ADORAR, AGRADECER, REPARAR Y REZAR
“Cuando
el hombre es ingrato con Dios, y rechaza el Evangelio que es Fuerza, Redención,
Vida y elevación de todo creyente, que es como potencia que enseña a captar los
bienes eternos, que es invitación al sacrificio y la inmolación para
merecerlos, que es alas que le da al alma los vuelos del águila, elevando al
hombre a la nobleza de imagen de Dios, entonces de sus mismas acciones y sus desvíos son como formados y realizados
los flagelos que lo afectan. Estos flagelos llegan irresistibles, como caballos
que galopan hacia la meta, que en el torbellino de la actividad humana rebasan
la meta puesta de la Misericordia de Dios como último límite de su maternal
tolerancia, y derriban a los pecadores.
Estos
flagelos vienen en esa época de la historia del mundo y de la Iglesia en la
cual el mal rebasa todo límite, llega hasta el trono de Dios, y es tan
irreparable que necesita un cataclismo para ser destruido. Incluso cuando no
parece derrotado por el flagelo, éste es siempre una reparación hecha social e
individualmente a la Justicia de Dios y sirve para purificar y recoger a los
elegidos dispersados en la tierra. Nosotros no lo vemos, porque tenemos la
vista muy corta, pero Dios sabe sacar inmensos bienes de los mismos males que
afectan a la tierra. Sólo debemos ante Él doblar nuestra frente, adorar,
agradecer, reparar y rezar. No podemos ser los jueces de hechos que trascienden
tanto nuestra capacidad”.
Padre Dolindo Ruotolo, Comentario al Apocalipsis, capítulo 6.