por DON CURZIO NITOGLIA
Introducción
El papa Bergoglio había negado varias veces —con bromas de pésimo gusto—
que María fuera Corredentora, llegando incluso a calificar la Corredención como
una “tontería”, es decir, una estupidez.
Ahora, el papa León XIV quisiera dar una sistematización doctrinal más
“seria”, por medio de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a las
declaraciones improvisadas de Bergoglio.
De hecho, el documento Mater populi fidelis (del 4 de noviembre
de 2025) de dicha Congregación, en la nota n.º 11, escribe: “es siempre
inapropiado usar el título de Corredentora”.
De ello se deduce que León XIV es, en cierto sentido, aún peor que
Bergoglio, aunque parezca imposible lograr semejante hazaña.
Importancia de la cuestión
La cooperación de María en la Redención de Cristo (Corredención,
Mediación universal y Dispensación de las gracias) no es un asunto menor dentro
de la teología dogmática católica; de hecho, toca el corazón mismo del dogma,
es decir, la Salvación del género humano.
Después del pecado de Adán, Dios era libre de redimirnos o no (la gracia
no se debe a la naturaleza, sino que es un don gratuito de Dios). Además, en
cuanto al modo de realizar la eventual Redención, Dios era libre de redimirnos
solo por medio de Cristo, o bien, con Cristo a través de María, su verdadera
Madre.
Por eso, es necesario estudiar en las dos fuentes de la Revelación (la Sagrada
Escritura y la Tradición), interpretadas por el Magisterio, qué es lo que Dios
ha establecido.
Mediación de María en general
Santo Tomás (Suma Teológica, III, q. 26, a. 1) enseña que, para que una
persona pueda llamarse mediadora, se requieren dos condiciones:
1.º) que sirva de medio entre dos extremos (mediación natural, física u
ontológica);
2.º) que una a los dos extremos (mediación moral).
En pocas palabras, el mediador es una persona que:
1.º) se interpone ontológicamente entre otras dos con su presencia
física,
2.º) para unirlas o volver a unirlas moralmente con su acción (si estaban
unidas y luego se habían separado por discordia).
Ahora bien, María posee perfectamente estas dos características:
1.º) está ontológicamente en medio entre el Creador y la criatura,
siendo verdadera Madre del Verbo Encarnado y verdadera criatura racional, y
como verdadera Madre de Dios Redentor;
2.º) ha actuado moralmente para reconciliar al hombre con Dios.
Por tanto, tiene algo en común con los dos extremos, sin identificarse
completamente con ninguno de ellos:
a) en cuanto Madre de Dios, se acerca al Creador y se aleja de las
criaturas;
b) mientras que, como verdadera criatura, se aleja del Creador y se acerca a
las criaturas.
Por eso, en cierto sentido, conviene con los dos extremos, y en otro sentido se
distingue de ellos.
Además de la mediación ontológica entre Dios y el hombre, María ejerce también la mediación moral entre ambos: con su “fiat” al aceptar en su seno la Encarnación del Verbo que habría de morir en la Cruz (cooperación remota o preparatoria a la Redención de Cristo), restituyó consciente y voluntariamente a Dios —o a su gracia santificante— al hombre herido por el pecado de Adán, y al hombre le devolvió la filiación sobrenatural con Dios, haciéndole reencontrar la gracia divina.
María, cuando respondió al ángel Gabriel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc
1,38), sabía que el Redentor salvaría a la humanidad muriendo en la Cruz
(cooperación formal en la Redención), como lo habían predicho los profetas del
Antiguo Testamento y como el mismo Gabriel le había dicho: “Lo llamarás Jesús, que significa Salvador”
(Lc 1,31).
Por tanto, no fue solo Madre de Dios, sino Madre de Dios crucificado por
la Redención del género humano. Podemos entonces afirmar con san Beda: “La
Anunciación del ángel a María es el comienzo de nuestra Redención” (PL, t. 94,
col. 9).
Ciertamente, Cristo es el único Redentor y Mediador universal de todo
hombre (Rom 5,18; 1 Tim 2,5), pero Dios quiso que el Verbo se encarnara en el
seno de María y nos salvara con su muerte en la Cruz. Siendo así, existe una
Mediadora secundaria y subordinada (María) junto al Mediador principal
(Cristo).
Jesús no solo nos redimió adquiriendo la gracia mediante su muerte en la
Cruz, sino que aplica la gracia a cada hombre, confiriéndole la gracia
suficiente para salvarse. Él es el Redentor y Dispensador principal de toda
gracia. La Redención universal (en acto primero o en el ser) es el fundamento
de la Dispensación universal (en acto segundo o en el obrar).
Lo mismo debe decirse, de manera analógica, de la Corredención y
Dispensación de toda gracia por parte de María.
De hecho, también María nos readquirió la gracia de manera subordinada a
Cristo, como Corredentora, y además distribuye por voluntad de Dios la gracia a
cada individuo. María no es solamente Dispensadora de gracia, como querrían
algunos mariológos minimalistas, sino que ella es también verdaderamente, por
voluntad de Dios, Corredentora subordinada a Cristo. María reconcilia a los
hombres con Dios y no se limita a distribuir la gracia a cada persona que
quiera recibirla.
Ciertamente, la Mediación o Corredención de María:
1.º) no es principal ni equivalente a la de Cristo, es decir, no existen
dos “Redentores: Cristo y María”;
2.º) es secundaria (Cristo es Dios, María es solo una criatura finita,
aunque verdadera Madre de Cristo como verdadero hombre);
3.º) no es independiente ni paralela a la de Cristo;
4.º) está subordinada a la de Cristo;
5.º) no es suficiente por sí misma, sino que toma su valor de la
Encarnación y muerte del Verbo;
6.º) no es absolutamente necesaria, sino solo hipotéticamente: es decir,
fue querida libremente por Dios, que habría podido escoger otro modo de redimir
a la humanidad.
La mariología católica, por tanto, no usurpa a Cristo el título de
Mediador, Redentor y Dispensador de toda gracia para conferir esas
prerrogativas a María, como dicen erróneamente los protestantes y los
modernistas.
San Pablo ha revelado —y es de fe— que “uno solo es el Mediador entre
Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús” (1 Tim 2,5-6).
El Mediador principal, absoluto, independiente y suficiente por sí mismo
es Jesús.
Pero esto no excluye, sino que admite implícitamente, la cooperación
secundaria, subordinada, dependiente, en sí misma ineficaz y solo
hipotéticamente necesaria de María, quien aceptó libre y conscientemente
convertirse en Madre del Verbo Encarnado y Redentor.
A lo largo de este artículo trataremos de ver cómo la Sagrada Escritura,
la Tradición y el Magisterio de la Iglesia han enseñado (al menos
implícitamente) la Corredención, la Mediación universal y la Dispensación de
las gracias por parte de María, de manera subordinada a Cristo.
María Corredentora
Corredentora es el
título que resume en una sola palabra la mediación entre María, Dios y el
hombre herido por el pecado original, es decir, su cooperación en la
Redención del género humano.
La palabra Corredentrix (no la realidad que significa) se
encuentra por primera vez en el siglo XIV en el Tractatus de praeservatione
gloriosissimae BVM, obra de un fraile Mínimo anónimo, y luego en el siglo XV
en un himno latino conservado en dos manuscritos de Salzburgo:
“Ut, compassa Redentori, Corredentrix fieres.”
“A fin de que, sufriendo junto con el Redentor, te convirtieras en
Corredentora.”
Sin embargo, el título de Corredentora deriva de otro aún más antiguo
en cuanto al término (no a la verdad significada), el de Redentrix (Redentora),
que se encuentra nada menos que 94 veces desde el siglo X hasta 1750, y
que se usaba para significar Madre del Redentor.
Este término podía malinterpretarse y hacer creer que María fuese el
“Redentor” o la principal autora de la Redención de la humanidad. Por ello,
desde “Redentora” se pasó, hacia 1750 —ante las objeciones de los jansenistas—,
suavemente a “Corredentora” o cooperadora en la Redención, especialmente
cuando los teólogos de la Contrarreforma comenzaron a estudiar de modo
específico el tema de la cooperación inmediata pero subordinada de María en la
Redención de Cristo, debiendo responder a las objeciones protestantes y
jansenistas. Sin embargo, hasta todo el siglo XVIII el término Redentora
no solo permaneció, sino que todavía superaba en uso al de Corredentora.
Fue precisamente el siglo XVIII el que hizo prevalecer el término Corredentora.
En efecto, una obra de sabor jansenista escrita por Adán Widenfeld (Monita
salutaria) reprobaba claramente el término Corredentora; por eso,
los teólogos profundizaron la cuestión, y el mismo título de Corredentora
empezó a imponerse sobre el de Redentora.
Finalmente, en el siglo XIX, el título de Redentora, salvo raras
excepciones, comenzó a desaparecer para dejar su lugar al de Corredentora,
que incluso fue citado en Documentos oficiales de la Santa Sede.
Redención principal de Cristo y corredención
secundaria mariana
Redención, en
general, significa rescatar o recomprar una cosa que antes se poseía y luego se
perdió. Por tanto, se rescata o se recompra pagando cierto precio.
En sentido teológico, la palabra Redención aplicada a la
humanidad después del pecado original significa que la cosa poseída y luego
perdida por el género humano tras el pecado de Adán es la gracia
santificante, que hace participar al hombre de la vida de Dios y tiene un
valor infinito.
El precio a pagar para recomprar o rescatar la cosa perdida debía, por
tanto, tener un valor infinito. Ahora bien, la humanidad no podía pagar una
suma semejante, siendo finita y creada. Por eso, se requería la intervención de
Dios para rescatar la gracia perdida por Adán.
La Santísima Trinidad decretó libremente que el Verbo se encarnase en el
seno de la Bienaventurada Virgen María por obra milagrosa del Espíritu Santo y
que, en sustitución de la humanidad incapaz de pagar tal precio, como verdadero
Dios y verdadero hombre pudiese sufrir y dar a su sufrimiento un valor
infinito, como cabeza de la nueva humanidad a redimir (el Nuevo Adán).
El elemento esencial de la Redención de Cristo es el pago del precio
para recobrar la gracia perdida.
Dicho esto, cabe preguntarse: ¿cómo cooperó María en la Redención de
la humanidad realizada por Cristo?
Los teólogos católicos aprobados y recibidos por la Iglesia admiten
—aunque con matices diversos— la realidad de la corredención secundaria y
subordinada de María, y especifican que la corredención es remota en
el fiat de María en la Encarnación del Verbo Redentor, y próxima
subordinadamente al holocausto de Cristo iniciado en la Encarnación y consumado
en el Calvario.
Los protestantes y los modernistas, en cambio, la niegan, concediendo solo que
María fue la materia a través de la cual (cooperación puramente material) pasó
Cristo.
Pero María cooperó no solo materialmente (como el seno en el cual
se encarnó y habitó el Verbo), sino formalmente, es decir, consintiendo
con el entendimiento y la libre voluntad en la Encarnación redentora de Cristo
en su seno, generándolo y nutriéndolo durante los primeros nueve meses. Además,
María, a lo largo de su vida, unió su voluntad y su sufrimiento al de Cristo,
uniéndose a Él para nuestra salvación.
Por tanto, Dios quiso que la Redención del género humano se realizara no
solo por los méritos de Jesucristo (Redentor principal, independiente, en sí
mismo suficiente y necesario), sino también por la cooperación inmediata o
próxima de María (Corredentora secundaria, subordinada, en sí misma
insuficiente y solo hipotéticamente necesaria, es decir, por voluntad libre de
Dios).
De este modo, los méritos y satisfacciones de Jesús y de María
constituyeron el precio para recomprar la gracia perdida por Adán.
La humanidad, pues, fue redimida o recomprada por Cristo, y corredimida
o co-recomprada por María, en el sentido ya explicado.
En resumen: los sufrimientos, los actos, las oraciones y todas las obras
buenas de María —sostenidos especialmente y en grado sumo en el Calvario—, en
unión subordinada a los de Cristo, tuvieron un verdadero valor corredentor, no
solo material (como canal material a través del cual pasó el Verbo Encarnado),
sino formal (consciente y libre); es decir, fueron eficaces para la Redención
en sí misma (u objetiva) de la humanidad, y no solo para la aplicación de
la Redención a los individuos (Redención subjetiva o Dispensación de toda
gracia).
Por tanto, la cooperación de María es un elemento esencial y no
puramente accidental de la Redención de Cristo, de modo que sin la
corredención mariana no existiría la Redención de Cristo tal como la Santísima
Trinidad la ha querido (aunque hubiera podido disponerla de otro modo).
Sin embargo, la corredención subordinada de María no quita nada a
la Redención principal de Cristo.
La corredención de María en la Redención en sí misma (u objetiva) de
Cristo es análoga a la cooperación de cada hombre en su propia redención
subjetiva, es decir, en la recepción de la gracia en su alma.
Lejos de restar algo a la omnipotencia de la Voluntad divina, esta
cooperación es precisamente querida por Dios para nuestra salvación.
En efecto, nuestra cooperación en la recepción de la gracia divina en
nuestra alma —es decir, nuestra redención subjetiva— es un elemento esencial
para nuestra salvación, sin el cual no podríamos salvarnos, pero no perjudica
la omnipotencia, unicidad y primacía de la voluntad de Dios en nuestra
santificación.
Se puede decir con toda propiedad que solo Dios nos ha salvado,
porque nuestra cooperación, en la línea de la causalidad eficiente, procede
antes de Dios; sin embargo, nosotros mismos, junto con Cristo, hemos obrado
nuestra salvación, porque realmente hemos cooperado, aunque
subordinadamente a la acción divina como causas segundas.
Es decir: nuestra salvación es de Dios como Causa eficiente primera, y
nuestra como causas eficientes segundas.
Por ejemplo: un cuadro pertenece enteramente al pintor como causa
principal, y enteramente al pincel y los colores como causas instrumentales
secundarias y subordinadas.
Así también, la corredención o cooperación objetiva de María en la Redención
realizada principalmente por Cristo, aun siendo (según el plan actual de Dios)
un elemento esencial de la Redención, no perjudica su unicidad ni su
omnipotencia, pues la corredención o cooperación de María deriva, en la
línea de la causalidad eficiente, de Cristo.
Por eso, se puede decir que Cristo solamente ha obrado nuestra
Redención, pero que María, junto y subordinadamente a Cristo, ha obrado
nuestra Redención, porque Dios mismo así lo ha querido y dispuesto.
La Redención de la humanidad sin la corredención de María no sería aquella
querida y decretada por Dios.
María no fue Corredentora de sí misma, sino que fue redimida
solo por Dios, que la preservó del pecado original (Redención preventiva y
no liberativa); sin embargo, después cooperó en la Redención de los demás
hombres.
En efecto, no se puede cooperar en la Redención sin la gracia, la cual procede
de la Redención y la presupone ya existente.
María, por tanto, no cooperó en su propia Redención, sino solo
en la de todos los demás hijos de Adán, siendo ella la Inmaculada
Concepción, redimida preventivamente por Cristo.
El Magisterio y la Corredentora
Solo a partir del siglo XIX, y específicamente con León XIII, el
Magisterio se pronunció explícitamente sobre la Corredención mariana.
Pío IX
Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854), al
definir el dogma de la Inmaculada Concepción de María, se remitió a la profecía
del Génesis (III, 14-15) y puso de relieve la unión indisoluble entre María y
Cristo en la lucha contra la serpiente infernal, es decir, en la Redención
principal de Cristo y simultáneamente subordinada de María.
En efecto, la Vulgata de San Jerónimo narra que la Mujer (es
decir, María, según la interpretación unánime de los Padres de la Iglesia)
aplasta la cabeza de la serpiente infernal con Cristo y bajo Cristo.
Por tanto, María es Corredentora remota, indirecta, secundaria y
subordinada junto con Jesús, Redentor principal y directo de la humanidad.
Ahora bien, el 8 de abril de 1546, el Concilio de Trento (ses. IV, DB
46) definió la Vulgata como “aprobada en la Iglesia por su uso
multisecular”; “auténtica”, es decir, digna de fe o normativa, inmune de todo
error en materia de fe y de moral, fuente genuina de la Revelación, expresión
fiel de la palabra escrita de Dios; ordenando que “nadie presuma rechazarla
bajo ningún pretexto”.
Por consiguiente, no se puede rechazar la doctrina de la Corredención
subordinada y secundaria de María, en cuanto contenida en la Vulgata,
que habla de la “Mujer (Mulier)”, de su descendencia (Jesús) y de su
talón (los cristianos), la cual aplastará la cabeza de la serpiente: Ipsa
conteret caput tuum, “con Cristo, por Cristo y en Cristo”, según leen
unánimemente los Padres de la Iglesia y el mismo San Jerónimo (De perpetua
Virginitate Mariae adversum Helvidium, PL 23, 1883, 193-216).
León XIII
León XIII, en la encíclica Jucunda semper (1894), enseña que
María ofreció de sí misma junto con Jesús:
- desde la presentación de su Hijo en el Templo,
ocho días después de su nacimiento, participando en la expiación dolorosa
de Cristo a favor del género humano, es decir, para su Redención;
- además, en el Calvario, movida por un inmenso
amor hacia nosotros para devolvernos la vida sobrenatural de la gracia y
tenernos como hijos espirituales, ofreció ella misma a su Hijo a la
justicia divina y con Él murió espiritualmente, traspasada por una espada
de dolor en su espíritu;
- tal Corredención se realizó en virtud de un
decreto o designio especial y libre de Dios (AAS 27 [1894-1895], pp.
178-179).
Asimismo, León XIII, en la encíclica Adiutricem populi (1895):
- distingue la Redención y Corredención objetiva
o en sí misma (en acto primero o en el ser) de la Redención y Corredención
subjetiva o aplicación de los méritos a las almas individuales (en acto
segundo o en el obrar);
- enseña explícitamente la cooperación de María
a la Redención objetiva y subjetiva de Cristo;
- explica que la cooperación de María a la
Redención en el ser o en sí misma (objetiva) es la razón de su cooperación
a la Redención en acción o aplicación de las gracias a los hombres (subjetiva).
(Cfr. AAS 28 [1894-1895], pp. 130-131).
San Pío X
San Pío X, en la encíclica Ad diem illum (1904), enseña:
“Puesto que María fue asociada por Cristo a la obra de nuestra
Redención, mereció de congruo (por pura benevolencia divina) lo que
Cristo mereció de condigno (por estricta justicia)” (AAS 36 [1904], p.
453).
Nótese que el papa Sarto afirmó en este pasaje dos verdades sobre la
Corredención:
- María fue asociada a la Redención por Cristo,
y no fue María quien se asoció por iniciativa propia a la dolorosa obra
del rescate de la humanidad realizada por Jesús;
- gracias a esta asociación, María mereció por
libre voluntad divina (de congruo) lo que Cristo mereció por
derecho (de condigno).
Estas dos expresiones teológicas técnicas significan claramente que
María es solo Corredentora subordinada, mientras Cristo es el único Redentor
principal.
Roschini (Mariologia, Milán, 3 vols., 1940–1942) precisa, junto con
Lépicier (Tractatus de Beatissima Virgine Maria, Roma, 5.ª ed., 1926),
que María mereció de congruo ad melius esse y no ad esse simpliciter
en la Redención, como Corredentora subordinada por voluntad amorosamente
gratuita de Dios.
Benedicto XV
Benedicto XV fue el primer papa que formuló la doctrina de la
Corredención mariana en términos perentorios, inequívocos y definitivos (pues
después de las encíclicas de León XIII y de San Pío X algunos teólogos
minimalistas en mariología habían intentado disminuir el alcance de las
enseñanzas magisteriales de aquellos papas).
El papa Giacomo Della Chiesa, en su carta apostólica Inter sodalicia
(1918), escribe que María, en el Calvario, al pie de la Cruz, “padeció tanto y
casi murió con su Hijo paciente y moribundo, por un designio divino, e inmoló a
su Hijo para aplacar la justicia divina, de modo que con razón se puede decir
que María redimió junto con Cristo al género humano” (AAS 10 [1918], pp.
181-182).
Benedicto XV enseña tres cosas:
- los actos de “con-muerte”, compasión e
inmolación de María son la causa de la Corredención mariana;
- los efectos de tales actos de la Corredentora
fueron la aplacación de la justicia divina ofendida por el pecado de Adán
y la salvación objetiva del género humano;
- el motivo de la Corredención de María es la
libre elección de Dios y no una necesidad natural en María, quien, siendo
criatura, no podía por sí misma redimir a la humanidad.
Pío XI
Pío XI, en su mensaje radiado para la clausura del Jubileo de la
Redención humana (28 de abril de 1935), fue el primer papa que usó el
término Corredentrice (“Corredentora”), aunque la realidad significada
ya estaba presente tanto en la Sagrada Escritura como en la Tradición y el
Magisterio.
El papa Ratti dijo:
“¡Oh Madre de piedad y de misericordia, que como compasiva y
Corredentora...!”
(L’Osservatore Romano, 29–30 de abril de 1935, p. 1).
El papa Ratti llama a María Corredentora no solo por haber dado a luz al
Redentor, sino también por su participación en la Pasión (“compasiva”) del
Redentor principal.
Por tanto, los frutos de la
Redención de Cristo derivan de una doble causa: de la Pasión redentora primera
y principal de Cristo, y de la Compasión corredentora segunda y subordinada de
María.
Pío XII
Pío XII trató repetidamente y de manera explícita sobre la Corredención
de María en tres encíclicas.
En la encíclica Mystici Corporis Christi (1943), el papa Pacelli
enseña que María
“ofreció a Jesús al eterno Padre en el Gólgota por todos los hijos de
Adán contaminados por la prevaricación de éste. De tal modo, aquella que según
el cuerpo era Madre de nuestra Cabeza, según su espíritu pudo convertirse en
madre espiritual de todos los miembros” (AAS 35 [1943], p. 247).
Pío XII nos hace comprender aún mejor, con su enseñanza, que la Corredención y la Maternidad espiritual
de María hacia los cristianos y la Iglesia expresan una misma realidad.
María cooperó subordinadamente con Cristo para readquirir la gracia para
todos los hombres, insertándolos en el Segundo Adán, su Cabeza espiritual y
Cabeza de la Iglesia, convirtiéndose así, mediante su santificación, en hijos
espirituales de María y de Jesús.
Ella es verdadera Madre física de la Cabeza del Cuerpo Místico, que es
la Iglesia, y verdadera Madre espiritual de los miembros vivos (María Mater
Christianorum) de esa misma Iglesia (María Mater Ecclesiae). Quien no tiene a María por Madre espiritual
no tiene a Dios por Padre espiritual; es decir, no está vivificado por la
gracia, que es participación en la vida divina, de modo limitado y finito, pero
real.
El papa Pacelli distingue dos fases de esta Maternidad espiritual de
María:
- la fase inicial: María, verdadera Madre de Cristo, que es la
Cabeza de los cristianos y de la Iglesia. Por ello, la Maternidad divina
de María es la fase inicial o raíz de la Corredención;
- la fase final: María, que padeció y fue “cum-mortua
mystice cum Christo”, es la fase culminante de la Corredención o
Maternidad espiritual de María hacia aquellos que han recobrado y viven en
la gracia de Dios.
En efecto, María concibió verdaderamente a Cristo no solo como verdadero
hombre, sino como Redentor del género humano; por tanto, la maternidad física
mariana de Dios (el cuerpo físico de Jesús) constituye el fundamento de la
maternidad espiritual de María o Corredención (el cuerpo espiritual, es decir,
los miembros vivos de Cristo y de la Iglesia).
María es Madre de todos los hombres en potencia, pero lo es en acto
únicamente respecto de quienes aceptan el don de la Redención ofrecido por Dios
a todos, pero rechazado por muchos.
Así como María generó a la Cabeza del Cuerpo
Místico, así ha engendrado y seguirá engendrando hasta el fin del mundo a sus
miembros vivos.
Esta generación espiritual puede dividirse en dos partes: la concepción
y el parto.
Pío XII presentó explícitamente a los hijos espirituales de María como miembros
vivos del Cuerpo Místico de Cristo, nacidos en el Calvario entre los tormentos
de María, “commortua” junto con su Cabeza, que es Cristo.
Esta es la cooperación o Corredención objetiva, remota y próxima de
María en la obra de la Redención.
En la segunda Encíclica sobre la Corredención (Ad caeli Reginam,
1954), Pío XII enseña que María es Reina no sólo porque es Madre física de
Cristo, sino también porque es Madre espiritual de los hombres redimidos y
regenerados a la vida sobrenatural. María fue asociada a Cristo en la obra de
la Redención. Ella, reparando todas las cosas con sus méritos, es la Madre y
Señora de todo lo que ha sido restituido a la gracia. De esta unión con Cristo
nace el poder real por el cual María es la Dispensadora de todas las gracias
(cf. ASS 46 [1954], pp. 634-635).
Finalmente, en la Encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús (Haurietis
aquas, 1956), Pío XII vuelve sobre el tema de la Corredentora y establece
una analogía entre el culto de latría debido al Sagrado Corazón de Jesús
y el de hiperdulía debido al Corazón Inmaculado de María (ASS 38
[1956], p. 332). Así como Dios quiso libremente asociar a María a la Redención
de Cristo, por lo cual nuestra salvación es fruto de los sufrimientos de Jesús
y de los de María, del mismo modo —nos invita el Papa— el pueblo cristiano,
después de haber tributado al Sagrado Corazón de Jesús los homenajes de
adoración que le son debidos, debe rendir a María los homenajes de hiperdulía,
puesto que ha recibido la vida sobrenatural de Cristo y de María, por voluntad
de Dios.
La Sagrada Escritura y la Corredención
En el Antiguo Testamento se anuncia la Redención y, por tanto, también
la Corredención del género humano. En el Génesis (III, 14-15) Dios pronuncia
las siguientes palabras contra el diablo, que había hecho pecar a Eva y a Adán
bajo la forma de serpiente:
«Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la
descendencia de ella: ella te aplastará la cabeza mientras tú acechas su
talón».
Según los Padres de la Iglesia, estas palabras figuran y predicen una
lucha encarnizada entre el diablo y su estirpe (los que no quieren vivir en
gracia de Dios) y el Redentor nacido de una mujer, que es la Corredentora junto
con sus hijos espirituales, rescatados y vivificados por la vida sobrenatural.
La victoria pertenece al Redentor y a la Corredentora, que aplastarán la cabeza
de la serpiente infernal.
En el Nuevo Testamento se realiza lo que había sido anunciado en el
Antiguo Testamento, al menos en tres pasajes decisivos, que son casi una
explicación o un comentario al Génesis (III, 14-15). Dos pertenecen al
Evangelio según san Lucas y uno al Evangelio según san Juan.
Evangelio según san Lucas
En el Evangelio (Lc 1, 26-38) se narra que el ángel Gabriel fue enviado
por Dios a María para obtener su libre consentimiento al plan divino de hacerla
Madre del Redentor. María dio su consentimiento: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Se nota un paralelismo impresionante entre los
tres protagonistas de la ruina espiritual del género humano (un hombre llamado
Adán, una mujer llamada Eva y un ángel caído bajo apariencia de serpiente) y
los tres protagonistas de la Redención de la humanidad (el nuevo Adán, que es
Jesús; la nueva Eva, que es María; y el ángel bueno, que es Gabriel).
Así como Eva cooperó con Adán en la caída original, impulsada por el ángel
maligno, así la nueva Eva coopera con el nuevo Adán después de aceptar la
misión divina traída por el ángel bueno. Muerte y vida sobrenatural llegan al
género humano por un hombre y una mujer. Los Padres y Doctores de la Iglesia
han interpretado de manera unánime el pasaje del Evangelio de Lucas y del
Génesis.
A continuación, el Evangelio según san Lucas (II, 22-39) narra la escena
de la Presentación de Jesús en el Templo. San Simeón anuncia a María su íntima
asociación con la Pasión redentora del Niño Jesús:
«Este niño está destinado a ser causa de ruina y de resurrección de
muchos en Israel, y a ser signo de contradicción; y a ti misma una espada te
atravesará el alma».
Simeón predice la Pasión de Jesús, a la cual será asociada María con su
Compasión. A pesar de la presencia de san José, Simeón se dirige exclusivamente
a María para hacernos comprender que sólo ella, por disposición divina, había
sido asociada a cooperar en la Pasión y Redención de Cristo, que sería
contradicho como en el Génesis fue presentado como odiado por sus enemigos. La
descendencia de Cristo y de María está diametralmente opuesta a la de la
serpiente y del Sanedrín. Finalmente, María morirá místicamente, o en su alma,
por el dolor que experimentará al participar en la Pasión del Hijo de Dios y
suyo.
Evangelio según san Juan
En el Evangelio según san Juan (II, 1-11), se presenta a María invitada
a unas bodas junto con Jesús. Falta el vino. María no se turba, y las frases
que pronuncia revelan tanto su solicitud por las necesidades de los hombres
como su absoluta confianza en la eficacia de su oración dirigida a Jesús: «Haced
todo lo que él os diga» (Jn 2, 5).
San Agustín comenta: «María, Madre de Jesús, exigía un milagro (miraculum
exigebat)» (In Jo. Evang., tr. 8; PL 35, 1455). María ora, y Jesús
accede a su deseo anticipando su misión pública, aunque aún no había llegado la
hora de hacer milagros. En este pasaje evangélico aparece en toda su dulce
fortaleza la intercesión y cooperación de María en la obra redentora de Cristo.
Asimismo, el Evangelio según san Juan (XIX, 25-27) nos muestra a María
en el monte Calvario, al pie del árbol de la Cruz, en el instante del
Sacrificio del Redentor, es decir, en el momento en que la enemistad y la
contradicción contra él alcanzaban su punto culminante. También aquí impresiona
el paralelismo con la escena del pecado original en el Génesis: un árbol de la
ciencia del bien y del mal, un hombre llamado Adán y una mujer llamada Eva, que
en el jardín o monte del Edén, impulsados por el diablo, arruinan a la
humanidad, perdiendo la gracia santificante. Así, en el Nuevo Testamento
tenemos un nuevo monte (el Calvario), un nuevo árbol (la Cruz), un nuevo Adán
(Cristo) y una nueva Eva (María), que, con la ayuda de Dios y la oposición del
diablo y de su descendencia (el Sanedrín), redimen o rescatan lo que se había
perdido en el Edén. San Juan vuelve sobre este paralelismo en el último libro
sagrado (Apocalipsis 12, 1-6), revelando la lucha entre el dragón y la Mujer.
Como se ve, la Sagrada Escritura comienza (Génesis) y termina (Apocalipsis) con
la revelación de la Pasión y la Compasión, la Redención y la Corredención, que
constituyen el corazón del dogma católico y no una devoción opcional, como quisieran
los protestantes y los modernistas.
La Tradición patrística y escolástica
Ya en el siglo II, san Justino (Diálogo con Trifón, PG 6,
709-712); san Ireneo (Contra las herejías, V, 19, 375-376); Tertuliano (De
carne Christi, c. 17, PL 6, 282), comentando el Génesis (III, 14-15) y san
Pablo (Rom., V, 17), hablan de María como la nueva Eva, opuesta a la primera,
que nos ha hecho renacer a la vida sobrenatural perdida por el viejo Adán y
recobrada por el nuevo Adán, es decir, Jesús junto con María.
Esta doctrina, que encontramos ya desde el año 100-220 d.C. (en Padres
de directa descendencia apostólica), es retomada por los Padres griegos y
latinos. Véase san Atanasio (Epist. de synod., 51-52 PG 26, 784-785);
san Efrén el Sirio llama a María “el precio del rescate de los pecadores
prisioneros” (Opera syriaca, II 607); san Basilio (Sermo in Nativ.
Domini, 5 PG 31, 1468); san Gregorio Nacianceno (Carmina 1, 10 PG
37, 467); san Epifanio (Adv. haer. Panarium LXXIX 4, 7 PG 42, 707); san
Juan Crisóstomo (Hom. in Ep. ad Rom. 13, 1 PG 60, 508-509); san Cirilo
de Alejandría (Ep. I PG 77, 13); san Cirilo de Jerusalén (Catech.
4, 7 PG 33, 461); san León Magno (Sermo II in Nativ. Domini PL 54, 199);
san Gregorio Magno (In Evang. hom. I 16 PL 76, 1135).
La Corredención es reafirmada con fuerza por el mayor de los Padres, san
Agustín de Hipona (De virginitate, V, 6): “María es madre espiritual de
todos los hombres que aceptan la gracia, porque es madre física de Cristo, de
quien los hombres justificados son miembros vivos y místicos”.
Sin embargo, esta doctrina no se explicita todavía plenamente hasta el
siglo X, cuando Juan Geómetra afirma con claridad explícita la verdad de la
cooperación corredentora y subordinada de María a Cristo (Joannis Geometrae
laus in Dormitionem B. V. Mariae).
Con el año mil, la doctrina enseñada por los Padres y Doctores sobre la
Corredención se hace cada vez más clara y explícita. San Pedro Damián (Sermo
46 in nativ. BVM, 1 PL 144, 148 A) habla de la “Pasión de Cristo” y de la
“Compasión de María”; Eadmero de Canterbury (†1124) fue el primero en hablar de
los méritos corredentores de María (Liber de Excellentia Virginis, PL
159, 573). Luego, san Bernardo de Claraval (†1153) habla de María que ha
satisfecho la culpa de Eva (Hom. II super ‘Missus est’, PL 183, 62).
Santo Alberto Magno (Mariale, q. 29, §3; Comm. in Matth., I, 18)
y san Buenaventura de Bagnoregio: “María nos dio y ofreció para nuestra
salvación a su Hijo, a quien amaba más que a sí misma” (Collatio 6 de donis
Spiritus Sancti, n. 17), llegan a la plena explicitación y sistematización
de la doctrina sobre la Corredención subordinada de María.
El Doctor Común de la Iglesia, santo Tomás de Aquino (S. Th.,
III, q. 1, a. 3, ad 3), hace derivar todos los privilegios de María de su Maternidad
divina. La Corredención es presentada por el Angélico como una participación o
cooperación activa de María en la Redención universal de Cristo. Si Cristo es
nuestra Cabeza, mereciendo para sí, mereció también para nosotros, que somos
sus miembros, la gracia santificante, la salvación y la vida eterna (S. Th.,
III, q. 48, a. 1).
Sólo Cristo es nuestro Redentor principal (S. Th., III, q. 48,
aa. 5-6; III, q. 49, aa. 1-3). Sin embargo, aunque no haya hecho de la
Corredención su “tema de combate”, el Angélico reconoció en el fiat de
María a la Encarnación del Verbo una coparticipación en la Redención, una
“acción de una persona singular, pero cuyos efectos de salvación se habrían
derramado sobre toda la humanidad” (III Sent., III, q. 3, a. 2, sol. 2;
cf. S. Th., III, q. 30, a. 1; Quodl., 2, a. 2).
Finalmente, cerca de un año antes de morir (abril de 1273), en su Expositio
super salutationem angelicam (tit. 16), el Aquinate afirma que la gracia
recibida por María en cuanto Madre de Dios fue tan sobreabundante que se
derramó desde la Virgen sobre todo el género humano y satisfizo la salvación de
todos, concluyendo: “Así fue en el caso de Cristo y de la Bienaventurada Virgen
María”.
Por desgracia, el Angélico no profundizó en las relaciones entre la Redención
de Cristo y la Corredención de María, pero el concepto de la “Compasión” lo
expresó claramente, sin hacerlo el tema privilegiado de su Mariología, que
sigue siendo la Maternidad divina, de la cual derivan todos los privilegios
marianos, incluida la Corredención.
El más grande de los Padres de la Iglesia (san
Agustín) y el mayor de los Doctores escolásticos (santo Tomás de Aquino) enseñan
la Corredención mariana.
Entre los grandes nombres de los siglos siguientes se pueden citar a san
Antonino de Florencia (Summa Theologica, IV pars, tit. 15, cap. 20, §14)
y Dionisio Cartujano (De dignitate et laudibus B. V. Mariae, II, 23). A
partir del siglo XVIII, la Corredención se convirtió en doctrina comúnmente
enseñada por los teólogos, con excepción de Scheeben, Billot y Parente.
La Corredención de María se encuentra en las dos
fuentes de la Revelación, ha sido enseñada explícitamente por los Padres de la
Iglesia y por el Magisterio pontificio ordinario; por tanto, no sólo es una
verdad teológicamente cierta, sino de fe divino-católica, aunque todavía no
definida solemnemente por el Magisterio extraordinario. En efecto, “generalmente basta la función del
Magisterio ordinario para constituir una verdad de fe divino-católica, véase
Concilio Vaticano I, sesión III, c. 3, DB, 1792” (P. Parente, Diccionario de
teología dogmática, Roma, Studium, IV ed., 1957, voz “Definición
dogmática”); sin embargo, falta la voluntad explícita de los Pontífices de
obligar a creer tal doctrina para la salvación del alma, aunque implícitamente
se encuentra en los documentos pontificios citados arriba. Pero siendo
constante la enseñanza pontificia, es en todo caso infalible, según enseña Pío
IX en la carta Tuas libenter de 1863 al arzobispo de Múnich.
La razón teológica
Por su Maternidad divina, María estaba predestinada a la función de
Mediadora universal entre Dios y los hombres, como lo han demostrado la Sagrada
Escritura, la Tradición y el Magisterio. Los mejores teólogos, generalmente de
escuela tomista, han dado la razón teológica de ello.
El padre Reginald Garrigou-Lagrange escribe que María es Mediadora
subordinadamente a Cristo:
1.º) porque cooperó (con la satisfacción o compasión y el mérito) al
Sacrificio de la Cruz;
2.º) porque intercede continuamente por nosotros en el cielo ante su
Hijo, obteniéndonos y distribuyéndonos todas las gracias que necesitamos para
la salvación eterna.
La mediación de María es ascendente (presenta a Dios las oraciones de
los hombres) y descendente (da a los hombres las gracias divinas).
María cooperó al Sacrificio de la Cruz y a la Redención de Cristo por
modo de satisfacción, es decir, reparó la Justicia divina ofendida por el
pecado de Adán, haciéndonos a Dios propicio y amigo, de manera subordinada a
Cristo, único Mediador principal de la Redención del género humano. ¿Pero de
qué modo? Ella ofreció por nosotros, hijos de Adán privados de la vida
sobrenatural, a Dios la vida de su Hijo en el Gólgota, tan querido por ella y
por ella adorado, con un grandísimo dolor junto con un inmenso amor.
Jesús satisfizo por nosotros la Justicia divina de condigno, es
decir, de estricta justicia, porque Él es Dios. En cambio, María, aunque siendo
verdadera Madre de Dios, sigue siendo una criatura; por tanto, mereció de
congruo, es decir, por conveniencia o por don de Dios, de modo que el
derecho de María al rescate de la humanidad se funda en el amor gratuito de
Dios (in jure amicabili) y no en estricta justicia, como el de Jesús. En
este sentido, María es Corredentora: con Cristo, en Cristo y por medio de
Cristo, ha recobrado el género humano que se había perdido en el pecado
original.
Esta razón teológica ha sido corroborada por el Magisterio pontificio
(cf. san Pío X, Encíclica Ad diem illum, 1904, DS 3370: “María ha
merecido de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo ha merecido de
condigno”; además, Benedicto XV, Carta Apostólica Inter sodalicia,
1918, DS 3634, n. 4: “Inmoló a su Hijo, de modo que se puede decir con toda
justicia que Ella ha redimido al género humano con Cristo y bajo Cristo”).
Santo Tomás de Aquino (S. Th., I-II, q. 114, a. 6) explica la
doctrina del mérito y la distinción entre el mérito de congruo y de
condigno, y los tomistas la han aplicado a la Corredención subordinada de
María, subordinada a la Redención principal de Cristo (R. Garrigou-Lagrange, La
síntesis tomista, Brescia, Queriniana, 1953, pp. 258-260; Id., La Mère
du Sauveur et notre vie intérieure, París, 1941; Id., De Christo
Salvatore, Turín, 1945).
De lo expuesto se deduce fácilmente que la
Corredención secundaria y subordinada de María es una verdad como mínimo
próxima a la fe, sino incluso de fe.
Ahora bien, mientras Bergoglio solía hacer declaraciones improvisadas y
explosivas respecto del dogma cristiano y sobre todo mariano, León XIV
parecería tener la tarea de hacer sistemático y “definitivo” el “bergoglismo”.
El caso de la Corredención, cuya negación fue ordenada por voluntad del
papa Prevost a la Congregación para la Doctrina de la Fe, es elocuente. Por
ello, no podemos ni debemos hacernos ilusiones sobre el pontificado actual. La
situación del ambiente eclesial sigue siendo la de la herejía modernizante
iniciada con Juan XXIII. Me parece que un mal tan profundo y vasto no puede ser
reparado solo por la acción restauradora humana, sino que necesita también, y
sobre todo, de la Omnipotencia divina.
¡Ipsa conteret caput tuum! (“Ella te aplastará la cabeza”).
Leone
- G. M. Roschini, Mariologia,
Milán, 3 vols., 1940-1942, vol. II, pp. 204-206, explica que respecto a
María Santísima, “Mediación, Corredención, Dispensación de todas las
gracias y Maternidad espiritual” son términos distintos entre sí solo
lógica o nominalmente, pero no realmente.
- Redimir, en general,
significa liberar a una persona pagando un rescate por ella. Redentor, en
sentido amplio, es, por tanto, quien libera a otro de la esclavitud o de
un secuestro pagando un cierto precio por su liberación. Por consiguiente,
la redención, en general, exige el pago de un precio para (re)comprar a
alguien. La Redención del género humano, en sentido estricto, consiste en
su liberación espiritual de la esclavitud del pecado y en su
reconciliación con Dios, interrumpida por el pecado. Jesús pagó con su
muerte en la Cruz el precio de nuestra libertad espiritual del pecado de
Adán, reconciliándonos con Dios.
- Cf. Santo Tomás de Aquino, S.
Th., III, q. 26; G. M. Roschini, Mariologia, Milán, 3 vols.,
1940-1942; Id., La Madonna secondo la Fede e la Teologia, Roma, 4
vols., 1953-1954; P. C. Landucci, Maria Santissima nel Vangelo,
Roma, 1945; A. Piolanti, Maria e il Corpo Mistico, Roma, 1957; P.
Straeter, Mariologia, Turín, 3 vols., 1952-1958; A. M. Lépicier, Tractatus
de Beatissima Virgine Maria, Roma, 5.ª ed., 1926; E. Campana, Maria
nel dogma cattolico, Turín, 6.ª ed., 1954; B. H. Merkelbach, Mariologia,
París, 1939; E. Zolli, Da Eva a Maria, Roma, 1954; R. Spiazzi, La
Mediatrice della riconciliazione umana, Roma, 1951; B. Gherardini, La
Corredentrice nel mistero di Cristo e della Chiesa, Roma, 1998; Ch.
Journet, Maria Corredentrice, Milán, 1989; R. Garrigou-Lagrange, La
Mère du Sauveur et notre vie intérieure, París, 1933; A. Cappellazzi, Maria
nel dogma cattolico, Siena, 1902; E. Campana, Maria nel dogma
cattolico, Turín, 1943; A. Lang, Madre di Cristo, Brescia,
1933; D. Bertetto, Maria Corredentrice, Alba, 1951; Id., Maria
nel Domma cattolico, 2.ª ed., Turín, 1956; A. Piolanti, Mater
unitatis. De spirituali Virginis Maternitate, en “Marianum”, 1949, p.
423 ss.; J. B. Carol, De corredemptione B. V. Mariae, Ciudad del
Vaticano, 1950; S. Garofalo y G. M. Roschini, voz “Maria Santissima”, en Enciclopedia
Cattolica, Ciudad del Vaticano, 1952, vol. VIII, col. 76-118; G. M.
Roschini, voz “Corredentrice”, en Enciclopedia Cattolica, Ciudad
del Vaticano, 1950, vol. IV, col. 640-644; A. Nicolas, La Vierge Marie
et le plan divin, París, 1880.
- Concilio de Cartago, DB 101
ss.; II Concilio de Orange, DB 174 ss.; Concilio de Trento, DB 793-843.
- “En Cristo tenemos nuestra
Redención por medio de su Sangre” (Efesios I, 7); “Señor, nos has redimido
con tu Sangre” (Apocalipsis V, 9); “Habéis sido rescatados con la preciosa
Sangre de Cristo” (1 Pedro I, 18).
- Verdad divinamente revelada
y definida por el Concilio de Trento, sesión V, DB 790.
- Cf. I. Bittremieux, De
Mediatione universali BVM quoad gratias, Brujas, 1926.
- J. Bover, Sancti Pauli
doctrina de Christi Mediatione Mariae Mediatione applicata, en
“Marianum”, n.º 4, 1942, pp. 81-90.
- A. Lépicier escribe: “María
participó en el pago del precio del rescate de la humanidad, pues
consintió libremente en la Encarnación formalmente redentora de Cristo.
María, en el Templo, ofreció a Jesús como futura víctima de
reconciliación, y en el Calvario renovó y perfeccionó tal oblación” (Tractatus
de Beata Maria Virgine, cit., p. 503).
- Durante el Concilio Vaticano
II, el 29 de octubre de 1963, el cardenal König se enfrentó con el
cardenal Santos de Manila, quien deseaba incluir el tratado sobre
mariología en un documento aparte, para dar mayor relieve al papel de
María como Mediadora y Corredentora, mientras que König quería que la
mariología fuera solo un capítulo minimalista dentro de De Ecclesia,
para no irritar a los protestantes. El Concilio aprobó la tesis de König
con 1114 votos contra 1097, por solo 17 votos. Entre los teólogos que se
opusieron a la doctrina de la Corredención en el Concilio y en el período
posconciliar se encuentran algunos que ya habían empezado a negarla
vehementemente desde los años treinta o cincuenta, por ejemplo: Y. Congar
(Bullettin de théologie, en Revue de sciences philosophiques et
théologiques, n.º 27, 1938, pp. 646-648); E. Schillebeeckx (Maria
madre della Redenzione, Catania, 1965); K. Rahner (Le principe
fondamental de la théologie mariale, en Revue de sciences
religieuses, n.º 42, 1954, pp. 508-511); H. Küng (Christ sein,
Múnich-Zúrich, 1974). Según Jean-Yves Lacoste: “Si en Lumen Gentium
53 se habla de María en relación con la Iglesia y de su Maternidad
espiritual, Pablo VI quiso proclamar que María era Madre de la Iglesia,
pero sin valor dogmático alguno (cf. DC, n.º 61, 1964, p. 1544).
Además, el Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium 62, menciona la
mediación una sola vez, de modo marginal, para expresar la intercesión de
María. Corredentora es un título evitado intencionadamente por el
Concilio Vaticano II y luego justamente cuestionado, a causa de su
ambigüedad y del rechazo protestante” (Dizionario Critico di Teologia,
Borla – Città Nuova, Roma, 2005, pp. 811-813).
- La Gracia santificante es un
don divino esencialmente sobrenatural, permanente e infundido
gratuitamente por Dios en el alma humana. Ella confiere al hombre la
santidad o justificación real. San Pedro revela que la gracia hace al
hombre “partícipe de la Naturaleza divina” (2 Pedro I, 14).
- Dios habría podido elegir
cualquier otro modo, incluso un simple acto de su voluntad, que siendo de
valor infinito podía recomprar la gracia perdida.
- Se discute entre los
teólogos católicos si María es Corredentora. Hay grandes teólogos
plenamente ortodoxos que no son favorables a la doctrina de la
Corredención de María, por temor de menoscabar la dignidad del único
Mediador y Redentor. Por ejemplo: M. J. Scheeben (Handbuch der
katholischen Dogmatik, Friburgo, 1882), L. Billot (Marie Mère de la
Grâce, París, 1921; Id., De Verbo Incarnato, 4.ª ed., Roma,
1904), P. Parente (Dizionario di teologia dommatica, Roma, 4.ª ed.,
1957, voz “Corredentrice”, pp. 95-96; Id., De Verbo Incarnato, 4.ª
ed., Turín, 1951). Pero hechas las debidas distinciones, la Corredención
de María no quita nada a la unicidad de la Redención principal de Cristo.
- La Redención objetiva es
potencial o en proceso de realización o de aplicación a los hombres;
mientras que la Redención subjetiva es actual o aplicada a las almas
individuales, y por tanto ya completa o en acto.
- Causa primera es solo Dios;
causa segunda es toda criatura, que puede subdividirse en causa principal
(por ejemplo, el pintor) y causa secundaria instrumental (el pincel).
- Vulgata, en latín “común, oficial, usual”, es la
traducción latina de la Biblia que la Iglesia usa y prescribe
oficialmente, de modo usual o común, en la enseñanza, la predicación y la
liturgia. Se debe a San Jerónimo († 420), el máximo Doctor en la
interpretación de la Sagrada Escritura, quien la inició en Roma en 383 y
la terminó en 406 en Belén. Cf. S. Garofalo, voz “Volgata”, en Dizionario
di teologia dommatica, Roma, 4.ª ed., 1957, p. 440; J. M. Vosté, De
latina versione quae dicitur “Vulgata”, Roma, 1928; Id., La Volgata
al Concilio di Trento, en Biblica, 1946, pp. 301-319; F.
Spadafora, voz “Volgata”, en Dizionario Biblico, Roma, 3.ª ed.,
1963, pp. 615-618.
- Cf. C. Spicq, Il primo
miracolo di Gesù dovuto a sua Madre, en Sacra Doctrina, n.º 18,
1973, pp. 125-144; F. Spadafora, Maria alle nozze di Cana, en Rivista
Biblica, n.º 2, 1954, pp. 220-247.
- Cf. S. Garofalo, Le
parole di Maria, Roma, 1943; Id., La Madonna nella Bibbia,
Milán, 1958; R. Spiazzi, La Mediatrice della riconciliazione umana,
Roma, 1951; F. Spadafora, Dizionario Biblico, Roma, 3.ª ed., 1963,
voz “Maria Santissima”, pp. 394-398; Id., Maria Santissima nella S.
Scrittura, Roma, 1936.
- Cf. sobre este tema el
comentario a la Suma Teológica del cardenal Tommaso de Vio, llamado
Cayetano (Commentarius in IIIam partem Summae theologiae, q. 28, a.
2).
- Cf. B. H. Merkelbach, Quid
senserit S. Thomas de mediatione B. M. Virginis, en “Xenia
Thomistica”, 1925, pp. 505-530.
- Cf. G. Roschini, La
Mediatrice universale, Roma, 1963.
- ¡Atención! Estos autores,
más que contrarios a la doctrina de María Mediadora y Dispensadora
universal, querían insistir más en la distinción entre el Redentor
principal y la Corredentora subordinada; cf. B. Bartmann, Manuale di
Teologia Dogmatica, Alba, 1952, 3.ª ed., vol. II, pp. 184-185.
- El “dogma” es una verdad
revelada por Dios y contenida en el Depositum Fidei: Tradición y
Sagrada Escritura (dogma material), y luego propuesta a creer como
necesaria para la salvación eterna, en cuanto divinamente revelada o de fe
(dogma formal), por el Magisterio eclesiástico con la obligación de
creerla (Vaticano I, DB 1800). Por lo tanto, quien niega o rehúsa el
asentimiento a una verdad de fe definida por el Magisterio es hereje e
incurre ipso facto en excomunión o anatema. La “definición
dogmática” es la declaración obligatoria de la Iglesia sobre una verdad
revelada y propuesta obligatoriamente a la fe de los fieles. Tal
definición puede ser hecha tanto por el Magisterio ordinario (el Papa que
enseña de modo ordinario o no solemne “cuanto al modo”, pero obligante
“cuanto al fondo”, a creer una verdad como revelada por Dios y definida
por la Iglesia), como por el Magisterio extraordinario o solemne en cuanto
al modo (una declaración solemne o “extraordinaria” del Papa o del
Concilio). Tal definición dogmática se llama también dogma formal o verdad
de fe divino-católica o divino-definida. Sin embargo, no hay un acuerdo
unánime entre los teólogos; por ejemplo, monseñor Brunero Gherardini
escribe que la Corredención de María es “próxima a la Fe” (La
Corredentrice nel mistero di Cristo e della Chiesa, Roma, 1998, p.
15). Sin embargo (“si parva licet componere magnis”), puesto que la
Corredención de María se encuentra en la Tradición y en la Sagrada
Escritura y ha sido enseñada por el Magisterio pontificio ordinario de
modo constante desde León XIII, me parece que se puede hablar de una
verdad divinamente revelada y definida por la Iglesia, aunque no de modo
extraordinario, sino puramente ordinario; es decir, la Corredención de
María es una Verdad de Fe divina y católica.
- Cf. S. Th., III, qq.
27-30; los comentarios de Cayetano y de G. M. Vosté a la Suma Teológica
(III, qq. 27-30); E. Hugon, Tractatus theol., vol. II, París, 5.ª
ed., 1927; G. Friethoff, De alma socia Christi mediatoris, Roma,
1936.
- Satisfacción, en sentido teológico, es un término definido
con precisión por San Anselmo de Aosta (Cur Deus homo) y luego por
Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 48, a. 2), y significa
aplacar a Dios ofendido por la culpa mediante un sacrificio o una obra
penosa. Cristo pagó la deuda del pecado de los hombres a Dios Padre con su
muerte en la Cruz, reparando la culpa de Adán, con el fin de liberar a los
hombres de la esclavitud del pecado que los privaba de la gracia santificante.
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