Por MONSEÑOR MARCEL
LEFEBVRE
Los errores fundamentales
Dolorosamente afectado por la perspectiva de la
reunión de los representantes de todas las religiones, invitados por el Papa [Juan
Pablo II] para reunirse en Asís el 27 de octubre, yo había dirigido una carta a
varios Cardenales, para pedirles que suplicaran al Sumo Pontífice que
renunciara a esta verdadera impostura. Nadie podrá decir que no hemos hecho
todo lo posible para tratar de que fueran conscientes de la gravedad de la
situación en que nos encontramos actualmente.
En una predicación que hice en Suiza, evoqué los
puntos principales en los que la fe se encuentra en peligro y contradicha por
el Papa, los Cardenales y los Obispos de manera general. De ahora en más hay tres errores fundamentales, que, de
origen masónico, profesan públicamente los modernistas que ocupan la Iglesia:
- El reemplazo del Decálogo por
los Derechos del Hombre. Los Derechos del Hombre se han convertido
ahora en el leitmotiv para recordar la moral,
sustituyendo así al Decálogo. Y el artículo principal de los Derechos del
Hombre es sobre todo la libertad religiosa, que ha sido querida
particularmente por los masones. Hasta entonces la religión católica era
la religión, y las demás religiones eran falsas. Los masones no querían ya
esta exclusividad: había que suprimirla. Entonces se decretó la libertad
religiosa.
- El falso ecumenismo que establece de
hecho la igualdad de las religiones. Es lo que manifiesta el Papa de manera
concreta en toda ocasión, hasta llegar a decir que era uno de los
principales objetivos de su pontificado. Con eso actúa contra el primer
artículo del Credo y contra el primer Mandamiento de la Ley de Dios. Es de
una gravedad excepcional.
- La negación del reinado social de Nuestro
Señor Jesucristo por la laicización de los Estados, y que se ha hecho
ya algo corriente. El Papa ha pretendido, y lo ha conseguido en la
práctica, laicizar las Sociedades, y por ende suprimir el reinado de
Nuestro Señor sobre las Naciones.
Si reunimos estos tres cambios fundamentales, y que en realidad no forman más que uno solo, tenemos la negación de la unicidad de la religión de Nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, de su reinado. Y ¿para qué, a favor de qué? Probablemente, de un sentimiento religioso universal, de una especie de sincretismo que apunta a reunir todas las religiones.
Así, pues, la situación es gravísima, pues parece
que Roma, el Papa y los Cardenales son
quienes están realizando el ideal masónico. Los masones siempre han deseado esto, y lo están consiguiendo, no por
sí mismos, sino a través de los mismos hombres de Iglesia. Basta leer los
artículos que han escrito algunos de ellos o allegados suyos, para ver con qué
satisfacción saludan toda esta transformación de la Iglesia, este cambio
radical que la Iglesia ha realizado desde el Concilio y que, para ellos, era
difícilmente concebible.
¡La verdad evolucionaría con el
tiempo!
No es sólo el Papa el que está en cuestión. El Cardenal Ratzinger, que en la prensa
pasa por ser más o menos tradicional, es de hecho un modernista. Para
convencerse de ello, y para conocer su pensamiento, basta leer su libro «Los
principios de la teología católica», en el que dice sentir una cierta estima por
la teoría de Hegel, cuando escribe:
A partir de él,
ser y tiempo se compenetran cada vez más en el pensamiento filosófico. El mismo
ser responde a la noción de tiempo… La verdad se hace en función del tiempo; lo
verdadero ya no lo es pura y simplemente, sino que sólo lo es por un tiempo,
puesto que pertenece a la evolución de la verdad, que sólo es tal en la medida
en que evoluciona".
¿Qué queréis que hagamos? ¿Cómo se puede discutir
con quien razona de este modo?
Por eso, no hay que sorprenderse de su reacción
cuando le pregunté: «En fin, Eminencia, no puede usted negar que hay una
contradicción entre la libertad religiosa y lo que dice el Syllabus».
Me contestó: «Monseñor, ya no estamos en tiempos del Syllabus». Es
imposible discutir.
Escribe el Cardenal Ratzinger en su libro, a
propósito del texto de la Iglesia en el mundo (Gaudium et spes) bajo el
título: «La Iglesia y el mundo, a propósito de la cuestión de la recepción del
Concilio Vaticano II». Después de desarrollar sus argumentos a lo largo de
varias páginas, precisa:
“Si se busca un
diagnóstico global del texto, se podría decir que es (en relación con los
textos sobre la libertad religiosa y sobre las religiones en el mundo) una
revisión del Syllabus de Pío IX, una especie de contra-Syllabus (Dignitatis
humanae)".
Así pues, reconoce que los textos sobre la Iglesia
en el mundo, la libertad religiosa y los no cristianos (Nostra Aetate),
constituyen una especie de «contra-Syllabus». Es lo que yo le había
dicho, pero ahora, sin que eso parezca molestarle lo más mínimo, él lo escribe
explícitamente.
Y el Cardenal prosigue:
“Karnack, como ya
es sabido, interpretó el Syllabus como un desafío a su siglo.
En todo caso, es cierto que trazó una línea de separación ante las fuerzas
determinantes del siglo XIX".
¿Cuáles son las «fuerzas determinantes del siglo XIX»? La revolución
francesa, por supuesto, con toda su empresa de destrucción. Esas «fuerzas
determinantes» las define el mismo Cardenal como siendo «las concepciones
científicas y políticas del liberalismo». Y sigue diciendo:
“En la
controversia modernista, esta doble frontera fue reforzada y fortificada una
vez más.
Desde entonces,
sin duda, muchas cosas habían cambiado. La nueva política eclesiástica de Pío
XI había instaurado una cierta apertura respecto de la concepción liberal del
Estado. La exégesis y la historia de la Iglesia, en un combate silencioso y
perseverante, habían adoptado cada vez más los postulados de la ciencia
liberal, y por otra parte el liberalismo se había visto en la necesidad de
aceptar, en el transcurso de los grandes cambios políticos del siglo XX,
correcciones notables.
Por eso, primero
en la Europa central, la fidelidad unilateral, condicionada por la situación, a
las posturas adoptadas por la Iglesia a iniciativas de Pío IX y de Pío X contra
el nuevo período de la historia abierto por la revolución francesa, había sido
corregido via facti en una gran medida, pero aún faltaba una
determinación fundamental nueva de las relaciones con el mundo tal como se
presentaba desde 1789".
Esta determinación fundamental sería la del Concilio.
“En realidad,
prosigue el Cardenal, en los países de mayoría católica, reinaba aun
ampliamente la óptica de antes de la revolución: casi nadie contesta hoy que
los concordatos español e italiano intentaban conservar demasiadas cosas
pertenecientes a la concepción del mundo que desde hacía tiempo no correspondía
a las situaciones reales. Del mismo modo, casi nadie puede contestar que a esta
fidelidad a una concepción perimida de las relaciones entre la Iglesia y el
Estado correspondían anacronismos semejantes en el campo de la educación, y de
la actitud que debía adoptarse respecto del método histórico-crítico
moderno".
Así se precisa el verdadero espíritu del Cardenal Ratzinger, que añade:
“Sólo una búsqueda
minuciosa de los distintos modos como las diferentes partes de la Iglesia
supieron acoger al mundo moderno podrá desenmarañar la red complicada de causas
que contribuyeron a dar su forma a la constitución pastoral, y sólo de esta
manera podría esclarecerse el drama de la historia de su influencia.
Contentémonos aquí
con constatar que el texto juega el papel de un contra-Syllabus, en la
medida en que representa un intento de reconciliación oficial de la Iglesia con
el mundo tal como se presenta desde 1789".
Todo eso está perfectamente claro, y corresponde con lo que nosotros no
hemos dejado de afirmar. ¡Nos negamos, no queremos ser, los herederos de
1789!
“Por un lado, sólo
esta mirada echa una luz sobre el complejo de gueto de que hemos hablado al
comienzo [¡la Iglesia, un gueto!]; y, por otro lado, sólo ella permite
comprender el sentido de ese raro cara a cara de la Iglesia con el mundo: por
«mundo» se entiende, en el fondo, el espíritu de los tiempos modernos, frente
al cual la conciencia de grupo en la Iglesia se sentía como un sujeto separado que,
después de una guerra tan pronto fría como caliente, buscaba el diálogo y la
cooperación".
Estamos obligados a constatar que el Cardenal ha
perdido totalmente de vista la idea del Apocalipsis de la lucha entre la verdad
y el error, entre el bien y el mal. De ahora en adelante se busca el diálogo
entre la verdad y el error. No se
puede comprender la rareza de este cara a cara de la Iglesia con el mundo.
Más adelante, el Cardenal define así su pensamiento:
“La Iglesia y el
mundo son como el cuerpo y el alma. Por supuesto, hay que añadir que el clima
de todo el proceso estaba marcado de manera decisiva por «Gaudium et spes».
El sentimiento de que ya no debía haber realmente un muro entre la Iglesia y el
mundo, y de que todo «dualismo», cuerpo y alma, Iglesia y mundo, gracia y
naturaleza, y en definitiva Dios y mundo, era perjudicial: ese sentimiento se
convirtió cada vez más en una fuerza destructora para el conjunto."
El Cardenal Ratzinger está a la cabeza de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex-Santo Oficio. Con semejante
expresión de pensamiento, ¿qué puede esperar la Iglesia de quien tiene en cargo
la defensa de la Fe?
Volviendo al Papa, tiene el mismo espíritu, aunque
de otra manera. Sin duda es un polaco, pero el fundamento de las ideas es el
mismo. Los animan los mismos principios, la misma formación. Por esta razón no
sienten ni vergüenza ni horror al hacer lo que hacen, mientras que nosotros nos
sentimos realmente espantados. La religión, como lo hemos visto en el
liberalismo, es en el modernismo un sentimiento interior.
"Condenaron a la Tradición y a la Verdad"
Por eso, desde el día en que, contra todo derecho,
fuimos condenados por Monseñor Mamie, apoyado por Roma, no hicimos ningún caso,
y aparentemente incurrimos en desobediencia. Pero nuestro deber era desobedecer, porque querían obligarnos a colocarnos
en el espíritu de 1789, en el espíritu del liberalismo, en el espíritu del
contra-Syllabus. Nos hemos negado a ello, y seguimos negándonos.
Quienes nos condenaron son hombres imbuidos de este liberalismo, como el
Cardenal Villot; es esta Roma liberal. Pero al obrar de este modo condenaron a
la Tradición y a la Verdad.
Hemos rechazado esta condenación, porque la
considerábamos como nula e inspirada por el espíritu modernista. Lo que hacíamos y seguimos haciendo no es
otra cosa que colaborar al mantenimiento de la Tradición. Así pues, parecimos
encontrarnos en una situación aparente de desobediencia legal, pero seguimos
ordenando sacerdotes, dando sacerdotes a los fieles para la salvación de sus
almas. Estos sacerdotes ejercieron su ministerio siempre bajo una apariencia de
desobediencia a la letra de la ley. Y seguiremos haciéndolo así mientras Dios
así lo disponga.
No somos
nosotros los que creamos la situación de la Iglesia, que se agrava cada vez más
en condiciones pasmosas. Nadie
habría podido imaginar hace diez años, antes de la llegada del papa Juan Pablo
II, que un Sumo Pontífice habría hecho un día esta ceremonia de Asís. A nadie
se le habría ocurrido jamás la idea. Nadie habría pensado que visitaría la
Sinagoga, y que haría ese discurso abominable. Nadie lo habría imaginado siquiera.
Tampoco se habría podido pensar jamás lo que hizo en la India. Todo eso habría
parecido inconcebible.
Monseñor Marcel Lefebvre
https://marcellefebvre.info/es/errores-fundamentales-del-concilio-31632
