Por MONS. DOM TOMÁS DE AQUINO O.S.B.
De todo lo que Mons.
Lefebvre nos enseñó, hay un punto que, me parece, domina sobre todos los demás.
Ese punto no es otro que el de escuchar a los Papas. En efecto, si se los
hubiera escuchado, ni los Estados católicos habrían sido destruidos, ni la
Iglesia habría sido invadida por sus enemigos, que hoy la ocupan.
Dios instituyó la Iglesia
para comunicarnos su enseñanza. Escuchar a la Iglesia es escuchar al mismo
Dios. Pero ¿cómo discernir la voz de la Iglesia? La lucha de Mons. Lefebvre
respondió suficientemente a esta cuestión. Basta con remitirse a ella. El P.
Calderón también estudió bien la cuestión. La voz de la Iglesia está en la
Tradición.
Pero volvamos más
directamente a los Papas. Ellos son el verdadero Magisterio. Los Papas
condenaron todos los errores de hoy. No solo los condenaron, sino que también
denunciaron a los hombres y las instituciones que los concibieron y los
difundieron.
Si no queremos ser
sumergidos por esta crisis, escuchemos a Mons. Lefebvre, eco fiel de los Papas,
y a los Papas, ecos fieles de la Verdad que es el mismo Dios.
San Benito comienza su
Regla con la palabra: «Escucha», dirigida a sus discípulos. La Iglesia, más
aún, nos clama: «Escucha, hijo mío, los preceptos de tu Madre e inclina el oído
de tu corazón; recibe de buena voluntad y ejecuta eficazmente los consejos de
tu Madre, a fin de retornar, por la obediencia, a la Tradición de la cual te
apartaste por la negligencia de la desobediencia».
He aquí lo que Mons.
Lefebvre nos enseñó. Escuchémoslo. Escuchemos a los Papas de antes del Concilio
Vaticano II, y alcanzaremos la cumbre de la doctrina y de la santidad.
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