Por AGUSTIN DE BEITIA
“Fue
traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestras culpas… por sus
llagas hemos sido sanados”.
Isaías
53,5
Por
mucho que sean conocidas las escenas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo,
el sentido pleno de ese sacrificio y muerte en la Cruz se ha ido oscureciendo
con los años hasta ser olvidado, incluso por muchos católicos, algo que intenta
remediar el profesor Pablo Marini con su último libro, Redimidos (Editorial
Teodicea, 324 páginas). La obra es una formidable meditación sobre el tema, con
un planteamiento tradicional, a través de La Pasión de
Cristo, la extraordinaria película de Mel Gibson, filmada hace ya veinte
años.
La
oportunidad de esta meditación viene dada hoy por el tiempo litúrgico, claro
está, pero también por los tiempos confusos que estamos atravesando, que han
llevado a muchas personas de fe a una suerte de indolencia frente
a este misterio.
Marini,
licenciado en Filosofía y estudioso de la liturgia, tiene más de treinta años
de antigüedad como profesor en distintas universidades católicas, donde ha
impartido Filosofía y Teología. Es autor de más de una decena de libros, uno de
ellos titulado El drama litúrgico: estudio comparativo entre el Misal
Romano revisado por san Pío V y el Novus Ordo Missae de Pablo VI.
En este
nuevo estudio se reconocen dos fines convergentes. Uno es comprender mejor lo
que muestra el film, que es un verdadero portento, una obra de arte de
gran belleza y poesía. Y para esto se dedica en la primera parte a valorar sus
méritos cinematográficos y teológicos. Con el correr de las páginas queda en
evidencia por qué considera que es la mejor película católica de la
historia y la más católica entre las católicas. Pero el fin último del
ensayo es otro, que tiene mucho menos que ver con el cine: es que el lector
tome conciencia de que la Pasión de Nuestro Señor fue el más grande
acto de amor, de misericordia y de justicia, jamás realizado en la historia,
un acto único e irrepetible. Para eso, en la segunda parte, se aleja un paso
más del comentario audiovisual, aunque sin abandonarlo por completo, para
analizar la profunda catolicidad que subyace al film.
Es con
esa intención que Marini viene ofreciendo charlas sobre esta película desde
hace veinte años, tanto en colegios como empresas y casas de familia. El libro
tiene, pues, mucho de aquella exposición didáctica sobre la cinta en cuestión,
pero es más que eso: se intuye que es el fruto de una vida de estudios, de
reflexión y de docencia teológica, que se nota en la erudición y en la
solvencia con que discurre sobre los complejos asuntos que despuntan en el
film.
Para
decirlo con más claridad, el autor entra y sale de la película o,
más bien, la atraviesa con su mirada, como quien ve a través de una ventana
para contemplar lo que hay más lejos. Y la razón de que se valga de ella es
obvia. “Las imágenes son más poderosas que las palabras para sacudirnos, para
darnos cuenta de la verdad… Cristo empleaba parábolas y no teología”, arguye el
profesor en algún lugar de su obra. “Y Gibson nos regala una película repleta
de imágenes poderosas que nos sacuden”, añade.
El
trabajo que estamos comentando no se queda atrás en belleza formal. Porque se
presenta en una edición de lujo, con tapas duras y papel ilustración, que
resulta un regalo para el corazón y también para la vista, que deleita con las
fotografías extraídas del film o con las obras maestras de la pintura en que se
inspiró el cineasta, particularmente Caravaggio, y que permite detenerse a
escudriñar las líneas de tiempo, cuadros sinópticos, recuadros y croquis con
que ha adornado su explicación.
DOLOR
Con su
ensayo, Marini quiere recordar el papel central del sufrimiento y de la
Cruz en la redención de Cristo, “algo obvio para los católicos -dice-,
pero parece que no tanto”.
“Redimir”,
explica, viene de redención, y redención (de “re”, de nuevo, y “émere”,
comprar) significa literalmente adquirir de nuevo, pagando su precio, algo que
se había poseído antes y ahora ya no. “En teología se trata del acto por el
cual Jesucristo, Hijo de Dios, al precio de su sangre, arrancó al
género humano de la servidumbre del pecado y del demonio y lo reconcilió con
Dios”, comenta.
“Es a
través del sufrimiento inaudito de la Pasión como Cristo reconquista a los
hombres, sometidos por el peso del pecado, un yugo del que no pueden librarse
solos y que les impide hacer de Dios el anclaje de sus vidas”,
continúa.
Este impedimento, que lleva a hablar de la “naturaleza herida”, es -en sus palabras- el aspecto más tenebroso de la condición humana, “debilitada en su resistencia al mal, para apreciar la obra de Dios que vino a salvarnos, a capacitarnos de nuevo para el bien y el conocimiento de la verdad”. Y la salvación -recuerda el profesor- es la gracia, una fuerza sobrenatural que no es de este mundo.
Para
entender la diferente profundidad de campo de película y libro tal vez ayude un
ejemplo. Mientras la primera -que “está hecha para católicos”- se concentra en
las doce últimas horas de la vida terrena de Cristo, el segundo, en
cambio, ofrece el “fuera de campo” teológico del film para
explicar el misterio de la Redención, es decir, lo que no está explicado, sino
sugerido en la cinta. Y para eso pone las cosas en la perspectiva de la
Historia de la Salvación.
En pocas
palabras, pero necesarias, evoca el Pecado Original y explica que las
consecuencias de ese acto de rebelión del hombre hacia su Creador se derraman
en tres planos diferentes: primero, el pecado como perturbación y
desarreglo de carácter óntico; segundo, como desarreglo jurídico y ultraje al
honor de Dios, cuya satisfacción o desagravio no puede ya hacer el pecador por
sí solo; y tercero, como rechazo al amor del Padre.
Entendido
eso, dice Marini, se puede ver cómo el misterio de la Redención se revela
también como un triple misterio: de ardiente amor del Hijo que se ofrece como
víctima de reparación por el Padre; de justicia, porque repara el mal causado
por el pecado; y de misericordia, porque mediante el sacrificio del Hijo en la
cruz, sacrificio que satisface la justicia divina, Dios le permitió al hombre
volver a El asociándose a la Pasión.
Como
las “modernas teologías” han olvidado este delicado
equilibrio, agrega el autor, es que terminan viendo ya sea un “Dios vengativo”
que clama sangre o, en el extremo opuesto, “un Dios cuya misericordia
incondicional sería indiferente al pecado y a la justicia”. Otra distorsión ve,
por ejemplo, en la herejía pelagiana, que desdeñó la gracia.
Pese a
todo lo dicho, Marini acepta que una pregunta sigue en pie: ¿Por qué
Dios escogió este modo de Redención, a través del sufrimiento y la cruz? Su
respuesta, vacilante, según admite, es que el creyente no puede dejar de ver
realizado el amor de Dios en Cristo crucificado. Porque la esencia misma del
misterio de la Redención es que la satisfacción de la ofensa no es la expiación
de las penas mediante el sufrimiento, sino el inmenso amor que lo movía a
soportar el dolor.
“Los
católicos -recuerda Marini- no adoramos una cruz, un instrumento de tortura,
sino a un Dios crucificado en un instrumento de tortura, cuyo amor se expresa
en la obediencia, la renuncia, el silencio, en su sangre derramada”.
Pero algo
más de luz para responder esa pregunta arroja cuando cita a santo Tomás, quien mencionaba
ese inmenso amor que movía a Cristo como una de las tres causas de su
sacrificio perfecto. Las otras dos son la dignidad de quien se daba en
satisfacción, que es el Dios-hombre; y, precisamente, la extensión de la Pasión
y la grandeza del dolor asumido.
Vale la
pena leer el ensayo para seguir en detalle el hilo de este razonamiento, y para
ver cómo el autor del libro coteja la forma en que estas consideraciones fueron
tenidas en cuenta por los asesores teológicos de Gibson.
VIA
CRUCIS
En la
primera parte, entonces, Marini explora las razones que tuvo el director para
realizar el film del modo en que lo concibió, que termina siendo un
“vía crucis filmado” o un “auto sacramental”.
En ese
tramo del ensayo repasa las fuentes en las que se basó Gibson; la complejidad
del carácter de los personajes; la ambigua figura de Satanás; lo que revelan
las miradas; la música y hasta la elección del idioma.
En todos
esos aspectos, como en el resto del libro, se deja ver la penetrante mirada de
Marini. Solo diremos aquí que una de las varias razones por las que considera
plenamente católica a esta película es precisamente su estricto apego a los
Evangelios, a las Sagradas Escrituras en general y a la Tradición; la
información surgida de la Sábana Santa sobre la flagelación (120 azotes); y las
visiones de la mística alemana de origen campesino Ana Catalina
Emmerick sobre la Pasión, que resultaron “una cantera inagotable de
imágenes arrebatadoras” para el director, con sus detalles sobre los estados
psicológicos de los personajes.
De esas
visiones surgen, entre otros muchos, los detalles sobre los látigos con garfios
de hierro en las puntas, como también el momento en que Jesús abraza la Cruz o
la escena en que los esbirros descoyuntan su hombro para que su mano llegue hasta
el agujero donde debía ser clavada.
Ya sea en
el texto principal como en los recuadros que acompañan la edición, el autor
ilumina diversos aspectos del sufrimiento, a veces apoyado en otros autores,
cuyo número impresiona: de Aristóteles a Hegel, de Santo Tomás a Pío XII, de
Vittorio Messori a Jean Guitton, de C.S. Lewis a Newman.
Entre
esos aspectos del sufrimiento se encuentran, por ejemplo, el significado de la
desfiguración del rostro de Cristo y la pasividad de Jesús como una muestra de
su omnipotencia, algo que extrae de una lectio divina de
Benedicto XVI.
SALVAJISMO
La
brutalidad del castigo que se exhibe en el film -durante nueve minutos de
salvajes latigazos que resultan insoportables, frente a la liviandad con que
esto había sido mostrado en otras películas- fue otro eje de las críticas hacia
Gibson que Marini levanta.
El autor
habla de fidelidad a la realidad histórica de los condenados a muerte de la
época, de los datos que surgen de la Sábana Santa y de la lectura
teológico-espiritual que se desprende de las escenas. Pero además afirma que
tener noción de lo que Cristo sufrió permite tomar en serio qué significa
realmente que el Hijo de Dios fue crucificado. “Las imágenes -dice- procuran
mostrar la magnitud del tormento y la entrega libre y amorosa del Señor”.
Y añade:
“Este misterio puede iluminar la vida de los hombres, sobre todo las
dimensiones más oscuras y misteriosas, como son el dolor y la derrota del
pecado”. Porque al contemplar el misterio de la Pasión de Cristo, se remueve
nuestra comprensión y surge, espontánea, la reflexión: “si este fue el
remedio, ¿cuál había sido el mal?”. Y el mal, lo sabemos por
revelación divina, fue el Pecado Original, esa herida de la naturaleza humana
de la que habló antes.
En este
sentido, el autor hace notar las veces que, tanto en el Antiguo Testamento como
en san Juan Bautista, en san Pablo, en los Santos Padres y en el Magisterio, se
habla del sacrificio expiatorio que ofrece Cristo a Dios padre por nuestros
pecados, y que significó la entrega de la vida y el derramamiento de sangre.
Pero
también menciona algo que estaba claro hasta hace solo unas décadas y ahora ya
no tanto: que el hombre en gracia que sufre viene a “completar lo que
falta a los padecimientos de Cristo”. Algo que debe ser bien entendido, ya
que, aclara el profesor, en orden al mérito, en las tribulaciones de Cristo no
hay ninguna deficiencia y sólo se dicen “incompletas” en orden a la
“aplicación” a cada uno de los cristianos de los méritos de la Redención.
Porque
-subraya- lo que hizo Cristo en el Calvario nos aprovecha, solamente,
en la medida en que lo repitamos en nuestras vidas, como decía Fulton
Sheen. El ha terminado la Redención en su cuerpo físico, pero nosotros no lo
hemos acabado en su Cuerpo Místico. El ha terminado la Salvación, pero nosotros
no lo hemos aplicado todavía a nuestras vidas.
A tomar
conciencia de todo esto alude la estremecedora imagen de la Piedad del film,
con la Virgen María que mira a cámara, interpelando al espectador, mientras
sostiene el cuerpo de su Hijo ensangrentando tras el bestial suplicio padecido.
Y Marini resalta el protagonismo que se dio a la Madre de Dios en la película,
y a su papel de corredentora, como otro de los grandes aciertos de Gibson.
Del mismo
modo considera la extraordinaria identificación que se muestra entre la
Ultima Cena, el Calvario y el Santo Sacrificio de la Misa, mediante el
recurso del flashback, algo “nunca presentado de esa forma en el
cine”. Esto también, señala el autor, “se atiene admirablemente a la teología
católica sobre la Santa Misa”. Un asunto que da pie al profesor a demorarse en
la comprensión de la liturgia, deformada con rapidez en la catequesis y
la prédica sacramental moderna hasta casi borrar toda noción del santo
sacrificio que se opera en la Misa y en cambio identificarla con un banquete
festivo de celebración de Cristo resucitado.
Antes que
todo esto, el repaso que ofrece el autor por la amplia galería de personajes
del film, en la primera parte, es otra ocasión de la que se sirve para
reflexionar sobre realidades a menudo olvidadas.
Así, el
hilo de su exposición se abre para explicar el misterioso silencio de Cristo
ante Pilato o Herodes, o para discurrir sobre la disposición necesaria
del corazón para abrirse a la Verdad, sobre el ateísmo actual, sobre la
pavorosa perspectiva de que Dios pueda dejar de hablarnos si
despreciamos las oportunidades que nos da en la vida, o incluso sobre la
ceguera espiritual voluntaria de quienes niegan la evidencia.
Respecto
de este asunto tiene sentido la reflexión que hace sobre el demonio y su
capacidad para apartarnos de la salvación, otro mérito que atribuye a la
película.
Sin la
existencia del diablo -dice- no se entiende a fondo la redención que Cristo
llevó a cabo para salvar al hombre, ni se entiende el peligro que este corre.
Por eso describe a la Pasión de Cristo como el momento definitivo de la
dramática lucha entre el bien y el mal. “Una lucha que se ve con toda
claridad en la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos, que la mejor
teología católica siempre puso en contraste con el Jardín del Edén, otro lugar
de prueba donde Adán fracasó”, acota.
Las
nociones teológicas que alumbra este ensayo de lectura imprescindible, y que se
han ido oscurecido con el tiempo, son muchas. La última que
apuntaremos tiene que ver con la afirmación de que, contrariamente a lo que
cree el mundo, el triunfo de Cristo es la Cruz, aún antes de que se produzca la
Resurrección. Y Satanás, dice el autor, lo percibió en ese mismo instante, como
se puede ver reflejado en el film en el grito desesperado que exterioriza
mirando hacia el cielo. Porque las consecuencias de ese triunfo fueron
instantáneas.
Como
queda dicho, sorprende la hondura de la mirada de Marini, su sensibilidad, su
atención al detalle y la inmensidad de su trabajo. El itinerario que ofrece a
partir de la película -sin eludir los temas controversiales- asombra, enseña,
deja meditando, estremece y por momentos incluso conmueve hasta las lágrimas.
Su estudio es un tesoro, un recorrido por el cine, por la historia y por la teología.
Es una obra de misericordia para el lector. Pero, sobre todo, es un acto de
amor a Dios.
https://www.laprensa.com.ar/Meditacion-sobre-la-Pasion-558698.note.aspx