Por DOM BERNARD MARÉCHAUX O.S.B.
(1849-1927)
El mal de hoy es éste: que la línea divisoria se
difumina cada vez más entre cristianos y no cristianos, entre cristianos y
herejes e incluso idólatras.
Los que todavía se llaman cristianos viven con
demasiada frecuencia como los que han renunciado al título; las llamadas
devotas llevan la misma ropa que las infieles, leen las mismas novelas, van a
los mismos bailes, a los mismos teatros licenciosos, ya no ayunan ni se
mortifican. Están confundidas por la mundanidad y el libertinaje.
Además, tiende a imponerse una doctrina temeraria: que
es fácil salvarse en todas las religiones, que la buena fe de algún tipo
sustituye a la fe, que al final todos, o casi todos, se salvan [1].
Como consecuencia de estas máximas y de esta moral, la
Iglesia tiende a disolverse en el mundo, el cristianismo en la humanidad caída.
Apenas quedan cristianos a los que podamos aplicar las palabras de San Pablo:
«Sed hijos de
Dios de una sola pieza [2], irreprochables
en medio de una nación depravada y perversa, en medio de la cual resplandecéis
como antorchas en este mundo». (Flp 11:15)
Los primeros cristianos, por su conducta, destacaban
entre los paganos como antorchas sobre un fondo oscuro, y el espectáculo de sus
austeras virtudes atraía poderosamente a los idólatras a la fe. Hoy no ocurre
lo mismo, salvo raras excepciones; todo se mezcla en la misma despreocupación
escéptica y vivaz
El remedio para este mal es restablecer la línea de
demarcación borrada, reconstituir un pueblo nuevo, un pueblo verdaderamente
cristiano, que sea ejemplo vivo en el mundo de las máximas del Evangelio.
En« La vénérable Élizabeth Canori
Mora », La Vie spirituelle, 1928, p.
495-496.
[1] Está obviamente
relacionado con el modernismo, que desfigura la noción de fe confundiéndola con
el sentimiento religioso natural. (Nota de Dom Bernard Maréchaux)
[2] Creemos poder traducir
así la expresión : Simplices filii
Dei. (Nota de Dom Bernard Maréchaux)