Por JUAN
CARLOS OSSANDÓN VALDÉS
El 17 de
enero de 2001, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por
S.E. Joseph cardenal Ratzinger, reconoce la validez de la misa de Addai y Mari.
Esta liturgia es usada por los asirio-caldeos que se dividen, a su vez, en
nestorianos (herejes) y Caldeos (católicos). En esa zona se conserva una
tradición, ¿o leyenda?, antiquísima que enseña que entre los setenta y dos
discípulos que Jesús envió en misión en Palestina, figuraban san Addai y san
Mari. Cuando las autoridades de Jerusalén iniciaron el primer genocidio
dirigido a suprimir la naciente Iglesia y durante el cual fueron asesinados los
dos Santiago, san Esteban y se salvaron milagrosamente san Pedro y san Pablo,
entre muchos otros cuyos nombres desconocemos, se produjo la dispersión de los
cristianos más notables de Jerusalén y estos santos misioneros se dirigieron a
Mesopotamia donde fundaron la Iglesia. No puede ser confirmada, por desgracia,
la presencia de tales apóstoles en esa zona, ni siquiera sus nombres; mas lo
cierto es que esta "anáfora" es muy antigua. ¡Otra vez nos abruman
con una palabra griega! Como el latín parece estar proscrito... Se trata
simplemente de lo que siempre hemos llamado, en latín, un "canon"; es
decir esa oración invariable así era, en efecto, antes de la reforma que
incluye la fórmula consagratoria sin la cual no hay misa. Pero hay una
diferencia notable: los caldeos católicos - incluyen las palabras
consagratorias; los nestorianos herejes no. La "anáfora" aprobada por la Congregación romana es la
nestoriana, la que carece de dicha fórmula. Aclaremos que el que no
aparezca este texto esencial es presentado como prueba de su antigüedad, la que
algunos creen podría remontarse al siglo tercero. En efecto, suele hablarse de
la "ley del arcano"; es decir, en la Iglesia primitiva no se escribía
la fórmula de los sacramentos para evitar su profanación. Hay que recordar que
lo "bien visto" en la sociedad romana era practicar varios cultos al
mismo tiempo. ¡Esos paganos eran mucho más ecuménicos que nosotros! Y, por eso,
no pudieron tolerar al cristianismo, ya que no lo era. Éste afirmaba la
necesidad de abandonar toda religión idolátrica, ya que los dioses eran, en
realidad, demonios. Roma respondió organizando genocidios que hoy llamamos
persecuciones. Si los pontífices de aquella época hubiesen sido ecuménicos como
los actuales, posiblemente no habría habido persecución alguna.
Estamos en presencia de algo inaudito en
sentido estricto: Jamás se hubieran imaginado nuestros padres en la fe que una
misa pudiese ser válida sin las palabras de la consagración. Con
razón el cardenal Ratzinger ha hablado de un "trabajo de clarificación
teológica intensa que ha culminado en una “decisión tan fundamental”. ¡Ya lo
creo! ¡Hubo que esperar 21 siglos para que la Jerarquía se diera cuenta de que
la consagración sobraba en la celebración de la misa!
Su
Eminencia justifica su decisión mediante tres razones: Antigüedad de la
liturgia, el reconocimiento de la plenitud de fe en la iglesia Asiria y,
finalmente, el que las palabras de la consagración se hallan
"diseminadas" en ese misal. El cardenal calla el carácter herético de
esa iglesia, por lo que no merece llamarse iglesia; calla el hecho de que no
hay fe, como ya explicamos, cuando se peca contra ella, aunque sea en un
artículo aparentemente mínimo; pero lo que nos resulta absolutamente
incomprensible es que alguien halle en las oraciones de ese misal lo que no
figura en él. Hemos leído las oraciones y no se halla traza alguna de las
palabras de la consagración. De hecho, los que usaban dicho misal y aceptaron
el concilio de Florencia se apresuraron a añadir la formula sagrada. De modo
que hoy solamente los herejes
nestorianos conservan esa deficiencia que hace inválida su misa.
¿Cómo
explicar tan evidente error en la actual Jerarquía? No hallo otra explicación
que el prurito de ecumenismo que corroe al Vaticano desde tiempos de Pablo VI.
No entra en el objetivo de este libro entrar en este tema. Baste recordar que desde
1864 la Santa Sede está prohibiendo asistir a las reuniones ecuménicas que
comenzaban a proliferar entre protestantes. Si se quiere conocer los
fundamentos doctrinales de tal prohibición, habría que releer muchas encíclicas,
en especial la "Testem benevolentiae" de León XIII que condena al
americanismo y la "Mortalium animos" de Pio XI, sin olvidar al tan
vilipendiado "Syllabus" de Pio IX. No podemos dejar pasar la ocasión
sin señalar la consecuencia necesaria del ecumenismo: el indiferentismo. En
otras palabras: se considera indiferente, en orden a la salvación, la religión
que cada uno practique, siempre que se la siga adecuadamente.
Recuerdo
que dos obispos, en diferentes ocasiones y con distinto motivo, me manifestaron
su asombro por el cambio producido entre los fieles desde la conclusión del
último concilio. Ya nos les importa, me decía uno de ellos, que su amigo no sea
católico; antes era motivo de preocupación y de oración. Lo único asombroso,
pienso yo, es que esos obispos se asombren... ¿Acaso no han leído la Dignitatis Humanae ni la Nostra Aetate? Quien las comprenda cae
necesariamente en el indiferentismo. Y más aún con la nueva liturgia cuyo mayor
mérito, según sus defensores, consiste en ser pluralista. Mas la Escritura
reza: "No te vuelvas a todos los
vientos, ni quieras ir por cualquier camino; porque de eso se convence reo todo
pecador que usa doble lenguaje".
“La
Misa Nueva de Pablo VI. Breve examen crítico”, Juan Carlos Ossandón Valdés,
Editorial Monasterio, Santiago de Chile, 2008, págs.125-127.