Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

domingo, 7 de septiembre de 2025

EL NUEVO ORDO MISSAE

 



Por GUSTAVO CORÇÃO

publicado en O Globo en enero de 1970

Ya fue comentada por el padre D’Elboux S.J., y por el profesor Gladstone Chaves de Melo, la desgraciada traducción portuguesa del llamado nuevo rito de la misa. El próximo número de la revista Permanência publicará íntegramente ambos trabajos.

Pero ahora diré que el famoso nuevo “ordo missae” trajo consigo algo más grave y doloroso que la mala traducción, que es, digamos así, la contribución indígena que nosotros aportamos a la depredación general, a la dilapidación universal desencadenada contra la Iglesia de Cristo. Sí, peor que la traducción irrespetuosa y degradante es la nueva definición de misa que vino injertada en la Institutio Generalis a modo de introducción. Y esa verruga, esa excrecencia del rito, es mucho peor que la mala traducción, primero porque no es apenas fruto del progresismo vulgar de los trópicos; vino de Roma, probando así que la “marcha sobre Roma” ya llega a su término: el cerco del Vaticano por los enemigos de la Iglesia. En segundo lugar, la malignidad de la nueva “definición” de la misa excede todas las irreverencias y faltas de respeto, porque en ella lo que es directamente marginado y menospreciado, en favor de un triunfante naturalismo democrático, es la propia Sangre de nuestro Salvador.

He aquí la sacrílega, herética e infinitamente insensata definición:

“La Cena del Señor, también llamada Misa, es la santa asamblea o Congregación del pueblo de Dios que se reúne bajo la presidencia del sacerdote a fin de celebrar el memorial del Señor. Y por eso, a esta reunión local de la Iglesia se aplica eminentemente la promesa de Cristo: ‘Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos’ (Mt. XVIII, 20).”

Ahora bien, no es esa la definición que aprendimos en el regazo de la Iglesia. No es en la asamblea de los fieles donde reside el núcleo, la esencia, la causa formal de la misa, como brutalmente nos quieren inculcar los que cercan el Vaticano. La misa es, siempre fue y siempre será el sacrificio incruento, un mismo y único sacrificio como el de la Cruz. Es la misma la víctima y el mismo el sacrificador, aunque aquí, en la misa, presentados bajo el velo del misterio sacramental. “Una eademque est hostia, idem nunc offerens sacerdotum ministerio, qui se ipsum tunc in cruce obtulit, sola ratione offerendi diversa”, dice el Santo Concilio de Trento (sess. XXII, c. 2).

La misa es, pues, el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en los altares para representar y perpetuar el sacrificio de la Cruz, y para ofrecernos los méritos del sacrificio de Cristo.

Así, cuando nosotros vamos a la misa no vamos a constituirla, a hacerla lo que ella es por nuestra reunión. Vamos a misa para aprovechar la maravillosa y misteriosa oportunidad que Dios nos ofrece de estar místicamente, pero realmente, al pie de la Cruz, en aquel día y en aquella hora de la Salvación.

Y así, cualquier católico alfabetizado, y aún no idiotizado por la ola de novedades, comprenderá que definir la misa por la asamblea de los fieles es sacrílego, herético y estúpido. Diríase que somos nosotros, asamblea de fieles, quienes hacemos a Cristo el favor de rememorar sus hechos, y no que es Cristo quien nos hace el infinito e incomprensible favor de ofrecernos una oportunidad de recoger los frutos del árbol de la salvación, y una posibilidad de participar en su obra.

No concuerda con lo que sabemos de la misa el texto evangélico Mt. XVIII, 20 tomado como fundamento de la nueva definición de misa. Ese pasaje no se aplica, evidentemente, a la presencia eucarística de Jesús y a la reunión en torno al altar. De ser así, todos estaríamos dispensados de ir a misa ya que el sacrificio nada le añadiría: bastaría quedarnos dos o tres en casa, pensando en Jesús. Los textos olvidados en la “definición” nueva son aquellos que todo el mundo conoce (Mt. XXVI, Mc. XIV, Lc. XXII), donde Nuestro Señor nos dice: “Tomad y comed… esto es mi cuerpo… esto es mi sangre… haced esto en memoria mía.”

¿Cuál es la idea subyacente a la “nueva definición” que mañana o pasado, para perdición de muchos y para ruina de la fe católica, será oficialmente enseñada? La “idea” es la del naturalismo que pretende horizontalizar la fe; es la del “humanismo” que pretende imponerse a la trascendencia de una religión revelada e intolerablemente sobrenatural.

La Iglesia de Cristo está siendo rifada, y los boletos que los nuevos Judas distribuyen llevan el mismo título de las rifas de bicicletas y tocadiscos: acción entre amigos. Los seguidores del nuevo y más orgulloso modernismo pretenden que los hombres puedan realizar directamente, de uno a otro, horizontalmente, el vínculo de la amistad perfecta. Nosotros, católicos, sabemos que solo puede haber amistad perfecta, amistad de caridad, entre dos de nosotros si ella se afirma en el tronco de la vid. Es en Cristo que somos hermanos, que vivimos el verdadero amor al prójimo, y sin Él vana es la amistad y vacía la caridad. Las ramas de la vid no se unen unas a otras: es en el tronco donde se hermanan y tienen la savia común.

Todo esto fue olvidado, escamoteado y rebajado por los redactores de la pretendida “nueva definición” de la misa. Algún lector dirá tal vez que soy irreverente y falto de respeto respecto de un documento venido de Roma.

No. Simplemente rehúso respeto y reverencia a aquellos que tan ostensiblemente faltan al respeto a la Sangre de nuestro Salvador. La forma de este artículo podría ser otra, pero en cuanto al fondo debo declarar en alta voz que nunca me fue exigido por la Iglesia, en los benditos días de mi conversión, ningún voto de hipocresía ni de estupidez.

 

https://www.mosteirodasantacruz.org/post/o-novo-0rdo-missae

 

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