Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

sábado, 19 de julio de 2025

LA NUEVA MISA

 



Por P. RENÉ MARIE BERTHOD

 

·       ¿Qué es la misa?

·       La doctrina católica definida

·       ¿Qué sucede con la nueva misa?

·       La nueva misa y la presencia real

·       La nueva misa y el sacrificio eucarístico

·       La nueva misa y el papel del sacerdote

Este análisis de la nueva misa del canónigo Berthod va directo al grano.

El canónigo René Berthod (+26/06/1996), sacerdote de la congregación de los Canónigos del Gran San Bernardo, tras una larga y brillante carrera como profesor, fue durante varios años director del seminario de Écône. Eminente y profundo teólogo, gran conocedor de santo Tomás, aceptó en 1981 redactar una breve crítica de la nueva misa para la revista del Movimiento de la Juventud Católica de Francia, Savoir et Servir (n.º 9).

 

La Iglesia de Cristo fue instituida con una doble misión: una misión de fe y una misión de santificación de los hombres redimidos por la sangre del Salvador. Debe aportar a los hombres la fe y la gracia: la fe mediante su enseñanza, la gracia mediante los sacramentos que Cristo Señor le confió.

Su misión de fe consiste en transmitir a los hombres la Revelación hecha por Dios al mundo sobre las realidades espirituales y sobrenaturales, y conservarla sin alteración a través del tiempo y los siglos.

La Iglesia católica es ante todo la fe que no cambia; es, como dice san Pablo, la columna de la verdad que atraviesa los siglos, siempre fiel a sí misma y testigo inflexible de Dios en un mundo en perpetuos cambios y contradicciones.
A lo largo de los siglos, la Iglesia católica enseña y defiende su fe en nombre de un único criterio: “lo que siempre ha creído y siempre ha enseñado”. Todas las herejías, con las que la Iglesia se ha visto constantemente confrontada, han sido juzgadas y repudiadas en nombre de la no conformidad con ese principio. El principio reflejo primero de la jerarquía de la Iglesia, y especialmente de la Iglesia romana, ha sido mantener sin cambios la verdad recibida de los apóstoles y del Señor.

La doctrina del santo sacrificio de la misa pertenece a ese tesoro de verdad de la Iglesia. Y si hoy, en ese dominio particular, aparece una especie de ruptura con el pasado de la Iglesia, semejante novedad debería alertar a toda conciencia católica, como en los tiempos de las grandes herejías de siglos pasados, y provocar universalmente una confrontación con la fe de la Iglesia que no cambia.

 

¿Qué es la misa?


Sabemos, por supuesto, que la misa antigua no nos fue dada ya completamente hecha. Conserva lo esencial de las celebraciones hechas por los apóstoles por orden de Cristo; y nuevas oraciones, alabanzas y precisiones le han sido añadidas en una lenta elaboración, para explicitar mejor el misterio eucarístico y preservarlo de las negaciones heréticas.

La misa se ha elaborado progresivamente, conformándose en torno al núcleo primitivo legado por los apóstoles, testigos de la institución de Cristo. Como un estuche que encierra la piedra preciosa o el tesoro confiado a la Iglesia, “ha sido pensada, ajustada, ornamentada como una música. Lo mejor ha sido retenido, como en la construcción de una catedral. Ha explicitado con arte lo que contenía implícito en su misterio. Como el grano de mostaza, ha desarrollado sus ramas, si se quiere, pero todo estaba ya contenido en el grano”.

Esta elaboración o explicitación progresiva quedó esencialmente concluida en tiempos del papa san Gregorio, en el siglo VI. Sólo algunos complementos secundarios se le añadirán después. Esta obra de los primeros siglos del cristianismo ha sido una obra de fe para poner al alcance de la inteligencia humana la institución de Cristo en su verdad reconocida.
La misa es así la explicación del misterio eucarístico y su celebración.

 

La doctrina católica definida

 

Frente a las negaciones de Lutero, el Concilio de Trento recordó la doctrina inmutable de la Iglesia católica y la definió, en lo que concierne al santo sacrificio de la misa, esencialmente en los tres siguientes puntos doctrinales:

1.       En la Eucaristía, la presencia de Cristo es real.

2.      La misa es un verdadero sacrificio, es en sustancia el sacrificio de la cruz renovado, verdadero sacrificio propiciatorio o expiatorio para la remisión de los pecados, y no sólo sacrificio de alabanzas o de acción de gracias.

3.      El papel del sacerdote en la ofrenda del santo sacrificio es esencial y exclusivo: el sacerdote, y sólo él, ha recibido por el sacramento del Orden el poder de consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo.

La misa antigua milenaria, latina y romana, expresa con toda claridad toda la densidad de esta doctrina, sin omitir nada del misterio.

 

¿Qué sucede con la nueva misa?

 

Se sabe que la nueva misa fue impuesta al mundo católico por necesidades del ecumenismo: la misa antigua, en efecto, seguía siendo el obstáculo mayor para reconstruir la unidad con los reformados del siglo XVI. Precisamente afirmaba, sin escapatoria posible, la fe católica que los protestantes niegan, y lo hacía sobre los tres puntos doctrinales esenciales, a saber:

1.       la realidad de la presencia real,

2.      la realidad del sacrificio,

3.      la realidad del poder sacerdotal.

La nueva misa simplemente va a silenciar esta fe católica. Y el nuevo rito introducido, que se ha vuelto indiferente al dogma, podrá adaptarse a una fe puramente protestante, e incluso servir de punto de encuentro para el mundo de la unidad ecuménica, en una misma celebración donde los dogmas cuestionados habrán sido prudentemente velados y donde sólo se han conservado los gestos, expresiones y actitudes susceptibles de ser interpretadas según la fe de cada uno.

¿Podrán negarse los hechos evidentes?

Las transformaciones aportadas por la nueva misa inciden precisamente en los puntos doctrinales que Lutero puso en cuestión.

 

La nueva misa y la presencia real

 

En la nueva misa, la presencia real ya no desempeña el papel central que subrayaba la antigua liturgia eucarística.

Toda referencia, incluso indirecta, a la presencia real ha sido eliminada.
Se constata con estupor que los gestos y signos mediante los cuales se expresaba espontáneamente la fe en la presencia real han sido o bien abolidos o gravemente alterados.

Así, las genuflexiones —signos sumamente expresivos de la fe católica— han sido suprimidas como tales. Y si la genuflexión después de la elevación ha sido, por excepción, conservada, lamentablemente se constata que ha perdido su sentido preciso de adoración a la presencia real.

En la misa antigua, después de las palabras de la consagración, el sacerdote hace inmediatamente una primera genuflexión, que significa —sin equívoco posible— que Cristo está allí, realmente presente sobre el altar, y esto por las mismas palabras consagratorias del sacerdote. Luego hace una segunda genuflexión después de la elevación: esta genuflexión tiene el mismo sentido que la primera y añade énfasis.

En la nueva misa, la primera genuflexión ha sido suprimida. Se ha conservado, en cambio, la segunda genuflexión. Y aquí está el engaño para los espíritus poco advertidos de las sutilezas del modernismo: esta segunda genuflexión, en efecto, aislada de la primera, puede ahora recibir una interpretación protestante. Si la fe protestante no admite la presencia real física de Cristo en la Eucaristía, reconoce sin embargo una cierta presencia espiritual del Señor debida a la fe de los creyentes. Así, en la nueva misa, el celebrante no adora en primer lugar la hostia que acaba de consagrar, sino que la eleva y la presenta a la asamblea de los fieles; la asamblea ejerce su fe en Cristo y esta fe hace espiritualmente presente a Cristo, y se arrodillan y adoran, pudiéndose hacerlo incluso en el sentido meramente protestante de una presencia puramente espiritual.

El rito exterior puede entonces acomodarse a una fe exclusivamente subjetiva, e incluso con la negación del dogma católico de la presencia real.
La genuflexión conservada después de la elevación de la hostia y del cáliz se ha vuelto efectivamente susceptible de una interpretación protestante. Ha adquirido un sentido adaptable a la fe de cada uno y, por tanto, un sentido equívoco. Pero tal rito ya no es expresión clara de la fe católica.

Otras alteraciones del antiguo rito —aunque sean menos graves que las que afectan al corazón mismo de la misa— van sin embargo todas en el sentido de una disminución del respeto debido a la santa Presencia. En este orden, deben mencionarse las siguientes supresiones que, tomadas aisladamente pueden parecer menores, pero que, consideradas en conjunto, no dejan de revelar el espíritu que prevaleció en las reformas. Han sido suprimidas:

·       la purificación de los dedos del sacerdote sobre el cáliz y dentro del cáliz,

·       la obligación para el sacerdote de mantener unidos los dedos que han tocado la hostia después de la consagración, para evitar todo contacto profano,

·       el uso de la palia para proteger el cáliz,

·       el dorado obligatorio de la parte interna de los vasos sagrados,

·       la consagración del altar, si este es fijo,

·       la piedra sagrada y las reliquias dispuestas en el altar, si este es móvil,

·       los manteles del altar, cuyo número ha sido reducido de tres a uno,

·       las prescripciones relativas al caso de una hostia consagrada que ha caído al suelo.

A estas supresiones, que todas representan una disminución en la expresión del respeto debido a la Presencia real, hay que añadir actitudes que van en el mismo sentido y que prácticamente se imponen a los fieles:

·       comunión de pie y frecuentemente en la mano,

·       acción de gracias que —por muy breve tiempo— se invita a hacer sentado,

·       permanencia de pie después de la consagración.

Todas estas alteraciones, agravadas aún por el alejamiento del sagrario, muchas veces relegado a un rincón del presbiterio, convergen en la misma dirección: un retroceso del dogma de la Presencia real.

Estas observaciones son válidas para el conjunto del Novus Ordo Missæ, cualquiera que sea el canon elegido, e incluso si la nueva misa se celebra con el canon romano.

 

La nueva misa y el sacrificio eucarístico

 

Además del dogma de la Presencia real, el Concilio de Trento definió la realidad del sacrificio de la misa, que es la renovación del sacrificio del Calvario y nos aplica sus frutos de salvación para la remisión de los pecados y nuestra reconciliación con Dios.

La misa es, por tanto, un sacrificio. También es una comunión, pero una comunión al sacrificio previamente celebrado: un banquete donde se come la víctima inmolada del sacrificio. La misa es, entonces, en primer lugar un sacrificio, y en segundo lugar una comunión o banquete.

Ahora bien, toda la estructura de la nueva misa acentúa el aspecto de banquete de la celebración en detrimento del sacrificio. Esto también, y de forma más grave aún, va en el sentido de la herejía protestante.

Ya la sustitución del altar del sacrificio por una mesa orientada hacia el pueblo manifiesta toda una orientación. Porque si la misa es un banquete, es conforme a los usos reunirse en torno a una mesa, y no hace falta un altar dispuesto ante la cruz del Calvario.

Además, la liturgia de la Palabra (que también se ha convenido en llamar “mesa de la Palabra”) ha sido desarrollada hasta tal punto que ocupa la mayor parte del espacio temporal de la nueva celebración, disminuyendo con ello la atención debida al misterio eucarístico y a su sacrificio.

Esencialmente, debe señalarse la supresión del ofertorio de la víctima del sacrificio y su sustitución por la “ofrenda de los dones”. Esta sustitución se vuelve propiamente grotesca y cae en la caricatura, porque ¿qué significa esta ofrenda de migajas de pan y gotas de vino, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres, que se osa presentar al Dios soberano?

Los paganos, ciertamente, hacían algo mejor: ofrecían a la divinidad no migajas, sino algo más sustancial, un toro o algún otro animal cuya inmolación constituía un verdadero sacrificio. Lutero se había rebelado de manera muy violenta contra la presencia del ofertorio del sacrificio en la misa católica. No se había equivocado en su perspectiva negadora: la sola presencia de la ofrenda de la víctima es la afirmación innegable de que se trata verdaderamente de un sacrificio, y de un sacrificio expiatorio para la remisión de los pecados.

El ofertorio de la misa católica, por tanto, era un obstáculo para el ecumenismo. No se ha temido caricaturizarlo y, aquí nuevamente, violentar la fe católica. El antiguo ofertorio precisaba la oblación del mismo sacrificio de Cristo:

·       «Recibe, Padre santo, esta hostia inmaculada…» (hanc immaculatam hostiam).

·       «Te ofrecemos, Señor, el cáliz de la salvación…» (calicem salutaris).

No eran el pan ni el vino los que se ofrecían a Dios, sino ya la hostia inmaculada, el cáliz de la salvación, en la perspectiva de la próxima consagración.

Algunos liturgistas, demasiado preocupados por la letra del rito, pretendieron que allí había una anticipación. Y estaban muy equivocados. La intención de la Iglesia, expresada por el sacerdote, es efectivamente la de ofrecer la misma víctima del sacrificio (y no en absoluto el pan y el vino). En el sacrificio de la misa, todo se realiza en el momento preciso de la consagración, cuando el sacerdote actúa in persona Christi y cuando el pan y el vino son transustanciados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero como no se puede decir todo al mismo tiempo sobre las riquezas espirituales del misterio eucarístico, la liturgia de la misa comienza su exposición ya desde el ofertorio. Se trata, pues, no de una anticipación, sino de una perspectiva.

En la nueva misa, el ofertorio de la víctima del sacrificio ha sido suprimido, así como los signos de la cruz sobre las ofrendas, que eran una referencia constante a la cruz del Calvario.

Así, de manera convergente, la realidad primera de la misa, renovación del sacrificio del Calvario, queda desdibujada en sus expresiones concretas. Incluso hasta el centro mismo de la celebración. Las propias palabras de la consagración, en el rito innovador, son pronunciadas por el sacerdote con un tono narrativo, como si se tratase del relato de un acontecimiento pasado, y ya no con el tono imperativo de una consagración realizada en el presente y pronunciada en nombre de aquel en cuya persona actúa el sacerdote.

Y esto es muy grave.

¿Cuál podrá ser, en esta nueva perspectiva, la intención del sacerdote celebrante? — intención que, según recuerda el Concilio de Trento, es una de las condiciones de validez de la celebración. Esta intención ya no está significada por el ceremonial del rito. El sacerdote celebrante puede, sin duda, suplirla con su voluntad personal y la misa podrá entonces ser válida. Pero ¿qué decir de los sacerdotes innovadores, ante todo preocupados por romper con la Tradición antigua? Entonces la duda se vuelve legítima. Y ya nada distinguirá aparentemente a la nueva misa, en su estructura general, de la cena protestante.

Se dice que se ha conservado el Canon romano. En la forma inicial del nuevo rito, se ofrece a elección del celebrante, junto a otras tres plegarias eucarísticas.

¿Qué significa esa elección?

 

El Canon romano conservado ya no es el antiguo canon.


De hecho, ha sido mutilado de diversas formas:

Ha sido mutilado en el acto mismo de la consagración, como acabamos de ver; ha sido mutilado por la supresión de los signos de la cruz repetidos; ha sido mutilado por la supresión de las genuflexiones, expresión de la fe en la Presencia real; ya no está prefigurado por el ofertorio del sacrificio.

En las versiones vernáculas oficiales, que son prácticamente las únicas utilizadas, ha sido traducido de forma tendenciosa, eludiendo la precisión en la expresión de la fe católica.

Además, ha perdido su carácter propio de “canon”, es decir, de oración fija, inmutable, como la misma roca de la fe. Se ha vuelto intercambiable. Puede ser sustituido, según cada preocupación o creencia, por otra plegaria eucarística. Y esta es, evidentemente, la astucia suprema del ecumenismo innovador.

Oficialmente, se ofrecen tres nuevas fórmulas sustitutivas a elección del celebrante. Pero, de hecho, la puerta está abierta a todas las innovaciones, y ha llegado a ser imposible hacer un inventario de todas las plegarias eucarísticas introducidas y practicadas en las distintas diócesis.

No nos detendremos en esas liturgias “salvajes”, en absoluto oficiales, pero que no obstante han florecido al mismo viento de las reformas o, más bien, de la revolución total. Nos limitaremos, para un breve análisis, a las nuevas plegarias eucarísticas introducidas en número de tres con la nueva misa.

La segunda plegaria, presentada como el canon de san Hipólito, supuestamente más antiguo que el canon romano, es en realidad el canon del antipapa Hipólito en tiempos de su rebelión, antes de su martirio, que le valió el retorno a la unidad de la Iglesia. Este canon probablemente nunca fue usado en la Iglesia pontificia de Roma y nos ha llegado sólo en algunas reminiscencias verbales referidas en la recopilación de Hipólito. No fue en absoluto asumido por la Tradición de la Iglesia.

En este canon extremadamente breve, que no contiene —más allá del relato de la Última Cena— sino unas pocas oraciones de santificación de las ofrendas, de acción de gracias y de salvación eterna, no se hace ninguna mención del sacrificio.

En la tercera plegaria eucarística se menciona el sacrificio, pero explícitamente en el sentido de un sacrificio de acción de gracias y de alabanza. No se hace ninguna referencia al sacrificio expiatorio renovado en la realidad sacramental presente, que nos obtiene la remisión de los pecados.

La cuarta plegaria hace un repaso histórico de los beneficios de la redención obrada por Cristo. Pero, también aquí, el sacrificio propiciatorio —actualmente renovado— no está en modo alguno explicitado.

Así, en los tres nuevos textos propuestos, la doctrina católica sobre el santo sacrificio de la misa, doctrina definida por el Concilio de Trento, queda de hecho en la sombra; y, al no ser afirmada en el mismo acto de la celebración de la misa, resulta de hecho abandonada y, por omisión, negada.

 

La nueva misa y el papel del sacerdote

 

El papel exclusivo del sacerdote como instrumento de Cristo en la ofrenda del sacrificio es un tercer punto de doctrina católica definido por el Concilio de Trento. Este papel del sacerdote en la ofrenda del sacrificio desaparece en las nuevas celebraciones, junto con el mismo sacrificio. El sacerdote aparece como el presidente de la asamblea.

Los laicos invaden el santuario y se atribuyen funciones clericales: lecturas, distribución de la comunión, e incluso a veces la predicación.

Que nadie se deje engañar por ciertas denominaciones antiguas que aún se mantienen, pero que ahora pueden cubrir un sentido distinto. Así, como ya se ha señalado, la palabra ofertorio se mantiene, pero ya no tiene el sentido de la oblación de la víctima del sacrificio; de la misma manera, la palabra sacrificio se conserva aquí y allá, pero ya no necesariamente en el sentido del sacrificio renovado del Salvador. Puede significar simplemente acción de gracias o alabanza, según la fe del creyente.

En conclusión de este breve análisis de los nuevos ritos, no podemos sino constatar —a la luz de los hechos— que la nueva misa ha sido concebida y elaborada enteramente en sentido ecuménico, adaptable a las diferentes creencias de las distintas iglesias.

Esto es lo que los protestantes de Taizé reconocieron de inmediato, declarando teológicamente posible que comunidades protestantes pudieran celebrar la Santa Cena con las mismas oraciones que la Iglesia católica. En la Iglesia protestante de Alsacia se pronunció en el mismo sentido: «Ya nada en la misa ahora renovada puede incomodar verdaderamente al cristiano evangélico». Y en una gran revista protestante se pudo leer: «Las nuevas plegarias eucarísticas católicas han abandonado la falsa perspectiva (?) de un sacrificio ofrecido a Dios».

Ya la presencia de seis teólogos protestantes, debidamente habilitados para participar en la elaboración de los nuevos textos, fue una presencia significativa.

Esa misa ecuménica ya no es, por tanto, expresión de la fe católica.
En su súplica al papa Pablo VI, los cardenales Ottaviani y Bacci no temieron hacer la siguiente observación, cuya contundencia nadie ha podido rebatir hasta hoy:

«El nuevo Ordo Missæ se aleja de manera impresionante, en su conjunto como en sus detalles, de la teología católica de la santa misa».

 

Revista Le Sel de la terre, n.º 21, verano de 1997.

 

“ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”

  “ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”           Por FLAVIO MATEOS   El Padre Nicholas Gruner, tenaz apóstol hasta su muerte del mensaje ...