Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

sábado, 20 de diciembre de 2025

¿ESTÁN RECONSTRUYENDO EL TERCER TEMPLO DE JERUSALÉN?

 


Por CONSTANTINUS


Solución final del problema palestino y reconstrucción del tercer Templo

 

En concomitancia con la solución final de la cuestión palestina, llevada adelante —desde 1948— por el ejército israelí y llegada a su meta en estos días en la Franja de Gaza (octubre/diciembre de 2025), los jerarcas del sionismo actual comienzan a hablar ya explícitamente de la reconstrucción del tercer Templo de Jerusalén y del advenimiento de su “mesías”, después de haber destruido la mezquita de Omar.

Además, se muestran en fotografías junto a una novilla roja (llegada a Tierra Santa, hace algunos meses, desde un rancho estadounidense de integralistas fundamentalistas protestantes) sin ninguna imperfección, que según la lectura talmúdica del Antiguo Testamento sería la conditio sine qua non para reedificar el Templo y para ofrecer el sacrificio al “mesías” próximamente venidero, que según la teología católica es el Anticristo.

 

El Estado de Israel está en peligro, según los historiadores israelíes más avisados

 

Sin embargo, el profesor israelí Isaac Rabkin observa con razón: «El Estado de Israel está en peligro […]. Aquello que se presentaba como un refugio, incluso el refugio por excelencia, se habría convertido en el lugar más peligroso para los judíos. Son cada vez más numerosos los israelíes que se sienten atrapados en una “trampa sanguinaria”. […] Y crece el número de quienes expresan dudas acerca de la supervivencia de un Estado de Israel creado en Oriente Medio, en esa “zona peligrosa” […]. Los teóricos del antisionismo rabínico sostienen […] que la shoah es solo el inicio de un largo proceso de destrucción, que la existencia del Estado de Israel no hace sino agravar. […] Concentrar [alrededor de ocho/nueve, n. del a.] millones de judíos en un lugar tan peligroso roza la locura suicida». (Una amenaza interna. Historia de la oposición judía al sionismo, Verona, Ombre corte, 2005, p. 211).

 

El Templo de Jerusalén y su historia

 

El primer Templo fue proyectado por el rey David, pero fue realizado por su hijo Salomón alrededor del año 1000 antes de Cristo; luego fue destruido en 586 a. C. por los babilonios y fue reconstruido por Ciro (el rey de los persas, que liberó a los judíos de la cautividad babilónica, que duró unos 70 años) en 516; finalmente, fue restaurado por orden de Herodes el Grande a partir del 19 a. C. hasta pocos años antes de su destrucción en el 70. Desde entonces hasta hoy los judíos ya no tienen Templo, Sacrificio ni Sacerdocio. Por ello, buscan desesperadamente reconstruir el primero para recuperar también los otros dos, que son los tres elementos constitutivos y esenciales de toda religión, faltando los cuales la religión cesa.

Ahora bien, admitido y no concedido que puedan lograr reconstruir el Templo sobre las ruinas de la Mezquita de Omar, parece muy improbable que puedan reconstruir la línea genética de la descendencia aronítica de los sacerdotes y que puedan identificar el lugar exacto del Sancta Sanctorum, que puede ser pisado una sola vez al año por el Sumo Sacerdote, cuya ubicación ya no es rastreable después de la destrucción del Templo en el 70 y de los planos del mismo.

 

Donald Trump y Ciro el Grande

 

Donald Trump, el 14 de mayo de 2018, decidió trasladar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, la cual es presentada por el presidente estadounidense ya no como ciudad internacionalizada, sino como capital del solo Estado de Israel y de los israelíes, excluyendo así a los palestinos (cristianos e islámicos), que son “un pueblo sin Estado” y dentro de poco sin siquiera el poco de tierra (solo el 22 % de Palestina) que aún les queda en la Franja de Gaza y en Cisjordania.
Además, el Mikdash Education Center ha hecho acuñar recientemente una medalla con los rostros de Trump y de Ciro el Grande, el antiguo rey de Persia (558-529 a. C.), que permitió el retorno de los judíos a la patria en el año 539, después de que Nabucodonosor II, el rey babilonio (605-562 a. C.), hubiera conquistado y destruido Jerusalén con el primer Templo en 587/586, deportando a sus habitantes a Babilonia.

La inscripción colocada en la medalla en hebreo, árabe e inglés celebra a Trump como aquel que, según las aspiraciones del Nuevo Sanedrín recreado en Israel, conducirá a la reconstrucción del Templo judío sobre lo que ahora es la llamada Explanada de las Mezquitas, en el corazón de Jerusalén.
El Mikdash Education Center es uno de los tantos grupos rabínicos que promueven el proyecto de reedificación del Templo, que fue destruido en el año 70 d. C. por los romanos.

La curiosa conexión entre el presidente Trump y Ciro el Grande encuentra explicación precisamente en esta analogía: así como (Esdras, I, 2-3) Ciro hizo reconstruir el segundo Templo (después de que el primero, el de Salomón, hubiera sido destruido por los babilonios en 586 a. C.), del mismo modo se esperaba que el probable futuro presidente estadounidense (bien conocido por sus simpatías filoisraelíes) pudiera finalmente realizar el sueño de reedificar el Santuario destruido por Tito.

 

El paseo de Sharon por la explanada del Templo (28 de septiembre de 2000)

 

La reconstrucción del Templo, junto con la pretensión sobre cada centímetro cuadrado de la Tierra de Israel (Eretz Israel) y la necesidad de alejar a los goyim (los no judíos o los “paganos”, tanto cristianos como musulmanes) de lo que quiere ser un Estado étnico de solo judíos, fue impulsada por el paseo por la explanada del Templo realizado el 28 de septiembre de 2000 por Ariel Sharon: fue un gesto simbólico que afirmaba la necesidad de llegar lo antes posible a la reconstrucción del Templo.

 

Los colonos israelíes invaden la mezquita de Al-Aqsa (23 de julio de 2000)

 

Por ello, se comprende y se capta la relevancia teológica de tal “paseo” de Sharon, al que siguió la “marcha nocturna” —el 23 de julio de 2000— de cientos de colonos israelíes, que invadieron la Mezquita de Al-Aqsa, en la Explanada del Templo, acompañando dicha “marcha” con la celebración de ritos litúrgicos judíos (que, en cambio, solo podrían ser celebrados por sacerdotes genéticamente descendientes de Aarón y elegidos por otros sacerdotes) en lo que era el espacio donde se alzaba el Templo y donde únicamente podían ofrecerse los sacrificios a Dios en el Antiguo Testamento, con el riesgo de pisotear el pavimento del Sancta Sanctorum, que solo podía ser pisado por el Sumo Sacerdote una sola vez al año, como señal de la voluntad de Israel de reconstruir el Templo después de hacer volar o derrumbar (por las excavaciones “arqueológicas” realizadas bajo ella) la Mezquita de Al-Aqsa y la Mezquita de Omar o Cúpula Dorada.

Los medios del mundo laico y occidental/atlántico no comprendieron la relevancia teológica de tales acontecimientos o no quisieron comprenderla. La discernieron, en cambio, muy bien los palestinos, que como respuesta hicieron estallar la “Segunda Intifada”.

Además, la Knéset (el Parlamento israelí) el 19 de julio de 2018 definió a Israel como “Estado/Nación del pueblo judío” y degradó la lengua árabe (hablada por unos 2 millones de personas en Palestina) de “lengua oficial” a “lengua de interés”; ya entonces comenzaba la cancelación de los palestinos, que está teniendo ahora —octubre/diciembre de 2025— su cumplimiento y término en la Franja de Gaza.

Finalmente, el 13 de febrero de 2002 medio millón de israelíes marchó, en una manifestación organizada por los Fieles del Templo, hasta las cercanías de la Explanada de las Mezquitas, jurando apoderarse de toda Jerusalén.

El 28 de abril de 2017 la Unesco censuró las “provocaciones continuas, que dificultan los actos de culto islámicos en el sitio de las dos Mezquitas” (www.repubblica.it/esteri/2017/05/02/news).

Al mismo tiempo, en Israel existen desde hace años asociaciones que trabajan, de manera práctica, por la “próxima” reconstrucción del Templo. Una de las más activas y poderosas es la “Ateret Cohanim Yeshivà”, una escuela rabínica que se ocupa de formar a los futuros sacerdotes del Templo.

 

El lobby “calvinista/sionista americano”

 

Puede destacarse, con razón, la importancia del papel desempeñado por el lobby judeo/americano, llamado inexactamente “cristiano/sionista”, cuando debería denominarse con mayor precisión “protestante/sionista”, porque está compuesto por unos 20/40 millones de protestantes evangélicos estadounidenses, que se remiten casi exclusivamente a la historia de Israel del Antiguo Testamento, sin prácticamente ninguna referencia a Jesucristo y al Nuevo Testamento, a la Santísima Trinidad y a la divinidad de Cristo. Estos consideran que es necesario hacer regresar a todos los judíos a Palestina para que puedan reconstruir el tercer Templo y acelerar la segunda venida de Jesús.
Según algunos Padres de la Iglesia (san Ireneo de Lyon, san Hipólito Romano, san Cirilo de Jerusalén, san Juan Damasceno), durante el Reino del Anticristo final (antes de la Parusía), muy probablemente será reconstruido —pero solo en parte— el Templo de Jerusalén; pero luego el Anticristo perseguirá también al judaísmo rabínico, la parte inicial del Templo será destruida y entonces “Omnis Israel salvabitur / Israel en masa se convertirá a Cristo” (Rom., XI, 26).

 

Tierra Santa bajo Roma (año 135), bajo los cristianos (313) y bajo los musulmanes (635)

 

Los judíos, expulsados definitivamente de Palestina por el emperador Adriano en el año 135 d. C., con la prohibición de regresar bajo pena de muerte, en el siglo VII d. C. (al no existir ya el Imperio Romano de Occidente) intentaron retomar Jerusalén y Judea, aprovechando la debilidad del Imperio Romano de Oriente o Bizantino.

Ellos llamaron en su ayuda —y mal les fue— al rey persa Cosroes II (590-628), rebelándose contra el emperador bizantino Heraclio (610-641). El rey persa en 613 conquistó y destruyó Jerusalén, pero luego fue derrotado en Nínive en 627 por el emperador bizantino Heraclio.

Los persas dañaron también las iglesias cristianas de Jerusalén, incluidas las que se alzaban cerca de las ruinas del Templo. Además, dieron “a los judíos la ocasión de apoderarse de la Ciudad Santa y de masacrar a los cristianos. Los israelitas durante 15 años (hasta 628) pudieron reinstalarse en Jerusalén, creando un gobierno autónomo bajo la dependencia de Cosroes. […]. La toma de Jerusalén por parte de los persas fue posible también gracias a la colaboración de un verdadero ejército judío de la Diáspora: una milicia de unos 20 mil israelitas comandados por un jefe llamado Nehemías ben Hushiel. Los primeros en pagar las consecuencias fueron los cristiano-romanos de Jerusalén, que en los primeros días de la toma de la ciudad fueron víctimas de una matanza indiscriminada, con decenas de miles de muertos y la profanación de todas las iglesias. La venganza judía contra los cristianos fue terrible. […]. En el momento de la conquista y con el beneplácito inicial de Cosroes, Nehemías tomó —de hecho— el dominio de la ciudad, mostrándose interesado en reconstruir el Templo. El poder judío duró solo algunos años, hasta que la contraofensiva bizantina restableció el dominio cristiano sobre Oriente Medio en 628” (G. Marletta, La guerra del Templo. Escatología e historia del conflicto de Oriente Medio, San Demetrio Corone, Edizioni Irfan, 2018, p. 51).

Jerusalén volvió a los cristianos, pero por pocos años. En efecto, en 635 los musulmanes árabes la ocuparon y permanecieron allí de manera estable, excepto en el período que va de 1096-1099 hasta 1187.

Los cristianos reconstruyeron y restauraron las iglesias destruidas y dañadas; Heraclio expulsó a la población judía de Jerusalén y prohibió nuevamente la entrada de los israelitas en la Ciudad Santa. A la llegada de los árabes a Jerusalén, el patriarca católico de Jerusalén, Sofronio, obtuvo la libertad de culto a cambio del pago de un impuesto relativamente oneroso y también el compromiso de los musulmanes de defender a los cristianos de la venganza de los judíos.
El califa Omar, al visitar la Ciudad Santa, decidió despejar la explanada del Templo y construir allí la Mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula Dorada o Mezquita de Omar, edificadas por arquitectos de escuela bizantina, según la tradición arquitectónica cristiano-oriental. Además, los califas musulmanes dieron a los judíos permiso para regresar a Jerusalén y reconstituir allí una comunidad religiosa judía. La relación entre islam y judaísmo fue en general más pacífica que entre islam y cristianismo. Sin embargo, hasta el siglo XI hubo una cierta tolerancia del islam también respecto de los cristianos de Tierra Santa, pero con el ascenso al poder en Egipto del imán Al-Hakim, de la secta ismaelita, comenzó una verdadera persecución anticristiana, que llevó a la destrucción de la Basílica del Santo Sepulcro y, por consiguiente, a la reacción de la Cristiandad (1095) con las famosas Cruzadas.

Las primeras iglesias cristianas comenzaron a ser edificadas en Jerusalén con la conversión de Constantino al cristianismo (año 312). En el Monte del Templo (primer Templo, 1000 a. C.; segundo Templo, 516 a. C.) o Monte Moria —en el cual, según la tradición, fue creado y murió Adán y donde Abraham, hacia el año 1900 a. C., estuvo a punto de sacrificar a Isaac; donde Adriano edificó el templo a Júpiter Capitolino (132) y desde donde Mahoma habría “ascendido al cielo”— fue erigida la iglesia del Santo Sepulcro de Cristo y dedicada oficialmente el 13 de septiembre de 335, cerca del Gólgota donde Cristo fue crucificado. Con la dominación musulmana (635), las iglesias cristianas, aun no siendo destruidas, dejaron de ser edificadas. En la explanada del Templo y en las cercanías de la iglesia del Santo Sepulcro fue edificada, hacia la mitad del siglo VII, la Mezquita de Omar y luego, en 691-692, la Cúpula de la Roca en el centro de la explanada. Fue precisamente el islam el que consintió la conservación de una presencia judía en Jerusalén (cf. Vincent Lemire, Jerusalén. Historia de una ciudad-mundo desde los orígenes hasta hoy, Turín, Einaudi, 2017, pp. 71-81).

 

Conclusión

 

Estos acontecimientos en Tierra Santa, junto con lo que sucede entre Rusia y Ucrania, entre Tsáhal y el Líbano, nos hacen pensar en lo que ocurrió en los tiempos del Diluvio Universal, cuando la humanidad —en tiempos de Noé— dejó a Dios un solo modo para enderezarla: el castigo de su Justicia; pero al mismo tiempo la Misericordia del Señor concedió a los hombres un período considerable para hacer penitencia (unos 120 años desde el anuncio del Diluvio, siete días desde el inicio del Diluvio hasta el cierre del arca, cuarenta días y noches de lluvia ininterrumpida y 150 días para el proceso de reabsorción del Diluvio).
Del mismo modo, hoy, un castigo mundial, anunciado también por el inminente intento (anticrístico y apocalíptico) de reconstruir el tercer Templo, es el único modo de acción que la humanidad ha dejado a Dios para que un gran número de almas pueda aún salvarse del horror de condenarse por la eternidad. El castigo de la Justicia divina deja siempre un espacio a la Misericordia: si el hombre se arrepiente y acepta la Gracia de Dios, se salva; si persevera en el mal y rechaza a Dios, se condena.

Es lo que sucederá dentro de no mucho, si pensamos conforme a lo que enseña la “Maestra más desoída por el hombre: la Historia Sagrada” y la ponemos en relación con el modo de vivir del hombre contemporáneo.
El fuego de la ira de Dios, mediante las terribles armas recién probadas, podría derramarse sobre nuestra cabeza.

Construyamos, por tanto, en el interior de nuestra alma una “celda interior” (santa Catalina de Siena), una especie de “arca” donde vivir ocultos junto al Señor, y unámonos a los pequeños oasis de justos que viven en la presencia de Dios, en espera de que el Diluvio y el azufre del Cielo hayan pasado.
¿Sería posible salir de este estado de cosas? Solo si volviéramos a Dios; pues “nuestro ánimo es infeliz hasta que no descansa en el Señor” (san Agustín), quien solo, siendo el Summum Bonum, puede aliviar las angustias y los problemas del hombre; entonces las cosas podrían encontrar una cierta solución.

Costantinus

 

https://www.sisinono.org/anno-2025/490-15-ottobre-2025.html

 

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