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miércoles, 26 de noviembre de 2025

TODOS LOS ERRORES DE “IN UNITATE FIDEI”, ENÉSIMO DESASTRE TEOLÓGICO Y ECLESIAL

 



“Se puede afirmar con certeza que In unitate fidei es el enésimo desastre teológico y eclesial, animado por un propósito siniestro: la promoción de un falso ecumenismo como trampolín hacia una religión mundial única”.

 

por ALDO MARIA VALLI

 

La Carta apostólica “In unitate fidei”, publicada en el 1700º aniversario del primer Concilio de Nicea, es el enésimo intento de los usurpadores modernistas de unirse a toda secta herética “cristiana” a expensas de la Verdad revelada por Cristo a su única Iglesia.

Aunque León pueda presentarla como una noble reafirmación del Credo niceno-constantinopolitano y como una invitación a los cristianos a renovar su propia fe, el texto revela diversos errores teológicos, eclesiales y pastorales.

Como de costumbre, el texto refleja una orientación teológica posconciliar ambigua que se aparta de modo significativo de la claridad, de la precisión y del sobrenaturalismo del magisterio de la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II.

Uno de los temas más recurrentes de “In unitate fidei” es la descripción de la fe cristiana como “camino” y “encuentro” con Jesucristo. La carta afirma, por ejemplo, que los cristianos están “llamados a caminar juntos, custodiando y transmitiendo… el don recibido” (n. 1). Este lenguaje, aunque pastoralmente atractivo, desplaza el enfoque de la fe del asentimiento intelectual y doctrinal respecto a la revelación hacia una dinámica más subjetiva y relacional. En otras palabras, el énfasis se pone en las sensaciones agradables de la experiencia.

La fe es ante todo un acto del intelecto: el acto de creer las verdades divinas reveladas por Dios, sobre la base de la autoridad de Dios. Esta comprensión está profundamente arraigada en la enseñanza magisterial de la Iglesia, como en la Dei Filius (Concilio Vaticano I), que define la fe como “el asentimiento de la voluntad a lo que es revelado por Dios a través de la Iglesia”, recibido por el intelecto. Cuando la fe se presenta principalmente como un “encuentro” relacional, subvierte el contenido objetivo de la revelación, la autoridad del dogma y la necesidad de una formación doctrinal.

En el documento hay un fuerte énfasis antropocéntrico: sobre la dignidad humana, sobre el patrimonio compartido y sobre el deseo humano. La carta invoca frecuentemente el “camino” de la humanidad, su “búsqueda” y su “fragilidad” (por ejemplo, nn. 3, 6). El hombre es Dios y es el centro de la nueva religión.

La teología católica tradicional atribuye gran importancia a la naturaleza caída de la humanidad y a la necesidad de la gracia divina para la salvación. Los catecismos clásicos y los documentos magisteriales anteriores al Vaticano II subrayan no solo la dignidad de la persona humana, sino también la esclavitud del pecado. En “In unitate fidei”, en cambio, las referencias al pecado, al arrepentimiento y a las rigurosas exigencias de la justicia divina son prácticamente inexistentes. Es la teología hippy que proclama la presencia amorosa de Dios, oscureciendo la realidad de la necesidad de una profunda conversión y redención por parte de la criatura.

Un elemento sorprendente de la carta es el repetido llamamiento a la misericordia de Dios. La misericordia es, con razón, central en la doctrina cristiana, pero en el documento se presenta a menudo casi excluyendo la justicia divina. Este desequilibrio es característico de la teología modernista, en la cual el amor y el perdón de Dios son enfatizados, mientras que su santidad, su justicia y la gravedad del pecado quedan en un segundo plano o completamente minimizados.

La tradición católica ha enseñado constantemente que Dios es misericordioso y justo en medida perfecta. El acto redentor de Cristo no es simplemente una expresión de misericordia; es también un acto de justicia, que reconcilia a los pecadores a través del sacrificio, la expiación y la aceptación de la ley divina. Los creyentes, por tanto, no son sutilmente animados a presumir de la misericordia de Dios sin un correspondiente sentido de responsabilidad, arrepentimiento y necesidad de transformación.

En “In unitate fidei” se hace repetidamente referencia al “caminar juntos”, al “diálogo” y a un “camino” que la Iglesia debe recorrer unida. En la sección 4, la carta subraya la “unidad” no solo en la fe sino en el “camino”, y subraya el papel de la sinodalidad. Esta eclesiología –en la que la sinodalidad es casi constitutiva– se opone completamente a la concepción católica clásica, jerárquica y jurídica de la Iglesia. En la doctrina tradicional, la Iglesia es ante todo el Cuerpo místico de Cristo, una sociedad jerárquica de institución divina, gobernada por el papa y los obispos con una estructura clara.

Utilizando el lenguaje típicamente sinodal e insertándolo en el corazón teológico y eclesial de su reflexión, la carta, como todo otro documento emanado hoy del Vaticano, redefine la naturaleza de la Iglesia. Una vez más, la carta rebaja la estructura sobrenatural y jerárquica en favor de una visión más horizontal y procesual.

La carta apostólica subraya con fuerza también las preocupaciones sociales, como la injusticia, la guerra, la pobreza y los “desequilibrios” en el mundo, que para la iglesia sinodal son obviamente mucho más importantes que las preocupaciones referentes al destino eterno del alma. Mientras la Iglesia ha enseñado siempre una doctrina social arraigada en la dignidad de la persona humana, la nueva carta enmarca su llamamiento principalmente en términos humanos: solidaridad, cuidado de los pobres, responsabilidad ecológica.

Esta visión social es legítima pero incompleta si no se arraiga en la realeza de Cristo, en la ley moral objetiva y en el destino sobrenatural del hombre. El documento privilegia la doctrina social y el puro humanitarismo respecto del fin sobrenatural de la vida cristiana, que es la unión eterna con Dios.

Aunque In unitate fidei está dedicada al Credo, su lenguaje permanece extraordinariamente pastoral y narrativo. En lugar de reafirmar definiciones dogmáticas precisas, habla de la fe en general, de la experiencia humana, del camino común y de la importancia de la oración.

Una profesión de fe —sobre todo si está vinculada al 1700.º aniversario de Nicea— debería repetir la claridad doctrinal del Credo niceno-constantinopolitano, de las definiciones conciliares y de la tradición catequética preconciliar. La ausencia de una nítida corrección o reafirmación doctrinal deja abiertas ambigüedades interpretativas que podrían ser explotadas en ambientes teológicos ya permeados de confusión.

Entre los pasajes teológicamente más problemáticos de In unitate fidei, el verdadero escollo se encuentra en la sección final, n.º 12. Este segmento está centrado en la unidad respecto a la doctrina. Aquí se afirma que para “ejercer este ministerio de modo creíble” [“…para ser testigos y constructores de paz en el mundo…”, he aquí de nuevo la utopía materialista], la Iglesia debe “caminar juntos hacia la unidad y la reconciliación entre todos los cristianos”. Esta formulación señala un cambio radical en la eclesiología. La doctrina tradicional enseña que la unidad no es un objetivo a perseguir, sino una realidad divina ya presente en la sola Iglesia católica, el Cuerpo místico de Cristo. La Iglesia no camina hacia la unidad con otros grupos cristianos; más bien, aquellos que están separados de ella deben volver a la unidad que han abandonado. Representar a todos los cristianos como coperegrinos en camino hacia una futura unidad compartida refleja una teología posconciliar de la convergencia, no la enseñanza perenne católica según la cual la única Iglesia fundada por Cristo posee ya plena unidad de fe, culto y gobierno.

Este cambio se hace aún más pronunciado cuando la carta afirma que el Credo niceno puede servir como “fundamento y principio guía” de este camino ecuménico. Aunque el Credo es esencial, no puede constituir una base suficiente para la unidad eclesial, ya que la unidad católica se funda en la plenitud de la verdad revelada, no solo en los principios fundamentales articulados en el siglo IV. La Iglesia, con el tiempo, ha definido doctrinas concernientes al papado, los sacramentos, los dogmas marianos, la moral y la naturaleza misma de la Iglesia. Estas verdades no son añadidos opcionales, son dogmas vinculantes. Proponer el Credo niceno como fundamento práctico de la unidad reduce sutilmente la doctrina católica a un mínimo común denominador compartido con protestantes y ortodoxos, marginando así las definiciones dogmáticas posteriores y minando la solemne autoridad magisterial de la propia Iglesia.

El texto prosigue afirmando que el Credo ofrece un “modelo de verdadera unidad en la legítima diversidad”, expresión ambigua y teológicamente peligrosa. La teología tradicional reconoce la legítima diversidad en los ritos, en las lenguas, en las costumbres devocionales y en algunas escuelas teológicas, pero nunca en el dogma o en el culto público. Dejando el término indefinido, el documento implica que la diversidad doctrinal es aceptable siempre que se compartan algunas creencias fundamentales. Esta reinterpretación de la “diversidad” concuerda con el espíritu del ecumenismo moderno, pero diverge de la enseñanza constante de la Iglesia según la cual la unidad en la doctrina es esencial y no negociable.

Aún más preocupante es el lenguaje trinitario usado para justificar esta visión ecuménica: “Unidad sin multiplicidad es tiranía, y multiplicidad sin unidad es desintegración. La dinámica trinitaria no es dualista, como una dicotomía o/o, sino más bien un vínculo que implica un y: el Espíritu Santo es el vínculo de unidad que adoramos junto con el Padre y el Hijo…”. Esta es una aplicación profundamente errónea del misterio de la Trinidad. La vida interior de Dios no es un modelo sociológico del pluralismo. La unidad de Dios no es “tiránica”, ni las Personas divinas sirven como metáfora teológica para equilibrar la diversidad con la autoridad centralizada. La teología clásica limita rigurosamente las analogías que involucran a la Trinidad para evitar precisamente este tipo de reinterpretación simbólica o política. Invocando “dinámicas” trinitarias para justificar una eclesiología horizontal de la diversidad, el texto mina de nuevo la claridad metafísica y proyecta preocupaciones modernas sobre el misterio divino.

El lenguaje relacional de la carta, según el cual la Trinidad rechaza las “dicotomías o/o” y representa en cambio un “y” que vincula, es característico de los estilos teológicos contemporáneos que enfatizan la relacionalidad y el proceso por encima de definiciones dogmáticas precisas. Los Padres de Nicea no construían la doctrina utilizando categorías como “dicotomía” y “dinámica”. Definían sustancia, persona, generación y procesión, términos de precisión metafísica. El paso a una vaga terminología relacional representa un alejamiento de la claridad y la estabilidad de la teología clásica, sustituyéndola por un imaginario fluido más apto para el sentimiento ecuménico que para la exposición doctrinal.

Incluso cuando el texto hace una afirmación teológicamente correcta —que el Espíritu Santo es el vínculo de unidad en la Trinidad— aplica esta verdad en un sentido modernista. En la eclesiología tradicional, el Espíritu une a la Iglesia por medio de los elementos visibles y jerárquicos establecidos por Cristo: el papado, el episcopado, los sacramentos y el magisterio. Pero aquí la unidad parece ser presentada como algo que el Espíritu realiza directamente entre grupos cristianos dispares, pasando por encima del acuerdo doctrinal y de la estructura jerárquica. Esta perspectiva eleva un sentido místico de unidad por encima de la unidad visible y doctrinal que para la Iglesia siempre ha sido esencial.

 

La afirmación más inquietante de todo el pasaje, sin embargo, es la exhortación a “dejar atrás las controversias teológicas que han perdido su propósito”. Esto plantea un interrogante inquietante: ¿cuáles controversias? ¿El Filioque? ¿El primado papal? ¿La sucesión apostólica? ¿La transubstanciación? ¿La justificación? ¿Los dogmas marianos? Cada una de estas llamadas controversias ha dado origen a enseñanzas infalibles definidas por la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo. La verdad dogmática nunca pierde su propósito. Hablar como si los conflictos doctrinales —muchos de los cuales separan a los católicos de los protestantes y de los ortodoxos— hubieran de algún modo quedado atrás significa proponer una especie de relativismo doctrinal. Aquí el papa modernista sinodal, o su ghostwriter, deja entrever que la verdad evoluciona o se vuelve irrelevante con el tiempo, una noción explícitamente condenada por el magisterio preconciliar.

La última sugerencia, según la cual los cristianos deberían perseguir “una comprensión común” y “una oración común al Espíritu Santo”, invierte aún más el orden tradicional. Según la enseñanza católica perenne, la unidad de fe es el presupuesto para la unidad de culto, no al contrario. El papa Pío XI condenó los servicios de oración interreligiosos e interconfesionales precisamente porque la unidad no puede alcanzarse mediante la oración compartida; tal oración presupone la unidad doctrinal. El pasaje trata la oración como un método para alcanzar la unidad, mientras que la tradición católica insiste en que la oración expresa y profundiza la unidad ya existente.

En conjunto, esta sección presenta una teología ecuménica que se aparta de la tradición católica en varios puntos: redefine la unidad como un objetivo futuro en lugar de una realidad presente de la Iglesia católica; minimiza las diferencias dogmáticas reduciendo la unidad al Credo niceno; confunde la legítima diversidad con la pluralidad doctrinal; abusa de la teología trinitaria para sostener una eclesiología pluralista moderna; propone abandonar las controversias dogmáticas pasadas y sugiere que la oración puede crear unidad sin conversión. El efecto acumulativo es el de sustituir la invitación tradicional de la Iglesia a los hermanos separados a volver a la única verdadera Iglesia por una visión de convergencia mutua dentro de un cristianismo compartido y en evolución.

En conclusión, se puede afirmar con certeza que In unitate fidei es el enésimo desastre teológico y eclesial, animado por un propósito siniestro: la promoción de un falso ecumenismo como trampolín hacia una religión mundial única.

https://www.aldomariavalli.it/2025/11/24/tutti-gli-errori-di-in-unitate-fidei-ennesimo-disastro-teologico-ed-ecclesiale/

radicalfidelity

 

 


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