Capítulo XVIII del libro PAWNS IN THE GAME, del Comodoro William Guy Carr, 1958.
Quien conoce y ha estudiado la Historia
puede predecir con cierta seguridad las orientaciones futuras de los gobiernos.
La Historia se repite porque los dirigentes del M.R.M. (Movimiento
Revolucionario Mundial) no cambian sus Planes a Largo Plazo; solo adaptan sus
políticas a las situaciones presentes y ajustan sus planes para sacar el máximo
provecho de los avances de la ciencia moderna.
Recordemos los acontecimientos ocurridos
desde que Lenin estableció, en 1918, una dictadura totalitaria en Rusia, y
comprenderemos la situación internacional contemporánea. Hemos demostrado que esta dictadura fue implantada para proporcionar a
los Internacionalistas Occidentales la oportunidad de poner en práctica sus
ideas y teorías totalitarias, como primer paso hacia una Dictadura Universal.
Procediendo así, por tanteos sucesivos, pretendían allanar toda clase de
dificultades imprevistas.
Cuando Lenin murió, Stalin tomó el relevo.
Al principio obedeció escrupulosamente los dictados de los Banqueros
Internacionales. Encargó a Béla Kun que pusiera en práctica sus ideas de
colectivización de las granjas en Ucrania. Cuando los campesinos se negaron a
obedecer los decretos, cinco millones de ellos fueron automáticamente
condenados a morir de hambre mientras se les arrebataba por la fuerza su trigo.
Ese trigo fue vendido a pérdida en los mercados mundiales para agravar aún más
la depresión que se había creado artificialmente. Otros cinco millones de
campesinos fueron enviados a campos de trabajos forzados para demostrar al
resto de la población esclavizada que el Estado era soberano y que el jefe del
Estado era su dios. Había que obedecer sus órdenes.
Solo
cuando Stalin comenzó a eliminar a un gran número de dirigentes comunistas
judíos, sin duda marxistas, Trotsky y otros líderes revolucionarios tuvieron la
certeza de que se había separado de los Illuminati y que abrigaba ambiciones
imperialistas. El
comportamiento del dictador soviético durante la Revolución Española perturbó
aún más a los Internacionalistas Occidentales, especialmente cuando Serges y
Maurin demostraron que Stalin utilizaba el Comunismo Internacional para
favorecer sus propios planes secretos y aspiraciones imperialistas.
Cuando Franco ganó la Guerra Civil, el
comportamiento de Stalin fue muy difícil de comprender. Algunos dirigentes
revolucionarios de Canadá y América no pudieron aceptar los cambios drásticos
decididos por el Partido, muy diferentes de lo que se les había enseñado en las
escuelas de adoctrinamiento marxista. Cuando Stalin firmó el pacto de no
agresión con Hitler (23 de agosto de 1939), los imperios Británico y Alemán ya
habían sido empujados lógicamente al desencadenamiento de la Segunda Guerra
Mundial (1 de septiembre de 1939): con ello dio la impresión de hacer todo lo
posible por ayudar a Hitler a devastar Europa Occidental y destruir el poder de
los Banqueros Internacionales.
Estos consideraron entonces que la situación
era crítica y decidieron que lo mejor para ellos era intentar persuadir a
Stalin de abandonar sus ambiciones imperialistas: había que avanzar juntos en
un espíritu de coexistencia pacífica. Tenían que convencer a Stalin de que
podía perfectamente gobernar el mundo oriental mediante el comunismo mientras
ellos dirigirían el mundo occidental con un Súper-Gobierno.
Stalin exigió pruebas de su sinceridad. Así
comenzó lo que ahora se llama la teoría de la coexistencia pacífica. Pero la coexistencia pacífica entre dos grupos
internacionalistas es imposible, al igual que entre pueblos que creen en Dios y
otros que creen en el diablo.
El reemplazo de Chamberlain como Primer
Ministro fue decidido mediante comunicaciones secretas entre Churchill y
Roosevelt, reveladas por Tyler Kent al capitán Ramsay. Churchill debía asumir
esas funciones y convertir la “Guerra Extraña” en una Guerra de Combates.
Consideraron que esta acción convencería a Stalin de la sinceridad de sus
intenciones.
La Historia revela que se apartó a
Chamberlain del cargo de Primer Ministro en mayo de 1940, al igual que Asquith
en 1915. Churchill asumió el cargo el 11 de mayo de 1940 y dio la orden a la
RAF de comenzar esa misma noche el bombardeo de las ciudades alemanas.
El Sr. J.-M. Spaight (C.B.; C.B.E.) era
entonces secretario principal adjunto del Ministerio del Aire. Después de la
guerra, publicó un libro titulado El
bombardeo justificado. En esta obra, defiende la política de
Churchill de bombardear las ciudades alemanas, alegando que se hizo para
“salvar la Civilización”. No obstante, el autor reconoce que la orden de
Churchill fue una violación del acuerdo firmado entre Gran Bretaña y Francia el
2 de septiembre de 1939.
Ese día, el Primer Ministro británico y el
Presidente de la República Francesa acordaron declarar la guerra a Alemania
debido a la invasión de Polonia por Hitler. Se comprometieron a no bombardear
las ciudades alemanas ni hacer sufrir al pueblo alemán por los errores de un
solo hombre. Los dirigentes de ambos gobiernos aceptaron solemnemente limitar
los bombardeos a objetivos estrictamente militares, en el sentido más estricto
del término.
Desde la guerra, se ha demostrado que la
verdadera razón por la que Churchill ordenó el bombardeo de las ciudades
alemanas, violando el acuerdo, fue que los Banqueros Internacionales de
Occidente deseaban dar a Stalin una garantía firme de su sinceridad y de su
deseo de aplicar su política de coexistencia pacífica entre el Comunismo
Oriental y el Illuminismo Occidental. El bombardeo de Alemania provocó
represalias inmediatas y el pueblo británico fue sometido a una prueba como
nunca antes había conocido “desde el amanecer de la Creación”.
El ciudadano medio no tiene generalmente
idea alguna de los sórdidos bajos fondos en los que pueden caer aquellos que
están implicados en la intriga internacional.
Demostraremos que los Illuminati no tenían intención de cumplir su palabra con respecto a Stalin, y que Stalin tampoco tenía intención de cumplir la suya hacia ellos. Demostraremos también que los Señores de la Guerra nazis intentaban, en realidad, engañar a Churchill, haciéndole creer que no tenían planes secretos de destrucción tanto del Comunismo Internacional como del Capitalismo Internacional, ni planes de dominación mundial por medio de la conquista militar.
En la primavera de 1941, los Señores de la
Guerra nazis ordenaron a Rudolf Hess, sin que su jefe lo supiera, que volara a
Gran Bretaña y explicara a Churchill que, si aceptaba poner fin a la guerra
contra Alemania, ellos se comprometían a deshacerse de Hitler y luego destruir
a Stalin y al Comunismo Internacional.
Después de consultar con Roosevelt,
Churchill rechazó la oferta de Hess. Entonces intentaron persuadir a los
Internacionalistas Occidentales de la sinceridad de sus intenciones planeando
la ejecución de Hitler. La conspiración fracasó y Hitler salvó la vida. Como
esa acción no logró cambiar la opinión de quienes dirigían secretamente a
Churchill y Roosevelt, los nazis decidieron que primero debían atacar a Rusia e
infligir una derrota a Stalin, y luego dirigir sus fuerzas contra Gran Bretaña
y América. Lanzaron su ataque contra Rusia el 22 de junio de 1941.
Inmediatamente, Churchill y Roosevelt
anunciaron públicamente que sus respectivos gobiernos apoyarían a Stalin con
todos los medios y recursos posibles. Churchill, siempre teatral, declaró que
daría la mano al mismo diablo si prometía ayudarlo a destruir el Fascismo
Alemán. Llamó a Hitler “monstruoso engendro, mentiroso y embaucador”. Sin
embargo, Churchill ya debería haber sabido que Hitler, con todos sus defectos,
no era un Internacionalista.
Esta decisión fue calculada para que Stalin
ya no tuviera dudas sobre la honestidad de las intenciones de los
Internacionalistas Occidentales, es decir, la división del mundo en dos
mitades, organizadas según los principios de la coexistencia pacífica.
Roosevelt y Churchill comenzaron entonces a proporcionar a Stalin todo lo que
deseaba. Tomaron préstamos astronómicos de los Banqueros Internacionales y
pagaron intereses sobre dichos préstamos. Luego sumaron el capital y los
intereses a las Deudas Nacionales de sus respectivos países para que los
contribuyentes los pagaran, y se lanzaron a la guerra provocada por los
Illuminati, mientras los banqueros se reunían entre bastidores y ganaban cientos
de millones de dólares a costa del mundo entero.
La sangre y el dinero de los pueblos,
derramados con extraordinaria generosidad, pavimentaron el camino hacia las
reuniones que posteriormente organizaron “los tres grandes” en Teherán, Yalta y
Potsdam.
Stalin jugó un papel muy sutil en Teherán.
Hizo saber claramente que aún sospechaba que los Internacionalistas
Occidentales le estaban mintiendo y no eran sinceros. Interpretó el papel de
hombre difícil de convencer, reacio a alinearse con ellos. Hizo exigencias
exorbitantes, pidió concesiones irrazonables e insinuó que, al actuar así, no
hacía más que poner a prueba la sinceridad de hombres que conocía demasiado
bien, desde hacía mucho tiempo... eran los directores de la Conspiración
Internacional.
Se había dado a Roosevelt las instrucciones
necesarias; él concedió a Stalin todo lo que pidió. Churchill tuvo que
seguirlo, o bien perder el apoyo financiero de los prestamistas internacionales
y la ayuda militar de los Estados Unidos.
Luego vino Yalta. Stalin
cambió de actitud. Afirmó haber sido seducido y se comportó como un anfitrión
perfecto. Churchill y Roosevelt fueron agasajados con banquetes y vinos. Stalin
disolvió el Komintern, que era el Cuerpo Ejecutivo encargado de tramar y
organizar las revoluciones en cada país.
Stalin, Roosevelt y Churchill brindaron por
la condena de los alemanes, y Roosevelt aseguró a Stalin que, una vez acabaran
con ellos, quedarían tan pocos alemanes que ya no representarían una molestia
para nadie. Se ha informado al respecto que incluso habría recomendado la
ejecución de 50.000 oficiales alemanes sin juicio alguno. La prensa controlada
nunca ha dejado de repetir la política nazi de genocidio contra los judíos,
pero ha guardado un silencio notable sobre la política de genocidio que
Roosevelt recomendaba contra los alemanes.
A cambio de la disolución del Komintern,
Roosevelt concedió aún más ventajas a Stalin. Seiscientos millones de seres
humanos al este de Berlín fueron entregados a la esclavitud comunista.
Churchill se plegó a todo lo que decidieron Roosevelt y Stalin.
La Historia demostrará que, en la
Conferencia de Yalta, Stalin y Roosevelt mantuvieron varias reuniones secretas
sin la presencia de Churchill. A este se le había agasajado de tal modo que ya
no era capaz de mantener sus sentidos despiertos. Roosevelt decía ser amigo de
Churchill, pero según su propio hijo, su comportamiento, declaraciones y
política indicaban que en realidad lo despreciaba en secreto.
Solo Churchill podría explicar por qué tuvo
que sentarse y escuchar las propuestas de Roosevelt de entregar Hong Kong a la
China comunista como medio para “comprar” a Mao Tsé-Tung. Tenía que alinearse
con los Internacionalistas Occidentales.
¿Cómo podía Churchill profesar públicamente
tal amistad por Roosevelt, cuando este repetía constantemente que la disolución
de la Commonwealth británica era necesaria para el bienestar futuro de la
Humanidad? ¡Incluso Hitler pensaba exactamente lo contrario!
Pero
Stalin no era ningún idiota. Había estado en contacto con los agentes de los
Banqueros Internacionales tantas veces, que podía leer sus pensamientos más
ocultos como si fueran un libro abierto. Sabía mejor que nadie que ellos habían
utilizado el Comunismo para difundir sus ideas totalitarias, por lo que decidió
jugarles con sus propias armas.
Durante las últimas fases de la guerra,
obligó a los Ejércitos Aliados a esperar hasta que los suyos ocuparan Berlín.
Nuestras afirmaciones están confirmadas por la existencia de una nota secreta
enviada por Stalin a los Oficiales Generales de los Ejércitos Soviéticos,
explicando su política. La nota está fechada el 16 de febrero de 1943 y
estipula lo siguiente:
“Los gobiernos burgueses de las democracias
occidentales, con los que hemos concluido una alianza, podrían creer que
consideramos como nuestra única tarea la expulsión de los fascistas de nuestro
país. Nosotros, los bolcheviques, y con nosotros los bolcheviques del mundo
entero, sabemos que nuestra verdadera tarea no comenzará sino después del fin
de la segunda fase de la guerra. Será la tercera y última fase la que será para
nosotros la más decisiva… la fase de la destrucción del capitalismo mundial. Nuestro
objetivo único es y sigue siendo la Revolución Mundial, la Dictadura del
Proletariado. Hemos concluido alianzas porque era necesario para llegar a la
tercera fase, pero nuestros caminos se separarán allí donde encontremos a
nuestros actuales aliados en la realización de nuestro objetivo final.”
Stalin no se mostró tal como era hasta que hubo tomado Berlín y ocupado
Alemania del Este. Entonces rompió las promesas que había hecho. Este giro de
los acontecimientos fue cuidadosamente ocultado a la prensa porque ni Roosevelt
ni Churchill deseaban que el público supiera cómo Stalin —el atracador de
bancos, el criminal, el falsificador internacional— “los había engañado por
completo”.
Los internacionalistas occidentales
tuvieron que armarse de paciencia. Se dieron cuenta de que si Stalin y Mao
Tsé-Tung unían sus fuerzas, las hordas comunistas podrían abalanzarse sobre
Occidente como una nube de langostas. Razonaron que Stalin estaba envejeciendo.
Sabían que no le quedaba mucho tiempo de vida. Era mejor tratar de apaciguarlo
que arriesgarse a que revelara toda la conspiración diabólica. Los capitalistas
occidentales se tomaron en serio el desafío de Stalin, pero tenían un as bajo
la manga. Antes de jugar esa carta, ordenaron a Roosevelt hacer un último
intento por atraer a Stalin al buen camino. Roosevelt ofreció concederle a
Stalin todo lo que exigiera en el Lejano Oriente, si tan solo aceptaba
alinearse con los capitalistas occidentales.
La prensa controlada declaró en numerosas
ocasiones que Roosevelt había hecho todas esas concesiones a Stalin en Oriente
porque sus asesores militares le habían dicho que harían falta al menos dos
años más de duros combates tras la caída de Alemania para doblegar a Japón.
Esta mentira era tan evidente que ni siquiera fue necesario que el general
MacArthur la desmintiera ante Roosevelt. Los generales estadounidenses sabían
que Japón había intentado negociar la paz mucho antes de que Roosevelt hiciera
sus concesiones a Stalin.
Una vez más, Stalin se apoderó de todo lo
que pudo en Manchuria. Nuevamente, rompió sus promesas y adoptó una actitud
desafiante. Esta vez, los poderes ocultos tras la administración de la Casa
Blanca se enfurecieron de verdad. Debieron sugerirse ideas tan diabólicas que
incluso Roosevelt quedó conmocionado, enfermó y murió en la casa de Bernard
Baruch.
Los asesores del gobierno de Estados Unidos
decidieron entonces jugar su as: la bomba atómica.
Las
bombas atómicas fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki para mostrarle a
Stalin lo que le esperaba a Rusia si no se alineaba. Estados Unidos tenía bombas atómicas,
pero se había mantenido en secreto. “Japón ya estaba derrotado cuando se lanzaron.
La capitulación era cuestión de días”. Se
sacrificaron más de cien mil seres humanos en Japón y se hirió al doble, solo
para demostrarle a Stalin que Estados Unidos tenía efectivamente bombas
atómicas.
Ahora bien, ya hemos visto que Churchill
ordenó el bombardeo sin restricciones de Alemania para intentar engañar a
Stalin, haciéndole creer que los capitalistas internacionales querían ser sus
amigos. Estados Unidos lanzó bombas atómicas sobre Japón para advertirle que
más valía alinearse con ellos y hacer lo que se le ordenara, o de lo contrario…
Molotov fue el único hombre capaz de juzgar
lo que ocurría en la mente de Stalin. En la posguerra, fue Ministro de Asuntos
Exteriores de la Unión Soviética y representó al Kremlin ante las Naciones
Unidas durante muchos años. Se había casado con la hija de Sam Karp, de
Bridgeport, Connecticut, convirtiéndose así en el principal vínculo entre el
Kremlin y los financieros internacionales del mundo occidental. Sabemos de
buena fuente que cuando Stalin lo retiró de las Naciones Unidas, su esposa fue
enviada inmediatamente al exilio en Siberia. Este solo hecho demuestra que
Stalin había roto con los capitalistas occidentales que lo habían ayudado a
tomar el poder en Rusia.
Tito rompió con Stalin al final de la guerra,
lo que es una prueba más de que Stalin pretendía continuar su programa
imperialista. Tito siempre había sido servil ante los financieros occidentales
que le habían proporcionado el dinero necesario para establecerse como lo hizo
en Europa Central. El hijo de Churchill arriesgó su vida más de una vez durante
la Segunda Guerra Mundial, realizando lanzamientos en paracaídas sobre los
territorios de Tito para conferenciar con él en nombre de las potencias
occidentales.
Finalmente, Stalin murió, o fue eliminado.
Abandonó este mundo con los labios sellados, como cualquier gángster. Los
agentes de los internacionalistas occidentales establecidos en Moscú actuaron
en cuanto Stalin murió. Beria y otros lugartenientes de confianza de Stalin
fueron eliminados, y su hijo desapareció sin dejar rastro.
Sin embargo, no se quería que el cambio en
Rusia fuera demasiado evidente. Se arregló para que Malenkov tomara el relevo
temporalmente tras la muerte de Stalin. Se le ordenó denigrar al Gran Stalin y,
por primera vez, lo “desinfló” ante el pueblo. Luego cambió de táctica.
Restableció relaciones amistosas con el dictador chino; comenzó a granjearse
simpatías entre el pueblo ruso y fomentó el desarrollo de un sentimiento de
orgullo nacional. Al actuar así, sellaba su propio destino.
Los internacionalistas occidentales
contraatacaron exigiendo el rearme inmediato de Alemania Occidental. Francia
era el obstáculo. Se colocó a Mendès-France en el poder con la antelación
suficiente para que Francia ratificara el acuerdo sobre el rearme alemán. Una
vez ratificado, Mendès-France fue apartado, como tantos otros antes que él.
La situación en Extremo Oriente se había
deliberadamente embrollado. No obstante, no es difícil de explicar. Los
internacionalistas occidentales tenían amigos en China, como los tenían en
Rusia, pero Mao Tsé-Tung no era uno de ellos. Mao y Stalin compartían
concepciones muy similares sobre los internacionalistas occidentales. Ahora
bien, los grupos totalitarios occidentales y orientales compartían un objetivo:
deshacerse de Chiang Kai-Shek.
Los
capitalistas occidentales lanzaron una campaña de propaganda contra Chiang
Kai-Shek en cuanto terminó la guerra contra Japón. Esta acción tenía dos fines:
demostrar a Mao Tsé-Tung que era posible convivir con ellos y, al mismo tiempo,
eliminar al dirigente nacionalista.
La prensa acusó al gobierno nacionalista de
estar corrompido, a los generales nacionalistas de ser laxos y de no mantener
la disciplina en sus tropas, y a éstas de cometer saqueos y violaciones.
Debemos reconocer, en cierta medida, que muchas de las acusaciones contra los
nacionalistas eran verdaderas. Muchas personalidades del gobierno nacionalista
chino eran corruptas —lo cual se demostró— y Gran Bretaña lo aprovechó para
justificar su política de reconocimiento del régimen comunista. Algunos
asesores estadounidenses también utilizaron esta situación y aconsejaron a EE.
UU. retirar su ayuda a Chiang Kai-Shek.
Pero esto es lo que no se dijo al gran
público: tras la toma de China por los comunistas, se demostró que muchas de
las personalidades que habían desacreditado a Chiang Kai-Shek y su gobierno
nacionalista formaban parte de células comunistas infiltradas en su
administración con el fin de “demolerla desde dentro”. Esto se prueba por el
hecho de que muchas de esas mismas personas acusadas de corrupción fueron
reintegradas bajo el régimen comunista y obtuvieron cargos de favor y
promociones aceleradas.
El abad Leslie Millin, de Toronto, que fue
misionero en China en aquella época, confirmó la veracidad de estas
afirmaciones.
La forma en que se desarrollaron los
asuntos internacionales después de 1946 indicaría que Stalin no poseía el arma
atómica en el momento de su muerte. Si la hubiera tenido, no cabe duda de que
habría borrado del mapa las principales ciudades de Canadá y de los Estados
Unidos. Churchill había servido a los designios de los comunistas y de los
banqueros internacionales. Estaba envejeciendo y comenzaba a ser algo molesto.
También él debía ser relegado a un segundo plano. Pero la propaganda de los
capitalistas occidentales había presentado a Churchill como un gran hombre. Era
un héroe nacional y no se podía prescindir de él tan fácilmente mediante una
campaña de “infamias”; no se lo podía desalojar de su puesto ridiculizándolo.
Con rara habilidad, los internacionalistas occidentales disimularon sus
intenciones ordenando a la prensa que le rindiera el mayor homenaje que jamás
se haya ofrecido a un hombre. Con motivo de su octogésimo cumpleaños, lo
colmaron de presentes y honores, persuadiendo a la gran mayoría de las personas
de que Churchill no tenía enemigos en este mundo.
Los acontecimientos muestran que tanto los
dictadores comunistas como los internacionalistas occidentales reconocían que
Churchill podía ser un obstáculo para el avance de sus planes. Los dictadores
comunistas decidieron utilizar a Aneurin Bevan para ponerle trabas, y lo dieron
a conocer en 1954 a los comunistas de todo el mundo durante un banquete
ofrecido por el dictador chino Mao Tsé-Tung con motivo de una visita a China de
Attlee y Bevan. Toda la prensa internacional publicó fotografías de este
evento. La probabilidad de que una persona —excepto si es china y comunista—
comprendiera el significado de esas fotos es de una en un millón. En ellas se
ve a Attlee sentado en la mesa principal, en el lugar de honor, y a Bevan
colocado al fondo, cerca de la puerta. La impresión general induciría a pensar
que Attlee era el invitado principal y que Bevan tenía poca importancia a los
ojos de los regímenes comunistas chino y soviético. Así fue como se engañó al
público: en China, la costumbre es que el invitado de honor se siente cerca de
la puerta...
Tras haber examinado los acontecimientos,
es completamente razonable predecir que en un futuro cercano las cosas se
desarrollarán del siguiente modo:
Primera etapa: Con o sin su consentimiento, los
comunistas utilizarán a Aneurin Bevan para hacer que Churchill se retire,
atacando su política exterior en la Cámara de los Comunes.
Segunda etapa: Los internacionalistas utilizarán esos
mismos ataques de Bevan contra Churchill como palanca para excluirlo (a Bevan)
del Partido Laborista británico y del Parlamento. Al mismo tiempo se desharán
de Churchill sembrando la duda en la mente del pueblo respecto a su capacidad
para conducir negociaciones secretas de alto nivel. Churchill, de hecho, ya ha
pasado los ochenta años. Incluso es posible que los internacionalistas
occidentales saquen a la luz algún “conejo” oculto tras el telón de la
diplomacia secreta para justificar la elección de las personas que llevarán a
cabo el ataque. Procediendo así, la amenaza sería implícita y significaría que,
si no se retiraba graciosamente, harían públicos “todos” los hechos ocurridos
entre bastidores en Teherán, Yalta, Potsdam...
Tercera etapa: Puede afirmarse razonablemente que
Churchill se retirará en cuanto se ejerza presión sobre él y que Bevan “no se
retirará”. Las probabilidades son de cien contra una a que Attlee y Deakin se
retiren o sean reemplazados en el Partido Laborista y que Bevan dirija el
partido contra Sir Anthony Eden cuando éste decida convocar elecciones
generales tras arrebatárselas a Churchill.
Cuarta etapa: El hecho de que el hijo de Roosevelt haya
dado cuenta de cómo Churchill tuvo que alinearse con su padre, tuvo que hacer
lo que se le decía e incluso tuvo que declarar públicamente su amistad con el
presidente de los Estados Unidos después de que éste le dijera de forma tan
grosera que consideraba necesaria la disolución del Commonwealth, todo esto
constituye una clara indicación sobre la forma que adoptará el ataque de los
internacionalistas occidentales para destronar a quien tantas personas llaman
“el gran viejo de la política británica”.
Debe recordarse sobre todo lo siguiente:
los internacionalistas nazis han sido eliminados del juego por diversas
razones. Solo quedan familias totalitarias: los dictadores comunistas de Rusia
y China, y los capitalistas occidentales o internacionalistas. Mientras ambos
grupos estén satisfechos con vivir según la coexistencia pacífica —el mundo
dividido prácticamente en dos— habrá una paz incómoda. Pero si los dirigentes
de uno de los dos bandos deciden que esa coexistencia es una estructura
demasiado frágil para sostener su respectivo Nuevo Orden, habrá guerra.
La Tercera Guerra Mundial comenzará sin
advertencia previa si son los dictadores comunistas orientales quienes la
inician. Se provocará una huelga general internacional en todos los países
capitalistas. Esta acción será calculada para provocar la parálisis a la que
nos referimos anteriormente. Los aviones comunistas bombardearán todos los
centros industriales para aniquilar el potencial militar de los Estados Unidos
y de Canadá, y matar al mayor número posible de población a fin de provocar
rápidamente la capitulación y el sometimiento. Gran Bretaña probablemente
recibirá el mismo trato. Podrían emplearse gases que destruyen el sistema
nervioso en las zonas industriales que el enemigo no desea destruir. Las
fuerzas soviéticas ocuparán las zonas mineras de un extremo a otro del Canadá
septentrional. Las zonas ocupadas se utilizarán como bases de operaciones para
los objetivos situados al sur.
La huelga general internacional
inmovilizará los barcos en los puertos del mundo y hará imposible el
abastecimiento destinado a Gran Bretaña. Un bloqueo de las Islas Británicas por
parte de submarinos soviéticos impedirá toda fuga. El pueblo británico será
condenado a morir de hambre si no se somete en las cuatro semanas siguientes al
inicio de las hostilidades. Los miembros del “submundo” comunista de todas las
ciudades del mundo occidental evacuarán las zonas que serán atacadas justo
antes de las ofensivas. Los ejércitos del “submundo” regresarán e invadirán las
zonas devastadas tan pronto como se dé la señal de “fin de alerta”. La quinta
columna comunista capturará y eliminará a todas las personas cuyos nombres
figuren en la lista negra. De esta forma se eliminará a los internacionalistas
occidentales en menos tiempo del que ellos necesitaron para deshacerse de sus
adversarios nazis durante los Juicios de Núremberg.
Por el contrario, si los internacionalistas
occidentales llegan a creer que los dictadores comunistas están a punto de
atacarlos, arrastrarán a las democracias occidentales a otra guerra mundial
para poder asestar el primer golpe. El preludio de su ataque será hacer tomar
conciencia a la población del peligro del comunismo internacional. Este peligro
será presentado como una amenaza para la democracia cristiana. Los
materialistas ateos que han esclavizado económicamente al mundo occidental
harán un llamado a una cruzada cristiana. Justificarán sus ataques atómicos
contra Rusia y China del mismo modo en que Churchill justificó su ataque a
Alemania. Declararán que fue necesario para salvar nuestra civilización.
Pero no debemos dejarnos engañar. Cualquiera sea la forma en que se presente
el asunto ante la población, no dejará de ser cierto que se permitirá la
Tercera Guerra Mundial para decidir si continuará dominando el comunismo
oriental o el capitalismo occidental en el mundo. Si se permite el estallido de
la Tercera Guerra Mundial, la devastación será tan considerable que los
internacionalistas acabarán sosteniendo que solo un gobierno mundial apoyado
por una fuerza de policía internacional podrá resolver los distintos problemas
nacionales e internacionales, haciendo imposible nuevas guerras. Este argumento parecerá lógico a muchas
personas que, sin embargo, olvidan que los dirigentes comunistas orientales y
los dirigentes capitalistas occidentales tienen la intención, en última
instancia, de aplicar sus ideas de dictadura atea-totalitaria.
Las
personas que desean permanecer libres no pueden adoptar más que un solo tipo de
acción. Deben apoyar al cristianismo contra todas las formas de ateísmo y
contra las políticas de laicismo. Cuando se duda acerca del Bien o del Mal y es
absolutamente necesario encontrar una solución, hay que recitar la primera
parte de la Oración de Nuestro Señor, lentamente, y tomar conciencia del
significado de esas palabras admirables, llenas de sabiduría:
«Padre Nuestro... que estás en los Cielos... santificado sea tu Nombre... venga
a nosotros tu Reino... hágase tu Voluntad... en la Tierra como en el Cielo».
Solo se necesitan unos minutos para saber si la decisión que debemos tomar
—individual o colectivamente— está en conformidad con la voluntad de Dios o si
favorecerá las maquinaciones del Demonio.
NOTA DEL
BLOG: No cabe duda que en términos generales este conflicto se continúa hoy,
prácticamente con los mismos actores a uno y otro lado. Con una notoria
diferencia: si bien Putin cumple hoy el papel de Stalin, lejos de ser un tirano
que quiere forjar un imperio comunista, Putin es un nacionalista cristiano, que
hasta el momento ha sabido evitar ser arrastrado hacia una guerra atómica no
obstante las innumerables provocaciones de los internacionalistas occidentales.
Creemos que se está produciendo este fenómeno debido a la intervención de
Nuestra Señora de Fátima, quien ha prometido salvar a Rusia para que se
convierta y asuma una misión en función de un restablecimiento católico, antes
del advenimiento del Anticristo. El mensaje de Fátima está más vigente que
nunca. Y cuando la Virgen se refiere a “los errores de Rusia”, son los errores
que surgirán en Rusia poco después de sus apariciones, por la vía de los
banqueros internacionales judíos que financiaron la revolución bolchevique, y
luego la caída de Wall Street. Esos errores convertidos en horrores que hoy
perduran merced a los mismos agentes y protagonistas. Y puesto que los papas
han decidido no hacer caso al pedido de la Virgen, habrá Guerra Mundial. Rusia
será consagrada y se convertirá, pero “será demasiado tarde”, como dijo Nuestro
Señor a sor Lucía.