Por ALDO MARIA VALLI
El
sacerdote estadounidense Dave Nix (que, recuerdo, desde hace varios años es un
ermitaño diocesano que ofrece los sacramentos y celebra la santa misa
exclusivamente en el rito antiguo) en una publicación que se volvió rápidamente
viral tocó un nervio expuesto. A propósito de los tradicionalistas, escribió
que hoy existen dos tipos. Por un lado, aquellos que creen realmente que extra
Ecclesia nulla salus y, por tanto, que la Iglesia católica, sin cambios
dogmáticos ni ajustes doctrinales, es el único instrumento para salvar las
almas. Por el otro, los que dicen (no explícitamente, pero de manera evidente):
“Que el mundo vaya al infierno con Roma, con tal de que yo tenga mi misa
tradicional local”.
Concluye
el padre Nix: “Lo siento, pero no logro ver cómo puede haber una sola brizna de
caridad cristiana en el segundo grupo”.
Creo que
la distinción hecha por el sacerdote estadounidense es verdadera.
El primer
grupo ve doctrina, liturgia y evangelización como un único paquete. El segundo
trata la cuestión de la misa tradicional como la marca de un estilo litúrgico
que, en esencia, puede ir siempre de la mano con Roma, incluso cuando Roma es
la del sincretismo de Asís, del documento de Abu Dabi y de la Pachamama;
incluso cuando Roma bendice uniones intrínsecamente desordenadas o produce, por
medio del papa, entrevistas desastrosas.
En cuanto
al segundo grupo, una historia ejemplar es la del obispo brasileño Fernando
Arêas Rifan, administrador apostólico de San Juan María Vianney. Recorrámosla
brevemente.
Ordenado
presbítero en 1974, Rifan se unió a la Unión Sacerdotal San Juan María Vianney
(de la cual se convertirá en superior), fundada por Antônio de Castro Mayer,
obispo de Campos desde 1949 hasta su retiro en 1981.
Figura
legendaria del tradicionalismo, de Castro Mayer en su diócesis se negó siempre
a aceptar la reforma litúrgica del rito romano llevada a cabo por el papa Pablo
VI. Se opuso públicamente a los errores del Vaticano II sobre la libertad
religiosa y el ecumenismo y, junto con el arzobispo Lefebvre, firmó textos que
pusieron de relieve cómo el Vaticano II constituyó una ruptura con la Tradición
y cómo la nueva liturgia es gravemente dañina para la fe.
Después
de las consagraciones episcopales de emergencia de 1988, los sacerdotes de
Campos se alinearon hombro a hombro con la FSSPX. Hablaban el mismo lenguaje
que Lefebvre y de Castro Mayer: estado de necesidad, crisis de autoridad,
resistencia, fidelidad al Magisterio perenne.
Luego
llegó la “reconciliación” con Roma en 2002.
El sucesor de de Castro Mayer, el obispo Licínio Rangel, gravemente enfermo y bajo enorme presión, pidió la regularización, y Juan Pablo II erigió la administración apostólica personal de San Juan María Vianney, la única estructura en el mundo ligada exclusivamente al rito antiguo reconocida canónicamente.
Cuando
Rangel murió, en diciembre de 2002, Rifan tomó su lugar. Sobre el papel,
parecía una victoria: en Campos existía toda una estructura “diocesana”,
exclusivamente tradicionalista, con su propio obispo. Y algunos
tradicionalistas aún hoy señalan a Campos como modelo diciendo: “¿Ven? Sean
pacientes y amables, y Roma al final les dará todo”.
En
realidad, las condiciones impuestas por Roma fueron letales: aceptación del
Vaticano II “a la luz de la Tradición”, reconocimiento del novus ordo
como rito legítimo y silencio sobre la crisis doctrinal. Todo ello a cambio de
la posibilidad de celebrar la misa tradicional en una especie de burbuja.
Una vez
regularizado, el obispo Rifan se puso a reeducar a su rebaño. Donde de Castro
Mayer insistía en que el papa es vicario de Cristo, ligado a la Tradición, y
puede ser enfrentado cuando usa la autoridad contra la Fe, Rifan daba la vuelta
a la lógica: el “magisterio viviente”, incluso cuando determina una ruptura con
el pasado, se convierte en la regla práctica de la fe. Según Rifan, sería
propio de “protestantes” citar a los papas y a los concilios del pasado contra
el papa reinante. Aferrarse al magisterio precedente “como si” fuera superior
al actual significa negar la naturaleza “viva” del magisterio.
Dentro de
este marco teológico-doctrinal, la misa tradicional se mantiene por su belleza,
su reverencia y su claridad catequética, pero no como expresión única y
perfecta de la lex orandi católica en contraste con un novus ordo
objetivamente defectuoso.
Según
esta visión, el novus ordo no es ni puede ser intrínsecamente malo o
ilegítimo. Y la participación en él, incluso mediante concelebración, no puede
ser objetivamente pecaminosa en cuanto tal. El problema se reduce a algunos
“abusos”, pero no concierne a la ambigüedad doctrinal del rito o a su teología
desviada.
En otras
palabras, aquello que de Castro Mayer había definido como una reforma peligrosa
y perjudicial para la fe, en Rifan fue reformulado como un rito católico
plenamente legítimo que los tradicionalistas simplemente “prefieren” no usar.
Tradicionalistas
como el padre Jean-Michel Gleize, Atila Guimarães y el obispo Fellay habían
advertido puntualmente sobre lo que ocurriría. Aceptando la “nueva misa” en
principio se pierde la base moral para rechazarla en la práctica. Si aceptas el
reconocimiento por parte de Roma según las condiciones conciliares,
automáticamente te comprometes a no combatir un sistema que está matando las
almas.
En pocos
años, las previsiones se confirmaron. Rifan reformuló la herencia de de Castro
Mayer para adaptarla a la sensibilidad posconciliar. Rompió con la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X, trató las críticas a la “nueva misa” como casi cismáticas
y se convirtió en el rostro “tradicional” aceptable que Roma podía mostrar cada
vez que necesitaba demostrar cuán inclusiva es realmente la Iglesia
vaticanosegundista.
Rifan
incluso concelebró en novus ordo con obispos manifiestamente
modernistas, para luego intentar minimizarlo hablando de un malentendido. El
mismo comportamiento subrepticio de quien busca tranquilizar a Roma y al mismo
tiempo manipula a sus propios fieles.
Ahora, en
2025, vemos el fruto completamente maduro de este proceso.
Antes de
cumplir los setenta y cinco años, Rifan apareció en Roma, radiante ante las
cámaras, declarando “obediencia filial” y “gratitud” hacia el papa León XIV por
todo lo que el pontífice ha hecho “por la Iglesia y en particular por nuestra
administración apostólica”. Rifan contó con orgullo que había dicho a León que
su comunidad está “en plena comunión” y “muy distinta de los grupos radicales y
cismáticos”. Luego informó que León, “muy contento”, se unió a él en el rezo de
la oración Dominus conservet eum et non tradat eum in manibus inimicorum
eius.
El
mensaje dirigido a Roma no podría ser más claro: “No se preocupen. Nunca los
combatiremos. Somos su escaparate tradicional, no su oposición”.
Si esto
no es una traición, ¿qué es?
Y he aquí
que Michael Matt & Co., en The Remnant, se precipitan a encuadrar el
encuentro Rifan–León como un “momento de enseñanza”. El artículo subraya los
actos patrióticos de Rifan, como el apoyo a Bolsonaro y la consagración de
Brasil al Corazón Inmaculado, y usa el encuentro con el papa para plantear una
pregunta retórica: ¿se equivocó Rifan al aceptar una audiencia papal con León?
¿Buscamos influir en el papa o nos marchamos y dejamos el campo libre a los
Jimmy Martin? En otras palabras: ¿quieren que los tradicionalistas puedan tener
acceso al papa o no?
Todo esto
puede parecer razonable, hasta que se consideran las condiciones aceptadas por
Rifan para su “acceso al papa”.
Él no se
presentó ante León para advertirle del desastre doctrinal, del falso ecumenismo
y del comportamiento objetivamente escandaloso. Se presentó como un súbdito
leal, alabando públicamente al papa y dándole las gracias por su apoyo. Dejó
claro que su carisma es mostrar cómo se puede tener simultáneamente la misa
tradicional y la obediencia total al Vaticano II. En resumen, no se trata de
“intentar influir en el papa” en el sentido de una Catalina de Siena. Es sólo
una oportunidad fotográfica para tranquilizar a los conservadores nerviosos con
la idea de que León está dispuesto a “escuchar” a los partidarios de la misa
tradicional, siempre y cuando no cuestionen el Concilio y su programa.
Ahora
bien, algunos tradicionalistas siguen pretendiendo que aceptemos todo esto como
una victoria porque, en fin, al menos tenemos un obispo dedicado a mantener
abierto un canal de comunicación con el papa.
Pero
quienes piensan así forman exactamente parte del segundo grupo del que habla el
padre Nix: personas que cambian de buena gana la claridad doctrinal y la
urgencia misionera a cambio de una misa tradicional garantizada y de una
relación amistosa con el hombre que ocupa el Vaticano.
El mundo
arde, Roma dispensa universalismo, indiferentismo religioso y confusión moral,
y al parecer lo mejor que podemos esperar es que el papa dé una palmada en la
espalda a un obispo tradicionalista y prometa que su enclave no será cerrado,
al menos por ahora.
En 2003
el obispo Fellay escribió una carta incisiva en la que analizaba la situación
de Campos tras el acuerdo con Roma. Observando que en Campos se habían
seleccionado con cuidado los textos magisteriales, citando la Mortalium
animos junto con la Redemptoris missio como si no hubiera
contradicción, dijo que habían “olvidado la leña a cambio de un solo árbol”. El
peligro, advirtió Fellay, es acostumbrarse a la situación, sin intentar ya
ponerle remedio.
¿Por qué la estrategia de Rifan es perdedora?
Digámoslo
en términos francos y prácticos.
1. No ha detenido la crisis.
Más de
veinte años de “plena regularidad” de Campos, con un obispo tradicionalista al
frente de la administración apostólica, no han frenado la demolición de la Fe
en Brasil. Antes bien, la existencia de un gueto tradicional domesticado ha
servido de cobertura: “¿Ven? Permitimos el rito antiguo. Por aquí no hay
ninguna ruptura”.
2. No ha preservado la doctrina.
El precio
de la seguridad canónica ha sido la anestesia doctrinal. Campos ya no expone
públicamente los errores del Vaticano II, los problemas intrínsecos de la
“nueva misa” o la apostasía que impera en Roma. Los fieles ligados a la
administración pueden seguir creyendo estas cosas, pero su obispo ya no las
enseña claramente en cuanto obispo.
3. Ha educado a los católicos a aceptar la
contradicción.
Si uno
consigue “amar y preferir” la misa antigua mientras afirma la legitimidad
intrínseca de la nueva, y si logra considerar el Vaticano II como un concilio
válido mientras piensa en privado que fue un desastre, acaba con una conciencia
dividida: una parte católica, una parte modernista.
4. Desmotiva la misión.
Si el
hombre vestido de blanco que besa el Corán, visita sinagogas y mezquitas y
alaba las falsas religiones es realmente el Vicario de Cristo actuando con
plena autoridad, entonces, ¿quiénes somos nosotros para “hacer proselitismo”?
Cuanto más se absolutiza la obediencia a este tipo de “magisterio viviente”,
menos espacio queda para el tipo de celo misionero agresivo que describe el
padre Nix al hablar del primer grupo.
5. No sobrevivirá al próximo endurecimiento.
Cuando
(digo cuando, no si) Roma decida que incluso los enclaves tradicionales más
suavizados son “divisivos”, ¿qué influencia tendrá la línea de Rifan? No se
puede redescubrir de repente el lenguaje de la crisis, de la ruptura doctrinal
y del estado de necesidad después de décadas insistiendo en que tales nociones
son exageradas, cismáticas o sedevacantistas. Uno se ha desarmado. En ese
punto, aceptarás el próximo compromiso o te retirarás en silencio, mientras
Roma nombra a alguien que sí acepte.
Y es aquí
donde el diagnóstico del padre Nix se vuelve realmente incisivo.
El primer
tipo de tradicionalista, el misionero, está dispuesto a perderlo todo
—iglesias, pensiones, estado canónico, respeto humano— para conservar y
predicar íntegra la Fe. Este fue el espíritu de de Castro Mayer, que rechazó el
novus ordo, y de Lefebvre, que aceptó la suspensión y la “excomunión”, y
es el mismo espíritu de los sacerdotes que hoy renuncian a la carrera diocesana
para celebrar en sótanos y salas alquiladas. [NOTA AGENDA FATIMA: La actual FSSPX demostró recientemente que no está
dispuesta a perderlo todo y, por el contrario, para conservarlo todo ha
preferido expulsar injustamente a un obispo y a varios de sus sacerdotes más
antiliberales. Incluso manifestó que no está dispuesta a ser nuevamente “excomulgada”
y por eso suavizaron sus críticas hacia Roma. Puede verse esto claramente en su
último comunicado sobre el documento vaticano contra la Corredentora, donde no
osa mencionar al papa como gran responsable por el mismo. Los intentos
acuerdistas de la FSSPX vienen de lejos: “Por
supuesto que lo mejor sería que Roma renunciara a los errores conciliares,
regresara a la Tradición y únicamente después, sobre esta base, la Fraternidad
obtuviera automáticamente un estatus canónico regularizado en la Iglesia. Sin
embargo, la realidad nos incita a no hacer depender un eventual acuerdo de una
gran autocrítica de Roma, sino de una atribución de garantías reales que Roma,
tal cual ella es, permitiera a la Fraternidad permanecer tal como es” (Mons.
de Galarreta, entrevista en Polonia, 7 abril 2013). “Estos acontecimientos sugirieron a Monseñor Fellay dejar de lado el
principio que guió las negociaciones con Roma. Este principio era: “ninguna
solución práctica sin acuerdo doctrinal”. Pero los acontecimientos
pasados probaron que las diferencias relativas a la cuestión doctrinal no
pueden ser resueltas. El papa quiere una solución canónica para la FSSPX… Si la
Fraternidad rechaza un acuerdo, incluso en estas circunstancias, el resultado
podría ser nuevas excomuniones". (Conferencia del padre
Niklaus Pfluger, asistente del superior gral. en Hattersheim, el 29 de abril de
2012). “La FSSPX no rechaza el
Vaticano II en su conjunto: al contrario, Monseñor Fellay ha declarado
que la Fraternidad acepta el 95% de su enseñanza” (Página oficial del
distrito USA de la FSSPX). Dijo el padre Franz Schmidberger, ex superior
general y actual asesor del superior general: “Todos sufrimos con las
declaraciones inaceptables de Mons. Williamson”. (Nótese: para los
traidores acuerdistas de la Neo-FSSPX, es inaceptable poner en duda el llamado
“holocausto”, pero negar el deicidio es perfectamente aceptable)].
El
segundo tipo de tradicionalista intenta salvar cabra y coles. Fundamentalmente
preocupado por la supervivencia (personal, institucional, emocional), quiere la
misa antigua pero también un modus vivendi tolerable con el establishment
conciliar. Evita palabras duras como “apostasía”, que te marginan, para poder
mantener buenas escuelas y prioratos dignos. Siempre dispuesto a reprender a
quienes todavía hablan como un de Castro Mayer o un Lefebvre, cierra un ojo o
se expresa con cautela sobre los Bergoglio y los Prévost. [NOTA AGENDA FATIMA: Idem anterior. A diferencia de un Mons. Vigano, que
dijo la verdad sin pelos en la lengua y por eso fue perseguido, los superiores
de la FSSPX se han callado bajo prudencia humana o han deslizado críticas
veladas e indirectas respecto de las tropelías de Francisco y León, sin
mencionar a éstos].
La
tragedia es que el segundo tipo piensa sinceramente que está siendo caritativo
y prudente. Recomienda “no dejar a las almas sin sacramentos”, “no ser
demasiado duros”, “no pretender ser más católicos que el papa”. Pero, en la
práctica, termina rebajando el mayor derrumbe doctrinal de la historia de la
Iglesia a un caso de “pontificado difícil” que puede gestionarse con buenos
modales y relaciones públicas cuidadosas.
Todo esto
significa preservar el envoltorio mientras la sustancia se evapora.
La verdadera caridad dice la verdad sobre
todo cuando cuesta; llama a los falsos pastores por lo que son y se niega a
colaborar con la confusión, incluso bajo amenaza de castigo o exilio. Este es
el espíritu que hizo rugir al viejo león de Campos contra Pablo VI y Juan Pablo
II en una época en que los papas eran todavía relativamente “conservadores” en
comparación con los actuales ocupantes de la hospedería vaticana.
¿Se puede
seguir tratando a figuras como Rifan, a los tradicionalistas blandos y pronto,
quizá, a una FSSPX regularizada, como modelos del método a seguir para “ganar”
en el juego de la política vaticana? ¿O hay que admitir que esta estrategia,
por muy atractiva que pueda resultar humanamente, es exactamente lo que
describe el padre Nix al hablar del segundo grupo?
Por
desgracia, realmente hay tradicionalistas que piensan así: “Mientras pueda
celebrar mi misa antigua, el mundo puede irse al infierno con Roma”.
Pero si de verdad crees que la fe católica es
necesaria para la salvación, que la nueva religión del Vaticano II ha
traicionado objetivamente esa fe y que las almas son desviadas por errores
sobre la libertad religiosa, el ecumenismo, la colegialidad y las cuestiones
morales, entonces la única respuesta honesta es la resistencia, no la
integración.
Esto significa actuar como hicieron de Castro
Mayer y Lefebvre cuando consideraban que la Fe misma estaba en juego:
rechazando ritos envenenados, denunciando explícitamente los errores conciliares
y aceptando la marginación práctica antes que comprar seguridad al precio del
silencio.
El padre
Nix, quizá involuntariamente, nos ha proporcionado la forma más sencilla
posible de resolver la cuestión. La pregunta es: ¿estamos luchando para que el
mayor número posible de almas puedan conocer, amar y servir al verdadero Cristo
en Su verdadera Iglesia? ¿O estamos reorganizando en silencio los muebles de la
casa en llamas, agradecidos de que, al menos por ahora, nos hayan permitido
conservar una capilla casi intacta?
En cierto
momento hay que elegir: o rugir como el León de Campos o acurrucarse como el
perrito de León XIV.
