Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

jueves, 28 de abril de 2022

LA OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS

 

LA OFRENDA AL AMOR MISERICORDIOSO DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS

  


  

Por PADRE ÁLVARO CALDERÓN[1]

 

En este domingo de la Santísima Trinidad, cumbre y corona de todas las fiestas del Año litúrgico, se cumplen exactamente cien años del ofrecimiento de Santa Teresita del Niño Jesús como Víctima de holocausto al Amor Misericordioso. Y con este acto, “la Santa más grande de los tiempos modernos”, según expresión de San Pío X (“la más pequeña”, según expresión de ella misma), hacía cumbre y coronaba toda su carrera de santidad.

El 9 de junio de 1895, fiesta de la Santísima Trinidad, durante la Misa, sintetiza en ese sólo acto toda su vida. Y precisamente en esta fiesta debía ser, porque ella se ofrece al Amor misericordioso, y la Trinidad es misterio de Amor: “la caridad es el Padre, la gracia es el Hijo, la comunicación el Espíritu Santo, oh bienaventurada Trinidad”, reza una antífona de Maitines. Y es misterio de Misericordia: “quia fecit nobiscum misericordiam suam, porque usó con nosotros de su misericordia”, se canta en el Introito y en el Ofertorio.

 

“UNA LEGIÓN DE PEQUEÑAS VÍCTIMAS”

 

Pero así como en Pentecostés, el Espíritu Santo descendió como fuego no sólo para consumir en el Amor a la Santísima Virgen, sino también para encender por Ella al mundo entero; así también en el día de la Octava de Pentecostés, Santa Teresita comprende muy claramente que la gracia recibida no es sólo para ella. Apenas sale de la Misa, arrastra a su hermana Celina ante la Madre Inés, superiora del Carmelo en ese momento, y, tras breve explicación, pide permiso para ofrecerse ambas al Amor misericordioso. La aprobación es dada sin pensarlo mucho, confían completamente en su prudencia. Por la tarde de ese domingo, Santa Teresita redacta el texto de su Ofrenda: “¡Oh, mi Dios, Trinidad bienaventurada!” Son los ecos todavía de las antífonas cantadas por la mañana en Maitines: O beata Trinitas! El martes, día 11 como el día de hoy, ante la Virgen de la Sonrisa, se ofrecen juntas como Víctimas de holocausto al Amor misericordioso. Tres días después, el viernes 14, recibe la respuesta del Cielo: durante el Vía Crucis, se siente casi morir por el ardor del Amor divino.

De allí en más, Santa Teresita se convierte en verdadero Apóstol de esta consagración. Así como hizo con su hermana Celina, va a arrastrar tras de sí a sus otras hermanas, a sus novicias, y va a considerar esto como la misión que le ha encomendado Dios. Así lo dice a su hermana María del Sagrado Corazón, concluyendo la carta que pasó a ser el capítulo IX de Historia de un alma: “Pero, ¿por qué estos deseos de comunicar tus secretos de amor, oh Jesús?...Sí, estoy segura de ello, y te conjuro a que lo hagas. Te suplico que abajes tu mirada divina hacia un gran número de almas pequeñas. ¡Te suplico que escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu Amor!”.

¿Por qué recodar de modo tan especial un acontecimiento en la vida de uno de los tantos santos que la Iglesia ha dado al mundo? Los hechos nos responden. Después de su muerte, un verdadero “Huracán de gloria” envolvió al mundo, y fueron legiones las almas que la siguieron en su ofrenda. Cuando recién se preparaba su proceso de beatificación, San Pío X, en audiencia privada, llamó a esta carmelita “la Santa más grande de los tiempos modernos”, expresión que puede considerarse profética. La Ofrenda al Amor misericordioso no fue solamente corona en la vida de una Santa, sino que es corona de una verdadera doctrina entregada por la Providencia a nuestro siglo, lo que Santa teresita llamó “mi caminito” y los Papas denominaron el Camino de la Infancia Espiritual.

 

“DESEO SER SANTA, PERO SIENTO MI IMPOTENCIA”

 

Decimos que la Ofrenda es síntesis y corona de la vida de Santa Teresita. Pues bien, esta vida puede resumirse en un conflicto. Conflicto que tiene como uno de sus contrarios el deseo. La semilla de este deseo, dejada en su alma por el Bautismo, brotará con el temprano despertar de su razón, e irá creciendo en su vida hasta sobrepasar todo límite y ser calificado por ella misma de infinito. Así comienza su Ofrenda: “¡Oh, Dios mío, Trinidad bienaventurada, deseo amaros y haceros amar!...deseo cumplir perfectamente tu voluntad…en una palabra, deseo ser santa.” Pero este deseo chocará con su contrario, la impotencia. ¡Cuánto va a sufrir al verse incapaz de alcanzar lo deseado! Este es el drama de su vida: verse como un grano de arena ante la montaña de la santidad, cuya cumbre se pierde en las nubes. El comienzo de la Ofrenda es justamente la expresión de este conflicto: “en una palabra, deseo ser santa, pero siento mi impotencia”. Santa Teresita resuelve el conflicto. Toda su corta vida la gastará en ello. Y la Ofrenda al Amor misericordioso es la expresión luminosa de su solución.

Solucionando su problema personal, cree haber hallado el acceso a la cumbre donde la espera la Santísima Trinidad. Pero pretende haberlo hallado no sólo para ella sino para todos, y pretende haber hallado no un camino sino un atajo. De allí en más, cuando los otros hablen de escaleras a subir, ella va a hablar de ascensores; cuando los otros hablen de arduas marchas, ella va a hablar de ser llevada en brazos.

 

“¡QUÉ ESTRECHA ES LA PUERTA, CUÁN POCOS LOS QUE DAN CON ELLA!”

 

Mas, a quién no se le presenta, por poco que haya leído autores espirituales, la gran objeción: la santidad no es fácil, ¿por qué, si no, son tan pocos los que la alcanzan? Cuántas veces lo repite San Juan de la Cruz, a quien, sin embargo, Santa Teresita considera su principal maestro: “todo espíritu que quiere ir por dulzuras y facilidad…no le tendría por bueno[2]. Es el mismo Jesucristo quien lo dice: “¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos los que dan con ella!” [3]¡Qué pocos! Ésta es la queja el Corazón de Dios, es la queja de los santos, el Amor no es amado.

Señalemos, sin embargo, que Santa Teresita no es la única que habla de facilidad respecto a la santidad. Hay otras dos grandes devociones, en cierta manera recientes en la historia de la Iglesia, que tienen como nota característica el presentar la santidad como accesible a todos. Hablo de la devoción al Sagrado Corazón y la devoción a la Santísima Virgen, en sus diversas formas. San Francisco de Sales es precursor de la primera, y su doctrina causó escándalo en muchos espíritus de su época. Pero será a una religiosa de la Visitación, orden que él fundó, a Santa Margarita María, a quien Nuestro Señor revelará los secretos de su Corazón divino. Y esta doctrina y lenguaje va a dar la vuelta al mundo, entre otros, en la palabra del Padre Mateo Crawley, apóstol del Sagrado Corazón. Es también característica de la esclavitud mariana de San Luis María Grignion de Montfort, enseñada en su pequeño “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen”; de la filiación mariana, propagada por el Padre Chaminade, fundador de la Sociedad de María; de la devoción al Inmaculado Corazón, de San Juan Eudes, gran apóstol de los Corazones de Jesús y María.

 

“YO ME OFREZCO COMO VÍCTIMA DE HOLOCAUSTO A VUESTRO AMOR MISERICORDIOSO”

 

Y lo que podría resultar aún más sorprendente, es que todas estas vías y sólo ellas, culminan en una Ofrenda o Consagración. San Juan Eudes propaga la consagración al Sagrado Corazón. Nuestro Señor mismo se la pide a Luis XIV, rey de Francia, por medio de Santa Margarita María. De allí va a surgir un movimiento de consagración, que, nacido en Francia (fue Marsella la primera ciudad que se consagró, como tal, al Sagrado Corazón, en 1720), abarcará todo el mundo. En el Concilio Vaticano I se pedirá al papa la consagración de toda la Iglesia, la que anunciará luego León XIII en la encíclica Annum Sacrum, y llevará a cabo en la fiesta del Sagrado Corazón de 1899, que ese año caía, otra coincidencia, el 11 de junio.

También la devoción a la Santísima Virgen, en todas sus formas principales, es coronada por una consagración total a Dios por Ella. Es lo que pide San Luis María, el Padre Chaminade, San Juan Eudes. Santa Margarita María impulsa a sus religiosas a consagrarse al Inmaculado Corazón de María. La misma Santísima Virgen lo pedirá para Rusia en Fátima.

 

“AHORA QUE LA MALICIA VA DESCUBRIENDO SU CARA, MUCHO LOS DESCUBRE”

 

¿Por qué estas novedades? ¿Por qué la exigencia de una ofrenda completa? San Juan de la Cruz, en el primero de sus Dichos de luz y amor nos da la clave. Dice allí: “Siempre el Señor descubrió los tesoros de su sabiduría y espíritu a los mortales; mas ahora…”, recordemos que escribe cuando el protestantismo ha arrancado media Europa a la Iglesia, “mas ahora que la malicia va descubriendo su cara, mucho los descubre”. Cuando el Príncipe de las tinieblas, ese fuerte armado que había sido echado de la sociedad por Aquel que era más fuerte, ha regresado con otros siete espíritus aún peores, y envuelve al mundo en su estrategia de confusión; en esos mismos momentos la Providencia divina desarrolla también su estrategia de amor. Para la helada noche de la caridad en que el mundo ha ido entrando en los últimos siglos, Dios va descubriendo el secreto de su Amor misericordioso. A mayor miseria, mayor misericordia. La devoción a la Virgen, al Sagrado Corazón y a la Infancia espiritual no son sino la manifestación al mundo del Amor misericordioso de Dios. Y si todas concluyen en una consagración, es porque, como dice Santo Tomás[4]: “ad caritatem pertinet immediate quod homo tradat seipsum Deo, es propio de la caridad hacer que el hombre se entregue a sí mismo a Dios”. Son doctrinas del Amor de Dios, y el amor exige donación, oblación.

 

“¿POR QUÉ ESTOS DESEOS DE COMUNICAR TUS SECRETOS DE AMOR?”

 

Pero entonces, ¿ha dejado de ser difícil hoy la santidad? ¡Oh, no!, hoy son todavía menos los que buscan a Dios. Pero importa saber que la dificultad de la santidad no es la dificultad de lo arduo sino de lo escondido. Si tuviéramos que expresarnos en lenguaje filosófico, diríamos que es fácil per se y difícil per accidens. Nuestro Señor dice que su yugo es suave y su carga ligera, pero también dice que “semejante es el reino de los cielos a un tesoro escondido en un campo[5]. Es fácil despojarse de todo para adquirir un campo en el que encontramos un tesoro, lo difícil es descubrirlo. Por eso pone San Luis María como título a una de sus obras “El secreto de María”. Y por eso todo aquel que descubre este secreto arde en deseos de comunicarlo. “¡Oh, Jesús, que no pueda yo revelar a todas las almas pequeñas cuán inefable es tu condescendencia![6], queja que muchas veces repite Teresita.

Y es aquí donde reside lo que Santa Teresita tiene de importante y distinto. Dios le concedió la gracia de poder revelar de modo especialmente claro, accesible, el tesoro escondido, de dar a conocer cuán inmensa es la Misericordia de Dios. Cuando ella, ya enferma, relee los cuadernitos en que ha escrito la historia de su corta vida, se le caen la lágrimas: “lo que leo en este cuaderno es verdaderamente mi alma…Madre mía, estas páginas harán mucho bien, se conocerá mejor la dulzura de Dios…lo sé muy bien, el mundo me amará…es una obra importante[7]. Maravilla ver a cuántas almas han abierto esas hojas el camino a la santidad. No cualquiera puede leer a San Juan de la Cruz, no todos entienden a San Luis María, pero es sorprendente cómo cualquier alma, en toda condición social y en toda condición espiritual, se siente iluminada por la enseñanza de Santa Teresita.

Hay, sí, condiciones para entenderla: hay que entrar en el conflicto que ella entró. En primer lugar, hay que desear la santidad. Al que no desea amar a Dios, nada tiene para decirle Santa Teresita.

Pero esto no basta. Hay muchos que desean ser santos, pero al escucharle hablar de florcitas y pajaritos, y de cosas pequeñitas, les parece que es espiritualidad para niñas. ¡Qué gran error! En la mayoría de los casos les falta la otra condición, que es haberse roto las narices contra el muro que los separa de la santidad. Es necesario haber comprobado su impotencia para esta tarea. Ella, como Nuestro Señor, llama así sólo a los que están cansados de una lucha estéril: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré”. Recién cuando se sufra este conflicto, hace falta Santa Teresita con su “espiritualidad para niñas”. Porque, a fin de cuentas, si de santidad se trata, no somos más que niñas todos nosotros. Estando enferma, decía con buen humor, señalando la foto de un seminarista en traje militar designado como hermano espiritual suyo: "y sin embargo, le doy consejos como a una niña”.

 

“LA MISIÓN DE HACER AMAR A DIOS COMO YO LE AMO, DE DAR A LAS ALMAS MI CAMINITO”

 

Pongámonos confiados en su escuela, que es ella una luz que Dios ha encendido para nosotros, para esta época de crisis y tinieblas. Si queremos conocer al Sagrado Corazón, vayamos a Santa Teresita del Niño Jesús. Lean, si no, “Jesús, Rey de Amor”, donde se reúnen varias conferencias del Padre Mateo Crawley, cómo a cada paso está nombrando a Santa Teresita, a cada paso la pone como ejemplo, a cada paso trae sus enseñanzas. Si queremos conocer y amar a la Santísima Virgen, vayamos también a ella. Muchos se equivocan creyendo que no es una espiritualidad mariana la suya, porque no nombra tanto a la Virgen María. Pero es estar muy lejos de la verdad. Son muy profundas las semejanzas con la doctrina de San Luis María. La misma Ofrenda al Amor misericordioso la hace ante la imagen de la Virgen, y explícitamente por su mediación: “A Ella le confío mi ofrenda, rogándole que os la presente”. Un gran mariólogo, el Padre Emile Neubert, en un libro en que compara a Santa Teresita con la Santísima Virgen, declaraba: “Descubrí que la Santa más grande de los tiempos modernos eran también la Santa más mariana”.

No le dejemos rápido de lado, si a la primera lectura no encontramos lo que creíamos encontrar. No vaya a sucedernos lo que a tantas almas, que entradas en el conflicto de las exigencias divinas, no descubrieron a tiempo el secreto, y llegaron a creer imposible el acceso a la cumbre. Ya entonces sería demasiado tarde.

 

 

 



[1] Sermón en la fiesta de la Santísima Trinidad, 11 de junio de 1995, seminario de La Reja, Buenos Aires, Boletín Credidimus Caritati. Las negritas son del original. 

[2] Subida al Monte Carmelo, L. 2, cap. 7, N° 8.

[3] San Mateo, 7, 14.

[4] Suma Teológica II-II, q. 82, a. 2, ad. 1ª.

[5] San Mateo, 13, 44.

[6] Fin del cap. IX de “Historia de un alma”.

[7] Gaucher: “Histoire de une vie”, pág. 211.

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