Por JORDÁN BRUNO GENTA (1909-1974)
27.10.25
En un nuevo aniversario
del asesinato de Jordán Bruno Genta, vayan estas líneas en su memoria y como
homenaje a su inclaudicable lucha por la verdad histórica de la Patria.
Mitre nos
ha hecho creer durante generaciones que Don Bernardino Rivadavia fue el primer
presidente de la República y «el hombre civil más grande de la historia
argentina».
La verdad
es que no ha sido ninguna de las dos cosas. Hugo Wast en memorables artículos
publicados en Combate (Nros. 21, 23 y 24 del año 1956 y N° 36
del año 1957), nos aclara que «nunca fue más que gobernador de la
provincia de Buenos Aires»; y que tan sólo en pecunia pudo ser el más
grande hombre civil, porque «fue el único prócer de aquellos tiempos
que murió en la opulencia, según consta en el inventario de sus bienes, anejo a
su testamento, hecho en España».
Fuera del
dinero poco sabemos de los grandes amores de Rivadavia; pero de sus odios
rencorosos e inextinguibles, es conocido el que sentía hacia el general San
Martín:
«Ya habrá usted sabido la renuncia de Rivadavia; su administración ha sido desastrosa, y sólo ha contribuido a dividir los ánimos; él me ha hecho una guerra de zapa, sin otro objeto que minar mi opinión, suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro objeto que el de establecer gobiernos en América; yo he despreciado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona. Con un hombre como éste al frente de la administración, no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra contra el Brasil, y por el convencimiento en que estaba de que hubieran sido despreciados; con el cambio de administración he creído de mi deber el hacerlo...» (Carta de San Martín a O'Higgins, fechada en Bruselas, en octubre 20 de 1827).
«...Por
otra parte, los autores del movimiento del 1° son Rivadavia y sus satélites, y
a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a
este país, sino al resto de la América, con su infernal conducta; si mi alma
fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme
de las precauciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario
enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado». (Carta
de San Martín a O'Higgins, Montevideo, 13 de abril de 1829).
A lo
largo de su vida pública, Rivadavia persiguió con la misma saña, a la Religión
Católica como a todo lo que tenía un sentido nacional. Antes de que San Martín
regresara a la Patria para servir a la causa de su independencia política,
Belgrano fue el blanco de sus enconados ataques.
«Rivadavia
entra en la política argentina en septiembre de 1811, como secretario del
Triunvirato... Los asuntos de la guerra se pusieron especialmente en sus manos.
Sabido es
que los soldados de la naciente Patria, en los primeros dos años de la guerra
de la Independencia, no usaban otra bandera que la española.
Nombrado
Belgrano general del ejército del Alto Perú, que en el año 11 había comenzado
con poca suerte su campaña en el norte del país, marchó enfermo y desalentado a
asumir el mando. Llevaba orden terminante de abandonar a los realistas la
región del norte y no librar batalla, para no perder los restos de aquel
ejército, de antemano condenado a la derrota.
Al pasar
por Rosario... Belgrano comprendió el contrasentido de usar la misma bandera
que sus enemigos... Creó la azul y blanca que había de ser para siempre la
nuestra y la enarboló en una batería en la costa del río Paraná y la hizo
aclamar por la pequeña tropa que lo acompañaba» (H.
Wast).
Rivadavia
ordenó al general en severísima nota, que arriara el pabellón argentino y
enarbolase la bandera española usada hasta entonces.
Belgrano
le desobedeció, agrega Hugo Wast, y siguió su viaje al norte a ponerse al
frente del llamado Ejército Auxiliar del Alto Perú. Rivadavia comunicó a
Belgrano con la mayor urgencia (septiembre de 1812), que debía regresar a Buenos
Aires, trayéndose al ejército y abandonando sin defensa las provincias norteñas
al invasor, que avanzaba sobre Tucumán.
Belgrano
volvió a desobedecer y merced a estas dos desobediencias, el ejército argentino
combatió bajo la bandera azul y blanca y obtuvo los dos mayores triunfos de la
Independencia en tierra argentina: Tucumán y Salta.
San
Martín fue, después de Belgrano, víctima de los furores de Rivadavia en su
segunda y más funesta reaparición en la vida pública. Su destierro de la Patria
en 1823, cuya soberanía había fundado con su espada victoriosa, fue obra del
siniestro personaje que la historia falsificada levanta como el más grande de
los hombres civiles.
Rivadavia
fue el difamador de San Martín, lo mismo en tierra argentina que en Europa. Prevalido
de su posición en el gobierno de Buenos Aires, lo siguió con su odio a todas
partes.
Frente a
la grandeza, no hay otra alternativa que la admiración o la envidia. Rivadavia
no pudo soportar la presencia de ninguna grandeza, ni divina ni humana. Se volvió
contra la grandeza de la Roma de Pedro, de la unidad y de la jerarquía,
pretendiendo fundar una iglesia nacional con sus reformas liberales. Ordenó
arriar la bandera azul y blanca porque nunca se sintió argentino y no tuvo el
sentido de la grandeza nacional. Desde la función pública se dedicó a trabar y
perseguir a los grandes de la Patria naciente, como Belgrano y San Martín. Y
finalmente repudió al suelo que lo vio nacer, prohibiendo en su testamento que
sus restos fueran traídos a Buenos Aires.
Pero
tiene un sepulcro monumental en la Plaza Miserere, sin la Cruz de Cristo porque
es de inspiración masónica como su vida y sus hechos públicos. La principal
avenida de Buenos Aires lleva su nombre, lo mismo que una de las fundaciones de
la Gran Logia de la Masonería Argentina.
Los
restos de Juan Manuel de Rosas, a quien San Martín legó su sable de Libertador
de América, continúan sepultados en tierra extranjera[1]. El
procerato de Rivadavia, como el de Moreno y Sarmiento, es una imposición de la
masonería. Se comprende fácilmente el grado de deformación que viene
sufriendo la conciencia histórica de los argentinos.
No podrá
existir una política auténticamente nacional, mientras no sea restablecida la
Patria en su historia verdadera; esto es, mientras los enemigos de la Iglesia
de Cristo, de las tradiciones legítimas y de la grandeza nacional, sean
reconocidos y honrados como sus próceres, como los modelos que deben ser
admirados e imitados por las generaciones argentinas.
Una vez
depurada de errores y falsedades, de ídolos y falsificaciones, veremos
recuperar su justa proporción a los hombres y a los acontecimientos. Y la
Patria restaurada en su ser, devuelta a la verdad de su pasado egregio, se
proyectará hacia la grandeza de su destino histórico. No puede haber un cambio
en la esperanza argentina sin el recuerdo del pasado verdadero, de lo que
realmente hemos amado y servido en el origen.
Sobre las
ruinas acumuladas por la regulación masónica de la política a partir de
Caseros, debemos instaurar todas las cosas de la Patria y la Patria misma, en
Cristo, Nuestro Señor: Instaurare omnia in Christo.
* En «Doctrina política de San Martín a través de
su correspondencia», Editorial Nuevo Orden, Buenos Aires – 1965, pp. 103-108.
[1] Como
es sabido los restos del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas fueron
repatriados a su tierra natal el 30 de septiembre de 1989, 24 años después de
escrito el libro cuyo fragmento aquí reproducimos (Nota de «Decíamos
ayer...»).
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