Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

sábado, 5 de julio de 2025

LOS FRUTOS DE LA NUEVA MISA

 


Por MONS. MARCEL LEFEBVRE

13 de mayo de 1971

 

El uso del Novus Ordo Missae, acto central de la reforma litúrgica, ¿ha tenido las saludables consecuencias esperadas o ha producido los efectos desastrosos que podían preverse?

La respuesta nos obligará a prestar atención a las circunstancias de esa reforma singular y única en la historia de la Iglesia y nos esclarecerá acerca de nuestros deberes futuros.

Para juzgar el valor dogmático, moral y espiritual de esa reforma debemos recordar sumariamente los principios inmutables de la Fe católica acerca de los fundamentos de nuestra Santa Misa.

"In Missa offertur Deo verum et proprium sacrificium" (De fide divina catholica definita).

Quienes nieguen esta proposición son herejes.

"Todo sacrificio requiere un sacerdote, una víctima y una acción sacerdotal por la cual la victima es ofrecida"

"In Missa et in Cruce eadem est Hostia et idem Sacerdos principalis (De fide divina catholica definita).

"Hostia seu Victima est «ipse Christus» præsens sub speciebus panis et vini" (De fide divina catholica definita). Herejes también quienes nieguen estas otras dos proposiciones.

Por consiguiente, hay tres realidades esenciales para la realidad del Sacrificio de la Misa:

- El sacerdote ("Sacerdotes, illique soli, sunt ministri". De fide divina catholica definita), investido del carácter sacerdotal.

- La Presencia Real y sustancial de la Víctima, que es Nuestro Señor Jesucristo.

- La acción sacerdotal de la oblación sacrificial que se realiza esencialmente en la Consagración.

No olvidemos que precisamente son esas las verdades fundamentales negadas por los protestantes y los modernistas.

No olvidemos tampoco que, para manifestar su rechazo de estos dogmas, sus misas se transformaron en culto, cena o asamblea eucarística, con desarrollo importante de la lectura bíblica y de la palabra en detrimento de la ofrenda y de la Liturgia del Sacrificio.

Fuera de algunas pequeñas ventajas accidentales -la única, tal vez, sea la lectura en lengua vernácula de la Epístola y el Evangelio- forzoso es afirmar, lamentablemente, que toda la reforma lesiona directa o indirectamente a las tres verdades esenciales de la Fe católica. No se trata, pues, de una reforma litúrgica semejante a la de San Pio X sino de una nueva concepción de la Misa. Los reformadores no lo ocultan. La misa normativa del Padre Bugnini, tal como él lo explicó en sus conferencias en Roma, responde a lo definido en el punto VII de la introducción del Novus Ordo Missae.

Todo cuanto ha sido propuesto como novedad lleva la impronta inconfundible de una concepción más protestante que católica. Las afirmaciones de los protestantes que contribuyeron a esa reforma ilustran esta triste y necia verdad. "Los protestantes ya no encuentran motivo que les impida celebrar según el Novus Ordo”.

Es legítimo preguntarse si al desaparecer insensiblemente la Fe católica en las verdades esenciales de la Misa, no desaparece también la validez de las Misas. La intención del celebrante se atendrá a la nueva concepción de la Misa, que en corto tiempo ya no será otra que la concepción protestante. La Misa dejará de ser válida.

Debemos persuadirnos de que la Misa no es sólo el acto religioso más importante, sino la fuente de toda la doctrina católica, la fuente de la Fe, de la moral individual, familiar, social. De la Cruz continuada sobre el altar descienden todas las gracias que permiten a la sociedad cristiana vivir y desenvolverse: secar la fuente significa extinguir todos los efectos.

Esos efectos, que son los frutos del Espíritu Santo descriptos elocuentemente por San Pablo (Gálatas 5, 22), están a punto de desaparecer de la sociedad. Las familias están divididas, las congregaciones religiosas, las parroquias, han sido afectadas por el virus de la desunión. Hasta los obispos y los cardenales se han contaminado.

La Misa católica tenía y tiene el efecto de elevar a los hombres hacia la Cruz, de unirlos en Nuestro Señor Jesucristo crucificado, de atenuar en ellos los efectos del pecado que los lleva a la desunión. Si la Cruz de Nuestro Señor desapareciera, si su Cuerpo y su Sangre dejaran de estar presentes, los hombres se volverían a encontrar en torno de una mesa vacía y sin vida, y ya nada los unirá.

Sin duda que de ahí proceden ese cansancio y ese aburrimiento que comienza a verse en todas partes, de ahí proceden la desaparición de las vocaciones, que ya no tienen objeto, la secularización y profanación del sacerdote, que ya no halla razón de ser, y la necesidad de lo mundano. La concepción protestante de la Santa Misa va expulsando poco a poco a Jesucristo de las iglesias, tan a menudo profanadas.

La concepción de esa reforma, el modo en que ha sido publicada, con ediciones sucesivas indebidamente modificadas, la forma a veces tiránica -como es el caso de Italia en que se la impuso como obligatoria, la modificación de la definición de la Misa del articulo VII sin consecuencias para el rito mismo, son otros tantos hechos sin precedentes en la Tradición de la Iglesia romana, que siempre ha actuado cum consilio et sapientia. Todo ello nos autoriza a poner en duda la validez de esa legislación y también a referirnos al Canon 23: "En caso de duda no corresponde la revocación de una ley, pero la ley más reciente debe remitirse a la precedente procurando conciliar a ambas”.

 Lo que se mantiene como deber y derecho absoluto es la defensa de la Fe. Y la Santa Misa es su expresión más viva y su fuente divina, de allí su importancia primordial.

 

Roma, 13 de mayo de 1971

 

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