Por FLAVIO MATEOS
El reciente y bastante previsible “triunfo” del
revolucionario Lula en las elecciones presidenciales brasileñas, nos incita a
hacer una reflexión. La misma se inscribe en dos realidades que corren juntas
en pos de alcanzar el mismo fin: 1)El sistema democrático liberal que de por sí
es revolucionario y por lo tanto no puede sino favorecer la Revolución
anticristiana, muy especialmente victoriosa desde 1789, y 2) el contexto
mundial que atravesamos, que hace que la soberanía nacional sea una
imposibilidad absoluta, dentro del marco
de tal sistema democrático liberal, donde el poder global occidental arrea
a las antiguas naciones cristianas hacia la servidumbre en el “Nuevo Orden
Mundial” preludio del Anticristo.
Algunas conclusiones:
-No es que Lula haya vencido mediante el fraude, es
que el sistema mismo es un fraude, y
en este caso se ha hecho más evidente. Tras lo ocurrido en EE.UU. con el
desalojo del candidato conservador Trump por parte del títere izquierdo-globalista
Biden, ¿podía esperarse que no ocurriese lo mismo en Brasil?
-Gobierna la Masonería. Todo católico más o menos
esclarecido lo sabe. Hay menos malos y hay más malos, pero son todos malos.
-Llamó un poco la atención que en los tramos finales
de su campaña electoral, Bolsonaro se mostrara poco y nada confrontativo, realmente
blando en su discurso. Mientras los católicos brasileños se enfocaban muy
preocupados en alertar contra la posibilidad de la llegada del comunismo,
Bolsonaro callaba su boca al respecto, diciendo que él era el progreso y Lula
el retroceso. Lenguaje liberal y actitud pusilánime. Y eso por no hablar del
show armado con el obligado debate electoral televisivo, made in USA, que se
repite en todas partes, siempre con el color azul de fondo. ¿Casualidad, o es
porque el azul es el color de los tres primeros grados masónicos? Bochornosa
presentación de dos vendedores que mendigan al comprador un poco de atención.
-Se ha indicado que Bolsonaro es o fue masón, y se
puede presumir lo mismo de Lula, de hecho se lo ve en una fotografía de un
encuentro que tuvo con Soros en Nueva York, estrechando las manos en un saludo
masónico. Por lo tanto, puede conjeturarse que si la Masonería da una orden,
sus hombres deben obedecer. Así no sorprendería que Bolsonaro ya supiera desde
antes de la primera vuelta de las elecciones que se estaba despidiendo del
gobierno. Como detalle interesante: no sabemos cómo se consignan los números de
las listas electorales de los partidos políticos, pero a Bolsonaro el tocó el
22 y a Lula el 13. Curiosamente Benedicto XVI renunció al pontificado un día 22
y Francisco fue electo un día 13, en lo que puede pensarse una maniobra
masónica. ¿Ocurrió acá lo mismo? Quien recorra la historia sabrá que han
ocurrido muchísimas veces pactos que determinaron tales acciones, que los
medios de prensa adictos al sistema presentan como casuales o espontáneos. No
lo afirmamos pero tampoco lo descartamos.
-Lo más importante es que se ha rezado y mucho para
que no llegase el comunismo, y este llegó.
Pero sucede que, como dice el refrán, “a Dios rogando y con el mazo
dando”. ¿Y cuál se suponía que era el mazo acá? El sufragio universal. He ahí
la cuestión. ¿El sufragio universal es el arma del católico? No. Cualquiera que
recorra la historia, ya sea en el Antiguo Testamento o en la era cristiana, y
revise la serie de victorias extraordinarias del pueblo de Dios contra enemigos
poderosísimos, verá que los cristianos siempre tomaron las armas en sus manos, pues
como dijo Santa Juana de Arco, “los hombres pelearán y Dios otorgará la
victoria”. Ahora preguntamos: ¿ir a votar en sufragio universal, en un sistema
fraudulento, por un candidato liberal, eso es pelear? No, eso es simplemente
optar por el mal menor en una situación desesperada, lo cual es legítimo
hacerlo, como último intento de impedir el desastre mayor. Pero el problema es
haber llegado a esa instancia totalmente desarmados, más allá de las armas
espirituales que nunca nos faltan.
-Dijimos que se rezó contra el comunismo, pero ese es
el problema: hay que rezar también -¡y actuar!- contra el liberalismo, porque
sin liberalismo no hay comunismo. El liberalismo es el cáncer y el comunismo es
la muerte. Desde luego que es peor la muerte que el cáncer, porque mientras hay
cáncer hay vida, pero rezar para no morir permitiendo que avance el cáncer, no
tiene ningún sentido. Hay que remediarlo. Si se quiere vencer al comunismo,
antes hay que vencer al liberalismo.
-Se ha hecho hincapié en que el comunismo es “intrínsecamente perverso”, lo cual es cierto. Pero
también hay que decir que lo es el liberalismo, condenado incontables veces por
la Iglesia. El liberalismo es pecado, la
soberanía popular es una herejía y el sufragio universal es “la mentira
universal” (como dijo el papa Pío IX).
-También hay quienes sostienen, por otro lado, que el
comunismo ya casi no existe, lo cual es un error. Que haya una derecha liberal
que flameé la bandera del anticomunismo imbécil, no significa que éste sea “un fantasma
del pasado”. En absoluto. No existe el comunismo según Lenin o Stalin, pero el
comunismo como sabemos se basa en el devenir y como revolucionario que es (de
hecho es la Revolución llevada a su perfeccionamiento) se adapta a las
circunstancias, pues se trata de la “Revolución permanente”. Tan así es esto
que cuando Lenin asumió el poder en la URSS declinó llevar a la práctica las
teorías de Marx porque lo llevarían al desastre. Tuvo que adaptarse a las
circunstancias. Más tarde y con el paso de los años, la URSS se anquilosó, y
por eso (no sólo por eso) se acabó. Klaus Schwab, el jefe del Foro Económico
Mundial, quien trabaja frenéticamente con la ONU y el Vaticano en la
implementación de la Agenda 2030, ha lanzado esta consigna: “No tendrás nada y
serás feliz”. ¿Acaso eso no es marxismo puro? Está en el Manifiesto comunista. ¿Acaso
no tiene Schwab en su oficina un busto de su admirado Lenin? La antiquísima idea utópica del comunismo
(que viene desde los tiempos de Platón) no ha desaparecido sino que es
sostenida –ya sin la hoz y el martillo visibles- por las élites judeo-masónicas
gobernantes. Cambian sus maneras, su estilo, lo que es accidental, pero lo
substancial es su odio anticristiano, la subversión espiritual y el deseo de
rehacer la naturaleza humana, rechazando todo lo que ha hecho Dios. Por eso
decimos que el comunismo es el liberalismo llevado a su paroxismo, es una
contra-religión. Y por eso sólo el Catolicismo puede oponérsele victoriosamente
al comunismo. Lo cual no impide que haya obstáculos por parte de conservadores
respecto del comunismo, nadie niega esto, pero a la larga, siempre se pierde si
no se vuelve al combate esencial que es un combate por el Reinado social de
Cristo.
-También creemos que si Dios no ha dado la victoria en
estas elecciones contra el candidato favorito de la élite globalista y la
Agenda 2030, es simplemente porque las victorias de Dios son siempre coherentes,
llamémosle en tiempos modernos anti-liberales, y haber triunfado gracias a los
principios heréticos y pecaminosos de la soberanía popular y el sufragio
universal, sería aumentar la confusión y el error. Dios no quiere eso. Dios es
la verdad. La victoria llegará no por medio del diálogo o las espurias
elecciones democráticas, sino a través de “dictatoriales” y “antidemocráticas”
medidas venidas desde el Cielo. Tendrá que ser así, y así vendrá el triunfo del
Corazón Inmaculado de María, tras la consagración por parte no del “pueblo”
sino del Papa y los obispos, de Rusia, último obstáculo que resiste pero que
precisamente no podrá vencer sin esta conversión que habrá de, al igual que San
Pablo, golpear y cegar su orgullo y su celo valiosos, pero aún no bien
enfocados y resabiados de liberalismo. Nuestro combate debe centrarse en el
triunfo del Corazón Inmaculado, que devolverá a la Iglesia a su sitio
verdadero, sin lo cual todo lo demás son aspirinas suministradas a un enfermo
terminal, consuelos pasajeros que nos distraen del combate esencial, único que
podrá salvar a nuestras patrias.
Aprendamos pues la lección. Somos castigados por
nuestra negligencia, nuestra indiferencia, nuestra tibieza, nuestro orgullo, nuestro
liberalismo, nuestra desobediencia a Dios y muy especialmente al mensaje de
Ntra. Sra. De Fátima.