Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

lunes, 27 de octubre de 2025

FIESTA DE CRISTO REY

 


Por P. FLAVIO MATEOS, SAJM

 

“Pilato entró, pues, de nuevo en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres Tú el Rey de los judíos?” Jesús respondió: “¿Lo dices tú por ti mismo, o te lo han dicho otros de Mí?” Pilato repuso: “¿Acaso soy judío yo? Es tu nación y los pontífices quienes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Replicó Jesús: “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores combatirían a fin de que Yo no fuese entregado a los judíos. Mas ahora mi reino no es de aquí”.  Díjole, pues, Pilato: “¿Conque Tú eres rey?” Contestó Jesús: “Tú lo dices: Yo soy rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio a la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

Jn. 18, 33-37

 

“Cristo triunfador despliega sus banderas gloriosas: venid, ¡oh, pueblos!,

 a suplicarle y aclamad al rey de los reyes.”

(Himno de Laudes)

 

“Rey de reyes y Señor de señores”.

(Apocalipsis XIX, 16).

 

  

Amados hermanos:

 

1.-LOS PAPAS Y LA REALEZA DE CRISTO

 

Este año se conmemora el centenario de la institución de la grandiosa fiesta de Cristo Rey, por el papa Pío XI, a través de su encíclica Quas primas, exactamente el 11 de diciembre de 1925. Este hecho tiene una importancia capital en la Iglesia, y por eso se ha llamado a este documento la Carta magna de la política cristiana. Se cumple el aniversario en un momento terriblemente oscuro para la Iglesia, donde todo parece indicar que estamos en el fin de los tiempos y que dos posibilidades se ciernen sobre el horizonte: o la aparición del Anticristo, o el triunfo del Corazón Inmaculado de María, y por tanto de Cristo Rey. Es un momento de crucial importancia, y por eso conviene tener presente esa doctrina.

Vayamos a este importante documento del papa Pío XI. Explica allí el Vicario de Cristo el motivo principal de la fiesta: “Esta fiesta enseñará a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo, no solo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes (…) Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana”. Dicho de otro modo: “Por decreto inmutable de su Padre (Dixit Dominus), Jesús, el Hombre-Dios, es constituido Rey omnipotente y eterno, Pontífice y el Juez supremo. Siendo Rey en el orden natural y sobrenatural, tiene derecho, no solamente a que nosotros aceptemos exteriormente su voluntad, sino a que sometamos a su gracia nuestros sentidos, nuestras facultades y todo nuestro ser. Su gracia debe ser el principio sobrenatural de todos nuestros actos interiores y exteriores. Pontífice eterno, sacerdote y víctima al mismo tiempo, es nuestro único mediador de justicia y el que nos reconcilia con su eterno Padre” (A. Gubianas, O.S.B.). Ahora bien, “Cristo vive y reina en el hombre cuando éste obedece dócilmente a las inspiraciones de la gracia, y vive y reina en el pueblo cuando el orden político responde fielmente a las indicaciones de los poderes eclesiásticos” (P. Calderón), de allí la importancia de volver a recordar al mundo la verdadera doctrina cristiana: el poder temporal debe estar sometido al poder espiritual, que ostenta el Vicario de Cristo en la tierra, es decir el papa. Doctrina que los papas salidos del último concilio han descartado, pero que el católico fiel debe recordar siempre. Y por eso mismo rezar para que Dios nos vuelva a dar un papa fiel y católico, no ecumenista ni traidor a la doctrina católica.

Hasta la aparición de esta encíclica, el último papa que había recordado a los reyes de la tierra explícitamente esta doctrina fue Bonifacio VIII, que por ese mismo motivo fue afrentado por el rey francés Felipe el Hermoso. A partir de entonces, tras la muerte de aquel gran papa, el 11 de octubre de 1303, en el siglo XIV comenzó la disminución de la fe y el poder secular se fue separando cada vez más, sino directa y ostensiblemente, sí en sus acciones, del poder de la Iglesia. (Digamos entre paréntesis: el Vaticano II fue inaugurado la misma fecha de la muerte de Bonifacio VIII, como un signo de reprobación a aquel papa y su doctrina, puesto que el Concilio iba a enseñar lo contrario). Entonces, “en la medida en que disminuye la fe, el poder eclesiástico pierde dominio sobre el cuerpo social y son cada vez más débiles los remedios que puede aplicar y cada vez más violentos los ataques que debe sufrir” (P. Calderón). Ya a partir de entonces los papas, amenazados por la cruel venganza del poder civil, dejaron de repetir explícitamente la doctrina acerca de la subordinación del poder civil al eclesiástico. Pasaron varios siglos, y ya entrado el siglo XIX, Pío IX, el papa antiliberal que nació un día 13 de mayo, se enfrentó a los poderes revolucionarios y masónicos ya consolidados, publicando la encíclica Quanta Cura y el Syllabus que condenaban los principales errores modernos: el naturalismo, el racionalismo, el socialismo y el liberalismo, despertando así la furia de los gobernantes contra él. Entonces éste convocó al Concilio Vaticano I, que reuniría sus fuerzas para exponer de manera positiva la doctrina de la Iglesia sobre todos esos errores. Aunque allí no se llegó a plantear explícitamente la doctrina de Cristo Rey. Será el papa León XIII quien llevará adelante la tarea de oponer a todos los errores modernos la exposición positiva y apologética de la doctrina política y social católica. Aunque el papa hablaba de establecer una mutua concordia o unión ordenada, entre la Iglesia y los Estados modernos, evitando debido al contexto de entonces, la palabra “subordinación”, que es más directa para denominar la situación del poder civil respecto del poder eclesial. La suya es una defensa de la existencia y libertad de la Iglesia, pero no una doctrina de la realeza de Cristo (Cf. P. Calderón, El Reino de Dios en el Concilio Vaticano II).

El papa san Pío X, cuyo lema era “restaurar todas las cosas en Cristo” dejó en claro que no es admisible separar el Estado de la Iglesia, puesto que el fin temporal está subordinado al fin último que es sobrenatural. Finalmente, Pío XI, queriendo seguir a su antecesor, y por eso ha tomado su nombre, si bien no ha estado siempre acertado en sus decisiones prácticas como lo estuvo Pío X, sí ha sido muy lúcido en su doctrina y será él quien va directamente a hablar de la Realeza de Cristo, y no sólo eso sino que va a establecer su fiesta el último domingo de octubre, antes de la fiesta de Todos los Santos.

Pero tenemos que decir que hubo un hecho que más allá de Roma, dejó en claro qué es lo que quería Jesucristo, nuestro Rey: fue cuando las apariciones del Sagrado Corazón en Paray-le-Monial, y entre otras cosas de suma importancia, allí Nuestro Señor dio a conocer las condiciones para establecer su Reinado social en las naciones. Así pidió a Santa Margarita María que demandase al rey de Francia, en tanto jefe de estado, que éste se consagrase al Sagrado Corazón, que hiciese que todos honrasen a este divino Corazón, que pidiese a la Sede Apostólica autorizar una misa en su honor, que haga levantar un templo en su honor, que este Corazón reciba los homenajes de un Rey por parte del rey y de toda su corte, y que sea pintado su Corazón en el estandarte del rey. En definitiva, que públicamente se reconociese a Cristo mediante el emblema del Sagrado Corazón como el Rey de la nación francesa y luego de todas las naciones. Pero el rey de Francia no cumplió el pedido de Cristo, no consagró su reino y nación al sagrado Corazón, no colocó su emblema en su bandera y sus armas, no hizo lo que había hecho en el siglo IV Constantino aceptando el Lábaro de la Cruz, comenzando a partir de allí la gloriosa Cristiandad. En este caso, la desobediencia trajo como consecuencia la era revolucionaria de Satanás que hoy vivimos en su culminación. Cristo quiere reinar y no solo mediante sus símbolos o declamaciones de las autoridades, sino mediante la aplicación de su doctrina a toda la sociedad, cuya primera destinataria y tesorera del depósito es la Santa Iglesia. Es por eso que los Pontífices tienen el deber de enseñar y promover esta doctrina, y los obispos y sacerdotes el de combatir por ella.

 



2.-QUAS PRIMAS – CONTENIDO.

 

Veamos brevemente el contenido doctrinal de esta gran encíclica, para darnos cuenta luego de qué modo es rechazada y contrariada por los enemigos internos y externos de la Iglesia:

– Jesucristo es llamado Rey en sentido simbólico, en cuanto es Rey de las inteligencias, de las voluntades y de los corazones. Pero “es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Cristo como hombre el título y la potestad de Rey” (Denzinger-Hünermann 3675).

– Esta realeza es de derecho de naturaleza, pues está fundada en la unión hipostática por la cual Jesucristo es Hombre y Dios; y es de derecho adquirido por la Redención que Jesús nos obtuvo con su crucifixión (DzH 3676).

– “La fuerza y naturaleza de este principado… se contiene en un triple poder”: legislativo, judicial y ejecutivo (DzH 3677).

– “Este reino [es] principalmente espiritual y a lo espiritual [pertenece]”, por lo que no se opone a los reinos temporales sino únicamente al reino de Satanás (DzH 3678). Pero “torpemente erraría quien le negara a Cristo hombre el imperio sobre cualesquiera cosas civiles”, tanto espirituales como temporales, “sin embargo, mientras vivió en la tierra, se abstuvo en absoluto de ejercer semejante dominio” (DzH 3679).

– “El principado de nuestro Redentor comprende a todos los hombres… «Su autoridad no se extiende sólo a los pueblos que profesan la fe católica… toda la humanidad está realmente bajo el poder de Jesucristo» [León XIII, Annum sacrum]. Y en este punto no hay diferencia alguna entre los individuos y las sociedades domésticas y civiles” (DzH 3679).

– “La dignidad real de Nuestro Señor infunde de cierta religiosidad a la autoridad humana de los jefes y gobernantes… Los príncipes y magistrados legítimamente elegidos… mandan, más que por derecho propio, en virtud de un mandato y una representación del Rey divino”.

– “Cuanto mayor es la amplitud de un reino y mayor la universalidad con que abarca a todo el género humano, tanto más profundo es el arraigo que adquiere en la conciencia humana el vínculo de fraternidad que une a todos los hombres… Si el reino de Cristo incluyera de hecho a todos los hombres, como de derecho los incluye, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra?” 

-“Si ahora ordenamos a todos los católicos del mundo el culto universal de Cristo Rey, remediaremos las necesidades de la época actual y ofreceremos una eficaz medicina para la enfermedad que en nuestra época aqueja a la humanidad. Calificamos como enfermedad de nuestra época el llamado laicismo, sus errores y sus criminales propósitos” (Pío XI).

 

Saquemos algunas enseñanzas de esto:

-“Cristo es Rey porque el oficio de rey es ser salvador de su pueblo, y sólo Jesucristo salva”. (P. Calderón, ob. cit.)

-“Jesucristo es Rey. Es Rey no solamente del Cielo, sino también de la tierra, y le corresponde ejercer una verdadera y suprema realeza sobre las sociedades humanas: es un punto innegable de la doctrina cristiana” (Card. Pie).

-“No hay autoridad política legítima sin orden al bien común temporal; y no hay bien verdadero sin referencia a Cristo” (P. Calderón, ib.)

-El vínculo de fraternidad universal que une a todos los hombres sólo puede fundamentarse en Jesucristo, pues no hay otro nombre por el cual podamos ser salvados. Por eso en la encíclica dice el papa que “se debe honrar con una fiesta especial a Cristo como rey de todo el género humano”.

-El Reino de Cristo es la Iglesia, y a través de ella Cristo reina en el alma de los cristianos que viven en estado de gracia; el Reinado social es la Ciudad católica. El Reinado social de Cristo, como dijo Pío XI, tiene por objetivo lograr la paz de Cristo en el Reino de Cristo. La paz que trae la política del Evangelio a las naciones, no la falsa paz del mundo.

-El papa nombra claramente al enemigo que es el laicismo, es decir, la independencia del individuo o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de la Iglesia.

-También el papa denuncia a las falsas religiones y el falso ecumenismo: “Poco a poco la religión cristiana –es decir católica- fue igualada con las otras religiones falsas e indecorosamente rebajada al nivel de estas” sometiéndola a la autoridad civil y abandonada al arbitrio de los gobernantes. De allí han venido todas las calamidades modernas.

 

3.-REACCIONES A LA ENCÍCLICA

 

¿Y cómo fue recibida esta encíclica en aquel entonces? Veamos el contexto: Europa estaba devastada por la gran guerra que había terminado hacía siete años, una guerra que destruyó el ultimo imperio católico, Austria-Hungría, y que puso en el poder a los comunistas y los masones. Las sociedades estaban desmoralizadas, y el papa lo decía en su primera encíclica del año 1922, donde ya anticipaba su enseñanza sobre el reinado de Cristo. Por entonces además, hacía cinco años que el comunismo se había instalado en Rusia, fundando la Unión Soviética. En Francia gobernaba la masónica Tercera República. En México hacía un año que gobernaba el masón anticristiano Calles. “La Encíclica fue combatida: se dijo que era una creación política postiza, una construcción eclesiástica artificial, no relacionada con el verdadero sentido del Cristianismo y ajena al espíritu del Evangelio. Se interpretó como un medio destinado a afirmar el dominio político del Papado: Pío XI, a través de un camino, que podía parecer espiritual, perseguía el mismo irrealizable sueño en que había fracasado Bonifacio VIII” (Canovai). Pero lejos de ser una arbitrariedad, la documentación escriturística referida en la Encíclica reivindica el carácter tradicional auténticamente religioso y cristiano de la doctrina de la Realeza, y se manifiesta en la imagen del Reino de Dios, del Reino de los Cielos, que una y otra vez aparece tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. “Jesús está aún en la cuna, y los Magos buscan al Rey de los Judíos: Ubi es que natus est, rex Judæorum?” (San Mateo, II, 2). Jesús ingresa a Jerusalén el Domingo de Ramos aclamado como Rey. “Jesús está a la víspera de morir: Pilatos le pregunta: Eres, pues, rey: Ergo rex es tu? (San Juan, XVIII, 37). Tú lo has dicho, responde Jesús. Y esta respuesta se hace con tal acento de autoridad, que Pilatos, a pesar de todas las representaciones de los judíos, consagra la realeza de Jesús por una escritura pública y un cartel solemne (San Juan, XIX, 19-22)” (Card. Pie). Con esta encíclica, pues, el papa le recordaba al mundo que Cristo es Rey y todos deben obedecerle: pero masones, liberales, progresistas y modernistas, por supuesto, no podían tolerarlo.

Y la cosa no terminaba allí. Poco después de la publicación de la encíclica iba a desencadenarse la persecución, primero en México, luego en España, haciendo que brotasen de la tierra bautizada el grito de “Viva Cristo Rey”, con desigual desenlace, pero dando a la Iglesia los nuevos mártires para fecundar la reacción a lo largo de todo el siglo XX. Pero en forma paralela a ello, además, se estaba proclamando el Reinado de Cristo con la autoridad divina a través de las apariciones, milagros y mensajes de Fátima: y exactamente un día antes de la publicación de esta encíclica, es decir, el 10 de diciembre de 1925, la Santísima Virgen junto al Niño Jesús se había aparecido a la hermana Lucía, en Pontevedra, España. María le mostró su Corazón coronado de espinas, igual que como lo vemos al Sagrado Corazón, pidiéndole reparación a través de la devoción de los cinco primeros sábados de mes. Esto se venía a vincular a los nueve primeros viernes que había pedido el Sagrado Corazón, también como reparación.

Así entonces, la encíclica que proclama la doctrina y establece la fiesta de Cristo Rey llega en un momento donde las fuerzas de la conspiración anticristiana se aprestaban a establecer un gobierno mundial bajo una falsa fraternidad masónica-comunista, una república universal, que ya incluso el papa Benedicto XV lo había advertido al terminar la Primera Guerra Mundial. Y la aparición de la Virgen que aplasta la serpiente, nos recuerda que estamos en lo más álgido de este feroz combate. Ella demás iba a advertir que el enemigo contaba aún con una carta muy astuta: la infiltración dentro de la Iglesia. Desgraciadamente llegó a hacerse del poder con el Concilio Vaticano II.

 

4.-CIEN AÑOS DESPUÉS

 

Describía Pio XI en su encíclica el panorama alentador en la Iglesia, en aquel Año Santo de 1925: “Y aquellas multitudes que durante este Año Jubilar vinieron de todas partes de la tierra a la Santa Ciudad, dirigidas por los obispos y sacerdotes, qué buscaban sino, purificadas sus almas, proclamarse junto al sepulcro de los Apóstoles y delante de Nos súbditos fieles de Cristo en el presente y el porvenir”. 2025 también es un Año Santo donde se celebra un Jubileo, y ¿qué ha ocurrido en Roma? La impiedad, la provocación del pecado ingresando orgullosamente a la Basílica de San Pedro y profanándola, por parte de los cultores del pecado contranatura, aceptados, invitados y bien recibidos por las autoridades romanas. Es decir: la Contra-Iglesia permitiendo que el Reinado de Satanás circule libremente por los sagrados templos. Y eso no puede ser de otro modo cuando hace sesenta años en el maldito Concilio se destronó a Cristo para coronar al hombre en su lugar. Se introdujo entonces la libertad religiosa que pretende dar derechos a las falsas religiones, se introdujo el poder de la sinagoga dentro del Vaticano, le abrieron las puertas a los que gritaron y aún hoy gritan: “No queremos que Él reine”. Así se destruyó todo lo que fuese un obstáculo para la adaptación de la Iglesia al mundo, en especial el Santo Sacrificio de la Misa, y se empezó a hablar de la “sana laicidad”, enarbolando la bandera de la democracia, como si fuera el nuevo nombre del cristianismo: fue la Tercera Guerra Mundial dentro de la Iglesia.

Hermanos: la ciudad santa parece a punto de caer, apenas van quedando los símbolos, los muros antiguos, sin la savia de la gracia, que los lobos disfrazados de corderos ya no pueden dar. La Iglesia conciliar es un páramo, un erial, un lugar de depravación y abominación que será muy pronto arrasado. Pero la Iglesia sigue en pie, y seguirá en la medida en que nosotros, que somos la Iglesia, en la medida que nuestros obispos, pastores y fieles, sean capaces de tomarse en serio nuestro grito de batalla que no es otro sino éste: “Viva Cristo Rey”.

No deseamos ni debemos tener ninguna participación en la demolición de la Iglesia que llevan a cabo sin descanso los apóstatas romanos, y no les pedimos favores, puesto que ellos son enemigos de Cristo Rey. Y el papa Pío XI nos exhorta en su encíclica a cumplir nuestro deber, que es acelerar y apresurar el retorno a Cristo –y, agregamos nosotros, el retorno de Cristo glorioso en su Parusía- portando la antorcha de la verdad. Deplora el papa “la apatía o timidez de los buenos, que se abstienen de la lucha o resisten flojamente; de lo cual los enemigos de la Iglesia sacan mayor temeridad y audacia”. Dura advertencia que también había hecho san Pío X contra la falta de reacción de los buenos. ¡Qué falta de coraje vemos en los católicos de hoy! “Nada aborrece tanto un Rey –dice el padre Castellani- como la cobardía en sus soldados; si sus soldados son cobardes, el Rey está listo”.

De su parte, el mundo moderno lo manosea y deforma todo, particularmente el lenguaje. Así palabras como “mística” o “épica” suelen aparecen en labios de mentecatos audaces que no soportan la picadura de un alfiler, en politicastros libertarios que se enfervorizan a través de un spot de campaña, o incluso en católicos bien intencionados que se creen neo cristeros porque se ven reflejados a través de un video que un drone expande y que una música aparatosa magnifica. Por esas razones desconfiamos de la manipulación publicitaria y las movilizaciones de masas que suele hacer una congregación de la Tradición que ha traicionado a su fundador y no se atreve a enfrentar de frente a los enemigos de Cristo enquistados en Roma. El que no aprende a vivir la épica de la cruz de cada día, ni la persecución o el desdén sin lamentarse femenilmente, no está apto para pregonar ninguna épica de trinchera, a lo más una impostada épica novelera de influencer mediante su celular. No nos engañemos. “Cuando los fieles todos comprendan- seguía diciendo el papa en su encíclica-  que deben militar con valor y siempre bajo las insignias de Cristo rey, se dedicarán con ardor apostólico a reconducir a Dios a los rebeldes e ignorantes y se esforzarán en mantener incólumes los derechos de Dios mismo”.

Un ejemplo de ello lo tenemos en la mujer que inspiró la realización de esta encíclica y fiesta, la Sra.  Marta de Noaillat. Su vida sufriente y esforzada está íntimamente conexa con la historia de la Encíclica Quas Primas, como el nombre de María Margarita de Alacoque quedará relacionado a la historia de la devoción al Sagrado Corazón. Apóstol del Sagrado Corazón, y viviendo en Paray-le-Monial, Marta tuvo un día la inspiración de honrar la Realeza de Cristo con una solemne fiesta litúrgica, instituida en toda la Iglesia por una Encíclica Pontificia. En los últimos meses del año 1919 se lo dijo a su esposo y juntos comenzaron la tarea de conquistar las firmas de cientos y cientos de obispos. Cinco años de oraciones y luchas fueron necesarios para lograr que al fin el papa, que deseaba preparar bien el acontecimiento, aceptase y proclamase esta fiesta.

Y por aquellos mismos años hubo un joven seminarista que recibió con entusiasmo la encíclica Quas primas y se comprometió a llevar a cabo ese programa de combatir por Cristo Rey: hablamos de Marcel Lefebvre. Comprendió perfectamente el alcance y la importancia de tal doctrina, esencial en el combate contra las fuerzas de la Revolución. ¿Qué dijo Nuestro Señor a sus apóstoles antes de subir al Cielo?: “Me ha sido dado todo poder en el Cielo y sobre la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las naciones” (Mt. XXVIII, 18-19). Esta es la misión de la Iglesia, y por tanto de los sacerdotes.

Y comprendió además el futuro Monseñor Lefebvre que Cristo es un Rey de Amor, y esa es la verdad de la cual vino a dar testimonio, y por eso el papa manda que tras la misa en su honor se haga la consagración al Sagrado Corazón. Lo cual, por supuesto, vuelve más graves las afrentas a su poder tanto por parte de cada individuo como de cada sociedad o nación, puesto que su Divino Corazón es sólo digno de amor. Y rechazarlo, como hicieron los judíos, es una cosa terrible. Por eso las devociones al Sagrado Corazón y al Corazón Inmaculado de María piden reparación a esos corazones ultrajados.

Cristo «Es rey…, dice san Agustín, para gobernar las almas, defender sus intereses eternos y conducir al reino de los cielos a aquellos que han puesto en Él su fe, su esperanza y su amor. Si, pues, el Hijo de Dios… ha querido ser rey…, no es una elevación para Él, sino un acto de bondad para nosotros; es un testimonio de misericordia más bien que un aumento de poder». Repetimos esto: Cristo es rey sobre todo por un acto de bondad para nosotros.

 

5.-NUESTRO COMBATE

 

Y por eso debemos serle fieles. Para eso recordaremos la posición sólidamente católica, combativa del verdadero soldado de Cristo Rey, que ha manifestado Monseñor Lefebvre:

“La verdadera oposición fundamental [con Roma] es el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Opportet Illum regnare, nos dice San Pablo. Nuestro Señor vino para reinar. Ellos dicen que no, y nosotros decimos que sí junto a todos los papas. Nuestro Señor no vino para esconderse en el interior de las casas sin salir de ellas. ¿Por qué los misioneros se hicieron matar entonces? Por predicar que Nuestro Señor Jesucristo es el único verdadero Dios, para decir a los paganos que se conviertan. Entonces los paganos quisieron hacerlos desaparecer, pero ellos no vacilaron en dar su vida para continuar predicando a Nuestro Señor Jesucristo. ¿Entonces ahora habría que hacer lo contrario, decirle a los paganos “¡vuestra religión es buena, conservadla pues vosotros sois buenos budistas, buenos musulmanes o buenos paganos!”? Es por eso que no podemos entendernos con ellos, pues nosotros obedecemos a Nuestro Señor que dice a los apóstoles: “Id y predicad el Evangelio hasta los confines de la tierra”. Por eso no hay que sorprendernos que no lleguemos a entendernos con Roma. Esto no será posible hasta que Roma no regrese a la fe en el reinado de Nuestro Señor Jesucristo, mientras que ella siga dando la impresión que todas las religiones son buenas. (Conferencia en Sierre, Suiza, 27 de noviembre de 1988).

Debemos ser indemnes de compromisos tanto respecto a los sedevacantistas como respecto a aquellos que quieren absolutamente estar sometidos a la autoridad eclesiástica.

Nosotros queremos permanecer unidos a Nuestro Señor Jesucristo. Pues el Vaticano II ha destronado a Nuestro Señor. Nosotros queremos permanecer fieles a Nuestro Señor Rey, Príncipe y Dominador del mundo entero. Nosotros no podemos cambiar nada de esta línea de conducta. Así, cuando se nos plantee la cuestión de saber cuándo habrá un acuerdo con Roma, mi respuesta es simple: Cuando Roma vuelva a coronar a Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros no podemos estar de acuerdo con aquellos que destronan a Nuestro Señor. El día que ellos reconozcan de nuevo a Nuestro Señor como Rey de los pueblos y de las naciones, no es a nosotros a quienes ellos se unirán, sino a la Iglesia Católica en la cual permanecemos” (Conferencia en Flavigny, diciembre de 1988).

Cristo confesó y lo leemos en las Escrituras: “Yo soy Rey y para esto he venido, para dar testimonio de la verdad. Y Jesús no sólo afirmó ser Rey, sino que era un Rey cuya victoria nadie le podía impedir: así, le dijo veinte veces en sus revelaciones a Santa Margarita María, en Paray-le Monial: “Yo reinaré a pesar de mis enemigos”. He allí pues claramente expresado su Reinado victorioso, y la existencia de sus enemigos a los que pondrá finalmente “por escabel de sus pies”.

¿Qué tenemos que hacer nosotros? Dejar que Él reine en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestros hogares, en toda nuestra vida. Que el Sagrado Corazón sea nuestro único Bien.

“Nunca había encontrado un cristiano tan gozoso de serlo”, exclamó el Sultán después de haber oído hablar a San Luis, rey de Francia. Y decía sobre eso el cardenal Pie: “Esta raza de cristianos contentos, ¿no estamos en víspera de no encontrarla ya en ninguna parte sobre la tierra?”. ¡Qué verdadero es eso! ¡Cómo hoy los cristianos están avergonzados de serlo! ¡Y cómo tantos, incluso en la Tradición y en la Resistencia y entre el clero, han falseado lo que es ser cristiano, arrojando la cruz a un costado! ¡Cuántos católicos “profesionales” y cuán pocos católicos martiriales!

Por eso, tenemos que volver a ser lo que fueron nuestros padres, verdaderos cristianos, orgullosos y contentos de ser cristianos; los cristeros, por ejemplo, y todos los que lucharon contra la Revolución, especialmente la Revolución modernista conciliar.




Porque si estamos en una guerra, y cada vez más avanzada, en la guerra se requieren soldados, héroes, guerreros, y, si Dios lo quiere, mártires. Pero en todo, puesto que es una guerra espiritual, hacen falta santos, y nadie es santo si no desea serlo.

Entonces pidamos a la Santísima Virgen María que nos dé ese deseo, que nos impida ser pusilánimes y cobardes y que nos haga participar con coraje en esta guerra debajo de su estandarte, para que pronto llegue el triunfo de su Inmaculado Corazón, y por lo tanto, el Reinado de Cristo sobre el mundo entero. Seamos dignos soldados de Cristo Rey, un rey coronado de espinas y crucificado y por eso mismo victorioso. Es un Rey que está volviendo para restaurarlo todo y para llevarnos con Él a su Reino eterno. Así que: estemos preparados. ¡Viva Cristo Rey!

 

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