Por P. FLAVIO
MATEOS, SAJM
“Pilato
entró, pues, de nuevo en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres Tú el
Rey de los judíos?” Jesús respondió: “¿Lo dices tú por ti mismo, o te lo han
dicho otros de Mí?” Pilato repuso: “¿Acaso soy judío yo? Es tu nación y los
pontífices quienes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Replicó Jesús: “Mi
reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores
combatirían a fin de que Yo no fuese entregado a los judíos. Mas ahora mi reino
no es de aquí”. Díjole, pues, Pilato: “¿Conque
Tú eres rey?” Contestó Jesús: “Tú lo dices: Yo soy rey. Yo para esto nací y
para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio a la verdad. Todo el que es de
la verdad, escucha mi voz.”
Jn. 18,
33-37
“Cristo triunfador
despliega sus banderas gloriosas: venid, ¡oh, pueblos!,
a suplicarle y aclamad al rey de los reyes.”
(Himno de Laudes)
“Rey
de reyes y Señor de señores”.
(Apocalipsis XIX, 16).
Amados hermanos:
1.-LOS
PAPAS Y LA REALEZA DE CRISTO
Este año se conmemora el
centenario de la institución de la grandiosa fiesta de Cristo Rey, por el papa
Pío XI, a través de su encíclica Quas
primas, exactamente el 11 de diciembre de 1925. Este hecho tiene una
importancia capital en la Iglesia, y por eso se ha llamado a este documento la Carta
magna de la política cristiana. Se cumple el aniversario en un momento
terriblemente oscuro para la Iglesia, donde todo parece indicar que estamos en
el fin de los tiempos y que dos posibilidades se ciernen sobre el horizonte: o
la aparición del Anticristo, o el triunfo del Corazón Inmaculado de María, y
por tanto de Cristo Rey. Es un momento de crucial importancia, y por eso conviene
tener presente esa doctrina.
Vayamos a este importante
documento del papa Pío XI. Explica allí el Vicario de Cristo el motivo principal
de la fiesta: “Esta fiesta enseñará a las naciones que el deber de adorar públicamente
y obedecer a Jesucristo, no solo obliga a los particulares, sino también a los
magistrados y gobernantes (…) Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que
de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su
espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana”. Dicho de otro modo:
“Por decreto inmutable de su Padre (Dixit Dominus), Jesús, el Hombre-Dios, es
constituido Rey omnipotente y eterno, Pontífice y el Juez supremo. Siendo Rey
en el orden natural y sobrenatural, tiene derecho, no solamente a que nosotros
aceptemos exteriormente su voluntad, sino a que sometamos a su gracia nuestros
sentidos, nuestras facultades y todo nuestro ser. Su gracia debe ser el
principio sobrenatural de todos nuestros actos interiores y exteriores.
Pontífice eterno, sacerdote y víctima al mismo tiempo, es nuestro único
mediador de justicia y el que nos reconcilia con su eterno Padre” (A. Gubianas,
O.S.B.). Ahora bien, “Cristo vive y reina en el hombre cuando éste obedece
dócilmente a las inspiraciones de la gracia, y vive y reina en el pueblo cuando
el orden político responde fielmente a las indicaciones de los poderes
eclesiásticos” (P. Calderón), de allí la importancia de volver a recordar al
mundo la verdadera doctrina cristiana: el poder temporal debe estar sometido al
poder espiritual, que ostenta el Vicario de Cristo en la tierra, es decir el papa.
Doctrina que los papas salidos del último concilio han descartado, pero que el
católico fiel debe recordar siempre. Y por eso mismo rezar para que Dios nos
vuelva a dar un papa fiel y católico, no ecumenista ni traidor a la doctrina católica.
Hasta la aparición de esta encíclica, el último papa que había recordado a los reyes de la tierra explícitamente esta doctrina fue Bonifacio VIII, que por ese mismo motivo fue afrentado por el rey francés Felipe el Hermoso. A partir de entonces, tras la muerte de aquel gran papa, el 11 de octubre de 1303, en el siglo XIV comenzó la disminución de la fe y el poder secular se fue separando cada vez más, sino directa y ostensiblemente, sí en sus acciones, del poder de la Iglesia. (Digamos entre paréntesis: el Vaticano II fue inaugurado la misma fecha de la muerte de Bonifacio VIII, como un signo de reprobación a aquel papa y su doctrina, puesto que el Concilio iba a enseñar lo contrario). Entonces, “en la medida en que disminuye la fe, el poder eclesiástico pierde dominio sobre el cuerpo social y son cada vez más débiles los remedios que puede aplicar y cada vez más violentos los ataques que debe sufrir” (P. Calderón). Ya a partir de entonces los papas, amenazados por la cruel venganza del poder civil, dejaron de repetir explícitamente la doctrina acerca de la subordinación del poder civil al eclesiástico. Pasaron varios siglos, y ya entrado el siglo XIX, Pío IX, el papa antiliberal que nació un día 13 de mayo, se enfrentó a los poderes revolucionarios y masónicos ya consolidados, publicando la encíclica Quanta Cura y el Syllabus que condenaban los principales errores modernos: el naturalismo, el racionalismo, el socialismo y el liberalismo, despertando así la furia de los gobernantes contra él. Entonces éste convocó al Concilio Vaticano I, que reuniría sus fuerzas para exponer de manera positiva la doctrina de la Iglesia sobre todos esos errores. Aunque allí no se llegó a plantear explícitamente la doctrina de Cristo Rey. Será el papa León XIII quien llevará adelante la tarea de oponer a todos los errores modernos la exposición positiva y apologética de la doctrina política y social católica. Aunque el papa hablaba de establecer una mutua concordia o unión ordenada, entre la Iglesia y los Estados modernos, evitando debido al contexto de entonces, la palabra “subordinación”, que es más directa para denominar la situación del poder civil respecto del poder eclesial. La suya es una defensa de la existencia y libertad de la Iglesia, pero no una doctrina de la realeza de Cristo (Cf. P. Calderón, El Reino de Dios en el Concilio Vaticano II).
El papa san Pío X, cuyo
lema era “restaurar todas las cosas en Cristo” dejó en claro que no es
admisible separar el Estado de la Iglesia, puesto que el fin temporal está
subordinado al fin último que es sobrenatural. Finalmente, Pío XI, queriendo
seguir a su antecesor, y por eso ha tomado su nombre, si bien no ha estado
siempre acertado en sus decisiones prácticas como lo estuvo Pío X, sí ha sido
muy lúcido en su doctrina y será él quien va directamente a hablar de la Realeza
de Cristo, y no sólo eso sino que va a establecer su fiesta el último domingo
de octubre, antes de la fiesta de Todos los Santos.
Pero tenemos que decir
que hubo un hecho que más allá de Roma, dejó en claro qué es lo que quería
Jesucristo, nuestro Rey: fue cuando las apariciones del Sagrado Corazón en
Paray-le-Monial, y entre otras cosas de suma importancia, allí Nuestro Señor dio
a conocer las condiciones para establecer su Reinado social en las naciones.
Así pidió a Santa Margarita María que demandase al rey de Francia, en tanto
jefe de estado, que éste se consagrase al Sagrado Corazón, que hiciese que
todos honrasen a este divino Corazón, que pidiese a la Sede Apostólica autorizar
una misa en su honor, que haga levantar un templo en su honor, que este Corazón
reciba los homenajes de un Rey por parte del rey y de toda su corte, y que sea
pintado su Corazón en el estandarte del rey. En definitiva, que públicamente se
reconociese a Cristo mediante el emblema del Sagrado Corazón como el Rey de la
nación francesa y luego de todas las naciones. Pero el rey de Francia no cumplió
el pedido de Cristo, no consagró su reino y nación al sagrado Corazón, no
colocó su emblema en su bandera y sus armas, no hizo lo que había hecho en el
siglo IV Constantino aceptando el Lábaro de la Cruz, comenzando a partir de allí
la gloriosa Cristiandad. En este caso, la desobediencia trajo como consecuencia
la era revolucionaria de Satanás que hoy vivimos en su culminación. Cristo quiere
reinar y no solo mediante sus símbolos o declamaciones de las autoridades, sino
mediante la aplicación de su doctrina a toda la sociedad, cuya primera
destinataria y tesorera del depósito es la Santa Iglesia. Es por eso que los
Pontífices tienen el deber de enseñar y promover esta doctrina, y los obispos y
sacerdotes el de combatir por ella.
2.-QUAS
PRIMAS – CONTENIDO.
Veamos brevemente el
contenido doctrinal de esta gran encíclica, para darnos cuenta luego de qué
modo es rechazada y contrariada por los enemigos internos y externos de la Iglesia:
– Jesucristo es llamado Rey en sentido simbólico,
en cuanto es Rey de las inteligencias, de las voluntades y de los corazones.
Pero “es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a
Cristo como hombre el título y la potestad de Rey” (Denzinger-Hünermann 3675).
– Esta realeza es de derecho de naturaleza, pues
está fundada en la unión hipostática por la cual Jesucristo es Hombre y Dios; y
es de derecho adquirido por la Redención que Jesús nos obtuvo con su
crucifixión (DzH 3676).
– “La fuerza y naturaleza de este principado… se
contiene en un triple poder”: legislativo, judicial y ejecutivo (DzH 3677).
– “Este reino [es] principalmente espiritual y a
lo espiritual [pertenece]”, por lo que no se opone a los reinos temporales sino
únicamente al reino de Satanás (DzH 3678). Pero “torpemente erraría quien le
negara a Cristo hombre el imperio sobre cualesquiera cosas civiles”, tanto
espirituales como temporales, “sin embargo, mientras vivió en la tierra, se
abstuvo en absoluto de ejercer semejante dominio” (DzH 3679).
– “El principado de nuestro Redentor comprende a
todos los hombres… «Su autoridad no se extiende sólo a los pueblos que profesan
la fe católica… toda la humanidad está realmente bajo el poder de Jesucristo»
[León XIII, Annum sacrum]. Y en este
punto no hay diferencia alguna entre los individuos y las sociedades domésticas
y civiles” (DzH 3679).
– “La dignidad real de Nuestro Señor infunde de
cierta religiosidad a la autoridad humana de los jefes y gobernantes… Los
príncipes y magistrados legítimamente elegidos… mandan, más que por derecho
propio, en virtud de un mandato y una representación del Rey divino”.
– “Cuanto mayor es la amplitud de un reino y
mayor la universalidad con que abarca a todo el género humano, tanto más
profundo es el arraigo que adquiere en la conciencia humana el vínculo de
fraternidad que une a todos los hombres… Si el reino de Cristo incluyera de
hecho a todos los hombres, como de derecho los incluye, ¿por qué no habríamos
de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra?”
-“Si ahora ordenamos a todos los católicos del
mundo el culto universal de Cristo Rey, remediaremos las necesidades de la
época actual y ofreceremos una eficaz medicina para la enfermedad que en
nuestra época aqueja a la humanidad. Calificamos como enfermedad de nuestra
época el llamado laicismo, sus errores y sus criminales propósitos” (Pío XI).
Saquemos algunas enseñanzas de esto:
-“Cristo es Rey porque el oficio de rey es ser
salvador de su pueblo, y sólo Jesucristo salva”. (P. Calderón, ob. cit.)
-“Jesucristo es Rey. Es
Rey no solamente del Cielo, sino también de la tierra, y le corresponde ejercer
una verdadera y suprema realeza sobre las sociedades humanas: es un punto
innegable de la doctrina cristiana” (Card. Pie).
-“No hay autoridad política legítima sin orden al
bien común temporal; y no hay bien verdadero sin referencia a Cristo” (P.
Calderón, ib.)
-El vínculo de fraternidad universal que une a
todos los hombres sólo puede fundamentarse en Jesucristo, pues no hay otro
nombre por el cual podamos ser salvados. Por eso en la encíclica dice el papa
que “se debe honrar con una fiesta especial a Cristo como rey de todo el género
humano”.
-El Reino de Cristo es la Iglesia, y a través de
ella Cristo reina en el alma de los cristianos que viven en estado de gracia; el
Reinado social es la Ciudad católica. El
Reinado social de Cristo, como dijo Pío XI, tiene por objetivo lograr la paz de Cristo en el Reino de Cristo. La
paz que trae la política del Evangelio a las naciones, no la falsa paz del
mundo.
-El papa nombra claramente al enemigo que es el
laicismo, es decir, la independencia del individuo o de la sociedad, y más particularmente
del Estado, respecto de la Iglesia.
-También el papa denuncia a las falsas religiones
y el falso ecumenismo: “Poco a poco la religión cristiana –es decir católica-
fue igualada con las otras religiones falsas e indecorosamente rebajada al nivel
de estas” sometiéndola a la autoridad civil y abandonada al arbitrio de los
gobernantes. De allí han venido todas las calamidades modernas.
3.-REACCIONES A LA ENCÍCLICA
¿Y cómo fue recibida esta encíclica en aquel
entonces? Veamos el contexto: Europa estaba devastada por la gran guerra que
había terminado hacía siete años, una guerra que destruyó el ultimo imperio
católico, Austria-Hungría, y que puso en el poder a los comunistas y los
masones. Las sociedades estaban desmoralizadas, y el papa lo decía en su primera
encíclica del año 1922, donde ya anticipaba su enseñanza sobre el reinado de
Cristo. Por entonces además, hacía cinco años que el comunismo se había
instalado en Rusia, fundando la Unión Soviética. En Francia gobernaba la
masónica Tercera República. En México hacía un año que gobernaba el masón
anticristiano Calles. “La Encíclica fue combatida: se dijo que era una creación
política postiza, una construcción eclesiástica artificial, no relacionada con
el verdadero sentido del Cristianismo y ajena al espíritu del Evangelio. Se
interpretó como un medio destinado a afirmar el dominio político del Papado:
Pío XI, a través de un camino, que podía parecer espiritual, perseguía el mismo
irrealizable sueño en que había fracasado Bonifacio VIII” (Canovai). Pero lejos
de ser una arbitrariedad, la documentación escriturística referida en la
Encíclica reivindica el carácter tradicional auténticamente religioso y
cristiano de la doctrina de la Realeza, y se manifiesta en la imagen del Reino
de Dios, del Reino de los Cielos, que una y otra vez aparece tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento. “Jesús
está aún en la cuna, y los Magos buscan al Rey de los Judíos: Ubi es
que natus est, rex Judæorum?” (San Mateo, II, 2). Jesús ingresa a
Jerusalén el Domingo de Ramos aclamado como Rey. “Jesús está a la víspera de
morir: Pilatos le pregunta: Eres, pues, rey: Ergo rex es tu? (San
Juan, XVIII, 37). Tú lo has dicho, responde Jesús. Y esta
respuesta se hace con tal acento de autoridad, que Pilatos, a pesar de todas
las representaciones de los judíos, consagra la realeza de Jesús por una
escritura pública y un cartel solemne (San Juan, XIX, 19-22)” (Card. Pie). Con
esta encíclica, pues, el papa le recordaba al mundo que Cristo es Rey y todos
deben obedecerle: pero masones, liberales, progresistas y modernistas, por supuesto,
no podían tolerarlo.
Y la cosa no terminaba allí. Poco después de la
publicación de la encíclica iba a desencadenarse la persecución, primero en
México, luego en España, haciendo que brotasen de la tierra bautizada el grito
de “Viva Cristo Rey”, con desigual desenlace, pero dando a la Iglesia los nuevos
mártires para fecundar la reacción a lo largo de todo el siglo XX. Pero en
forma paralela a ello, además, se estaba proclamando el Reinado de Cristo con
la autoridad divina a través de las apariciones, milagros y mensajes de Fátima:
y exactamente un día antes de la publicación de esta encíclica, es decir, el 10
de diciembre de 1925, la Santísima Virgen junto al Niño Jesús se había
aparecido a la hermana Lucía, en Pontevedra, España. María le mostró su Corazón
coronado de espinas, igual que como lo vemos al Sagrado Corazón, pidiéndole reparación
a través de la devoción de los cinco primeros sábados de mes. Esto se venía a
vincular a los nueve primeros viernes que había pedido el Sagrado Corazón,
también como reparación.
Así entonces, la encíclica que proclama la
doctrina y establece la fiesta de Cristo Rey llega en un momento donde las fuerzas
de la conspiración anticristiana se aprestaban a establecer un gobierno mundial
bajo una falsa fraternidad masónica-comunista, una república universal, que ya
incluso el papa Benedicto XV lo había advertido al terminar la Primera Guerra
Mundial. Y la aparición de la Virgen que aplasta la serpiente, nos recuerda que
estamos en lo más álgido de este feroz combate. Ella demás iba a advertir que
el enemigo contaba aún con una carta muy astuta: la infiltración dentro de la
Iglesia. Desgraciadamente llegó a hacerse del poder con el Concilio Vaticano
II.
4.-CIEN AÑOS DESPUÉS
Describía Pio XI en su encíclica el panorama
alentador en la Iglesia, en aquel Año Santo de 1925: “Y aquellas multitudes que
durante este Año Jubilar vinieron de todas partes de la tierra a la Santa
Ciudad, dirigidas por los obispos y sacerdotes, qué buscaban sino, purificadas
sus almas, proclamarse junto al sepulcro de los Apóstoles y delante de Nos súbditos
fieles de Cristo en el presente y el porvenir”. 2025 también es un Año Santo
donde se celebra un Jubileo, y ¿qué ha ocurrido en Roma? La impiedad, la
provocación del pecado ingresando orgullosamente a la Basílica de San Pedro y
profanándola, por parte de los cultores del pecado contranatura, aceptados,
invitados y bien recibidos por las autoridades romanas. Es decir: la Contra-Iglesia
permitiendo que el Reinado de Satanás circule libremente por los sagrados
templos. Y eso no puede ser de otro modo cuando hace sesenta años en el maldito
Concilio se destronó a Cristo para coronar al hombre en su lugar. Se introdujo
entonces la libertad religiosa que pretende dar derechos a las falsas
religiones, se introdujo el poder de la sinagoga dentro del Vaticano, le
abrieron las puertas a los que gritaron y aún hoy gritan: “No queremos que Él
reine”. Así se destruyó todo lo que fuese un obstáculo para la adaptación de la
Iglesia al mundo, en especial el Santo Sacrificio de la Misa, y se empezó a
hablar de la “sana laicidad”, enarbolando la bandera de la democracia, como si
fuera el nuevo nombre del cristianismo: fue la Tercera Guerra Mundial dentro de
la Iglesia.
Hermanos: la ciudad santa parece a punto de caer,
apenas van quedando los símbolos, los muros antiguos, sin la savia de la
gracia, que los lobos disfrazados de corderos ya no pueden dar. La Iglesia
conciliar es un páramo, un erial, un lugar de depravación y abominación que
será muy pronto arrasado. Pero la Iglesia sigue en pie, y seguirá en la medida
en que nosotros, que somos la Iglesia, en la medida que nuestros obispos,
pastores y fieles, sean capaces de tomarse en serio nuestro grito de batalla
que no es otro sino éste: “Viva Cristo Rey”.
No deseamos ni debemos tener ninguna
participación en la demolición de la Iglesia que llevan a cabo sin descanso los
apóstatas romanos, y no les pedimos favores, puesto que ellos son enemigos de
Cristo Rey. Y el papa Pío XI nos exhorta en su encíclica a cumplir nuestro
deber, que es acelerar y apresurar el retorno a Cristo –y, agregamos nosotros, el retorno de Cristo glorioso en su Parusía-
portando la antorcha de la verdad. Deplora el papa “la apatía o timidez de los
buenos, que se abstienen de la lucha o resisten flojamente; de lo cual los
enemigos de la Iglesia sacan mayor temeridad y audacia”. Dura advertencia que
también había hecho san Pío X contra la falta de reacción de los buenos. ¡Qué
falta de coraje vemos en los católicos de hoy! “Nada aborrece tanto un Rey –dice el padre Castellani- como la cobardía en
sus soldados; si sus soldados son cobardes, el Rey está listo”.
De su parte, el mundo moderno lo manosea y
deforma todo, particularmente el lenguaje. Así palabras como “mística” o
“épica” suelen aparecen en labios de mentecatos audaces que no soportan la
picadura de un alfiler, en politicastros libertarios que se enfervorizan a
través de un spot de campaña, o incluso en católicos bien intencionados que se
creen neo cristeros porque se ven reflejados a través de un video que un drone
expande y que una música aparatosa magnifica. Por esas razones desconfiamos de
la manipulación publicitaria y las movilizaciones de masas que suele hacer una
congregación de la Tradición que ha traicionado a su fundador y no se atreve a
enfrentar de frente a los enemigos de Cristo enquistados en Roma. El que no
aprende a vivir la épica de la cruz de cada día, ni la persecución o el desdén sin
lamentarse femenilmente, no está apto para pregonar ninguna épica de trinchera,
a lo más una impostada épica novelera de
influencer mediante su celular. No
nos engañemos. “Cuando los fieles todos comprendan- seguía diciendo el papa en
su encíclica- que deben militar con
valor y siempre bajo las insignias de Cristo rey, se dedicarán con ardor
apostólico a reconducir a Dios a los rebeldes e ignorantes y se esforzarán en
mantener incólumes los derechos de Dios mismo”.
Un ejemplo de ello lo tenemos en la mujer que
inspiró la realización de esta encíclica y fiesta, la Sra. Marta de
Noaillat. Su vida sufriente y esforzada está íntimamente conexa con la historia
de la Encíclica Quas Primas, como el
nombre de María Margarita de Alacoque quedará relacionado a la historia de la
devoción al Sagrado Corazón. Apóstol del Sagrado Corazón, y viviendo en
Paray-le-Monial, Marta tuvo un día la inspiración de honrar la Realeza de
Cristo con una solemne fiesta litúrgica, instituida en toda la Iglesia por una
Encíclica Pontificia. En los últimos meses del año 1919 se lo dijo a su esposo
y juntos comenzaron la tarea de conquistar las firmas de cientos y cientos de
obispos. Cinco años de oraciones y luchas fueron necesarios para lograr que al
fin el papa, que deseaba preparar bien el acontecimiento, aceptase y proclamase
esta fiesta.
Y por aquellos mismos años
hubo un joven seminarista que recibió con entusiasmo la encíclica Quas primas y se comprometió a llevar a
cabo ese programa de combatir por Cristo Rey: hablamos de Marcel Lefebvre.
Comprendió perfectamente el alcance y la importancia de tal doctrina, esencial
en el combate contra las fuerzas de la Revolución. ¿Qué dijo Nuestro Señor a
sus apóstoles antes de subir al Cielo?: “Me
ha sido dado todo poder en el Cielo y sobre la tierra. Id, pues, y enseñad a
todas las naciones” (Mt. XXVIII, 18-19). Esta es la misión de la Iglesia, y
por tanto de los sacerdotes.
Y comprendió además el
futuro Monseñor Lefebvre que Cristo es un Rey de Amor, y esa es la verdad de la
cual vino a dar testimonio, y por eso el papa manda que tras la misa en su
honor se haga la consagración al Sagrado Corazón. Lo cual, por supuesto, vuelve
más graves las afrentas a su poder tanto por parte de cada individuo como de
cada sociedad o nación, puesto que su Divino Corazón es sólo digno de amor. Y
rechazarlo, como hicieron los judíos, es una cosa terrible. Por eso las
devociones al Sagrado Corazón y al Corazón Inmaculado de María piden reparación
a esos corazones ultrajados.
Cristo «Es rey…, dice san Agustín, para gobernar
las almas, defender sus intereses eternos y conducir al reino de los cielos a
aquellos que han puesto en Él su fe, su esperanza y su amor. Si, pues, el Hijo
de Dios… ha querido ser rey…, no es una elevación para Él, sino un acto de
bondad para nosotros; es un testimonio de misericordia más bien que un aumento
de poder». Repetimos esto: Cristo es rey sobre todo por un acto de bondad para
nosotros.
5.-NUESTRO
COMBATE
Y por eso debemos serle
fieles. Para eso recordaremos la posición sólidamente católica, combativa del
verdadero soldado de Cristo Rey, que ha manifestado Monseñor Lefebvre:
“La verdadera
oposición fundamental [con Roma] es el Reinado de Nuestro Señor
Jesucristo. Opportet
Illum regnare, nos
dice San Pablo. Nuestro Señor vino para reinar. Ellos dicen que no, y nosotros
decimos que sí junto a todos los papas. Nuestro Señor no vino para esconderse
en el interior de las casas sin salir de ellas. ¿Por qué los misioneros se
hicieron matar entonces? Por predicar que Nuestro Señor Jesucristo es el único
verdadero Dios, para decir a los paganos que se conviertan. Entonces los
paganos quisieron hacerlos desaparecer, pero ellos no vacilaron en dar su vida
para continuar predicando a Nuestro Señor Jesucristo. ¿Entonces ahora habría
que hacer lo contrario, decirle a los paganos “¡vuestra religión es buena,
conservadla pues vosotros sois buenos budistas, buenos musulmanes o buenos
paganos!”? Es por eso que no
podemos entendernos con
ellos, pues nosotros obedecemos a Nuestro Señor que dice a los
apóstoles: “Id y predicad el Evangelio hasta los confines de la
tierra”. Por eso no hay que sorprendernos que no lleguemos a entendernos
con Roma. Esto no será posible hasta que Roma no regrese a la fe en el reinado
de Nuestro Señor Jesucristo, mientras que ella siga dando la impresión que
todas las religiones son buenas. (Conferencia
en Sierre, Suiza, 27 de noviembre de 1988).
“Debemos ser
indemnes de compromisos tanto respecto a los sedevacantistas como respecto a
aquellos que quieren absolutamente estar sometidos a la autoridad eclesiástica.
Nosotros queremos
permanecer unidos a Nuestro Señor Jesucristo. Pues el Vaticano II ha destronado
a Nuestro Señor. Nosotros queremos permanecer fieles a Nuestro Señor Rey,
Príncipe y Dominador del mundo entero. Nosotros no podemos cambiar nada de esta
línea de conducta.
Así, cuando se nos plantee la cuestión
de saber cuándo habrá un acuerdo con Roma, mi respuesta es simple: Cuando Roma
vuelva a coronar a Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros no podemos estar de
acuerdo con aquellos que destronan a Nuestro Señor. El día que
ellos reconozcan de nuevo a Nuestro Señor como Rey de los pueblos y de las
naciones, no es a nosotros a quienes ellos se unirán, sino a la Iglesia Católica
en la cual permanecemos” (Conferencia
en Flavigny, diciembre de 1988).
Cristo confesó y lo leemos en las Escrituras: “Yo soy Rey y para esto he venido,
para dar testimonio de la verdad”. Y Jesús no sólo afirmó ser Rey, sino
que era un Rey cuya victoria nadie le podía impedir: así, le dijo veinte veces
en sus revelaciones a Santa Margarita María, en Paray-le Monial: “Yo
reinaré a pesar de mis enemigos”. He allí pues claramente expresado su
Reinado victorioso, y la existencia de sus enemigos a los que pondrá finalmente
“por escabel de sus pies”.
¿Qué tenemos que hacer
nosotros? Dejar que Él reine en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras
familias, en nuestros hogares, en toda nuestra vida. Que el Sagrado Corazón sea
nuestro único Bien.
“Nunca había encontrado
un cristiano tan gozoso de serlo”, exclamó el Sultán después de haber oído hablar
a San Luis, rey de Francia. Y decía sobre eso el cardenal Pie: “Esta raza de
cristianos contentos, ¿no estamos en víspera de no encontrarla ya en ninguna parte
sobre la tierra?”. ¡Qué verdadero es eso! ¡Cómo hoy los cristianos están
avergonzados de serlo! ¡Y cómo tantos, incluso en la Tradición y en la
Resistencia y entre el clero, han falseado lo que es ser cristiano, arrojando
la cruz a un costado! ¡Cuántos católicos “profesionales” y cuán pocos católicos
martiriales!
Por eso, tenemos que
volver a ser lo que fueron nuestros padres, verdaderos cristianos, orgullosos y
contentos de ser cristianos; los cristeros, por ejemplo, y todos los que
lucharon contra la Revolución, especialmente la Revolución modernista
conciliar.
Porque si estamos en
una guerra, y cada vez más avanzada, en la guerra se requieren soldados, héroes,
guerreros, y, si Dios lo quiere, mártires. Pero en todo, puesto que es una
guerra espiritual, hacen falta santos, y nadie es santo si no desea serlo.
Entonces pidamos a la
Santísima Virgen María que nos dé ese deseo, que nos impida ser pusilánimes y
cobardes y que nos haga participar con coraje en esta guerra debajo de su
estandarte, para que pronto llegue el triunfo de su Inmaculado Corazón, y por
lo tanto, el Reinado de Cristo sobre el mundo entero. Seamos dignos soldados de
Cristo Rey, un rey coronado de espinas y crucificado y por eso mismo
victorioso. Es un Rey que está volviendo para restaurarlo todo y para llevarnos
con Él a su Reino eterno. Así que: estemos preparados. ¡Viva Cristo Rey!


