Por MARCELO RAMÍREZ
Con
el invierno aproximándose, empiezan a llegar noticias dramáticas desde el Viejo
Continente. Polonia autoriza a sus ciudadanos a quemar basura en sus casas para
calefaccionarse, mientras el ministro de economía alemán, Robert Habeck,
advierte la deslealtad de los EE. UU. que aprovechan la situación de escasez de
gas ruso, escasez que los propios estadounidenses han creado, para vender su
gas en pequeñas y carísimas condiciones.
La
inviabilidad de la economía europea queda cada vez más expuesta, Rusia está
estrangulando a la UE privándola de su cuota de energía barata, base de su
industria competitiva.
En
definitiva, la UE se desmorona, sus gobiernos tambalean y la necesidad de un
golpe de timón se vuelve acuciante. Bruselas debe optar por desandar el camino
andado con Rusia para imponerse militarmente a Moscú.
Las
explosiones de los gasoductos definitivamente han cerrado la primera opción
eliminando la tentación de ceder, solo queda como salida la fuga hacia delante.
El
enfrentamiento toma entonces toda su dimensión y la prensa azuza la guerra
nuclear, lo que es acompañado por una serie de advertencias sobre cómo Rusia va
a utilizar armas nucleares tácticas en Ucrania.
El escenario, entonces, es montado con un objetivo que es el de una profecía autocumplida, Rusia intenta no escalar la guerra, pero también tiene líneas rojas a respetar que hacen no solo a su seguridad sino a la tolerancia popular interna.
El
Occidente Colectivo, sin embargo, se empecina en forzar la marcha hacia la
guerra a escala nuclear. El espanto ante el horror de lo que eso significa ha
frenado cualquier debate al respecto, sería el fin del mundo y, por lo tanto,
ese enfrentamiento no se daría según las creencias populares.
A
pesar de ese sentido común preinstalado, la realidad puede ser distinta. Un
estudio realizado por el equipo de climatólogos de la Universidad de Rudgets
dado a conocer hace apenas poco más de un mes, estableció que en caso de una
guerra mundial usando armas termonucleares moriría un 75 % de
la población del planeta. Esta
cifra se alcanza entre aquellos que perecerían como
consecuencia de la acción directa de las
explosiones, como así también con las víctimas del invierno nuclear posterior.
Solamente
un pequeño número de países ubicados en el hemisferio sur y alejados de los
focos de conflicto, podrían sobrevivir con poco o ningún daño.
El
Cono Sur, especialmente el Sur de Brasil, Uruguay, Chile y Argentina, serían
quienes contarían con las mejores probabilidades junto a algunas islas del
Pacífico y Australia, aunque esta última seguramente será blanco de misiles
chinos.
Argentina,
de acuerdo a los especialistas de Rudgets, sería el menos afectado, y en un
mundo desbastado por la guerra, sería simplemente un territorio más que
apetecible para los sobrevivientes. Si las elites globalistas insisten en
forzar la guerra nuclear, no es demasiado aventurado pensar que deben tener un
plan en el cual estén a salvo y pueden usar una base territorial para
reconstruir posteriormente el mundo de acuerdo a sus intereses.
Si
bien todo esto puede parecer producto de una mente afiebrada, tal vez se
debería reconsiderar ese pensamiento en función de los sucesos actuales donde
demasiadas coincidencias se alinean.
¿No
podemos encontrar un patrón destructivo en la forma en que se ha ido avanzando,
en el desmantelamiento de las cadenas de suministros, en el encarecimiento y
escasez de la energía? ¿Son creíbles las razones que hicieron que se cierren
plantas de fertilizantes en el Reino Unido a fines del año pasado, antes del
conflicto militar en Ucrania, preanunciando un aumento del precio de los
alimentos y conduciendo al hambre millones de personas?
Hace
apenas un año la hipótesis de una guerra nuclear habría sido descartada como
algo demencial, pese a ello hoy los principales líderes del mundo se refieren a
ella en forma amenazante.
La
realidad parece superar entonces a las más alocadas hipótesis y crean
escenarios impensados, por lo menos para el común de los mortales.
En
medio de estos sucesos vemos señales muy fuertes de que los EE. UU. han
decidido sacrificar a los europeos para tratar de ralentizar, al menos, lo
inevitable como es la pérdida del control mundial. EE.UU. vuelve
entonces su mirada hacia su región y coloca gobiernos amigos cubiertos de un
manto progresista, que confunden a sus pueblos con posiciones de la izquierda
despierta [woke], pero que en realidad esconden la defensa de los
intereses de las élites globalistas que controlan Washington.
Vemos
así que en Chile, el país más estable y organizado de la región, se produce una
revolución de color que pone contra las cuerdas el gobierno de Pineda,
desestabiliza la economía y la política y abre paso a un gobierno como el de
Boric. Un político joven, con escasos antecedentes, pero que por izquierda
llega al poder e inmediatamente se pronuncia contra Rusia, China, Irán y otros
países antipáticos al globalismo, impulsando además una nueva Constitución que
establece a Chile como un país plurinacional y el aborto. Todo a pedir del
globalismo de Washington, aunque demasiado rápido para el paladar del pueblo
chileno que les ha dicho no. Conociendo los antecedentes, seguramente volverán
a insistir o producirán reformas a través de otros mecanismos como la Justicia.
Como sea, Chile ha sido herido profundamente y su decadencia ha comenzado.
La
situación se repite con un Petro que llega al poder con una Francia Márquez,
una política que es todo lo soñado por el globalismo: feminista, defensora de
derechos LGBT, ambientalista, etc. Petro, mientras tanto y apenas asumido,
invita a las FF.AA. de EE. UU. a participar en la defensa del Amazonas.
Así
es la izquierda actual.
En
Brasil Lula corre con el caballo del comisario. Apoyado por la Banca
internacional y localmente por el banco Itaú, con un respaldo de la prensa
corporativa global y local junto a los líderes de la “comunidad internacional”.
El
expresidente se ha manifestado reiteradas veces a favor de la intervención de
la UE en la explotación del Amazonas, y ha dicho que la soberanía de los
Estados debe ser limitada y obediente a lo que resuelvan las Naciones Unidas.
Si
queda aún alguna duda de qué intereses representa Lula hoy, podemos mencionar
que el mismo Departamento de Estado que lo encarceló, le ordenó a la Justicia
brasileña que lo libere con la excusa de errores formales y problemas de
jurisdicción.
Lula
tiene todo para ganar la segunda vuelta electoral en Brasil, excepto el apoyo
del pueblo brasileño. Pero esto es algo que parece no preocupar demasiado, la
empresa Oracle, de conocidos contactos con la CIA, es la encargada de controlar
el recuento de los votos.
Como
sucedió en el 2018 con la elección de Trump y Biden, nadie podrá cuestionar el
resultado porque simplemente no hay voto auditable, la Justicia negó esa
posibilidad junto con el Congreso.
Con
el control absoluto de la prensa y de la propia Justicia, pocos caminos le
quedan a Bolsonaro. El actual presidente solo cuenta con el respaldo de Putin y
de los BRICS, pero su propia indefinición limita sus acciones.
Con
una enorme convocatoria popular, Bolsonaro no se ha atrevido a enfrentar a los
otros poderes y ha retrocedido ante la presión. No parece que sea capaz
de endurecer su posición, aunque el tema está abierto, como sea, el globalismo
puede retomar el control total de Brasil con Lula.
El
último caso que vamos a citar es el de la Argentina, cuyo gobierno es
presentado como “de izquierda” por la prensa. ¿Lo es en realidad?
Las
políticas económicas que ha impulsado son las de un ajuste, que con la llegada
de Sergio Massa se han profundizado hasta niveles impensados.
Debajo
de una cobertura de “género”, que también ha hecho las delicias del globalismo
impulsando políticas como documentos de identidad “no binarios” o el suministro
de anticonceptivos a menores a partir de los 13 años sin la presencia de
adultos y la castración a partir de los 16 años en las mismas condiciones.
Estas
políticas, que además fomenta la partición del territorio argentino a partir
del indigenismo mapuche desde el propio Estado, han alejado de la voluntad
popular al gobierno de los Fernández.
Un
último dato vamos a dejar para dar muestra de cómo el país ha sido entregado al
globalismo. Luego de haber planteado un desafío a la hegemonía occidental en
Malvinas, la Argentina ha ido desmantelando sus fuerzas armadas con la excusa
de la represión política, impulsada desde Londres y Washington.
Una
situación extraña de restricciones de equipamientos, si se considera que la
represión no se hace con aviones cazas o submarinos, sino con equipos livianos.
No obstante, lo que Argentina ha hecho es desmantelar sus fuerzas militares
argumentando que carece de hipótesis de conflicto, aun cuando parte de su
territorio se encuentra bajo dominio de una potencia de la OTAN.
Un
caso ejemplar es la necesidad de incorporar cazas polifuncionales, de los
cuales hoy carece el país.
Rusia
ha ofrecido cazas SU 30 y otros que han sido rechazados por la Argentina, para
luego impulsar la venta de MIG35. Estos cazas de altas prestaciones, baratos, y
que se podían pagar con materias primas, han sido desechados por el ministro de
Defensa Taiana con el argumento de que “son rusos”.
En
estos días se ha conocido un informe de un portal de defensa británico (https://ukdefencejournal.org.uk/f-16-jets-for-argentina/) que
reconoce que eso se debe a la interferencia del Reino Unido, y desde ese
momento cobra fuerzas la incorporación de los F16 daneses, dados de baja y que
son versiones de hace varias décadas. Aviones con poca vida útil, que hay que
actualizar y que son del principal socio británico, los EE. UU.
¿Por
qué Argentina se decide por estos aviones, más caros y que no sirven para las
necesidades locales si tiene un gobierno de izquierda?
Bueno,
una foto de la comandante del Comando Sur de los EE. UU., Laura J. Richardson,
con la vicepresidenta y mujer fuerte del gobierno argentino, Cristina Fernández
de Kirchner, puede echar luz al asunto. Tal vez sea más razonable sospechar que
la jefa estadounidense vino a “explicar” que lo mejor para la Argentina no son
aviones rusos ni chinos, sino de EE. UU., que creer que esta foto era porque
son dos mujeres empoderadas.
Con
una guerra nuclear en puerta, siendo el cono sur americano tal vez la única
región apta para la vida por un buen tiempo, EE. UU. posa sus ojos y pone sus
músculos en acción para retomar el control.
Países
dóciles, divididos, fragmentados e indefensos pueden garantizar una salida a
futuro si las cosas se salen de control.
Argentina,
rica en alimentos, con energía, minerales y agua potable, tiene todo para tener
un gran futuro, claro, siempre y cuando sus políticos no la entreguen a los
intereses anglosajones como ya lo vienen haciendo.