Por DENES MARTOS
26 de abril de 2014
“Rusia es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”
Winston Churchill
“¿Quieren saber el secreto de una buena política?
Hagan un buen tratado con Rusia”
Otto von Bismarck
“¿Qué es un mundo unipolar? No importa cómo adornemos al término;
significa un único centro de poder, un único centro de fuerza y un único amo.”
Vladimir Putin
Desde el conflicto de Ucrania, y al igual que en la época de la guerra fría, de
nuevo tenemos dos Rusias. La primera de ellas es la que muestran los medios y
la que surge de varias experiencias históricas concretas vividas durante la
época soviética. La segunda, mucho más profunda, es la que surge del arte y del
aporte histórico del pueblo ruso.
La primera Rusia es la que trae a
la mente el GULAG, las grandes hambrunas artificialmente provocadas para
liquidar a los campesinos que no se avenían a la colectivización (y que en
Ucrania provocaron el Holodomor), los saqueos y las violaciones de la
soldadesca soviética durante la Segunda Guerra Mundial y – no en última
instancia – el régimen comunista impuesto por las tropas de ocupación en toda
Europa Oriental. Ésa es la Rusia de Lenin, Stalin, Trotzky, Yeshov, Sverdlov,
Zinoviev, Kamenev, Beria, Radek, Khrushev, y todo el resto de la nomenklatura bolchevique.
La segunda Rusia nos habla de Dostoievski, Chejov, Tolstoi, Pushkin, Gorki, Solyenitzin, Tchaikovsky, Rachmaninof, Rimski-Korsakov, Musorgski, Borodin, Prokofiev y tantos otros que llevaría páginas enteras citar. Esta Rusia nos habla de una gran cultura, de almas atormentadas pero profundas; nos transmite dramas, bellezas, esperanzas y una gran espiritualidad.
Después de la caída del Muro de Berlín muchos creyeron que la primera Rusia había desaparecido enterrada bajo los escombros del derrumbe soviético. Durante un tiempo, la ya decadente Rusia soviética de Gorbachov fue suplantada por la Rusia de los cleptócratas de Yeltsin. Pero luego, tras fallar el intento de los viejos comunistas de regresar al poder, apareció poco a poco la figura de Putin.
Y con él apareció también una
Rusia diferente.
Y ahora, al igual que a la Rusia
soviética, a la nueva Rusia de Putin parece ser que nadie la quiere.
Quizás no estaría de más repasar
lo que el gran Solyentizin escribió sobre su propio pueblo:
"Los rusos no son
queridos en Europa [...] pero en el momento en el que el europeo vea que ya
respetamos a nuestra propia nación y a nosotros mismos, del mismo modo él
también nos respetará. [...] Nos arrancamos nuestra máscara simiesca y volvemos
a ser seres libres y no esclavos ni lacayos. [...] Al final resultará que la
verdadera idea social la enarbola y la representa precisamente el pueblo ruso.
Todo su mundo ideal, toda su intelectualidad, está impregnada de la necesidad
de unificar los valores humanos [...] y así se arroja luz sobre qué es la
verdadera libertad: el amor mutuo que debe ser demostrado con hechos, con
ejemplos vivientes [...] y no con guillotinas; no con millones de cabezas
decapitadas."
Así como tampoco convendría
olvidar las palabras de Nicolas Berdiaev – quizás el más profundo pensador ruso
de la modernidad – cuando señaló que: ". . . la servidumbre es
pasividad. La victoria sobre la servidumbre es actividad creativa [...] el
hombre se enseñorea sobre el otro porque en la estructura de su conciencia se
ha vuelto siervo del ansia de poder. La misma fuerza con la que oprime al otro
lo oprime a él mismo. El hombre libre no desea dominar sobre nadie."
Los rusos sorprenden. Incluso en
las situaciones más dramáticas. Cuentan que durante la Revolución Húngara de
1956, cuando las fuerzas soviéticas invadieron el país para aplastar a la
rebelión, frente al tanque ruso que se desplazaba por la calle una anciana se
decide a cruzar tratando de llegar a su casa antes de que empiecen los
disparos. El tanque poco menos que frena en seco, de repente se abre la
escotilla y en un mal húngaro un sonriente soldado ruso le grita a la anciana:
– ¡Vamos babushka!
¡Apúrese! ¡Apúrese!
Y caballerosamente espera a que
la anciana llegue al otro lado. Logrado lo cual la escotilla se cierra, la
torreta gira y de varios certeros disparos una de las casas de la vereda de
enfrente queda hecha escombros. Una casa en donde, luego del colapso de los
cuatro pisos, quizás mueren diez babushkas que se hallaban
temblando de miedo en el sótano del edificio.
Sí; a veces también son así. Es
difícil comprenderlos en ocasiones. Pero al menos habría que tratar de hacerlo
con sinceridad y no desde la infernal hipocresía imperante que primero provoca
sublevaciones armadas y luego acusa de terroristas a quienes se oponen a una
"democracia" impuesta a los balazos por un consorcio de
bancos.
Ahora, cuando centenares de miles
de rusos empiezan a sentirse orgullosamente miembros de la milenaria Madre
Rusia, cuando sienten que pertenecen a ella y quieren pertenecerle; ahora que
una gran nación – que lleva sobre la espalda enormes sufrimientos y una
tremenda Historia – por fin no quiere imponerse a los demás enarbolando una
ideología abstracta e inviable sino que aparece decidida a defender sus propios
intereses concretos; ahora es cuando deberíamos prestarle atención a los rusos.
Mucha atención.
Porque así como los argentinos no
son los hijos de Cristina Fernandez, ni son el pueblo de Hebe de Bonafini, de
López Rega, de Carlos Menem o de Néstor Kirchner, sino los descendientes de San
Martín, de Rosas, de Facundo Quiroga, de los grandes caudillos y de los
combatientes que yacen enterrados en la turba de Malvinas, del mismo modo los
rusos no son el pueblo de Lenin, Stalin y Trozky sino el pueblo del Rus de
Kiev, de Ivan III , de Pedro el Grande y de Alejandro I.
Y lo son quizás en primer lugar,
antes que nada, y a pesar de todo.
Fuente: https://denesmartos.blogspot.com/2014/04/las-dos-rusias.html