P. FLAVIO MATEOS
“Este
libro sagrado [el Apocalipsis] era en gran manera necesario a la Iglesia,
porque la más alta e importante ocupación de ella es prepararse a la segunda
venida del Mesías”.
P.
Julio María Matovelle
“Mientras
tienen misterios, tienen salud; cuando se destruye el misterio, se crea la
morbosidad. El hombre común siempre ha sido cuerdo, porque el hombre común
siempre ha sido místico”.
G.
K. Chesterton
“Un
secreto revelado desaparece; un misterio revelado crece”.
Enrique
García-Máiquez
Argentina
y el Apocalipsis
La Argentina es el país de Iberoamérica
que ha tenido la rara fortuna de ver surgir en su tierra la mayor cantidad de
escritores y hermeneutas dedicados a exponer, en diversas obras, tanto de
ficción como de ensayo, los tiempos finales, apocalípticos y parusíacos. Así
pues los numerosos escritos de autores como Padre Leonardo Castellani, Hugo Wast, Alberto Ezcurra Medrano, Juan
Luis Gallardo, Federico Mihura Seeber, Padre Miguel Ángel Fuentes y Javier Anzoátegui, sientan un valioso
precedente, que ahora se continúa con la obra de Simón Delacre, esta vez en la forma audiovisual. A los apuntados se
pueden sumar Víctor Delhez,
magnífico artista belga que desarrolló su carrera en Argentina y realizó,
además de una ilustración de los Evangelios, la versión en grabados del
Apocalipsis. También la versión argentina que dio el P. Castellani con su
traducción de “Señor del Mundo” de R.
H. Benson. Y por si fuera poco, la traducción y comentarios, dentro de su obra
integral de la Biblia, de Mons. Juan
Straubinger, también en la Argentina.
Fenómeno extraño, sin dudas, que forma
parte del misterio de la Argentina, país del que ha surgido también –terrible
desgracia- el peor pontífice y destructor de la Iglesia en toda su historia
(inútil es mencionarlo), o que alberga actualmente, a nuestro humilde entender,
al teólogo más destacado de la Iglesia en todo el mundo (Padre Álvaro
Calderón).
Dejamos constancia del hecho, sin
querer dilucidar los motivos de semejante y tan particular situación de nuestra
patria. Curiosamente, el hecho de tanto considerar las ultimidades no ha tenido
como efecto el saber ocuparse cristianamente de la inmediatez de la patria,
precisamente porque lo que un puñado de católicos haya podido inculcar no
concierne a una gran masa cretinizada por el liberalismo masónico que emerge no
sólo de las instancias partidocráticas, sino también de las altas instancias
clericales liberales, modernistas y apóstatas. Ya algunos de los autores
mencionados han sabido ver el desorden de la inteligencia y la defección
argentina con muchos años de antelación, cuando aún no habían surgido –para
peor- los “influencers” y “youtubers” liberales de la estúpida “nueva derecha”.
La Parusía habrá de encontrarlos a éstos, seguramente, contando votos, pues
quizás hasta se hayan convencido que tal sea la manera de derrotar al
Anticristo. Ajenos al misterio que mantiene la salud, querrán cuantificarlo
todo sin tener en cuenta que la única multitud victoriosa ha sido la de los mártires,
y serán éstos, tenaces enemigos del misterio de iniquidad, los nuevos y
verdaderos “influencers” ante el trono de Cristo.
El
Apocalipsis de San Juan: La película
Debemos hablar del Apocalipsis, pues
hemos asistido a la magnífica película –o serie compendiada para la gran
pantalla- “El Apocalipsis de San Juan”. Creemos necesario decir alguna
cosa no solo a manera de gratitud, sino también de ponderación de una obra que
entre nosotros podríamos llamar una “patriada”, no sólo por el esfuerzo de
producción llevado a cabo en una Argentina que se desintegra velozmente,
asolada por las “langostas” partidocráticas, sino de una Iglesia que, copada en
su estructura oficial por sus peores enemigos, ha dejado hace mucho tiempo de
orientarnos hacia el horizonte de la Patria celeste. De allí que, se lo quiera
o no, inevitablemente predicar el Apocalipsis sea políticamente incorrecto en
una época donde sólo se nos predica en lenguaje panteísta cuidar la “casa
común” y ser “inclusivos” y “sinodales”. Mayor mérito y valiosa
“inoportunidad”, entonces, la de esta obra que Delacre pone lujosamente en
pantalla.
El
Apocalipsis: Historia y Profecía
El Apocalipsis es uno de los libros más
misteriosos de las Escrituras y, aparentemente, hermético (en el sentido propio
de impenetrable). En principio, y antes de aproximarnos a su sentido,
deberíamos tener en cuenta los consejos que nos son dados para abordar la
lectura de la Sagrada Escritura, v.gr.: “Para indagar y comprender los sentidos
de la Escritura es necesaria una vida recta, un ánimo puro y la virtud que es
tal según Cristo, a fin de que la mente humana, corriendo por el camino de Él,
pueda conseguir lo que busca, en cuanto es concedido a la mente humana penetrar
las cosas de Dios” (San Atanasio); “Las Escrituras reclaman ser leídas con el
espíritu con que han sido escritas: con ese espíritu se entienden” (San
Bernardo); “La inteligencia de las Escrituras ha de buscarse no tanto
revolviendo comentarios de intérpretes cuanto limpiando el corazón de los
vicios de la carne, expulsados los cuales, pronto el velo de las pasiones cae de
los ojos y empiezan éstos a contemplar, como naturalmente, los misterios de las
Escrituras” (Abad Teodoro). Luego viene la imprescindible guía de los diversos
maestros capaces de introducirnos poco a poco en los inextricables misterios
que, si bien nunca se agotan, pueden iluminarnos a medida que se acerca su
cumplimiento.
Le es concedido a la inteligencia humana penetrar hasta cierto punto las cosas de Dios, pero es cierto que tratándose de profecías, se van haciendo más claras con el correr del tiempo, a través de la sabiduría de los doctos y santos exégetas y de los hechos y circunstancias que se van verificando y nos ayudan a ver mejor. De manera tal que si su lectura es una bienaventuranza para nosotros, como lo afirma al comienzo el Apóstol San Juan: “Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas; pues el momento está cerca” (Apoc. 1,3.), se hace necesario sacarle todo el provecho posible, rescatando este libro no sólo del ostracismo, sino también de las manos torpes, impiadosas o sectarias tanto de los protestantes como de diversos personajes extremistas que parecen haberlo secuestrado. Comenta Mons. Straubinger que “A causa de la bienaventuranza que aquí se expresa, el Apocalipsis era, en tiempos de fe viva, un libro de cabecera de los cristianos, como lo era el Evangelio. (…) Si este momento, cuyo advenimiento todos hemos de desear, estaba cerca en los albores del cristianismo, ¿cuánto más hoy, transcurridos veinte siglos?”. Sin dudas palabras que debemos tener presentes en los tiempos que vivimos.
Cabe al Padre Castellani, aunque no en
exclusiva, sí en nuestro país, el haber sido el gran exégeta y difusor del
Apocalipsis, recordándonos algo que solemos olvidar, a pesar de que recitamos el
Credo nuestro cada día: Nuestro Señor ha de volver, y “pronto”. Ese deseo que
debemos tener de su Segunda Venida, lejos de sumergirnos en un letargo que nos
separe y desinterese de la realidad que vivimos a diario, nos penetra de una
esperanza gloriosa que pone cada cosa en su lugar, y fortalece a los
verdaderamente fieles ante los poderes cada vez más anticrísticos del Enemigo.
El mencionado cura se encargaba una y otra vez de recordárnoslo, para que no
aflojáramos, y mucho mejor es recordárnoslo hoy mismo, cuando todo parece estar
colapsando: “El Apokalypsis es un libro de esperanza: incluso la predicación de
cosas tremendas –junto a la seguridad de esquivarlas para los fieles- es para
dar ánimo, y deyección no; dado que esas cosas ya están entre nosotros, o en su
ser propio o en su posibilidad y aprensión. Un impío argentino ha escrito que
es un libro ‘de amenazas feroces y júbilos atroces’. Ha leído mal, si es que ha
leído el libro. ‘Blasfemat quod ignorat’. (El Apokalypsis, pp. 64-65).
Dice el Padre Dolindo Ruotolo, en su impresionante exposición del
Apocalipsis: “La perspectiva de las grandes luchas de la Iglesia, a las cuales
ya asistimos nosotros también, debe darnos tan solo un sentimiento de gran
fidelidad, porque el peligro de ser golpeados y dominados por el espíritu del
mundo y la apostasía promovida por Satanás y sus malvados ministros se hace
cada vez más fuerte. Éste es precisamente el propósito y el fin por el cual el
Señor nos reveló misteriosamente lo que le sucederá a la Iglesia en el curso de
su historia, y especialmente en los Últimos Tiempos, en los cuales sin duda la
lucha será más furiosa y espantosa contra Ella”. En efecto, Fidelidad y
Misericordia son preeminentemente los dos atributos de Dios más mencionados en
las Sagradas Escrituras, los cuales vienen a hacerse patentes de una manera
sublime en su libro profético por excelencia, así como también su Justicia. Esa
fidelidad que se nos pide cuando animados ante la perspectiva del gran triunfo
de la Iglesia ante el mundo y el poder del Anticristo, nos sentimos consolados
y animados a formar parte de esa pequeña y victoriosa milicia contra la
malicia. La historia toda de la Iglesia nos concierne y de ella formamos parte:
no somos neutrales y el hecho de ser lectores y espectadores de tan magnos
sucesos no nos coloca fuera de su alcance.
Un primer mérito que debemos destacar
en esta película, pues, es la de hacernos participar, involucrándonos
emotivamente, de lo que es historia y profecía de la Iglesia, recordándonos el
sentido de milicia que tiene la vida cristiana, y de qué modo somos parte de
ese gran combate. Evidentemente, no bastaba ceñirse al contenido que estructura
el relato apocalíptico, de acuerdo a diversos expositores. Había que saber
transformarlo en imagen y sonido pero de un modo inteligente y bello. No se
trataba de hacer un mero “documental” de Discovery o History Channel. Se
trataba de hacer poesía, mediante el lenguaje cinematográfico.
El
Apocalipsis y la Poesía
En efecto, la historia de la Redención
y el combate por el Reinado de Cristo es poesía. Hablamos de poesía
primeramente en relación al don profético. Es decir, el Apocalipsis es un libro
de profecía y no un “libro de poesía” como querrían los puros alegoristas, más
es poesía en el sentido de poema dramático que despliega imágenes que piden ser
interpretadas. Es el sentido de poiesis como proceso creativo y a la vez de
conocimiento. Como decía Antonio Caponnetto:
“La poesía es un recurso por antonomasia para dilucidar y expresar lo
verdaderamente grande, relevante, importante”. El profeta como el poeta ve y
conoce por imágenes, y las imágenes deslumbrantes y enigmáticas del Apocalipsis
debían ser trasladadas a la pantalla con suma destreza y con los mejores
recursos para respetar esa poesía latente o apabullante en cada visión, sin
caer en el espectáculo de ferias, la burda y vulgar exposición de baratijas de
santuario, ocupado por mercachifles que dejan manosear abalorios y chafalonías.
La traslación del Apokalypsis a la gran pantalla ha sorteado ese escollo,
logrando plasmar, con la ayuda de la imaginación pictórica de los grandes
artistas pretéritos, una conjunción de imágenes que parecen danzar en un melodioso
dinamismo que circunda la venerable figura del anciano Apóstol, pletórico de
visiones que lo atraviesan en un martirio inacabable.
Primera
película Apocalíptica
Si recurrimos al Dr. Wikipedia
(ministro de Cultura y Omnisciencia, como graciosamente lo llama Caponnetto en
su genial “El último gobierno de Sancho”), nos informará que “La ciencia
ficción apocalíptica es un género literario o cinematográfico de anticipación,
que versa su línea narrativa o descriptiva en un probable destino calamitoso o
cataclísmico de la humanidad. Con una visión generalmente pesimista, ese género
describe de manera magnificada los errores que comete la humanidad actualmente
y sus consecuencias en el futuro, pero con un final generalmente nefasto. Desde
ese punto de vista, se avizora el final de la civilización por una guerra
nuclear, plaga, o algún otro desastre general terrestre o cósmico”.
Naturalmente y como resulta obvio, la
tal definición no corresponde en absoluto con el libro del Apocalipsis, pero el
hecho de hablar de un relato “apocalíptico” parece que resultara atractivo a
las masas expectantes de morbo y los productores cinematográficos
hollywoodenses. Tales novelas y películas se hacen eco de lo que Castellani
citaba de Borges, al creer que el “Apocalipsis” es un libro ‘de amenazas
feroces y júbilos atroces’. Verdaderamente apocalíptico –es decir revelador, de
acuerdo al libro joánico, de la profecía divina- jamás se han realizado
películas, salvo un telefilm italiano espantosamente mediocre. Es por eso que
podemos calificar a esta miniserie ahora convertida en película argentina como la primera obra cinematográfica de género
apocalíptico.
Apocalipsis
ya
Evidentemente, nos acercamos más al
cumplimiento de la “dichosa esperanza” (Tito 2,13), pero aunque cercana, parece
que su inmediatez a veces no es tal como muchos se la imaginan. En 1949, por
ejemplo, escribía el Padre Castellani:
“Hecha
Estado Antidiós la ex Santa Rusia
triunfa
en la guerra; crece y se agiganta,
y
a toda conversión se desahucia…”
(Cristo ¿vuelve o no vuelve?, p. 86)
No podía imaginarse entonces que iba a
caer el comunismo y el Estado ruso dejaría de ser Antidiós para volver a poner
la religión en primera plana, aún no convertida por la desidia o el miedo de
los Papas de la Iglesia católica, aunque cada nueva consagración fallida o
incompleta al Corazón Inmaculado de María, pedida por la Virgen de Fátima, le
ha “pasado raspando”, acercándose más a lo que exactamente pidió Nuestra Señora
el 13 de junio de 1929. Cuya promesa formal es que ha de cumplirse.
No obstante, nos preparamos al
cumplimiento total de las profecías porque estamos muy cerca –Nuestro Señor
siempre está preparado para volver, o más bien está volviendo-, y la lectura del Apocalipsis, a lo cual contribuye
esta película, volviéndonos en lenguaje visual tan magna obra, nos hace desear
ese supremo momento. “Toda generación de cristianos debería escrutar el
horizonte desde una atalaya, cada vez más intensamente a medida que el tiempo
transcurre”, decía el cardenal John
Henry Newman. Esta obra audiovisual sobre el Apocalipsis nos sirve a manera
de atalaya, para que levantemos los ojos, demasiado apegados al “chat” de la
pantalla en la palma de la mano.
“Consideremos cómo San Juan, -dice el P. Bernardo Siebers- conociendo lo
olvidadizo que es el hombre recalca que Cristo viene “pronto”… ¿Por qué? ¿Qué
cosa es esta vida, sino un breve lapso de sufrimientos y dolores, que si lo
sabemos aprovechar nos merecerán la vida eterna?”
Terminamos, además de recomendando la
visión de esta película, recordando las oportunas palabras del Padre Ruotolo,
para que aquello que veamos nos lleve a una reflexión que nos eleve:
“Nosotros nos encontramos ya
entre los peligros y las tretas de las dos Bestias, la del mar y la de la
tierra, porque somos dominados por poderes apóstatas y seducidos por la falsa
ciencia.
“Ya la apostasía es un hecho del mundo,
aunque no haya logrado su cumbre que la alcanzará en la época del Anticristo.
Tenemos una esperanza muy firme en el Triunfo de Dios y de la Iglesia, pero
nosotros tenemos que cooperar para este Triunfo con una precisa toma de
posición frente a la tiranía y las seducciones del mal. No podemos ni debemos
ceder de ningún modo, llevando ‘en la frente y en la mano’, en el pensamiento y
en las obras el sello cristiano. Debemos ser totalmente fieles a Dios y a la
Iglesia y totalmente intransigentes contra el mal. No debemos hacerle ninguna
concesión a las Bestias y al Dragón, y no debemos ser tan estúpidos y flojos
como para dejarnos miserablemente seducir. La decadencia cristiana siempre se
debe a las fáciles concesiones de las almas cobardes e interesadas, tanto a los
poderes laicos como a las tiranías del mundo y a las seducciones de la falsa
ciencia. No podemos por nuestra conciencia sostener un poder que desconoce a
Dios o finge ignorarlo, y no podemos tener los caracteres de la Bestia en el
pensamiento, las palabras, las costumbres de nuestra vida y las mismas formas
exteriores que no pueden ni deben inspirarse en el mundo.
“Debemos vencer la terrible sugestión
del mal y ser más bien nosotros los que dominamos al demonio al punto de
obligarlo a no corrompernos la vida, como la luz hace huir a las tinieblas y la
llama disuelve el hielo, obligándolo a derretirse. Si todos los cristianos
conservaran íntegro y fuerte su carácter, representarían en el mundo el
ejército del bien y lo obligarían a rendirse. Un solo grupo de soldados en
perfecto uniforme, con el paso marcial y las armas adecuadas, se impone ante un
gran gentío de desaforados; ahora bien, nosotros somos el ejército del Señor,
vestidos y armados por Él, y debemos imponernos al mundo con nuestra vida, con
nuestro hábito y con nuestras obras santas, Sólo así el mundo no prevalece y el
maldito reino del mal está vencido”.