Por P. MATTHIEU DE BEAUNAY
Durante
un retiro pascual dado en Écône el 17 de abril de 1984, Monseñor Lefebvre
enseñaba que «el sacrificio es lo más esencial en la vida humana normal. El
acto más importante de una criatura normal, es decir, de alguien que cree en
Dios, que reconoce a Dios como el Creador de todas las cosas, es expresar este
reconocimiento a Dios todopoderoso por el sacrificio, por la oblación de un ser
que significa la oblación del hombre mismo a Dios».
Santo
Tomás de Aquino enseña que el sacrificio, como acto de culto público, comporta
necesariamente la oblación, la inmolación y la manducación. Estas son sus tres
partes esenciales. La Misa, renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz,
constituye este sacrificio, este acto principal del culto rendido a Dios. Sus
tres partes responden a un doble fin necesario – que funda la razón de ser del
Sacrificio – la gloria de Dios y la expiación de los hombres en cuanto
pecadores.
En la
primera parte esencial de la Misa, es decir el Ofertorio, se realiza la ofrenda
de las oblatas. La palabra «oblatas» significa las materias que van a servir
para la inmolación del sacrificio, a saber, el pan y el vino. Esta palabra
lleva en sí la noción de oblación u ofrenda. Esta oblación es la de Cristo que
se va a inmolar unos instantes después, pero es también la de cada oferente o
asistente a la misa en particular, y la de la Iglesia en general. El contenido
del Ofertorio, las oraciones que lo forman, deben estar en correspondencia con
lo que es: la primera parte esencial del sacrificio, sin la cual no hay
sacrificio, la oblación.
En el Novus
Ordo Missae, la oblación es desnaturalizada por degradación. Ya no responde
al doble fin esencial del Sacrificio. Se convierte en un intercambio entre Dios
y el hombre. Este último aporta el pan y el vino que Dios cambia
espiritualmente y ya no sustancialmente. He aquí el texto: «Bendito eres,
Señor, Dios del universo, porque de tu generosidad hemos recibido el pan (o: el
vino) que te ofrecemos, fruto de la tierra (o: de la vid) y del trabajo del
hombre, del que proviene para nosotros el pan de vida (o: la bebida
espiritual)». Las expresiones empleadas tienen un sentido indeterminado que se
aleja de la noción de don verdadero con vistas al sacrificio glorificador y
reparador de los pecados, tal como está expresado en la primera oración del
Ofertorio tradicional: «Recibid, Padre santo y todopoderoso, esta hostia sin
mancha…»
Siempre
en la misma línea de «des-sacrificialización», el nuevo ofertorio está amputado
de las tres oraciones: «Oh Dios, que creaste la naturaleza humana de manera
admirable y que de manera más admirable aún la restauraste en su dignidad
primera…», «Te ofrecemos, Señor, este cáliz en olor de suavidad…» y «Ven,
Santificador, Dios eterno y todopoderoso…» Se trata verdaderamente de una
amputación y no de un reemplazo, pues no hay oraciones colocadas en su lugar.
¡Una severa supresión cuando se estudia el sentido profundo de estas oraciones
y el vínculo que expresan con la finalidad propiciatoria y sacrificial de la
Misa en la que se insertan! El hombre y el sacerdote que ofrecen ya no se
reconocen como pecadores que piden misericordia al Dios de Justicia
infinitamente ofendido. La realidad del hombre pecador que ofrece a Jesús, su
Redentor, en sacrificio para la expiación y la reparación de sus pecados es
borrada. Esto acarreará poco a poco la pérdida de esta verdad en los espíritus
y en los corazones.
¿En qué
se convierte entonces el doble fin profundo, esencial, de este acto de religión
más eminente del catolicismo? Este cambio en el Ofertorio, seguido de los del
Canon y de la comunión, constituye una conmoción, por una parte, en la
concepción católica de la economía de la salvación y, por otra, en la
concepción aún más importante de Dios como Maestro y Señor. Cincuenta años más
tarde, los hechos hablan por sí mismos. Los estudios sobre el número de
católicos y el número de los que saben definir a Dios y que practican, revelan,
en Francia y en el mundo, una caída abismal desde la salida de la nueva Misa.
Finalmente,
un argumento de crítica externa resalta bien este cambio en la esencia de la
Misa: la aprobación de este nuevo Ordo Missae recibida de los
protestantes. En el mismo sentido, Monseñor Bugnini – gran arquitecto del Novus
Ordo Missae – decía el 19 de marzo de 1965: «Debemos quitar de nuestras
oraciones católicas y de la liturgia católica todo lo que pueda ser sombra de
tropiezo para nuestros hermanos separados». ¡Hay que notar que estas palabras
fueron pronunciadas cuatro años antes de la promulgación de la nueva misa!