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martes, 4 de noviembre de 2025

EL MESIANISMO DE LAS FINANZAS INTERNACIONALES - JACQUES BORDIOT

 


Por JACQUES BORDIOT


EL MESIANISMO DE LAS FINANZAS INTERNACIONALES
(Le messianisme de la finance internationale, «Lectures Françaises», n.º 171-172, julio-agosto de 1971, pp. 3-9)

La revista no conformista American Opinion (Boston, Mass.) ha publicado un extracto que contiene dos artículos de Gary Allen: The Bankers y The Federal Reserve, aparecidos respectivamente en los números de marzo y abril de 1970.

Estos dos artículos nos proporcionan una amplia documentación relativa a la acción de la Alta Finanza Internacional sobre la política y la economía mundial, la cual confirma lo que escribió Henry Coston en varias de sus obras, y en particular: Les Financiers qui mènent le Monde (1955), La Haute Banque et les Trusts (1958), Le Secret des dieux (1968).

Gary Allen cita en particular al Prof. Quigley —que también forma parte del Establishment, la sinarquía americana—, quien sostiene la existencia de una colusión ya antigua entre un reducido número de personajes u organizaciones, que tienen por objetivo “nada menos que la creación de un sistema mundial de hegemonía financiera en manos de unos pocos individuos, capaces de dominar la política de cada país y toda la economía mundial. El sistema estaba puesto bajo la autoridad de tipo feudal de los Bancos Centrales del mundo, que actúan de concierto a consecuencia de acuerdos concluidos en el curso de frecuentes encuentros y reuniones privadas”[1].

Con hierro y fuego

Para alcanzar este fin, un medio específico: el endeudamiento de los gobiernos hacia la Finanza Internacional.

Y este endeudamiento se provocará por dos medios ya probados: la revolución y la guerra.

Ejemplo típico: la Revolución Francesa.

“En aquella época (1800) —escribe el Prof. Quigley— el poder financiero estaba en manos de una quincena de casas bancarias, cuyos fundadores, en la mayoría de los casos, habían venido de Suiza en la segunda mitad del siglo XVIII.
Estos banqueros, todos protestantes, estaban profundamente implicados en la agitación que llevó a la Revolución Francesa”, afirmación demostrada por Albert Mathiez, A. Dauphin-Meunier, Albert Soboul, y más recientemente por Henry Coston (Les Financiers qui mènent le Monde, cap. IV) y André Montagnac (en Le Secret des dieux, cap. I).

Sería fácil probar la participación de la Alta Finanza Internacional en todas las guerras y en todas las revoluciones de los siglos XIX y XX. Y a veces incluso la participación de un mismo grupo bancario apoyando a ambas partes en conflicto.

“Tal fue el caso, por ejemplo —escribe Gary Allen—, de nuestra Guerra de Secesión.
El Norte fue financiado por los Rothschild a través de su agente americano August Belmont, mientras que los Sudistas lo fueron por Erlanger, de la familia Rothschild”[2].

Respecto a la Revolución de Octubre, se conoce la poderosa ayuda financiera a los bolcheviques por parte de Jacob Schiff[3], del banco americano Kuhn, Loeb and Co.; de Max Warburg, cuyo primer hermano, Félix, era yerno de Jacob Schiff, y el otro, Paul, era yerno de Salomon Loeb, ambos asociados a Kuhn, Loeb and Co.; de Olaf Ashberg, del Nye Banken de Estocolmo; del rico banquero Jivotovsky; del Sindicato westfaliano-renano y, finalmente, del financiero británico Lord Alfred Milner[4].

Ahora bien, como apoyo al movimiento nacionalsocialista, desde 1932 se encuentran, al lado de Krupp von Bohlen y Fritz Thyssen, Otto Wolf, el Deutsche Bank, el Dresdner Bank, etc.[5]

La cosa se explica claramente sabiendo que:

  1. en 1918, en plena guerra, Max Warburg era uno de los jefes del espionaje alemán, lo que obligó a su hermano Paul a dimitir de su puesto de gobernador del Federal Reserve Board americano;
  2. fue uno de los responsables del transporte, a través de Alemania, en el famoso “tren blindado”, de Lenin y sus compañeros;
  3. desde Alemania financió a los soviéticos, mientras su hermano Paul los financiaba desde los Estados Unidos, y ambos “participaron en la Conferencia de Paz de Versalles como representantes de sus respectivos gobiernos”[6].

Y si se quisiera buscar una prueba reciente de la injerencia de los financieros internacionales en la evolución de los conflictos, se la hallaría en nuestra desastrosa guerra de Indochina.

Paul Rassinier presenta con claridad el cuadro de las luchas que se libraron, más o menos abiertamente, entre los parlamentarios que representaban a la Unión de Bancos Americanos (René Pleven), la Unión de Bancos Rothschild (René Mayer), los grupos financieros Gradis, Servan-Schreiber y Lazard (Mendès-France).

“(…) los Rothschild, que no creían en la derrota, y cuyo punto de vista al respecto coincidía con el de los bancos americanos, (…) querían proseguir (la guerra) hasta el final, y esto explica también la posición parlamentaria de René Mayer y de René Pleven; los Lazard, para quienes los Cogny, los Ély, los Navarre y los de Castries no eran más que figuras mediocres, juzgaban más prudente compartir el punto de vista de los Gradis y de los Servan-Schreiber.

“Se dice también, y esto parece desprenderse de la lectura de los periódicos financieros, que mientras los intereses de los Rothschild en Indochina se encontraban principalmente en el Norte, destinado a pasar a manos de Ho Chi Minh en caso de compromiso, los de los Lazard, los Gradis y los Servan-Schreiber se encontraban sobre todo en el Sur, que el compromiso podía salvar”[7].

¿Queremos hablar del apoyo de la Shell al Frente de Liberación de Argelia o de la injerencia de los petroleros en la secesión de Biafra?

Entonces está plenamente justificado lo que escribe Oswald Spengler:
«No existe ningún movimiento proletario, ni siquiera comunista, que no haya trabajado en interés del dinero, según las directrices del dinero y durante todo el tiempo permitido por el dinero, y ello sin que sus líderes idealistas tuvieran la más mínima sospecha»[8].

La hegemonía financiera de los Bancos Centrales

El sistema bancario moderno funciona —a despecho de los vituperios de los manuales escolares— según las ideas de John Law.

“Él sostenía como teoría que el sistema económico de su época se debilitaba a causa de la penuria de numerario. Y, tomando como modelo el Banco de Ámsterdam, realizó un plan para crear todo el dinero que un país necesitaba”[9].

“Law preconizaba el papel moneda, el billete bancario que circula rápidamente, enriquece a diez comerciantes en poco tiempo y, verdadera sangre de la economía, reanima por todas partes la actividad, determina compras y ventas, hace surgir productos manufacturados y víveres. Tenía ideas nuevas sobre la cobertura de los billetes: estos ya no debían estar garantizados únicamente por los metales preciosos, sino por todos los bienes muebles e inmuebles del Estado, que constituían una garantía creciente. El Estado podría emitir grandes cantidades de billetes y reembolsar sus deudas. Pero, para asegurar la cobertura de los billetes, debía ser conducido poco a poco a controlar toda la economía.
Era el “Sistema”[10].

La inyección masiva de dinero fiduciario en la economía provocó su rápido desarrollo. Pero, al mismo tiempo, Law había instaurado la inflación, que debía llevar automáticamente a la devaluación del papel moneda. Solo ganaron: el Estado, que pudo reembolsar sus deudas en “moneda fundente”; los financieros y algunos particulares (el príncipe de Conti, el duque de Borbón…), lo bastante astutos como para haber canjeado en las cortes más altas su “papel”, moneda o títulos, por especies.

La lección no se perdió: la bancarrota de Law, como más tarde la de los asignados, había probado a los financieros que si la inflación arruinaba a los ahorradores, podía asegurar la fortuna y el poder de aquellos que más hábilmente sabían manejar el dinero, sobre todo si se ponían de acuerdo en sus manipulaciones monetarias.

Todo esto está confirmado por una carta del 25 de junio de 1863 escrita por los hermanos Rothschild de Londres a un banquero de Nueva York:
«Las pocas personas que pueden comprender el sistema (libreta de cheques y del crédito) mostrarán tanto interés por sus beneficios, o dependerán en tal grado de sus ventajas, que no debemos esperar ninguna oposición; por otra parte, en cambio, la gran masa del público, mentalmente incapaz de comprender las enormes ventajas que el capital obtiene de este sistema, soportará sus costos sin quejarse, y, quizá, sin siquiera sospechar que este sistema es contrario a sus intereses»[11].

El 18 de enero de 1800, el banquero Perrégaux hizo firmar al Primer Cónsul el decreto que instituía el Banco de Francia, según las ideas de Law, y como ya se había hecho con el Banco de Inglaterra. «Este debía permanecer como un banco privado administrado por Gobernadores, elegidos por los 200 mayores accionistas, quienes nombraban ellos mismos a su presidente»[12].

En 1806 obtuvo el privilegio de emitir papel moneda (franco Germinal).
El 22 de abril del mismo año, «una operación desafortunadísima en la plaza española llevó al emperador a ponerlo bajo el control directo del Estado, pero los representantes de los accionistas continuaron desempeñando un papel preponderante en su dirección»[13].

Y, en efecto, estaba “manipulado” por el famoso Sindicato Internacional, compuesto por financieros que jugaban en todas las mesas: los Rothschild y los Boyd (París y Londres), los Hope y los Labouchère (Ámsterdam), los Parish (Hamburgo), los Baring (Londres) y los Bethman (Fráncfort).

Este estado de cosas duró hasta 1936.

Nacionalizado definitivamente en 1945, sin embargo, permaneció bajo el control de la Alta Finanza, cualesquiera que fueran los gobiernos y los gobernadores sucesivos.

«Los banqueros internacionales que eran propietarios de los Bancos de Inglaterra y de Francia, los controlaban, y han conservado su influencia sobre ellos, incluso después de que estos bancos hayan sido teóricamente socializados»[14].

Y estos banqueros —escribe el Prof. Quigley— forman «un sistema de cooperación internacional y de dominio nacional más discreto, más poderoso y más secreto que el de sus agentes en los bancos centrales»[15].

De ahí la importancia que los banqueros internacionales atribuyen a la creación de bancos centrales en los principales países del mundo.

«Todos aquellos que han pensado en establecer un poder dictatorial sobre las naciones modernas han comprendido la necesidad de un banco central.

Cuando la misteriosa asociación que se hacía llamar “Liga de los Hombres Justos” pagó a un escritor revolucionario llamado Karl Marx para redactar una declaración de batalla titulada El Manifiesto Comunista, la quinta proposición especificaba: “Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un banco nacional con capital estatal y monopolio exclusivo”»[16].

En Europa, todos los países que fueron blanco de ello obedecieron, con excepción de Rusia, «donde el zar rehusó la institución de un banco central bajo control extranjero. Esto podría explicar por qué tantos banqueros internacionales estuvieron implicados en el financiamiento de la Revolución comunista en Rusia»[17].

Tampoco los Estados Unidos escaparon a la regla.
Desde los primeros días de la joven república, los banqueros europeos buscaron imponer su control con la creación del Banco de los Estados Unidos.
«En la sombra, los Rothschild tuvieron durante mucho tiempo una fuerte influencia imponiendo las leyes financieras.

Los archivos legislativos muestran su poder en el antiguo Banco de los Estados Unidos»[18], suprimido por el presidente Jackson en 1836.

Pero la financiación de la Guerra de Secesión obligó al presidente Lincoln a recurrir a los bancos internacionales. En 1863, éstos le impusieron la National Bank Act, según la cual compraban los títulos del Estado que devengaban intereses, y a cambio de los cuales emitían billetes de banco sin intereses.

De este régimen, que duró hasta 1913, un reducido número de bancos obtuvo amplios márgenes de beneficio: J. P. Morgan, Kuhn-Loeb, J. y W. Seligman, Speyer, los Brown Brothers, y luego el Chase Bank de John D. Rockefeller y el National City Bank of New York de su hermano William[19].

La conspiración de Jekyll Island

Estos financieros, que hasta entonces habían estado enfrentados, acabaron por reconocer “sus intereses comunes”: sustituyeron su rivalidad por un entendimiento, aprovechando los estrechos lazos con los banqueros europeos para formar una red mundial.

Y ese entendimiento precisó su intención de crear un nuevo banco central.

Para convencer de sus puntos de vista a los banqueros reacios, encargaron a J. Pierpont Morgan provocar una serie de pánicos financieros. A raíz de uno de estos pánicos, el 8 de febrero de 1895, Morgan «fue a hablar con decisión con Grover Cleveland en su despacho de la Casa Blanca para (…) negociar un préstamo de 65 millones de dólares-oro de los Rothschild»[20], con el fin de salir de una situación creada por él mismo.

A la cabeza de los promotores del banco central se encontraba Paul Warburg, de Kuhn, Loeb and Co.

Después del pánico de 1907, se reunió con el presidente de la Comisión Monetaria Nacional, el senador Nelson Aldrich, criatura de Pierpont Morgan y futuro suegro de J. Rockefeller Jr., y con otros banqueros. Luego, hacia finales de 1910, Aldrich convocó en Jekyll Island, en Georgia, con el pretexto de una partida de caza, una reunión más que discreta que agrupaba, además de a Warburg, a los “iniciados” (Insiders) Henry P. Davison (J. P. Morgan), Frank A. Vanderlip, presidente del National City Bank (Rockefeller), A. Platt Andrew, subsecretario del Tesoro, y Benjamin Strong, presidente de la Bankers Trust Co. (J. P. Morgan).

En esta reunión se elaboró el proyecto del Federal Reserve System —nombre propuesto por Warburg, quien temía que el de Banco Central asustara a los políticos—. Este proyecto, llamado “Aldrich Bill”, fracasó ante el Congreso.

Entonces los conjurados cambiaron de actitud y financiaron la elección de Theodore Roosevelt a la presidencia de los Estados Unidos, y posteriormente, con el apoyo de los financieros Jacob Schiff, Bernard Baruch, Henry Morgenthau, Thomas Fortune Ryan y Adolph Ochs, editor del New York Times, la elección de Woodrow Wilson.

Así, el 22 de diciembre de 1913, el Congreso aprobaba la Federal Reserve Act.
Los “iniciados”, aprovechando su éxito, colocaron inmediatamente el consejo de administración de la Reserva Federal bajo el control del curioso “coronel” Edward Mandel House, eminencia gris de Wilson, asistido por Paul Warburg.

De los doce bancos regionales previstos por la Federal Reserve Act, el de Nueva York era —y sigue siendo— el más importante, y es este banco el que dirige el conjunto: su primer gobernador fue el “iniciado” Benjamin Strong.

En 1917, Wilson, bien mantenido bajo control, nombraba a Bernard Baruch presidente del Comité de Industrias de Guerra, y a su ex asociado, ligado a los Lazard, Eugène Meyer, presidente del grupo de financiación de la guerra.
Los “iniciados” tenían en sus manos las palancas del poder, y desde entonces no las han soltado.

Poco después, Nelson Aldrich —otra vez él— hacía adoptar el impuesto progresivo sobre la renta, otra de las diez proposiciones del Manifiesto Comunista de Karl Marx, vinculado a la Liga de los Hombres Justos.
Con todas las posibilidades de gasto y endeudamiento que abría al Estado, ponía a disposición de la Alta Finanza sumas considerables.

Mesianismo moderno

El «sistema mundial de hegemonía financiera en manos de algunos personajes capaces de influir en la política de cada país y en toda la economía mundial» del que habla el profesor Quigley está, pues, bien encaminado.

Este sistema está dirigido por un número restringido de organizaciones, entre las cuales se cuentan: el grupo Bilderberg, con sus asambleas secretas bienales; la Pilgrim Society, asociación muy cerrada que tiene como fin declarado la creación de un imperio anglosajón; el Banco de Pagos Internacionales, grupo privado de gobernadores de bancos centrales que se reúne cada mes en Basilea (Suiza); y finalmente el Council of Foreign Relations (C.F.R.) de Nueva York, del que forman parte 1.400 miembros pertenecientes a los poderes financieros, económicos y políticos de los Estados Unidos, y al cual han pertenecido, desde su fundación en 1919 por los financieros internacionales —entre ellos Jacob Schiff y Paul Warburg— casi todos los presidentes de los Estados Unidos: Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy, L. B. Johnson, Richard Nixon, así como un buen número de miembros de su entorno (Henry A. Kissinger) y de su administración.

Ellos mismos revelaron su objetivo en una intensa campaña de 1961 con el eslogan: «Un gobierno mundial o las bombas».

Paralelamente, deben constatarse los esfuerzos de la masonería, en particular de los B’nai B’rith, por la instauración de una religión universal[21].

El fin, pues, es claro: un gobierno mundial mediante un ecumenismo democrático y una hegemonía financiera.

Es el viejo sueño del mesianismo judío, cosa que no sorprenderá a nuestros lectores.

 

NOTAS:

[1] Carroll Quigley, Tragedy and Hope, MacMillan, Nueva York, 1966.

[2] «En el siglo XVIII los Schiff y los Rothschild estaban asociados en una casa de Fráncfort», reveló Stephen Birmingham en Our Crowd, Nueva York, 1967, p. 22. «Se dice que Schiff habría adquirido su participación en la Kuhn-Loeb con el dinero de los Rothschild» (Gary Allen, p. 22 n.).

[3] «Jacob Schiff declaró que su ayuda masiva a la Revolución rusa tenía su origen en su hostilidad hacia el antisemitismo zarista. En su biografía aduladora colectiva Men who are making America (B.C. Forbes Publishing Co, Nueva York, 1922), B. C. Forbes escribe: “Cuando el Comité Americano de Socorro Judío lanzó la campaña para reunir 10 millones de dólares a favor de las víctimas judías de la guerra, Schiff invitó a cenar a varios centenares de los más eminentes de sus correligionarios, les dirigió un conmovedor llamamiento, anunció su contribución personal de 100.000 dólares y ejerció sobre ellos tal presión que fueron inmediatamente suscritos más de 2.500.000 dólares. La donación de Schiff, especificó, serviría para la creación de una unidad hospitalaria en Rusia como reconocimiento de la emancipación de los judíos obtenida gracias a la Revolución”» (pp. 334-335, en Allen, p. 6). Sin negar esta motivación oficialmente reconocida en su ayuda a los revolucionarios rusos, es de creer que Jacob Schiff y sus afiliados estaban movidos por un interés más poderoso, aunque no confesado, es decir —como veremos más adelante— por la hostilidad de la administración imperial a la creación de un banco central. De todos modos, Jacob Schiff no perdió nada: «Bakhmetiev, último embajador de la Rusia imperial en los Estados Unidos, nos cuenta que, entre 1918 y 1922, los bolcheviques, después de su victoria, transfirieron 600 millones de rublos-oro a la Kuhn, Loeb and Co.» (Gary Allen, p. 6, cit. en Arsène de Goulevitch, Czarism and the Revolution, Omni Publications, Hawthorne, California, 1961).

[4] «El papel de Alfred Milner es particularmente significativo. Él fue, en efecto, el fundador de la “Mesa Redonda” de Inglaterra, asociación secreta que creó el Instituto Real de Asuntos Internacionales (Royal Institute for International Affairs), sociedad madre del poderoso y ambiguo Consejo de Relaciones Exteriores (Council of Foreign Relations), del cual al menos setenta miembros ocupan actualmente cargos muy elevados en la administración Nixon» (Gary Allen, p. 5). Sobre el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York, cf. Lectures Françaises, sept.–dic. 1970, feb.–mar. 1971.

[5] Gary Allen, p. 22 n. Sobre las relaciones entre la Alta Finanza y el nacionalsocialismo, cf. los artículos de Henry Coston: L’argent dans la politique allemande y Hitler fut-il commandité par des financiers américains?, en La Haute Finance et les Révolutions, número especial de Lectures Françaises, abril de 1963. Este mismo número contiene también aclaraciones sobre la injerencia de los financieros en la Revolución francesa, en la Revolución rusa, en el fascismo, en la llegada al poder de De Gaulle, etc.

[6] Gary Allen, p. 22.

[7] P. Rassinier, Le Parlement aux mains des Banques, Contre-Courant, número especial, octubre de 1955, retomado de otro número especial (Les Preuves, noviembre de 1956).

[8] O. Spengler, Decline of the West, Modern Library, Nueva York, 1945, citado por Gary Allen, p. 4.

[9] John T. Flinn, Men of Health, Simon and Schuster, Nueva York, 1941, citado por Gary Allen, p. 19.

[10] Roland Mounier, La France de Louis XV. Histoire de France, Larousse, 1954, t. II, p. 10.

[11] National Economy and the Banking System of the United States, doc. n.º 23, 76.º Congreso, 1.ª Sesión, U.S. Government Printing Office, Washington, 1939, citado por Gary Allen, p. 20.

[12] Francis Delaisi, La Banque de France aux mains des 200 familles, París, 1936, título sin ninguna ambigüedad…

[13] Miroir de l’Histoire, n.º 3, abril de 1950: Notre calendrier historique.

[14] Gary Allen, p. 7.

[15] Prof. Quigley, p. 326, citado por Gary Allen.

[16] Gary Allen, p. 7.

[17] Gary Allen, p. 7 n.

[18] Gustavus Myers, History of the Great American Fortunes, Random House, Nueva York, citado por Gary Allen, p. 10.

[19] El Chase Bank de J.-D. Rockefeller debía fusionarse más tarde con el Manhattan Bank de Warburg, para convertirse en el Chase Manhattan Bank, la mayor potencia financiera del mundo.

[20] Earl Sparling, Mistery Men of Wall Street, Greenberg, Nueva York, 1930, citado por Gary Allen, p. 10.

[21] Jerusalén, la capital de Israel, sería obviamente su sede.
Cf. también: Infiltrations ennemies dans l’Eglise, La Librairie Française, 1970.

 

https://www.andreacarancini.it/2025/10/jacques-bordiot-il-messianismo-della-finanza-internazionale/

 

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