Por GUSTAVO
CORÇÃO
publicado en
O Globo en enero de 1970
Ya fue comentada por el padre D’Elboux S.J., y por
el profesor Gladstone Chaves de Melo, la desgraciada traducción portuguesa del
llamado nuevo rito de la misa. El próximo número de la revista Permanência
publicará íntegramente ambos trabajos.
Pero ahora diré que el famoso nuevo “ordo
missae” trajo consigo algo más grave y doloroso que la mala traducción, que
es, digamos así, la contribución indígena que nosotros aportamos a la
depredación general, a la dilapidación universal desencadenada contra la
Iglesia de Cristo. Sí, peor que la traducción irrespetuosa y degradante es la
nueva definición de misa que vino injertada en la Institutio Generalis a
modo de introducción. Y esa verruga, esa excrecencia del rito, es mucho peor
que la mala traducción, primero porque no es apenas fruto del progresismo
vulgar de los trópicos; vino de Roma, probando así que la “marcha sobre Roma”
ya llega a su término: el cerco del Vaticano por los enemigos de la Iglesia. En
segundo lugar, la malignidad de la nueva
“definición” de la misa excede todas las irreverencias y faltas de respeto,
porque en ella lo que es directamente marginado y menospreciado, en favor de un
triunfante naturalismo democrático, es la propia Sangre de nuestro Salvador.
He aquí la sacrílega, herética e infinitamente
insensata definición:
“La Cena del Señor, también llamada Misa, es la
santa asamblea o Congregación del pueblo de Dios que se reúne bajo la
presidencia del sacerdote a fin de celebrar el memorial del Señor. Y por eso, a
esta reunión local de la Iglesia se aplica eminentemente la promesa de Cristo:
‘Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de
ellos’ (Mt. XVIII, 20).”
Ahora bien, no es esa la definición que aprendimos
en el regazo de la Iglesia. No es en la asamblea de los fieles donde reside el
núcleo, la esencia, la causa formal de la misa, como brutalmente nos quieren
inculcar los que cercan el Vaticano. La misa es, siempre fue y siempre será el
sacrificio incruento, un mismo y único sacrificio como el de la Cruz. Es la
misma la víctima y el mismo el sacrificador, aunque aquí, en la misa,
presentados bajo el velo del misterio sacramental. “Una eademque est hostia,
idem nunc offerens sacerdotum ministerio, qui se ipsum tunc in cruce obtulit,
sola ratione offerendi diversa”, dice el Santo Concilio de Trento (sess.
XXII, c. 2).
La misa es, pues, el sacrificio del Cuerpo y de la
Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en los altares para representar y
perpetuar el sacrificio de la Cruz, y para ofrecernos los méritos del
sacrificio de Cristo.
Así, cuando nosotros vamos a la misa no vamos a
constituirla, a hacerla lo que ella es por nuestra reunión. Vamos a misa para
aprovechar la maravillosa y misteriosa oportunidad que Dios nos ofrece de estar
místicamente, pero realmente, al pie de la Cruz, en aquel día y en aquella hora
de la Salvación.
Y así, cualquier católico alfabetizado, y aún no
idiotizado por la ola de novedades, comprenderá que definir la misa por la
asamblea de los fieles es sacrílego, herético y estúpido. Diríase que somos
nosotros, asamblea de fieles, quienes hacemos a Cristo el favor de rememorar
sus hechos, y no que es Cristo quien nos hace el infinito e incomprensible
favor de ofrecernos una oportunidad de recoger los frutos del árbol de la
salvación, y una posibilidad de participar en su obra.
No concuerda con lo que sabemos de la misa el texto
evangélico Mt. XVIII, 20 tomado como fundamento de la nueva definición de misa.
Ese pasaje no se aplica, evidentemente, a la presencia eucarística de Jesús y a
la reunión en torno al altar. De ser así, todos estaríamos dispensados de ir a
misa ya que el sacrificio nada le añadiría: bastaría quedarnos dos o tres en
casa, pensando en Jesús. Los textos olvidados en la “definición” nueva son
aquellos que todo el mundo conoce (Mt. XXVI, Mc. XIV, Lc. XXII), donde Nuestro
Señor nos dice: “Tomad y comed… esto es mi cuerpo… esto es mi sangre… haced
esto en memoria mía.”
¿Cuál es la
idea subyacente a la “nueva definición” que mañana o pasado, para perdición de
muchos y para ruina de la fe católica, será oficialmente enseñada? La “idea” es
la del naturalismo que pretende horizontalizar la fe; es la del “humanismo” que
pretende imponerse a la trascendencia de una religión revelada e
intolerablemente sobrenatural.
La Iglesia de Cristo está siendo rifada, y los
boletos que los nuevos Judas distribuyen llevan el mismo título de las rifas de
bicicletas y tocadiscos: acción entre amigos. Los seguidores del nuevo y
más orgulloso modernismo pretenden que los hombres puedan realizar
directamente, de uno a otro, horizontalmente, el vínculo de la amistad
perfecta. Nosotros, católicos, sabemos que solo puede haber amistad perfecta,
amistad de caridad, entre dos de nosotros si ella se afirma en el tronco de la
vid. Es en Cristo que somos hermanos, que vivimos el verdadero amor al prójimo,
y sin Él vana es la amistad y vacía la caridad. Las ramas de la vid no se unen
unas a otras: es en el tronco donde se hermanan y tienen la savia común.
Todo esto fue olvidado, escamoteado y rebajado por
los redactores de la pretendida “nueva definición” de la misa. Algún lector
dirá tal vez que soy irreverente y falto de respeto respecto de un documento
venido de Roma.
No. Simplemente rehúso respeto y reverencia a
aquellos que tan ostensiblemente faltan al respeto a la Sangre de nuestro
Salvador. La forma de este artículo podría ser otra, pero en cuanto al fondo
debo declarar en alta voz que nunca me fue exigido por la Iglesia, en los
benditos días de mi conversión, ningún voto de hipocresía ni de estupidez.
https://www.mosteirodasantacruz.org/post/o-novo-0rdo-missae