Vladímir
Vladímirovich Putin:
su vida para entender su modo de operar y su
pensamiento
Publicado el 11 de enero de 2016.
Prólogo
Los recientes sucesos bélicos en Crimea y en Ucrania
(enero/septiembre de 2014) nos hacen tocar con la mano lo que hasta ayer podía
parecer, para la mayoría, solo una probabilidad. El Nuevo Orden Mundial quiere
destruir a Putin y a la Rusia putiniana, porque juegan el papel del katéjon, es
decir “el obstáculo que retiene” (San Pablo) las fuerzas de la Subversión
mundialista y globalizadora (Israel, EE. UU. y
Arabia Saudita wahabita). Si no hubiera existido Putin, los EE. UU. habrían
hecho con Siria lo mismo que hicieron con Irak. El obstáculo que detuvo la
invasión de Siria, luego de Irán y finalmente de Rusia fue Putin. Esto es un
hecho y “contra el hecho no vale el argumento”. [Nota del blog: nueve años después, y tras mucho insistir, finalmente
EE.UU. y aliados le torcieron el brazo a Rusia en esos países, aunque no del
todo: Irán aún resiste, y sin el apoyo de Rusia no podría hacerlo].
Putin se ha convertido ya, para los medios financiados por la
“contra‑iglesia”, en el neo-Hitler, el neo‑Saddam, el neo‑Gadafi o el neo‑Assad
a eliminar.[Nota del blog: especialmente
a partir de 2022, los hechos le dan la razón] Se empieza con la
manipulación del pensamiento (Putin ya es dado por loco) mediante prensa,
televisión y radio para culminar con una condena capital pública y ejemplar
(como ocurrió con Saddam y Gadafi), una especie de “Nuremberg 1946/permanente”
que no pasa y no debe pasar como el Shoá.
Europa e Italia del siglo XX, esclavas de los EE. UU. ya
desde la Primera y sobre todo la Segunda Guerra Mundial, se han convertido en
mera base logística de aterrizaje y lanzamiento para los aviones de EE. UU. e
Israel (que también desde hace algunos años tiene parte de su flota aérea
apostada en Cerdeña). La Unión Europea del siglo XXI es geopolítica y
financieramente un apéndice de Norteamérica, de hecho una apendicitis inflamada
y ya purulenta próxima a la peritonitis.
Además, la política de la UE hacia Rusia, como ocurrió con
Irán y Libia, es autolesiva para la economía de la Vieja Europa. De hecho, el
embargo decretado por EE. UU. y la UE contra Rusia tiene
repercusiones muy graves en la economía europea, ya en semibancarrota declarada
desde 2010.
El aliado natural (físico, histórico, cultural y geográfico)
de Europa quizá deberían ser precisamente las naciones limítrofes del este
europeo y del Mediterráneo: Rusia occidental o europea (no necesariamente la
asiática), Siria y Libia.
¿No es quizá el Atlántico un espacio demasiado vasto
(comparado con el Mediterráneo y Europa del Este) para poder ser cruzado
fácilmente y abastecer, por ejemplo, a Europa occidental de gas, que Rusia ya
no nos dará y que los yihadistas de Daesh (ISIS‑ISIL…) han casi completamente
quemado en Libia después de la desaparición (ordenada por EE. UU. del
presidente Obama y ejecutada por la Francia del presidente Sarkozy) de Gadafi?
Sin embargo, la UE se ha alineado, suicidamente, contra sus
vecinos de tierra y mar, con quienes comerciaba (importando y exportando) y con
quienes ya no podrá hacer negocios justo en el momento de su mayor necesidad.
Los políticos europeos (marionetas en manos de la Alta Finanza
y los Clubes o Think‑Tank mundialistas israelo/americanos) fingen que el rey
está vestido (es decir, que Europa e Italia están en plena “salud”, véase
Matteo Renzi), mientras en realidad “el rey está desnudo” (véase Andersen). En
verdad hay que despertar y unir nuestras fuerzas para detener el “trasvase
ideológico/financiero inadvertido” hacia la plutocracia israelo/americana y
entender si no nos conviene estar con Putin antes que con Washington, Tel Aviv
o “Bruselas”.
Para comprender mejor la cuestión, es útil conocer la vida y
el pensamiento de Vladímir Putin. En este sentido nos sirve un buen libro, bien
documentado, recién salido de la editorial Mondadori de Milán, titulado Putin.
Vida de un zar, escrito por Gennaro Sangiuliano, vicedirector del TG1 y
colaborador del Sole 24 Ore. Me baso en él para presentar al lector los
rasgos esenciales de la personalidad de Vladímir Putin.
Introducción panorámica
Vladímir Putin nació el 7 de octubre de 1952 en Leningrado (la actual San Petersburgo), ciudad soviética que sufrió el asedio más masivo y cruel durante la guerra entre Alemania y la URSS, un sitio de unos tres años en el que murieron cerca de un millón de ciudadanos. Sus padres, que vivían en Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, escaparon de la muerte, pero su madre corrió riesgo de morir de hambre y su padre quedó gravemente herido en una pierna en batalla, lesión que lo dejó semi invalido para el resto de su vida.
El joven Vladímir era de pequeña estatura, frágil, pero de
carácter muy fuerte, valiente hasta lo temerario; además poseía una
inteligencia viva y rápida, lo que lo llevó a leer mucho, aunque su carácter
era más bien el de un joven “de calle” turbulento y, como él mismo dijo, “un bribón”.
A los 12 años Vladímir lee El escudo y la espada, un
best-seller que narra las aventuras de un 007 soviético, posteriormente
convertido en popular ficción televisiva, una especie de James Bond soviético.
De ese amor por el personaje nació su vocación de entrar al KGB, el servicio
secreto soviético, tras obtener una brillante licenciatura en jurisprudencia en
una de las universidades más prestigiosas de la URSS, del cual KGB sería luego
coronel y después director (además de vicealcalde de Leningrado y presidente de
Rusia desde 2000).
La mentalidad de Putin representa el intento de Rusia, tras el
colapso de la URSS (1989), de resistir a la americanización, occidentalización
y por ende a la globalización del mundialismo. Además, evitó la restauración
del comunismo en Rusia tras 1989 debido a la incompetencia de los “demócratas”,
los partidarios de Boris Yeltsin.
Sin duda Vladímir luchó con firmeza y sin piedad la guerra
contra Chechenia, que fue una “guerra sucia, como fue la de los estadounidenses
en Vietnam, pero con la diferencia de que la primera era parte de Rusia,
mientras Indochina estaba a miles de kilómetros de Washington”. También la
masiva presencia de guerrilleros chechenos en Siria e Irak —junto a talibanes e
ISIS— demuestra que, si Putin no hubiera sofocado la Chechenia islámica, habría
surgido un califato islámico en Rusia amenazando la seguridad global.
La crítica más común contra Putin es que Rusia no es una
democracia, pero “Rusia no puede ser una democracia porque si lo fuera, no
existiría”. Los politólogos llaman a su régimen “democracia controlada” para
distinguirlo tanto del totalitarismo soviético como del autoritarismo zarista
y, al mismo tiempo, de la “democracia libertaria y agnóstica” occidental, que
olvida sus tradiciones culturales y religiosas, que en cambio son la base común
de la Rusia putiniana.
Para Putin el gobierno de Rusia no puede sostenerse sin un
fuerte apego al sentido de jerarquía y mando, al pueblo entendido como
comunidad arraigada a su tierra o Patria, con una tradición religiosa
específica (el cristianismo) y una cultura destacada (especialmente literaria,
musical, física, matemática y química).
En cambio, los intelectuales occidentales han perdido el
contacto con la realidad y el pueblo (que no es la masa) e instauraron una
sociedad desarraigada, sin tierra, patria, religión, tradición, jerarquía,
orden, disciplina y sobre todo sin alma cultural ni religiosa.
La falta de todo esto llevó, según Putin, al colapso de la
URSS en 1989 y llevará al colapso de EE. UU. y
Occidente atlántico, que cortó sus raíces europeas para instalarse contra su
naturaleza en el desierto cultural, espiritual y tradicional del
Norteamericano, que como mucho puede remitir al iluminismo británico, lo cual
es la negación de la metafísica europea greco/romana y cristiana.
Un personaje que fue punto de referencia de cultura metafísica
y tradicional actuó como padre y maestro para Putin: Alexander Solzhenitsyn,
quien siempre recordó al Oriente y Occidente que la solución a los problemas
causados por el comunismo soviético en Rusia no podía ser el liberalismo
anglosajón y especialmente americano.
La adolescencia de Putin
Un episodio de la vida de Putin a los trece años revela su
personalidad, carácter y modo de actuar. Una mañana un compañero de Vladímir es
golpeado en el patio de su edificio por un matón mayor. Vladímir observa sin
intervenir porque el matón está acompañado por un grupo, pero la amistad es
sagrada para él y decide vengar al amigo. Se sienta en el centro del patio y
espera que el matón regrese por la noche. Aunque la pelea parece desbalanceada,
Vladímir salta sobre el matón y lo golpea con puños, patadas, arañazos y
mordiscos. El matón queda abrumado por la agresividad de Putin, característica
de su juventud que luego canalizó mediante el judo, la reflexión, los estudios
y el deseo de unirse al KGB. Nunca abandonar a un amigo, especialmente en
desgracia o dificultad, forma parte de su personalidad incluso a nivel
internacional y político.
El padre de Vladímir se había alistado voluntario en una
unidad de élite del Ejército Rojo perteneciente a la NKVD (antecesora del KGB)
y había luchado en la batalla del río Neva, de combates encarnizados, tras la
cual regresó como inválido permanente. Se inscribió joven en el Partido
Comunista Soviético siendo un militante convencido.
La madre arriesgó morir de hambre durante el largo asedio de
Leningrado y sufrió secuelas físicas para toda la vida. Putin confesó haber
sido bautizado en secreto por ella, ferviente cristiana, contra la voluntad de
su padre, ateo bolchevique.
Tras la guerra, el padre trabajó como operario especializado
en una fábrica de material ferroviario.
Su hogar familiar tenía apenas 20 m², con
una sola habitación donde se dormía, comía y estudiaba. La calle se convirtió
en el espacio habitual del joven Vladímir, quien admitió haber sido un pequeño maleante
de barrio que buscaba su espacio vital en la dura periferia de Leningrado. La
agresividad fue siempre parte de su carácter: no toleraba insultos y
reaccionaba inmediatamente de forma violenta casi furiosa.
En la escuela fue vivaz, inteligente, indisciplinado y
agresivo, pero capaz de sobresalir en los estudios. Al crecer, aunque mantenía
su energía, mejoraron sus relaciones escolares, destacándose por inteligencia y
empeño. Alrededor de los 13 años era uno de los estudiantes más brillantes,
atento en clase, profundizando y leyendo constantemente. La disposición a la
violencia permaneció, pero Vladímir la canalizó en actividades deportivas:
probó boxeo, pero se rompió el tabique nasal. Luego eligió sambo, lucha típica
rusa que combina elementos de karate y judo con agarres de combate popular
ruso. La pasión por las artes marciales continuó, y en 1976 se convirtió en
campeón de sambo de Leningrado, tras obtener el cinturón negro de sexto dan.
La vocación por el KGB
La sede del KGB en Leningrado generaba temor en todos, pero en
1968 un joven delgado de 16 años entró decidido en el edificio y preguntó a un
agente cómo trabajar allí. El agente respondió molesto que no se elige el KGB,
se es elegido; además, se requiere titulación en derecho. Vladímir terminó el
secundario, aprendió alemán e inglés muy bien, y en 1970 superó los exámenes
para ingresar en la facultad de derecho de Leningrado, cosa muy difícil en esos
años, cuando la universidad estaba reservada a hijos del aparato del Partido.
Ingresó y posteriormente mantuvo un carácter introvertido, suspicaz con todos,
abstinente y frío de temperamento. Otra de sus pasiones era la música clásica.
También era ordenado y reservado incluso en lo sentimental. Durante sus estudios
conoció a una estudiante de medicina muy atractiva con quien tuvo una relación
importante: planeaban casarse, pero Vladímir decidió romper el compromiso—“la
decisión más difícil de mi vida”—probablemente por razones profesionales y por
consejo tácito del KGB, que sugería no casarse demasiado joven.
En la facultad conoció a Anatoly Sobchak, destacado jurista
atraído por ideas de economía de mercado. Putin se sintió fascinado.
El llamado del KGB
Después de cuatro años de universidad recibió una llamada: un
funcionario del KGB quiso entrevistarlo y quedó impresionado por su carácter
reservado pero lleno de energía, flexibilidad mental, coraje y perfecto dominio
de alemán e inglés. Así fue reclutado por el KGB. A los 23 años Putin se graduó
con una tesis en derecho internacional, lo que le abriría luego las puertas
para trabajar como agente secreto en Alemania del Este. Eran mediados de los
70: la URSS estaba en su apogeo militar, tecnológico y político, mientras que
EE. UU.
atravesaba una crisis tras la guerra de Vietnam y el escándalo Watergate. El
presidente Carter era inexperto; la debilidad estadounidense persistiría hasta
la llegada de Ronald Reagan en 1981. Según el KGB, la caída de Nixon fue
resultado de un complot de enemigos de la distensión, identificando
directamente a sionistas o, mejor dicho, al lobby judío.
No obstante, la potencia de la URSS era solo fachada; la
realidad era fracaso social, económico y político. El real socialismo generó
miseria generalizada en toda la Unión. Sólo el vodka abundaba, alimentando un
grave problema social de alcoholismo. A pesar de ello, las universidades
soviéticas seguían produciendo físicos, matemáticos y químicos brillantes cuyas
contribuciones eran enterradas por la burocracia.
Este fracaso fue claramente percibido por el KGB,
diametralmente opuesto a la fachada exterior de poder. En los setenta se formó
la consciencia del colapso inminente, aunque aún lejano, pero los gérmenes del
caos eran constantes. Putin lo percibió inmediatamente.
En febrero de 1976 fue enviado a un curso operativo en OJTA,
uno de los centros más cualificados de inteligencia soviética, que él calificó
como “una escuela absolutamente insignificante”. En los setenta estalló la
disidencia intelectual: Solzhenitsyn escribe Archipiélago Gulag en 1972,
difundido globalmente en 1974. La repercusión fue aplastante incluso en la
URSS. Brezhnev lo calificó de ridícula caricatura antirrusa; Solzhenitsyn
respondió con argumentos sólidos: el comunismo aspiraba a durar eternamente
pero fracasó irremediablemente; la salvación de Rusia requiere abandonar el
marxismo-leninismo y adoptar una ideología nacional patriótica de base
religiosa.
Putin coincidía plenamente con Solzhenitsyn. Andropov,
director del KGB, comprendió que la situación real era esa. Putin ha afirmado
que nunca participó en actividades represivas contra disidentes, ya que su
función era el contraespionaje. De hecho, algunos colegas declararon que
Vladímir “había adoptado los mismos puntos de vista que Sakharov y sentía un
respeto especial por Solzhenitsyn”. El agente Putin se convenció cada vez más
de que el sistema era corrupto y la recesión económica solo se superaría si se
rompía el molde del socialismo real para adoptar una economía de mercado
fundamentada en la propiedad privada, que considera natural en la esencia
humana.
El matrimonio
El 28 de julio de 1983 Vladímir se casó con Ludmila, tras tres
años y medio de noviazgo. También ella fue bautizada en secreto a los cinco
años por su madre, cuya religiosidad latente sería clave en el despertar
religioso de Putin algunos años después. Durante su noviazgo, un episodio
revelador narrado por Sangiuliano muestra el carácter celoso de Putin: tras una
noche de baile, Vladímir separa a Ludmila aparte y le dice con dureza: “nuestra
historia no tiene futuro”. Ludmila quedó consternada.
En 1985 nació la primera hija, María, en Leningrado; la
segunda, Katerina, nacerá en Dresde. La primera lleva el nombre de la madre de
Putin, la segunda el de la abuela materna, según tradición.
En Alemania del Este
Putin llega a Dresde en 1985, poco después de la muerte de
Chernenko y el ascenso de Gorbachov en el Kremlin. La crisis moral y material
del comunismo, latente desde décadas atrás, estalla y comienza el periodo
turbulento que culminará con la disolución de la URSS. En noviembre de 1989 cae
el Muro de Berlín y luego se toma la sede de la Stasi, seguido el 3 de
diciembre de la sede del KGB donde reside Putin, entonces mayor. Decide no usar
armas; la policía de Alemania del Este está desbandada y no protege al KGB.
Putin habla con los manifestantes. Solo cuando llega un grupo militar soviético
la multitud se dispersa. Él dirá: “tuve la impresión de que el país ya no
existía. Estaba claro que la URSS sufría esa parálisis mortal del poder”.
Regresa a Leningrado en medio del caos, escasez de alimentos, falta de
calefacción y desorden total. Putin se muestra desilusionado y se pregunta:
“¿cómo pudieron equivocarse? ¿No leyeron nuestros informes? Nosotros ya
advertíamos lo que iba a suceder”.
La perestroika y glasnost de Gorbachov no traen frutos.
Gorbachov pretende diferenciar entre buen y mal comunismo sin destruir el
Partido. Paralelamente, crecen la delincuencia organizada y el despertar
religioso, junto al peligro de un califato islamista en repúblicas ex-soviéticas
musulmanas. En 1988 empiezan conflictos en el Cáucaso que desembocan en una guerra
en 1992.
Asciende Boris Yeltsin, quien desde el inicio muestra una intención
real de cambio. El 15 de marzo de 1989 Gorbachov es elegido presidente de la
URSS, pero el 29 de marzo Yeltsin es presidente del Congreso de la República
Rusa. Desde entonces hay dos parlamentos y dos presidentes: soviético y ruso.
Una estructura insostenible. Gorbachov se aísla mientras Yeltsin se fortalece
como líder visionario opuesto al comunismo radical.
El 17 de agosto de 1991 ocurre un golpe de comunistas
radicales contra Gorbachov, quien permanece pasivo. Yeltsin se posiciona
inmediatamente y Putin apoya a Yeltsin. Su actitud decisiva frustra el golpe.
Gorbachov es destituido por Yeltsin, quien decreta el fin de la URSS y del
PCUS.
Putin consideró abandonar el KGB para una carrera académica
como asistente de su antiguo profesor Sobchak—gran jurista que en 1990 se
convierte en alcalde de Leningrado con Putin como vicealcalde. En 1993 ocurre
otro golpe contra Yeltsin y Sobchak. Durante las horas más críticas, Sobchak se
resguarda en la dacha de Yeltsin cerca de Moscú, pero el arresto de Yeltsin
falla dos veces. Putin regresa urgentemente a Leningrado (ya llamada San
Petersburgo), reúne hombres armados y los despliega en el aeropuerto. El golpe
fracasa gracias a la reacción militar eficiente: Yeltsin ordena el asalto con
fuerzas especiales Alfa, coordinado por el entonces teniente coronel Vladímir
Putin.
La conversión religiosa
En 1991 la dacha [casa de campo] familiar de Putin se
incendió. María, su hija mayor, quedó dentro junto a su secretaria mientras
Vladímir entraba, la sacaba por el balcón en brazos de personas que acudieron
en su ayuda, y luego ayudaba a la secretaria a bajar con sábanas improvisadas.
En un acto de valentía entró nuevamente para recuperar una bolsa con todos sus
ahorros, pero falló. Envuelto en una manta bendita, emergió justo antes del
derrumbe total. A este episodio se atribuye oficialmente su conversión a la
Iglesia Ortodoxa, aunque ya había sido bautizado en secreto.
Los oligarcas y la mafia rusa dominan la familia
Yeltsin
Tras el fin del rigor soviético, Rusia entra en un estado de
incertidumbre donde Yeltsin cae víctima del alcohol, la enfermedad y las
ambiciones de sus hijas. Oligarcas y especuladores compran industrias rusas por
centavos, y la mafia penetra estatalmente. Sobchak era un hombre de cultura
pero no de gobierno; desligado de la realidad. Sangiuliano compara la Rusia de
principios de los 90 con la Palermo de los setenta: capital libre y crimen
organizado reemplazando al Estado.
El único capaz de enfrentar la crisis fue Vladímir Putin.
“Yeltsin tuvo méritos históricos pero también deméritos incontestables.
Defendió a Rusia de los remanentes del estalinismo, pero permitió el auténtico
Far West socioeconómico. Apostó por economistas estilo neo‑Chicago boys
liderados por Egor Gaidar y Anatoli Chubais—enemigo acérrimo de Putin—quienes
promovieron una terapia de choque basada en teorías ultra‑liberales”.
Los oligarcas que rodearon a Yeltsin incluyen a Boris
Berezovski, Vladímir Gusinski, Mijaíl Jodorkovski, Alexéi Mordashov, Oleg
Deripaska, Roman Abramovich, muchos de origen israelí, apoyados por poderosos
centros financieros internacionales. Se menciona sobre todo que el rescate del
FMI en 1998 fue esencialmente un auxilio a bancos extranjeros, no a la economía
rusa.
El 25 de julio de 1998 Putin es nombrado director del nuevo
KGB (FSB), aunque esta agencia ya no tiene el poder antiguo; muchos agentes
gobiernan para los oligarcas o la mafia. Durante este período revalida su
lealtad a Sobchak: lo hizo exiliar a Francia. No abandona a un amigo en
desgracia.
El 9 de agosto de 1999 Yeltsin, aún con un atisbo de sentido
patriótico, nombra a Putin viceprimer ministro, reconociendo que solo Putin
tenía la fuerza, inteligencia y valor para enfrentar a los oligarcas y la mafia
que habían invadido la sociedad rusa.
La guerra contra el islamismo checheno
El 13 de septiembre de 1999 un edificio habitado por familias
de policías explota en Moscú: terrorismo checheno. La respuesta de Yeltsin es
firme, pero quien toma el mando es Putin, quien pronuncia una frase que quedó
famosa: “no importa dónde se escondan, los perseguiremos donde sea, incluso en
el baño. Y los mataremos en el baño”. Comienza así el conflicto con los
independentistas chechenos islamistas. En la primera guerra de independencia
(1991) Chechenia se declara independiente; en 1994 Yeltsin envía 40 000
soldados, pero tras dos años admite la independencia. Putin, asumido ya como
jefe del gobierno, actúa: usa la aviación para bombardear posiciones chechenas,
con ataques masivos y brutales. Para agosto de 1996 Rusia anuncia la
eliminación de mil guerrilleros. Putin declara: “estaba convencido de que si no
los deteníamos pronto, nos convertiríamos en una segunda Yugoslavia. Fue
necesario retomar Daguestán y expulsar a los guerrilleros chechenos”.
La segunda guerra: contra los oligarcas
Putin no solo se niega a ser manipulado por los oligarcas sino
que decide que era hora de romper con ellos. Aunque Yeltsin aun figura como
jefe formal, debe ceder el poder debido a su dependencia del alcohol, los
oligarcas y la mafia—considerada brazo armado de la oligarquía neoliberal
“rusa”. Occidente no quería que Putin llegara al poder, ya que habría defendido
los intereses de su patria, no del Nuevo Orden Mundial. Sin embargo,
intelectuales como Sakharov, Zinoviev y Solzhenitsyn estimularon la opinión
pública contra la globalización de Rusia.
El 31 de diciembre de 1999 Yeltsin entrega el poder real: “dos
coroneles de las Fuerzas Estratégicas entregan a Putin los códigos de
lanzamiento de armas nucleares: verdadero cetro de poder”. Poco después Yeltsin
anuncia su dimisión anticipada.
Sangiuliano escribe que el conservadurismo de Putin difiere
enormemente del neoconservadurismo liberal estadounidense: para Putin, la
política rusa debe basarse en su tradición social, cultural y religiosa, no en
valores liberal-democráticos occidentales genéricos. En Pascua ortodoxa, con su
familia, acude siempre a la catedral de San Isaac en San Petersburgo. “Si Rusia
se volvió grande —repite Putin— no fue por un zar, una guerra o un partido
político; el mérito es del cristianismo”.
La guerra contra los oligarcas apátridas y
mundialistas
Putin define al oligarca como “exponente de la alta finanza
que busca influir en la política desde las sombras”; en resumen—perteneciente a
una sociedad secreta que dirige el mundo a través del dinero. Los tres enemigos
de Putin son las sectas secretas, la alta finanza apátrida y el globalismo
mediante la banca sobre la política.
Según Sangiuliano, los oligarcas con los que Putin luchó desde
1996 hasta su victoria total en 2013 eran casi todos de origen israelí,
controlando la industria, medios y bancos rusos para subyugar al país al Nuevo
Orden Mundial impulsado por EE. UU. e Israel.
Conclusión
En el desorden global actual Putin encarna (en lo que la
fragilidad humana permite) la fuerza sana que:
- Resiste
la globalización.
- Evitó
la restauración del comunismo en Rusia.
- Anticipó
por décadas la lucha contra ISIS al erradicar la Chechenia islamista en
1996.
- Combate
la democracia libertaria occidental que traiciona sus raíces culturales y
religiosas.
- Previene
el colapso del Occidente atlántico, pues este ha cortado sus raíces
culturales y religiosas.
- Entendió
desde los setenta la degradación interna de la URSS, opuesta a su fachada
aparente de poder.
- Comprende
ahora que la grandeza de EE. UU./UE
es solo apariencia; su decadencia cultural, moral y económica es el cáncer
que lo corroe internamente.
- Lucha
contra la alta finanza internacional que intentó apoderarse de Rusia,
ofreciendo un ejemplo a Occidente.
- Fue
rechazado por EE. UU. porque habría defendido
los intereses de su patria y no del Nuevo Orden Mundial; intelectuales
como Sakharov, Zinoviev y Solzhenitsyn movilizaron la opinión pública
contra la globalización rusa.
- Enfrenta
enemigos poderosos: sectas secretas, alta finanza apátrida y globalismo.
- Insiste
en que un país debe reencontrar su origen religioso, base moral de la
sociedad; las tradiciones culturales e históricas no son opciones sino
pilares de la fortaleza nacional; la nación se sostiene con familias
unidas, numerosas, moralmente ordenadas y religiosas.
Putin lo resume en una frase pronunciada el 4 de diciembre de
2015 ante la Asamblea Federal Rusa:
“Nuestra fuerza está en la unidad, en la
combatividad. En el apego a la familia, en el crecimiento demográfico, en el
progreso de nuestra vida interior.”
d. Curzio Nitoglia
11/1/2016
https://doncurzionitoglia.wordpress.com/2016/01/11/putin-modus-operandi/
