Por CHRISTIAN LAGRAVE
Lecture et Tradition N° 96, Julio-Agosto 1982.
Cuando comienza el año 1917, la guerra hacía rabiar a
Europa desde hace más de dos años; todas las naciones beligerantes habían ya
sufrido cruelmente y en particular el imperio ruso estaba debilitado por sus
derrotas militares, comenzando una hambruna, infiltrado hasta los más altos
escalones administrativos y políticos por las sociedades secretas, roído por el
terrorismo revolucionario. Ya en 1905, había estallado allí una revolución
sangrienta que de acuerdo a Lenin fue el “ensayo general” de la revolución
bolchevique de octubre de 1917.
Desde el mes de enero de 1917, huelgas y
manifestaciones habían estallado en Petrogrado; en marzo, la huelga devino
revolución y el régimen zarista colapsa.
El zar abdicó y fue reemplazado por un gobierno
provisorio en el cual participaban los soviets; el hombre “fuerte” era el
abogado socialista Kerenski, suerte de Badinter verborrágico que iba muy pronto
a devenir primer ministro. Pero en abril, el gobierno de su majestad Guillermo
II había acogido en la frontera suiza un cuarteto siniestro, lo había hecho
subir a un vagón blindado y lo había desembarcado en tierra rusa… Los huesos de
Dostoievsky debieron revolverse en su tumba cuando estos “posesos” que él había
estigmatizado en una novela célebre, pisotearon el suelo de la Santa Rusia;
eran Lenin, Zinoviev, Radek y Sokolnikov en camino para Petrogrado adonde ellos
llegarían el 16 de abril para comenzar a preparar metódicamente la toma del
poder.
Durante ese tiempo, en la Extremadura portuguesa, lejos del fragor de los cañones y del rugido de las multitudes insurgentes, tres jóvenes pastores, Jacinta, Francisco y Lucía, guardaban sus rebaños en un lugar llamado Cova de Iria.
Detengámonos un instante para admirar el contraste: de
un lado, tres niños de corazón puro que rezan, recitan el rosario; sus familias
son pobres y ellos no conocen sin dudas más que sus oraciones y su catecismo.
En sus corazones infantiles, no se encontraría más que el amor, el amor de sus
padres, de Dios, de Nuestra Señora; en sus manos, una sola arma, ¡un rosario!
A miles de kilómetros de allí, cuatro hombres, ¡y qué
hombres! Cuatro frenéticos al servicio del Anticristo. Ellos son poderosos,
multitudes enteras los aclaman; son ricos, sus bolsillos están llenos de
cheques firmados por los más grandes banqueros norteamericanos: Jacob Schiff,
Kuhn, Loeb & Co…Su corazón está lleno de odio, de un odio satánico dirigido
contra Dios y su obra; han cultivado en sus espíritus la ciencia del mal y en
él han hecho espantosos progresos. Su catecismo es un enorme mamotreto titulado
El Capital, escrito por un poseso que clama:
“Si hay cualquier cosa capaz de destruir
Yo me arrojaré ahí a cuerpo perdido
Llevar el mundo a la ruina
Sí, este mundo que es una pantalla entre yo y el
abismo
Lo partiré en mil pedazos
A fuerza de maldiciones”
Muy pronto, esos hombres van a estar en el poder y su
yugo se va a abatir sobre un inmenso imperio en el cual de allí en más decenas
de millones de esclavos van a trabajar para ellos en la conquista del mundo con
el fin de extirpar, a sangre y hierro, hasta la más débil, hasta la más ínfima
idea de Dios, porque “Dios es el enemigo personal de la sociedad comunista”.
¿Qué relación hay entre esos tres niños y esos cuatro
hombres, me dirá usted? Ellos se ignoran entre sí, sus caminos no se cruzarán
jamás y, de todas formas, ¿qué podrían hacer tres niños contra la carrera demoníaca
de cuatro jinetes del Apocalipsis vomitados por la boca del Infierno?
Pero esos niños no están solos, porque en la hora
misma en que en Petrogrado se desencadena la ofensiva infernal, en Fátima, bajo
los ojos de los pastorcitos, “un signo grandioso apareció en el cielo: ¡es una
Mujer! El sol la envuelve, la luna está bajo sus pies, y doce estrellas coronan
su cabeza” (Apoc. XII, 1). Terrible como un ejército alistado para la batalla,
la Virgen Inmaculada apareció ese día allí para indicar a los cristianos los
medios de su salvación: la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado, hecha
por el Papa en unión con todos los obispos del mundo y la comunión reparadora
de los primeros sábados de mes. (…)
Hoy más que nunca, el mal y la mentira parecen triunfar,
“el insensato dice en su corazón: no hay Dios” (Sal. 53, 2), y el insensato hoy
se llama “legión”; la civilización moderna, construida sin Dios y contra Dios,
justifica la profecía del salmista:
“…veo
la violencia y la discordia
rondar día y noche
sobre sus muros;
y en su interior hay opresión y ruina.
La
insidia impera en medio de ella,
y de sus plazas no se apartan
la
injuria y el engaño.”
(Sal. 54, 10-12)
Sería una
locura no esperar la salvación sino por las armas temporales, en este ciclo
infernal de guerras y de revoluciones, que marca el combate de las dos
ciudades, el enfrentamiento de los dos estandartes; las armas más eficaces para
el cristiano son el rosario, la oración, la penitencia y la devoción al Corazón
Inmaculado de María. Nuestra Señora ha venido ella misma en Fátima para
recordárnoslo y anunciarnos que al fin su Corazón Inmaculado triunfará; nos
queda rezar para que Ella nos dé la fuerza en la fe y la gracia de ver los días
de paz que ella ha prometido al mundo.