Por JACQUES
BORDIOT
EL MESIANISMO DE LAS FINANZAS INTERNACIONALES
(Le messianisme de la finance internationale, «Lectures Françaises», n.º
171-172, julio-agosto de 1971, pp. 3-9)
La revista no conformista American Opinion
(Boston, Mass.) ha publicado un extracto que contiene dos artículos de Gary
Allen: The Bankers y The Federal Reserve, aparecidos
respectivamente en los números de marzo y abril de 1970.
Estos dos artículos nos proporcionan una amplia
documentación relativa a la acción de la Alta Finanza Internacional sobre la
política y la economía mundial, la cual confirma lo que escribió Henry Coston
en varias de sus obras, y en particular: Les Financiers qui mènent le Monde
(1955), La Haute Banque et les Trusts (1958), Le Secret des dieux
(1968).
Gary Allen cita en particular al Prof. Quigley —que
también forma parte del Establishment, la sinarquía americana—, quien
sostiene la existencia de una colusión ya antigua entre un reducido número de
personajes u organizaciones, que tienen por objetivo “nada menos que la
creación de un sistema mundial de hegemonía financiera en manos de unos pocos
individuos, capaces de dominar la política de cada país y toda la economía
mundial. El sistema estaba puesto bajo la autoridad de tipo feudal de los
Bancos Centrales del mundo, que actúan de concierto a consecuencia de acuerdos
concluidos en el curso de frecuentes encuentros y reuniones privadas”[1].
Con hierro y
fuego
Para alcanzar este fin, un medio específico: el
endeudamiento de los gobiernos hacia la Finanza Internacional.
Y este endeudamiento se provocará por dos medios ya
probados: la revolución y la guerra.
Ejemplo típico: la Revolución Francesa.
“En aquella época (1800) —escribe el Prof. Quigley—
el poder financiero estaba en manos de una quincena de casas bancarias, cuyos
fundadores, en la mayoría de los casos, habían venido de Suiza en la segunda
mitad del siglo XVIII.
Estos banqueros, todos protestantes, estaban profundamente implicados en la
agitación que llevó a la Revolución Francesa”, afirmación demostrada por Albert
Mathiez, A. Dauphin-Meunier, Albert Soboul, y más recientemente por Henry
Coston (Les Financiers qui mènent le Monde, cap. IV) y André Montagnac
(en Le Secret des dieux, cap. I).
Sería fácil
probar la participación de la Alta Finanza Internacional en todas las guerras y
en todas las revoluciones de los siglos XIX y XX. Y a veces incluso la
participación de un mismo grupo bancario apoyando a ambas partes en conflicto.
“Tal fue el caso, por ejemplo —escribe Gary Allen—,
de nuestra Guerra de Secesión.
El Norte fue financiado por los Rothschild a través de su agente americano
August Belmont, mientras que los Sudistas lo fueron por Erlanger, de la familia
Rothschild”[2].
Respecto a la Revolución de Octubre, se conoce la
poderosa ayuda financiera a los bolcheviques por parte de Jacob Schiff[3], del
banco americano Kuhn, Loeb and Co.; de Max Warburg, cuyo primer hermano,
Félix, era yerno de Jacob Schiff, y el otro, Paul, era yerno de Salomon Loeb,
ambos asociados a Kuhn, Loeb and Co.; de Olaf Ashberg, del Nye Banken
de Estocolmo; del rico banquero Jivotovsky; del Sindicato westfaliano-renano y,
finalmente, del financiero británico Lord Alfred Milner[4].
Ahora bien, como apoyo al movimiento
nacionalsocialista, desde 1932 se encuentran, al lado de Krupp von Bohlen y
Fritz Thyssen, Otto Wolf, el Deutsche Bank, el Dresdner Bank,
etc.[5]
La cosa se explica claramente sabiendo que:
- en 1918, en plena guerra, Max Warburg era uno de los jefes
del espionaje alemán, lo que obligó a su hermano Paul a dimitir de su
puesto de gobernador del Federal Reserve Board americano;
- fue uno de los responsables
del transporte, a través de Alemania, en el famoso “tren blindado”, de
Lenin y sus compañeros;
- desde Alemania financió a
los soviéticos, mientras su hermano Paul los financiaba desde los Estados
Unidos, y ambos “participaron en la Conferencia de Paz de Versalles como
representantes de sus respectivos gobiernos”[6].
Y si se quisiera buscar una prueba reciente de la
injerencia de los financieros internacionales en la evolución de los
conflictos, se la hallaría en nuestra desastrosa guerra de Indochina.
Paul Rassinier presenta con claridad el cuadro de
las luchas que se libraron, más o menos abiertamente, entre los parlamentarios
que representaban a la Unión de Bancos Americanos (René Pleven), la Unión de
Bancos Rothschild (René Mayer), los grupos financieros Gradis, Servan-Schreiber
y Lazard (Mendès-France).
“(…) los Rothschild, que no creían en la derrota, y
cuyo punto de vista al respecto coincidía con el de los bancos americanos, (…)
querían proseguir (la guerra) hasta el final, y esto explica también la
posición parlamentaria de René Mayer y de René Pleven; los Lazard, para quienes
los Cogny, los Ély, los Navarre y los de Castries no eran más que figuras
mediocres, juzgaban más prudente compartir el punto de vista de los Gradis y de
los Servan-Schreiber.
“Se dice también, y esto parece desprenderse de la
lectura de los periódicos financieros, que mientras los intereses de los
Rothschild en Indochina se encontraban principalmente en el Norte, destinado a
pasar a manos de Ho Chi Minh en caso de compromiso, los de los Lazard, los
Gradis y los Servan-Schreiber se encontraban sobre todo en el Sur, que el compromiso
podía salvar”[7].
¿Queremos hablar del apoyo de la Shell al Frente de
Liberación de Argelia o de la injerencia de los petroleros en la secesión de
Biafra?
Entonces está plenamente justificado lo que escribe
Oswald Spengler:
«No existe ningún movimiento proletario,
ni siquiera comunista, que no haya trabajado en interés del dinero, según las
directrices del dinero y durante todo el tiempo permitido por el dinero, y ello
sin que sus líderes idealistas tuvieran la más mínima sospecha»[8].
La hegemonía
financiera de los Bancos Centrales
El sistema bancario moderno funciona —a despecho de
los vituperios de los manuales escolares— según las ideas de John Law.
“Él sostenía como teoría que el sistema económico
de su época se debilitaba a causa de la penuria de numerario. Y, tomando como
modelo el Banco de Ámsterdam, realizó un plan para crear todo el dinero que un
país necesitaba”[9].
“Law preconizaba el papel moneda, el billete
bancario que circula rápidamente, enriquece a diez comerciantes en poco tiempo
y, verdadera sangre de la economía, reanima por todas partes la actividad,
determina compras y ventas, hace surgir productos manufacturados y víveres. Tenía
ideas nuevas sobre la cobertura de los billetes: estos ya no debían estar
garantizados únicamente por los metales preciosos, sino por todos los bienes
muebles e inmuebles del Estado, que constituían una garantía creciente. El
Estado podría emitir grandes cantidades de billetes y reembolsar sus deudas. Pero,
para asegurar la cobertura de los billetes, debía ser conducido poco a poco a
controlar toda la economía.
Era el “Sistema”[10].
La inyección masiva de dinero fiduciario en la
economía provocó su rápido desarrollo. Pero, al mismo tiempo, Law había
instaurado la inflación, que debía llevar automáticamente a la devaluación del
papel moneda. Solo ganaron: el Estado, que pudo reembolsar sus deudas en
“moneda fundente”; los financieros y algunos particulares (el príncipe de
Conti, el duque de Borbón…), lo bastante astutos como para haber canjeado en
las cortes más altas su “papel”, moneda o títulos, por especies.
La lección no se perdió: la bancarrota de
Law, como más tarde la de los asignados, había probado a los financieros que si
la inflación arruinaba a los ahorradores, podía asegurar la fortuna y el poder
de aquellos que más hábilmente sabían manejar el dinero, sobre todo si se
ponían de acuerdo en sus manipulaciones monetarias.
Todo esto está confirmado por una carta del
25 de junio de 1863 escrita por los hermanos Rothschild de Londres a un
banquero de Nueva York:
«Las pocas personas que pueden comprender el sistema (libreta de cheques y del
crédito) mostrarán tanto interés por sus beneficios, o dependerán en tal grado
de sus ventajas, que no debemos esperar ninguna oposición; por otra parte, en
cambio, la gran masa del público, mentalmente incapaz de comprender las enormes
ventajas que el capital obtiene de este sistema, soportará sus costos sin
quejarse, y, quizá, sin siquiera sospechar que este sistema es contrario a sus
intereses»[11].
El 18 de enero de 1800, el banquero
Perrégaux hizo firmar al Primer Cónsul el decreto que instituía el Banco de
Francia, según las ideas de Law, y como ya se había hecho con el Banco de
Inglaterra. «Este debía permanecer como un banco privado administrado por
Gobernadores, elegidos por los 200 mayores accionistas, quienes nombraban ellos
mismos a su presidente»[12].
En 1806 obtuvo el privilegio de emitir
papel moneda (franco Germinal).
El 22 de abril del mismo año, «una operación desafortunadísima en la plaza
española llevó al emperador a ponerlo bajo el control directo del Estado, pero
los representantes de los accionistas continuaron desempeñando un papel
preponderante en su dirección»[13].
Y, en efecto, estaba “manipulado” por el
famoso Sindicato Internacional, compuesto por financieros que jugaban en todas
las mesas: los Rothschild y los Boyd (París y Londres), los Hope y los
Labouchère (Ámsterdam), los Parish (Hamburgo), los Baring (Londres) y los
Bethman (Fráncfort).
Este estado de cosas duró hasta 1936.
Nacionalizado definitivamente en 1945, sin
embargo, permaneció bajo el control de la Alta Finanza, cualesquiera que fueran
los gobiernos y los gobernadores sucesivos.
«Los banqueros internacionales que eran
propietarios de los Bancos de Inglaterra y de Francia, los controlaban, y han
conservado su influencia sobre ellos, incluso después de que estos bancos hayan
sido teóricamente socializados»[14].
Y estos banqueros —escribe el Prof.
Quigley— forman «un sistema de cooperación internacional y de dominio nacional
más discreto, más poderoso y más secreto que el de sus agentes en los bancos
centrales»[15].
De
ahí la importancia que los banqueros internacionales atribuyen a la creación de
bancos centrales en los principales países del mundo.
«Todos
aquellos que han pensado en establecer un poder dictatorial sobre las naciones
modernas han comprendido la necesidad de un banco central.
Cuando
la misteriosa asociación que se hacía llamar “Liga de los Hombres Justos” pagó
a un escritor revolucionario llamado Karl Marx para redactar una declaración de
batalla titulada El Manifiesto
Comunista, la quinta proposición especificaba: “Centralización del
crédito en manos del Estado por medio de un banco nacional con capital estatal
y monopolio exclusivo”»[16].
En
Europa, todos los países que fueron blanco de ello obedecieron, con excepción
de Rusia, «donde el zar rehusó la institución de un banco central bajo control
extranjero. Esto podría explicar por qué tantos banqueros internacionales
estuvieron implicados en el financiamiento de la Revolución comunista en Rusia»[17].
Tampoco los Estados Unidos escaparon a la
regla.
Desde los primeros días de la joven república, los banqueros europeos buscaron
imponer su control con la creación del Banco de los Estados Unidos.
«En la sombra, los Rothschild tuvieron durante mucho tiempo una fuerte
influencia imponiendo las leyes financieras.
Los archivos legislativos muestran su poder
en el antiguo Banco de los Estados Unidos»[18], suprimido por el presidente
Jackson en 1836.
Pero la financiación de la Guerra de
Secesión obligó al presidente Lincoln a recurrir a los bancos internacionales.
En 1863, éstos le impusieron la National
Bank Act, según la cual compraban los títulos del Estado que
devengaban intereses, y a cambio de los cuales emitían billetes de banco sin
intereses.
De este régimen, que duró hasta 1913, un
reducido número de bancos obtuvo amplios márgenes de beneficio: J. P. Morgan,
Kuhn-Loeb, J. y W. Seligman, Speyer, los Brown Brothers, y luego el Chase Bank de John D.
Rockefeller y el National City
Bank of New York de su hermano William[19].
La
conspiración de Jekyll Island
Estos financieros, que hasta entonces
habían estado enfrentados, acabaron por reconocer “sus intereses comunes”:
sustituyeron su rivalidad por un entendimiento, aprovechando los estrechos
lazos con los banqueros europeos para formar una red mundial.
Y ese entendimiento precisó su intención de
crear un nuevo banco central.
Para convencer de sus puntos de vista a los
banqueros reacios, encargaron a J. Pierpont Morgan provocar una serie de
pánicos financieros. A raíz de uno de estos pánicos, el 8 de febrero de 1895,
Morgan «fue a hablar con decisión con Grover Cleveland en su despacho de la
Casa Blanca para (…) negociar un préstamo de 65 millones de dólares-oro de los
Rothschild»[20], con el fin de salir de una situación creada por él mismo.
A la cabeza de los promotores del banco
central se encontraba Paul Warburg, de Kuhn,
Loeb and Co.
Después del pánico de 1907, se reunió con
el presidente de la Comisión Monetaria Nacional, el senador Nelson Aldrich,
criatura de Pierpont Morgan y futuro suegro de J. Rockefeller Jr., y con otros
banqueros. Luego, hacia finales de 1910, Aldrich convocó en Jekyll Island, en
Georgia, con el pretexto de una partida de caza, una reunión más que discreta
que agrupaba, además de a Warburg, a los “iniciados” (Insiders) Henry P. Davison (J.
P. Morgan), Frank A. Vanderlip, presidente del National City Bank (Rockefeller), A. Platt Andrew,
subsecretario del Tesoro, y Benjamin Strong, presidente de la Bankers Trust Co. (J. P.
Morgan).
En esta reunión se elaboró el proyecto del Federal Reserve System —nombre
propuesto por Warburg, quien temía que el de Banco Central asustara a los
políticos—. Este proyecto, llamado “Aldrich
Bill”, fracasó ante el Congreso.
Entonces los conjurados cambiaron de
actitud y financiaron la elección de Theodore Roosevelt a la presidencia de los
Estados Unidos, y posteriormente, con el apoyo de los financieros Jacob Schiff,
Bernard Baruch, Henry Morgenthau, Thomas Fortune Ryan y Adolph Ochs, editor del
New York Times, la
elección de Woodrow Wilson.
Así, el 22 de diciembre de 1913, el
Congreso aprobaba la Federal
Reserve Act.
Los “iniciados”, aprovechando su éxito, colocaron inmediatamente el consejo de
administración de la Reserva Federal bajo el control del curioso “coronel”
Edward Mandel House, eminencia gris de Wilson, asistido por Paul Warburg.
De los doce bancos regionales previstos por
la Federal Reserve Act,
el de Nueva York era —y sigue siendo— el más importante, y es este banco el que
dirige el conjunto: su primer gobernador fue el “iniciado” Benjamin Strong.
En 1917, Wilson, bien mantenido bajo
control, nombraba a Bernard Baruch presidente del Comité de Industrias de
Guerra, y a su ex asociado, ligado a los Lazard, Eugène Meyer, presidente del
grupo de financiación de la guerra.
Los “iniciados” tenían en sus manos las palancas del poder, y desde entonces no
las han soltado.
Poco después, Nelson Aldrich —otra vez él—
hacía adoptar el impuesto progresivo sobre la renta, otra de las diez
proposiciones del Manifiesto
Comunista de Karl Marx, vinculado a la Liga de los Hombres Justos.
Con todas las posibilidades de gasto y endeudamiento que abría al Estado, ponía
a disposición de la Alta Finanza sumas considerables.
Mesianismo
moderno
El «sistema mundial de hegemonía financiera
en manos de algunos personajes capaces de influir en la política de cada país y
en toda la economía mundial» del que habla el profesor Quigley está, pues, bien
encaminado.
Este sistema está dirigido por un número
restringido de organizaciones, entre las cuales se cuentan: el grupo Bilderberg, con sus asambleas
secretas bienales; la Pilgrim Society, asociación
muy cerrada que tiene como fin declarado la creación de un imperio anglosajón;
el Banco
de Pagos Internacionales, grupo privado de gobernadores de
bancos centrales que se reúne cada mes en Basilea (Suiza); y finalmente el Council
of Foreign Relations (C.F.R.) de Nueva York, del que forman
parte 1.400 miembros pertenecientes a los poderes financieros, económicos y
políticos de los Estados Unidos, y al cual han pertenecido, desde su fundación
en 1919 por los financieros internacionales —entre ellos Jacob Schiff y Paul
Warburg— casi todos los presidentes de los Estados Unidos: Franklin D.
Roosevelt, John F. Kennedy, L. B. Johnson, Richard Nixon, así como un buen
número de miembros de su entorno (Henry A. Kissinger) y de su administración.
Ellos mismos revelaron su objetivo en una
intensa campaña de 1961 con el eslogan: «Un
gobierno mundial o las bombas».
Paralelamente, deben constatarse los
esfuerzos de la masonería, en particular de los B’nai B’rith,
por la instauración de una religión universal[21].
El fin, pues, es claro: un gobierno mundial mediante un ecumenismo
democrático y una hegemonía financiera.
Es
el viejo sueño del mesianismo judío, cosa que no sorprenderá a nuestros
lectores.
NOTAS:
[1]
Carroll Quigley, Tragedy and Hope,
MacMillan, Nueva York, 1966.
[2]
«En el siglo XVIII los Schiff y los Rothschild estaban asociados en una casa de
Fráncfort», reveló Stephen Birmingham en Our
Crowd, Nueva York, 1967, p. 22. «Se dice que Schiff habría
adquirido su participación en la Kuhn-Loeb con el dinero de los Rothschild»
(Gary Allen, p. 22 n.).
[3]
«Jacob Schiff declaró que su ayuda masiva a la Revolución rusa tenía su origen
en su hostilidad hacia el antisemitismo zarista. En su biografía aduladora
colectiva Men who are making
America (B.C. Forbes Publishing Co, Nueva York, 1922), B. C. Forbes
escribe: “Cuando el Comité Americano de Socorro Judío lanzó la campaña para
reunir 10 millones de dólares a favor de las víctimas judías de la guerra,
Schiff invitó a cenar a varios centenares de los más eminentes de sus
correligionarios, les dirigió un conmovedor llamamiento, anunció su
contribución personal de 100.000 dólares y ejerció sobre ellos tal presión que
fueron inmediatamente suscritos más de 2.500.000 dólares. La donación de
Schiff, especificó, serviría para la creación de una unidad hospitalaria en
Rusia como reconocimiento de la emancipación de los judíos obtenida gracias a
la Revolución”» (pp. 334-335, en Allen, p. 6). Sin negar esta motivación
oficialmente reconocida en su ayuda a los revolucionarios rusos, es de creer
que Jacob Schiff y sus afiliados estaban movidos por un interés más poderoso,
aunque no confesado, es decir —como veremos más adelante— por la hostilidad de
la administración imperial a la creación de un banco central. De todos modos, Jacob
Schiff no perdió nada: «Bakhmetiev, último embajador de la Rusia imperial en
los Estados Unidos, nos cuenta que, entre 1918 y 1922, los bolcheviques,
después de su victoria, transfirieron 600 millones de rublos-oro a la Kuhn,
Loeb and Co.» (Gary Allen, p. 6, cit. en Arsène de Goulevitch, Czarism and the Revolution,
Omni Publications, Hawthorne, California, 1961).
[4]
«El papel de Alfred Milner es particularmente significativo. Él fue, en efecto,
el fundador de la “Mesa Redonda” de Inglaterra, asociación secreta que creó el Instituto Real de Asuntos Internacionales
(Royal Institute for
International Affairs), sociedad madre del poderoso y ambiguo Consejo de Relaciones Exteriores
(Council of Foreign Relations),
del cual al menos setenta miembros ocupan actualmente cargos muy elevados en la
administración Nixon» (Gary Allen, p. 5). Sobre el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York,
cf. Lectures Françaises,
sept.–dic. 1970, feb.–mar. 1971.
[5]
Gary Allen, p. 22 n. Sobre las relaciones entre la Alta Finanza y el
nacionalsocialismo, cf. los artículos de Henry Coston: L’argent dans la politique allemande
y Hitler fut-il commandité par
des financiers américains?, en La
Haute Finance et les Révolutions, número especial de Lectures Françaises, abril de
1963. Este mismo número contiene también aclaraciones sobre la injerencia de
los financieros en la Revolución francesa, en la Revolución rusa, en el
fascismo, en la llegada al poder de De Gaulle, etc.
[6]
Gary Allen, p. 22.
[7]
P. Rassinier, Le Parlement aux
mains des Banques, Contre-Courant,
número especial, octubre de 1955, retomado de otro número especial (Les Preuves, noviembre de
1956).
[8] O. Spengler, Decline of the West, Modern
Library, Nueva York, 1945, citado por Gary Allen, p. 4.
[9] John T. Flinn, Men of Health, Simon and
Schuster, Nueva York, 1941, citado por Gary Allen, p. 19.
[10]
Roland Mounier, La France de
Louis XV. Histoire de France, Larousse, 1954, t. II, p. 10.
[11] National Economy and the Banking System of
the United States, doc. n.º 23, 76.º Congreso, 1.ª Sesión, U.S.
Government Printing Office, Washington, 1939, citado por Gary Allen, p. 20.
[12]
Francis Delaisi, La Banque de
France aux mains des 200 familles, París, 1936, título sin ninguna
ambigüedad…
[13]
Miroir de l’Histoire,
n.º 3, abril de 1950: Notre
calendrier historique.
[14]
Gary Allen, p. 7.
[15]
Prof. Quigley, p. 326, citado por Gary Allen.
[16] Gary Allen, p.
7.
[17] Gary Allen, p.
7 n.
[18] Gustavus
Myers, History of the Great
American Fortunes, Random House, Nueva York, citado por Gary Allen,
p. 10.
[19]
El Chase Bank de
J.-D. Rockefeller debía fusionarse más tarde con el Manhattan Bank de Warburg, para convertirse en el Chase Manhattan Bank, la mayor
potencia financiera del mundo.
[20] Earl Sparling,
Mistery Men of Wall Street,
Greenberg, Nueva York, 1930, citado por Gary Allen, p. 10.
[21]
Jerusalén, la capital de Israel, sería obviamente su sede.
Cf. también: Infiltrations
ennemies dans l’Eglise, La Librairie Française, 1970.
https://www.andreacarancini.it/2025/10/jacques-bordiot-il-messianismo-della-finanza-internazionale/
