Comer Orgánico: “Única escapatoria
frente a un envenenamiento masivo”
“Hemos encontrado arsénico, plomo, cromo, cadmio”,
detalla el científico. “Todo lo que hay en el petróleo fósil se encuentra en
nuestros pesticidas.”
Texto: Isabelle Vauconsant
1 de julio de 2025
Desde hace décadas, las autoridades sanitarias
francesas y europeas evalúan la toxicidad del glifosato, pero fingen ignorar
completamente el 60 % de otras sustancias que componen los herbicidas
comerciales. Una omisión con consecuencias dramáticas para nuestra salud.
Entrevista
con Gilles-Éric Séralini, biólogo francés y profesor de biología molecular en
la Universidad de Caen.
El
glifosato, el ingrediente más conocido de un cóctel tóxico
Cuando un agricultor rocía Roundup o cualquier otro
pesticida de su tipo, todos hablan del glifosato, el principio activo declarado
por el fabricante del herbicida más vendido del mundo. Error. Este famoso
“ingrediente supuestamente activo (falsamente declarado como activo)” solo
representa el 40 % del producto.
¿Y el resto? Un cóctel de derivados del petróleo,
metales pesados y microplásticos cuidadosamente ocultos por la industria bajo
la engañosa denominación de “coadyuvantes inertes”. Son sus efectos combinados
los que estaban en el centro del estudio del investigador que se convirtió en
la pesadilla de Monsanto: Gilles-Éric Séralini.
En 2012, este biólogo molecular publicó un estudio
de resonancia internacional, que concluía que el Roundup y el maíz transgénico
NK603 de Monsanto eran tóxicos: las ratas alimentadas con ellos desarrollaban
tumores enormes. En su momento, fue objeto de una campaña de desprestigio sin
precedentes. Su estudio fue blanco de una polémica virulenta e incluso fue
retirado de la revista Food and Chemical Toxicology. Los “Monsanto
Papers” revelaron cómo esta campaña fue orquestada por la multinacional. Desde
entonces, el estudio fue republicado.
Desechos de
refinería en los campos
Recientemente, un estudio realizado por el
Instituto Ramazzini en 2024 revela una realidad escalofriante y confirma
ampliamente los resultados obtenidos por Gilles-Éric Séralini en 2012. Los
herbicidas contienen aproximadamente un 3 % de residuos de refinerías de
petróleo.
“Estos residuos son lo que queda después de fabricar queroseno, gasolina o gasoil”, explica el investigador, que estudió la composición de 24 pesticidas entre los más usados en el mundo. “Las industrias no los desechan, los revenden para fabricar detergentes, cosméticos… y pesticidas.”
Es lo que la industria llama la valorización de
subproductos. Entre estos desechos tóxicos: hidrocarburos aromáticos
policíclicos, las mismas sustancias cancerígenas que se vigilan en la
contaminación del aire en los alrededores del periférico de París. Pero en este
caso, nadie los vigila. Peor aún: nadie los declara.
Arsénico
prohibido… pero presente
Más preocupante todavía es la presencia de arsénico
en los herbicidas actuales. Y, sin embargo, este veneno potente fue prohibido
como pesticida en los años 70… justo cuando el glifosato fue autorizado.
“Hemos encontrado arsénico, plomo, cromo, cadmio”,
detalla el científico. “Todo lo que hay en el petróleo fósil se encuentra en nuestros
pesticidas.”
Estos metales pesados no están ahí por casualidad.
Multiplican la eficacia del glifosato y hacen que los herbicidas sean entre
1000 y 100.000 veces más tóxicos/eficaces que el principio activo solo. “Una
sinergia mortal perfectamente conocida por los fabricantes, pero cuidadosamente
ocultada”, precisa el científico.
Un fraude
organizado desde la posguerra
¿Cómo se ha llegado a esto? La historia comienza en
1945. Las multinacionales del armamento, enriquecidas por la guerra, buscaban
nuevos usos para sus armas químicas. Los gases utilizados en los campos de
concentración se convirtieron en insecticidas. Los explosivos, en
fertilizantes.
En ese momento de la historia, los Estados estaban
en bancarrota y no podían costear estudios costosos. Además, necesitaban
producir mucha comida y reactivar sus economías. Se favoreció una alimentación
rica en carne que hoy nos desequilibra, porque en ese entonces escaseaba.
“Desde los años 50, son las multinacionales las que
declaran si sus productos son tóxicos o no”, denuncia Gilles-Éric Séralini.
“Hacen sus propios tests, con sus propios protocolos, sobre sus propias
moléculas. Y mantienen las fórmulas y los resultados en secreto, bajo el
pretexto del secreto industrial.”
Tests
amañados, agencias cómplices
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria
(EFSA) acaba de renovar la autorización del glifosato por diez años. ¿En qué se
basa? En pruebas realizadas con glifosato puro y no con los herbicidas que
realmente se venden a los agricultores y se esparcen en nuestros suelos.
“Es como si se testeara la inocuidad del alcohol
puro para autorizar la venta de cócteles envenenados”, protesta el
investigador. “Las agencias lo saben perfectamente. El Tribunal de Justicia de
la Unión Europea incluso les ha ordenado en dos ocasiones que analicen los
productos comerciales. Se niegan.”
En tu plato:
pan, vino y transgénicos contaminados
Esta contaminación generalizada se encuentra
directamente en nuestros alimentos. El trigo es rociado con Roundup justo antes
de la cosecha para secarlo más rápido. Resultado: pan, pastas y galletas están
repletos de residuos tóxicos. El vino también está masivamente contaminado.
“La vid es uno de los cultivos más tratados”,
precisa el experto para La Relève et La Peste. “Hay más Roundup en una
botella de vino no orgánico que en el agua del grifo, cuya calidad ya es muy
cuestionable.”
Los cultivos transgénicos, modificados
genéticamente para absorber los herbicidas sin morir, concentran estos venenos
a niveles récord. “Estas plantas son literalmente esponjas de pesticidas”,
resume el científico.
Cánceres en
serie, pruebas silenciadas
Las consecuencias para la salud son dramáticas.
Cáncer de mama, de próstata, leucemias, enfermedades neurodegenerativas: las
patologías ligadas a los pesticidas se disparan. ¿El mecanismo? Estas
sustancias bloquean la comunicación entre nuestras células. Es como si unos
parásitos interfirieran constantemente en nuestras llamadas telefónicas.
“Nuestras células ya no pueden comunicarse entre
sí”, explica el investigador. “Tenemos interferencias permanentes dentro del
cuerpo. Al final, todo se desregula: el sistema hormonal, el sistema nervioso,
las defensas inmunitarias.”
Desde solo 0,1 microgramo por litro —la dosis
permitida en el agua potable— los herbicidas provocan tumores. Pero se
necesitaron 13 años y las denuncias constantes de Gilles-Éric Séralini para que
el estudio de Ramazzini confirmara sus resultados, gracias a un trabajo
publicado en 2025 con más de 1000 ratas. Tras la campaña de desprestigio que acompañó
su estudio en 2012, Séralini constata con satisfacción que ya no se puede negar
lo evidente.
Un sistema
bloqueado por el dinero
¿Por qué no cambia nada, si todo está tan claro?
“Las multinacionales (del petróleo, farmacéuticas y agroalimentarias) representan
el 60 % del PIB mundial”, revela Gilles-Éric Séralini, quien ha asesorado a 18
ministros. “Financian a los partidos políticos que las protegen, y estos las
subsidian a su vez. Emmanuel Macron lo sabe perfectamente, pero es incapaz de
detener el sistema.”
Incluso Estados Unidos, donde Monsanto perdió
10.000 millones de dólares en juicios por cáncer, no ha prohibido el Roundup.
“La justicia reconoció que causa cáncer, pero los lobbies son más poderosos”,
lamenta el científico.
Una economía
del envenenamiento
¿Lo más indignante? Esta economía del
envenenamiento nos cuesta una fortuna. Un pan lleno de residuos químicos cuesta
menos que uno orgánico, pero es infinitamente más caro para la sociedad:
cánceres, enfermedades crónicas, colapso de la biodiversidad... todo recae
sobre las finanzas públicas.
“Nunca se calcula el precio real”, se indigna el
investigador. “El coste de los tratamientos médicos, de los ecosistemas
destruidos, de la biodiversidad arrasada. Si contáramos todo, la agricultura
orgánica sería mucho más barata que la agricultura envenenada.”
La solución:
transparencia y revolución agrícola
Sin embargo, la solución existe. “Bastaría con
exigir que las industrias declaren realmente lo que contienen sus productos, y
que se analicen tal como se venden”, propone el científico. “De la noche a la
mañana, habría que prohibir estos venenos y desarrollar la agroecología.”
Mientras llega esta revolución regulatoria, solo
hay una forma de protección: consumir orgánico. “En los productos bio, esta contaminación
solo se encuentra en el 0,1 % de los casos”, tranquiliza el experto. “Es
nuestra única escapatoria frente al mayor envenenamiento masivo de la
historia.”
Gilles-Éric
Séralini ha estudiado la composición de
los pesticidas durante más de veinte años y ha publicado sus resultados en
revistas internacionales. Los documentos internos de Monsanto, los Monsanto
Papers, hechos públicos durante los juicios en EE. UU., confirman las
estrategias de ocultamiento que él denunció.
Referencias:
“Tous cobayes”: este documental de Jean-Paul Jaud está basado en el ensayo sobre los
efectos sanitarios de los principales productos químicos y transgénicos,
escrito por Gilles-Éric Séralini.
“El caso Roundup a la luz de los Monsanto Papers”, Gilles-Éric Séralini con Jérôme Douzelet,
editorial Actes Sud.
Todos los estudios están disponibles en: www.seralini.fr
https://lareleveetlapeste.fr/manger-bio-seule-echappatoire-face-a-un-empoisonnement-de-masse/