Esta entrevista apareció en la revista Lecture et tradition n.º 97 de
mayo de 2019.
Para los lectores que se pregunten por qué
abordamos esta cuestión con relativa frecuencia, responderemos que debemos
interesarnos por todas las cuestiones doctrinales que preocupan hoy a los
católicos. Además, aunque en cierto sentido esta cuestión no tiene gran interés
—pues sólo podrá resolverse definitivamente tras el fin de la crisis en la
Iglesia—, en otro sentido, en el plano práctico, no carece de importancia. Como
decíamos al final del «Pequeño catecismo del sedevacantismo»:
«[El
sedevacantismo] es una posición que no está probada en el plano especulativo, y
es una imprudencia mantenerla en el plano práctico (imprudencia que puede tener
consecuencias muy graves, pensemos en aquellos que se privan de los sacramentos
con el pretexto de no encontrar un sacerdote que tenga la misma
"opinión" que ellos). Por eso Mons. Lefebvre nunca se comprometió por
este camino, e incluso prohibió a los sacerdotes de su Fraternidad profesar el
sedevacantismo. Debemos confiar en su prudencia y en su sentido teológico.»
Le Sel de la terre.
[Dominicus es uno de los redactores de la
revista Le Sel de la terre,
publicada por los dominicos de Avrillé. Es también el autor de un Pequeño catecismo sobre el sedevacantismo
(ediciones de Le Sel),
cuyo objetivo no es defender, sino refutar las distintas tesis sedevacantistas.
Es por ello que se le interroga aquí sobre el último libro de Maxence Hecquard,
La crisis de la autoridad en la
Iglesia. ¿Son legítimos los papas del Vaticano II?]
Lecture et Tradition:
Antes de hablar del libro, una palabra sobre el autor: ¿conoce a Maxence
Hecquard?
Dominicus: Maxence Hecquard obtuvo un merecido éxito
con su libro Los fundamentos
filosóficos de la democracia moderna. La revista Le Sel de la terre expresó en
su momento su favorable opinión sobre esta obra [1]. También publicó algunos de
sus textos, especialmente en 2002, cuando los sacerdotes de Campos, en Brasil,
decidieron adherirse a la Roma conciliar. Un artículo de Maxence Hecquard,
titulado Demonios del mediodía
[2], denunciaba entonces “el error de Campos” que consistía en hacer un
“acuerdo práctico” con las autoridades conciliares, a costa de renunciar al
combate doctrinal contra sus errores. Explicaba que Campos había cedido al
demonio del mediodía, Qéteb, del que se habla en el salmo 90. Y comentando el
pasaje donde el salmo describe a este demonio, añadía: El rey David indica el
medio para vencerlo: “La verdad del Señor nos protegerá como un escudo” (Sal
90,5). Confesemos esta verdad y venceremos a Qéteb. En este punto estamos
completamente de acuerdo con él, sobre todo en un tiempo en que los resistentes
a Qéteb parecen escasear.
L. y T.:
¿Aprecia entonces a este autor?
D.: Apreciamos algunos de sus trabajos, así como su honestidad y
cortesía. Pero como dice el proverbio: Amicus
Plato, sed magis amica veritas. Hay que saber contradecir a un
amigo cuando está en juego la verdad. Maxence Hecquard es sin duda muy
competente en su ámbito profesional (finanzas, economía) y no nos
aventuraríamos a contradecirlo en ese terreno. También se ha mostrado
competente en filosofía política e historia de las ideas, pero no lo es tanto
en teología, y debemos decir que su obra sobre la autoridad en la Iglesia es
decepcionante. A menudo da la impresión de razonar con palabras sin captar bien
los conceptos que expresan.
L. y T.: ¡Está
siendo usted bastante severo!
D.: Tomemos un ejemplo. Mons. Lefebvre siempre consideró que el
Concilio Vaticano II fue un concilio fuera de lo común, un concilio atípico,
que no tenía la misma autoridad que los concilios anteriores, debido a que
quiso ser un concilio pastoral [3] y no un concilio dogmático. Pero Maxence
Hecquard impugna este análisis y declara en las páginas 98-99 de su libro:
“Con razón Mons. Lefebvre rechaza la
infalibilidad del Vaticano II, porque constata que este concilio es contrario a
la fe. Pero ¿cómo podría un concilio “pastoral”, es decir, “no dogmático”, ser
contrario a la fe? Si es contrario a la fe, es porque habla de dogma. ¡La
contradicción de Mons. Lefebvre es patente!”
Lo que es patente, en realidad, es más bien
una confusión del autor sobre el sentido de la palabra “dogmático”. Vaticano II
es calificado de “no dogmático” o “pastoral” no porque no hable del dogma —pues
es claro que lo hace—, sino en el sentido preciso de que no definió ningún
dogma, como sí lo hicieron todos los concilios anteriores hasta él.
Ahora bien, ¡no es necesario definir un
dogma para oponerse a la fe! Un simple sacerdote nunca podrá definir un dogma,
pero puede muy bien enunciar una herejía, o incluso varias, en su sermón.
Jean Madiran ya había explicado bien esta
distinción entre los diferentes sentidos del término “dogmático” en sus cartas
al padre Congar, y señalaba que sería un “burdo juego de palabras teológico”
confundirlos. Es penoso encontrar, cuarenta años después, ese tipo de
confusiones en un defensor de la Tradición.
[…]
L. y T.: Entonces,
¿el autor comete, según usted, varias confusiones de este tipo?
D.: Un poco más adelante, en la página 100, se lee:
“Vaticano I declara que el papa es
infalible en materia de fe y de costumbres. Pues bien, la principal conclusión
de Silveira y de la FSSPX es que el papa puede enunciar herejías en ciertas
condiciones. La infalibilidad es o no es, no puede coexistir con la
falibilidad. La contradicción es formal”.
Es decir: dado que el Concilio Vaticano I
definió la infalibilidad del papa, Maxence Hecquard quiere concluir que el papa
nunca puede ser falible.
Sin embargo, el Concilio Vaticano I es muy
claro. Si declara la infalibilidad del papa, no es en todo momento ni en todo
lo que dice, sino bajo ciertas condiciones muy precisas. Por tanto, según una
lógica correcta, puede haber una falla desde el momento en que falta una sola
de esas condiciones.
Porque todo lógico sabe que el principio de
no contradicción no se limita a decir: “Es imposible afirmar y negar lo mismo”,
sino que precisa cuidadosamente: “Es imposible afirmar y negar lo mismo bajo el
mismo punto de vista”. En latín: Impossibile
est affirmare et negare idem secundum idem.
Para tomar un ejemplo concreto, las frases:
“El señor Durand vive en el piso de abajo” y “El señor Durand vive en el piso
de arriba”, aparentemente contradictorias si se toman de manera absoluta,
pueden conciliarse perfectamente si se pronuncian en circunstancias distintas:
la primera por la inquilina del sexto piso y la segunda por la del cuarto.
De igual modo, la infalibilidad en ciertas
circunstancias “puede coexistir con la falibilidad” en otras. Es lógica
elemental.
L. y T.: ¿No está esta cuestión de la
infalibilidad pontificia en el centro del debate?
D.: Efectivamente, una mala comprensión de la infalibilidad
pontificia impregna toda la obra. Pero conlleva muchas otras confusiones. Se
lee, por ejemplo, en la página 41: “La definición de la infalibilidad
pontificia implica que ya no se puede sostener que un papa, en cuanto tal,
pueda caer en la herejía.”
Esto es atribuir al Concilio Vaticano I
algo que no dijo. La definición de la infalibilidad pontificia dice solamente
que el papa no puede enunciar error cuando habla ex cathedra, es decir, con las cuatro condiciones
enumeradas en la constitución Pastor
Æternus (DS 3074).
Pero, en realidad, los papas raramente se
sitúan en estas condiciones (el último papa en hacerlo fue, al parecer, Pío XII
al definir el dogma de la Asunción en 1950). En cambio, hablan muy a menudo
como papa.
Aquí hay, por tanto, otra confusión, que
mezcla el hecho de hablar ex
cathedra con el hecho de hablar como papa. Y va incluso más allá
porque, para el autor, en cuanto el papa habla en público, habla como papa, por
tanto ex cathedra
[4]… Es una confusión total.
L. y T.: ¿Tiene
usted otros ejemplos?
D.: En la página 90, el autor pretende resumir un razonamiento
del hermano Pierre-Marie, y lo deforma en el proceso. Pero sería demasiado
largo analizarlo todo. En este punto, me permito remitir a Le Sel de la terre n.º 108
(primavera de 2019), donde se puede encontrar el razonamiento correcto (p. 61).
Detengámonos más bien en una afirmación que
toca el corazón mismo del razonamiento del autor. Se lee en la página 74: “Un
documento pontificio oficial, si trata sobre la fe y las costumbres, es
inevitablemente infalible.”
Esta afirmación es realmente sorprendente,
pues significaría que todo lo que se encuentra en las Acta Apostolicæ Sedis sería
infalible [5]. Ningún teólogo ha imaginado jamás tal cosa y realmente asombra
que el autor pueda escribir una frase así, e incluso hacer de ella el
fundamento de su razonamiento sobre la ilegitimidad de los últimos papas.
L. y T.: ¿No
intenta el autor demostrar esta infalibilidad de los documentos pontificios
oficiales?
D.: El autor pretende apoyarse en la definición de Vaticano I:
El papa posee el carisma de la
infalibilidad cuando habla en materia de fe y costumbres como doctor de todos
los cristianos, es decir, cuando habla ex
cathedra (Dz 1839 [6]). [p. 24.]
Pero basta con remitirse al texto del
Vaticano I para ver que Maxence Hecquard lo ha simplificado enormemente,
omitiendo varias de las condiciones necesarias para que estemos ante una
definición ex cathedra.
He aquí el texto exacto:
“Cuando el pontífice romano habla ex cathedra, esto es, cuando,
cumpliendo su función de pastor y doctor de todos los cristianos, define, en
virtud de su suprema autoridad apostólica, que una doctrina sobre la fe o las
costumbres debe ser mantenida por toda la Iglesia, goza, en virtud de la
asistencia divina que le fue prometida en la persona de san Pedro, de aquella
infalibilidad con que el divino Redentor quiso que su Iglesia estuviera
provista cuando define la doctrina sobre la fe o las costumbres.”
Es fácil ver que estas condiciones no se
cumplieron durante el Concilio Vaticano II, como lo admiten no solo los
tradicionalistas, sino también los conciliares. Porque hoy, nadie considera los
textos del Vaticano II como infalibles. Los únicos que sostienen que deberían
haberlo sido son, paradójicamente, los sedevacantistas, porque eso les
proporciona un argumento para negar la legitimidad de los pontífices
conciliares.
L. y T.: Pero
¿no es un hecho que en materia de fe y costumbres ningún papa se ha equivocado
antes del Vaticano II?
D.: Eso es lo que afirma el autor: “En materia de fe y
costumbres, ningún papa se ha equivocado jamás en la historia” (p. 40).
Pero, lógicamente, eso no prueba
absolutamente nada, por la sencilla razón de que todo tiene un comienzo.
Incluso si se pudiera demostrar que los papas hasta el Vaticano II no dijeron
error alguno, no se podría concluir que tal cosa sea imposible en el futuro.
Además, ese hecho puede discutirse. He aquí
algunos ejemplos [7]:
– El papa Juan XXII sostuvo públicamente, y
en varias ocasiones, que las almas de los santos debían esperar la resurrección
general para ver a Dios. Esta opinión fue condenada como herética por su
sucesor [8].
– Los motivos de la condena de Galileo
fueron aprobados por el papa, y sin embargo son erróneos [9].
– Sixto V se equivocó al promulgar una
edición de la Vulgata llena de errores, edición que tuvo que ser corregida
rápidamente por su sucesor.
En realidad, la verdadera razón por la cual
fueron tan raros los errores de los papas en el pasado no es que no pudieran
equivocarse jamás, sino que se apoyaban en la doctrina tradicional de la
Iglesia, cosa que los papas no hacen desde el Vaticano II.
L. y T.: ¿Maxence Hecquard no se apoya en la
autoridad de san Roberto Belarmino?
D.: Sí, pero
al precio de una pequeña gimnasia intelectual. Intentemos seguir su
razonamiento:
1.
El Concilio
Vaticano I adoptó la doctrina del cardenal Belarmino [10].
2.
Ahora bien,
Belarmino dice que el papa no puede ser hereje, ni siquiera como persona
privada [11].
3.
Por lo
tanto, el papa no puede ser hereje.
Es fácil ver el vicio de este razonamiento. El
Vaticano I adoptó una parte de la doctrina de Belarmino, aquella que concierne
a la infalibilidad del papa. No sancionó toda su doctrina y, en particular, no
su opinión sobre la imposibilidad de que el papa llegue a ser hereje.
Recordemos aquí que santo Tomás de Aquino sostenía
la infalibilidad del papa [12]. Sus grandes comentaristas, Cayetano, Juan de
Santo Tomás, Billuart, etc., hicieron lo mismo. Es tanto –si no más– la
doctrina de santo Tomás como la de Belarmino la que fue adoptada por el
Concilio Vaticano I. No hay ninguna razón para afirmar que el Vaticano I
respaldaría más la doctrina de Belarmino sobre el papa hereje que la de los
tomistas.
L. y T.: Sobre este tema, Maxence Hecquard recuerda
que Belarmino era jesuita, y sugiere que es la vieja rivalidad entre jesuitas y
dominicos lo que le impediría a usted seguir su doctrina.
D.: Evitemos
reducir las cuestiones doctrinales a rivalidades personales. Hay grandes santos
jesuitas que todos los dominicos honran —y viceversa.
Sobre la cuestión del papa hereje, es cierto que
defendemos la tesis de la escuela tomista —la de los grandes comentaristas de
santo Tomás: Cayetano, los carmelitas de Salamanca, Juan de Santo Tomás,
Billuart, Garrigou-Lagrange— porque nos parece más justa. Por lo demás, la
escuela tomista está lejos de limitarse a autores dominicos. Pero, incluso si
uno prefiere la opinión del cardenal Belarmino, no se pueden aceptar las
conclusiones que Maxence Hecquard saca de ella.
L. y T.: Entonces, incluso si uno se adhiere a la
doctrina de Belarmino, ¿usted piensa que no se puede afirmar, como lo hace
Maxence Hecquard, que los últimos papas son “ilegítimos”?
D.: Un buen
ejemplo lo da la “Carta abierta de veinte teólogos y académicos católicos”
[13], publicada el pasado 29 de abril. Los autores de esta Carta piden a los
obispos que adviertan públicamente al papa Francisco sobre sus enseñanzas
heréticas. Dicen no querer tomar partido entre “la escuela de Cayetano y Juan
de Santo Tomás y la de san Roberto Belarmino”, pero afirman con razón:
“Algunos autores sedevacantistas han sostenido que
un papa pierde automáticamente su cargo papal a causa de una herejía pública,
sin que se requiera o permita la intervención de la Iglesia. Esta opinión no es
compatible con la Tradición ni con la teología católica, y debe ser rechazada.
Su aceptación sumiría a la Iglesia en el caos en caso de que un papa abrazara
la herejía, como muchos teólogos han observado. Dejaría a cada católico la
responsabilidad de decidir si y cuándo el papa puede ser considerado hereje, y
si ha perdido su cargo. Debe aceptarse más bien que el papa no puede perder su
cargo sin la acción de los obispos de la Iglesia. Esta acción debe incluir al
menos dos advertencias al papa para que rechace toda herejía que haya podido
abrazar; si se niega a renunciar a dichas herejías, los obispos deben entonces
declarar a los fieles que se ha hecho culpable de herejía. La incompatibilidad
entre la herejía y la pertenencia a la Iglesia es la causa de la pérdida del
cargo pontificio por parte de un papa hereje. El hecho de que la Iglesia
determine que un papa es hereje, y el anuncio de su herejía por parte de los
obispos, es lo que hace de la herejía del papa un hecho jurídico, un hecho del
cual deriva su pérdida del cargo.
L. y T.: Ya que cita esta “Carta abierta de veinte
teólogos y académicos católicos”, ¿puede decirnos qué piensa de ella, así como
del estudio de Mons. Schneider sobre el “papa hereje” publicado el pasado 21 de
marzo [14]?
D.: La “Carta
abierta de veinte teólogos” es un documento interesante porque los autores
conocen la Tradición de la Iglesia sobre esta cuestión. Sin embargo, es
lamentable que para denunciar las herejías de Francisco hayan creído necesario
apoyarse en el Vaticano II y Juan Pablo II. No parecen haber comprendido que la
fuente de los errores se encuentra en el Concilio.
El estudio de Mons. Schneider es menos interesante,
porque el autor rechaza de un plumazo mil años de reflexión teológica para
afirmar su opinión personal, a saber: que en ningún caso un papa hereje
perdería su cargo a causa de la herejía.
Es una opinión totalmente contraria a la de Maxence
Hecquard, pero resulta curioso constatar que razonan de manera similar, lo cual
es frecuente cuando se comparan los razonamientos de los conciliares y los
sedevacantistas.
– Mons. Schneider parte del hecho de que “no existe
ningún ejemplo histórico de un papa que haya perdido el papado a causa de la
herejía”, para concluir que la cosa es imposible en sí misma.
– De manera análoga, Maxence Hecquard invoca el
hecho de que los papas, hasta el Vaticano II, no habrían dicho ningún error en
los documentos pontificios oficiales, para concluir que la cosa es imposible en
sí misma.
En ambos casos, el razonamiento se reduce a la
fórmula: tal cosa nunca ha ocurrido, por lo tanto, nunca ocurrirá; lo cual es
evidentemente un sofisma.
L. y T.: Usted mismo es autor de un Pequeño catecismo
del sedevacantismo, que intenta resumir y refutar las principales tesis
sedevacantistas. ¿Tiene otros libros que recomendar sobre este tema?
D.: Preciso
primero que el Pequeño catecismo del sedevacantismo constituye solo una
parte del folleto sobre el sedevacantismo publicado por las ediciones de Le
Sel de la terre. La mayor parte reproduce los análisis de diferentes
teólogos del pasado sobre la cuestión del papa hereje (en particular Juan de
Santo Tomás, Billuart, los carmelitas de Salamanca, san Alfonso María de
Ligorio, etc.). Constituye, en este sentido, una recopilación documental que
creo no tiene equivalente, y permite ver, al menos, que la opinión según la
cual un papa hereje perdería automáticamente su cargo sin ninguna intervención
de los obispos está muy lejos de imponerse.
Por lo demás, el Catecismo católico de la crisis
en la Iglesia, del padre Gaudron (Fraternidad Sacerdotal San Pío X),
contiene todo un capítulo sobre el magisterio de la Iglesia. Explica de manera
muy pedagógica, por preguntas y respuestas, las condiciones de la
infalibilidad, distinguiendo todo aquello que los sedevacantistas tienden a
confundir.
Pero siempre será provechoso volver a los escritos
de los grandes combatientes que fueron Mons. Lefebvre (ver especialmente Lo
destronaron) y el padre Calmel (Apología por la Iglesia de siempre).
Dado que la crisis en la Iglesia parece prolongarse indefinidamente, es
importante hacer descubrir estos libros a las nuevas generaciones.
NOTAS:
[1] —
Incluso hubo dos reseñas de esta obra en Le Sel de la terre: nº 65, p.
172 y nº 76, p. 198.
[2] — Se encuentra en Le Sel de la terre nº 41, pp. 243-247.
[3] — MH reconoce él mismo que el carácter pastoral del Vaticano II fue
subrayado hasta la saciedad por los papas conciliares (p. 93).
[4] — «¿Pero cuándo habla el papa como persona privada? En sí, cuando el papa
se dirige al público, lo hace necesariamente en tanto que papa, salvo que
precise explícitamente que no se dirige a toda la Iglesia en calidad de papa,
lo cual nunca ocurre» (p. 60). «Así, la persona privada del papa se limita ante
todo al hombre fuera de su función, cuando no habla desde su trono, es decir, ex
cathedra» (pp. 60-61).
[5] — Esto es, por lo demás, lo que parece decir el propio Maxence Hecquard en
la página 60, cuando afirma que esos AAS no contienen enseñanza del papa como doctor
privado: «De hecho, los Acta Sanctae Sedis reúnen todas las
declaraciones de los papas sin distinción de destinatarios».
[6] — Maxence Hecquard se refiere a la numeración dada por Dz (H. Denzinger y
Cl. Bannwart, Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de
rebus fidei et morum). En DS (H.
Denzinger y A. Schönmetzer, Enchiridion symbolorum definitionum et
declarationum de rebus fidei et morum), es el número 3074.
[7] — Ninguno de estos documentos constituye una definición ex cathedra.
[8] — Véase Le Sel de la terre nº 91, p. 174 y ss.
[9] — Para comprender cómo la aprobación por parte del papa de esta condena no
va contra la infalibilidad pontificia, puede consultarse el artículo del padre
Choupin, «Decretos de las congregaciones del Índice y de la Inquisición sobre
Galileo», publicado en Le Sel de la terre nº 23, p. 184.
[10] — «Al declarar infalible al papa, el Vaticano I adoptará en 1870 la
doctrina del gran teólogo jesuita» (p. 40).
[11] — «Belarmino […] considera probable y piadosamente creíble la opinión de
Piggio, quien piensa que, incluso como persona privada, el papa no puede ser
hereje» (p. 40).
[12] — Véase Suma Teológica, II-II, q. 1, a. 10.
[13] — www.lifesitenews.com/news/prominent-clergy-scholars-accuse-pope-francis-of-heresy-in-open-letter. Entre los autores de esta Carta, se destaca el
profesor Paolo Pasqualucci (de quien Le Sel de la terre ha publicado
varios textos) y dos padres dominicos, los padres Thomas Crean y Aidan Nichols.
[14] — Artículo publicado el 21 de marzo de 2019 por fr.news, disponible en
Gloria.tv.