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miércoles, 23 de julio de 2025

SEDEVACANTISMO: ENTREVISTA CON DOMINICUS SOBRE UN LIBRO DE MAXENCE HECQUARD

 


Esta entrevista apareció en la revista Lecture et tradition n.º 97 de mayo de 2019.

Para los lectores que se pregunten por qué abordamos esta cuestión con relativa frecuencia, responderemos que debemos interesarnos por todas las cuestiones doctrinales que preocupan hoy a los católicos. Además, aunque en cierto sentido esta cuestión no tiene gran interés —pues sólo podrá resolverse definitivamente tras el fin de la crisis en la Iglesia—, en otro sentido, en el plano práctico, no carece de importancia. Como decíamos al final del «Pequeño catecismo del sedevacantismo»:

«[El sedevacantismo] es una posición que no está probada en el plano especulativo, y es una imprudencia mantenerla en el plano práctico (imprudencia que puede tener consecuencias muy graves, pensemos en aquellos que se privan de los sacramentos con el pretexto de no encontrar un sacerdote que tenga la misma "opinión" que ellos). Por eso Mons. Lefebvre nunca se comprometió por este camino, e incluso prohibió a los sacerdotes de su Fraternidad profesar el sedevacantismo. Debemos confiar en su prudencia y en su sentido teológico

Le Sel de la terre.

 

[Dominicus es uno de los redactores de la revista Le Sel de la terre, publicada por los dominicos de Avrillé. Es también el autor de un Pequeño catecismo sobre el sedevacantismo (ediciones de Le Sel), cuyo objetivo no es defender, sino refutar las distintas tesis sedevacantistas. Es por ello que se le interroga aquí sobre el último libro de Maxence Hecquard, La crisis de la autoridad en la Iglesia. ¿Son legítimos los papas del Vaticano II?]

 

Lecture et Tradition: Antes de hablar del libro, una palabra sobre el autor: ¿conoce a Maxence Hecquard?

Dominicus: Maxence Hecquard obtuvo un merecido éxito con su libro Los fundamentos filosóficos de la democracia moderna. La revista Le Sel de la terre expresó en su momento su favorable opinión sobre esta obra [1]. También publicó algunos de sus textos, especialmente en 2002, cuando los sacerdotes de Campos, en Brasil, decidieron adherirse a la Roma conciliar. Un artículo de Maxence Hecquard, titulado Demonios del mediodía [2], denunciaba entonces “el error de Campos” que consistía en hacer un “acuerdo práctico” con las autoridades conciliares, a costa de renunciar al combate doctrinal contra sus errores. Explicaba que Campos había cedido al demonio del mediodía, Qéteb, del que se habla en el salmo 90. Y comentando el pasaje donde el salmo describe a este demonio, añadía: El rey David indica el medio para vencerlo: “La verdad del Señor nos protegerá como un escudo” (Sal 90,5). Confesemos esta verdad y venceremos a Qéteb. En este punto estamos completamente de acuerdo con él, sobre todo en un tiempo en que los resistentes a Qéteb parecen escasear.

L. y T.: ¿Aprecia entonces a este autor?

D.: Apreciamos algunos de sus trabajos, así como su honestidad y cortesía. Pero como dice el proverbio: Amicus Plato, sed magis amica veritas. Hay que saber contradecir a un amigo cuando está en juego la verdad. Maxence Hecquard es sin duda muy competente en su ámbito profesional (finanzas, economía) y no nos aventuraríamos a contradecirlo en ese terreno. También se ha mostrado competente en filosofía política e historia de las ideas, pero no lo es tanto en teología, y debemos decir que su obra sobre la autoridad en la Iglesia es decepcionante. A menudo da la impresión de razonar con palabras sin captar bien los conceptos que expresan.

L. y T.: ¡Está siendo usted bastante severo!

D.: Tomemos un ejemplo. Mons. Lefebvre siempre consideró que el Concilio Vaticano II fue un concilio fuera de lo común, un concilio atípico, que no tenía la misma autoridad que los concilios anteriores, debido a que quiso ser un concilio pastoral [3] y no un concilio dogmático. Pero Maxence Hecquard impugna este análisis y declara en las páginas 98-99 de su libro:

“Con razón Mons. Lefebvre rechaza la infalibilidad del Vaticano II, porque constata que este concilio es contrario a la fe. Pero ¿cómo podría un concilio “pastoral”, es decir, “no dogmático”, ser contrario a la fe? Si es contrario a la fe, es porque habla de dogma. ¡La contradicción de Mons. Lefebvre es patente!”

Lo que es patente, en realidad, es más bien una confusión del autor sobre el sentido de la palabra “dogmático”. Vaticano II es calificado de “no dogmático” o “pastoral” no porque no hable del dogma —pues es claro que lo hace—, sino en el sentido preciso de que no definió ningún dogma, como sí lo hicieron todos los concilios anteriores hasta él.

Ahora bien, ¡no es necesario definir un dogma para oponerse a la fe! Un simple sacerdote nunca podrá definir un dogma, pero puede muy bien enunciar una herejía, o incluso varias, en su sermón.

Jean Madiran ya había explicado bien esta distinción entre los diferentes sentidos del término “dogmático” en sus cartas al padre Congar, y señalaba que sería un “burdo juego de palabras teológico” confundirlos. Es penoso encontrar, cuarenta años después, ese tipo de confusiones en un defensor de la Tradición.

[…]

 

L. y T.: Entonces, ¿el autor comete, según usted, varias confusiones de este tipo?

D.: Un poco más adelante, en la página 100, se lee:

“Vaticano I declara que el papa es infalible en materia de fe y de costumbres. Pues bien, la principal conclusión de Silveira y de la FSSPX es que el papa puede enunciar herejías en ciertas condiciones. La infalibilidad es o no es, no puede coexistir con la falibilidad. La contradicción es formal”.

Es decir: dado que el Concilio Vaticano I definió la infalibilidad del papa, Maxence Hecquard quiere concluir que el papa nunca puede ser falible.

Sin embargo, el Concilio Vaticano I es muy claro. Si declara la infalibilidad del papa, no es en todo momento ni en todo lo que dice, sino bajo ciertas condiciones muy precisas. Por tanto, según una lógica correcta, puede haber una falla desde el momento en que falta una sola de esas condiciones.

Porque todo lógico sabe que el principio de no contradicción no se limita a decir: “Es imposible afirmar y negar lo mismo”, sino que precisa cuidadosamente: “Es imposible afirmar y negar lo mismo bajo el mismo punto de vista”. En latín: Impossibile est affirmare et negare idem secundum idem.

Para tomar un ejemplo concreto, las frases: “El señor Durand vive en el piso de abajo” y “El señor Durand vive en el piso de arriba”, aparentemente contradictorias si se toman de manera absoluta, pueden conciliarse perfectamente si se pronuncian en circunstancias distintas: la primera por la inquilina del sexto piso y la segunda por la del cuarto.

De igual modo, la infalibilidad en ciertas circunstancias “puede coexistir con la falibilidad” en otras. Es lógica elemental.

L. y T.: ¿No está esta cuestión de la infalibilidad pontificia en el centro del debate?

D.: Efectivamente, una mala comprensión de la infalibilidad pontificia impregna toda la obra. Pero conlleva muchas otras confusiones. Se lee, por ejemplo, en la página 41: “La definición de la infalibilidad pontificia implica que ya no se puede sostener que un papa, en cuanto tal, pueda caer en la herejía.”

Esto es atribuir al Concilio Vaticano I algo que no dijo. La definición de la infalibilidad pontificia dice solamente que el papa no puede enunciar error cuando habla ex cathedra, es decir, con las cuatro condiciones enumeradas en la constitución Pastor Æternus (DS 3074).

Pero, en realidad, los papas raramente se sitúan en estas condiciones (el último papa en hacerlo fue, al parecer, Pío XII al definir el dogma de la Asunción en 1950). En cambio, hablan muy a menudo como papa.

Aquí hay, por tanto, otra confusión, que mezcla el hecho de hablar ex cathedra con el hecho de hablar como papa. Y va incluso más allá porque, para el autor, en cuanto el papa habla en público, habla como papa, por tanto ex cathedra [4]… Es una confusión total.

L. y T.: ¿Tiene usted otros ejemplos?

D.: En la página 90, el autor pretende resumir un razonamiento del hermano Pierre-Marie, y lo deforma en el proceso. Pero sería demasiado largo analizarlo todo. En este punto, me permito remitir a Le Sel de la terre n.º 108 (primavera de 2019), donde se puede encontrar el razonamiento correcto (p. 61).

Detengámonos más bien en una afirmación que toca el corazón mismo del razonamiento del autor. Se lee en la página 74: “Un documento pontificio oficial, si trata sobre la fe y las costumbres, es inevitablemente infalible.”

Esta afirmación es realmente sorprendente, pues significaría que todo lo que se encuentra en las Acta Apostolicæ Sedis sería infalible [5]. Ningún teólogo ha imaginado jamás tal cosa y realmente asombra que el autor pueda escribir una frase así, e incluso hacer de ella el fundamento de su razonamiento sobre la ilegitimidad de los últimos papas.

L. y T.: ¿No intenta el autor demostrar esta infalibilidad de los documentos pontificios oficiales?

D.: El autor pretende apoyarse en la definición de Vaticano I:

El papa posee el carisma de la infalibilidad cuando habla en materia de fe y costumbres como doctor de todos los cristianos, es decir, cuando habla ex cathedra (Dz 1839 [6]). [p. 24.]

Pero basta con remitirse al texto del Vaticano I para ver que Maxence Hecquard lo ha simplificado enormemente, omitiendo varias de las condiciones necesarias para que estemos ante una definición ex cathedra. He aquí el texto exacto:

“Cuando el pontífice romano habla ex cathedra, esto es, cuando, cumpliendo su función de pastor y doctor de todos los cristianos, define, en virtud de su suprema autoridad apostólica, que una doctrina sobre la fe o las costumbres debe ser mantenida por toda la Iglesia, goza, en virtud de la asistencia divina que le fue prometida en la persona de san Pedro, de aquella infalibilidad con que el divino Redentor quiso que su Iglesia estuviera provista cuando define la doctrina sobre la fe o las costumbres.”

Es fácil ver que estas condiciones no se cumplieron durante el Concilio Vaticano II, como lo admiten no solo los tradicionalistas, sino también los conciliares. Porque hoy, nadie considera los textos del Vaticano II como infalibles. Los únicos que sostienen que deberían haberlo sido son, paradójicamente, los sedevacantistas, porque eso les proporciona un argumento para negar la legitimidad de los pontífices conciliares.

L. y T.: Pero ¿no es un hecho que en materia de fe y costumbres ningún papa se ha equivocado antes del Vaticano II?

D.: Eso es lo que afirma el autor: “En materia de fe y costumbres, ningún papa se ha equivocado jamás en la historia” (p. 40).

Pero, lógicamente, eso no prueba absolutamente nada, por la sencilla razón de que todo tiene un comienzo. Incluso si se pudiera demostrar que los papas hasta el Vaticano II no dijeron error alguno, no se podría concluir que tal cosa sea imposible en el futuro.

Además, ese hecho puede discutirse. He aquí algunos ejemplos [7]:

– El papa Juan XXII sostuvo públicamente, y en varias ocasiones, que las almas de los santos debían esperar la resurrección general para ver a Dios. Esta opinión fue condenada como herética por su sucesor [8].

– Los motivos de la condena de Galileo fueron aprobados por el papa, y sin embargo son erróneos [9].

– Sixto V se equivocó al promulgar una edición de la Vulgata llena de errores, edición que tuvo que ser corregida rápidamente por su sucesor.

En realidad, la verdadera razón por la cual fueron tan raros los errores de los papas en el pasado no es que no pudieran equivocarse jamás, sino que se apoyaban en la doctrina tradicional de la Iglesia, cosa que los papas no hacen desde el Vaticano II.

L. y T.: ¿Maxence Hecquard no se apoya en la autoridad de san Roberto Belarmino?

D.: Sí, pero al precio de una pequeña gimnasia intelectual. Intentemos seguir su razonamiento:

1.     El Concilio Vaticano I adoptó la doctrina del cardenal Belarmino [10].

2.    Ahora bien, Belarmino dice que el papa no puede ser hereje, ni siquiera como persona privada [11].

3.    Por lo tanto, el papa no puede ser hereje.

Es fácil ver el vicio de este razonamiento. El Vaticano I adoptó una parte de la doctrina de Belarmino, aquella que concierne a la infalibilidad del papa. No sancionó toda su doctrina y, en particular, no su opinión sobre la imposibilidad de que el papa llegue a ser hereje.

Recordemos aquí que santo Tomás de Aquino sostenía la infalibilidad del papa [12]. Sus grandes comentaristas, Cayetano, Juan de Santo Tomás, Billuart, etc., hicieron lo mismo. Es tanto –si no más– la doctrina de santo Tomás como la de Belarmino la que fue adoptada por el Concilio Vaticano I. No hay ninguna razón para afirmar que el Vaticano I respaldaría más la doctrina de Belarmino sobre el papa hereje que la de los tomistas.

L. y T.: Sobre este tema, Maxence Hecquard recuerda que Belarmino era jesuita, y sugiere que es la vieja rivalidad entre jesuitas y dominicos lo que le impediría a usted seguir su doctrina.

D.: Evitemos reducir las cuestiones doctrinales a rivalidades personales. Hay grandes santos jesuitas que todos los dominicos honran —y viceversa.

Sobre la cuestión del papa hereje, es cierto que defendemos la tesis de la escuela tomista —la de los grandes comentaristas de santo Tomás: Cayetano, los carmelitas de Salamanca, Juan de Santo Tomás, Billuart, Garrigou-Lagrange— porque nos parece más justa. Por lo demás, la escuela tomista está lejos de limitarse a autores dominicos. Pero, incluso si uno prefiere la opinión del cardenal Belarmino, no se pueden aceptar las conclusiones que Maxence Hecquard saca de ella.

L. y T.: Entonces, incluso si uno se adhiere a la doctrina de Belarmino, ¿usted piensa que no se puede afirmar, como lo hace Maxence Hecquard, que los últimos papas son “ilegítimos”?

D.: Un buen ejemplo lo da la “Carta abierta de veinte teólogos y académicos católicos” [13], publicada el pasado 29 de abril. Los autores de esta Carta piden a los obispos que adviertan públicamente al papa Francisco sobre sus enseñanzas heréticas. Dicen no querer tomar partido entre “la escuela de Cayetano y Juan de Santo Tomás y la de san Roberto Belarmino”, pero afirman con razón:

“Algunos autores sedevacantistas han sostenido que un papa pierde automáticamente su cargo papal a causa de una herejía pública, sin que se requiera o permita la intervención de la Iglesia. Esta opinión no es compatible con la Tradición ni con la teología católica, y debe ser rechazada. Su aceptación sumiría a la Iglesia en el caos en caso de que un papa abrazara la herejía, como muchos teólogos han observado. Dejaría a cada católico la responsabilidad de decidir si y cuándo el papa puede ser considerado hereje, y si ha perdido su cargo. Debe aceptarse más bien que el papa no puede perder su cargo sin la acción de los obispos de la Iglesia. Esta acción debe incluir al menos dos advertencias al papa para que rechace toda herejía que haya podido abrazar; si se niega a renunciar a dichas herejías, los obispos deben entonces declarar a los fieles que se ha hecho culpable de herejía. La incompatibilidad entre la herejía y la pertenencia a la Iglesia es la causa de la pérdida del cargo pontificio por parte de un papa hereje. El hecho de que la Iglesia determine que un papa es hereje, y el anuncio de su herejía por parte de los obispos, es lo que hace de la herejía del papa un hecho jurídico, un hecho del cual deriva su pérdida del cargo.

L. y T.: Ya que cita esta “Carta abierta de veinte teólogos y académicos católicos”, ¿puede decirnos qué piensa de ella, así como del estudio de Mons. Schneider sobre el “papa hereje” publicado el pasado 21 de marzo [14]?

D.: La “Carta abierta de veinte teólogos” es un documento interesante porque los autores conocen la Tradición de la Iglesia sobre esta cuestión. Sin embargo, es lamentable que para denunciar las herejías de Francisco hayan creído necesario apoyarse en el Vaticano II y Juan Pablo II. No parecen haber comprendido que la fuente de los errores se encuentra en el Concilio.

El estudio de Mons. Schneider es menos interesante, porque el autor rechaza de un plumazo mil años de reflexión teológica para afirmar su opinión personal, a saber: que en ningún caso un papa hereje perdería su cargo a causa de la herejía.

Es una opinión totalmente contraria a la de Maxence Hecquard, pero resulta curioso constatar que razonan de manera similar, lo cual es frecuente cuando se comparan los razonamientos de los conciliares y los sedevacantistas.

– Mons. Schneider parte del hecho de que “no existe ningún ejemplo histórico de un papa que haya perdido el papado a causa de la herejía”, para concluir que la cosa es imposible en sí misma.

– De manera análoga, Maxence Hecquard invoca el hecho de que los papas, hasta el Vaticano II, no habrían dicho ningún error en los documentos pontificios oficiales, para concluir que la cosa es imposible en sí misma.

En ambos casos, el razonamiento se reduce a la fórmula: tal cosa nunca ha ocurrido, por lo tanto, nunca ocurrirá; lo cual es evidentemente un sofisma.

L. y T.: Usted mismo es autor de un Pequeño catecismo del sedevacantismo, que intenta resumir y refutar las principales tesis sedevacantistas. ¿Tiene otros libros que recomendar sobre este tema?

D.: Preciso primero que el Pequeño catecismo del sedevacantismo constituye solo una parte del folleto sobre el sedevacantismo publicado por las ediciones de Le Sel de la terre. La mayor parte reproduce los análisis de diferentes teólogos del pasado sobre la cuestión del papa hereje (en particular Juan de Santo Tomás, Billuart, los carmelitas de Salamanca, san Alfonso María de Ligorio, etc.). Constituye, en este sentido, una recopilación documental que creo no tiene equivalente, y permite ver, al menos, que la opinión según la cual un papa hereje perdería automáticamente su cargo sin ninguna intervención de los obispos está muy lejos de imponerse.

Por lo demás, el Catecismo católico de la crisis en la Iglesia, del padre Gaudron (Fraternidad Sacerdotal San Pío X), contiene todo un capítulo sobre el magisterio de la Iglesia. Explica de manera muy pedagógica, por preguntas y respuestas, las condiciones de la infalibilidad, distinguiendo todo aquello que los sedevacantistas tienden a confundir.

Pero siempre será provechoso volver a los escritos de los grandes combatientes que fueron Mons. Lefebvre (ver especialmente Lo destronaron) y el padre Calmel (Apología por la Iglesia de siempre). Dado que la crisis en la Iglesia parece prolongarse indefinidamente, es importante hacer descubrir estos libros a las nuevas generaciones.

 

NOTAS:

[1] — Incluso hubo dos reseñas de esta obra en Le Sel de la terre: nº 65, p. 172 y nº 76, p. 198.
[2] — Se encuentra en Le Sel de la terre nº 41, pp. 243-247.
[3] — MH reconoce él mismo que el carácter pastoral del Vaticano II fue subrayado hasta la saciedad por los papas conciliares (p. 93).
[4] — «¿Pero cuándo habla el papa como persona privada? En sí, cuando el papa se dirige al público, lo hace necesariamente en tanto que papa, salvo que precise explícitamente que no se dirige a toda la Iglesia en calidad de papa, lo cual nunca ocurre» (p. 60). «Así, la persona privada del papa se limita ante todo al hombre fuera de su función, cuando no habla desde su trono, es decir, ex cathedra» (pp. 60-61).
[5] — Esto es, por lo demás, lo que parece decir el propio Maxence Hecquard en la página 60, cuando afirma que esos AAS no contienen enseñanza del papa como doctor privado: «De hecho, los Acta Sanctae Sedis reúnen todas las declaraciones de los papas sin distinción de destinatarios».
[6] — Maxence Hecquard se refiere a la numeración dada por Dz (H. Denzinger y Cl.
Bannwart, Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum). En DS (H. Denzinger y A. Schönmetzer, Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum), es el número 3074.
[7] — Ninguno de estos documentos constituye una definición ex cathedra.
[8] — Véase Le Sel de la terre nº 91, p. 174 y ss.
[9] — Para comprender cómo la aprobación por parte del papa de esta condena no va contra la infalibilidad pontificia, puede consultarse el artículo del padre Choupin, «Decretos de las congregaciones del Índice y de la Inquisición sobre Galileo», publicado en Le Sel de la terre nº 23, p. 184.
[10] — «Al declarar infalible al papa, el Vaticano I adoptará en 1870 la doctrina del gran teólogo jesuita» (p. 40).
[11] — «Belarmino […] considera probable y piadosamente creíble la opinión de Piggio, quien piensa que, incluso como persona privada, el papa no puede ser hereje» (p. 40).
[12] — Véase Suma Teológica, II-II, q. 1, a. 10.
[13] —
www.lifesitenews.com/news/prominent-clergy-scholars-accuse-pope-francis-of-heresy-in-open-letter. Entre los autores de esta Carta, se destaca el profesor Paolo Pasqualucci (de quien Le Sel de la terre ha publicado varios textos) y dos padres dominicos, los padres Thomas Crean y Aidan Nichols.
[14] — Artículo publicado el 21 de marzo de 2019 por fr.news, disponible en Gloria.tv.

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