¿ES PECADO DESEAR LA MUERTE DE UN PAPA?
... no es
lícito jamás desearle al pecador algún verdadero mal (v.gr., el pecado o la
condenación eterna). Pero es lícito desearle algún mal físico o temporal bajo
el aspecto de un bien mayor, como sería, por ejemplo, una enfermedad
o adversidad para que se convierta, la corrección de un escándalo (v.gr., por
el encarcelamiento o destierro del que lo produce) o el bien común de la
sociedad (v.gr., la muerte de un escritor impío o de un
perseguidor de la Iglesia para que no siga haciendo daño a los demás). (P. Royo
Marín, Teología Moral para Seglares, Madrid, 1964, nº 517).
... no es
lícito desearle al prójimo algún mal en cuanto mal; pero, como ya
dijimos, se le podría desear algún mal físico o temporal (no
espiritual) para su enmienda (v.gr., una enfermedad a un joven disoluto para
que se arrepienta de su mala vida), o por el bien común (v.gr., la
muerte de un perseguidor de la Iglesia para que deje de hacer daño,
aunque mejor sería rogar por su conversión), o incluso por el bien de unos
pocos, que prevalece sobre el bien de uno solo (v.gr., el castigo del padre que
educa pésimamente a sus hijos). (nº 518).
Cuando
uno de los sacerdotes conservadores del grupo llamado La Sacristía de La Vendée dice "yo también rezo mucho
por el papa, para que pueda ir al cielo cuanto antes", está
manifestando dos deseos:
1º
Implícitamente, la pronta muerte del papa. Este deseo es perfectamente lícito
si se cumplen las condiciones que exige la moral, bien explicadas por el P.
Royo Marín.
2º
Explícitamente, la salvación eterna del papa. Este segundo deseo deja
enteramente claro que el deseo de la muerte del papa no proviene de odio a
éste, que queda a salvo la caridad fraterna.
Esto es
lo que debieron explicar los sacerdotes de La
Sacristía de La Vendée cuando se vieron atacados por liberales y
modernistas, cómplices y defensores de este papa demoledor de la fe; en lugar
de batirse en poco honorable retirada. Como alguien dijo: "el
hombre es dueño de sus silencios pero esclavo de sus palabras".
Fuente:https://nonpossumus-vcr.blogspot.com/2024/03/es-pecado-desear-la-muerte-de-un-papa.html
EL «ODIO BUENO»
Roberto Bosca ha decidido llevar sus reflexiones
sobre Francisco a la TV. Y en este video afirma
que «hay personas que quieren que este Papa se vaya o incluso se muera cuanto
antes»; y que tal cosa es algo que nunca le hubiera gustado leer. Suponemos que
ello es así porque a su juicio el desear la muerte del Pontífice sería
manifestación de un odio contrario
a la caridad. Si tal es la premisa de Bosca, habría que compartir el
diagnóstico de Escrivá: la piedad sin doctrina puede decaer fácilmente en
sensiblería y pietismo vacío.
Las
consideraciones generales que hacemos a continuación se pueden encontrar en
manuales serios y en la Summa de Santo Tomás. Por razones de
espacio y claridad, vamos a seguir a Royo Marín (Teología de la caridad; Teología
moral para seglares).
1. El
odio al prójimo.
Debemos
amar al prójimo con amor de caridad. Por lo que toda forma de odio parece
contraria al precepto de Cristo. Sin embargo, es necesario distinguir:
- Odio
de enemistad, llamado también de malevolencia, es el que desea algún mal a
una persona en cuanto prójimo, o se alegra de sus males, o se entristece por
sus bienes. Es el desearle mal, en cuanto es mal para él, y se opone
directamente a la caridad y constituye, por lo mismo, un grave desorden moral.
- Odio de abominación, llamado también odio de cualidad, consiste en aborrecer al prójimo, no en sí mismo, sino en sus obras (malas) y esto no es pecado. «La razón es porque odiar lo que de suyo es odiable no es ningún pecado, sino del todo obligatorio cuando se odia según el recto orden de la razón y con el modo y finalidad debida. Sin embargo, hay que estar muy alerta para no pasar del odio de legítima abominación de lo malo al odio de enemistad hacia la persona culpable, lo cual jamás es lícito aunque se trate de un gran pecador, ya que está a tiempo todavía de arrepentirse y salvarse. Solamente los demonios y condenados del infierno se han hecho definitivamente indignos de todo acto de caridad en cualquiera de sus manifestaciones» (Royo Marín).
Parafraseando
a Escrivá, así como hay un «anticlericalismo bueno» (rechazo del clericalismo
como vicio, pero no del clero, ni del estado clerical) hay un «odio bueno», que
es conforme a la virtud de la caridad. Con palabras de San Agustín: «Este es
el odio perfecto, que ni aborrezcas a los hombres por sus vicios, ni ames a los
vicios por respeto de los hombres».
2. Amor
y odio al prójimo.
El amor
al prójimo e incluso a los enemigos nos obliga a deponer todo odio de enemistad
y todo deseo de venganza. Los pecadores han de ser amados como hombres capaces
todavía de eterna bienaventuranza; pero de ninguna manera en cuanto pecadores. La
caridad no nos permite excluir absolutamente a ningún ser humano que viva
todavía en este mundo, por muy perverso y satánico que sea. Mientras la
muerte no les fije definitivamente en el mal, desvinculándoles para siempre de
los lazos de la caridad –que tiene por fundamento la participación en la futura
bienaventuranza–, hay que amar sinceramente, con verdadero amor de
caridad, a los criminales, ladrones, adúlteros, ateos, masones, perseguidores
de la Iglesia, etc. No precisamente en cuanto tales –lo que sería inicuo y
perverso– pero sí en cuanto hombres, capaces todavía, por el arrepentimiento y
la expiación de sus pecados, de la bienaventuranza eterna del cielo. La
exclusión positiva y consciente de un solo ser humano capaz todavía de la
bienaventuranza destruiría por completo la caridad (pecado mortal), ya que su
universalidad constituye precisamente una de sus notas esenciales. Amar
no significa sentir mucha ternura, pues el verdadero amor reside esencialmente
en la voluntad. Querer bien a alguien, es querer seriamente para esa persona
todo cuanto según la recta razón y la fe es bueno: la gracia de
Dios y la salvación del alma primeramente, y después, todo cuanto no desvíe de
este fin.
Las
sabias y célebres palabras de San Agustín que decía: Hay que odiar
el error y amar a los que yerran, suelen frecuentemente interpretarse
como si el pecado estuviese en el pecador a la manera de un libro en un
estante. Se puede detestar el libro sin tener la menor restricción contra el
estante, pues, aun cuando una cosa esté dentro de la otra, le es totalmente
extrínseca. Sin embargo, la realidad es otra. El error está en el que yerra
como la ferocidad está en la fiera. Una persona atacada por un oso, no puede
defenderse dando un tiro en la ferocidad evitando herir al oso y aceptándole,
al mismo tiempo, recibir un abrazo con los brazos abiertos. Santo Tomás, sobre esto,
se explaya con claridad meridiana. El
odio debe incidir no sólo sobre el pecado considerado en abstracto sino también
sobre la persona del pecador. Sin embargo, no debe recaer sobre toda esa
persona: no lo hará sobre su naturaleza, que es buena, las cualidades que
eventualmente tenga, y recaerá sobre sus defectos, por ejemplo su lujuria, su
impiedad o su falsedad. Pero, insistimos, no sobre la lujuria, la impiedad o la
falsedad en tesis, sino sobre el pecador en cuanto persona lujuriosa, impía o
falsa. Por eso el profeta David dice de los inicuos: los odié con
odio perfecto (Ps. 138, 22). Pues, por la misma razón se debe odiar lo que en alguien haya de mal y amar lo que haya de bien.
Por lo tanto, concluye Santo Tomás, este odio perfecto pertenece a la caridad.
No se trata de un odio hecho apenas de irascibilidad superficial. Es un odio
ordenado, racional y, por tanto, virtuoso. Así es que, odiar recta y
virtuosamente es un acto de caridad. Claramente se ve que odiar la
iniquidad de los malos es lo mismo que odiar a los malos en cuanto son inicuos.
Odiar a los malos en cuanto malos, odiarlos porque son malos, en la medida de
la gravedad del mal que hacen, y durante todo el tiempo en que perseveren en el
mal. Así, cuanto mayor el pecado, tanto mayor el odio de los justos. En este
sentido, debemos odiar principalmente a los que pecan contra la fe, a los que
blasfeman contra Dios, a los que arrastran a los otros al pecado, pues los odia
particularmente la justicia de Dios.
3. Desear
al prójimo un mal físico bajo razón de bien moral.
Los
moralistas se preguntan, con Santo Tomás, si es lícito desear al prójimo un mal
físico como la enfermedad o la muerte, bajo razón de bien moral, como
expresión del odio de abominación. Y la respuesta es
afirmativa: «No hay pecado alguno en desearle al prójimo algún mal físico,
pero bajo la razón de bien moral (v.gr., una enfermedad para que se arrepienta
de su mala vida). Tampoco lo sería alegrarse de la muerte del prójimo que
sembraba errores o herejías, perseguía a la Iglesia, etc., con tal que este
gozo no redunde en odio hacia la persona misma que causaba aquel mal» (Royo
Marín).
Por
tanto, es lícito desear al prójimo «algún mal físico o temporal bajo el aspecto
de un bien mayor, como sería, por ejemplo, una enfermedad o adversidad para que
se convierta, la corrección de un escándalo (v.gr., por el encarcelamiento o
destierro del que lo produce) o el bien
común de la sociedad (v.gr., la muerte de un escritor impío o de un perseguidor
de la Iglesia para que no siga haciendo daño a los demás)» (Royo
Marín).
4. Desear
la muerte del prójimo bajo razón de bien moral.
La muerte
es un mal físico, no un pecado. En sí misma considerada, es la separación del
alma de su cuerpo. Al desear la muerte del prójimo en cuanto mal físico, queriendo
siempre su salvación, se realiza el odio de abominación.
Cuando se
quiere la muerte del pecador que daña al bien común, de la sociedad política o
de la Iglesia, incluso pidiendo a Dios que esta ocurra pronto, se desea un mal
físico (muerte) bajo razón de bien moral (bien común). Y no hay en ello ningún
pecado sino más bien ejercicio de la caridad social.
Las
reflexiones precedentes valen para los pontífices
calamitosos en general y para el papa Francisco en particular.
Y aunque lo dicho pudiera chocar al entusiamo papolátrico de Bosca & c., lo
cierto es que el propio Papa lo ha reconocido al
declarar: «que me maten es lo mejor que me puede pasar». En efecto,
para Francisco, la muerte podría significar la gracia del martirio, con la que
Dios redimió a un antipapa como San Hipólito; y para la Iglesia, podría ser un
modo providencial de poner fin a un pontificado lamentable. Nuestra humilde
sugerencia a Bosca: menos sensiblería y más reciedumbre informada por la
caridad.
Fuente: https://info-caotica.blogspot.com/2014/11/el-odio-bueno.html