“Lo que se ha escrito sobre la Corredentora y
Dispensadora universal no es una cuestión de bizantinismo teológico, sino que,
sobre todo hoy, después del 4 de noviembre de 2025, tiene una importancia
capital en la vida de todo cristiano. La necesidad de la devoción a María se
deduce de la Sagrada Escritura (desde el Génesis hasta el Apocalipsis), de la
Tradición (todos los Padres eclesiásticos griegos y latinos), del Magisterio
(desde Pío IX hasta Pío XII) y de los Doctores de la Iglesia (desde San Anselmo
de Aosta hasta Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura), de los Santos
canonizados (desde San Bernardino de Siena hasta San José Cafasso) y de los
teólogos aprobados por la Iglesia (Merkelbach, Roschini, Garrigou-Lagrange,
Gherardini).
María es Corredentora, porque ha cooperado en
la adquisición de la gracia; es Mediadora, porque coopera en su distribución; es
Dispensadora universal, porque administra efectivamente todos los dones de Dios
a las almas.
Como Corredentora, María es necesaria y no
opcional, según el actual plan divino, en acto primero o en el ser mismo de la
obra de la Redención para salvarnos. Como Dispensadora de toda gracia, la
Santísima Virgen María es necesaria en acto segundo o en la aplicación de la
Redención de Cristo a nuestras almas.”
por DON
CURZIO NITOGLIA
Prólogo
En estos tiempos
apocalípticos en que se oye hablar cada día, por parte de los jefes de Estado,
de una inminente conflagración atómica, ¿a quién podemos recurrir nosotros,
pobres mal gobernados, sino a la Corredentora, Mediadora y dispensadora de toda
gracia?
San Bernardo de
Claraval captó este estado de extrema necesidad en el que la humanidad entera
se encuentra hoy, escribiendo a cada uno de nosotros:
“Tal vez temes su
divina Majestad, porque Él sigue siendo Dios, aunque se haya hecho hombre, y
por tanto deseas tener a alguien que interceda por ti ante Él. Corre, pues, a
María” (In Nativitate Beatae Mariae Virginis, PL 183, 441).
La Santísima
Virgen ha sido considerada comúnmente por la fe católica (cf. Apoc., XI, 19;
XII, 1) como el Foederis Arca,
“el Arca (que acogió en sí a Jesús) en la cual podemos escapar del naufragio”
(San Ambrosio, De Spiritu Sancto, III, 11, 80). Noé, en los días del
diluvio universal bajo la Antigua Alianza (Génesis, VI, 9 – IX, 19), hizo
entrar en la “Primera Arca” a aquellos que vivían conforme a la Ley divina, y
cerró las puertas dejando que las aguas engulleran a todos los demás.
Lo que hoy deja
estupefactos (especialmente a partir de la Nota doctrinal Mater
populi fidelis del 4 de noviembre de 2025) es el hecho paradójico de
que el Pastor, en vez de hacer entrar a los fieles en la “Segunda Arca” de la
Nueva Alianza (María Corredentora, Mediadora y Dispensadora), para protegerlos
del probable “Diluvio de fuego” que podría desencadenarse de un día para otro,
cierra las puertas intentando impedir a los hombres recurrir al “Refugio de los
pecadores”. Sin embargo, como fue predicho: “Ipsa conteret caput tuum” (“Ella
te aplastará la cabeza”). Los proyectos del Enemigo no prevalecerán, y María
triunfará.
Intentemos ofrecer
a los lectores lo que la Revelación (Tradición y Escritura), interpretada
auténticamente por el Magisterio, ha enseñado acerca de la devoción que debemos
tener hacia María y de la maternidad misericordiosamente corredentora que Ella
ejerce respecto de la humanidad, a pesar de los planes del Enemigo (ayudado por
miserables Judas) que quisiera reducir a la impotencia la acción
misericordiosísima de María.
Aplicación de la Redención a las almas
¿De qué modo
María, Corredentora secundaria, coopera con Jesús, Redentor principal, en
aplicar y distribuir los frutos de la Redención objetiva a las almas
individuales (Redención subjetiva)?
María coopera subordinadamente a Cristo en la aplicación o distribución de toda gracia sobrenatural. María distribuye “con Cristo, en Cristo y por Cristo” todas las gracias a todos los hombres que desean recibirlas.
María ejerce,
subordinadamente a Jesús, una causalidad (veremos más adelante de qué tipo) en
la dispensación de las gracias a los hombres.
Podemos adelantar
aquí que:
- A los
hombres que vivieron antes de Jesús, María dispensó la gracia a modo de causa
final; es decir, Dios quiso que la gracia les fuera concedida en vista
de los méritos futuros de condigno (de estricta justicia) de Cristo
en cuanto Dios, y de congruo (por pura bondad de Dios) de María en
cuanto Madre del Redentor.
- En
cambio, a los hombres que viven después de Cristo, Ella distribuye la
gracia a modo de causa eficiente, es decir, Dios les otorga la
gracia mediante su cooperación subordinada y secundaria en la distribución
eficiente principal de Jesús.
Por tanto, puede
afirmarse que Dios quiso que todas las gracias pasaran por las manos de
María, de modo subordinado a Jesús. Esto no significa que no se pueda
obtener ninguna gracia sin pedirla explícitamente a María, pues siempre hay
implícitamente una invocación a Ella, ya que pedimos a Dios las gracias según
el orden de la economía de la Salvación establecido por Él; es decir, todas las gracias pasan a través de María
como un canal subordinado y unido a la fuente principal de las mismas, que es
Jesús.
Esta tesis, como la de la Corredención, es también
enseñada por el Magisterio, se halla en la Sagrada Escritura y en la Tradición,
y por tanto puede calificarse como de Fe
divina revelada y definida, aunque de manera ordinaria y no solemne en
cuanto a la forma.
Además:
- En el
tema de la Corredentora, entre los teólogos católicos altamente
calificados y plenamente ortodoxos, pueden contarse tres que no son
fervientes sostenedores (aunque tampoco adversarios): Matthias Josef
Scheeben, Louis Billot y Pietro Parente.
- En
cambio, en la cuestión de la Dispensadora
de toda gracia, los adversarios entre los católicos son Ludovico
Antonio Muratori (Della regolata devozione dei cristiani, Opere,
vol. VI, Arezzo, 1768), Giovanni Ude (Ist Maria die Mitlerin aller Gnaden?, Bressanone,
1928) y Jean Guitton (Mythe et mystère de Marie, Roma, 1967;
The Mediatrix of all Graces, en “The Homiletic and Pastoral
Review”, n.º 53, 1953, pp. 698-701).
Estos autores no
se distinguen por su agudeza ni por su firmeza dogmática. El más célebre,
Muratori, fue más historiador que teólogo; Jean Guitton, por su parte, estuvo
plenamente implicado en la corriente neomodernista que influyó en el Concilio
Vaticano II y el posconcilio; mientras que el profesor Ude, docente en el
seminario de Graz, tenía cierta tendencia al modernismo y al minimalismo
mariano.
En cambio, M. J. Scheeben (Le meraviglie della grazia
divina, 1861, trad. it., Turín, 1933; I misteri del Cristianesimo,
1865, trad. it., Brescia, 1949; Handbuch der katholischen Dogmatik,
Friburgo, 1882, 4 vols., 1873-1887; Sistematische Mariologie, Bruselas,
1938), L. Billot (De Verbo Incarnato, Roma, 1892) y P. Parente (De
Verbo Incarnato, Turín-Roma, 1943; L’Io di Cristo, Brescia, 1951)
son abiertamente favorables a la Mediación mariana como Dispensadora de toda gracia.
El Magisterio
Benedicto XIV, en la bula Gloriosae
Dominae del 27 de septiembre de 1748, declaró que María es: “Río celestial
por el cual todos los dones de la gracia son llevados al corazón de los pobres
mortales”.
Pío VII llama a María “Dispensadora de todas las gracias” (Ampliatio privilegiorum
Ecclesiae BVM, Florencia, 1806, VII, col. 546).
Pío VIII, en la bula Praesentissimus del 30 de marzo
de 1830, enseña que “Jesús nos confió a María, su Madre, cuando moría, a fin de
que, así como Él intercedía ante el Padre, así Ella intercediese ante el Hijo.”
Pío IX enseña que “Dios ha confiado a María el tesoro de
todos los bienes espirituales, a fin de que cada hombre sepa que obtenemos toda
esperanza, toda gracia y toda salvación por medio de Ella, pues es Voluntad de
Dios que obtengamos todo por María” (Encíclica Ubi primum, 2 de febrero
de 1849; íd., Quanta cura, 8 de diciembre de 1864).
León XIII enseña: “Del inmenso tesoro de toda gracia que
Cristo nos ha traído, absolutamente nada se nos comunica sino por medio de
María, habiéndolo dispuesto así Dios. Como nadie puede ir al Padre sino por
Cristo, así ordinariamente nadie puede ir a Cristo sino por medio de María.
[…]. Este plan de la divina Providencia fue enseñado desde el principio por los
Padres de la Iglesia y fue comprendido concordemente, en todo tiempo, por el
pueblo cristiano.” (Encíclica Octobri mense, 22 de septiembre de 1891). León
XIII enseña la misma doctrina en las encíclicas Supremi Apostolatus
(1883), Superiore anno (1884), Letitia sancta (1893), Jucunda
semper (8 de septiembre de 1894), Adiutricem populi (5 de septiembre
de 1895) y Diuturni temporis (5 de septiembre de 1898).
San Pío X declara a María “Distribuidora de todas las gracias que Cristo nos conquistó con su
muerte y con su sangre” (Encíclica Ad diem illum, 2 de febrero de
1904).
Benedicto XV escribe: “Todas las gracias que Dios se digna
conceder a los hijos de Adán, por un benévolo designio de la divina
Providencia, son dispensadas por las manos de la Bienaventurada Virgen María.” (Carta
Apostólica Inter sodalicia, 22 de marzo de 1918). Además, el Papa Della
Chiesa, en 1921, instituyó la fiesta
litúrgica con Misa y Oficio de ‘María Mediadora de todas las gracias’
(cf. La vie diocésaine, n.º 10, 1921, pp. 96-106).
Pío XI declara a María “Mediadora de todas las gracias ante Dios” (Carta Apostólica
Explorata res, 2 de febrero de 1923; íd., Encíclica Miserentissimus
Redemptor, 1928).
Pío XII enseñó muchas veces, en varios documentos
magisteriales, la Mediación universal
de María Dispensadora de toda gracia, y especialmente en el radiomensaje
del 13 de mayo de 1946 (cf. L’Osservatore Romano, 19 de mayo de 1946).
La Sagrada Escritura
El Antiguo Testamento (Génesis III, 14-15)
nos presenta a María (“Ipsa conteret”) íntimamente asociada a Jesús (“semen
ejus”) en la victoria sobre Satanás (“caput tuum”) y en la Redención del género
humano.
Así, como María
cooperó en la Redención (en acto primero o en el ser) de modo secundario y
subordinado, así coopera también en la aplicación de toda gracia a las almas
individuales (en acto segundo o en la acción distributiva).
Agere sequitur esse —“el obrar sigue al ser”—: sería anormal que María,
después de haber cooperado en la Redención como Corredentora secundaria, no
aplicara ni dispensara las gracias a las almas, las cuales de otro modo no
podrían salvarse.
Por ejemplo, sería
como si María hubiera cooperado con Jesús en la adquisición de la fuente de
toda gracia, pero no cooperara con Él en la distribución de las gracias, así
como el acueducto hace llegar el agua desde la fuente hasta las casas (San
Bernardo de Claraval, Sermo in Nativitate BVM: De acqueductu, n.º 7, PL
183, 441).
En el Nuevo Testamento se revela formalmente
la maternidad espiritual de María
hacia todos los hombres, la cual implica implícitamente la distribución de toda
gracia a quienes tienen a Dios por Padre.
En el Evangelio
según San Juan (XIX, 26-27) leemos: “Mulier, ecce filius tuus” (“Mujer, he aquí
a tu hijo”).
La Mulier o
“Mujer” del Génesis (III, 15) reaparece en el Calvario, donde ofrece a Jesús al
Padre, y es nombrada explícitamente por Cristo Mulier o “Mujer”, la
cual, después de haber aplastado la cabeza de la serpiente infernal, como había
sido predicho (Génesis III, 15), aplica
las gracias y los frutos de la Redención objetiva (la Muerte de Cristo
en la Cruz y la Compasión de María al pie de la Cruz) a las almas individuales:
es decir, la [co]-Redención subjetiva.
El Evangelio nos revela algunos hechos históricos
que muestran cómo los primeros milagros, materiales y sobre todo espirituales,
de Jesús fueron obrados por medio de María.
Por ejemplo, María
lleva a Jesús en su seno y va a visitar a su prima Santa Isabel, que tiene
desde hace seis meses a Juan el Bautista en su seno; y Jesús, por medio de María, santifica
y borra la mancha del pecado original, es decir, redime al Bautista,
que se convierte en aquel preciso instante en San Juan Bautista (Lucas I, 41-45). Este es un verdadero y propio
milagro espiritual que entra dentro de la obra de la Redención subjetiva, o
aplicación de la gracia al alma del Bautista, realizada por Jesús por medio de
María; así está formalmente revelado y así ha sido interpretado unánimemente
por los Padres, Doctores, teólogos y exégetas eclesiásticos, además de haber
sido enseñado ininterrumpidamente desde 1748 por el Magisterio, como vimos más
arriba.
Por consiguiente, esta verdad de la Maternidad espiritual de María y de la Distribución de todas las gracias por parte de Ella es de Fe divina y católica revelada; es
decir, se halla en las dos fuentes de la Revelación (Sagrada Escritura y
Tradición) y es interpretada en el mismo sentido por el Magisterio ordinario
pero constante de la Iglesia.
El Evangelio según
San Juan (II, 1-11) nos narra el segundo milagro material, con un significado
espiritual, ocurrido en las bodas de Caná de Galilea, donde Jesús cambia materialmente
el agua en vino (significando espiritualmente la Eucaristía y la
Transubstanciación), por la súplica de su Madre.
Estos dos primeros milagros de Jesús, narrados por
el Evangelio, fueron obrados mediante la mediación de María; por tanto, es sumamente
conveniente que todos los demás
beneficios materiales y espirituales hayan tenido lugar también por el
concurso de María.
La Tradición patrística
Desde el siglo I
hasta el VIII, la doctrina sobre María Dispensadora de toda gracia está
contenida implícitamente en el paralelo entre la vieja Eva y la nueva Eva
(María), y entre el viejo Adán y el nuevo Adán (Jesús). Eva es madre
física de los hombres; María, madre espiritual.
Ahora bien, es
propio de la madre dar la vida, conservarla y desarrollarla, lo cual, en el
orden sobrenatural, se identifica con la distribución de todas las gracias.
María es nuestra Madre espiritual con Cristo, nuestro Padre sobrenatural. Como
se ve, la Redención/Corredención objetiva y la Redención/Corredención
subjetiva van de la mano.
El P. Reginald
Garrigou-Lagrange escribe que la doctrina de María como Dispensadora universal
de la gracia “es de Tradición apostólica” (La Mère du Sauveur et
notre vie intérieure, París, 1941, p. 184).
De hecho, ya desde
el siglo VIII, y especialmente con San Bernardo (siglo XII), se describe a
María como “el acueducto o el canal que lleva el agua de la gracia desde la
fuente o el depósito, que es Jesús, hasta nosotros los hombres” (Sermo in
Nativitate BVM: De acqueductu, n.º 7, PL 183, 441).
En otro lugar, en
el siglo XI, María es comparada con el “Cuello”
del Cuerpo Místico, en el cual Jesús es la Cabeza, el Espíritu Santo el
Corazón, y la gracia pasa de la Cabeza y del Corazón a los miembros, que son
los cristianos, a través del Cuello,
que es María.
El primero de los
escritores eclesiásticos que habla de la Mediación de María es Orígenes en el siglo III (In Joann.,
I, n. 6, PG 14, 32); le siguen en el siglo IV san Efrén el Sirio (PG 39, 701); san Epifanio (PG 79, 179); san
Atanasio (PG 28, 598); san Ambrosio
(PL 16, 327); en el siglo V san Agustín
(PL 40, 398), y también en el siglo V san
Venancio Fortunato (PL 88, 26).
El texto más
explícito de esta primera época es de Teotecno,
obispo de Livias (siglo VI), en la Homilía sobre la Asunción de la santa
Madre de Dios, n. 9, donde define a María como “Mediadora de todos desde el
Cielo, adonde ha sido asunta”.
Desde el siglo
VIII al XVI se pasa de lo implícito a lo explícito, especialmente a partir del
siglo XII.
En Oriente, san Germán de Constantinopla († 733)
escribe: “Nadie alcanza la salvación sino por medio de María” (Hom. in
Sanctae Mariae Zonam, PG 98, 307).
En Occidente, san Pedro Damián († 1072) enseña que
“En las manos de María se hallan los tesoros de las misericordias de Dios” (Serm.
44 in Nativ. BVM, PL 144, 740).
San Bernardo de Claraval († 1153) es quien
afirmó más claramente que todos la doctrina de la Mediación universal de María,
Dispensadora de toda gracia: “La voluntad de Dios ha establecido que tengamos
toda gracia por medio de María. […]. Él te dio a Jesús como Mediador, María te
lo dio como hermano. Pero quizás temes su divina Majestad, pues Él sigue siendo
Dios aun hecho hombre, y por eso quieres tener a alguien que interceda por ti
ante Él. Corre, pues, a María” (In Nativ. BVM, PL 183, 441); y en otro
lugar: “Dios ha querido que no tengamos nada que no pase por las manos de
María” (Hom. 3, in Vig. Nativ. Domini, n. 10, PL 183, 100).
San Bernardo
establece:
1.º) que la
Mediación de María no es solo indirecta por habernos dado materialmente a
Jesús, sino también directa, por vía de intercesión, orando formalmente —es
decir, consciente y voluntariamente— a Jesús;
2.º) que la
Mediación es universal, abarca todas las gracias;
3.º) que dicha
Mediación mariana ha sido querida por Dios después del pecado original.
La doctrina de san
Bernardo fue retomada, entre los siglos XIII y XV, por san Alberto Magno, san Buenaventura y san Bernardino de Siena.
La tercera época
va desde el siglo XVI hasta hoy: en ella no solo se enseña comúnmente esta
doctrina, sino que se profundiza, precisa y demuestra frente al protestantismo,
hasta hacerse plenamente victoriosa. Los nombres más significativos de esta
última era son: santo Tomás de
Villanueva, Francisco Suárez, san Roberto Belarmino, san Juan Eudes, san Luis
María Grignion de Montfort (El Tratado de la verdadera devoción a la
Virgen María; El secreto de María), san
Alfonso María de Ligorio (Las glorias de María).
El cardenal Alessio María Lépicier,
maestro del p. Gabriele María Roschini,
en diciembre de 1904, con ocasión del 50.º aniversario de la promulgación del
Dogma de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 1854), presentó una docta
disertación sobre la Corredentora, publicada al año siguiente bajo el título La
Inmaculada Madre de Dios, Corredentora del género humano, Roma, 1905. En
ella, Lépicier explicaba que María Inmaculada fue redimida preventivamente por
Dios mediante la Encarnación de Cristo y que no se redimió a sí misma, sino que
cooperó secundariamente y subordinadamente a Cristo en la redención del género
humano liberado o levantado del pecado original. Por tanto, María es redimida
preventivamente por Cristo y Corredentora subordinada a Cristo respecto de los
demás hijos de Adán. Hoy, la inmensa mayoría de los teólogos —hasta la
tempestad conciliar que continúa con León XIV— adhieren a la sentencia de María
como Corredentora secundaria del género humano nacido con el pecado adámico.
Finalmente, el cardenal Désiré Mercier inició un
movimiento mariano para obtener la definición dogmática solemne de la Mediación
universal de María. El papa Benedicto XV instituyó en 1920 tres Comisiones
teológicas (una romana, una belga y una española) para estudiar la cuestión, y
concedió el 21 de diciembre de 1921 la Fiesta de María Mediadora de todas
las gracias, a celebrarse el 31 de mayo en toda la Iglesia universal, al
término del mes de María.
Esta fiesta fue reemplazada por la Fiesta de María Reina del mundo,
instituida por Pío XII el 11 de octubre de 1954; sin embargo, en las misas pro aliquibus locis
permanece la misa María Mediadora de todas las gracias, que puede
celebrarse el 8 de mayo.
La razón teológica
Santo Tomás de Aquino (S. Th.,
III, q. 48) explica que la Pasión de Cristo y, subordinadamente, la Compasión
de María, han operado nuestra Redención.
El Angélico precisa que:
1.º) la Pasión de
Cristo redimió a la humanidad:
a) a modo de
mérito, mereciéndonos de condigno, o de estricta justicia, la gracia
perdida por el pecado original;
b) a modo de
satisfacción o redención (S. Th., III, qq. 48-49), pagando con la Pasión
el precio del rescate para liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos
la libertad de la gracia;
c) a modo de
sacrificio, ofreciéndose a Sí mismo en holocausto sobre la Cruz.
Mientras que María
cooperó, con su Compasión o co-muerte espiritual, en nuestra Redención:
a) mereciendo cum
Christo y sub Christo, de congruo y no de condigno
(por ser criatura), la gracia perdida por Adán para los demás hombres y no para
sí misma;
b) pagando,
mediante la ofrenda de Cristo en el Gólgota al Padre, el rescate de nuestra
Redención;
c) ofreciéndose
ella misma con Cristo y bajo Cristo al Padre por nuestra Redención.
Los teólogos
aceptan esta doctrina de manera moralmente unánime. La cuestión se vuelve
disputada cuando se trata de determinar en particular la naturaleza de su
mérito, de su satisfacción y de su sacrificio.
La tesis más común
sostiene que:
a) María mereció de
congruo o por gracia lo que Cristo mereció de condigno o por
estricta justicia;
b) la satisfacción
de María es también de congruo (san Bernardo de Claraval fue el primero
en hablar de ello en el siglo XII, cf. PL 183, 62);
c) la cooperación
al sacrificio u holocausto de Cristo tuvo un verdadero valor co-sacrificial o
co-holocáustico, es decir, que ella cooperó a nuestra Redención mediante un
verdadero sacrificio, místico o espiritual, aunque no sangriento.
La cuestión se
hace más ardua cuando se trata de precisar si la ofrenda de Jesús por medio de
María fue:
α) un verdadero y
propio acto sacrificial en sentido estricto;
β) o bien un
sacrificio en sentido lato.
α) La primera
tesis admite, en consecuencia, que María es verdaderamente sacerdote, habiendo
sacrificado en sentido estricto, de modo análogo y participativo al de Cristo,
e incluso superior al ministerial del Orden sagrado, aunque María no tuviera el
Orden sacerdotal sino solo el espíritu del sacerdocio oblativo.
β) La segunda
tesis, la más común y equilibrada, aunque admite que María ofreció
verdaderamente al Padre a Cristo y a sí misma en el Calvario por la salvación
del género humano —una verdadera cooperación al sacrificio redentor de Jesús—,
niega, sin embargo, que haya sido un acto sacerdotal en sentido estricto. Por
tanto, María no puede ser llamada “Sacerdote”, aunque posea el espíritu
oblativo o sacrificial.
Con razón, el
Santo Oficio, en mayo de 1913, en abril de 1916, en marzo de 1927 y en mayo de
1937, prohibió que María fuese representada por el arte cristiano con
vestiduras sacerdotales y prohibió atribuirle el título de “Virgen-Sacerdote”.
San Buenaventura de Bagnoregio fue el doctor
que antes y mejor que todos resolvió el problema.
Él enseña que la Voluntad de Dios ha decretado
que la cooperación de María en la Redención de Cristo consiste en que sus
méritos son aceptos al Señor junto con los de Cristo y subordinadamente a
ellos.
Por tanto, nuestra Redención depende principalmente de la voluntad oblativa de
Cristo y secundariamente de la de María, que no es algo puramente accidental o
accesorio, sino esencial, dada la Voluntad de Dios respecto al modo de obrar la
Redención del género humano.
“Ipsa conteret!”
Lo que se
ha escrito sobre la Corredentora y Dispensadora universal no es una cuestión de
bizantinismo teológico, sino que, sobre todo hoy, después del 4 de noviembre de
2025, tiene una importancia capital en la vida de todo cristiano.
La necesidad de la devoción a María se deduce de la Sagrada Escritura (desde el
Génesis hasta el Apocalipsis), de la Tradición (todos los Padres eclesiásticos
griegos y latinos), del Magisterio (desde Pío IX hasta Pío XII) y de los
Doctores de la Iglesia (desde San Anselmo de Aosta hasta Santo Tomás de Aquino
y San Buenaventura), de los Santos canonizados (desde San Bernardino de Siena
hasta San José Cafasso) y de los teólogos aprobados por la Iglesia (Merkelbach,
Roschini, Garrigou-Lagrange, Gherardini).
Como
Corredentora, María es necesaria y no opcional, según el actual plan divino, en
acto primero o en el ser mismo de la obra de la Redención para salvarnos (cf.
San Alfonso María de Ligorio, Las
glorias de María, Catania, Paulinas, 2.ª ed., 1957, t. I, cap. V,
pp. 170-245).
Como
Dispensadora de toda gracia, la Santísima Virgen María es necesaria en acto
segundo o en la aplicación de la Redención de Cristo a nuestras almas (cf. San
Luis María Grignion de Montfort, Tratado
de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María, Obras, Roma, Centro Mariano
Monfortano, 1977, pp. 284-286; El
secreto de María, Obras,
cit., pp. 443-452).
Oración conclusiva del cardenal Ottaviani
El cardenal Alfredo Ottaviani escribía:
“La sociedad moderna está agitada por una
fiebre de renovación que causa miedo, y está infestada por hombres que se
aprovechan de tanto sufrimiento nuestro para construir el imperio de sus
arbitrariedades, la tiranía de sus vicios, el nido de sus lujurias y de sus
rapiñas. Jamás el mal ha asumido características tan vastas y apocalípticas;
jamás hemos conocido peligro semejante. […].
Si la Madre de Dios no vuelve hoy también a enseñarnos quién es Jesús, ¿cómo no
temer las consecuencias extremas de tantos errores y tantos horrores? Ya algo
tremendo se prepara sobre nuestras cabezas; ¿qué será de nosotros? […].
Parece que ni siquiera el Salvador quiere escucharnos y que ostenta el sueño
que hizo decir al Profeta: Exurge
quare obdormis Domine? (‘Levántate, ¿por qué duermes, Señor?’).
Parece que también a nosotros nos dice el
Señor: Nondum venit hora mea
(‘Aún no ha llegado mi hora’), pero la Inmaculada, la Madre de Dios, la Virgen
que protege a la Iglesia, Ella nos ha dado ya en Caná de Galilea la prueba de
saber obtener el anticipo del momento de Dios.
Y nosotros tenemos necesidad de que esa hora
llegue pronto, llegue anticipada, llegue de inmediato, porque casi podríamos
decir: ‘¡Oh Madre, ya no podemos más!’.
Por nuestros pecados merecemos las últimas matanzas. Hemos expulsado a su Hijo
incluso de las iglesias, hemos preferido a Barrabás. Es verdaderamente la hora
de Barrabás.
Con todo esto, confiando en María, sentimos
que es la hora de Jesús, la hora de la Redención. […].
¡Habla por nosotros, oh silenciosa, habla por
nosotros, oh María!”
(Il Baluardo, Roma,
Ares, 1961, pp. 279-283).
“Es
necesario desear a todos que la devoción a María se convierta en el pensamiento
dominante de toda la vida.”
— Pío XI, Discurso del 15 de agosto de 1933.
Adeamus cum fiducia ad thronum gratiae, ut
Misericordiam consequamur
(“Acerquémonos con confianza al trono de la
gracia, para alcanzar misericordia”).
NOTAS:
1
G. M. Roschini, Mariologia,
Milán, 3 vols., 1940-1942, vol. II, pp. 204-206, explica que los términos
“Corredentora, Mediadora universal, Madre espiritual, Dispensadora de toda
gracia” referidos a María se distinguen entre sí solo nominal o lógicamente,
pero no realmente. En efecto, ellos significan sustancialmente la misma cosa.
2
¡Atención! Estos, siendo
promotores de una Teología dogmática fuertemente cristocéntrica, más que
contrarios a la doctrina de María Mediadora y Dispensadora universal, habrían
querido una mayor insistencia sobre la distinción entre Redentor principal y
Corredentora subordinada, Mediador de condigno y Dispensadora de
congruo, cf. B. Bartmann, Manual de Teología Dogmática, Alba, 1952,
3.ª ed., vol. II, pp. 184-185.
3
El padre Jean Galot, en el Nuovo
Dizionario di Teologia editado por G. Barbaglio y S. Dianich (Alba,
Paoline, 1977, voz “Maria”, pp. 835-850) escribe:
“Antes del Vaticano II, varios Documentos pontificios […], retomaron la
doctrina de la Corredención […]. La Lumen gentium, n. 54-61 […], sin
servirse del término Corredentora, ofrece una amplia panorámica en este campo.
[…]. La controversia teológica parece cada vez más superada en lo que respecta
a la cooperación de María a la Redención. […]. María es miembro de la Iglesia
[…], sin emplear el título de ‘Madre de la Iglesia’, la LG 53 ha
expresado la idea. […]. En su discurso de clausura de la tercera sesión del
Vaticano II, Pablo VI ha proclamado a María ‘Madre de la Iglesia’ […]. Durante
el Concilio el título ‘Madre de la Iglesia’ había suscitado resistencias.”
En la voz “Mariología” del
mismo Diccionario, el padre Stefano De Fiores explica:
“Poniendo las declaraciones sobre María en un contexto histórico-salvífico, el
Concilio evita la posibilidad de un discurso autónomo y evita la impresión de
que María constituya una pieza separada en el divino concierto de la creación y
de la gracia. […]. El hecho más notable de la LG es sin duda la votación
del 29 de octubre de 1963, con la cual se decidió, aunque con la exigua mayoría
de 17 votos, insertar el esquema mariano en la Constitución LG sobre la
Iglesia. […]. La inserción de María en el esquema sobre la Iglesia evita la
tendencia monofisita que lleva a una identificación de María con Cristo. […].
Puesto que los hermanos separados son extremadamente sensibles en salvaguardar
el primado de Cristo, […] el Concilio adopta una posición gradualmente
restrictiva respecto a la Mediación de María. En el texto definitivo de LG
el término ‘Mediadora’ no tiene relevancia, sino que es enumerado junto a otros
títulos. […]. Con este esfuerzo de recentramiento se excluye todo tipo de
Mediación de interposición. […].
El estudio de las relaciones
entre María y el Espíritu Santo parte de la constatación de un cierto
subdesarrollo de la pneumatología en la dogmática católica, que no ha evitado
el peligro de un monofisismo mariológico, cuando ha acentuado la relación de
María con Jesús, hasta llegar a una cierta identificación. […]. Por ejemplo, la
Encíclica de León XIII Jucunda semper habla de la gracia que ‘es
otorgada por Dios en Cristo, y de Cristo a la Virgen María, y de Ella a
nosotros’. Se habría esperado la afirmación de que la gracia pasa del Padre al
Hijo, al Espíritu Santo y a nosotros; en cambio, en lugar del Espíritu Santo se
habla de María [como si Padre, Hijo y Espíritu Santo no fueran un solo Dios en
tres Personas iguales y distintas, n. del a.]. La tendencia sustitutiva de
María al Espíritu Santo está presente en la atribución a María de los títulos
de ‘Abogada, Socorredora, Auxiliadora’. […]. La reflexión teológica
posconciliar se ha orientado a recuperar la dimensión pneumatológica de la
mariología.
Se insertan en esta línea,
además de la obra de H. Mühlen (Una mistica persona, Roma, Città Nuova,
1968), los trabajos y congresos sobre el tema del Espíritu Santo y María,
culminados en la Carta de Pablo VI al cardenal Leo Suenens con ocasión del
Congreso mariano celebrado en Roma del 17 al 21 de mayo de 1975” (pp. 851-884).
Entre los Documentos y escritos de la nueva
mariología conciliar se distinguen:
Pablo VI, Marialis cultus, 2 de febrero de 1974;
Hugo Rahner, Maria e la Chiesa, 1950, trad. it., Milán, 1974;
H. de Lubac, Meditazioni sulla Chiesa, 1952, trad. it., Milán, 1965;
Karl Rahner, Maria madre del Signore, Fossano, 1962;
H. Küng, Essere cristiani, Milán, 1976;
E. Schillebeeckx, Jezus, het verhaal van een levende, Bloemendaal, 1971;
J. Ratzinger, Introduzione al Cristianesimo, Brescia, 1969;
H. Urs von Balthasar, La gloire et la croix, París, 1965.
4.
La Mediación universal de
María se encuentra expresada, en el modo más evidente, en el título de Corredentora.
Cristo es el Redentor principal del género humano; María, asociada a Él de
manera inseparable, se convierte en Corredentora.
«La Santísima Virgen –enseña el Papa
Benedicto XV (†1922)–, al estar asociada con Cristo en la obra de la redención
del género humano, mereció ser llamada con justicia Corredentora, y así
lo invocamos. Porque mientras sufría y casi moría con su Hijo sufriente y
moribundo, renunció a los derechos de madre sobre su Hijo por la salvación de
los hombres y, en cuanto dependía de Ella, inmoló a su Hijo para aplacar la
justicia divina; por eso, puede decirse con razón que Ella redimió al género
humano juntamente con Cristo» (Inter Sodalicia, 22 de marzo de 1918;
AAS, X, 1817, p. 182).
Esta definición
pontificia resume toda la doctrina sobre la Corredención mariana. Ella
no se añade a Cristo como si completara una obra imperfecta, sino que coopera
de modo subordinado y dependiente, de congruo y no de condigno, a
la redención de los hombres.
La expresión «Redimió al
género humano juntamente con Cristo» debe entenderse precisamente en este
sentido: cooperación subordinada, dependiente, instrumental, pero real y
eficaz.
Por tanto, Cristo
es el único Redentor, de condigno, mientras que María coopera con Él de
congruo; pero esta cooperación, aunque secundaria y subordinada, es
verdaderamente una participación en la obra redentora.
De ahí el título
de Corredentora, que no es un mero modo de hablar piadoso, sino una
verdad teológica sólida, enseñada por los Sumos Pontífices y por la tradición
constante de la Iglesia.
5.
La Corredención
implica la Mediación universal.
En efecto, si
María ha cooperado en la Redención, es lógico que coopere también en la
distribución de las gracias redentoras.
Así como fue asociada a Cristo
en la adquisición de la gracia, lo es también en su comunicación.
Por eso, María es Mediadora de todas las gracias, Dispensadora
universal de los dones divinos, porque todo lo que Cristo ha merecido en la
Cruz, lo aplica ahora a las almas por medio de Ella.
San Pío X, en la Encíclica Ad
diem illum laetissimum (2 de febrero de 1904), enseña:
«Por haber sido asociada a
Jesucristo en la obra de la salvación, y por haber obtenido de Él, en cierto
modo, el poder de dispensar las gracias que de la Redención proceden, se puede
decir que Ella es la Dispensadora de todos los dones que Jesús adquirió
con su muerte y con su sangre» (AAS, XXXVI, 1904, p. 453).
Por tanto, María no sólo es Corredentora
en cuanto ha cooperado a la adquisición de las gracias, sino también Mediadora
y Dispensadora universal en cuanto coopera a su distribución.
La función
corredentora se prolonga en la mediadora, así como el acto redentor de Cristo
se prolonga en su función de Mediador perpetuo ante el Padre.
6.
Cristo, único
Mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. II, 5), no excluye sino que,
al contrario, exige una mediación subordinada y participada.
Si los santos
pueden interceder por nosotros, si los sacerdotes son mediadores en el orden
sacramental, con mayor razón puede y debe serlo María, que está unida a Cristo
de modo singularísimo.
La Mediación
universal de María es, pues, una participación dependiente y ministerial de la
Mediación única y principal de Cristo.
No hay oposición
entre ambas, sino armonía jerárquica: así como la luz de la luna procede del
sol, sin disminuir su esplendor, del mismo modo la mediación de María procede
de la de Cristo, sin disminuirla, sino manifestándola mejor.
Por eso, dice León XIII en la
Encíclica Octobri mense (22 de septiembre de 1891):
«Entre Cristo y la Santísima
Virgen existe un vínculo tal, que nada puede igualársele fuera de Dios mismo;
Cristo, como hombre, ha recibido de María la naturaleza humana, y María, por
consiguiente, ha participado en la obra de la salvación humana de una manera
especial y singular, siendo nuestra Madre espiritual y Mediadora de gracias»
(AAS, XXIV, 1891, p. 195).
La subordinación de María
respecto a Cristo no destruye, sino que garantiza su mediación; así como la
mediación de Cristo no suprime, sino que fundamenta y da valor a la intercesión
de los santos.
7.
La Mediación universal de
María no es una simple intercesión de súplica, como la de los santos,
sino una intercesión de derecho y de oficio.
Los santos ruegan; María manda
en cierto modo.
Los santos obtienen las
gracias por su oración; María las distribuye por derecho materno.
San Bernardo enseña:
«Tal es la voluntad de Aquel
que quiso que todo lo tuviésemos por María» (Sermo de aquaeductu, n. 7;
PL, 183, col. 440).
Y San Alfonso María de Ligorio
comenta:
«Dios ha establecido que todas
las gracias que concede a los hombres pasen por las manos de María; por eso
Ella es llamada la Tesorería de todas las gracias divinas» (Le Glorie
di Maria, parte I, dis. 6).
Por tanto, la Mediación de
María no es sólo moral, sino también física, en cuanto Ella es el instrumento
vivo y personal por el cual pasan efectivamente todas las gracias que
descienden de Cristo a las almas.
Así como Cristo es el canal
principal de la gracia, María es el canal secundario, dependiente, pero
necesario por libre disposición divina.
8.
Esta Mediación y
Dispensación universal de María se funda en su Maternidad espiritual.
María es Madre
de todos los hombres porque ha cooperado de modo singular a su regeneración
sobrenatural.
Así como Eva fue madre de
todos los vivientes según la carne, María es la nueva Eva, madre de todos los
vivientes según la gracia.
San Pío X enseña en la
Encíclica Ad diem illum:
«Por haber sido María asociada
con Jesucristo en la obra de la salvación humana, mereció convertirse de modo
espiritual y universal en Madre de todos aquellos en cuya regeneración
espiritual Ella cooperó por su caridad» (AAS, XXXVI, 1904, p. 453).
Esta maternidad espiritual,
que se extiende a todos los redimidos, es la razón profunda de su Mediación.
María intercede y
distribuye las gracias en cuanto Madre; no es sólo una intermediaria
externa, sino la verdadera Madre espiritual que engendra a las almas a la vida
de la gracia, las alimenta, las sostiene, las defiende y las conduce a Cristo.
Por eso, dice San Bernardo:
«Ella es la Madre de la
justicia y de los justos, porque engendró al Autor de la justicia y a los
justos» (Sermo in Nativitate B. M. V., n. 7).
9.
La Maternidad
espiritual de María se ejercita principalmente en el orden de la gracia; es
una maternidad sobrenatural, y por tanto más perfecta y eficaz que la
maternidad física.
En efecto, mientras la maternidad corporal da la vida
natural, la maternidad espiritual da la vida de la gracia, que es participación
de la misma vida divina.
María, al pie de la Cruz,
concibió y dio a luz a todos los hijos de adopción.
El Evangelio de San Juan lo expresa simbólicamente:
«Mujer, he ahí a tu hijo... He
ahí a tu madre» (Jn. XIX, 26-27).
Aquel momento fue el parto
doloroso de la humanidad redimida.
La Santísima Virgen, asociada
a los sufrimientos del Hijo, se convirtió entonces en Madre espiritual
de todos los hombres, en Madre del Cuerpo místico de Cristo.
Desde entonces, ejerce su misión materna no sólo por intercesión, sino también
por distribución de las gracias que alimentan la vida sobrenatural de las
almas.
De este modo, la Maternidad
espiritual, la Corredención y la Mediación universal son tres
aspectos de una misma misión mariana:
- en
cuanto Corredentora, coopera en la adquisición de la gracia;
- en
cuanto Mediadora, coopera en su distribución;
- en
cuanto Madre espiritual, da y alimenta la vida de la gracia.
10.
La doctrina de la
Mediación universal de María está, pues, íntimamente unida a la de su
Maternidad espiritual.
Quien niega la
una, niega la otra.
Y quien las niega a
ambas, destruye en realidad el orden mismo de la Economía de la Salvación
querido por Dios.
El Concilio
Vaticano II —a pesar de su lenguaje prudente y limitado— reconoció expresamente
esta verdad cuando declaró:
«Por esto la Bienaventurada
Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora,
Socorro y Mediadora. Pero se entiende esto de tal manera que no reste ni añada
nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador» (Lumen gentium, n. 62).
La fórmula
conciliar, aunque cautelosa, afirma la realidad de la Mediación de María,
subordinada, ciertamente, pero verdadera y universal.
La negación de
esta Mediación sería, por tanto, contraria al mismo Magisterio de la Iglesia,
además de oponerse a la enseñanza constante de los Padres, de los Doctores y de
los Santos.
San Pío X, en la
ya citada Ad diem illum, la define
«Medianera potentísima de todo el mundo junto a su Hijo unigénito» (AAS, XXXVI,
1904, p. 453).
Y Benedicto XV
confirma:
«Así como Ella
padeció y casi murió con su Hijo sufriente y moribundo, así también mereció con
títulos de justicia, cuanto a la medida humana le era posible, ser la
Reparadora del mundo perdido y, por consiguiente, la Dispensadora de todas las
gracias que nos adquirió Jesús con su muerte y su sangre» (Epist. Inter
Sodalicia, 22 de marzo de 1918).
Por tanto, no hay gracia que descienda del cielo a la
tierra sino por las manos de María.
11.
Este principio —«todas las gracias pasan por
María»— no significa, como algunos objetan, que el hombre no pueda dirigirse
directamente a Dios, o que las oraciones hechas sin invocar expresamente a
María sean inútiles.
Significa solamente que Dios, en su sabiduría, ha
querido que la gracia que concede al alma pase de hecho por la mediación
materna de María, aunque no se la nombre explícitamente.
Así como en el orden natural toda vida humana
procede de una madre, así en el orden sobrenatural toda vida de la gracia
procede de María.
No porque Ella sea la fuente de la gracia —que es
sólo Cristo—, sino porque es el canal universal y necesario por el que la
gracia llega hasta nosotros.
San Bernardo lo
explica con una imagen célebre:
«Dios quiso que
nosotros no tuviéramos nada que no pasara por las manos de María» (Sermo de
aquaeductu, n. 7).
Y San Buenaventura
comenta:
«Dios podría
darnos todas las gracias sin Ella; pero quiso que las recibamos por medio de
Ella, para que así reconozcamos en todo el orden de la gracia el imperio de su
bondad» (Speculum B. M. V., lect. VI).
Por tanto, la
Mediación de María, lejos de disminuir la gloria de Cristo, la exalta, pues
muestra que el Salvador no quiso obrar solo, sino asociar inseparablemente a su
Madre en la obra de nuestra salvación.
12.
Esta asociación de
María a Cristo en la aplicación de las gracias manifiesta la unidad profunda
del plan divino.
Dios quiso que así
como la mujer cooperó con el hombre a la ruina del género humano, también una
mujer cooperara con el nuevo Adán a su restauración.
Por eso, María es
la nueva Eva, socia del Redentor, distribuidora de los frutos de la Redención.
San Ireneo lo
expresa admirablemente:
«Así como el
género humano fue sujeto a la muerte por una virgen, así también fue salvado
por una virgen» (Adv. haer., V, 19, 1).
Y San Epifanio
añade:
«Por medio de una
mujer la muerte, por medio de una mujer la vida» (Haer., LXXVIII, 18).
De esta asociación
nace la triple prerrogativa mariana:
María es Corredentora, porque ha cooperado en la
adquisición de la gracia;
es Mediadora, porque coopera en su distribución;
es Dispensadora universal, porque administra
efectivamente todos los dones de Dios a las almas.
Negar alguna de
estas prerrogativas equivale a mutilar el designio divino de la Redención.
Por eso, el
Magisterio, la Tradición y la razón teológica coinciden en afirmar que la Corredención
y la Mediación universal constituyen los dos aspectos complementarios de la
única misión mariana en el orden de la gracia.
13.
La unión de María con Cristo
no es, pues, un simple paralelismo moral, sino una verdadera cooperación física
y moral, subordinada pero real, en la obra de la Redención.
De aquí deriva, como consecuencia, su cooperación también en la aplicación de
los frutos de la Redención, es decir, en la comunicación de la gracia.
Por eso, los teólogos distinguen entre la Redención
objetiva, realizada por Cristo con la adquisición de la gracia sobre la
Cruz, y la Redención subjetiva,
que consiste en la aplicación de esa gracia a las almas mediante la Mediación
de María.
Así lo explica el cardenal
Lépicier:
«María, habiendo cooperado a la
adquisición de la gracia en el Calvario, coopera también a su distribución
cotidiana en la Iglesia» (L’Immacolata Madre di Dio, Corredentrice del
genere umano, Roma, 1905).
De este modo, María prolonga
en el tiempo la obra redentora de Cristo, no como causa principal, sino como
causa instrumental y ministerial.
Cristo es la Cabeza del
Cuerpo místico; María, en cambio, es el Cuello que une la Cabeza con los
miembros, haciendo que la vida —la gracia— descienda de Cristo hasta nosotros.
Por eso, dice San Pío X:
«De esta participación de la
Santísima Virgen con los dolores y sufrimientos de su Hijo, Ella mereció ser
legítimamente llamada Reparadora del mundo perdido y, por consiguiente,
Dispensadora de todas las gracias que nos adquirió Jesús con su muerte y su
sangre» (Epist. Inter Sodalicia, 22 de marzo de 1918).
14.
Esta doctrina de
la Mediación universal no se opone en modo alguno al dogma de Cristo, único
Mediador, sino que lo confirma y completa.
En efecto, la Mediación de
María es totalmente dependiente de la de Cristo; no la sustituye ni la duplica,
sino que la participa.
Cristo es el único Mediador de
derecho propio (de iure proprio), mientras que María lo es de
participación (de participatione).
San Pío X, en la encíclica Ad
diem illum (1904), lo expresa así:
«Nada hay en María que no haya
sido recibido de Cristo. Pero así como nadie puede ir al Padre sino por el
Hijo, del mismo modo, ordinariamente, nadie puede ir al Hijo sino por la
Madre».
Por tanto, María no añade una
mediación paralela, sino que prolonga y aplica la mediación única de Cristo en
el orden de la gracia.
Y por eso mismo, cuanto más se ensalza a María, tanto más se
glorifica a Cristo, del cual Ella depende enteramente.
El cardenal Mercier decía a
este respecto:
«Cuanto más afirmamos la Mediación de María, más proclamamos la eficacia
de la de Cristo, del cual Ella es el canal elegido».
15.
De esta verdad teológica
deriva una consecuencia espiritual y práctica de gran importancia: si toda
gracia nos llega a través de María, debemos recurrir siempre a Ella para
obtener la gracia.
Toda vida cristiana, toda
santificación, toda vocación, toda conversión, toda perseverancia dependen de
su intercesión maternal.
San Luis María Grignion de
Montfort lo enseña en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima
Virgen:
«Dios, habiendo querido
comenzar y consumar sus mayores obras por medio de la Santísima Virgen, desde
entonces no cambia jamás su conducta».
Y concluye:
«Así como María dio
corporalmente la vida al Hijo de Dios, así también Ella da espiritualmente la
vida de la gracia a todos los hombres».
Por eso, la devoción a María
no es un elemento accesorio, sino esencial en la vida cristiana. Negar su
necesidad —no absoluta, pero sí moral— equivale a desconocer el orden mismo
establecido por Dios en la distribución de la gracia.
Por eso, los Santos han visto en la verdadera devoción a María el camino
más seguro y más corto para llegar a la unión con Cristo.
16.
Finalmente, la doctrina de la Corredención
y de la Mediación universal de María no es una simple opinión piadosa,
sino una verdad teológica sólida, fundada en la Sagrada Escritura, confirmada
por la Tradición y garantizada por el Magisterio ordinario de la Iglesia.
Por eso, el movimiento
iniciado por el cardenal Mercier para obtener la definición dogmática de esta
verdad no ha perdido su actualidad. Aun cuando el Concilio Vaticano II, en su
prudencia pastoral, no la definió solemnemente, la Iglesia continúa enseñándola
implícitamente en su liturgia, en su magisterio y en la piedad del pueblo
cristiano.
La definición
dogmática de María Corredentora, Mediadora y Dispensadora de todas las
gracias sería, pues, la coronación lógica del desarrollo doctrinal iniciado
desde los Padres y los Doctores hasta nuestros días.
Sería la afirmación suprema de
la grandeza de María y de su función única en el plan de la Redención, a mayor
gloria de Cristo, único Redentor y Mediador universal.
«Ipsa conteret caput tuum» (Gén. III, 15): Ella aplastará tu cabeza.
En esta promesa divina se encierra todo el misterio de María: su cooperación al
triunfo de Cristo sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte.
Por eso, la historia de la salvación termina como comenzó: con una Mujer unida
a su Hijo en la victoria definitiva sobre el Mal.
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