LA VERDADERA Y MAS TRAGICA RAIZ DE LA APOSTASIA DE ESPAÑA: LA
TRAICION DE LOS ECLESIASTICOS.
En estas
mismas páginas he leído un excelente trabajo del Dr. Madrid Corcuera sobre esta
noche triste de España. Hora de descomposición nacional, familiar y mental,
hora de todos los vicios y corrupciones, hora de deshonor y de traición; hora
muy bien calificada de apostasía respecto a todo lo que creímos y lo que fuimos.
Se cumplen
hoy a la letra las famosas palabras de Menéndez Pelayo: "Hoy presenciamos el suicidio de un pueblo
que, engañado mil veces, empobrecido, mermado y desolado, emplea en destrozarse
las pocas fuerzas que le restan y, corriendo tras los vanos trampantojos de una
falsa y postiza cultura, hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a
cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su
pensamiento, reniega de cuanto en la historia nos hizo grandes, arroja a los
cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la
destrucción de la única España que el mundo conoce, de la única cuyo solo
recuerdo tiene virtud bastante para retrasar nuestra agonía”.
En ello
estamos, desgraciadamente y fuerte trago es para los que alcanzamos a vivir
aquella última explosión de fe y de heroísmo patrio que fue el Alzamiento
Nacional. Ni aquello puede olvidarse ni esto puede disimularse. En poco airoso
lugar han quedado tantos periodistas y escritores que durante años ponderaron
con falta de humildad y sobra de presunción la “reciedumbre” de nuestro pueblo.
La generación inmediata a aquellos que lo dieron todo por Dios y por España ha
abrazado, en alta proporción, las banderas de sus enemigos, es decir, las del
ejército de la impiedad.
Sin
embargo, el Dr. Madrid Corcuera ha omitido en esta ocasión -que no en otras- la
verdadera y más trágica raíz de esa apostasía: la traición de los
eclesiásticos. No sé si la fidelidad de éstos al auténtico magisterio de la Iglesia
hubiera evitado esta contaminación mental, pero, sin duda, de no haberse
producido ese cambio en el clero, existiría hoy en Navarra y en toda España una
reacción vigorosa y eficaz, quizá mayor que la de 1936. Es ese desarme moral el
que ha dejado exánime el cuerpo de la patria.
Mal está
esa apostasía en hijos de quienes murieron por la patria y por la Cristiandad,
pero es incalculablemente peor el caso de quienes recibieron una formación
religiosa profunda y dedicaron su vida al servicio de la Iglesia. ¿Qué les
llevó a abrazar el sacerdocio? ¿Qué enseñanza recibieron? Ahí reside el misterio de iniquidad de este tiempo nuestro.
Nadie piense que mediante la captación de adeptos
o el apostolado de individuos o grupos va a conocer una resurrección de la fe y
de la patria (Esa acción es válida y necesaria para la salvación de almas y
para conservar el rescoldo), Ni tampoco lo espere de la mecánica electoral de
los partidos. Porque la conservación de la fe -y aún más su resurgimiento-
requiere de un ambiente apropiado. Y la democracia moderna es cabalmente el
ambiente contrario, la anti-religión. De aquí el imperativo famoso de Maurras: Politique d'abord, política ante todo.
El
cristianismo se propagó en Europa de un modo casi milagroso con una palpable
intervención divina. Así se cristianizaron rápidamente los pueblos bárbaros que
invadieron el Imperio de Occidente: así la victoria de Puente Milvio -victoria
de la Santa Cruz- y la conversión en cristiano del Imperio de Oriente por
Constantino.
Pero
después de estos hechos iniciales la fe se arraigó y conservó por medios que llamaríamos
naturales: las instituciones y las costumbres la abrigaban en su seno, al
tiempo que ella vivificaba desde lo íntimo esas mismas costumbres e instituciones.
Y la Cristiandad irradió hacia el exterior su fe religiosa a la vez que se
extendía ella misma por el ámbito exterior.
A Dios no
debe pedírsele milagros: menos aún para que renazca aquello que por nuestra
traición o nuestra desidia hemos dejado perder. El nos ayuda siempre si ponemos
los medios. En este caso, si luchamos por recuperar el ambiente apropiado.
Rafael
GAMBRA
Siempre p´alante, 4 de
diciembre de 1982.
