creyendo necesario circuncidarse:

Si aún predico la circuncisión, ¿por qué soy todavía perseguido? ¡se acabó ya el escándalo de la cruz!

Como lo muestra el librito sobre El problema de la reforma litúrgica, de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, la teología que subyace tras la misa de Pablo VI escamotea la Pasión de Nuestro Señor para quedarse solamente con las alegrías de la Resurrección: supera el Misterio de la Cruz con la nueva estrategia del Misterio Pascual. Se ha vuelto a repetir lo que pasó cuando Jesús anunció por primera vez su Pasión:

Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle diciendo: No quiera Dios, Señor, que esto suceda (San Mateo, 16, 22).

Visto con ojos muy humanos, con Cristo resucitado la Iglesia puede entrar en el mercado de este mundo, que se muere por todos lados, con un producto de lujo: la esperanza de resurrección; pero con el Crucificado todos los sermones tienen que empezar como el primero de San Pedro, reprochándole peligrosamente a los poderosos de este mundo: Vosotros le disteis muerte (Hechos 2, 23). Pero, ¿cuál fue la reacción de Nuestro Señor ante el cambio de estrategia publicitaria que le proponía su Vicario?

JUDAIZANDO LA MISA

 



Por MICHAEL HAYNES

De su libro A Catechism of Errors; a critique of the principal errors of the Catechism of the Catholic Church, en su versión en portugués, Editora CDB, 2025.

 

Es interesante notar este aspecto adicional de la judaización de la Misa, especialmente a la luz del ataque previo a la naturaleza sacrificial de la Misa, posiblemente motivado por una paridad ecuménica, y que parece manifestar un deseo de unificación litúrgica entre ambas religiones. El texto muestra el deseo de alinear la liturgia católica con la liturgia judía, lo cual, naturalmente, es una progresión lógica de los motivos ecuménicos que ya observamos en el catecismo analizado en un capítulo anterior.

El párrafo 1096 ofrece una visión general de las similitudes entre la liturgia judía y la católica, afirmando que "un mejor conocimiento de la fe y de la vida religiosa del pueblo judío, tal como hoy en día se profesan y viven, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la liturgia cristiana"[1]. El párrafo continúa esbozando el uso similar de las Sagradas Escrituras y comparando la liturgia de las horas o el Oficio Divino con la oración judía. Esta expresión es desafortunada, particularmente cuando se intenta enseñar sobre la liturgia católica. Recordando el tono marcadamente conciliador que se ha utilizado cada vez que se menciona a los judíos en páginas anteriores, estas secciones actuales corren el riesgo de emplear la liturgia como una herramienta más dentro del proceso ecuménico.

Cabría esperar que, en un catecismo, el texto alentara al lector a estudiar los escritos de los santos y teólogos católicos para comprender más plenamente la Misa.

Pero la forma en que el párrafo 1329 describe la Misa arroja más luz sobre otra posible razón para el desarrollo de este tema: las relaciones ecuménicas con los judíos. Leemos: "Fracción del Pan, porque este rito, propio de la comida de los judíos, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como jefe de familia"[2]. Este pasaje debe leerse a la luz del párrafo 1096 y de los fragmentos discutidos en el capítulo tres de este libro, así como de los párrafos 1363-1364. Estos dos últimos presentan una transición muy sutil desde la Pascua judía hacia el sacrificio de la cruz, alineando la celebración de la Pascua judía con la Misa católica. Se afirma que, así como mediante la primera “los acontecimientos del Éxodo son recordados por los fieles para que puedan conformar su vida a ellos”, de igual manera, mediante la Misa, la Iglesia “conmemora la Pascua de Cristo, y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció una vez por todas en la cruz permanece siempre presente”[3].

Así, se presenta de forma sutil la Pascua judía como directamente vinculada, e incluso casi compatible, con la Misa. Esto aclara el uso generalizado del lenguaje de banquete, ya que el párrafo 1329 identifica la Misa como originada en una comida, consumida en una mesa. En efecto, este pasaje, especialmente cuando se combina con los impulsos ecuménicos dirigidos tanto a protestantes como a judíos, establece el tono para una nueva teología de la Eucaristía promovida en el catecismo. Al presentar la Misa como una comida en una mesa, se apacigua a los protestantes, que se oponen a la naturaleza sacrificial de la Misa. Pero, de igual manera, también se apacigua a los judíos, ya que dicho lenguaje honra su Pascua, la comida ritual con la que la Misa es fuertemente comparada.

Cuando el texto ignora el elemento propiciatorio de la Misa y la estiliza marcadamente como una comida religiosa, se vuelve fácil comprender que está pavimentando el camino para un futuro diálogo ecuménico y celebraciones litúrgicas comunes. Una conferencia de 1994 que elogiaba el tono conciliador del nuevo catecismo hacia los judíos mencionó específicamente la sección sobre la Eucaristía como mostrando un nuevo vínculo con los ritos judíos. Leemos: "Sobre la Eucaristía, el Catecismo muestra su conexión intrínseca con la ‘Bendición judía’, así como con la ‘Comida judía’; de hecho, el pan diario de los judíos es el fruto de la tierra prometida, la garantía de la fidelidad de Dios a sus promesas”[4].

A la luz de esto, veamos por ejemplo los pasajes de los párrafos 1334 y 1363. Aquí leemos sobre los sacrificios realizados bajo la Antigua Alianza, en particular la Pascua. Sin embargo, luego de describir dichos sacrificios con gran belleza y detalle, el nuevo catecismo menciona su relación con la Eucaristía de esta manera: “Celebrando la Última Cena con sus Apóstoles, en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la Pascua judía”[5]. Y más adelante: “El memorial recibe un nuevo significado en el Nuevo Testamento”[6]. El sacrificio antiguo y el nuevo solo se distinguen al indicar que el sacrificio de Cristo dio un nuevo significado al anterior. No obstante, si nos remitimos a los Catecismos de Baltimore, la diferencia entre el sacrificio antiguo y el nuevo es mucho más clara: “Todos esos diversos sacrificios de la Antigua Ley no eran más que figuras del sacrificio que Cristo haría de sí mismo […]; (ellos) derivaban su eficacia o valor del sacrificio que Cristo ofrecería en la cruz”[7]. A los sacrificios de la Antigua Ley, tal como se enseñó tradicionalmente, no se les otorga simplemente un nuevo significado —aunque esto sea verdad—, ya que tal afirmación no expresa toda la verdad. Más bien, eran figuras o tipos del sacrificio de la Nueva Ley, “y debían cesar con su institución”[8].

Recientemente, y en el nuevo catecismo, hay un gran énfasis en la relación entre la Misa y los rituales judíos, como si la existencia de la Misa necesitase ser justificada por sus orígenes judíos. No discutimos ni desarrollamos los orígenes de la Misa en este trabajo, pero afirmamos, junto con los catecismos más antiguos, que todos los sacrificios de la Antigua Ley eran figuras de la Misa. La Misa, el sacrificio incruento de la cruz, no es un desarrollo nuevo compuesto por la copia de rituales judíos, sino que es, en verdad, el sacrificio hacia el cual apuntaban todos esos ritos judíos. En consecuencia, no hay lugar en un catecismo para una tentativa de equiparar ambos sacrificios, ya que el orden del primero debe siempre señalar hacia el segundo.

El tema judaizante no es un elemento especialmente evidente en el texto ni es ampliamente abordado, pero sigue siendo importante. Al enseñar sobre los misterios incomparables de la Santa Eucaristía y el sacrificio de la Misa, si el catecismo no puede evitar usar estas ocasiones para presentar y promover semejanzas con la práctica litúrgica de otras religiones, entonces es razonable deducir que no se preocupa únicamente por enseñar la verdadera fe. Hay muchos autores eruditos que han compuesto estudios interesantes sobre los orígenes y similitudes de la Misa con los rituales judíos, pero estos tienen un lugar bien definido fuera del catecismo. Solo después de enseñar la plenitud de la fe puede enseñarse sobre sus orígenes y relaciones con los ritos judíos.

Sin embargo, enseñarlos lado a lado lleva a una situación en la que se forma una cierta sensación de igualdad, y la verdadera naturaleza de la Misa se pierde. En un texto que falla continuamente en enseñar claramente la plena naturaleza del sacrificio eucarístico, al mismo tiempo que promueve una paridad religiosa con los judíos, el elemento judaizante —que de otro modo parecería inofensivo— adquiere un peso nuevo y peligroso. No debemos olvidar que fue una decisión consciente el centrarse en las relaciones entre el catolicismo y el judaísmo, como lo informó el cardenal Dulles. El lanzamiento del nuevo catecismo fue ampliamente elogiado por muchos líderes judíos prominentes, ya que continuaba abriendo puertas al diálogo. Desafortunadamente, el catecismo parece abrir tal puerta incluso en el ámbito de la Santa Eucaristía, en detrimento de la plenitud y de la verdad de la fe.

 

[1]CIC 1096

[2]CIC, 1329.

[3]CIC, 1363-1364. Se puede argumentar que el lenguaje empleado para expresar el significado de "memorial" en la comprensión del Nuevo Testamento no difiere sustancialmente del utilizado en el Antiguo Testamento. Así, incluso podría interpretarse que estos pasajes dan a entender que el sacrificio de Cristo es solo traído a la memoria de los fieles, en lugar de estar sustancialmente presente. Sin embargo, tal argumento podría parecer forzado y tal vez no conceda al texto el debido beneficio de la duda. Podemos afirmar, al menos, que estos dos párrafos carecen de una mayor clarificación.

[4] The Universal Catechism's Teaching on the Jews. Acessado em junho de 2020, https://bit.ly/3BnjhBH. CE. CIC, 1328, 1334, 1340.

[5] CIC, 1340.

[6] CIC, 1364.

[7] Connell, Catecismo de Baltimore N. 3. g. 358.

[8] Kinkead, Catecismo de Baltimore N. 4.q. 264.

 

 

sábado, 5 de julio de 2025

DEL CARDENAL BURKE, LOS CONSERVADORES Y UNA LECCIÓN DE CHESTERTON

  



“No es suficiente decir la verdad, si los errores

no son detectados y refutados”.

 

Concilio de Trento, Introducción a los cánones

sobre la santa Eucaristía.

 

Por P. FLAVIO MATEOS


Ciertamente, el lector católico que nos lee no pensará que es banal, de poca monta, el plantearse una definición acerca de un tema que concierne al centro mismo de nuestra religión: hablamos de la santa Misa. Ni por eso mismo puede pasar indiferente ante el problema de la reforma litúrgica, si es que alguna noción tiene a su respecto. Sin embargo, este asunto pareciera baladí para una gran parte del clero, y la preocupación mayor en su horizonte estaría dada por el deseo ferviente de que haya una “paz litúrgica”. Nada de complicarse la vida con un combate por la verdad, ¿acaso el Vaticano II no hizo del diálogo el nuevo método para resolverlo todo? ¿No son el diálogo y el consenso los elementos democráticos por excelencia? ¿No fueron envainadas las espadas, a fin de favorecer la diplomacia y la “cultura del encuentro” con los “hermanos separados”? “No vine a traer la espada sino la paz”, le han hecho decir a Nuestro Señor, una y otra vez.

Nuestro aviso, nuestro llamado de atención, no tiene nada que ver con el consejo de san Pablo a Tito: “Evita las cuestiones necias, las genealogías y las contiendas y debates sobre la Ley, porque son inútiles y vanas” (Tito III, 9), sino más bien con una dilucidación que atañe a nuestra propia fe y el modo de adorar a Dios, a si ha de continuar renovándose el Santo sacrificio de Nuestro Señor en los altares, o si pretendemos rendir culto a Dios mediante la ofrenda espuria de Caín. Es decir, es el tema de la mayor importancia, puesto que, como decía Mons. Lefebvre, “como el sacrificio de Nuestro Señor está en el corazón de la Iglesia, en el corazón de nuestra salvación y en el corazón de nuestras almas, todo lo que se relaciona con el santo sacrificio de la misa nos toca profundamente a cada uno de nosotros personalmente. Tenemos que participar en este sacrificio para la salvación de nuestras almas”. Así pues, ¿podemos permanecer indiferentes a la Misa?

Hay sacerdotes que, a pesar de su pretendido antiliberalismo, han caído en un “pluralismo” pacifista propio de los liberales, optando por buscar un consenso legalista en un grado de obediencia tal que deja de ser virtuoso para volverse más bien vicioso, evitando de ese modo complicarse la vida con asuntos que podrían poner en entredicho su propia situación dentro del marco estructural de la Iglesia. Tendrán que perdonarnos, pero no podemos aceptar eso. Aunque nos cueste la marginalización, el desprecio, la indiferencia por lo que decimos. No podemos ser tolerantes con el error y no podemos dejar de resistirlo, en la medida que Dios nos asista con su gracia, a fin de evitarle a quien nos escucha, navegar por las aguas cenagosas de la confusión que ponen en riesgo la propia fe. Se nos pide ser “luz del mundo y sal de la tierra”. Aunque eso no nos conceda miles de “likes” en las redes sociales. La verdad no suele ser popular, y por eso termina crucificada. Lo que confirma el aserto de Louis Veuillot: “Las causas que mueren son aquellas por las que no se muere”.

Cuando un sacerdote reputado, popular, mediático, “contrarrevolucionario”, dice que celebra la misa en idioma vernáculo y el rito tridentino, que celebra diariamente ambas, y que jamás ha tenido problema con eso, uno comprende que hay un problema grave en la Iglesia, puesto que si los más rescatables de los curas, los de buenas intenciones, los conservadores que aún conservan cierto sentido de la tradición, tienen una venda sobre los ojos, que les impide ver la contradicción entre la verdad y el error, ¿qué queda para la gran masa arrebañada en el progresismo, el ecumenismo y el sinodalismo papólatra? Evidentemente, se trata de lo que la hermana Lucía llamó una “desorientación diabólica”. Pero, como dice Nuestro Señor, “el que no recoge conmigo, desparrama."(Mat. 12,30). Así algunos primero recogen, y luego desparraman, y lo que escriben con la mano, lo borran con el codo. Emiten declaraciones contrarrevolucionarias, pero terminan realizando acciones revolucionarias. En tanto, el mal avanza. Y muchos confundidos se quedan en paz, y nunca se hacen problema con eso. Porque, aparentemente, no hay problema alguno. ¿Es así?

Viene a cuento todo esto, porque estos mismos sacerdotes birritualistas y anti-belicistas han destacado con honores la propuesta que el cardenal Burke hizo recientemente a León XIV: “Burke ha pedido a León XIV que se ponga fin a la persecución de la Misa en Latín”. El informe que se ofrece nos dice que “en la Conferencia sobre Fe y Cultura organizada en Londres por la Latin Mass Society, el cardenal Raymond Burke ha transmitido su esperanza al Papa León XIV de que el Santo Padre ponga fin a la «persecución desde dentro de la Iglesia» de «aquellos que desean adorar a Dios según el uso más antiguo del rito romano». Y agregó el cardenal: «Ciertamente ya he tenido ocasión de hablarlo con el Santo Padre... tengo la esperanza de que, en cuanto sea posible, retome el estudio de esta cuestión y trate de restablecer la situación tal como quedó después de Summorum Pontificum, e incluso de continuar desarrollando lo que el Papa Benedicto XVI había legislado tan sabia y amorosamente para la Iglesia».

No hay dudas de que en varias ocasiones el cardenal Burke ha pronunciado valientes declaraciones y es uno de los conservadores más destacados del plantel de la Iglesia, no cuestionamos sus intenciones, pero también es cierto que siempre ha moderado mucho sus pasos y sus palabras, de modo de no causar mas que un leve escozor en los modernistas enquistados en lo más alto del Vaticano. Burke se encuentra muy limitado en su tímida postura y jamás pondría en riesgo su status, más allá de alguna que otra actitud que lo colocó en situación incómoda ante la inquina bergogliana, pero que nunca llegó al extremo que pudo sostener un Mons. Vigano. Ninguna de sus críticas lo llevaron, sin embargo, a salirse de su posición birritualista y de sostener –aún ahora- la fracasada “hermenéutica de la continuidad”, cosa a todas luces impracticable y, tal vez en algunos, naif.

LAS PROFUNDAS DEFICIENCIAS DOCTRINALES DE LA NUEVA MISA

 



Por P. FRANÇOIS-MARIE CHAUTARD

 

• 1) En cuanto al misterio cristiano

• 2) En cuanto al aspecto sagrado de los misterios

• 3) Supresión del aspecto sacrificial

• 4) Disminución de la fe en la presencia real

 

El mayor reproche que se le hace al misal de Pablo VI concierne a la profesión de la fe católica. El rito mismo, en sus gestos y en sus palabras, en su conjunto como en sus detalles, altera la fe católica. No la contradice frontalmente, la disimula, la silencia, la ahoga.

 

1) En cuanto al misterio cristiano

 

El rito tiene por tarea instruir a sacerdotes y fieles y disponerlos al culto de Dios mediante el recuerdo de las verdades de fe. Ahora bien, el nuevo rito se acompaña de un empobrecimiento considerable de esos recordatorios. Numerosas verdades son alteradas y ocultadas mediante la supresión de oraciones cuyo número y precisión no han sido reemplazadas:

  • El pecado: el NOM [1] ya no contiene las oraciones Indulgentiam, Aufer a nobis, Oramus te, Deus qui humanæ, Suscipe sancte Pater, que todas recordaban la condición pecadora del hombre.
  • El desprecio de las cosas del mundo:
    «Han cambiado en este nuevo misal todas las oraciones, todas las plegarias que hablaban del desprecio de las cosas de este mundo para unirnos a las celestiales. ¿Qué idea tuvieron los que cambiaron estas cosas? ¿Acaso las cosas celestiales no son tales que debamos despreciar las terrenales, que son para nosotros ocasión de pecado?» [2]
  • El combate espiritual:
    «Se han suprimido en las oraciones todo lo que indicaba lucha, combate espiritual. Los términos ‘perseguidores, enemigos’, todo eso ha sido suprimido sin razón. Por ejemplo, misa de san Juan de Capistrano: “[Dios que...] hicisteis triunfar [a vuestros fieles] sobre los enemigos de la Cruz (...) haced, os lo suplicamos, que, por su intercesión, venzamos las trampas de nuestros enemigos espirituales”» [3]
  • El misterio de la Redención: se habla de “salvación” de una manera muy vaga.
  • La virginidad perpetua de la Virgen María: en el NOM, es posible (según la selección de las oraciones propuestas) no hablar de la Virgen María. Y se sabe que la virginidad perpetua de María es una piedra de tropiezo para los protestantes... De hecho, la palabra “perpetua” solo aparece en una de las cuatro plegarias eucarísticas. En cambio, el rito antiguo repetía este dogma al menos cinco veces.
  • La realeza de Cristo Rey:
    «Con respecto a Cristo Rey, se suprimieron dos estrofas que hablaban del Reino social de Nuestro Señor Jesucristo» [4]
  • La fe en los novísimos (las postrimerías):
    «El rito de los difuntos ha sido modificado. La palabra anima ha desaparecido con frecuencia de numerosas oraciones por los difuntos, porque con las nuevas filosofías ya no se sabe realmente si hay una distinción real entre alma y cuerpo. Entonces, ya no se debe hablar del alma. ¡Es increíble, inimaginable! Ya no hay devoción por los difuntos, ya no existe el sentido del purgatorio» [5]

 

2) En cuanto al aspecto sagrado de los misterios.

 

Las mismas rúbricas del misal institucionalizan esta pérdida del sentido de lo sagrado a través de la mutabilidad permanente del rito y un relajamiento litúrgico general.

  • La mutabilidad permanente del rito desnaturaliza su carácter sagrado, aunque solo sea por la diversidad de misas: la primera parte de la misa cuenta con 3 fórmulas, la segunda con 3, y el canon con 4. Así, se puede construir “su” misa según 3×3×4 posibilidades. Y eso limitándose a las palabras, sin contar los gestos y otras ceremonias que pueden añadirse o inventarse a voluntad por los consejos parroquiales. Dar al sacerdote y a su consejo parroquial una libertad de gestos casi total y una gran parte de iniciativa colectiva para los textos de la misa engendra mecánicamente una pérdida del respeto debido al propio rito. Rara vez la imaginación o la fantasía van de la mano con el sentido del respeto.
  • En cambio, la utilización de un rito estabilizado desde hace unos quince siglos y codificado en detalle en sus palabras y gestos, engendra un profundo respeto por parte del sacerdote y los fieles. La regla pedagógica más elemental para enseñar el carácter sagrado de un objeto es no ponerlo en todas las manos y prohibir transformarlo a su antojo.
  • Un relajamiento litúrgico general provocado por el abandono y la supresión de una gran parte de las marcas de respeto, en particular:
    • la obligación de la piedra de altar, así como del carácter precioso de los vasos sagrados, de uno de las tres manteles del altar, o de ciertos ornamentos (el manípulo, el amito, el cordón, el velo del cáliz, la bolsa, e incluso la misma casulla) ;
    • las genuflexiones, cuyo número pasa de 12 a 2, y los signos de la cruz, que pasan de 47 a 7 u 8 ;
    • el número de oraciones, que reduce la duración de la misa —en su forma más breve— a 10/12 minutos.

Mons. Lefebvre lo observaba lúcidamente:

*«La desacralización se produce en primer lugar:

·       Por la lengua vernácula. La supresión de la lengua sagrada que era el latín ha vuelto profana, en cierto modo, la santa misa, y la ha convertido en algo que ya no es realmente sagrado.

·       Por la pronunciación de esta traducción en voz alta durante toda la santa misa. Ya no hay momentos de silencio, ya no hay palabras dichas en voz baja por el sacerdote (…) que inviten a la meditación sobre el gran misterio que allí se realiza.

·       Por la introducción de la mesa en lugar del altar. (…)

·       Por la posición del sacerdote. La misa de cara al pueblo no invita en absoluto al recogimiento frente al misterio que se desarrolla. El sacerdote mismo es distraído por las personas que tiene delante. Y la gente es distraída por el sacerdote, especialmente si éste actúa de forma un tanto viva, un tanto desordenada, o de manera poco respetuosa. (…)

·       Por la distribución de la Eucaristía por parte de los fieles».*
— Mons. Lefebvre, 1 de octubre de 1979.

 

3) Supresión del aspecto sacrificial

 

«La misa no es un sacrificio... llamémosla bendición, eucaristía, cena del Señor... que se le dé cualquier otro nombre que se quiera, con tal de no mancharla con el título de sacrificio. Esta abominación [...] que se llama Ofertorio. De ahí resuena y se siente todo el carácter de sacrificio».
— Lutero, Formulæ missæ et communionis, 1523

Lamentablemente, el NOM se inclina hacia una comida y no hacia un sacrificio. Esta evolución se traduce de cuatro maneras:

“ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”

  “ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”           Por FLAVIO MATEOS   El Padre Nicholas Gruner, tenaz apóstol hasta su muerte del mensaje ...