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lunes, 24 de noviembre de 2025

QUERIDO TRADICIONALISTA, DEBES ELEGIR: ¿QUIERES SER UN LEÓN COMO DE CASTRO MAYER Y LEFEBVRE O UN PERRITO MANSO COMO RIFAN?


Por ALDO MARIA VALLI

 

El sacerdote estadounidense Dave Nix (que, recuerdo, desde hace varios años es un ermitaño diocesano que ofrece los sacramentos y celebra la santa misa exclusivamente en el rito antiguo) en una publicación que se volvió rápidamente viral tocó un nervio expuesto. A propósito de los tradicionalistas, escribió que hoy existen dos tipos. Por un lado, aquellos que creen realmente que extra Ecclesia nulla salus y, por tanto, que la Iglesia católica, sin cambios dogmáticos ni ajustes doctrinales, es el único instrumento para salvar las almas. Por el otro, los que dicen (no explícitamente, pero de manera evidente): “Que el mundo vaya al infierno con Roma, con tal de que yo tenga mi misa tradicional local”.

Concluye el padre Nix: “Lo siento, pero no logro ver cómo puede haber una sola brizna de caridad cristiana en el segundo grupo”.

Creo que la distinción hecha por el sacerdote estadounidense es verdadera.

El primer grupo ve doctrina, liturgia y evangelización como un único paquete. El segundo trata la cuestión de la misa tradicional como la marca de un estilo litúrgico que, en esencia, puede ir siempre de la mano con Roma, incluso cuando Roma es la del sincretismo de Asís, del documento de Abu Dabi y de la Pachamama; incluso cuando Roma bendice uniones intrínsecamente desordenadas o produce, por medio del papa, entrevistas desastrosas.

En cuanto al segundo grupo, una historia ejemplar es la del obispo brasileño Fernando Arêas Rifan, administrador apostólico de San Juan María Vianney. Recorrámosla brevemente.

Ordenado presbítero en 1974, Rifan se unió a la Unión Sacerdotal San Juan María Vianney (de la cual se convertirá en superior), fundada por Antônio de Castro Mayer, obispo de Campos desde 1949 hasta su retiro en 1981.

Figura legendaria del tradicionalismo, de Castro Mayer en su diócesis se negó siempre a aceptar la reforma litúrgica del rito romano llevada a cabo por el papa Pablo VI. Se opuso públicamente a los errores del Vaticano II sobre la libertad religiosa y el ecumenismo y, junto con el arzobispo Lefebvre, firmó textos que pusieron de relieve cómo el Vaticano II constituyó una ruptura con la Tradición y cómo la nueva liturgia es gravemente dañina para la fe.

Después de las consagraciones episcopales de emergencia de 1988, los sacerdotes de Campos se alinearon hombro a hombro con la FSSPX. Hablaban el mismo lenguaje que Lefebvre y de Castro Mayer: estado de necesidad, crisis de autoridad, resistencia, fidelidad al Magisterio perenne.

Luego llegó la “reconciliación” con Roma en 2002.

El sucesor de de Castro Mayer, el obispo Licínio Rangel, gravemente enfermo y bajo enorme presión, pidió la regularización, y Juan Pablo II erigió la administración apostólica personal de San Juan María Vianney, la única estructura en el mundo ligada exclusivamente al rito antiguo reconocida canónicamente.

Cuando Rangel murió, en diciembre de 2002, Rifan tomó su lugar. Sobre el papel, parecía una victoria: en Campos existía toda una estructura “diocesana”, exclusivamente tradicionalista, con su propio obispo. Y algunos tradicionalistas aún hoy señalan a Campos como modelo diciendo: “¿Ven? Sean pacientes y amables, y Roma al final les dará todo”.

En realidad, las condiciones impuestas por Roma fueron letales: aceptación del Vaticano II “a la luz de la Tradición”, reconocimiento del novus ordo como rito legítimo y silencio sobre la crisis doctrinal. Todo ello a cambio de la posibilidad de celebrar la misa tradicional en una especie de burbuja.

Una vez regularizado, el obispo Rifan se puso a reeducar a su rebaño. Donde de Castro Mayer insistía en que el papa es vicario de Cristo, ligado a la Tradición, y puede ser enfrentado cuando usa la autoridad contra la Fe, Rifan daba la vuelta a la lógica: el “magisterio viviente”, incluso cuando determina una ruptura con el pasado, se convierte en la regla práctica de la fe. Según Rifan, sería propio de “protestantes” citar a los papas y a los concilios del pasado contra el papa reinante. Aferrarse al magisterio precedente “como si” fuera superior al actual significa negar la naturaleza “viva” del magisterio.

Dentro de este marco teológico-doctrinal, la misa tradicional se mantiene por su belleza, su reverencia y su claridad catequética, pero no como expresión única y perfecta de la lex orandi católica en contraste con un novus ordo objetivamente defectuoso.

Según esta visión, el novus ordo no es ni puede ser intrínsecamente malo o ilegítimo. Y la participación en él, incluso mediante concelebración, no puede ser objetivamente pecaminosa en cuanto tal. El problema se reduce a algunos “abusos”, pero no concierne a la ambigüedad doctrinal del rito o a su teología desviada.

En otras palabras, aquello que de Castro Mayer había definido como una reforma peligrosa y perjudicial para la fe, en Rifan fue reformulado como un rito católico plenamente legítimo que los tradicionalistas simplemente “prefieren” no usar.

Tradicionalistas como el padre Jean-Michel Gleize, Atila Guimarães y el obispo Fellay habían advertido puntualmente sobre lo que ocurriría. Aceptando la “nueva misa” en principio se pierde la base moral para rechazarla en la práctica. Si aceptas el reconocimiento por parte de Roma según las condiciones conciliares, automáticamente te comprometes a no combatir un sistema que está matando las almas.

En pocos años, las previsiones se confirmaron. Rifan reformuló la herencia de de Castro Mayer para adaptarla a la sensibilidad posconciliar. Rompió con la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, trató las críticas a la “nueva misa” como casi cismáticas y se convirtió en el rostro “tradicional” aceptable que Roma podía mostrar cada vez que necesitaba demostrar cuán inclusiva es realmente la Iglesia vaticanosegundista.

Rifan incluso concelebró en novus ordo con obispos manifiestamente modernistas, para luego intentar minimizarlo hablando de un malentendido. El mismo comportamiento subrepticio de quien busca tranquilizar a Roma y al mismo tiempo manipula a sus propios fieles.

Ahora, en 2025, vemos el fruto completamente maduro de este proceso.

Antes de cumplir los setenta y cinco años, Rifan apareció en Roma, radiante ante las cámaras, declarando “obediencia filial” y “gratitud” hacia el papa León XIV por todo lo que el pontífice ha hecho “por la Iglesia y en particular por nuestra administración apostólica”. Rifan contó con orgullo que había dicho a León que su comunidad está “en plena comunión” y “muy distinta de los grupos radicales y cismáticos”. Luego informó que León, “muy contento”, se unió a él en el rezo de la oración Dominus conservet eum et non tradat eum in manibus inimicorum eius.

El mensaje dirigido a Roma no podría ser más claro: “No se preocupen. Nunca los combatiremos. Somos su escaparate tradicional, no su oposición”.

Si esto no es una traición, ¿qué es?

Y he aquí que Michael Matt & Co., en The Remnant, se precipitan a encuadrar el encuentro Rifan–León como un “momento de enseñanza”. El artículo subraya los actos patrióticos de Rifan, como el apoyo a Bolsonaro y la consagración de Brasil al Corazón Inmaculado, y usa el encuentro con el papa para plantear una pregunta retórica: ¿se equivocó Rifan al aceptar una audiencia papal con León? ¿Buscamos influir en el papa o nos marchamos y dejamos el campo libre a los Jimmy Martin? En otras palabras: ¿quieren que los tradicionalistas puedan tener acceso al papa o no?

Todo esto puede parecer razonable, hasta que se consideran las condiciones aceptadas por Rifan para su “acceso al papa”.

Él no se presentó ante León para advertirle del desastre doctrinal, del falso ecumenismo y del comportamiento objetivamente escandaloso. Se presentó como un súbdito leal, alabando públicamente al papa y dándole las gracias por su apoyo. Dejó claro que su carisma es mostrar cómo se puede tener simultáneamente la misa tradicional y la obediencia total al Vaticano II. En resumen, no se trata de “intentar influir en el papa” en el sentido de una Catalina de Siena. Es sólo una oportunidad fotográfica para tranquilizar a los conservadores nerviosos con la idea de que León está dispuesto a “escuchar” a los partidarios de la misa tradicional, siempre y cuando no cuestionen el Concilio y su programa.

Ahora bien, algunos tradicionalistas siguen pretendiendo que aceptemos todo esto como una victoria porque, en fin, al menos tenemos un obispo dedicado a mantener abierto un canal de comunicación con el papa.

Pero quienes piensan así forman exactamente parte del segundo grupo del que habla el padre Nix: personas que cambian de buena gana la claridad doctrinal y la urgencia misionera a cambio de una misa tradicional garantizada y de una relación amistosa con el hombre que ocupa el Vaticano.

El mundo arde, Roma dispensa universalismo, indiferentismo religioso y confusión moral, y al parecer lo mejor que podemos esperar es que el papa dé una palmada en la espalda a un obispo tradicionalista y prometa que su enclave no será cerrado, al menos por ahora.

En 2003 el obispo Fellay escribió una carta incisiva en la que analizaba la situación de Campos tras el acuerdo con Roma. Observando que en Campos se habían seleccionado con cuidado los textos magisteriales, citando la Mortalium animos junto con la Redemptoris missio como si no hubiera contradicción, dijo que habían “olvidado la leña a cambio de un solo árbol”. El peligro, advirtió Fellay, es acostumbrarse a la situación, sin intentar ya ponerle remedio.

¿Por qué la estrategia de Rifan es perdedora?

Digámoslo en términos francos y prácticos.

1.     No ha detenido la crisis.

Más de veinte años de “plena regularidad” de Campos, con un obispo tradicionalista al frente de la administración apostólica, no han frenado la demolición de la Fe en Brasil. Antes bien, la existencia de un gueto tradicional domesticado ha servido de cobertura: “¿Ven? Permitimos el rito antiguo. Por aquí no hay ninguna ruptura”.

2.    No ha preservado la doctrina.

El precio de la seguridad canónica ha sido la anestesia doctrinal. Campos ya no expone públicamente los errores del Vaticano II, los problemas intrínsecos de la “nueva misa” o la apostasía que impera en Roma. Los fieles ligados a la administración pueden seguir creyendo estas cosas, pero su obispo ya no las enseña claramente en cuanto obispo.

3.    Ha educado a los católicos a aceptar la contradicción.

Si uno consigue “amar y preferir” la misa antigua mientras afirma la legitimidad intrínseca de la nueva, y si logra considerar el Vaticano II como un concilio válido mientras piensa en privado que fue un desastre, acaba con una conciencia dividida: una parte católica, una parte modernista.

4.    Desmotiva la misión.

Si el hombre vestido de blanco que besa el Corán, visita sinagogas y mezquitas y alaba las falsas religiones es realmente el Vicario de Cristo actuando con plena autoridad, entonces, ¿quiénes somos nosotros para “hacer proselitismo”? Cuanto más se absolutiza la obediencia a este tipo de “magisterio viviente”, menos espacio queda para el tipo de celo misionero agresivo que describe el padre Nix al hablar del primer grupo.

5.    No sobrevivirá al próximo endurecimiento.

Cuando (digo cuando, no si) Roma decida que incluso los enclaves tradicionales más suavizados son “divisivos”, ¿qué influencia tendrá la línea de Rifan? No se puede redescubrir de repente el lenguaje de la crisis, de la ruptura doctrinal y del estado de necesidad después de décadas insistiendo en que tales nociones son exageradas, cismáticas o sedevacantistas. Uno se ha desarmado. En ese punto, aceptarás el próximo compromiso o te retirarás en silencio, mientras Roma nombra a alguien que sí acepte.

Y es aquí donde el diagnóstico del padre Nix se vuelve realmente incisivo.

El primer tipo de tradicionalista, el misionero, está dispuesto a perderlo todo —iglesias, pensiones, estado canónico, respeto humano— para conservar y predicar íntegra la Fe. Este fue el espíritu de de Castro Mayer, que rechazó el novus ordo, y de Lefebvre, que aceptó la suspensión y la “excomunión”, y es el mismo espíritu de los sacerdotes que hoy renuncian a la carrera diocesana para celebrar en sótanos y salas alquiladas. [NOTA AGENDA FATIMA: La actual FSSPX demostró recientemente que no está dispuesta a perderlo todo y, por el contrario, para conservarlo todo ha preferido expulsar injustamente a un obispo y a varios de sus sacerdotes más antiliberales. Incluso manifestó que no está dispuesta a ser nuevamente “excomulgada” y por eso suavizaron sus críticas hacia Roma. Puede verse esto claramente en su último comunicado sobre el documento vaticano contra la Corredentora, donde no osa mencionar al papa como gran responsable por el mismo. Los intentos acuerdistas de la FSSPX vienen de lejos: “Por supuesto que lo mejor sería que Roma renunciara a los errores conciliares, regresara a la Tradición y únicamente después, sobre esta base, la Fraternidad obtuviera automáticamente un estatus canónico regularizado en la Iglesia. Sin embargo, la realidad nos incita a no hacer depender un eventual acuerdo de una gran autocrítica de Roma, sino de una atribución de garantías reales que Roma, tal cual ella es, permitiera a la Fraternidad permanecer tal como es” (Mons. de Galarreta, entrevista en Polonia, 7 abril 2013). “Estos acontecimientos sugirieron a Monseñor Fellay dejar de lado el principio que guió las negociaciones con Roma. Este principio era: “ninguna solución práctica sin acuerdo doctrinal”. Pero los acontecimientos pasados probaron que las diferencias relativas a la cuestión doctrinal no pueden ser resueltas. El papa quiere una solución canónica para la FSSPX… Si la Fraternidad rechaza un acuerdo, incluso en estas circunstancias, el resultado podría ser nuevas excomuniones". (Conferencia del padre Niklaus Pfluger, asistente del superior gral. en Hattersheim, el 29 de abril de 2012). “La FSSPX no rechaza el Vaticano II en su conjunto: al contrario, Monseñor Fellay ha declarado que la Fraternidad acepta el 95% de su enseñanza” (Página oficial del distrito USA de la FSSPX). Dijo el padre Franz Schmidberger, ex superior general y actual asesor del superior general: “Todos sufrimos con las declaraciones inaceptables de Mons. Williamson”. (Nótese: para los traidores acuerdistas de la Neo-FSSPX, es inaceptable poner en duda el llamado “holocausto”, pero negar el deicidio es perfectamente aceptable)].

El segundo tipo de tradicionalista intenta salvar cabra y coles. Fundamentalmente preocupado por la supervivencia (personal, institucional, emocional), quiere la misa antigua pero también un modus vivendi tolerable con el establishment conciliar. Evita palabras duras como “apostasía”, que te marginan, para poder mantener buenas escuelas y prioratos dignos. Siempre dispuesto a reprender a quienes todavía hablan como un de Castro Mayer o un Lefebvre, cierra un ojo o se expresa con cautela sobre los Bergoglio y los Prévost. [NOTA AGENDA FATIMA: Idem anterior. A diferencia de un Mons. Vigano, que dijo la verdad sin pelos en la lengua y por eso fue perseguido, los superiores de la FSSPX se han callado bajo prudencia humana o han deslizado críticas veladas e indirectas respecto de las tropelías de Francisco y León, sin mencionar a éstos].

La tragedia es que el segundo tipo piensa sinceramente que está siendo caritativo y prudente. Recomienda “no dejar a las almas sin sacramentos”, “no ser demasiado duros”, “no pretender ser más católicos que el papa”. Pero, en la práctica, termina rebajando el mayor derrumbe doctrinal de la historia de la Iglesia a un caso de “pontificado difícil” que puede gestionarse con buenos modales y relaciones públicas cuidadosas.

Todo esto significa preservar el envoltorio mientras la sustancia se evapora.

La verdadera caridad dice la verdad sobre todo cuando cuesta; llama a los falsos pastores por lo que son y se niega a colaborar con la confusión, incluso bajo amenaza de castigo o exilio. Este es el espíritu que hizo rugir al viejo león de Campos contra Pablo VI y Juan Pablo II en una época en que los papas eran todavía relativamente “conservadores” en comparación con los actuales ocupantes de la hospedería vaticana.

¿Se puede seguir tratando a figuras como Rifan, a los tradicionalistas blandos y pronto, quizá, a una FSSPX regularizada, como modelos del método a seguir para “ganar” en el juego de la política vaticana? ¿O hay que admitir que esta estrategia, por muy atractiva que pueda resultar humanamente, es exactamente lo que describe el padre Nix al hablar del segundo grupo?

Por desgracia, realmente hay tradicionalistas que piensan así: “Mientras pueda celebrar mi misa antigua, el mundo puede irse al infierno con Roma”. 

Pero si de verdad crees que la fe católica es necesaria para la salvación, que la nueva religión del Vaticano II ha traicionado objetivamente esa fe y que las almas son desviadas por errores sobre la libertad religiosa, el ecumenismo, la colegialidad y las cuestiones morales, entonces la única respuesta honesta es la resistencia, no la integración.

Esto significa actuar como hicieron de Castro Mayer y Lefebvre cuando consideraban que la Fe misma estaba en juego: rechazando ritos envenenados, denunciando explícitamente los errores conciliares y aceptando la marginación práctica antes que comprar seguridad al precio del silencio.

El padre Nix, quizá involuntariamente, nos ha proporcionado la forma más sencilla posible de resolver la cuestión. La pregunta es: ¿estamos luchando para que el mayor número posible de almas puedan conocer, amar y servir al verdadero Cristo en Su verdadera Iglesia? ¿O estamos reorganizando en silencio los muebles de la casa en llamas, agradecidos de que, al menos por ahora, nos hayan permitido conservar una capilla casi intacta?

En cierto momento hay que elegir: o rugir como el León de Campos o acurrucarse como el perrito de León XIV.

 

https://www.aldomariavalli.it/2025/11/22/caro-tradizionalista-devi-scegliere-vuoi-essere-un-leone-come-de-castro-mayer-e-lefebvre-o-un-cagnolino-mansueto-come-rifan/

 

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