Hubo un
hombre, en el siglo pasado, que vivió largos años con los estigmas de la pasión
en su cuerpo y que realizó portentosos milagros en vida y después de muerto. El
muy recordado padre Pío, elevado al honor de los altares por Juan Pablo II.
Ahora bien, un santo lo es por sus virtudes heroicas. Una de ellas, que casi
nadie sabe, por cierto, fue su oposición a la reforma litúrgica y su fidelidad
a la misa de siempre. Es verdad que murió poco antes de que ésta se hiciese
obligatoria. Pero es de saber que fue preparada por una serie de pequeños
cambios, todos los cuales rechazó el Santo. Muy en especial la obligación de
recitar al canon en voz alta. Tampoco aceptó la supresión del manípulo, signo
del sacrificio. Vio en todos estos cambios la sombra de Lutero hasta el punto
de negarse terminantemente a pedir la autorización que Mons. Bugnini quiso
sonsacarle a fin de que reconociera la validez de la reforma que él encabezaba.
Pienso que el padre Pío debería ser considerado el Santo Patrono de la
resistencia a la reforma.
“La
Misa Nueva de Pablo VI. Breve examen crítico”, Juan Carlos Ossandón Valdés,
Editorial Monasterio, Santiago de Chile, 2008, pág. 172.