Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

martes, 4 de noviembre de 2025

EL ROSARIO DE JUAN PABLO II

 



Por P. CHRISTOPHE BEAUBLAT

 

Sobre el nuevo rosario, he aquí el juicio del padre Beaublat, aparecido originalmente en Le Bachais (boletín del priorato San Pedro Julián Eymard) [1]. Ha sido revisado y ligeramente ampliado por el autor para esta publicación (los subtítulos son de nuestra redacción).

Le Sel de la Terre.

 

El 16 de octubre de 2002, Juan Pablo II firmaba la carta apostólica Rosarium Virginis Mariæ, en la cual proclama «el año que va de octubre de 2002 a octubre de 2003 Año del Rosario» (§ 3).

Para los católicos resueltamente apegados a la Tradición, el intento de volver a poner en honor el santo rosario parece del todo oportuno. Es juicioso querer sacar de su olvido esta bella devoción mariana e invitar a los fieles a rezar en familia.

Sin embargo, no podemos estar francamente entusiasmados: a causa del papa, en primer lugar, que ya ha dicho un cierto número de tonterías respecto a la santísima Virgen; a causa del propio texto, que vehicula una nueva teología; y por la pretensión de llenar las lagunas hipotéticas de una oración tan tradicional.

 

La extraña mariología de Juan Pablo II

 

El rosario, declara Juan Pablo II,

es de alguna manera una oración comentario del último capítulo de la constitución Lumen gentium del segundo concilio del Vaticano, capítulo que trata de la admirable presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia (§ 2).

Este capítulo es, en realidad, una especie de “texto-apéndice”, colocado allí porque no se quería en absoluto —el ecumenismo lo exigía— un esquema especial sobre la santísima Virgen.

Encontramos, sin embargo, en él un pasaje tradicional que Juan Pablo II ya no escribiría hoy:

En esta luz, ella se encuentra proféticamente esbozada en la promesa (hecha a nuestros primeros padres después de la caída) de una victoria sobre la serpiente (Gn 3, 15).

Del mismo modo, es ella, la Virgen, quien concebirá y dará a luz un hijo al cual será dado el nombre de Emmanuel (Is 7, 14) [2].

He aquí ahora lo que enseña Juan Pablo II:

— sobre el Génesis 3, 15:

Ya hemos tenido ocasión de recordar anteriormente que esta versión no corresponde al texto hebreo, en el cual no es la mujer, sino su linaje, su descendencia, quien aplasta la cabeza de la serpiente. Este texto no atribuye, pues, a María, sino a su Hijo, la victoria sobre Satanás [3].

— sobre Isaías 7, 14:

En el texto hebreo, esta profecía no anuncia explícitamente el nacimiento virginal del Emmanuel: el término utilizado (almah) significa, en efecto, simplemente “una joven mujer”, no necesariamente una virgen. Además, se sabe que la tradición judía no proponía el ideal de la virginidad perpetua, y que jamás había expresado la idea de una maternidad virginal. […]
El Antiguo Testamento, por tanto, no contiene un anuncio formal de la maternidad virginal, la cual sólo es plenamente revelada por el Nuevo Testamento [4].

 

La extraña teología de la encíclica

 

En la encíclica Rosarium Virginis Mariæ, se destacan varias tendencias doctrinales:

1. — El culto del hombre:

A la luz de las reflexiones hechas hasta aquí sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar la implicación antropológica del rosario, una implicación más radical de lo que parece a primera vista.

Quien se pone a contemplar a Cristo haciendo memoria de las etapas de su vida no puede dejar de descubrir también en Él la verdad sobre el hombre.
Esta es la gran afirmación del concilio Vaticano II […]. Se puede decir así que cada misterio del rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre (§ 25).

En efecto, esto está plenamente conforme al magisterio del Concilio:

Todo en la tierra debe estar ordenado al hombre como a su centro y a su cima (Gaudium et spes 12).

Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre a sí mismo y le descubre la sublimidad de su vocación (GS 22).

Al mismo tiempo crece la conciencia de la eminente dignidad de la persona humana, superior a todas las cosas, y cuyos derechos y deberes son universales e inviolables (GS 26).

2. — El irenismo:

El rosario es una oración orientada por naturaleza hacia la paz […], nos hace constructores de la paz en el mundo […], nos permite esperar que, aun hoy, una “batalla” tan difícil como la de la paz podrá ser ganada (§ 40).

Se busca la paz a toda costa, como si no pudiera haber guerras justas.
Ni una palabra sobre la herejía cátara, el islam o el comunismo.

Ninguna referencia a la defensa de la fe.

Juan Pablo II se contenta con escribir sobriamente:

En momentos en que la cristiandad misma estaba amenazada, fue a la fuerza de esta oración a la que se atribuyó el alejamiento del peligro, y la Virgen del rosario fue saludada como la propiciadora de la salvación (§ 39).

¡Qué diferencia con sus predecesores!

Esta manera de orar fue instituida contra los herejes y las herejías perniciosas [5].

Una vez conocida esta manera de orar, los fieles, iluminados por las meditaciones y encendidos por el texto de estas oraciones, comenzaron a convertirse en otros hombres; las tinieblas de la herejía se disiparon y la luz de la fe católica brilló con todo su esplendor [6].

El rosario fue instituido para implorar el patrocinio de la Madre de Dios contra los enemigos del nombre católico [7].

La Reina del cielo misma dio a esta forma de oración un gran incremento de eficacia.

Fue bajo su impulso e inspiración que, en una época muy hostil al nombre católico —y bastante semejante a la nuestra—, el ilustre santo Domingo introdujo y propagó esta devoción como una poderosa máquina de guerra para rechazar a los enemigos de la fe [8].

«Reina del santísimo rosario»: esta apelación evoca sin duda una gran victoria de la cristiandad sobre los infieles, pero mucho más aún las luminosas conquistas de la fe sobre el mal y la ignorancia religiosa [9].

3. — Una pseudo-mística con sabor gnóstico:

El rosario es también un recorrido de anuncio y de profundización, a lo largo del cual el misterio de Cristo es constantemente representado en los diversos niveles de la experiencia cristiana (§ 17).

El rosario se pone al servicio de este ideal [llenarnos de la plenitud de Dios], entregando el “secreto” que permite abrirse más fácilmente a un conocimiento de Cristo que sea profundo y que comprometa (§ 24).

Finalmente, el rosario “se sitúa en el marco universal de la fenomenología religiosa” común a las falsas religiones (§ 28).

En estas experiencias, se nota una metodología muy en boga que, para alcanzar una alta concentración espiritual, se vale de técnicas repetitivas y simbólicas, de carácter psicológico y físico (§ 28).

Notemos que la palabra “experiencia” aparece veintidós veces en el texto.
Puede ser útil profundizar este punto a partir de la encíclica Pascendi de san Pío X (8 de septiembre de 1907).

Se puede recurrir con provecho al Catecismo sobre el modernismo del padre Lemius [10].

Concluyamos con Mons. Lefebvre:

El papa actual y esos obispos ya no transmiten a Nuestro Señor Jesucristo, sino una religiosidad sentimental, superficial, carismática, en la que ya no pasa la verdadera gracia del Espíritu Santo en su conjunto.
Esta nueva religión no es la religión católica; es estéril, incapaz de santificar la sociedad y la familia [11].

 

La extraña pretensión de mejorar el rosario

 

Tres series de misterios: cinco misterios gozosos, cinco misterios dolorosos, cinco misterios gloriosos.

Ciento cincuenta Avemarías, que corresponden a los ciento cincuenta salmos; he aquí por qué se llama al rosario “el salterio de Nuestra Señora”.
Venido del cielo, el rosario nos invita a contemplar a Jesús y a María en los más bellos cuadros evangélicos.

¿Por qué, entonces, esta novedad de los “misterios luminosos”?
Juan Pablo II nos invita, en efecto, a insertar entre los misterios gozosos y los misterios dolorosos cinco nuevos misterios sobre la vida pública de Nuestro Señor (§ 21):

  1. Bautismo en el Jordán,
  2. autorrevelación (?) en las bodas de Caná,
  3. anuncio del Reino de Dios con la invitación a la conversión,
  4. transfiguración,
  5. institución de la eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

En efecto, aun teniendo una característica mariana [¡!], el rosario es una oración cuyo centro es cristológico. En la sobriedad de sus elementos, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es casi un resumen (§ 1).

Se habla demasiado de Nuestra Señora y no lo suficiente de Jesús, eso es todo.
Este añadido, que parece oportuno a Juan Pablo II, permitirá

dar una consistencia netamente más cristológica al rosario […] para que se pueda decir de manera completa que el rosario es un “resumen del Evangelio” (§ 19).

Fruto de una experiencia secular, el método mismo no debe ser subestimado.
La experiencia de innumerables santos milita en su favor, lo cual no impide, sin embargo, que pueda ser mejorado (§ 28).

Hay que rendirse a la evidencia: todo debe estar conforme con la nueva religión surgida del Vaticano II:

— nueva misa (1969);
— nuevos ritos de los sacramentos: orden (1968), bautismo (1969), matrimonio (1969), confirmación (1971), extremaunción (1972), penitencia (1973);
— nuevo calendario (1969);
— nuevos óleos santos (1971);
— nuevo código de Derecho canónico (1983);
— nuevo vía crucis (1991) [12];
— nuevo catecismo de la Iglesia católica (1992);
— nuevo rito de los exorcismos (1999);
— nuevo martirologio (2001) [13].

En conclusión, nuestra actitud será, pues, la siguiente: conservaremos el rosario en su forma plurise­cular, con los quince misterios que conocemos, el Padrenuestro tradicional (que excluye la idea de que Dios pueda incitarnos al mal: «No nos sometas a la tentación»), el Avemaría tradicional (con el trato de vos y no el ridículo «Alégrate, María»), y la oración Oh mi Jesús enseñada por el ángel a los niños de Fátima (y de la cual no habla la carta apostólica).

 

 

 

NOTAS:

[1] — Le Bachais, noviembre-diciembre de 2002, enero de 2003. Priorato San Pedro Julián Eymard, 22 chemin du Bachais, 38240 Meylan.
[2] — LG 55. Notemos, sin embargo, que este pasaje, de apariencia tradicional, ya abría una puerta a la subversión, por el empleo de la palabra adumbratur (y el rechazo de la palabra designatur). Véase el artículo del p. Abraham en este número de Le Sel de la terre. (Nota de la redacción.)
[3] — Juan Pablo II, alocución del 29 de mayo de 1996; ORLF 2420, 4 de junio de 1996, p. 12.
[4] — Juan Pablo II, alocución del 31 de enero de 1996; ORLF 2404, 6 de febrero de 1996, p. 8.
[5] — León X, citado por León XIII en la encíclica Supremi apostolatus del 1.º de septiembre de 1883 (El Santo Rosario, en la colección Enseñanzas pontificias de Solesmes, París, Desclée, 1966, § 28).
[6] — San Pío V, citado en la misma encíclica (ibid.).
[7] — León XIII, carta apostólica Salutaris ille del 24 de diciembre de 1883 (ibid., § 42).
[8] — León XIII, encíclica Octobri mense del 22 de septiembre de 1891 (ibid., § 77).
[9] — Pío XII, alocución a los rosaristas del 10 de mayo de 1955 (ibid., § 327).
[10] — J. B. Lémius O.M.I., Catecismo sobre el modernismo, 1.ª edición de 1907 con carta-prólogo del cardenal Merry del Val, secretario de Estado (reeditado en 1974 por ediciones Forts dans la Foi, con un prólogo del padre R.-Th. Calmel O.P. reproducido en Le Sel de la terre 12 bis, p. 98 y ss.). Véanse el capítulo II, § 1: Experiencia religiosa, y el capítulo III, § 1: Inmanencia y simbolismo teológicos.
[11] — Mons. Lefebvre, Itinerario espiritual, Écône, 1990, p. 9.
[12] — Este nuevo vía crucis cuenta con quince estaciones (o más) en lugar de catorce; ha modificado algunas para eliminar todo lo que no está explícitamente en el Evangelio. Inaugurado por Juan Pablo II en 1991, fue también el que se utilizó durante el jubileo del año 2000.
[13] — Publicado el 29 de junio de 2001, este nuevo martirologio contiene los nombres de 6 538 santos y beatos, de los cuales 1 717 (casi un tercio) fueron proclamados como tales por el mismo Juan Pablo II.

  

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