Nos queda orar para que el
Señor derrumbe este edificio de la Iglesia conciliar con un soplo de su boca y,
mientras tanto, que nos mantenga firmes y generosos en el combate por la fe, y
asiduos en el estudio de este misterio de iniquidad.
En una
carta del 25 de junio de 1976 dirigida a Mons. Lefebvre de parte del papa Pablo
VI, Mons. Giovanni Benelli (sustituto de la Secretaría de Estado) utilizó por
primera vez una expresión que haría fortuna: «la Iglesia conciliar».
[Si
los seminaristas de Écône] son de buena voluntad y están seriamente preparados
para un ministerio presbiteral en la verdadera fidelidad a la Iglesia
conciliar, se procurará entonces encontrar la mejor solución para ellos.
Mons.
Lefebvre había destacado esta expresión. Suspendido a divinis por haber
realizado ordenaciones el 29 de junio del mismo año 1976, escribía el 29 de
julio:
¡Qué
más claro! A partir de ahora, hay que obedecer y ser fieles a la Iglesia
conciliar y ya no a la Iglesia católica. Ese es precisamente todo nuestro
problema; estamos suspendidos a divinis por la Iglesia conciliar y para la
Iglesia conciliar, de la cual no queremos formar parte.
Esta
Iglesia conciliar es una Iglesia cismática porque rompe con la Iglesia católica
de siempre. Tiene sus nuevos dogmas, su nuevo sacerdocio, sus nuevas
instituciones, su nuevo culto, ya condenado por la Iglesia en muchos documentos
oficiales y definitivos.
Varios
defensores de la Tradición católica comentaron esta expresión. Citamos entre
otros a Jean Madiran [número especial de Itinéraires, abril de 1977: La
condamnation sauvage de Mgr Lefebvre, p. 113-115]:
Que
actualmente haya dos Iglesias, con un solo y mismo Pablo VI a la cabeza de
ambas, no es responsabilidad nuestra, no lo inventamos, constatamos que así es.
Gustavo
Corção en la revista Itinéraires de noviembre de 1974, y luego el P.
Bruckberger en L'Aurore del 18 de marzo de 1976, lo señalaron
públicamente: la crisis religiosa ya no es como en el siglo XVI, tener dos o
tres papas simultáneamente para una sola Iglesia; hoy es tener un solo papa
para dos Iglesias, la católica y la postconciliar.
Entre los
estudios publicados sobre este tema, cabe destacar:
·
Un artículo sobre la «Eclesiología comparada»
publicado en Le Sel de la terre n.º 1, verano de 1992. El autor retoma
las reflexiones de Mons. Lefebvre sobre las cuatro notas de la Iglesia y sobre
la nueva eclesiología (la nueva doctrina sobre la Iglesia) surgida del Concilio
Vaticano II y expuesta por el papa Juan Pablo II al promulgar el nuevo Código.
Expone que la Iglesia conciliar es una realidad distinta de la Iglesia
católica, que posee sus propias cuatro notas características: es ecuménica,
humanista, creyente y conciliar, en lugar de una, santa, católica y apostólica.
·
El editorial de Le Sel de la terre n.º 59
(invierno de 2006-2007): «Una Jerarquía para dos Iglesias». Exponiendo las
cuatro causas de una sociedad, definía así a la nueva Iglesia conciliar:
Es
la sociedad de los bautizados que se someten a las directivas del papa y de los
obispos actuales, en su voluntad de promover el ecumenismo conciliar, y que, en
consecuencia, aceptan toda la enseñanza del Concilio, practican la nueva
liturgia y se someten al nuevo derecho canónico.
Luego, el
editorial respondía a la objeción: “No es posible que una misma jerarquía
dirija dos Iglesias, porque si se manda a una Iglesia distinta de la Iglesia
católica, se apostata. Si el papa dirige otra Iglesia, ya no es papa; caemos en
el sedevacantismo”.
El
error de la objeción está en imaginar a la Iglesia conciliar como una sociedad
que impone formalmente el cisma o la herejía, como una Iglesia ortodoxa o una
comunidad protestante. Si adhiero a la Iglesia anglicana, por ejemplo, soy
formalmente cismático, incluso hereje, y ya no formo parte de la Iglesia
católica.
Pero
puedo ser conciliar, es decir, para simplificar, ecumenista, y aún conservar la
fe católica. Sin duda pongo en peligro mi fe y la de los demás. Pero no abjuro
de inmediato.
Por
eso, los miembros de la jerarquía, en la medida en que no lleven sus errores
hasta el punto de renegar de la fe católica, siguen siendo miembros de la
jerarquía católica, incluso si son conciliares.
Estas
reflexiones fueron continuadas por el P. Alain Lorans en una conferencia en el
8º congreso teológico de Si Si No No titulada Un papa para dos
Iglesias (ver Nouvelles de chrétienté n.º 115, enero-febrero de
2009). El autor insistía en la discontinuidad entre las dos Iglesias y mostraba
que el papa Benedicto XVI intentaba en vano resolver la dicotomía mediante su
hermenéutica de la continuidad.
Sin duda,
la Iglesia conciliar no debe ser puesta en el mismo plano que la Iglesia
católica. Esta última es la única Iglesia verdadera, la única Iglesia fundada
por Nuestro Señor Jesucristo. Pero eso no impide que la Iglesia conciliar sea
una realidad: un partido, un sistema, una sociedad, que se asemeja
analógicamente a la Iglesia, la ocupa (provisionalmente) y la desvía de su fin.
El sueño expuesto por la Alta Venta (logia superior de la masonería italiana) se
ha hecho realidad. Los papas Gregorio XVI y Pío IX publicaron sus documentos.
He aquí un extracto de 1820:
Lo
que debemos pedir, lo que debemos buscar y esperar como los judíos esperan al
Mesías, es un papa según nuestras necesidades. Queréis establecer [...] que el
clero marche bajo vuestros estandartes creyendo marchar bajo las banderas
apostólicas. [...] Habréis predicado una revolución con tiara y capa, marchando
con la cruz y la bandera, una revolución que solo necesitará un leve estímulo
para incendiar los cuatro rincones del mundo.
He aquí
otro extracto de una carta de «Nubius» a «Volpe» (nombres codificados para
mantener el secreto, como es costumbre en la masonería), del 3 de abril de
1824:
Nos
han cargado con un pesado fardo, querido Volpe. Debemos hacer la educación
inmoral de la Iglesia y llegar, mediante pequeños medios bien graduados, aunque
algo mal definidos, al triunfo de la idea revolucionaria por medio de un papa.
En este proyecto, que siempre me ha parecido de un cálculo sobrehumano, aún avanzamos
a tientas.
El
triunfo de la idea revolucionaria por medio de un papa, ¡ese es realmente el
atentado supremo!, como dice Mons. Lefebvre al citar estos pasajes en su libro Lo
han destronado [2ª edición, Escurolles, Fideliter, 1987, p. 148]. He aquí el
comentario que ofrece:
“Cálculo
sobrehumano”, dice Nubius, ¡quiere decir cálculo diabólico! Pues se trata de
calcular la subversión de la Iglesia por su propio jefe, lo que Mons. Delassus
llama el atentado supremo, porque no se puede imaginar nada más subversivo para
la Iglesia que un papa ganado por las ideas liberales, un papa utilizando el
poder de las llaves de san Pedro al servicio de la Contra-Iglesia. ¡Y acaso no
es eso lo que vivimos actualmente, desde el Vaticano II, desde el nuevo derecho
canónico! Con ese falso ecumenismo y esa falsa libertad religiosa promulgados
en el Vaticano II y aplicados por los papas con una fría perseverancia pese a
todas las ruinas que esto ha provocado por más de veinte años.
Mons.
Lefebvre decía también:
La
Iglesia está ocupada por esta Contra-Iglesia que conocemos bien y que los papas
conocen perfectamente, y que los papas han condenado a lo largo de los siglos:
desde hace ya casi cuatro siglos, la Iglesia no ha cesado de condenar esta
Contra-Iglesia que nació sobre todo con el protestantismo, que se desarrolló
con él, y que está en el origen de todos los errores modernos, que destruyó
toda la filosofía, y que nos ha arrastrado a todos los errores que conocemos y
que los papas han condenado: liberalismo, socialismo, comunismo, modernismo,
sillonnismo. De eso estamos muriendo. Los papas han hecho todo para condenarlo,
¡y he aquí que ahora quienes ocupan los asientos de quienes condenaron todo
esto están de acuerdo con ese liberalismo y ese ecumenismo! Por eso no podemos
aceptarlo. Y cuanto más claras se vuelven las cosas, más nos damos cuenta de
que este programa, todos estos errores, han sido elaborados en las logias
masónicas (21 de junio de 1978, ver Le Sel de la terre n.º 50, p. 244).
Lamentablemente,
nada ha cambiado desde estas reflexiones de Mons. Lefebvre, salvo que las
ruinas se han acumulado durante casi 50 años. Nos queda orar para que el Señor
derrumbe este edificio de la Iglesia conciliar con un soplo de su boca y,
mientras tanto, que nos mantenga firmes y generosos en el combate por la fe, y
asiduos en el estudio de este misterio de iniquidad.
Lettre des dominicaines d’Avrillé, n° 65,
Avril 2013.