Por MONS. MARCEL LEFEBVRE
13 de mayo de 1971
El uso
del Novus Ordo Missae, acto central
de la reforma litúrgica, ¿ha tenido las saludables consecuencias esperadas o ha
producido los efectos desastrosos que podían preverse?
La
respuesta nos obligará a prestar atención a las circunstancias de esa reforma
singular y única en la historia de la Iglesia y nos esclarecerá acerca de
nuestros deberes futuros.
Para
juzgar el valor dogmático, moral y espiritual de esa reforma debemos recordar
sumariamente los principios inmutables de la Fe católica acerca de los
fundamentos de nuestra Santa Misa.
"In
Missa offertur Deo verum et proprium sacrificium" (De fide divina
catholica definita).
Quienes
nieguen esta proposición son herejes.
"Todo sacrificio requiere un sacerdote,
una víctima y una acción sacerdotal por la cual la victima es ofrecida"
"In Missa et in Cruce eadem est Hostia et
idem Sacerdos principalis (De fide divina catholica definita).
"Hostia seu Victima est «ipse Christus»
præsens sub speciebus panis et vini" (De fide divina catholica definita).
Herejes también quienes nieguen estas otras dos proposiciones.
Por
consiguiente, hay tres realidades esenciales para la realidad del Sacrificio de
la Misa:
- El
sacerdote ("Sacerdotes, illique
soli, sunt ministri". De fide
divina catholica definita), investido del carácter sacerdotal.
- La
Presencia Real y sustancial de la Víctima, que es Nuestro Señor Jesucristo.
- La
acción sacerdotal de la oblación sacrificial que se realiza esencialmente en la
Consagración.
No
olvidemos que precisamente son esas las verdades fundamentales negadas por los
protestantes y los modernistas.
No
olvidemos tampoco que, para manifestar su rechazo de estos dogmas, sus misas se
transformaron en culto, cena o asamblea eucarística, con desarrollo importante
de la lectura bíblica y de la palabra en detrimento de la ofrenda y de la
Liturgia del Sacrificio.
Fuera de
algunas pequeñas ventajas accidentales -la única, tal vez, sea la lectura en
lengua vernácula de la Epístola y el Evangelio- forzoso es afirmar,
lamentablemente, que toda la reforma lesiona directa o indirectamente a las tres
verdades esenciales de la Fe católica. No se trata, pues, de una reforma
litúrgica semejante a la de San Pio X sino de una nueva concepción de la Misa.
Los reformadores no lo ocultan. La misa normativa del Padre Bugnini, tal como él
lo explicó en sus conferencias en Roma, responde a lo definido en el punto VII
de la introducción del Novus Ordo Missae.
Todo
cuanto ha sido propuesto como novedad lleva la impronta inconfundible de una
concepción más protestante que católica. Las afirmaciones de los protestantes
que contribuyeron a esa reforma ilustran esta triste y necia verdad. "Los
protestantes ya no encuentran motivo que les impida celebrar según el Novus Ordo”.
Es legítimo
preguntarse si al desaparecer insensiblemente la Fe católica en las verdades
esenciales de la Misa, no desaparece también la validez de las Misas. La
intención del celebrante se atendrá a la nueva concepción de la Misa, que en
corto tiempo ya no será otra que la concepción protestante. La Misa dejará de
ser válida.
Debemos persuadirnos de que la Misa no es
sólo el acto religioso más importante, sino la fuente de toda la doctrina
católica, la fuente de la Fe, de la moral individual, familiar, social. De la
Cruz continuada sobre el altar descienden todas las gracias que permiten a la
sociedad cristiana vivir y desenvolverse: secar la fuente significa extinguir
todos los efectos.
Esos
efectos, que son los frutos del Espíritu Santo descriptos elocuentemente por
San Pablo (Gálatas 5, 22), están a punto de desaparecer de la sociedad. Las
familias están divididas, las congregaciones religiosas, las parroquias, han
sido afectadas por el virus de la desunión. Hasta los obispos y los cardenales
se han contaminado.
La Misa
católica tenía y tiene el efecto de elevar a los hombres hacia la Cruz, de unirlos
en Nuestro Señor Jesucristo crucificado, de atenuar en ellos los efectos del
pecado que los lleva a la desunión. Si la Cruz de Nuestro Señor desapareciera,
si su Cuerpo y su Sangre dejaran de estar presentes, los hombres se volverían a
encontrar en torno de una mesa vacía y sin vida, y ya nada los unirá.
Sin duda
que de ahí proceden ese cansancio y ese aburrimiento que comienza a verse en
todas partes, de ahí proceden la desaparición de las vocaciones, que ya no
tienen objeto, la secularización y profanación del sacerdote, que ya no halla
razón de ser, y la necesidad de lo mundano. La concepción protestante de la
Santa Misa va expulsando poco a poco a Jesucristo de las iglesias, tan a menudo
profanadas.
La
concepción de esa reforma, el modo en que ha sido publicada, con ediciones
sucesivas indebidamente modificadas, la forma a veces tiránica -como es el caso
de Italia en que se la impuso como obligatoria, la modificación de la
definición de la Misa del articulo VII sin consecuencias para el rito mismo,
son otros tantos hechos sin precedentes en la Tradición de la Iglesia romana,
que siempre ha actuado cum consilio et
sapientia. Todo ello nos autoriza a poner en duda la validez de esa
legislación y también a referirnos al Canon 23: "En caso de duda no corresponde la revocación de una ley, pero la ley
más reciente debe remitirse a la precedente procurando conciliar a ambas”.
Lo que
se mantiene como deber y derecho absoluto es la defensa de la Fe. Y la Santa
Misa es su expresión más viva y su fuente divina, de allí su importancia
primordial.
Roma, 13
de mayo de 1971