Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

sábado, 15 de noviembre de 2025

MARÍA CORREDENTORA, MEDIADORA Y DISPENSADORA DE TODAS LAS GRACIAS

 


“Lo que se ha escrito sobre la Corredentora y Dispensadora universal no es una cuestión de bizantinismo teológico, sino que, sobre todo hoy, después del 4 de noviembre de 2025, tiene una importancia capital en la vida de todo cristiano. La necesidad de la devoción a María se deduce de la Sagrada Escritura (desde el Génesis hasta el Apocalipsis), de la Tradición (todos los Padres eclesiásticos griegos y latinos), del Magisterio (desde Pío IX hasta Pío XII) y de los Doctores de la Iglesia (desde San Anselmo de Aosta hasta Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura), de los Santos canonizados (desde San Bernardino de Siena hasta San José Cafasso) y de los teólogos aprobados por la Iglesia (Merkelbach, Roschini, Garrigou-Lagrange, Gherardini).

María es Corredentora, porque ha cooperado en la adquisición de la gracia; es Mediadora, porque coopera en su distribución; es Dispensadora universal, porque administra efectivamente todos los dones de Dios a las almas.

Como Corredentora, María es necesaria y no opcional, según el actual plan divino, en acto primero o en el ser mismo de la obra de la Redención para salvarnos. Como Dispensadora de toda gracia, la Santísima Virgen María es necesaria en acto segundo o en la aplicación de la Redención de Cristo a nuestras almas.”

 

  

por DON CURZIO NITOGLIA

 

Prólogo

 

En estos tiempos apocalípticos en que se oye hablar cada día, por parte de los jefes de Estado, de una inminente conflagración atómica, ¿a quién podemos recurrir nosotros, pobres mal gobernados, sino a la Corredentora, Mediadora y dispensadora de toda gracia?

San Bernardo de Claraval captó este estado de extrema necesidad en el que la humanidad entera se encuentra hoy, escribiendo a cada uno de nosotros:

“Tal vez temes su divina Majestad, porque Él sigue siendo Dios, aunque se haya hecho hombre, y por tanto deseas tener a alguien que interceda por ti ante Él. Corre, pues, a María” (In Nativitate Beatae Mariae Virginis, PL 183, 441).

La Santísima Virgen ha sido considerada comúnmente por la fe católica (cf. Apoc., XI, 19; XII, 1) como el Foederis Arca, “el Arca (que acogió en sí a Jesús) en la cual podemos escapar del naufragio” (San Ambrosio, De Spiritu Sancto, III, 11, 80). Noé, en los días del diluvio universal bajo la Antigua Alianza (Génesis, VI, 9 – IX, 19), hizo entrar en la “Primera Arca” a aquellos que vivían conforme a la Ley divina, y cerró las puertas dejando que las aguas engulleran a todos los demás.

Lo que hoy deja estupefactos (especialmente a partir de la Nota doctrinal Mater populi fidelis del 4 de noviembre de 2025) es el hecho paradójico de que el Pastor, en vez de hacer entrar a los fieles en la “Segunda Arca” de la Nueva Alianza (María Corredentora, Mediadora y Dispensadora), para protegerlos del probable “Diluvio de fuego” que podría desencadenarse de un día para otro, cierra las puertas intentando impedir a los hombres recurrir al “Refugio de los pecadores”. Sin embargo, como fue predicho: “Ipsa conteret caput tuum” (“Ella te aplastará la cabeza”). Los proyectos del Enemigo no prevalecerán, y María triunfará.

Intentemos ofrecer a los lectores lo que la Revelación (Tradición y Escritura), interpretada auténticamente por el Magisterio, ha enseñado acerca de la devoción que debemos tener hacia María y de la maternidad misericordiosamente corredentora que Ella ejerce respecto de la humanidad, a pesar de los planes del Enemigo (ayudado por miserables Judas) que quisiera reducir a la impotencia la acción misericordiosísima de María.

 

Aplicación de la Redención a las almas

 

¿De qué modo María, Corredentora secundaria, coopera con Jesús, Redentor principal, en aplicar y distribuir los frutos de la Redención objetiva a las almas individuales (Redención subjetiva)?

María coopera subordinadamente a Cristo en la aplicación o distribución de toda gracia sobrenatural. María distribuye “con Cristo, en Cristo y por Cristo” todas las gracias a todos los hombres que desean recibirlas.

María ejerce, subordinadamente a Jesús, una causalidad (veremos más adelante de qué tipo) en la dispensación de las gracias a los hombres.

Podemos adelantar aquí que:

  1. A los hombres que vivieron antes de Jesús, María dispensó la gracia a modo de causa final; es decir, Dios quiso que la gracia les fuera concedida en vista de los méritos futuros de condigno (de estricta justicia) de Cristo en cuanto Dios, y de congruo (por pura bondad de Dios) de María en cuanto Madre del Redentor.
  2. En cambio, a los hombres que viven después de Cristo, Ella distribuye la gracia a modo de causa eficiente, es decir, Dios les otorga la gracia mediante su cooperación subordinada y secundaria en la distribución eficiente principal de Jesús.

Por tanto, puede afirmarse que Dios quiso que todas las gracias pasaran por las manos de María, de modo subordinado a Jesús. Esto no significa que no se pueda obtener ninguna gracia sin pedirla explícitamente a María, pues siempre hay implícitamente una invocación a Ella, ya que pedimos a Dios las gracias según el orden de la economía de la Salvación establecido por Él; es decir, todas las gracias pasan a través de María como un canal subordinado y unido a la fuente principal de las mismas, que es Jesús.

Esta tesis, como la de la Corredención, es también enseñada por el Magisterio, se halla en la Sagrada Escritura y en la Tradición, y por tanto puede calificarse como de Fe divina revelada y definida, aunque de manera ordinaria y no solemne en cuanto a la forma.

Además:

  1. En el tema de la Corredentora, entre los teólogos católicos altamente calificados y plenamente ortodoxos, pueden contarse tres que no son fervientes sostenedores (aunque tampoco adversarios): Matthias Josef Scheeben, Louis Billot y Pietro Parente.
  2. En cambio, en la cuestión de la Dispensadora de toda gracia, los adversarios entre los católicos son Ludovico Antonio Muratori (Della regolata devozione dei cristiani, Opere, vol. VI, Arezzo, 1768), Giovanni Ude (Ist Maria die Mitlerin aller Gnaden?, Bressanone, 1928) y Jean Guitton (Mythe et mystère de Marie, Roma, 1967; The Mediatrix of all Graces, en “The Homiletic and Pastoral Review”, n.º 53, 1953, pp. 698-701).

Estos autores no se distinguen por su agudeza ni por su firmeza dogmática. El más célebre, Muratori, fue más historiador que teólogo; Jean Guitton, por su parte, estuvo plenamente implicado en la corriente neomodernista que influyó en el Concilio Vaticano II y el posconcilio; mientras que el profesor Ude, docente en el seminario de Graz, tenía cierta tendencia al modernismo y al minimalismo mariano.

En cambio, M. J. Scheeben (Le meraviglie della grazia divina, 1861, trad. it., Turín, 1933; I misteri del Cristianesimo, 1865, trad. it., Brescia, 1949; Handbuch der katholischen Dogmatik, Friburgo, 1882, 4 vols., 1873-1887; Sistematische Mariologie, Bruselas, 1938), L. Billot (De Verbo Incarnato, Roma, 1892) y P. Parente (De Verbo Incarnato, Turín-Roma, 1943; L’Io di Cristo, Brescia, 1951) son abiertamente favorables a la Mediación mariana como Dispensadora de toda gracia.

 

El Magisterio

 

Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae del 27 de septiembre de 1748, declaró que María es: “Río celestial por el cual todos los dones de la gracia son llevados al corazón de los pobres mortales”.

Pío VII llama a María “Dispensadora de todas las gracias” (Ampliatio privilegiorum Ecclesiae BVM, Florencia, 1806, VII, col. 546).

Pío VIII, en la bula Praesentissimus del 30 de marzo de 1830, enseña que “Jesús nos confió a María, su Madre, cuando moría, a fin de que, así como Él intercedía ante el Padre, así Ella intercediese ante el Hijo.”

Pío IX enseña que “Dios ha confiado a María el tesoro de todos los bienes espirituales, a fin de que cada hombre sepa que obtenemos toda esperanza, toda gracia y toda salvación por medio de Ella, pues es Voluntad de Dios que obtengamos todo por María” (Encíclica Ubi primum, 2 de febrero de 1849; íd., Quanta cura, 8 de diciembre de 1864).

León XIII enseña: “Del inmenso tesoro de toda gracia que Cristo nos ha traído, absolutamente nada se nos comunica sino por medio de María, habiéndolo dispuesto así Dios. Como nadie puede ir al Padre sino por Cristo, así ordinariamente nadie puede ir a Cristo sino por medio de María. […]. Este plan de la divina Providencia fue enseñado desde el principio por los Padres de la Iglesia y fue comprendido concordemente, en todo tiempo, por el pueblo cristiano.” (Encíclica Octobri mense, 22 de septiembre de 1891). León XIII enseña la misma doctrina en las encíclicas Supremi Apostolatus (1883), Superiore anno (1884), Letitia sancta (1893), Jucunda semper (8 de septiembre de 1894), Adiutricem populi (5 de septiembre de 1895) y Diuturni temporis (5 de septiembre de 1898).

San Pío X declara a María “Distribuidora de todas las gracias que Cristo nos conquistó con su muerte y con su sangre” (Encíclica Ad diem illum, 2 de febrero de 1904).

Benedicto XV escribe: “Todas las gracias que Dios se digna conceder a los hijos de Adán, por un benévolo designio de la divina Providencia, son dispensadas por las manos de la Bienaventurada Virgen María.” (Carta Apostólica Inter sodalicia, 22 de marzo de 1918). Además, el Papa Della Chiesa, en 1921, instituyó la fiesta litúrgica con Misa y Oficio de ‘María Mediadora de todas las gracias’ (cf. La vie diocésaine, n.º 10, 1921, pp. 96-106).

Pío XI declara a María “Mediadora de todas las gracias ante Dios” (Carta Apostólica Explorata res, 2 de febrero de 1923; íd., Encíclica Miserentissimus Redemptor, 1928).

Pío XII enseñó muchas veces, en varios documentos magisteriales, la Mediación universal de María Dispensadora de toda gracia, y especialmente en el radiomensaje del 13 de mayo de 1946 (cf. L’Osservatore Romano, 19 de mayo de 1946).

 

La Sagrada Escritura

 

El Antiguo Testamento (Génesis III, 14-15) nos presenta a María (“Ipsa conteret”) íntimamente asociada a Jesús (“semen ejus”) en la victoria sobre Satanás (“caput tuum”) y en la Redención del género humano.

Así, como María cooperó en la Redención (en acto primero o en el ser) de modo secundario y subordinado, así coopera también en la aplicación de toda gracia a las almas individuales (en acto segundo o en la acción distributiva).
Agere sequitur esse —“el obrar sigue al ser”—: sería anormal que María, después de haber cooperado en la Redención como Corredentora secundaria, no aplicara ni dispensara las gracias a las almas, las cuales de otro modo no podrían salvarse.

Por ejemplo, sería como si María hubiera cooperado con Jesús en la adquisición de la fuente de toda gracia, pero no cooperara con Él en la distribución de las gracias, así como el acueducto hace llegar el agua desde la fuente hasta las casas (San Bernardo de Claraval, Sermo in Nativitate BVM: De acqueductu, n.º 7, PL 183, 441).

En el Nuevo Testamento se revela formalmente la maternidad espiritual de María hacia todos los hombres, la cual implica implícitamente la distribución de toda gracia a quienes tienen a Dios por Padre.

En el Evangelio según San Juan (XIX, 26-27) leemos: “Mulier, ecce filius tuus” (“Mujer, he aquí a tu hijo”).

La Mulier o “Mujer” del Génesis (III, 15) reaparece en el Calvario, donde ofrece a Jesús al Padre, y es nombrada explícitamente por Cristo Mulier o “Mujer”, la cual, después de haber aplastado la cabeza de la serpiente infernal, como había sido predicho (Génesis III, 15), aplica las gracias y los frutos de la Redención objetiva (la Muerte de Cristo en la Cruz y la Compasión de María al pie de la Cruz) a las almas individuales: es decir, la [co]-Redención subjetiva.

El Evangelio nos revela algunos hechos históricos que muestran cómo los primeros milagros, materiales y sobre todo espirituales, de Jesús fueron obrados por medio de María.

Por ejemplo, María lleva a Jesús en su seno y va a visitar a su prima Santa Isabel, que tiene desde hace seis meses a Juan el Bautista en su seno; y Jesús, por medio de María, santifica y borra la mancha del pecado original, es decir, redime al Bautista, que se convierte en aquel preciso instante en San Juan Bautista (Lucas I, 41-45). Este es un verdadero y propio milagro espiritual que entra dentro de la obra de la Redención subjetiva, o aplicación de la gracia al alma del Bautista, realizada por Jesús por medio de María; así está formalmente revelado y así ha sido interpretado unánimemente por los Padres, Doctores, teólogos y exégetas eclesiásticos, además de haber sido enseñado ininterrumpidamente desde 1748 por el Magisterio, como vimos más arriba.

Por consiguiente, esta verdad de la Maternidad espiritual de María y de la Distribución de todas las gracias por parte de Ella es de Fe divina y católica revelada; es decir, se halla en las dos fuentes de la Revelación (Sagrada Escritura y Tradición) y es interpretada en el mismo sentido por el Magisterio ordinario pero constante de la Iglesia.

El Evangelio según San Juan (II, 1-11) nos narra el segundo milagro material, con un significado espiritual, ocurrido en las bodas de Caná de Galilea, donde Jesús cambia materialmente el agua en vino (significando espiritualmente la Eucaristía y la Transubstanciación), por la súplica de su Madre.

Estos dos primeros milagros de Jesús, narrados por el Evangelio, fueron obrados mediante la mediación de María; por tanto, es sumamente conveniente que todos los demás beneficios materiales y espirituales hayan tenido lugar también por el concurso de María.

 

La Tradición patrística

 

Desde el siglo I hasta el VIII, la doctrina sobre María Dispensadora de toda gracia está contenida implícitamente en el paralelo entre la vieja Eva y la nueva Eva (María), y entre el viejo Adán y el nuevo Adán (Jesús). Eva es madre física de los hombres; María, madre espiritual.

Ahora bien, es propio de la madre dar la vida, conservarla y desarrollarla, lo cual, en el orden sobrenatural, se identifica con la distribución de todas las gracias. María es nuestra Madre espiritual con Cristo, nuestro Padre sobrenatural. Como se ve, la Redención/Corredención objetiva y la Redención/Corredención subjetiva van de la mano.

El P. Reginald Garrigou-Lagrange escribe que la doctrina de María como Dispensadora universal de la gracia “es de Tradición apostólica” (La Mère du Sauveur et notre vie intérieure, París, 1941, p. 184).

De hecho, ya desde el siglo VIII, y especialmente con San Bernardo (siglo XII), se describe a María como “el acueducto o el canal que lleva el agua de la gracia desde la fuente o el depósito, que es Jesús, hasta nosotros los hombres” (Sermo in Nativitate BVM: De acqueductu, n.º 7, PL 183, 441).

En otro lugar, en el siglo XI, María es comparada con el “Cuello” del Cuerpo Místico, en el cual Jesús es la Cabeza, el Espíritu Santo el Corazón, y la gracia pasa de la Cabeza y del Corazón a los miembros, que son los cristianos, a través del Cuello, que es María.

El primero de los escritores eclesiásticos que habla de la Mediación de María es Orígenes en el siglo III (In Joann., I, n. 6, PG 14, 32); le siguen en el siglo IV san Efrén el Sirio (PG 39, 701); san Epifanio (PG 79, 179); san Atanasio (PG 28, 598); san Ambrosio (PL 16, 327); en el siglo V san Agustín (PL 40, 398), y también en el siglo V san Venancio Fortunato (PL 88, 26).

El texto más explícito de esta primera época es de Teotecno, obispo de Livias (siglo VI), en la Homilía sobre la Asunción de la santa Madre de Dios, n. 9, donde define a María como “Mediadora de todos desde el Cielo, adonde ha sido asunta”.

Desde el siglo VIII al XVI se pasa de lo implícito a lo explícito, especialmente a partir del siglo XII.

En Oriente, san Germán de Constantinopla († 733) escribe: “Nadie alcanza la salvación sino por medio de María” (Hom. in Sanctae Mariae Zonam, PG 98, 307).

En Occidente, san Pedro Damián († 1072) enseña que “En las manos de María se hallan los tesoros de las misericordias de Dios” (Serm. 44 in Nativ. BVM, PL 144, 740).

San Bernardo de Claraval († 1153) es quien afirmó más claramente que todos la doctrina de la Mediación universal de María, Dispensadora de toda gracia: “La voluntad de Dios ha establecido que tengamos toda gracia por medio de María. […]. Él te dio a Jesús como Mediador, María te lo dio como hermano. Pero quizás temes su divina Majestad, pues Él sigue siendo Dios aun hecho hombre, y por eso quieres tener a alguien que interceda por ti ante Él. Corre, pues, a María” (In Nativ. BVM, PL 183, 441); y en otro lugar: “Dios ha querido que no tengamos nada que no pase por las manos de María” (Hom. 3, in Vig. Nativ. Domini, n. 10, PL 183, 100).

San Bernardo establece:

1.º) que la Mediación de María no es solo indirecta por habernos dado materialmente a Jesús, sino también directa, por vía de intercesión, orando formalmente —es decir, consciente y voluntariamente— a Jesús;

2.º) que la Mediación es universal, abarca todas las gracias;

3.º) que dicha Mediación mariana ha sido querida por Dios después del pecado original.

La doctrina de san Bernardo fue retomada, entre los siglos XIII y XV, por san Alberto Magno, san Buenaventura y san Bernardino de Siena.

La tercera época va desde el siglo XVI hasta hoy: en ella no solo se enseña comúnmente esta doctrina, sino que se profundiza, precisa y demuestra frente al protestantismo, hasta hacerse plenamente victoriosa. Los nombres más significativos de esta última era son: santo Tomás de Villanueva, Francisco Suárez, san Roberto Belarmino, san Juan Eudes, san Luis María Grignion de Montfort (El Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María; El secreto de María), san Alfonso María de Ligorio (Las glorias de María).

El cardenal Alessio María Lépicier, maestro del p. Gabriele María Roschini, en diciembre de 1904, con ocasión del 50.º aniversario de la promulgación del Dogma de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 1854), presentó una docta disertación sobre la Corredentora, publicada al año siguiente bajo el título La Inmaculada Madre de Dios, Corredentora del género humano, Roma, 1905. En ella, Lépicier explicaba que María Inmaculada fue redimida preventivamente por Dios mediante la Encarnación de Cristo y que no se redimió a sí misma, sino que cooperó secundariamente y subordinadamente a Cristo en la redención del género humano liberado o levantado del pecado original. Por tanto, María es redimida preventivamente por Cristo y Corredentora subordinada a Cristo respecto de los demás hijos de Adán. Hoy, la inmensa mayoría de los teólogos —hasta la tempestad conciliar que continúa con León XIV— adhieren a la sentencia de María como Corredentora secundaria del género humano nacido con el pecado adámico.

Finalmente, el cardenal Désiré Mercier inició un movimiento mariano para obtener la definición dogmática solemne de la Mediación universal de María. El papa Benedicto XV instituyó en 1920 tres Comisiones teológicas (una romana, una belga y una española) para estudiar la cuestión, y concedió el 21 de diciembre de 1921 la Fiesta de María Mediadora de todas las gracias, a celebrarse el 31 de mayo en toda la Iglesia universal, al término del mes de María.
Esta fiesta fue reemplazada por la Fiesta de María Reina del mundo, instituida por Pío XII el 11 de octubre de 1954; sin embargo, en las misas pro aliquibus locis permanece la misa María Mediadora de todas las gracias, que puede celebrarse el 8 de mayo.

 

La razón teológica

 

Santo Tomás de Aquino (S. Th., III, q. 48) explica que la Pasión de Cristo y, subordinadamente, la Compasión de María, han operado nuestra Redención.
El Angélico precisa que:

1.º) la Pasión de Cristo redimió a la humanidad:

a) a modo de mérito, mereciéndonos de condigno, o de estricta justicia, la gracia perdida por el pecado original;

b) a modo de satisfacción o redención (S. Th., III, qq. 48-49), pagando con la Pasión el precio del rescate para liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la libertad de la gracia;

c) a modo de sacrificio, ofreciéndose a Sí mismo en holocausto sobre la Cruz.

Mientras que María cooperó, con su Compasión o co-muerte espiritual, en nuestra Redención:

a) mereciendo cum Christo y sub Christo, de congruo y no de condigno (por ser criatura), la gracia perdida por Adán para los demás hombres y no para sí misma;

b) pagando, mediante la ofrenda de Cristo en el Gólgota al Padre, el rescate de nuestra Redención;

c) ofreciéndose ella misma con Cristo y bajo Cristo al Padre por nuestra Redención.

Los teólogos aceptan esta doctrina de manera moralmente unánime. La cuestión se vuelve disputada cuando se trata de determinar en particular la naturaleza de su mérito, de su satisfacción y de su sacrificio.

La tesis más común sostiene que:

a) María mereció de congruo o por gracia lo que Cristo mereció de condigno o por estricta justicia;

b) la satisfacción de María es también de congruo (san Bernardo de Claraval fue el primero en hablar de ello en el siglo XII, cf. PL 183, 62);

c) la cooperación al sacrificio u holocausto de Cristo tuvo un verdadero valor co-sacrificial o co-holocáustico, es decir, que ella cooperó a nuestra Redención mediante un verdadero sacrificio, místico o espiritual, aunque no sangriento.

La cuestión se hace más ardua cuando se trata de precisar si la ofrenda de Jesús por medio de María fue:

α) un verdadero y propio acto sacrificial en sentido estricto;

β) o bien un sacrificio en sentido lato.

α) La primera tesis admite, en consecuencia, que María es verdaderamente sacerdote, habiendo sacrificado en sentido estricto, de modo análogo y participativo al de Cristo, e incluso superior al ministerial del Orden sagrado, aunque María no tuviera el Orden sacerdotal sino solo el espíritu del sacerdocio oblativo.

β) La segunda tesis, la más común y equilibrada, aunque admite que María ofreció verdaderamente al Padre a Cristo y a sí misma en el Calvario por la salvación del género humano —una verdadera cooperación al sacrificio redentor de Jesús—, niega, sin embargo, que haya sido un acto sacerdotal en sentido estricto. Por tanto, María no puede ser llamada “Sacerdote”, aunque posea el espíritu oblativo o sacrificial.

Con razón, el Santo Oficio, en mayo de 1913, en abril de 1916, en marzo de 1927 y en mayo de 1937, prohibió que María fuese representada por el arte cristiano con vestiduras sacerdotales y prohibió atribuirle el título de “Virgen-Sacerdote”.

San Buenaventura de Bagnoregio fue el doctor que antes y mejor que todos resolvió el problema.

 Él enseña que la Voluntad de Dios ha decretado que la cooperación de María en la Redención de Cristo consiste en que sus méritos son aceptos al Señor junto con los de Cristo y subordinadamente a ellos.

 Por tanto, nuestra Redención depende principalmente de la voluntad oblativa de Cristo y secundariamente de la de María, que no es algo puramente accidental o accesorio, sino esencial, dada la Voluntad de Dios respecto al modo de obrar la Redención del género humano.

 

“Ipsa conteret!”

 

Lo que se ha escrito sobre la Corredentora y Dispensadora universal no es una cuestión de bizantinismo teológico, sino que, sobre todo hoy, después del 4 de noviembre de 2025, tiene una importancia capital en la vida de todo cristiano.
La necesidad de la devoción a María se deduce de la Sagrada Escritura (desde el Génesis hasta el Apocalipsis), de la Tradición (todos los Padres eclesiásticos griegos y latinos), del Magisterio (desde Pío IX hasta Pío XII) y de los Doctores de la Iglesia (desde San Anselmo de Aosta hasta Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura), de los Santos canonizados (desde San Bernardino de Siena hasta San José Cafasso) y de los teólogos aprobados por la Iglesia (Merkelbach, Roschini, Garrigou-Lagrange, Gherardini).

Como Corredentora, María es necesaria y no opcional, según el actual plan divino, en acto primero o en el ser mismo de la obra de la Redención para salvarnos (cf. San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María, Catania, Paulinas, 2.ª ed., 1957, t. I, cap. V, pp. 170-245).

Como Dispensadora de toda gracia, la Santísima Virgen María es necesaria en acto segundo o en la aplicación de la Redención de Cristo a nuestras almas (cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, Obras, Roma, Centro Mariano Monfortano, 1977, pp. 284-286; El secreto de María, Obras, cit., pp. 443-452).

 

Oración conclusiva del cardenal Ottaviani

 

El cardenal Alfredo Ottaviani escribía:

“La sociedad moderna está agitada por una fiebre de renovación que causa miedo, y está infestada por hombres que se aprovechan de tanto sufrimiento nuestro para construir el imperio de sus arbitrariedades, la tiranía de sus vicios, el nido de sus lujurias y de sus rapiñas. Jamás el mal ha asumido características tan vastas y apocalípticas; jamás hemos conocido peligro semejante. […].
Si la Madre de Dios no vuelve hoy también a enseñarnos quién es Jesús, ¿cómo no temer las consecuencias extremas de tantos errores y tantos horrores? Ya algo tremendo se prepara sobre nuestras cabezas; ¿qué será de nosotros? […].
Parece que ni siquiera el Salvador quiere escucharnos y que ostenta el sueño que hizo decir al Profeta: Exurge quare obdormis Domine? (‘Levántate, ¿por qué duermes, Señor?’).

Parece que también a nosotros nos dice el Señor: Nondum venit hora mea (‘Aún no ha llegado mi hora’), pero la Inmaculada, la Madre de Dios, la Virgen que protege a la Iglesia, Ella nos ha dado ya en Caná de Galilea la prueba de saber obtener el anticipo del momento de Dios.

Y nosotros tenemos necesidad de que esa hora llegue pronto, llegue anticipada, llegue de inmediato, porque casi podríamos decir: ‘¡Oh Madre, ya no podemos más!’.
Por nuestros pecados merecemos las últimas matanzas. Hemos expulsado a su Hijo incluso de las iglesias, hemos preferido a Barrabás. Es verdaderamente la hora de Barrabás.

Con todo esto, confiando en María, sentimos que es la hora de Jesús, la hora de la Redención. […].

¡Habla por nosotros, oh silenciosa, habla por nosotros, oh María!”
(Il Baluardo, Roma, Ares, 1961, pp. 279-283).

 

“Es necesario desear a todos que la devoción a María se convierta en el pensamiento dominante de toda la vida.”

Pío XI, Discurso del 15 de agosto de 1933.

 

Adeamus cum fiducia ad thronum gratiae, ut Misericordiam consequamur

(“Acerquémonos con confianza al trono de la gracia, para alcanzar misericordia”).

 

NOTAS:

1

G. M. Roschini, Mariologia, Milán, 3 vols., 1940-1942, vol. II, pp. 204-206, explica que los términos “Corredentora, Mediadora universal, Madre espiritual, Dispensadora de toda gracia” referidos a María se distinguen entre sí solo nominal o lógicamente, pero no realmente. En efecto, ellos significan sustancialmente la misma cosa.

2

¡Atención! Estos, siendo promotores de una Teología dogmática fuertemente cristocéntrica, más que contrarios a la doctrina de María Mediadora y Dispensadora universal, habrían querido una mayor insistencia sobre la distinción entre Redentor principal y Corredentora subordinada, Mediador de condigno y Dispensadora de congruo, cf. B. Bartmann, Manual de Teología Dogmática, Alba, 1952, 3.ª ed., vol. II, pp. 184-185.

3

El padre Jean Galot, en el Nuovo Dizionario di Teologia editado por G. Barbaglio y S. Dianich (Alba, Paoline, 1977, voz “Maria”, pp. 835-850) escribe:
“Antes del Vaticano II, varios Documentos pontificios […], retomaron la doctrina de la Corredención […]. La Lumen gentium, n. 54-61 […], sin servirse del término Corredentora, ofrece una amplia panorámica en este campo. […]. La controversia teológica parece cada vez más superada en lo que respecta a la cooperación de María a la Redención. […]. María es miembro de la Iglesia […], sin emplear el título de ‘Madre de la Iglesia’, la LG 53 ha expresado la idea. […]. En su discurso de clausura de la tercera sesión del Vaticano II, Pablo VI ha proclamado a María ‘Madre de la Iglesia’ […]. Durante el Concilio el título ‘Madre de la Iglesia’ había suscitado resistencias.”

En la voz “Mariología” del mismo Diccionario, el padre Stefano De Fiores explica:
“Poniendo las declaraciones sobre María en un contexto histórico-salvífico, el Concilio evita la posibilidad de un discurso autónomo y evita la impresión de que María constituya una pieza separada en el divino concierto de la creación y de la gracia. […]. El hecho más notable de la LG es sin duda la votación del 29 de octubre de 1963, con la cual se decidió, aunque con la exigua mayoría de 17 votos, insertar el esquema mariano en la Constitución LG sobre la Iglesia. […]. La inserción de María en el esquema sobre la Iglesia evita la tendencia monofisita que lleva a una identificación de María con Cristo. […]. Puesto que los hermanos separados son extremadamente sensibles en salvaguardar el primado de Cristo, […] el Concilio adopta una posición gradualmente restrictiva respecto a la Mediación de María. En el texto definitivo de LG el término ‘Mediadora’ no tiene relevancia, sino que es enumerado junto a otros títulos. […]. Con este esfuerzo de recentramiento se excluye todo tipo de Mediación de interposición. […].

El estudio de las relaciones entre María y el Espíritu Santo parte de la constatación de un cierto subdesarrollo de la pneumatología en la dogmática católica, que no ha evitado el peligro de un monofisismo mariológico, cuando ha acentuado la relación de María con Jesús, hasta llegar a una cierta identificación. […]. Por ejemplo, la Encíclica de León XIII Jucunda semper habla de la gracia que ‘es otorgada por Dios en Cristo, y de Cristo a la Virgen María, y de Ella a nosotros’. Se habría esperado la afirmación de que la gracia pasa del Padre al Hijo, al Espíritu Santo y a nosotros; en cambio, en lugar del Espíritu Santo se habla de María [como si Padre, Hijo y Espíritu Santo no fueran un solo Dios en tres Personas iguales y distintas, n. del a.]. La tendencia sustitutiva de María al Espíritu Santo está presente en la atribución a María de los títulos de ‘Abogada, Socorredora, Auxiliadora’. […]. La reflexión teológica posconciliar se ha orientado a recuperar la dimensión pneumatológica de la mariología.

Se insertan en esta línea, además de la obra de H. Mühlen (Una mistica persona, Roma, Città Nuova, 1968), los trabajos y congresos sobre el tema del Espíritu Santo y María, culminados en la Carta de Pablo VI al cardenal Leo Suenens con ocasión del Congreso mariano celebrado en Roma del 17 al 21 de mayo de 1975” (pp. 851-884).

Entre los Documentos y escritos de la nueva mariología conciliar se distinguen:
Pablo VI, Marialis cultus, 2 de febrero de 1974;
Hugo Rahner, Maria e la Chiesa, 1950, trad. it., Milán, 1974;
H. de Lubac, Meditazioni sulla Chiesa, 1952, trad. it., Milán, 1965;
Karl Rahner, Maria madre del Signore, Fossano, 1962;
H. Küng, Essere cristiani, Milán, 1976;
E. Schillebeeckx, Jezus, het verhaal van een levende, Bloemendaal, 1971;
J. Ratzinger, Introduzione al Cristianesimo, Brescia, 1969;
H. Urs von Balthasar, La gloire et la croix, París, 1965.

4.

La Mediación universal de María se encuentra expresada, en el modo más evidente, en el título de Corredentora. Cristo es el Redentor principal del género humano; María, asociada a Él de manera inseparable, se convierte en Corredentora.
«La Santísima Virgen –enseña el Papa Benedicto XV (†1922)–, al estar asociada con Cristo en la obra de la redención del género humano, mereció ser llamada con justicia Corredentora, y así lo invocamos. Porque mientras sufría y casi moría con su Hijo sufriente y moribundo, renunció a los derechos de madre sobre su Hijo por la salvación de los hombres y, en cuanto dependía de Ella, inmoló a su Hijo para aplacar la justicia divina; por eso, puede decirse con razón que Ella redimió al género humano juntamente con Cristo» (Inter Sodalicia, 22 de marzo de 1918; AAS, X, 1817, p. 182).

Esta definición pontificia resume toda la doctrina sobre la Corredención mariana. Ella no se añade a Cristo como si completara una obra imperfecta, sino que coopera de modo subordinado y dependiente, de congruo y no de condigno, a la redención de los hombres.

La expresión «Redimió al género humano juntamente con Cristo» debe entenderse precisamente en este sentido: cooperación subordinada, dependiente, instrumental, pero real y eficaz.

Por tanto, Cristo es el único Redentor, de condigno, mientras que María coopera con Él de congruo; pero esta cooperación, aunque secundaria y subordinada, es verdaderamente una participación en la obra redentora.

De ahí el título de Corredentora, que no es un mero modo de hablar piadoso, sino una verdad teológica sólida, enseñada por los Sumos Pontífices y por la tradición constante de la Iglesia.

5.

La Corredención implica la Mediación universal.

En efecto, si María ha cooperado en la Redención, es lógico que coopere también en la distribución de las gracias redentoras.

Así como fue asociada a Cristo en la adquisición de la gracia, lo es también en su comunicación.
Por eso, María es Mediadora de todas las gracias, Dispensadora universal de los dones divinos, porque todo lo que Cristo ha merecido en la Cruz, lo aplica ahora a las almas por medio de Ella.

San Pío X, en la Encíclica Ad diem illum laetissimum (2 de febrero de 1904), enseña:

«Por haber sido asociada a Jesucristo en la obra de la salvación, y por haber obtenido de Él, en cierto modo, el poder de dispensar las gracias que de la Redención proceden, se puede decir que Ella es la Dispensadora de todos los dones que Jesús adquirió con su muerte y con su sangre» (AAS, XXXVI, 1904, p. 453).

Por tanto, María no sólo es Corredentora en cuanto ha cooperado a la adquisición de las gracias, sino también Mediadora y Dispensadora universal en cuanto coopera a su distribución.

La función corredentora se prolonga en la mediadora, así como el acto redentor de Cristo se prolonga en su función de Mediador perpetuo ante el Padre.

6.

Cristo, único Mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. II, 5), no excluye sino que, al contrario, exige una mediación subordinada y participada.

Si los santos pueden interceder por nosotros, si los sacerdotes son mediadores en el orden sacramental, con mayor razón puede y debe serlo María, que está unida a Cristo de modo singularísimo.

La Mediación universal de María es, pues, una participación dependiente y ministerial de la Mediación única y principal de Cristo.

No hay oposición entre ambas, sino armonía jerárquica: así como la luz de la luna procede del sol, sin disminuir su esplendor, del mismo modo la mediación de María procede de la de Cristo, sin disminuirla, sino manifestándola mejor.

Por eso, dice León XIII en la Encíclica Octobri mense (22 de septiembre de 1891):

«Entre Cristo y la Santísima Virgen existe un vínculo tal, que nada puede igualársele fuera de Dios mismo; Cristo, como hombre, ha recibido de María la naturaleza humana, y María, por consiguiente, ha participado en la obra de la salvación humana de una manera especial y singular, siendo nuestra Madre espiritual y Mediadora de gracias» (AAS, XXIV, 1891, p. 195).

La subordinación de María respecto a Cristo no destruye, sino que garantiza su mediación; así como la mediación de Cristo no suprime, sino que fundamenta y da valor a la intercesión de los santos.

7.

La Mediación universal de María no es una simple intercesión de súplica, como la de los santos, sino una intercesión de derecho y de oficio.

Los santos ruegan; María manda en cierto modo.

Los santos obtienen las gracias por su oración; María las distribuye por derecho materno.

San Bernardo enseña:

«Tal es la voluntad de Aquel que quiso que todo lo tuviésemos por María» (Sermo de aquaeductu, n. 7; PL, 183, col. 440).

Y San Alfonso María de Ligorio comenta:

«Dios ha establecido que todas las gracias que concede a los hombres pasen por las manos de María; por eso Ella es llamada la Tesorería de todas las gracias divinas» (Le Glorie di Maria, parte I, dis. 6).

Por tanto, la Mediación de María no es sólo moral, sino también física, en cuanto Ella es el instrumento vivo y personal por el cual pasan efectivamente todas las gracias que descienden de Cristo a las almas.

Así como Cristo es el canal principal de la gracia, María es el canal secundario, dependiente, pero necesario por libre disposición divina.

8.

Esta Mediación y Dispensación universal de María se funda en su Maternidad espiritual.

María es Madre de todos los hombres porque ha cooperado de modo singular a su regeneración sobrenatural.

Así como Eva fue madre de todos los vivientes según la carne, María es la nueva Eva, madre de todos los vivientes según la gracia.

San Pío X enseña en la Encíclica Ad diem illum:

«Por haber sido María asociada con Jesucristo en la obra de la salvación humana, mereció convertirse de modo espiritual y universal en Madre de todos aquellos en cuya regeneración espiritual Ella cooperó por su caridad» (AAS, XXXVI, 1904, p. 453).

Esta maternidad espiritual, que se extiende a todos los redimidos, es la razón profunda de su Mediación.

María intercede y distribuye las gracias en cuanto Madre; no es sólo una intermediaria externa, sino la verdadera Madre espiritual que engendra a las almas a la vida de la gracia, las alimenta, las sostiene, las defiende y las conduce a Cristo.

Por eso, dice San Bernardo:

«Ella es la Madre de la justicia y de los justos, porque engendró al Autor de la justicia y a los justos» (Sermo in Nativitate B. M. V., n. 7).

9.

La Maternidad espiritual de María se ejercita principalmente en el orden de la gracia; es una maternidad sobrenatural, y por tanto más perfecta y eficaz que la maternidad física.

En efecto, mientras la maternidad corporal da la vida natural, la maternidad espiritual da la vida de la gracia, que es participación de la misma vida divina.

María, al pie de la Cruz, concibió y dio a luz a todos los hijos de adopción.
El Evangelio de San Juan lo expresa simbólicamente:

«Mujer, he ahí a tu hijo... He ahí a tu madre» (Jn. XIX, 26-27).

Aquel momento fue el parto doloroso de la humanidad redimida.

La Santísima Virgen, asociada a los sufrimientos del Hijo, se convirtió entonces en Madre espiritual de todos los hombres, en Madre del Cuerpo místico de Cristo.
Desde entonces, ejerce su misión materna no sólo por intercesión, sino también por distribución de las gracias que alimentan la vida sobrenatural de las almas.

De este modo, la Maternidad espiritual, la Corredención y la Mediación universal son tres aspectos de una misma misión mariana:

  • en cuanto Corredentora, coopera en la adquisición de la gracia;
  • en cuanto Mediadora, coopera en su distribución;
  • en cuanto Madre espiritual, da y alimenta la vida de la gracia.

10.

La doctrina de la Mediación universal de María está, pues, íntimamente unida a la de su Maternidad espiritual.

Quien niega la una, niega la otra.

Y quien las niega a ambas, destruye en realidad el orden mismo de la Economía de la Salvación querido por Dios.

El Concilio Vaticano II —a pesar de su lenguaje prudente y limitado— reconoció expresamente esta verdad cuando declaró:

«Por esto la Bienaventurada Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora. Pero se entiende esto de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador» (Lumen gentium, n. 62).

La fórmula conciliar, aunque cautelosa, afirma la realidad de la Mediación de María, subordinada, ciertamente, pero verdadera y universal.

La negación de esta Mediación sería, por tanto, contraria al mismo Magisterio de la Iglesia, además de oponerse a la enseñanza constante de los Padres, de los Doctores y de los Santos.

San Pío X, en la ya citada Ad diem illum, la define «Medianera potentísima de todo el mundo junto a su Hijo unigénito» (AAS, XXXVI, 1904, p. 453).

Y Benedicto XV confirma:

«Así como Ella padeció y casi murió con su Hijo sufriente y moribundo, así también mereció con títulos de justicia, cuanto a la medida humana le era posible, ser la Reparadora del mundo perdido y, por consiguiente, la Dispensadora de todas las gracias que nos adquirió Jesús con su muerte y su sangre» (Epist. Inter Sodalicia, 22 de marzo de 1918).

Por tanto, no hay gracia que descienda del cielo a la tierra sino por las manos de María.

11.

Este principio —«todas las gracias pasan por María»— no significa, como algunos objetan, que el hombre no pueda dirigirse directamente a Dios, o que las oraciones hechas sin invocar expresamente a María sean inútiles.

Significa solamente que Dios, en su sabiduría, ha querido que la gracia que concede al alma pase de hecho por la mediación materna de María, aunque no se la nombre explícitamente.

Así como en el orden natural toda vida humana procede de una madre, así en el orden sobrenatural toda vida de la gracia procede de María.

No porque Ella sea la fuente de la gracia —que es sólo Cristo—, sino porque es el canal universal y necesario por el que la gracia llega hasta nosotros.

San Bernardo lo explica con una imagen célebre:

«Dios quiso que nosotros no tuviéramos nada que no pasara por las manos de María» (Sermo de aquaeductu, n. 7).

Y San Buenaventura comenta:

«Dios podría darnos todas las gracias sin Ella; pero quiso que las recibamos por medio de Ella, para que así reconozcamos en todo el orden de la gracia el imperio de su bondad» (Speculum B. M. V., lect. VI).

Por tanto, la Mediación de María, lejos de disminuir la gloria de Cristo, la exalta, pues muestra que el Salvador no quiso obrar solo, sino asociar inseparablemente a su Madre en la obra de nuestra salvación.

12.

Esta asociación de María a Cristo en la aplicación de las gracias manifiesta la unidad profunda del plan divino.

Dios quiso que así como la mujer cooperó con el hombre a la ruina del género humano, también una mujer cooperara con el nuevo Adán a su restauración.

Por eso, María es la nueva Eva, socia del Redentor, distribuidora de los frutos de la Redención.

San Ireneo lo expresa admirablemente:

«Así como el género humano fue sujeto a la muerte por una virgen, así también fue salvado por una virgen» (Adv. haer., V, 19, 1).

Y San Epifanio añade:

«Por medio de una mujer la muerte, por medio de una mujer la vida» (Haer., LXXVIII, 18).

De esta asociación nace la triple prerrogativa mariana:

María es Corredentora, porque ha cooperado en la adquisición de la gracia;

es Mediadora, porque coopera en su distribución;

es Dispensadora universal, porque administra efectivamente todos los dones de Dios a las almas.

Negar alguna de estas prerrogativas equivale a mutilar el designio divino de la Redención.

Por eso, el Magisterio, la Tradición y la razón teológica coinciden en afirmar que la Corredención y la Mediación universal constituyen los dos aspectos complementarios de la única misión mariana en el orden de la gracia.

13.

La unión de María con Cristo no es, pues, un simple paralelismo moral, sino una verdadera cooperación física y moral, subordinada pero real, en la obra de la Redención.
De aquí deriva, como consecuencia, su cooperación también en la aplicación de los frutos de la Redención, es decir, en la comunicación de la gracia.
Por eso, los teólogos distinguen entre la Redención objetiva, realizada por Cristo con la adquisición de la gracia sobre la Cruz, y la Redención subjetiva, que consiste en la aplicación de esa gracia a las almas mediante la Mediación de María.

Así lo explica el cardenal Lépicier:

«María, habiendo cooperado a la adquisición de la gracia en el Calvario, coopera también a su distribución cotidiana en la Iglesia» (L’Immacolata Madre di Dio, Corredentrice del genere umano, Roma, 1905).

De este modo, María prolonga en el tiempo la obra redentora de Cristo, no como causa principal, sino como causa instrumental y ministerial.

Cristo es la Cabeza del Cuerpo místico; María, en cambio, es el Cuello que une la Cabeza con los miembros, haciendo que la vida —la gracia— descienda de Cristo hasta nosotros.

Por eso, dice San Pío X:

«De esta participación de la Santísima Virgen con los dolores y sufrimientos de su Hijo, Ella mereció ser legítimamente llamada Reparadora del mundo perdido y, por consiguiente, Dispensadora de todas las gracias que nos adquirió Jesús con su muerte y su sangre» (Epist. Inter Sodalicia, 22 de marzo de 1918).

14.

Esta doctrina de la Mediación universal no se opone en modo alguno al dogma de Cristo, único Mediador, sino que lo confirma y completa.

En efecto, la Mediación de María es totalmente dependiente de la de Cristo; no la sustituye ni la duplica, sino que la participa.

Cristo es el único Mediador de derecho propio (de iure proprio), mientras que María lo es de participación (de participatione).

San Pío X, en la encíclica Ad diem illum (1904), lo expresa así:

«Nada hay en María que no haya sido recibido de Cristo. Pero así como nadie puede ir al Padre sino por el Hijo, del mismo modo, ordinariamente, nadie puede ir al Hijo sino por la Madre».

Por tanto, María no añade una mediación paralela, sino que prolonga y aplica la mediación única de Cristo en el orden de la gracia.

Y por eso mismo, cuanto más se ensalza a María, tanto más se glorifica a Cristo, del cual Ella depende enteramente.

El cardenal Mercier decía a este respecto:

«Cuanto más afirmamos la Mediación de María, más proclamamos la eficacia de la de Cristo, del cual Ella es el canal elegido».

15.

De esta verdad teológica deriva una consecuencia espiritual y práctica de gran importancia: si toda gracia nos llega a través de María, debemos recurrir siempre a Ella para obtener la gracia.

Toda vida cristiana, toda santificación, toda vocación, toda conversión, toda perseverancia dependen de su intercesión maternal.

San Luis María Grignion de Montfort lo enseña en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen:

«Dios, habiendo querido comenzar y consumar sus mayores obras por medio de la Santísima Virgen, desde entonces no cambia jamás su conducta».

Y concluye:

«Así como María dio corporalmente la vida al Hijo de Dios, así también Ella da espiritualmente la vida de la gracia a todos los hombres».

Por eso, la devoción a María no es un elemento accesorio, sino esencial en la vida cristiana. Negar su necesidad —no absoluta, pero sí moral— equivale a desconocer el orden mismo establecido por Dios en la distribución de la gracia.
Por eso, los Santos han visto en la verdadera devoción a María el camino más seguro y más corto para llegar a la unión con Cristo.

16.

Finalmente, la doctrina de la Corredención y de la Mediación universal de María no es una simple opinión piadosa, sino una verdad teológica sólida, fundada en la Sagrada Escritura, confirmada por la Tradición y garantizada por el Magisterio ordinario de la Iglesia.

Por eso, el movimiento iniciado por el cardenal Mercier para obtener la definición dogmática de esta verdad no ha perdido su actualidad. Aun cuando el Concilio Vaticano II, en su prudencia pastoral, no la definió solemnemente, la Iglesia continúa enseñándola implícitamente en su liturgia, en su magisterio y en la piedad del pueblo cristiano.

La definición dogmática de María Corredentora, Mediadora y Dispensadora de todas las gracias sería, pues, la coronación lógica del desarrollo doctrinal iniciado desde los Padres y los Doctores hasta nuestros días.

Sería la afirmación suprema de la grandeza de María y de su función única en el plan de la Redención, a mayor gloria de Cristo, único Redentor y Mediador universal.

«Ipsa conteret caput tuum» (Gén. III, 15): Ella aplastará tu cabeza.
En esta promesa divina se encierra todo el misterio de María: su cooperación al triunfo de Cristo sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte.
Por eso, la historia de la salvación termina como comenzó: con una Mujer unida a su Hijo en la victoria definitiva sobre el Mal.

 

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