Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

martes, 4 de noviembre de 2025

CUATRO RAZONES PARA RECHAZAR EL NUEVO ROSARIO

 



Por P. FABRICE DELESTRE

 

En un artículo publicado en Le Lien, boletín trimestral de la Cruzada del Rosario, y del cual damos los principales extractos, el P. Delestre presenta cuatro razones para rechazar el nuevo rosario [1].

Le Sel de la terre.

 

1.             — El rosario, tal como ha sido recitado desde la época de santo Domingo (hacia 1170-1221), es decir, desde hace ocho siglos, ha dado innumerables pruebas de su eficacia sobrenatural, tanto en el plano individual (es un instrumento poderoso de santificación, gracias al cual el cielo se ha poblado y se poblará, hasta el fin del mundo, de innumerables elegidos) como en el plano social y político, al asegurar la victoria de la cristiandad sobre los enemigos de la verdadera fe (cátaros, musulmanes y protestantes en particular: toda la historia de la Iglesia desde el siglo XIII da testimonio de ello). El santo rosario, habiendo demostrado así su perfecta eficacia durante ocho siglos para asegurar la salvación de las almas y de la Iglesia militante, no tiene ninguna razón para ser modificado sustancialmente. Además, en sus últimas apariciones de Fátima, reconocidas por la Iglesia y que el Papa evoca en su carta apostólica (§ 7), la santísima Virgen pide, en cada una de sus apariciones, la recitación diaria del rosario tal como siempre se ha practicado.

2. — El Antiguo Testamento contiene 150 salmos, que forman la trama del Oficio Divino o breviario que los sacerdotes están obligados a recitar cada día, en honor de la Santísima Trinidad y de Nuestro Señor Jesucristo. Este Oficio Divino está ordenado de tal modo que, cada semana, el sacerdote recita al menos una vez cada salmo. El rosario, con sus 150 Ave María recitados en honor de Nuestra Señora, ha sido siempre considerado, en el espíritu de la Iglesia, como el equivalente del Oficio Divino; por esta razón fue llamado “el salterio de Nuestra Señora”, lo que tenía la ventaja de subrayar bien el lugar especial y único ocupado por Nuestra Señora en la devoción de la Iglesia, y por consiguiente el culto particular que se debe rendir a la santísima Virgen María: el culto de hiperdulía.
El mismo Papa subraya esta correspondencia entre las 150 Ave del rosario y los 150 salmos del Antiguo Testamento (§ 19). ¿Por qué entonces añadir cinco nuevos misterios, haciendo así pasar el rosario a 200 Ave María, lo cual introduce confusión y rompe la bella simetría que expresaba tan bien la verdadera devoción de la Iglesia en toda su riqueza tan perfectamente ordenada?

3. — De igual modo, hay una elocuente correspondencia entre los quince misterios del rosario y los tiempos más importantes del año litúrgico:
— los cinco misterios gozosos, centrados en la encarnación y el nacimiento de Nuestro Señor, hacen eco a los tiempos litúrgicos del Adviento y de la Navidad;
— los cinco misterios dolorosos nos sumergen en el espíritu del tiempo de Cuaresma, todo orientado hacia la pasión de Nuestro Señor y su muerte en la cruz;
— finalmente, los cinco misterios gloriosos recuerdan a nuestras almas el tiempo pascual y su espíritu lleno de gozo y de esperanza sobrenatural [2].

Pero mientras que el año litúrgico tiene por fin “hacer que el cristiano participe, estación por estación y casi día por día, de los sentimientos de Cristo en sus diversos misterios y así [hacer] vivir al hombre de la vida en Dios [3]”, el rosario considera los principales misterios de la vida de Nuestro Señor de otro modo: “Prestando una atención muy explícita al lugar que ocupa Nuestra Señora en ellos [4].” De ahí se sigue que el año litúrgico y el santo rosario, complementarios uno del otro, tienen cada uno su lugar bien definido en la vida cristiana: “[…] La liturgia no suprime el rosario, que posee un carácter propio e irreductible [5].”

Proponer cinco nuevos misterios, centrados en Nuestro Señor y de los cuales María está casi totalmente ausente [6], “a fin de dar una consistencia claramente más cristológica al rosario [7]”, equivale a desnaturalizar este último al no respetar su especificidad, lo cual es muy grave. Hay aquí un peligro muy real que puede conducir a un nuevo desprecio del rosario y a nuevos ataques contra su utilidad en la vida cristiana: si se hace perder al rosario su “carácter propio e irreductible”, se volverá inútil para muchos, pues será considerado como redundante respecto de la liturgia.

4.Estos nuevos misterios de “consistencia cristológica” disminuyen el carácter mariano del rosario, oscureciendo al mismo tiempo el lugar único que ocupa María en el plan de la redención: el de mediadora universal de todas las gracias, en virtud de su corredención al pie de la cruz. De hecho, en el texto de la carta apostólica del Papa, no se encuentran mencionados ni una sola vez los términos de “maternidad divina y virginal”, de “inmaculada concepción”, de “corredentora”, de “mediadora universal de todas las gracias”, que remiten todos a los privilegios únicos recibidos por la santísima Virgen, y cuyos dos primeros son dogmas de fe definidos, el primero en el año 431 en el Concilio de Éfeso, el segundo en 1854 por el Papa Pío IX.

Solo se menciona el privilegio de la Asunción una única vez, en el número 23 de la carta apostólica. Se tiene la clara impresión de que el Papa busca evitar el uso de términos que desagradan tanto a los protestantes y que podrían crear nuevos obstáculos al ecumenismo conciliar, al tiempo que intenta hacer aceptable para esos mismos protestantes un rosario revisado y corregido que permita “profundizar la implicación antropológica del rosario, una implicación más radical de lo que parece a primera vista. Quien se dispone a contemplar a Cristo recordando las etapas de su vida no puede dejar de descubrir también en Él la verdad sobre el hombre. Esta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, objeto tan a menudo de mi magisterio, desde la encíclica Redemptor hominis: ‘En realidad, el misterio del hombre solo se ilumina verdaderamente en el misterio del Verbo encarnado’… […] Así se puede decir que cada misterio del rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre [8]”.

Ustedes coincidirán conmigo en que, en tal perspectiva, ¡ya no queda nada de la devoción mariana tradicional tal como la Iglesia siempre la había entendido y alentado!

 

NOTAS:

[1] — Le Lien 68, abril-mayo-junio 2003, p. 2-5. Secretaría: 58, av. Saint Pierre – 94420 Le Plessis Trévise.
[2] — El padre Pius Parch, en la introducción de su libro Le Guide de l’année liturgique, hace esta hermosa comparación: «El viaje a través del año eclesiástico se parece a una excursión por las montañas. Hay dos cumbres que escalar: una primera altura que es la montaña de la Navidad; una altura principal que es la montaña de la Pascua. En ambos casos, hay:
— una subida: el tiempo de preparación; el Adviento para la Navidad; la Cuaresma para la Pascua;
— un recorrido por las alturas, de una cresta a otra: de la Navidad hasta la Epifanía; de la Pascua hasta Pentecostés;
— y un descenso hacia la llanura: domingos después de la Epifanía; domingos después de Pentecostés.»

Se puede constatar que once de los quince misterios tradicionales del rosario nos permiten subir o permanecer en las alturas de las que habla el padre Pius Parch, mientras que los nuevos misterios luminosos no se encuentran, salvo el quinto, en los tiempos litúrgicos durante los cuales culmina el año eclesiástico, y no retoman un tiempo litúrgico preciso, destruyendo de este modo la correspondencia entre el rosario y el año litúrgico.

[3] — Cita de dom Festugière, tomada de su libro La Liturgie catholique.
[4] — Citas tomadas del artículo del padre Calmel O.P. titulado: «Dignité du rosaire», publicado en el nº 62 de la revista Itinéraires, abril de 1962, p. 142.
[5] — P. Calmel, ibid.
[6] — Nuestra Señora está totalmente ausente en cuatro de los cinco misterios luminosos, y si está presente en las bodas de Caná, no es el papel que ella desempeña allí lo que se nos invita a contemplar explícitamente, sino a Cristo en su autorrevelación. El Papa, además, percibió bien esta dificultad e intenta responder a la objeción al final del número 21 de la carta apostólica, explicando que si, «en estos misterios [luminosos], con excepción de Caná, María sólo está presente en segundo plano, […] la función que cumple en Caná acompaña, de cierta manera, todo el recorrido de Cristo». ¡Toda esta explicación no resulta muy convincente! Algunos podrían objetar que María no está al lado de su Hijo en los tres primeros misterios dolorosos. Al respecto, conviene comprender bien que en la meditación de la totalidad de los misterios dolorosos, se nos invita a contemplar a la Virgen de los dolores, corredentora del género humano al pie de la cruz; esta corredención de Nuestra Señora había sido profetizada por el anciano Simeón, durante la presentación del Niño Jesús en el templo (cuarto misterio gozoso), cuando le dijo a María: «A ti misma te atravesará un espada el alma, y así se revelarán los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 35). Así queda claramente puesta de relieve la continuidad que existe entre los misterios gozosos y los dolorosos, continuidad que se rompe si se intercalan los misterios luminosos, ya que María, por disposición de la divina providencia, está prácticamente ausente de la vida pública de Nuestro Señor, para significar bien que su misión no es la misma que la de los apóstoles. El padre Calmel, en conclusión de su artículo «Dignité du rosaire» ya citado, subraya muy bien la importancia capital de la corredención de María en la meditación de los misterios dolorosos: «El rosario es una oración de compasión porque se dirige a la Virgen dolorosa que sufrió infinitamente al pie de la cruz por la redención de la humanidad.»

[7] — Carta apostólica Rosarium Virginis Mariæ § 19.
[8] — Rosarium Virginis Mariæ § 24. La cita del Concilio Vaticano II está extraída de la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, nº 22.

 

 

 

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