Por
MARCELO RAMÍREZ
23 de octubre de 2024
KontraInfo
Las recientes declaraciones de Donald Trump,
advirtiendo sobre la posibilidad de un conflicto global inminente, reflejan un
escenario internacional donde la escalada bélica parece inevitable. La alarma
sobre una posible guerra mundial no es simplemente parte de la retórica
electoral de Estados Unidos; es el resultado de una serie de tensiones y
movimientos estratégicos que podrían desencadenar un conflicto en cualquier
momento.
En los próximos meses, los ojos estarán puestos en
las elecciones presidenciales de 2024, un punto de inflexión para la política
exterior norteamericana. Con Trump señalando que la actual administración
podría llevar al mundo a una guerra, el escenario electoral se complica aún
más. Estamos hablando de un período donde cualquier cambio en la Casa Blanca
puede hacer que la situación global se tense aún más, especialmente si
consideramos la influencia de Estados Unidos en los principales conflictos
actuales.
Si analizamos la alianza entre Irán y Rusia en este
contexto, vemos cómo ambos países están estrechando lazos estratégicos que
aumentan la tensión internacional. No se trata solo de la cooperación en el
ámbito espacial, donde Rusia se encargará de poner en órbita satélites iraníes
con capacidades de teledetección. Es difícil creer que en medio de esta crisis
global, esos satélites solo tengan un uso civil, cuando claramente su potencial
militar es evidente. La capacidad de monitorear a Israel y sus aliados
occidentales convierte a estos satélites en herramientas clave en el tablero de
juego geopolítico.
La colaboración entre Moscú y Teherán no solo
refuerza sus vínculos, sino que también envía un mensaje directo a Occidente:
las potencias emergentes están organizándose en áreas sensibles, como el
desarrollo tecnológico y militar, mientras Estados Unidos y sus aliados
enfrentan sus propios dilemas internos. Si nos enfocamos en la situación de
Israel, podemos ver las consecuencias directas de estos movimientos.
El conflicto en Medio Oriente no solamente ha
debilitado a Israel militarmente, sino que también ha afectado gravemente su
economía. El puerto de Eilat, esencial para el comercio israelí, lleva
paralizado desde 2022, lo que ha sumido a su infraestructura en una crisis de
difícil solución. La destrucción reciente de un radar de alerta temprana en Tel
Aviv, valuado en 500 millones de dólares, es un claro ejemplo de las
vulnerabilidades de Israel ante ataques iraníes. La pérdida de este radar no
solo es costosa en términos económicos, sino que también afecta profundamente
la capacidad defensiva de Israel, dejando al país en una posición cada vez más
precaria.
Este debilitamiento económico y militar de Israel
nos lleva a plantear un escenario aún más alarmante: la posibilidad de que
Israel recurra al uso de armas nucleares en su próximo enfrentamiento con Irán.
Algunos expertos ya advierten que esta opción está sobre la mesa. Si Irán
decide responder con fuerza a un nuevo ataque israelí, podríamos estar ante un
punto sin retorno, donde la utilización de armas nucleares desencadenaría una
crisis de proporciones globales.
Es aquí donde Estados Unidos juega un rol crucial.
Las advertencias de Biden a Irán, señalando que cualquier intento de atentado
contra Trump sería considerado un acto de guerra, no hacen más que añadir
tensión a un contexto ya delicado. Esta dinámica, sin embargo, no se limita al
Medio Oriente; si volvemos la mirada hacia Europa del Este, vemos cómo las tensiones
también están escalando peligrosamente.
La retórica belicosa proveniente de Polonia y los
países bálticos, quienes han llegado a amenazar con un ataque preventivo a San
Petersburgo, solo agrava la situación. Estas declaraciones, lejos de disuadir a
Rusia, garantizan una respuesta devastadora. Rusia, con su capacidad militar y
nuclear, no dudaría en actuar de manera contundente ante un ataque a uno de sus
centros estratégicos. Este tipo de amenazas nos muestra cómo, poco a poco, las
tensiones en Europa del Este también están al borde de descontrolarse, sumando
más incertidumbre al panorama global.
En este punto, la pregunta clave es si el mundo
está preparado para lo que parece inevitable. Las tensiones entre potencias,
las alianzas estratégicas y la posibilidad de que se utilicen armas nucleares
nos colocan en un escenario similar al de la Guerra Fría, aunque más complejo y
peligroso. Rusia, por su parte, juega al desgaste, consciente de que un
conflicto prolongado beneficia su estrategia, mientras que Occidente, con
Estados Unidos y la OTAN a la cabeza, busca una victoria rápida y decisiva, sin
medir las consecuencias a largo plazo.
A medida que avanzamos en este escenario global
cada vez más volátil, el juego de poder entre estas grandes potencias no parece
dar tregua. Los próximos meses serán decisivos, no solo para Estados Unidos y
sus aliados, sino para todo el mundo, que observa con preocupación cómo las
tensiones se acumulan, llevando a la humanidad al borde de un conflicto de
escala mundial.