El texto
que sigue es traducción de una conferencia dada por el general Paitier el 3 de
septiembre último durante las 52 Journées Chouannes. Reproducido por Lectures
FranÇaises N° 785, Septiembre 2022, revista mensual editada por
DPF VAD en Chiré-en-Montreuil.
Por el general (2S) MARC
PAITIER
El fin de la URSS era una oportunidad inmensa para el porvenir
de Occidente, pero en lugar de asociar Rusia al concierto de las naciones
europeas, la hemos despreciado, marginado. Hemos cometido un trágico error de apreciación
pensando que teníamos todo por ganar con una Rusia débil. La guerra en Ucrania es una consecuencia de
este enceguecimiento.
Constato que hoy es imposible debatir objetivamente de
este evento dramático. Del lado del pensamiento dominante, prevalece la
histeria anti-rusa con un maniqueísmo que prohíbe toda aproximación crítica.
Todo punto de vista divergente es tildado de complotismo; la menor diferencia
es denunciada como una complicidad con Moscú.
Esta dictadura de lo “políticamente correcto” no se ahorra,
desgraciadamente, a nuestra pequeña familia de pensamiento que sostiene más
bien la parte rusa, pero en el seno de la cual la investigación de la verdad es
también a veces sacrificada sobre el altar de la ideología y de la toma de
partido. Yo he hecho la amarga
experiencia luego de dos artículos escritos en una publicación que nos es muy
próxima y que me han valido cartas de insultos de parte de algunos lectores
porque yo no presentaba todo según el punto de vista que ellos habrían querido
escuchar. Ningún argumento me fue opuesto, solamente injurias. Triunfo de la
vulgaridad y caída de la inteligencia.
Lo confieso, yo formaba parte de aquellos y éramos
numerosos comprendidos en esto las oficinas y los estados mayores bien
informados, que pensaban que Rusia no invadiría jamás militarmente Ucrania. Yo
estimaba que se trataba de una intoxicación de la propaganda norteamericana.
Cuando esta invasión se tornó realidad, los Estados
Unidos seguidos de manera casi unánime por las democracias occidentales hicieron
el juego de condenar a Rusia, de demonizar a su presidente y de tomar la
defensa de la “valiente Ucrania”, víctima del “ogro ruso”. Habíamos encontrado
un enemigo, el buen tiempo de la guerra fría que oponía el campo del bien
contra el campo del mal se había restablecido.
En ningún momento, hemos asistido a una puesta en
perspectiva de los acontecimientos con la distancia que conviene para países
que no son directamente concernientes por una guerra que es en principio una
guerra civil. Nos hemos asociado servilmente a la línea norteamericana con un
discurso belicoso que no se había escuchado desde hace mucho tiempo. Olvidados
los dividendos de la paz resultante del colapso del muro y del imperio soviético.
El espectro del retorno de la guerra sobre el teatro europeo, la amenaza
nuclear siendo entrevista con desenvoltura, cuidado y ligereza me han permitido
comprender esos encadenamientos irracionales y esos enceguecimientos que en el
pasado han ensangrentado el continente europeo.
Dispongo de algunas páginas para tratar un tema de extrema
complejidad. No buscaré por lo tanto ser exhaustivo. No abordaré la cuestión de
las operaciones militares. Comenzaré por el extraordinario formateo de la opinión
que contiene todos los ingredientes de la desinformación. Me interesaré en las
razones del conflicto ubicando los eventos de actualidad en la perspectiva histórica
que los esclarecen. Pondré a la luz el juego malsano de los Norteamericanos y
la inexistencia estratégica de los Europeos antes de considerar las sombrías perspectivas
que este conflicto deja entrever. Sobre
cada uno de esos puntos, uno puede tener aproximaciones e interpretaciones
diferentes. No pretendo detentar todas las claves de comprensión, sino
simplemente dejar aquí algunas reflexiones de sentido común.
EL MODELADO DE LA OPINIÓN
Como en los Balcanes, en los años 90, la guerra en Ucrania hoy da lugar a un formidable condicionamiento de la opinión destinada a hacer caer toda la responsabilidad del conflicto sobre las espaldas de Moscú y a prohibir todo razonamiento fuera de esta consideración. Los responsables políticos, cual fuere, por otra parte, la simpatía que ellos hayan podido probar hacia Rusia, son llevados a condenar sin reserva la intervención rusa y a exaltar la resistencia ucraniana. No conozco más que dos excepciones que resisten a ese diktat [en Francia]: Thierry Mariani e Yves Pozzo di Borgo. Vaya en su honor.
No tengo el tiempo de analizar acá todos los
componentes y los efectos de la operación de desinformación concerniente a
Ucrania. Ella presenta los cuatro síntomas definidos por Vladimir Volkoff:
-Todo el mundo dice la misma cosa. La narrativa va en
un sentido único.
-La opinión está sobre informada en el sentido querido
de manera de hacer del desinformado un desinformador.
-Todos los buenos están de un lado y los malos del
otro. Lo que dice Kiev es verdadero por
definición; lo que dice Moscú es falso por principio.
-Alimentación de la emoción en el sentido querido
(masacre de Bucha), abandono de todo sentido crítico.
Toda puesta en perspectiva que podría cuestionar el
estado de víctimas de los ucranianos, de verdugos de los rusos y de humanistas de
los norteamericanos está prohibido. Hay un rechazo a considerar las causas
verdaderas del conflicto, los acontecimientos que condujeron a ello y la
responsabilidad de los diferentes actores que en ello son implicados. Conviene
ver eso.
PUESTA EN PERSPECTIVA
La invasión de Ucrania no es producto del cerebro malo
de un paranoico, sino el resultado de un largo proceso de degradación de la
seguridad en Europa que no hemos querido ver.
Cuando se psiquiatriza a su adversario, cuando se lo trata de loco, uno
está en el grado cero del análisis político. Antes de considerar las razones
objetivas de esta guerra, no es inútil recordar ciertas heridas históricas de
la relación entre Ucrania y Rusia que son hoy explotadas en sentido diferente
por los unos y los otros. Es siempre la historia quien nos da la clave de
lectura más segura. Nos detendremos luego sobre la personalidad del presidente
ruso.
Sobre
Rusia y Ucrania
Ucrania es la Rusia de Kiev, fundada al fin del siglo
IX. Es una mezcla de escandinavos, de eslavos, de bizantinos y de occidentales.
Kiev es la cuna de Rusia; Vladimir, gran príncipe de Kiev, es el Clovis ruso. Recibiendo
el bautismo en 988, impuso a su pueblo el cristianismo de rito bizantino. Es considerado
como un santo en la Iglesia católica y en la iglesia ortodoxa. El apogeo de
esta Rusia de Kiev, es Yaroslav el Sabio en el siglo XI del cual su hija Ana
devendrá reina de Francia casándose con Enrique I. El principado de Kiev ha
sido destruido por los Mongoles en el siglo XIII. La reinante dinastía de los Rurik
se refugió entonces en Moscú. Allí reinará hasta el fin del siglo XVI antes del
advenimiento de los Romanov. Hay entonces una herencia disputada: de un lado
Ucrania considera que la Rus de Kiev es el fundamento histórico de Ucrania; del
otro lado los Rusos estiman que por la emigración de los Rurik y de los
príncipes de Kiev, el pasado de Ucrania, es el pasado de Rusia. Esta diferencia
de perspectiva explica bien varias cosas.
El Holodomor, literalmente “exterminar por el hambre”,
es una hambruna artificial ligada a la política de colectivización estaliniana
de la agricultura en 1932-1933 que dejó entre 3 y 5 millones de muertos en
Ucrania. Se comprende, pues, que ella constituya un traumatismo. Kiev considera
este episodio como un verdadero genocidio mientras que Moscú estima que se
trata de una tragedia común a todos los pueblos soviéticos. Ucrania, en ese
caso, no podría prevalecer en el monopolio de victimización tanto como Rusia no
prevalecería como opresor. La nación ucraniana,
perpetuando el mito del Holodomor, busca trascender sus divisiones
lingüísticas, religiosas y regionales. El tema es largamente explotado desde la
independencia por los gobiernos ucranianos sucesivos, como medio de legitimidad
y de base para construir una identidad nacional que verdaderamente jamás
existió. Victor Youvchenko, llegado al poder con la revolución naranja de 2004
elevó al Holodomor al rango de un genocidio comparable a la Shoah. Arrogándose
el papel de víctima absoluta del opresor soviético, por lo tanto ruso, el poder
ucraniano afirmaba así la oposición histórica entre los dos países. Cuando
Victor Yanukovich, el gran perdedor de la Revolución naranja y candidato
pro-ruso del “Partido de las Regiones”, ganó la elección presidencial ucraniana
en enero de 2010, repudió oficialmente la tesis del genocidio, en estos
términos:
“Reconocer el
hambre como un hecho de genocidio en relación a un pueblo o a otro sería inexacto
e injusto, se trata de una tragedia común de los pueblos que formaban entonces
la URSS”.
Se trataba para él de restaurar un clima de confianza
con Rusia. Después del Holodomor cuando Ucrania fue purificada de su burguesía
agrícola, numerosos ucranianos jugaron un papel importante en el sistema soviético,
en la vida económica, en las fuerzas armadas y en la política, lo que demuestra
que no había voluntad rusa de debilitar esa tierra ubicada en los márgenes del
imperio. Numerosos responsables políticos de primer rango eran ucranianos como
Kruschev, Brezhnev, Podgorny, Tchernenko, Gorbachov por parte de su madre,
(notemos que Ucrania prohibió a Gorbachov la entrada a Ucrania a continuación de
su apoyo a la anexión de Crimea por Rusia. “Yo estoy absolutamente convencido
que Putin defiende hoy mejor que nadie los intereses de Rusia” afirmaba en 2014
aquel a quien se ha definido como el anti-Putin).
Después de la división de Polonia en 1795, Rusia puso
la mano sobre toda Ucrania a excepción de Galitzia y Volinia que pasaron al
control de Austria. Esta parte de Ucrania es de cultura germánica y católica.
Es la cuna de la literatura y de la lengua ucraniana, visceralmente anti-rusa.
Durante la Segunda guerra mundial, ella proporcionó un ejército que bajo las
órdenes del general Bandera, jefe de la Organización de nacionalistas
ucranianos colaboró con la Alemania nazi, no por adhesión ideológica, sino por
rechazo de la dominación de la Rusia bolchevique sobre Ucrania. Ucrania vio en
el ejército alemán un ejército de liberación. Galitzia y Volinia no se volvieron
rusas sino en 1945 y les hizo falta diez años a los bolcheviques para someter a
los partisanos banderistas. Todo eso dejó marcas que reaparecen hoy. El discurso
de Putin viendo en todo ucraniano un nazi en potencia es un argumento de
propaganda que fue también de los soviéticos. Es por lo menos sorprendente
verlo retomado por ciertos católicos de la tradición.
Esas heridas históricas de las que acabo de citar tres
ejemplos, explican la naturaleza de la relación entre Rusia y Ucrania, pero
esta relación es también la de un pasado común. Un tercio de los rusos tienen
orígenes ucranianos y viceversa del lado ucraniano. Se puede así decir que hay
una verdadera proximidad entre los dos países. Si ellos no son hermanos, al
menos son primos próximos.
Sobre
Putin
Es alguien que tiene una muy alta visión de la
historia de Rusia. Llegó al poder para devolverle a ésta su honor, su grandeza
y su dignidad. Busca situarse en la continuidad de Rusia, construir un relato
de la historia nacional que integre los Rurik, los Romanov y la revolución rusa
(con el culto de la victoria sobre la Alemania nazi), tomándose algunas
libertades con la historia y la verdad. No es un dictador, es un pragmático
mucho más racional de lo que se cree. Para muchos, afirmar eso es hacerle el
juego a Putin. Aquel se burla de los juicios morales que se le hacen. Putin
considera como Clausewitz que “la guerra es la continuación de la política por
otros medios”, lo que nosotros no comprendemos desde que nuestro coraje se ha
ablandado. Hacer de Putin un nuevo Hitler no permite comprender los objetivos
buscados en Ucrania. Él había intentado al comienzo de los años 2000 aproximarse
a los Estados Unidos, Europa y el mundo occidental en general. El por entonces presidente
Obama que lo ha frecuentado durante ese período, viene de declarar: “Yo no sé
si la persona que yo conocí es la misma que aquella que dirige el ataque contra
Ucrania”. Alguna cosa ha cambiado en el espíritu de Putin, alguna cosa se ha
quebrado que nosotros vamos ahora a intentar comprender.
Las
razones de un conflicto
Putin no ha cesado de buscar hacer escuchar y admitir
a los occidentales que la extensión permanente de la OTAN hasta las fronteras
rusas no era aceptable. Esta extensión es sentida como una amenaza. Ese
sentimiento justificado jamás fue tomado en serio por la OTAN y los países
europeos lo que provocará en Putin un terrible resentimiento. En 2007, en Múnich
él denuncia esta indiferencia occidental en relación a las preocupaciones
legítimas de Rusia concerniente a su seguridad. Un año después fue la guerra en
Georgia.
Si Rusia ha renunciado a su imperio, ella no ha
renunciado a su zona de influencia, lo que es natural. Putin no busca
reconstruir un gran imperio del cual Solzhenitsyn decía que conduciría al
pueblo ruso a la muerte haciéndole perder su identidad. Los Rusos quieren sin
embargo conservar una influencia sobre Bielorrusia, Ucrania y Georgia. Bajo la
presidencia de Yanukovich (presidente de Ucrania desde febrero de 2010 hasta
febrero de 2014) Rusia había obtenido que el estatus de neutralidad de Ucrania sea
inscripto en la Constitución, que el estatus oficial de la lengua rusa sea
reconocido y que el arriendo sobre el puerto de Sebastopol en Crimea sea
establecido hasta 2045. Desde entonces, todas esas adquisiciones se volvieron
caducas. En junio de 2021, un acuerdo con la OTAN hizo de Ucrania uno de sus
seis socios privilegiados de la organización atlántica. Se ha visto entonces
llegar cooperadores militares para refundar las fuerzas armadas ucranianas. “Ucrania no estaba en la OTAN pero la OTAN
estaba claramente en Ucrania” (Jean de Gliniasty, antiguo embajador francés
en Rusia). Una línea roja venía de ser cruzada sin que Occidente tomara
conciencia.
Más allá de las consideraciones miliares y políticas, hay
un aspecto del conflicto, a menudo ocultado, que es su dimensión civilizatoria
y aquel de la preservación de la identidad nacional. El presidente ruso
desprecia profundamente el Occidente que él considera decadente. Él defiende la identidad de la Rusia forjada
por la ortodoxia en oposición total a los “valores” occidentales, materialistas
e individualistas. Toma como suyos los
reproches que Solzhenitsyn dirigía en 1978 a Occidente delante de los
estudiantes de Harvard:
“No, yo no puedo
recomendar vuestra sociedad como ideal para la transformación de la nuestra (…)
Nosotros habíamos puesto demasiadas esperanzas en las transformaciones
político-sociales, y se reveló que nos han quitado lo que teníamos de más
precioso: nuestra vida interior (…) ¿Cómo el Oeste ha podido declinar, de su
paso triunfal a su debilidad presente?”
Vladimir Putin está verdaderamente obsesionado por la
cuestión cultural. En la nueva Constitución promulgada el 1° de julio de 2020,
de la cual no se ha destacado más que la posibilidad dada al presidente de
mantenerse en el poder, figura en buen lugar la defensa de los valores
tradicionales de la sociedad rusa, de los cuales la familia y el patriotismo
son considerados como los cimientos de la cohesión nacional. Se apoya también
sobre la Iglesia Ortodoxa que no duda en instrumentalizar para defender su política.
Ese retorno a los valores tradicionales de Rusia constituye la principal razón
de la rusofobia en Occidente. La opinión pública rusa parece, al contrario,
aprobar mucho al presidente Putin en su defensa del alma rusa y su rechazo del
modelo occidental. Se comprende entonces el peligro que representa una
aproximación entre Ucrania y Europa. Los ucranianos que pueblan la parte
occidental del país sueñan con integrar la Unión Europea y adoptar sus costumbres.
No es por azar si el movimiento extremista “Femen” nació en Ucrania. Putin y el
modelo ruso constituyen para ese grupo de feministas histéricas el empuje
absoluto que exalta los valores viriles y patriarcales. La ideología LGBT gana
terreno, animada por donantes extranjeros. En 2019, 8.000 personas participaron
en Kiev de una “marcha del orgullo gay” autorizada por el gobierno a pesar de
la oposición de las iglesias ortodoxa y greco-católica. En 2021, otras
manifestaciones de ese género tuvieron lugar en otras ciudades del país como
Kharkov y Odessa. Bajo presión de la Unión Europea, una enmienda ha sido votada
en el parlamento en favor de homosexuales y contra su discriminación en el
trabajo. Ucrania es también el país más laxista en materia de turismo médico y
un “Eldorado” para las parejas sin hijos.
Putin ha considerado que el tiempo jugaba contra Rusia
y que hacía falta actuar ahora, siendo la victoria más a menudo de aquel que
golpea primero. Lo ha hecho con el apoyo de la población. Dicho esto, esta
guerra no comenzó en febrero de 2022, sino en 2014 con los bombardeos
ucranianos contra las poblaciones de Donetsk y de Lugansk, en contradicción con
los acuerdos de Minsk a los cuales Putin había adherido sin reserva, lo que
demuestra que él no ha desdeñado inicialmente el camino diplomático. Los
acuerdos preveían un cese del fuego inmediato, el retiro de todas las tropas
extranjeras, la creación de una zona tapón desmilitarizada, un largo estatuto
de autonomía para las regiones separatistas de Donetsk y de Lugansk con la
organización al fin de elecciones. El rechazo ucraniano de aplicar esos
acuerdos de los cuales Francia y Alemania eran garantes constituye una de las
causas mayores de la guerra. Hay que añadir a eso un cierto número de hechos
graves como la presunta existencia de laboratorios ucranianos de guerra
bioquímica, la presencia de consejeros militares occidentales, la preparación
de una ofensiva ucraniana contra los enclaves separatistas de los cuales Moscú
venía de reconocer la independencia.
EL JUEGO ENFERMIZO DE LOS NORTEAMERICANOS
No cesan de echar aceite sobre el fuego utilizando un
lenguaje que cierra la puerta a la razón y a toda negociación: Putin es un
carnicero que debe ser puesto delante de la Corte penal internacional, Rusia es
responsable de crímenes de guerra e incluso de un genocidio. Más allá de las
palabras, Estados Unidos sostiene masivamente al ejército ucraniano con envíos
de armas colosales cifradas en decenas de miles de millones de dólares.
Prolongan y extienden así el conflicto con todas las pérdidas humanas y las
miserias que de ahí resultan. Ese juego siniestro se inscribe en una estrategia
concebida de larga data. Los norteamericanos están detrás de la revolución
naranja y el golpe de Maidan.
“Victoria
Nuland, la actual sub-secretaria de Estado de Joe Biden, jugó un rol activo
sobre el terreno en Kiev, en la preparación y la conducción de este golpe y lo
reivindica. Desde entonces y con la puesta en activo de un gobierno “pro-occidental”,
Estados Unidos no cesa de norteamericanizar Ucrania, tanto en el dominio social
como en el dominio militar”.
Los norteamericanos movieron a Putin a actuar así afirmando
que ningún soldado norteamericano intervendría sobre el suelo ucraniano. Ellos
han instrumentalizado el poder y el pueblo ucranianos para destruir el poder
ruso al riesgo de una escalada militar de la cual los Europeos pagarían el
mayor precio. Igual que ellos movieron a
Saddam Hussein a invadir Kuwait, ellos crearon deliberadamente las condiciones
de una intervención armada de Rusia para organizar a continuación la movilización
general contra ella. La guerra en Ucrania es la ocasión soñada por el complejo
militar-industrial norteamericano y la OTAN, su brazo armado, de infundir por
todas partes su rusofobia con la complicidad de los media y de los influencers
que son sus empleados.
LA INEXISTENCIA ESTRATÉGICA DE EUROPA GRAN PERDEDORA
DE LA GUERRA EN UCRANIA
Habida cuenta de su estructura y de sus intereses contradictorios,
Europa no puede tener una diplomacia coherente fundada sobre una visión
colectiva. Ella pasa su tiempo en hablar de democracia, de derechos del hombre,
de libertad para camuflar mejor su impotencia. La autonomía estratégica de
Europa no es más que un engaño que la guerra en Ucrania enterró. Ella no es
sino la fuerza supletoria de los Estados Unidos. Su continuidad constituye un
dramático enceguecimiento. La OTAN devino una herramienta de poder anti-ruso
sobre las espaldas de los Europeos. Los Estados Unidos no cesaron de prohibir
toda aproximación entre Europa occidental y Rusia lo que tiene por consecuencia
arrojar a los Rusos en los brazos de China. Ese encarnizamiento de los Estados
Unidos contra Rusia muestra cuánto el poder americano apenas tiene en cuenta
las nuevas realidades del mundo actual. Ellos podrían haberse interesado en
tener, de cara a las nuevas potencias emergentes y a China, una verdadera
potencia europea y una Rusia fuerte arrimada a Europa.
Europa debería haberse desolidarizado de los Estados
Unidos, crear las condiciones de una alianza con Rusia y construir con ella una
verdadera arquitectura común de defensa y de seguridad. La alianza de la
riqueza europea, de la libertad de emprendimiento, del espíritu de iniciativa
con la inmensidad y la profundidad estratégica de Rusia, pero también con la
inteligencia de los investigadores, de los sabios y de los ingenieros rusos,
habría podido constituir un tercer polo capaz de crear un equilibrio favorable
a la paz. Putin esperaba un gesto en ese sentido. Él fue conducido fuera de allí. En lugar de
eso, los europeos se alinearon con la posición norteamericana y se volvieron
odiosos al pueblo ruso imponiendo sanciones y medidas punitivas fuera de lugar
haciendo prueba en la circunstancia de una ingenuidad culpable y de una
increíble ligereza, porque ellas se volvieron enseguida en su contra (penuria
de materias primas de la energía, inflación, paro, endeudamiento excesivo,
caída de las exportaciones…) mientras que sus consecuencias permanecen
limitadas en Rusia que vende desde entonces su petróleo y su gas a China y a
India. Al final, Rusia mostrará una capacidad mucho más grande para sobrellevar
las pruebas.
En ese contexto, Francia no asumió su vocación
histórica de potencia de equilibrio y de apaciguamiento sirviéndose de los activos
de que ella dispone, pero que ella no tiene la valentía de utilizar: su sede en
el consejo de seguridad, sus fuerzas armadas que, pese a sus lagunas, sigue
siendo la más operacional de las fuerzas armadas europeas, su posesión del arma
atómica, su dominio marítimo que es el segundo del mundo, sus antiguas
posiciones en África, su economía, su influencia a través de la cultura y la
francofonía. En 2003, el discurso de Villepin contra la guerra norteamericana
en Irak fue el honor de Francia. En 2008, el presidente Sarkozy sin ser enviado
triunfó en impedir a los rusos invadir Georgia y negociar un acuerdo de paz
aceptado por las dos partes. Notemos de paso que los norteamericanos han hecho
todo para disuadir al presidente georgiano Saakachvili de firmar este acuerdo.
En Georgia en 2008 como en Ucrania en 2022, su política es la misma que es
provocar la guerra. En febrero último, el presidente francés intentó renovar la
proeza de su predecesor. Fracasó. El asunto era sin dudas más difícil esta vez,
y él no tenía el peso necesario. Debe reprochársele sobre todo de, a
continuación, haberse alineado con los norteamericanos, de no haber hecho sonar
la voz particular de Francia, de haber abdicado nuestra misión histórica.
CONCLUSIÓN
Regreso sobre el título de esta corta conferencia:
“Ucrania, ¿una guerra justa?”. Yo no busqué finalmente responder a esta
interrogación ni a llevar un juicio moralizador. A cada uno corresponde formar
su opinión. Solamente busqué mostrar las razones que han llevado a Putin a
invadir Ucrania. Las resumo:
-No respeto de los acuerdos de Minsk y exacciones
contra las poblaciones rusas en el este del país;
-Movida de la OTAN hacia el Este percibida como una
amenaza para la seguridad de Rusia;
-Rusofobia cuidadosamente orquestada por los
norteamericanos.
En el espíritu del presidente Putin, esos elementos
justifican la operación militar que él ha desencadenado respondiendo a dos
criterios de la guerra justa: justa causa e intención recta. Putin pudo haber
tenido más problemas, en revancha, al justificar este otro criterio: “el mal
engendrado debe ser inferior al mal evitado y la situación resultante de la
guerra debe ser mejor que aquella que prevalecía antes del conflicto”. Esta
guerra más allá de las ganancias territoriales (20% del territorio ucraniano
bajo el control ruso) produjo dos efectos que no formaban parte de los
objetivos buscados: el reforzamiento y crecimiento de la OTAN; la emergencia de
un sentimiento nacional ucraniano que no estaba tan afirmado antes de la
guerra. Jean de Gliniasty, a quien ya he citado, estima que ese sentimiento
nacional resulta “de una fusión entre la parte rusófona en el este y de la
parte ucranófona en el oeste”. Hay sin dudas que relativizar esta afirmación.
En las zonas separatistas de Donbass, los soldados rusos han sido recibidos
como libertadores. El sentimiento anti-ruso que Zelensky ha sabido movilizar
con un cierto talento es el de las grandes ciudades y clases medias
occidentalizadas desde hace un cierto tiempo.
Nadie puede prever la evolución del conflicto, pero
por ahora el partido de la guerra es más fuerte que el partido de la paz y el
sostén de Occidente a Ucrania prolonga el conflicto. El presidente ucraniano
movido por los norteamericanos afirma que la guerra se detendrá únicamente
cuando todos los territorios perdidos hayan sido reconquistados comprendido
también Crimea, lo que es pura ilusión. El presidente Zelensky lleva una parte
de responsabilidad en esta guerra no habiendo aceptado para su país un estatus
de neutralidad, estatus que no tendría nada de deshonroso. Está mal ubicado
para exigir hoy a todos los países occidentales que se comprometan sin reserva
a su lado en una guerra que él habría podido evitar por una actitud más
prudente. Boris Johnson, que es la voz de su amo norteamericano y que atiza el
juego en Ucrania, proclama “no es el momento de negociar”.
El partido de la paz no parece listo para hacer
escuchar su voz. Hemos cerrado la puerta a Putin que era el más europeo de los
dirigentes rusos. Hemos despreciado su mano tendida. El porvenir quizás diga
que se trata del error más trágico de nuestra larga historia. Las generaciones
que vendrán no tendrán ninguna simpatía pro-europea. Europa no encontrará más
ningún sostén en el mundo extra occidental. Ella ya está aislada, hasta los
países francófonos africanos que votaban siempre como Francia se han abstenido
y han votado contra las sanciones. Incluso se ha visto al presidente senegalés
ir a Moscú para encontrarse con Putin. Se ve también a los países africanos
hacer un llamado a las oficinas paramilitares rusas para asegurar el rol
protector que antes aseguraba Francia. Nadie vendrá a llorar sobre nuestra
triste suerte mientras que nuestras opiniones públicas enceguecidas por los
media no tuvieron ningún remordimiento por las decenas de miles de muertos de
las intervenciones occidentales en Kosovo, en Irak, en Afganistán, en Libia y
en Siria.