Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

lunes, 10 de noviembre de 2025

MARÍA CORREDENTORA

 


por DON CURZIO NITOGLIA

 

Introducción

 

El papa Bergoglio había negado varias veces —con bromas de pésimo gusto— que María fuera Corredentora, llegando incluso a calificar la Corredención como una “tontería”, es decir, una estupidez.

Ahora, el papa León XIV quisiera dar una sistematización doctrinal más “seria”, por medio de la Congregación para la Doctrina de la Fe, a las declaraciones improvisadas de Bergoglio.

De hecho, el documento Mater populi fidelis (del 4 de noviembre de 2025) de dicha Congregación, en la nota n.º 11, escribe: “es siempre inapropiado usar el título de Corredentora”.

De ello se deduce que León XIV es, en cierto sentido, aún peor que Bergoglio, aunque parezca imposible lograr semejante hazaña.

 

Importancia de la cuestión

 

La cooperación de María en la Redención de Cristo (Corredención, Mediación universal y Dispensación de las gracias) no es un asunto menor dentro de la teología dogmática católica; de hecho, toca el corazón mismo del dogma, es decir, la Salvación del género humano.

Después del pecado de Adán, Dios era libre de redimirnos o no (la gracia no se debe a la naturaleza, sino que es un don gratuito de Dios). Además, en cuanto al modo de realizar la eventual Redención, Dios era libre de redimirnos solo por medio de Cristo, o bien, con Cristo a través de María, su verdadera Madre.
Por eso, es necesario estudiar en las dos fuentes de la Revelación (la Sagrada Escritura y la Tradición), interpretadas por el Magisterio, qué es lo que Dios ha establecido.

 

Mediación de María en general

 

Santo Tomás (Suma Teológica, III, q. 26, a. 1) enseña que, para que una persona pueda llamarse mediadora, se requieren dos condiciones:

1.º) que sirva de medio entre dos extremos (mediación natural, física u ontológica);
2.º) que una a los dos extremos (mediación moral).

En pocas palabras, el mediador es una persona que:

1.º) se interpone ontológicamente entre otras dos con su presencia física,
2.º) para unirlas o volver a unirlas moralmente con su acción (si estaban unidas y luego se habían separado por discordia).

Ahora bien, María posee perfectamente estas dos características:

1.º) está ontológicamente en medio entre el Creador y la criatura, siendo verdadera Madre del Verbo Encarnado y verdadera criatura racional, y como verdadera Madre de Dios Redentor;

2.º) ha actuado moralmente para reconciliar al hombre con Dios.

Por tanto, tiene algo en común con los dos extremos, sin identificarse completamente con ninguno de ellos:

a) en cuanto Madre de Dios, se acerca al Creador y se aleja de las criaturas;
b) mientras que, como verdadera criatura, se aleja del Creador y se acerca a las criaturas.
Por eso, en cierto sentido, conviene con los dos extremos, y en otro sentido se distingue de ellos.

Además de la mediación ontológica entre Dios y el hombre, María ejerce también la mediación moral entre ambos: con su “fiat” al aceptar en su seno la Encarnación del Verbo que habría de morir en la Cruz (cooperación remota o preparatoria a la Redención de Cristo), restituyó consciente y voluntariamente a Dios —o a su gracia santificante— al hombre herido por el pecado de Adán, y al hombre le devolvió la filiación sobrenatural con Dios, haciéndole reencontrar la gracia divina.

María, cuando respondió al ángel Gabriel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), sabía que el Redentor salvaría a la humanidad muriendo en la Cruz (cooperación formal en la Redención), como lo habían predicho los profetas del Antiguo Testamento y como el mismo Gabriel le había dicho: “Lo llamarás Jesús, que significa Salvador” (Lc 1,31).

Por tanto, no fue solo Madre de Dios, sino Madre de Dios crucificado por la Redención del género humano. Podemos entonces afirmar con san Beda: “La Anunciación del ángel a María es el comienzo de nuestra Redención” (PL, t. 94, col. 9).

Ciertamente, Cristo es el único Redentor y Mediador universal de todo hombre (Rom 5,18; 1 Tim 2,5), pero Dios quiso que el Verbo se encarnara en el seno de María y nos salvara con su muerte en la Cruz. Siendo así, existe una Mediadora secundaria y subordinada (María) junto al Mediador principal (Cristo).

Jesús no solo nos redimió adquiriendo la gracia mediante su muerte en la Cruz, sino que aplica la gracia a cada hombre, confiriéndole la gracia suficiente para salvarse. Él es el Redentor y Dispensador principal de toda gracia. La Redención universal (en acto primero o en el ser) es el fundamento de la Dispensación universal (en acto segundo o en el obrar).

Lo mismo debe decirse, de manera analógica, de la Corredención y Dispensación de toda gracia por parte de María.

De hecho, también María nos readquirió la gracia de manera subordinada a Cristo, como Corredentora, y además distribuye por voluntad de Dios la gracia a cada individuo. María no es solamente Dispensadora de gracia, como querrían algunos mariológos minimalistas, sino que ella es también verdaderamente, por voluntad de Dios, Corredentora subordinada a Cristo. María reconcilia a los hombres con Dios y no se limita a distribuir la gracia a cada persona que quiera recibirla.

Ciertamente, la Mediación o Corredención de María:

1.º) no es principal ni equivalente a la de Cristo, es decir, no existen dos “Redentores: Cristo y María”;

2.º) es secundaria (Cristo es Dios, María es solo una criatura finita, aunque verdadera Madre de Cristo como verdadero hombre);

3.º) no es independiente ni paralela a la de Cristo;

4.º) está subordinada a la de Cristo;

5.º) no es suficiente por sí misma, sino que toma su valor de la Encarnación y muerte del Verbo;

6.º) no es absolutamente necesaria, sino solo hipotéticamente: es decir, fue querida libremente por Dios, que habría podido escoger otro modo de redimir a la humanidad.

La mariología católica, por tanto, no usurpa a Cristo el título de Mediador, Redentor y Dispensador de toda gracia para conferir esas prerrogativas a María, como dicen erróneamente los protestantes y los modernistas.

San Pablo ha revelado —y es de fe— que “uno solo es el Mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús” (1 Tim 2,5-6).

El Mediador principal, absoluto, independiente y suficiente por sí mismo es Jesús.
Pero esto no excluye, sino que admite implícitamente, la cooperación secundaria, subordinada, dependiente, en sí misma ineficaz y solo hipotéticamente necesaria de María, quien aceptó libre y conscientemente convertirse en Madre del Verbo Encarnado y Redentor.

A lo largo de este artículo trataremos de ver cómo la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia han enseñado (al menos implícitamente) la Corredención, la Mediación universal y la Dispensación de las gracias por parte de María, de manera subordinada a Cristo.

 

María Corredentora

 

Corredentora es el título que resume en una sola palabra la mediación entre María, Dios y el hombre herido por el pecado original, es decir, su cooperación en la Redención del género humano.

La palabra Corredentrix (no la realidad que significa) se encuentra por primera vez en el siglo XIV en el Tractatus de praeservatione gloriosissimae BVM, obra de un fraile Mínimo anónimo, y luego en el siglo XV en un himno latino conservado en dos manuscritos de Salzburgo:

“Ut, compassa Redentori, Corredentrix fieres.”

“A fin de que, sufriendo junto con el Redentor, te convirtieras en Corredentora.”

Sin embargo, el título de Corredentora deriva de otro aún más antiguo en cuanto al término (no a la verdad significada), el de Redentrix (Redentora), que se encuentra nada menos que 94 veces desde el siglo X hasta 1750, y que se usaba para significar Madre del Redentor.

Este término podía malinterpretarse y hacer creer que María fuese el “Redentor” o la principal autora de la Redención de la humanidad. Por ello, desde “Redentora” se pasó, hacia 1750 —ante las objeciones de los jansenistas—, suavemente a “Corredentora” o cooperadora en la Redención, especialmente cuando los teólogos de la Contrarreforma comenzaron a estudiar de modo específico el tema de la cooperación inmediata pero subordinada de María en la Redención de Cristo, debiendo responder a las objeciones protestantes y jansenistas. Sin embargo, hasta todo el siglo XVIII el término Redentora no solo permaneció, sino que todavía superaba en uso al de Corredentora.

Fue precisamente el siglo XVIII el que hizo prevalecer el término Corredentora. En efecto, una obra de sabor jansenista escrita por Adán Widenfeld (Monita salutaria) reprobaba claramente el término Corredentora; por eso, los teólogos profundizaron la cuestión, y el mismo título de Corredentora empezó a imponerse sobre el de Redentora.

Finalmente, en el siglo XIX, el título de Redentora, salvo raras excepciones, comenzó a desaparecer para dejar su lugar al de Corredentora, que incluso fue citado en Documentos oficiales de la Santa Sede.

 

Redención principal de Cristo y corredención secundaria mariana

 

Redención, en general, significa rescatar o recomprar una cosa que antes se poseía y luego se perdió. Por tanto, se rescata o se recompra pagando cierto precio.

En sentido teológico, la palabra Redención aplicada a la humanidad después del pecado original significa que la cosa poseída y luego perdida por el género humano tras el pecado de Adán es la gracia santificante, que hace participar al hombre de la vida de Dios y tiene un valor infinito.

El precio a pagar para recomprar o rescatar la cosa perdida debía, por tanto, tener un valor infinito. Ahora bien, la humanidad no podía pagar una suma semejante, siendo finita y creada. Por eso, se requería la intervención de Dios para rescatar la gracia perdida por Adán.

La Santísima Trinidad decretó libremente que el Verbo se encarnase en el seno de la Bienaventurada Virgen María por obra milagrosa del Espíritu Santo y que, en sustitución de la humanidad incapaz de pagar tal precio, como verdadero Dios y verdadero hombre pudiese sufrir y dar a su sufrimiento un valor infinito, como cabeza de la nueva humanidad a redimir (el Nuevo Adán).

El elemento esencial de la Redención de Cristo es el pago del precio para recobrar la gracia perdida.

Dicho esto, cabe preguntarse: ¿cómo cooperó María en la Redención de la humanidad realizada por Cristo?

Los teólogos católicos aprobados y recibidos por la Iglesia admiten —aunque con matices diversos— la realidad de la corredención secundaria y subordinada de María, y especifican que la corredención es remota en el fiat de María en la Encarnación del Verbo Redentor, y próxima subordinadamente al holocausto de Cristo iniciado en la Encarnación y consumado en el Calvario.
Los protestantes y los modernistas, en cambio, la niegan, concediendo solo que María fue la materia a través de la cual (cooperación puramente material) pasó Cristo.

Pero María cooperó no solo materialmente (como el seno en el cual se encarnó y habitó el Verbo), sino formalmente, es decir, consintiendo con el entendimiento y la libre voluntad en la Encarnación redentora de Cristo en su seno, generándolo y nutriéndolo durante los primeros nueve meses. Además, María, a lo largo de su vida, unió su voluntad y su sufrimiento al de Cristo, uniéndose a Él para nuestra salvación.

Por tanto, Dios quiso que la Redención del género humano se realizara no solo por los méritos de Jesucristo (Redentor principal, independiente, en sí mismo suficiente y necesario), sino también por la cooperación inmediata o próxima de María (Corredentora secundaria, subordinada, en sí misma insuficiente y solo hipotéticamente necesaria, es decir, por voluntad libre de Dios).

De este modo, los méritos y satisfacciones de Jesús y de María constituyeron el precio para recomprar la gracia perdida por Adán.

La humanidad, pues, fue redimida o recomprada por Cristo, y corredimida o co-recomprada por María, en el sentido ya explicado.

En resumen: los sufrimientos, los actos, las oraciones y todas las obras buenas de María —sostenidos especialmente y en grado sumo en el Calvario—, en unión subordinada a los de Cristo, tuvieron un verdadero valor corredentor, no solo material (como canal material a través del cual pasó el Verbo Encarnado), sino formal (consciente y libre); es decir, fueron eficaces para la Redención en sí misma (u objetiva) de la humanidad, y no solo para la aplicación de la Redención a los individuos (Redención subjetiva o Dispensación de toda gracia).

Por tanto, la cooperación de María es un elemento esencial y no puramente accidental de la Redención de Cristo, de modo que sin la corredención mariana no existiría la Redención de Cristo tal como la Santísima Trinidad la ha querido (aunque hubiera podido disponerla de otro modo).

Sin embargo, la corredención subordinada de María no quita nada a la Redención principal de Cristo.

La corredención de María en la Redención en sí misma (u objetiva) de Cristo es análoga a la cooperación de cada hombre en su propia redención subjetiva, es decir, en la recepción de la gracia en su alma.

Lejos de restar algo a la omnipotencia de la Voluntad divina, esta cooperación es precisamente querida por Dios para nuestra salvación.

En efecto, nuestra cooperación en la recepción de la gracia divina en nuestra alma —es decir, nuestra redención subjetiva— es un elemento esencial para nuestra salvación, sin el cual no podríamos salvarnos, pero no perjudica la omnipotencia, unicidad y primacía de la voluntad de Dios en nuestra santificación.

Se puede decir con toda propiedad que solo Dios nos ha salvado, porque nuestra cooperación, en la línea de la causalidad eficiente, procede antes de Dios; sin embargo, nosotros mismos, junto con Cristo, hemos obrado nuestra salvación, porque realmente hemos cooperado, aunque subordinadamente a la acción divina como causas segundas.

Es decir: nuestra salvación es de Dios como Causa eficiente primera, y nuestra como causas eficientes segundas.

Por ejemplo: un cuadro pertenece enteramente al pintor como causa principal, y enteramente al pincel y los colores como causas instrumentales secundarias y subordinadas.
Así también, la corredención o cooperación objetiva de María en la Redención realizada principalmente por Cristo, aun siendo (según el plan actual de Dios) un elemento esencial de la Redención, no perjudica su unicidad ni su omnipotencia, pues la corredención o cooperación de María deriva, en la línea de la causalidad eficiente, de Cristo.

Por eso, se puede decir que Cristo solamente ha obrado nuestra Redención, pero que María, junto y subordinadamente a Cristo, ha obrado nuestra Redención, porque Dios mismo así lo ha querido y dispuesto.
La Redención de la humanidad sin la corredención de María no sería aquella querida y decretada por Dios.

María no fue Corredentora de sí misma, sino que fue redimida solo por Dios, que la preservó del pecado original (Redención preventiva y no liberativa); sin embargo, después cooperó en la Redención de los demás hombres.
En efecto, no se puede cooperar en la Redención sin la gracia, la cual procede de la Redención y la presupone ya existente.

María, por tanto, no cooperó en su propia Redención, sino solo en la de todos los demás hijos de Adán, siendo ella la Inmaculada Concepción, redimida preventivamente por Cristo.

 

El Magisterio y la Corredentora

 

Solo a partir del siglo XIX, y específicamente con León XIII, el Magisterio se pronunció explícitamente sobre la Corredención mariana.

Pío IX

Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854), al definir el dogma de la Inmaculada Concepción de María, se remitió a la profecía del Génesis (III, 14-15) y puso de relieve la unión indisoluble entre María y Cristo en la lucha contra la serpiente infernal, es decir, en la Redención principal de Cristo y simultáneamente subordinada de María.

En efecto, la Vulgata de San Jerónimo narra que la Mujer (es decir, María, según la interpretación unánime de los Padres de la Iglesia) aplasta la cabeza de la serpiente infernal con Cristo y bajo Cristo.

Por tanto, María es Corredentora remota, indirecta, secundaria y subordinada junto con Jesús, Redentor principal y directo de la humanidad.

Ahora bien, el 8 de abril de 1546, el Concilio de Trento (ses. IV, DB 46) definió la Vulgata como “aprobada en la Iglesia por su uso multisecular”; “auténtica”, es decir, digna de fe o normativa, inmune de todo error en materia de fe y de moral, fuente genuina de la Revelación, expresión fiel de la palabra escrita de Dios; ordenando que “nadie presuma rechazarla bajo ningún pretexto”.

Por consiguiente, no se puede rechazar la doctrina de la Corredención subordinada y secundaria de María, en cuanto contenida en la Vulgata, que habla de la “Mujer (Mulier)”, de su descendencia (Jesús) y de su talón (los cristianos), la cual aplastará la cabeza de la serpiente: Ipsa conteret caput tuum, “con Cristo, por Cristo y en Cristo”, según leen unánimemente los Padres de la Iglesia y el mismo San Jerónimo (De perpetua Virginitate Mariae adversum Helvidium, PL 23, 1883, 193-216).

León XIII

León XIII, en la encíclica Jucunda semper (1894), enseña que María ofreció de sí misma junto con Jesús:

  1. desde la presentación de su Hijo en el Templo, ocho días después de su nacimiento, participando en la expiación dolorosa de Cristo a favor del género humano, es decir, para su Redención;
  2. además, en el Calvario, movida por un inmenso amor hacia nosotros para devolvernos la vida sobrenatural de la gracia y tenernos como hijos espirituales, ofreció ella misma a su Hijo a la justicia divina y con Él murió espiritualmente, traspasada por una espada de dolor en su espíritu;
  3. tal Corredención se realizó en virtud de un decreto o designio especial y libre de Dios (AAS 27 [1894-1895], pp. 178-179).

Asimismo, León XIII, en la encíclica Adiutricem populi (1895):

  1. distingue la Redención y Corredención objetiva o en sí misma (en acto primero o en el ser) de la Redención y Corredención subjetiva o aplicación de los méritos a las almas individuales (en acto segundo o en el obrar);
  2. enseña explícitamente la cooperación de María a la Redención objetiva y subjetiva de Cristo;
  3. explica que la cooperación de María a la Redención en el ser o en sí misma (objetiva) es la razón de su cooperación a la Redención en acción o aplicación de las gracias a los hombres (subjetiva). (Cfr. AAS 28 [1894-1895], pp. 130-131).

San Pío X

San Pío X, en la encíclica Ad diem illum (1904), enseña:

“Puesto que María fue asociada por Cristo a la obra de nuestra Redención, mereció de congruo (por pura benevolencia divina) lo que Cristo mereció de condigno (por estricta justicia)” (AAS 36 [1904], p. 453).

Nótese que el papa Sarto afirmó en este pasaje dos verdades sobre la Corredención:

  1. María fue asociada a la Redención por Cristo, y no fue María quien se asoció por iniciativa propia a la dolorosa obra del rescate de la humanidad realizada por Jesús;
  2. gracias a esta asociación, María mereció por libre voluntad divina (de congruo) lo que Cristo mereció por derecho (de condigno).

Estas dos expresiones teológicas técnicas significan claramente que María es solo Corredentora subordinada, mientras Cristo es el único Redentor principal.
Roschini (Mariologia, Milán, 3 vols., 1940–1942) precisa, junto con Lépicier (Tractatus de Beatissima Virgine Maria, Roma, 5.ª ed., 1926), que María mereció de congruo ad melius esse y no ad esse simpliciter en la Redención, como Corredentora subordinada por voluntad amorosamente gratuita de Dios.

Benedicto XV

Benedicto XV fue el primer papa que formuló la doctrina de la Corredención mariana en términos perentorios, inequívocos y definitivos (pues después de las encíclicas de León XIII y de San Pío X algunos teólogos minimalistas en mariología habían intentado disminuir el alcance de las enseñanzas magisteriales de aquellos papas).

El papa Giacomo Della Chiesa, en su carta apostólica Inter sodalicia (1918), escribe que María, en el Calvario, al pie de la Cruz, “padeció tanto y casi murió con su Hijo paciente y moribundo, por un designio divino, e inmoló a su Hijo para aplacar la justicia divina, de modo que con razón se puede decir que María redimió junto con Cristo al género humano” (AAS 10 [1918], pp. 181-182).

Benedicto XV enseña tres cosas:

  1. los actos de “con-muerte”, compasión e inmolación de María son la causa de la Corredención mariana;
  2. los efectos de tales actos de la Corredentora fueron la aplacación de la justicia divina ofendida por el pecado de Adán y la salvación objetiva del género humano;
  3. el motivo de la Corredención de María es la libre elección de Dios y no una necesidad natural en María, quien, siendo criatura, no podía por sí misma redimir a la humanidad.

Pío XI

Pío XI, en su mensaje radiado para la clausura del Jubileo de la Redención humana (28 de abril de 1935), fue el primer papa que usó el término Corredentrice (“Corredentora”), aunque la realidad significada ya estaba presente tanto en la Sagrada Escritura como en la Tradición y el Magisterio.
El papa Ratti dijo:

“¡Oh Madre de piedad y de misericordia, que como compasiva y Corredentora...!”
(L’Osservatore Romano, 29–30 de abril de 1935, p. 1).

El papa Ratti llama a María Corredentora no solo por haber dado a luz al Redentor, sino también por su participación en la Pasión (“compasiva”) del Redentor principal.

Por tanto, los frutos de la Redención de Cristo derivan de una doble causa: de la Pasión redentora primera y principal de Cristo, y de la Compasión corredentora segunda y subordinada de María.

Pío XII

Pío XII trató repetidamente y de manera explícita sobre la Corredención de María en tres encíclicas.

En la encíclica Mystici Corporis Christi (1943), el papa Pacelli enseña que María

“ofreció a Jesús al eterno Padre en el Gólgota por todos los hijos de Adán contaminados por la prevaricación de éste. De tal modo, aquella que según el cuerpo era Madre de nuestra Cabeza, según su espíritu pudo convertirse en madre espiritual de todos los miembros” (AAS 35 [1943], p. 247).

Pío XII nos hace comprender aún mejor, con su enseñanza, que la Corredención y la Maternidad espiritual de María hacia los cristianos y la Iglesia expresan una misma realidad.

María cooperó subordinadamente con Cristo para readquirir la gracia para todos los hombres, insertándolos en el Segundo Adán, su Cabeza espiritual y Cabeza de la Iglesia, convirtiéndose así, mediante su santificación, en hijos espirituales de María y de Jesús.

Ella es verdadera Madre física de la Cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia, y verdadera Madre espiritual de los miembros vivos (María Mater Christianorum) de esa misma Iglesia (María Mater Ecclesiae). Quien no tiene a María por Madre espiritual no tiene a Dios por Padre espiritual; es decir, no está vivificado por la gracia, que es participación en la vida divina, de modo limitado y finito, pero real.

El papa Pacelli distingue dos fases de esta Maternidad espiritual de María:

  1. la fase inicial: María, verdadera Madre de Cristo, que es la Cabeza de los cristianos y de la Iglesia. Por ello, la Maternidad divina de María es la fase inicial o raíz de la Corredención;
  2. la fase final: María, que padeció y fue “cum-mortua mystice cum Christo”, es la fase culminante de la Corredención o Maternidad espiritual de María hacia aquellos que han recobrado y viven en la gracia de Dios.

En efecto, María concibió verdaderamente a Cristo no solo como verdadero hombre, sino como Redentor del género humano; por tanto, la maternidad física mariana de Dios (el cuerpo físico de Jesús) constituye el fundamento de la maternidad espiritual de María o Corredención (el cuerpo espiritual, es decir, los miembros vivos de Cristo y de la Iglesia).

María es Madre de todos los hombres en potencia, pero lo es en acto únicamente respecto de quienes aceptan el don de la Redención ofrecido por Dios a todos, pero rechazado por muchos.

Así como María generó a la Cabeza del Cuerpo Místico, así ha engendrado y seguirá engendrando hasta el fin del mundo a sus miembros vivos.

Esta generación espiritual puede dividirse en dos partes: la concepción y el parto.
Pío XII presentó explícitamente a los hijos espirituales de María como miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo, nacidos en el Calvario entre los tormentos de María, “commortua” junto con su Cabeza, que es Cristo.

Esta es la cooperación o Corredención objetiva, remota y próxima de María en la obra de la Redención.

En la segunda Encíclica sobre la Corredención (Ad caeli Reginam, 1954), Pío XII enseña que María es Reina no sólo porque es Madre física de Cristo, sino también porque es Madre espiritual de los hombres redimidos y regenerados a la vida sobrenatural. María fue asociada a Cristo en la obra de la Redención. Ella, reparando todas las cosas con sus méritos, es la Madre y Señora de todo lo que ha sido restituido a la gracia. De esta unión con Cristo nace el poder real por el cual María es la Dispensadora de todas las gracias (cf. ASS 46 [1954], pp. 634-635).

Finalmente, en la Encíclica sobre el Sagrado Corazón de Jesús (Haurietis aquas, 1956), Pío XII vuelve sobre el tema de la Corredentora y establece una analogía entre el culto de latría debido al Sagrado Corazón de Jesús y el de hiperdulía debido al Corazón Inmaculado de María (ASS 38 [1956], p. 332). Así como Dios quiso libremente asociar a María a la Redención de Cristo, por lo cual nuestra salvación es fruto de los sufrimientos de Jesús y de los de María, del mismo modo —nos invita el Papa— el pueblo cristiano, después de haber tributado al Sagrado Corazón de Jesús los homenajes de adoración que le son debidos, debe rendir a María los homenajes de hiperdulía, puesto que ha recibido la vida sobrenatural de Cristo y de María, por voluntad de Dios.

 

La Sagrada Escritura y la Corredención

 

En el Antiguo Testamento se anuncia la Redención y, por tanto, también la Corredención del género humano. En el Génesis (III, 14-15) Dios pronuncia las siguientes palabras contra el diablo, que había hecho pecar a Eva y a Adán bajo la forma de serpiente:

«Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la descendencia de ella: ella te aplastará la cabeza mientras tú acechas su talón».

Según los Padres de la Iglesia, estas palabras figuran y predicen una lucha encarnizada entre el diablo y su estirpe (los que no quieren vivir en gracia de Dios) y el Redentor nacido de una mujer, que es la Corredentora junto con sus hijos espirituales, rescatados y vivificados por la vida sobrenatural. La victoria pertenece al Redentor y a la Corredentora, que aplastarán la cabeza de la serpiente infernal.

En el Nuevo Testamento se realiza lo que había sido anunciado en el Antiguo Testamento, al menos en tres pasajes decisivos, que son casi una explicación o un comentario al Génesis (III, 14-15). Dos pertenecen al Evangelio según san Lucas y uno al Evangelio según san Juan.

Evangelio según san Lucas

En el Evangelio (Lc 1, 26-38) se narra que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a María para obtener su libre consentimiento al plan divino de hacerla Madre del Redentor. María dio su consentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Se nota un paralelismo impresionante entre los tres protagonistas de la ruina espiritual del género humano (un hombre llamado Adán, una mujer llamada Eva y un ángel caído bajo apariencia de serpiente) y los tres protagonistas de la Redención de la humanidad (el nuevo Adán, que es Jesús; la nueva Eva, que es María; y el ángel bueno, que es Gabriel).
Así como Eva cooperó con Adán en la caída original, impulsada por el ángel maligno, así la nueva Eva coopera con el nuevo Adán después de aceptar la misión divina traída por el ángel bueno. Muerte y vida sobrenatural llegan al género humano por un hombre y una mujer. Los Padres y Doctores de la Iglesia han interpretado de manera unánime el pasaje del Evangelio de Lucas y del Génesis.

A continuación, el Evangelio según san Lucas (II, 22-39) narra la escena de la Presentación de Jesús en el Templo. San Simeón anuncia a María su íntima asociación con la Pasión redentora del Niño Jesús:

«Este niño está destinado a ser causa de ruina y de resurrección de muchos en Israel, y a ser signo de contradicción; y a ti misma una espada te atravesará el alma».

Simeón predice la Pasión de Jesús, a la cual será asociada María con su Compasión. A pesar de la presencia de san José, Simeón se dirige exclusivamente a María para hacernos comprender que sólo ella, por disposición divina, había sido asociada a cooperar en la Pasión y Redención de Cristo, que sería contradicho como en el Génesis fue presentado como odiado por sus enemigos. La descendencia de Cristo y de María está diametralmente opuesta a la de la serpiente y del Sanedrín. Finalmente, María morirá místicamente, o en su alma, por el dolor que experimentará al participar en la Pasión del Hijo de Dios y suyo.

Evangelio según san Juan

En el Evangelio según san Juan (II, 1-11), se presenta a María invitada a unas bodas junto con Jesús. Falta el vino. María no se turba, y las frases que pronuncia revelan tanto su solicitud por las necesidades de los hombres como su absoluta confianza en la eficacia de su oración dirigida a Jesús: «Haced todo lo que él os diga» (Jn 2, 5).

San Agustín comenta: «María, Madre de Jesús, exigía un milagro (miraculum exigebat)» (In Jo. Evang., tr. 8; PL 35, 1455). María ora, y Jesús accede a su deseo anticipando su misión pública, aunque aún no había llegado la hora de hacer milagros. En este pasaje evangélico aparece en toda su dulce fortaleza la intercesión y cooperación de María en la obra redentora de Cristo.

Asimismo, el Evangelio según san Juan (XIX, 25-27) nos muestra a María en el monte Calvario, al pie del árbol de la Cruz, en el instante del Sacrificio del Redentor, es decir, en el momento en que la enemistad y la contradicción contra él alcanzaban su punto culminante. También aquí impresiona el paralelismo con la escena del pecado original en el Génesis: un árbol de la ciencia del bien y del mal, un hombre llamado Adán y una mujer llamada Eva, que en el jardín o monte del Edén, impulsados por el diablo, arruinan a la humanidad, perdiendo la gracia santificante. Así, en el Nuevo Testamento tenemos un nuevo monte (el Calvario), un nuevo árbol (la Cruz), un nuevo Adán (Cristo) y una nueva Eva (María), que, con la ayuda de Dios y la oposición del diablo y de su descendencia (el Sanedrín), redimen o rescatan lo que se había perdido en el Edén. San Juan vuelve sobre este paralelismo en el último libro sagrado (Apocalipsis 12, 1-6), revelando la lucha entre el dragón y la Mujer. Como se ve, la Sagrada Escritura comienza (Génesis) y termina (Apocalipsis) con la revelación de la Pasión y la Compasión, la Redención y la Corredención, que constituyen el corazón del dogma católico y no una devoción opcional, como quisieran los protestantes y los modernistas.

 

La Tradición patrística y escolástica

 

Ya en el siglo II, san Justino (Diálogo con Trifón, PG 6, 709-712); san Ireneo (Contra las herejías, V, 19, 375-376); Tertuliano (De carne Christi, c. 17, PL 6, 282), comentando el Génesis (III, 14-15) y san Pablo (Rom., V, 17), hablan de María como la nueva Eva, opuesta a la primera, que nos ha hecho renacer a la vida sobrenatural perdida por el viejo Adán y recobrada por el nuevo Adán, es decir, Jesús junto con María.

Esta doctrina, que encontramos ya desde el año 100-220 d.C. (en Padres de directa descendencia apostólica), es retomada por los Padres griegos y latinos. Véase san Atanasio (Epist. de synod., 51-52 PG 26, 784-785); san Efrén el Sirio llama a María “el precio del rescate de los pecadores prisioneros” (Opera syriaca, II 607); san Basilio (Sermo in Nativ. Domini, 5 PG 31, 1468); san Gregorio Nacianceno (Carmina 1, 10 PG 37, 467); san Epifanio (Adv. haer. Panarium LXXIX 4, 7 PG 42, 707); san Juan Crisóstomo (Hom. in Ep. ad Rom. 13, 1 PG 60, 508-509); san Cirilo de Alejandría (Ep. I PG 77, 13); san Cirilo de Jerusalén (Catech. 4, 7 PG 33, 461); san León Magno (Sermo II in Nativ. Domini PL 54, 199); san Gregorio Magno (In Evang. hom. I 16 PL 76, 1135).
La Corredención es reafirmada con fuerza por el mayor de los Padres, san Agustín de Hipona (De virginitate, V, 6): “María es madre espiritual de todos los hombres que aceptan la gracia, porque es madre física de Cristo, de quien los hombres justificados son miembros vivos y místicos”.

Sin embargo, esta doctrina no se explicita todavía plenamente hasta el siglo X, cuando Juan Geómetra afirma con claridad explícita la verdad de la cooperación corredentora y subordinada de María a Cristo (Joannis Geometrae laus in Dormitionem B. V. Mariae).

Con el año mil, la doctrina enseñada por los Padres y Doctores sobre la Corredención se hace cada vez más clara y explícita. San Pedro Damián (Sermo 46 in nativ. BVM, 1 PL 144, 148 A) habla de la “Pasión de Cristo” y de la “Compasión de María”; Eadmero de Canterbury (†1124) fue el primero en hablar de los méritos corredentores de María (Liber de Excellentia Virginis, PL 159, 573). Luego, san Bernardo de Claraval (†1153) habla de María que ha satisfecho la culpa de Eva (Hom. II super ‘Missus est’, PL 183, 62).
Santo Alberto Magno (Mariale, q. 29, §3; Comm. in Matth., I, 18) y san Buenaventura de Bagnoregio: “María nos dio y ofreció para nuestra salvación a su Hijo, a quien amaba más que a sí misma” (Collatio 6 de donis Spiritus Sancti, n. 17), llegan a la plena explicitación y sistematización de la doctrina sobre la Corredención subordinada de María.

El Doctor Común de la Iglesia, santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 1, a. 3, ad 3), hace derivar todos los privilegios de María de su Maternidad divina. La Corredención es presentada por el Angélico como una participación o cooperación activa de María en la Redención universal de Cristo. Si Cristo es nuestra Cabeza, mereciendo para sí, mereció también para nosotros, que somos sus miembros, la gracia santificante, la salvación y la vida eterna (S. Th., III, q. 48, a. 1).

Sólo Cristo es nuestro Redentor principal (S. Th., III, q. 48, aa. 5-6; III, q. 49, aa. 1-3). Sin embargo, aunque no haya hecho de la Corredención su “tema de combate”, el Angélico reconoció en el fiat de María a la Encarnación del Verbo una coparticipación en la Redención, una “acción de una persona singular, pero cuyos efectos de salvación se habrían derramado sobre toda la humanidad” (III Sent., III, q. 3, a. 2, sol. 2; cf. S. Th., III, q. 30, a. 1; Quodl., 2, a. 2).

Finalmente, cerca de un año antes de morir (abril de 1273), en su Expositio super salutationem angelicam (tit. 16), el Aquinate afirma que la gracia recibida por María en cuanto Madre de Dios fue tan sobreabundante que se derramó desde la Virgen sobre todo el género humano y satisfizo la salvación de todos, concluyendo: “Así fue en el caso de Cristo y de la Bienaventurada Virgen María”.
Por desgracia, el Angélico no profundizó en las relaciones entre la Redención de Cristo y la Corredención de María, pero el concepto de la “Compasión” lo expresó claramente, sin hacerlo el tema privilegiado de su Mariología, que sigue siendo la Maternidad divina, de la cual derivan todos los privilegios marianos, incluida la Corredención.

El más grande de los Padres de la Iglesia (san Agustín) y el mayor de los Doctores escolásticos (santo Tomás de Aquino) enseñan la Corredención mariana.

Entre los grandes nombres de los siglos siguientes se pueden citar a san Antonino de Florencia (Summa Theologica, IV pars, tit. 15, cap. 20, §14) y Dionisio Cartujano (De dignitate et laudibus B. V. Mariae, II, 23). A partir del siglo XVIII, la Corredención se convirtió en doctrina comúnmente enseñada por los teólogos, con excepción de Scheeben, Billot y Parente.

La Corredención de María se encuentra en las dos fuentes de la Revelación, ha sido enseñada explícitamente por los Padres de la Iglesia y por el Magisterio pontificio ordinario; por tanto, no sólo es una verdad teológicamente cierta, sino de fe divino-católica, aunque todavía no definida solemnemente por el Magisterio extraordinario. En efecto, “generalmente basta la función del Magisterio ordinario para constituir una verdad de fe divino-católica, véase Concilio Vaticano I, sesión III, c. 3, DB, 1792” (P. Parente, Diccionario de teología dogmática, Roma, Studium, IV ed., 1957, voz “Definición dogmática”); sin embargo, falta la voluntad explícita de los Pontífices de obligar a creer tal doctrina para la salvación del alma, aunque implícitamente se encuentra en los documentos pontificios citados arriba. Pero siendo constante la enseñanza pontificia, es en todo caso infalible, según enseña Pío IX en la carta Tuas libenter de 1863 al arzobispo de Múnich.

 

La razón teológica

 

Por su Maternidad divina, María estaba predestinada a la función de Mediadora universal entre Dios y los hombres, como lo han demostrado la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Los mejores teólogos, generalmente de escuela tomista, han dado la razón teológica de ello.

El padre Reginald Garrigou-Lagrange escribe que María es Mediadora subordinadamente a Cristo:

1.º) porque cooperó (con la satisfacción o compasión y el mérito) al Sacrificio de la Cruz;

2.º) porque intercede continuamente por nosotros en el cielo ante su Hijo, obteniéndonos y distribuyéndonos todas las gracias que necesitamos para la salvación eterna.

La mediación de María es ascendente (presenta a Dios las oraciones de los hombres) y descendente (da a los hombres las gracias divinas).

María cooperó al Sacrificio de la Cruz y a la Redención de Cristo por modo de satisfacción, es decir, reparó la Justicia divina ofendida por el pecado de Adán, haciéndonos a Dios propicio y amigo, de manera subordinada a Cristo, único Mediador principal de la Redención del género humano. ¿Pero de qué modo? Ella ofreció por nosotros, hijos de Adán privados de la vida sobrenatural, a Dios la vida de su Hijo en el Gólgota, tan querido por ella y por ella adorado, con un grandísimo dolor junto con un inmenso amor.

Jesús satisfizo por nosotros la Justicia divina de condigno, es decir, de estricta justicia, porque Él es Dios. En cambio, María, aunque siendo verdadera Madre de Dios, sigue siendo una criatura; por tanto, mereció de congruo, es decir, por conveniencia o por don de Dios, de modo que el derecho de María al rescate de la humanidad se funda en el amor gratuito de Dios (in jure amicabili) y no en estricta justicia, como el de Jesús. En este sentido, María es Corredentora: con Cristo, en Cristo y por medio de Cristo, ha recobrado el género humano que se había perdido en el pecado original.

Esta razón teológica ha sido corroborada por el Magisterio pontificio (cf. san Pío X, Encíclica Ad diem illum, 1904, DS 3370: “María ha merecido de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo ha merecido de condigno”; además, Benedicto XV, Carta Apostólica Inter sodalicia, 1918, DS 3634, n. 4: “Inmoló a su Hijo, de modo que se puede decir con toda justicia que Ella ha redimido al género humano con Cristo y bajo Cristo”).

Santo Tomás de Aquino (S. Th., I-II, q. 114, a. 6) explica la doctrina del mérito y la distinción entre el mérito de congruo y de condigno, y los tomistas la han aplicado a la Corredención subordinada de María, subordinada a la Redención principal de Cristo (R. Garrigou-Lagrange, La síntesis tomista, Brescia, Queriniana, 1953, pp. 258-260; Id., La Mère du Sauveur et notre vie intérieure, París, 1941; Id., De Christo Salvatore, Turín, 1945).

De lo expuesto se deduce fácilmente que la Corredención secundaria y subordinada de María es una verdad como mínimo próxima a la fe, sino incluso de fe.

Ahora bien, mientras Bergoglio solía hacer declaraciones improvisadas y explosivas respecto del dogma cristiano y sobre todo mariano, León XIV parecería tener la tarea de hacer sistemático y “definitivo” el “bergoglismo”.

El caso de la Corredención, cuya negación fue ordenada por voluntad del papa Prevost a la Congregación para la Doctrina de la Fe, es elocuente. Por ello, no podemos ni debemos hacernos ilusiones sobre el pontificado actual. La situación del ambiente eclesial sigue siendo la de la herejía modernizante iniciada con Juan XXIII. Me parece que un mal tan profundo y vasto no puede ser reparado solo por la acción restauradora humana, sino que necesita también, y sobre todo, de la Omnipotencia divina.

¡Ipsa conteret caput tuum! (“Ella te aplastará la cabeza”).

Leone

 

  1. G. M. Roschini, Mariologia, Milán, 3 vols., 1940-1942, vol. II, pp. 204-206, explica que respecto a María Santísima, “Mediación, Corredención, Dispensación de todas las gracias y Maternidad espiritual” son términos distintos entre sí solo lógica o nominalmente, pero no realmente.
  2. Redimir, en general, significa liberar a una persona pagando un rescate por ella. Redentor, en sentido amplio, es, por tanto, quien libera a otro de la esclavitud o de un secuestro pagando un cierto precio por su liberación. Por consiguiente, la redención, en general, exige el pago de un precio para (re)comprar a alguien. La Redención del género humano, en sentido estricto, consiste en su liberación espiritual de la esclavitud del pecado y en su reconciliación con Dios, interrumpida por el pecado. Jesús pagó con su muerte en la Cruz el precio de nuestra libertad espiritual del pecado de Adán, reconciliándonos con Dios.
  3. Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., III, q. 26; G. M. Roschini, Mariologia, Milán, 3 vols., 1940-1942; Id., La Madonna secondo la Fede e la Teologia, Roma, 4 vols., 1953-1954; P. C. Landucci, Maria Santissima nel Vangelo, Roma, 1945; A. Piolanti, Maria e il Corpo Mistico, Roma, 1957; P. Straeter, Mariologia, Turín, 3 vols., 1952-1958; A. M. Lépicier, Tractatus de Beatissima Virgine Maria, Roma, 5.ª ed., 1926; E. Campana, Maria nel dogma cattolico, Turín, 6.ª ed., 1954; B. H. Merkelbach, Mariologia, París, 1939; E. Zolli, Da Eva a Maria, Roma, 1954; R. Spiazzi, La Mediatrice della riconciliazione umana, Roma, 1951; B. Gherardini, La Corredentrice nel mistero di Cristo e della Chiesa, Roma, 1998; Ch. Journet, Maria Corredentrice, Milán, 1989; R. Garrigou-Lagrange, La Mère du Sauveur et notre vie intérieure, París, 1933; A. Cappellazzi, Maria nel dogma cattolico, Siena, 1902; E. Campana, Maria nel dogma cattolico, Turín, 1943; A. Lang, Madre di Cristo, Brescia, 1933; D. Bertetto, Maria Corredentrice, Alba, 1951; Id., Maria nel Domma cattolico, 2.ª ed., Turín, 1956; A. Piolanti, Mater unitatis. De spirituali Virginis Maternitate, en “Marianum”, 1949, p. 423 ss.; J. B. Carol, De corredemptione B. V. Mariae, Ciudad del Vaticano, 1950; S. Garofalo y G. M. Roschini, voz “Maria Santissima”, en Enciclopedia Cattolica, Ciudad del Vaticano, 1952, vol. VIII, col. 76-118; G. M. Roschini, voz “Corredentrice”, en Enciclopedia Cattolica, Ciudad del Vaticano, 1950, vol. IV, col. 640-644; A. Nicolas, La Vierge Marie et le plan divin, París, 1880.
  4. Concilio de Cartago, DB 101 ss.; II Concilio de Orange, DB 174 ss.; Concilio de Trento, DB 793-843.
  5. “En Cristo tenemos nuestra Redención por medio de su Sangre” (Efesios I, 7); “Señor, nos has redimido con tu Sangre” (Apocalipsis V, 9); “Habéis sido rescatados con la preciosa Sangre de Cristo” (1 Pedro I, 18).
  6. Verdad divinamente revelada y definida por el Concilio de Trento, sesión V, DB 790.
  7. Cf. I. Bittremieux, De Mediatione universali BVM quoad gratias, Brujas, 1926.
  8. J. Bover, Sancti Pauli doctrina de Christi Mediatione Mariae Mediatione applicata, en “Marianum”, n.º 4, 1942, pp. 81-90.
  9. A. Lépicier escribe: “María participó en el pago del precio del rescate de la humanidad, pues consintió libremente en la Encarnación formalmente redentora de Cristo. María, en el Templo, ofreció a Jesús como futura víctima de reconciliación, y en el Calvario renovó y perfeccionó tal oblación” (Tractatus de Beata Maria Virgine, cit., p. 503).
  10. Durante el Concilio Vaticano II, el 29 de octubre de 1963, el cardenal König se enfrentó con el cardenal Santos de Manila, quien deseaba incluir el tratado sobre mariología en un documento aparte, para dar mayor relieve al papel de María como Mediadora y Corredentora, mientras que König quería que la mariología fuera solo un capítulo minimalista dentro de De Ecclesia, para no irritar a los protestantes. El Concilio aprobó la tesis de König con 1114 votos contra 1097, por solo 17 votos. Entre los teólogos que se opusieron a la doctrina de la Corredención en el Concilio y en el período posconciliar se encuentran algunos que ya habían empezado a negarla vehementemente desde los años treinta o cincuenta, por ejemplo: Y. Congar (Bullettin de théologie, en Revue de sciences philosophiques et théologiques, n.º 27, 1938, pp. 646-648); E. Schillebeeckx (Maria madre della Redenzione, Catania, 1965); K. Rahner (Le principe fondamental de la théologie mariale, en Revue de sciences religieuses, n.º 42, 1954, pp. 508-511); H. Küng (Christ sein, Múnich-Zúrich, 1974). Según Jean-Yves Lacoste: “Si en Lumen Gentium 53 se habla de María en relación con la Iglesia y de su Maternidad espiritual, Pablo VI quiso proclamar que María era Madre de la Iglesia, pero sin valor dogmático alguno (cf. DC, n.º 61, 1964, p. 1544). Además, el Concilio Vaticano II, en Lumen Gentium 62, menciona la mediación una sola vez, de modo marginal, para expresar la intercesión de María. Corredentora es un título evitado intencionadamente por el Concilio Vaticano II y luego justamente cuestionado, a causa de su ambigüedad y del rechazo protestante” (Dizionario Critico di Teologia, Borla – Città Nuova, Roma, 2005, pp. 811-813).
  11. La Gracia santificante es un don divino esencialmente sobrenatural, permanente e infundido gratuitamente por Dios en el alma humana. Ella confiere al hombre la santidad o justificación real. San Pedro revela que la gracia hace al hombre “partícipe de la Naturaleza divina” (2 Pedro I, 14).
  12. Dios habría podido elegir cualquier otro modo, incluso un simple acto de su voluntad, que siendo de valor infinito podía recomprar la gracia perdida.
  13. Se discute entre los teólogos católicos si María es Corredentora. Hay grandes teólogos plenamente ortodoxos que no son favorables a la doctrina de la Corredención de María, por temor de menoscabar la dignidad del único Mediador y Redentor. Por ejemplo: M. J. Scheeben (Handbuch der katholischen Dogmatik, Friburgo, 1882), L. Billot (Marie Mère de la Grâce, París, 1921; Id., De Verbo Incarnato, 4.ª ed., Roma, 1904), P. Parente (Dizionario di teologia dommatica, Roma, 4.ª ed., 1957, voz “Corredentrice”, pp. 95-96; Id., De Verbo Incarnato, 4.ª ed., Turín, 1951). Pero hechas las debidas distinciones, la Corredención de María no quita nada a la unicidad de la Redención principal de Cristo.
  14. La Redención objetiva es potencial o en proceso de realización o de aplicación a los hombres; mientras que la Redención subjetiva es actual o aplicada a las almas individuales, y por tanto ya completa o en acto.
  15. Causa primera es solo Dios; causa segunda es toda criatura, que puede subdividirse en causa principal (por ejemplo, el pintor) y causa secundaria instrumental (el pincel).
  16. Vulgata, en latín “común, oficial, usual”, es la traducción latina de la Biblia que la Iglesia usa y prescribe oficialmente, de modo usual o común, en la enseñanza, la predicación y la liturgia. Se debe a San Jerónimo († 420), el máximo Doctor en la interpretación de la Sagrada Escritura, quien la inició en Roma en 383 y la terminó en 406 en Belén. Cf. S. Garofalo, voz “Volgata”, en Dizionario di teologia dommatica, Roma, 4.ª ed., 1957, p. 440; J. M. Vosté, De latina versione quae dicitur “Vulgata”, Roma, 1928; Id., La Volgata al Concilio di Trento, en Biblica, 1946, pp. 301-319; F. Spadafora, voz “Volgata”, en Dizionario Biblico, Roma, 3.ª ed., 1963, pp. 615-618.
  17. Cf. C. Spicq, Il primo miracolo di Gesù dovuto a sua Madre, en Sacra Doctrina, n.º 18, 1973, pp. 125-144; F. Spadafora, Maria alle nozze di Cana, en Rivista Biblica, n.º 2, 1954, pp. 220-247.
  18. Cf. S. Garofalo, Le parole di Maria, Roma, 1943; Id., La Madonna nella Bibbia, Milán, 1958; R. Spiazzi, La Mediatrice della riconciliazione umana, Roma, 1951; F. Spadafora, Dizionario Biblico, Roma, 3.ª ed., 1963, voz “Maria Santissima”, pp. 394-398; Id., Maria Santissima nella S. Scrittura, Roma, 1936.
  19. Cf. sobre este tema el comentario a la Suma Teológica del cardenal Tommaso de Vio, llamado Cayetano (Commentarius in IIIam partem Summae theologiae, q. 28, a. 2).
  20. Cf. B. H. Merkelbach, Quid senserit S. Thomas de mediatione B. M. Virginis, en “Xenia Thomistica”, 1925, pp. 505-530.
  21. Cf. G. Roschini, La Mediatrice universale, Roma, 1963.
  22. ¡Atención! Estos autores, más que contrarios a la doctrina de María Mediadora y Dispensadora universal, querían insistir más en la distinción entre el Redentor principal y la Corredentora subordinada; cf. B. Bartmann, Manuale di Teologia Dogmatica, Alba, 1952, 3.ª ed., vol. II, pp. 184-185.
  23. El “dogma” es una verdad revelada por Dios y contenida en el Depositum Fidei: Tradición y Sagrada Escritura (dogma material), y luego propuesta a creer como necesaria para la salvación eterna, en cuanto divinamente revelada o de fe (dogma formal), por el Magisterio eclesiástico con la obligación de creerla (Vaticano I, DB 1800). Por lo tanto, quien niega o rehúsa el asentimiento a una verdad de fe definida por el Magisterio es hereje e incurre ipso facto en excomunión o anatema. La “definición dogmática” es la declaración obligatoria de la Iglesia sobre una verdad revelada y propuesta obligatoriamente a la fe de los fieles. Tal definición puede ser hecha tanto por el Magisterio ordinario (el Papa que enseña de modo ordinario o no solemne “cuanto al modo”, pero obligante “cuanto al fondo”, a creer una verdad como revelada por Dios y definida por la Iglesia), como por el Magisterio extraordinario o solemne en cuanto al modo (una declaración solemne o “extraordinaria” del Papa o del Concilio). Tal definición dogmática se llama también dogma formal o verdad de fe divino-católica o divino-definida. Sin embargo, no hay un acuerdo unánime entre los teólogos; por ejemplo, monseñor Brunero Gherardini escribe que la Corredención de María es “próxima a la Fe” (La Corredentrice nel mistero di Cristo e della Chiesa, Roma, 1998, p. 15). Sin embargo (“si parva licet componere magnis”), puesto que la Corredención de María se encuentra en la Tradición y en la Sagrada Escritura y ha sido enseñada por el Magisterio pontificio ordinario de modo constante desde León XIII, me parece que se puede hablar de una verdad divinamente revelada y definida por la Iglesia, aunque no de modo extraordinario, sino puramente ordinario; es decir, la Corredención de María es una Verdad de Fe divina y católica.
  24. Cf. S. Th., III, qq. 27-30; los comentarios de Cayetano y de G. M. Vosté a la Suma Teológica (III, qq. 27-30); E. Hugon, Tractatus theol., vol. II, París, 5.ª ed., 1927; G. Friethoff, De alma socia Christi mediatoris, Roma, 1936.
  25. Satisfacción, en sentido teológico, es un término definido con precisión por San Anselmo de Aosta (Cur Deus homo) y luego por Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 48, a. 2), y significa aplacar a Dios ofendido por la culpa mediante un sacrificio o una obra penosa. Cristo pagó la deuda del pecado de los hombres a Dios Padre con su muerte en la Cruz, reparando la culpa de Adán, con el fin de liberar a los hombres de la esclavitud del pecado que los privaba de la gracia santificante.

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“ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”

  “ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”           Por FLAVIO MATEOS   El Padre Nicholas Gruner, tenaz apóstol hasta su muerte del mensaje ...